Y aquí les dejamos el siguiente capítulo, con un anuncio para quienes nos han hecho el honor de leer: habrá un regalito que entregaremos a quienes nos han comentado. Esperamos seguir contando con su preferencia (¡Caray! Soné a anuncio de televisión. Perdonarán la rimbombancia)
CAPÍTULO V: NEAL VOLTURI (PRIMERA PARTE)
Felix saltó sobre Neal, mientras que Alec y el otro vampiro lanzaban una sonora carcajada de diversión.
Neal vio una infinitesimal oportunidad para quitarse del paso del enorme vampiro que le saltaba encima. Saltó hacia atrás y alcanzó a dar un giro, a fin de alejarse lo más posible de su atacante. Las risas divertidas de los otros dos vampiros llenaron el ambiente; Felix se puso nuevamente en posición de ataque y se lanzó sobre Neal, quien simplemente repitió el movimiento y volvió a quitarse del paso del vampiro más grande. Una arruga de concentración se mostraba entre las cejas del joven vampiro, en cambio, en rostro de Felix se iba plasmando el enojo por no poder atrapar a su contrincante.
En lugar de lanzarse sobre él, probó tratar de derribarlo, sabiendo que cuerpo a cuerpo, vencer a su rival sería pan comido. Sin embargo, al dar un par de pasos sobre la grava en la que desarrollaba la pelea, Felix pisó un par de piedrecillas que, al deslizarse bajo su pie, le hicieron trastabillar por una milésima de segundo. Neal vio su oportunidad, y se lanzó sobre el vampiro vestido de negro. La sorpresa por el ataque inesperado hizo el resto, con estrépito, Felix fue el derribado, acabando con Neal sobre él a horcajadas, Felix intentó lanzarle puñetazos, pero Neal pudo parar cada uno de ellos. Era como si anticipara sus movimientos.
La furia que llenó a Felix fue galvánica, pero en lugar de ponerlo en posibilidad de ganar dicha contienda se la arrebató y el posible triunfo cayó en manos de Neal. Entre improperios lanzados por el enorme vampiro, trató de rechazar a su oponente, logrando solamente que Neal lo volteara bocabajo sobre la grava, y le aplicara una llave al brazo derecho de Felix, después, pudo obligarlo a ponerse de pie y, aunque era más alto que Neal, el joven moreno de cabello castaño pudo enredar su brazo en el cuello de Felix.
–Te decapitaré –anunció.
Tanto Felix como Neal se habían olvidado de los otros dos vampiros, que además se habían quedado en silencio cuando vieron el cambio tan drástico para el guardián Volturi.
–Aro no estaría contento si lo haces, extranjero –comentó Alec y cegó a Neal.
Felix se soltó, con un rugido arrojó a Neal lejos de sí, quien cayó con gran estruendo, pero no reaccionó, insensible como Alec le había dejado. Felix pensó en aprovechar la oportunidad y acabar para siempre con la humillación a la cual ese insignificante vampiro lo había sometido y se lanzó para rematarlo.
–¡Seré yo quien te decapite, maldito! –anunció.
Antes de llegar a su lado, el otro vampiro alto lo atajó.
–¡No, Felix! –se negó, intentando contenerlo.
–¡Quítate, Dimitri! –exigió Felix, manoteando para zafarse del agarre de su compañero.
–¿Qué no te das cuenta? ¡Tiene un don! –gritó igualmente fuerte Dimitri.
–¡No me importa! –bramó Felix.
–¡Pero a Aro sí que le importará! –continuó Dimitri–. ¿Quieres explicarle esta noche, por qué eliminaste a un vampiro que podría serle útil?
Felix se calmó como por encanto, aunque bufó decepcionado, miró a Alec, a fin de que terminara su influencia sobre Neal, quien se puso rápidamente en pie y en guardia, alejándose del trío que ahora le miraba fijamente.
–¿De dónde vienes? –preguntó Dimitri, con tono frío.
–¡Eso no te importa! –gritó el señorito, mirando rabioso al joven Alec, quien, por el contrario, ni siquiera erradicaba de su faz el gesto desdeñoso que le dirigiera desde que le vio por primera vez, hacía pocos minutos.
–Era solo una pregunta para conciliar –replicó Dimitri, mirándole detenidamente–. ¿Quieres venir con nosotros?
–¿Ustedes son los Volturi? –preguntó Neal, mientras se sacudía el polvo del traje, aunque no logró mucho, pues con los últimos ataques de Felix, este se encontraba rasgado en varias partes.
–Parte de la guardia –admitió Felix, mirándole un tanto torvo, pero dispuesto a deponer su enojo.
Neal le miró igualmente encendido. No demostraría la alegría que sentía por haber encontrado a los vampiros que tanto deseaba conocer.
–Iré con ustedes –respondió, con tono un tanto seco.
Los cuatro vampiros se encaminaron, pronta y silenciosamente, al palacio Volturi.
Si su corazón latiera todavía, iría a mil por hora, mientras ingresaban en el enorme palacio Volturi, que no es nada parecido a las grandes mansiones en las que él vivió desde su nacimiento. Misterioso, lúgubre, alumbrado por antorchas los amplios corredores, que asemejan catacumbas. Tal vez lo fueron en un momento dado, ¿quién lo sabe? Además, él apenas conoce algo sobre esta familia de rancio abolengo. Si él continuara siendo humano, ya podría salir corriendo, viéndose totalmente acorralado en el seno de un ejército de vampiros dispuestos a beber hasta la última gota de sangre de un cuerpo humano. Pero él es Neal Leagan, y si algo conserva de su reciente humanidad, es el orgullo de clan en el que su madre y la tía abuela Elroy lo criaron. Camina pausadamente, siguiendo a sus tres guías, aunque estos han formado una especie de escolta a su alrededor. Claro que no es para protegerle o servirle de guardia de honor, sino para evitar un ataque del extraño que es introducido, por vez primera, en el sacratísimo recinto de los Volturi.
Los cuatro vampiros llegaron ante un enorme salón, de puertas cerradas, donde un educado Alec llamó con golpes suaves, siendo introducido por una adolescente (por lo menos en apariencia), a quien el muchacho saludó con un par de besos en las mejillas. La chica es de las más hermosas que ha visto en la vida: rubia, bajita, con el cabello recogido en un apretado moño y enfundada un vestido negro, más la famosa túnica que portan los Volturi.
–¡Mira nada más! –una voz de campanillas de plata, y hasta cierto punto infantil, pero que muestra un dejo sarcástico se dejó escuchar de boca de la muchacha, mientras mira a los recién llegados, fijando por un instante, una curiosa mirada escarlata en Neal.
Aunque Neal quisiera recordarla de manera voluntaria y consciente, esta chica rubia no se parece en nada a Candy, aunque sea bajita, aunque sea rubia. Los ojos, que no importa su color bermellón profundo, señal de una dieta a base de sangre humana, no muestran la inocencia que los ojos verdes de Candy muestran. Igual que Alec, esta joven tiene cara de ángel, pero se adivina un demonio en su interior.
–Jane –saluda Alec, con un tinte algo cálido en la voz–. Tenemos noticias para Aro.
Al fondo del salón, en un lugar más elevado que el resto del mismo, lo cual recuerda un trono real, o un altar en un templo, se encuentran tres asientos de madera fina, labrados exquisitamente y en ellos, reposan tres vampiros que irradian una fuerza que se despliega a través de todo lo que les rodea: los Volturi, prácticamente, los reyes de los vampiros. Así lo entiende Neal, mirándoles lo más discreto posible. Algo en ellos le dice que más le vale no mostrarse altanero ni soberbio, so pena de ser destruido.
Felix se acercó a uno de ellos, con cabello oscuro y largo, aunque los tres visten de igual manera, el vampiro al que Felix interpela, parece tener la voz cantante entre los tres.
–Maestro –Felix le tiende la mano.
Neal no lo sabe a bien en ese momento, pues las Denali nunca le hablaron de los poderes de los hermanos Volturi, apenas le dieron a conocer sus nombres: Aro, Cayo y Marco. Felix permite que el vampiro le toque, lo cual le dará la información sobre lo sucedido apenas un par de horas antes.
–Felix –comenta el vampiro, mirando y estudiando al vampiro que fue introducido ante su presencia sin consultarle antes.
Un breve toque, mientras el vampiro sentado en el sillón central parece meditar. La mirada que le lanza, después de un breve instante a Neal es muy diferente a la primera.
–¿Te venció, Felix? ¿Cómo fue posible? –pregunta el vampiro.
Neal se queda quieto, no sabiendo lo que pasará a continuación. Ve al vampiro ponerse en pie y acercársele; conforme avanza, el rostro se ilumina con una sonrisa de satisfacción.
–¡Vaya, vaya! –comenta mientras se coloca frente a frente ante Neal.
El muchacho le sostiene la mirada, curioso por la textura de la piel de este vampiro, que más que mármol, parece ser de yeso.
–¡Pero disculpa! –dice de pronto el vampiro–. Ni siquiera he tenido la educación de presentarme: Soy Aro Volturi –señala hacia su espalda, girándose ligeramente–. Ellos son mis hermanos: Cayo y Marco. ¿Y tú eres…?
–Neal, de América –comenta el muchacho, sin querer dar su apellido.
–¡Un extranjero! –exclama Aro, dando una ligera palmada–. ¿Y qué haces tan lejos de tu país?
Neal decide contestar con la verdad, pues ha logrado lo que deseaba.
–Buscarles a ustedes, a los Volturi.
Aro le mira suspicaz. Y, sin decir nada, le tiende la mano derecha, en un claro gesto para que Neal se la estreche. Lo que Neal no sabe, es que Aro tiene la facultad de leer la mente de quienes toca, por lo que su arranque de sinceridad será determinante para ganarse la simpatía del líder Volturi. Neal, igualmente sin hablar, obedece y coloca la palma derecha sobre la de Aro. Le mira mientras el antiguo vampiro le lee. Todos los recuerdos de Neal son procesados por Aro, quien tarda varios minutos en conocer la historia de Neal. Incluso sus nebulosos recuerdos humanos.
–Has cumplido tu primer año como vampiro hace poco –declaró Aro–, veo que no te acomodaste a la forma de vida de las Denali. Y ellas te aleccionaron bien sobre las leyes vampíricas.
Aro continuaba adquiriendo información sobre el joven vampiro, mientras mantenía sujeta su mano.
–Pertenecías a una familia de abolengo en América, ampliamente conocida en el mundo –le sonrió un tanto enigmático–. Y sufriste por amor –Neal deseó tener saliva qué tragar, entendiendo lo que Aro hacía mientras le sujetaba–. Fue la hermosa Irina quien te curó de ese mal de amores –la sonrisa se volvió casi cálida, antes de exclamar–. ¡Y conociste a mi querido amigo Carlisle!
Aro mostró en su escarlata mirada algo que sólo podía calificarse como aprecio, mientras que le soltaba y se frotaba las manos.
–¿Así que Carlisle brindó un gran servicio a tu familia?
–Así es –respondió Neal, extrañado ante la reacción del vampiro.
Aro, al igual que Irina y sus hermanas, parecían querer bien a Carlisle.
–¡Ah, el buen Carlisle! El vivió con nosotros varias décadas –rememoró Aro y se giró a sus hermanos, como si buscara apoyo en su historia–. Sin embargo, su idea de no beber sangre humana nos hizo tener algunas diferencias, por lo que terminó por despedirse de esta corte y seguir su camino –Aro suspiró pesaroso–. Es una lástima saber que continúa solo, pues uno de sus máximos anhelos es encontrar a alguien que comparta sus ideales –arrugó el ceño ligeramente–. Realmente, me sorprende que las Denali y él no conformen su propio clan. Será porque las jóvenes Denali han mantenido su residencia en Alaska durante ya muchas décadas, mientras que Carlisle, por el contrario, gusta de viajar y estudiar.
Aro se volvió para encarar nuevamente a Neal, riendo como si recordara una anécdota particularmente graciosa para él.
–Nosotros intentamos encauzarlo para que sucumbiera a su verdadera naturaleza y bebiera sangre humana, pero ¡vaya que es terco Carlisle Cullen! –de plano, Aro soltó una breve carcajada–. Incluso, una vez me permití arrojarle un cuerpo sangrante, para tentarlo y que cediera a su instinto más básico. Pero no fue así –Aro continuó con una sonrisa en su rostro–. Odio admitirlo, pero me sentí vencido por él. Espero y encuentre lo que desee –no sabía Aro que gracias a la epidemia de influenza española, dentro de muy poco Carlisle se haría él mismo un compañero–. Continuemos contigo, joven amigo.
Aro volvió a solicitar la mano de Neal, quien en automático obedeció.
–Veamos cómo fue que venciste al buen Felix.
El “buen Felix” miró torvamente a Neal, al escuchar a su maestro, humillado como se sentía en su amor propio al ser vencido por el insignificante ser que tenía frente a sí, pues él se mantenía ligeramente atrás de Aro, como guardia de cuerpo. Aro estudió al muchacho, mientras se enteraba, paso a paso, del enfrentamiento entre Neal y Felix. Ya tenía el punto de vista de su guardia, así que deseaba comparar los dos enfoques.
–Ni siquiera tú sabes cómo venciste a Felix –declaró, soltando la mano de Neal–. Y cosa curiosa, no eras el gran peleador en tu vida humana, muchacho.
Eso era cierto, y era algo que Neal no podía olvidar, como los rostros de su familia humana. El no necesitaba defenderse a golpes de nadie, pues siempre había contado con su madre que daba la cara por él. Los sirvientes de la casa tenían la orden expresa de no contradecir en nada al señorito, mucho menos tocarle un solo cabello. En realidad, la única de la servidumbre en la Casa Leagan que se había atrevido a enfrentarse con él a golpes, fue Candy. Ni más ni menos, y lo único que él hacía era parar los golpes de la chica y quitársela de encima, si no había más remedio. La más de las veces, pusilánime como era, débil de carácter, la chica era contenida por los demás sirvientes, a gritos de Sarah Leagan y ante los llantos de él. Cuando estuvo en el San Pablo, se hizo de una camarilla de amigotes, quienes muchas veces sacaron la cara por él, evitándole pleitos, incluso con Terry Grandchester, la vez que molestaban a Candy, pues quienes se llevaron los golpes del hijo del duque fueron sus compinches. Claro que esto le costaba bastante en metálico, consciente de que no era por amistad que sus compañeros le defendían.
Conforme creció, siempre se las apañó para tener a alguien que diera la cara por él, evitando problemas y peleas. Y si el importante nombre de los Ardley no funcionaba, parecía que la providencia le ayudaba, como la vez que fue agredido por una pandilla en Chicago, y Candy apareció de la nada y le defendió. Esa vez, había visto una mínima oportunidad de echar a correr y estaba a punto de huir, cuando la chica pecosa apareció y se enfrentó ante los maleantes. En Alaska, a pesar de encontrarse inmerso en la compañía de hombres rudos y buenos para las peleas, estas no se dieron prácticamente nunca, ni siquiera bajo los efluvios del alcohol. Él se dio cuenta de que ese cliché de su tía abuela, donde el licor y los pleitos iban juntos, no era cierto. ¿Qué había pasado hacía algunas horas? Que cuando sintió a Felix abalanzarse sobre él, vislumbró, como por arte de magia, las mínimas oportunidades para poder vencerle. Y, es más, si Alec no lo hubiera cegado, lo más probable, es que el alto y oscuro vampiro, no hubiese visto otro día más, a manos de Neal.
En resumen, Neal no era valiente, porque no necesitaba serlo. No era peleonero, porque su carácter tendía más bien a evitarlo; durante muchos años, había dependido de su madre y hasta de su hermana para resolver su vida. Pero como vampiro, Neal se descubrió diametralmente opuesto a lo que como humano había sido.
–Alec, sé bueno y busca a Eleazar, por favor –pidió Aro, con el toque de un tío bonachón.
El joven vampiro salió del salón con paso elegante, dejando a Neal lleno de incógnitas. ¿Qué pasaría a continuación con él? Ni siquiera había expresado su deseo de pertenecer a los Volturi. Pero la mirada de Aro, le dijo que él ya sabía de sus intenciones. Y que estaba dispuesto a considerar su ingreso en la rancia familia vampírica.
Alec regresó rápidamente, con otro alto vampiro moreno, de rasgos latinos; Neal supuso que sería Eleazar.
–¡Querido Eleazar! –pidió Aro, mientras el vampiro requerido se acercaba al maestro–. Requiero tus servicios. ¿Puedes leer a este joven vampiro? Tiene muy poco tiempo de haber sido convertido.
Eleazar asintió y se volvió hacia Neal, mirándole atentamente.
–Un luchador nato, por definirlo de alguna manera –declaró al final de un examen minucioso–. Sabe ver los errores de sus contrincantes y aprovechar las ventajas, por mínimas que sean, para su propia victoria.
–¡Eso explica que haya salido triunfador ante Felix! –declaró un muy entusiasmado Aro y se volvió a sus hermanos–. ¿Qué dicen, hermanos? Sería una magnífica adición a nuestro clan.
Marco y Cayo tardaron unos instantes en responder, conociendo la afición de su hermano por los dones especiales que no todos los vampiros poseían. Ellos mismos eran buena prueba de ello, con la telepatía que compartían como hermanos, más el poder de Aro de leer la mente de sus interlocutores. Cada miembro de la guardia poseía un don en particular, lo que constituía una colección invaluable para Aro. El muchacho que se mostraba ante ellos, poseía además la juventud que su reciente conversión que daba un ser maleable, candidato ideal para ser convertido en un magnífico guardián en aras del clan Volturi.
–De acuerdo, Aro –respondió Cayo, moviéndose en su “trono”–. Que se entrene con la guardia y formará parte de ella –Marco solo asintió con aire de aburrimiento.
–¡Pues bienvenido, Neal! De ahora en adelante, serás un Volturi –Aro le dio un apretón afable en el hombro derecho–. Alec y Jane, llévenlo a cambiarse de ropa, y explíquenle todo lo referente a nuestro clan.
Los dos interpelados se acercaron a Neal, a fin de acompañarle fuera del salón de audiencias de los Volturi.
Continuará
Sabrina Cornwell/Lady Lyuva Sol
CAPÍTULO V: NEAL VOLTURI (PRIMERA PARTE)
Felix saltó sobre Neal, mientras que Alec y el otro vampiro lanzaban una sonora carcajada de diversión.
Neal vio una infinitesimal oportunidad para quitarse del paso del enorme vampiro que le saltaba encima. Saltó hacia atrás y alcanzó a dar un giro, a fin de alejarse lo más posible de su atacante. Las risas divertidas de los otros dos vampiros llenaron el ambiente; Felix se puso nuevamente en posición de ataque y se lanzó sobre Neal, quien simplemente repitió el movimiento y volvió a quitarse del paso del vampiro más grande. Una arruga de concentración se mostraba entre las cejas del joven vampiro, en cambio, en rostro de Felix se iba plasmando el enojo por no poder atrapar a su contrincante.
En lugar de lanzarse sobre él, probó tratar de derribarlo, sabiendo que cuerpo a cuerpo, vencer a su rival sería pan comido. Sin embargo, al dar un par de pasos sobre la grava en la que desarrollaba la pelea, Felix pisó un par de piedrecillas que, al deslizarse bajo su pie, le hicieron trastabillar por una milésima de segundo. Neal vio su oportunidad, y se lanzó sobre el vampiro vestido de negro. La sorpresa por el ataque inesperado hizo el resto, con estrépito, Felix fue el derribado, acabando con Neal sobre él a horcajadas, Felix intentó lanzarle puñetazos, pero Neal pudo parar cada uno de ellos. Era como si anticipara sus movimientos.
La furia que llenó a Felix fue galvánica, pero en lugar de ponerlo en posibilidad de ganar dicha contienda se la arrebató y el posible triunfo cayó en manos de Neal. Entre improperios lanzados por el enorme vampiro, trató de rechazar a su oponente, logrando solamente que Neal lo volteara bocabajo sobre la grava, y le aplicara una llave al brazo derecho de Felix, después, pudo obligarlo a ponerse de pie y, aunque era más alto que Neal, el joven moreno de cabello castaño pudo enredar su brazo en el cuello de Felix.
–Te decapitaré –anunció.
Tanto Felix como Neal se habían olvidado de los otros dos vampiros, que además se habían quedado en silencio cuando vieron el cambio tan drástico para el guardián Volturi.
–Aro no estaría contento si lo haces, extranjero –comentó Alec y cegó a Neal.
Felix se soltó, con un rugido arrojó a Neal lejos de sí, quien cayó con gran estruendo, pero no reaccionó, insensible como Alec le había dejado. Felix pensó en aprovechar la oportunidad y acabar para siempre con la humillación a la cual ese insignificante vampiro lo había sometido y se lanzó para rematarlo.
–¡Seré yo quien te decapite, maldito! –anunció.
Antes de llegar a su lado, el otro vampiro alto lo atajó.
–¡No, Felix! –se negó, intentando contenerlo.
–¡Quítate, Dimitri! –exigió Felix, manoteando para zafarse del agarre de su compañero.
–¿Qué no te das cuenta? ¡Tiene un don! –gritó igualmente fuerte Dimitri.
–¡No me importa! –bramó Felix.
–¡Pero a Aro sí que le importará! –continuó Dimitri–. ¿Quieres explicarle esta noche, por qué eliminaste a un vampiro que podría serle útil?
Felix se calmó como por encanto, aunque bufó decepcionado, miró a Alec, a fin de que terminara su influencia sobre Neal, quien se puso rápidamente en pie y en guardia, alejándose del trío que ahora le miraba fijamente.
–¿De dónde vienes? –preguntó Dimitri, con tono frío.
–¡Eso no te importa! –gritó el señorito, mirando rabioso al joven Alec, quien, por el contrario, ni siquiera erradicaba de su faz el gesto desdeñoso que le dirigiera desde que le vio por primera vez, hacía pocos minutos.
–Era solo una pregunta para conciliar –replicó Dimitri, mirándole detenidamente–. ¿Quieres venir con nosotros?
–¿Ustedes son los Volturi? –preguntó Neal, mientras se sacudía el polvo del traje, aunque no logró mucho, pues con los últimos ataques de Felix, este se encontraba rasgado en varias partes.
–Parte de la guardia –admitió Felix, mirándole un tanto torvo, pero dispuesto a deponer su enojo.
Neal le miró igualmente encendido. No demostraría la alegría que sentía por haber encontrado a los vampiros que tanto deseaba conocer.
–Iré con ustedes –respondió, con tono un tanto seco.
Los cuatro vampiros se encaminaron, pronta y silenciosamente, al palacio Volturi.
OoOoOoO
Si su corazón latiera todavía, iría a mil por hora, mientras ingresaban en el enorme palacio Volturi, que no es nada parecido a las grandes mansiones en las que él vivió desde su nacimiento. Misterioso, lúgubre, alumbrado por antorchas los amplios corredores, que asemejan catacumbas. Tal vez lo fueron en un momento dado, ¿quién lo sabe? Además, él apenas conoce algo sobre esta familia de rancio abolengo. Si él continuara siendo humano, ya podría salir corriendo, viéndose totalmente acorralado en el seno de un ejército de vampiros dispuestos a beber hasta la última gota de sangre de un cuerpo humano. Pero él es Neal Leagan, y si algo conserva de su reciente humanidad, es el orgullo de clan en el que su madre y la tía abuela Elroy lo criaron. Camina pausadamente, siguiendo a sus tres guías, aunque estos han formado una especie de escolta a su alrededor. Claro que no es para protegerle o servirle de guardia de honor, sino para evitar un ataque del extraño que es introducido, por vez primera, en el sacratísimo recinto de los Volturi.
Los cuatro vampiros llegaron ante un enorme salón, de puertas cerradas, donde un educado Alec llamó con golpes suaves, siendo introducido por una adolescente (por lo menos en apariencia), a quien el muchacho saludó con un par de besos en las mejillas. La chica es de las más hermosas que ha visto en la vida: rubia, bajita, con el cabello recogido en un apretado moño y enfundada un vestido negro, más la famosa túnica que portan los Volturi.
–¡Mira nada más! –una voz de campanillas de plata, y hasta cierto punto infantil, pero que muestra un dejo sarcástico se dejó escuchar de boca de la muchacha, mientras mira a los recién llegados, fijando por un instante, una curiosa mirada escarlata en Neal.
Aunque Neal quisiera recordarla de manera voluntaria y consciente, esta chica rubia no se parece en nada a Candy, aunque sea bajita, aunque sea rubia. Los ojos, que no importa su color bermellón profundo, señal de una dieta a base de sangre humana, no muestran la inocencia que los ojos verdes de Candy muestran. Igual que Alec, esta joven tiene cara de ángel, pero se adivina un demonio en su interior.
–Jane –saluda Alec, con un tinte algo cálido en la voz–. Tenemos noticias para Aro.
Al fondo del salón, en un lugar más elevado que el resto del mismo, lo cual recuerda un trono real, o un altar en un templo, se encuentran tres asientos de madera fina, labrados exquisitamente y en ellos, reposan tres vampiros que irradian una fuerza que se despliega a través de todo lo que les rodea: los Volturi, prácticamente, los reyes de los vampiros. Así lo entiende Neal, mirándoles lo más discreto posible. Algo en ellos le dice que más le vale no mostrarse altanero ni soberbio, so pena de ser destruido.
Felix se acercó a uno de ellos, con cabello oscuro y largo, aunque los tres visten de igual manera, el vampiro al que Felix interpela, parece tener la voz cantante entre los tres.
–Maestro –Felix le tiende la mano.
Neal no lo sabe a bien en ese momento, pues las Denali nunca le hablaron de los poderes de los hermanos Volturi, apenas le dieron a conocer sus nombres: Aro, Cayo y Marco. Felix permite que el vampiro le toque, lo cual le dará la información sobre lo sucedido apenas un par de horas antes.
–Felix –comenta el vampiro, mirando y estudiando al vampiro que fue introducido ante su presencia sin consultarle antes.
Un breve toque, mientras el vampiro sentado en el sillón central parece meditar. La mirada que le lanza, después de un breve instante a Neal es muy diferente a la primera.
–¿Te venció, Felix? ¿Cómo fue posible? –pregunta el vampiro.
Neal se queda quieto, no sabiendo lo que pasará a continuación. Ve al vampiro ponerse en pie y acercársele; conforme avanza, el rostro se ilumina con una sonrisa de satisfacción.
–¡Vaya, vaya! –comenta mientras se coloca frente a frente ante Neal.
El muchacho le sostiene la mirada, curioso por la textura de la piel de este vampiro, que más que mármol, parece ser de yeso.
–¡Pero disculpa! –dice de pronto el vampiro–. Ni siquiera he tenido la educación de presentarme: Soy Aro Volturi –señala hacia su espalda, girándose ligeramente–. Ellos son mis hermanos: Cayo y Marco. ¿Y tú eres…?
–Neal, de América –comenta el muchacho, sin querer dar su apellido.
–¡Un extranjero! –exclama Aro, dando una ligera palmada–. ¿Y qué haces tan lejos de tu país?
Neal decide contestar con la verdad, pues ha logrado lo que deseaba.
–Buscarles a ustedes, a los Volturi.
Aro le mira suspicaz. Y, sin decir nada, le tiende la mano derecha, en un claro gesto para que Neal se la estreche. Lo que Neal no sabe, es que Aro tiene la facultad de leer la mente de quienes toca, por lo que su arranque de sinceridad será determinante para ganarse la simpatía del líder Volturi. Neal, igualmente sin hablar, obedece y coloca la palma derecha sobre la de Aro. Le mira mientras el antiguo vampiro le lee. Todos los recuerdos de Neal son procesados por Aro, quien tarda varios minutos en conocer la historia de Neal. Incluso sus nebulosos recuerdos humanos.
–Has cumplido tu primer año como vampiro hace poco –declaró Aro–, veo que no te acomodaste a la forma de vida de las Denali. Y ellas te aleccionaron bien sobre las leyes vampíricas.
Aro continuaba adquiriendo información sobre el joven vampiro, mientras mantenía sujeta su mano.
–Pertenecías a una familia de abolengo en América, ampliamente conocida en el mundo –le sonrió un tanto enigmático–. Y sufriste por amor –Neal deseó tener saliva qué tragar, entendiendo lo que Aro hacía mientras le sujetaba–. Fue la hermosa Irina quien te curó de ese mal de amores –la sonrisa se volvió casi cálida, antes de exclamar–. ¡Y conociste a mi querido amigo Carlisle!
Aro mostró en su escarlata mirada algo que sólo podía calificarse como aprecio, mientras que le soltaba y se frotaba las manos.
–¿Así que Carlisle brindó un gran servicio a tu familia?
–Así es –respondió Neal, extrañado ante la reacción del vampiro.
Aro, al igual que Irina y sus hermanas, parecían querer bien a Carlisle.
–¡Ah, el buen Carlisle! El vivió con nosotros varias décadas –rememoró Aro y se giró a sus hermanos, como si buscara apoyo en su historia–. Sin embargo, su idea de no beber sangre humana nos hizo tener algunas diferencias, por lo que terminó por despedirse de esta corte y seguir su camino –Aro suspiró pesaroso–. Es una lástima saber que continúa solo, pues uno de sus máximos anhelos es encontrar a alguien que comparta sus ideales –arrugó el ceño ligeramente–. Realmente, me sorprende que las Denali y él no conformen su propio clan. Será porque las jóvenes Denali han mantenido su residencia en Alaska durante ya muchas décadas, mientras que Carlisle, por el contrario, gusta de viajar y estudiar.
Aro se volvió para encarar nuevamente a Neal, riendo como si recordara una anécdota particularmente graciosa para él.
–Nosotros intentamos encauzarlo para que sucumbiera a su verdadera naturaleza y bebiera sangre humana, pero ¡vaya que es terco Carlisle Cullen! –de plano, Aro soltó una breve carcajada–. Incluso, una vez me permití arrojarle un cuerpo sangrante, para tentarlo y que cediera a su instinto más básico. Pero no fue así –Aro continuó con una sonrisa en su rostro–. Odio admitirlo, pero me sentí vencido por él. Espero y encuentre lo que desee –no sabía Aro que gracias a la epidemia de influenza española, dentro de muy poco Carlisle se haría él mismo un compañero–. Continuemos contigo, joven amigo.
Aro volvió a solicitar la mano de Neal, quien en automático obedeció.
–Veamos cómo fue que venciste al buen Felix.
El “buen Felix” miró torvamente a Neal, al escuchar a su maestro, humillado como se sentía en su amor propio al ser vencido por el insignificante ser que tenía frente a sí, pues él se mantenía ligeramente atrás de Aro, como guardia de cuerpo. Aro estudió al muchacho, mientras se enteraba, paso a paso, del enfrentamiento entre Neal y Felix. Ya tenía el punto de vista de su guardia, así que deseaba comparar los dos enfoques.
–Ni siquiera tú sabes cómo venciste a Felix –declaró, soltando la mano de Neal–. Y cosa curiosa, no eras el gran peleador en tu vida humana, muchacho.
Eso era cierto, y era algo que Neal no podía olvidar, como los rostros de su familia humana. El no necesitaba defenderse a golpes de nadie, pues siempre había contado con su madre que daba la cara por él. Los sirvientes de la casa tenían la orden expresa de no contradecir en nada al señorito, mucho menos tocarle un solo cabello. En realidad, la única de la servidumbre en la Casa Leagan que se había atrevido a enfrentarse con él a golpes, fue Candy. Ni más ni menos, y lo único que él hacía era parar los golpes de la chica y quitársela de encima, si no había más remedio. La más de las veces, pusilánime como era, débil de carácter, la chica era contenida por los demás sirvientes, a gritos de Sarah Leagan y ante los llantos de él. Cuando estuvo en el San Pablo, se hizo de una camarilla de amigotes, quienes muchas veces sacaron la cara por él, evitándole pleitos, incluso con Terry Grandchester, la vez que molestaban a Candy, pues quienes se llevaron los golpes del hijo del duque fueron sus compinches. Claro que esto le costaba bastante en metálico, consciente de que no era por amistad que sus compañeros le defendían.
Conforme creció, siempre se las apañó para tener a alguien que diera la cara por él, evitando problemas y peleas. Y si el importante nombre de los Ardley no funcionaba, parecía que la providencia le ayudaba, como la vez que fue agredido por una pandilla en Chicago, y Candy apareció de la nada y le defendió. Esa vez, había visto una mínima oportunidad de echar a correr y estaba a punto de huir, cuando la chica pecosa apareció y se enfrentó ante los maleantes. En Alaska, a pesar de encontrarse inmerso en la compañía de hombres rudos y buenos para las peleas, estas no se dieron prácticamente nunca, ni siquiera bajo los efluvios del alcohol. Él se dio cuenta de que ese cliché de su tía abuela, donde el licor y los pleitos iban juntos, no era cierto. ¿Qué había pasado hacía algunas horas? Que cuando sintió a Felix abalanzarse sobre él, vislumbró, como por arte de magia, las mínimas oportunidades para poder vencerle. Y, es más, si Alec no lo hubiera cegado, lo más probable, es que el alto y oscuro vampiro, no hubiese visto otro día más, a manos de Neal.
En resumen, Neal no era valiente, porque no necesitaba serlo. No era peleonero, porque su carácter tendía más bien a evitarlo; durante muchos años, había dependido de su madre y hasta de su hermana para resolver su vida. Pero como vampiro, Neal se descubrió diametralmente opuesto a lo que como humano había sido.
–Alec, sé bueno y busca a Eleazar, por favor –pidió Aro, con el toque de un tío bonachón.
El joven vampiro salió del salón con paso elegante, dejando a Neal lleno de incógnitas. ¿Qué pasaría a continuación con él? Ni siquiera había expresado su deseo de pertenecer a los Volturi. Pero la mirada de Aro, le dijo que él ya sabía de sus intenciones. Y que estaba dispuesto a considerar su ingreso en la rancia familia vampírica.
Alec regresó rápidamente, con otro alto vampiro moreno, de rasgos latinos; Neal supuso que sería Eleazar.
–¡Querido Eleazar! –pidió Aro, mientras el vampiro requerido se acercaba al maestro–. Requiero tus servicios. ¿Puedes leer a este joven vampiro? Tiene muy poco tiempo de haber sido convertido.
Eleazar asintió y se volvió hacia Neal, mirándole atentamente.
–Un luchador nato, por definirlo de alguna manera –declaró al final de un examen minucioso–. Sabe ver los errores de sus contrincantes y aprovechar las ventajas, por mínimas que sean, para su propia victoria.
–¡Eso explica que haya salido triunfador ante Felix! –declaró un muy entusiasmado Aro y se volvió a sus hermanos–. ¿Qué dicen, hermanos? Sería una magnífica adición a nuestro clan.
Marco y Cayo tardaron unos instantes en responder, conociendo la afición de su hermano por los dones especiales que no todos los vampiros poseían. Ellos mismos eran buena prueba de ello, con la telepatía que compartían como hermanos, más el poder de Aro de leer la mente de sus interlocutores. Cada miembro de la guardia poseía un don en particular, lo que constituía una colección invaluable para Aro. El muchacho que se mostraba ante ellos, poseía además la juventud que su reciente conversión que daba un ser maleable, candidato ideal para ser convertido en un magnífico guardián en aras del clan Volturi.
–De acuerdo, Aro –respondió Cayo, moviéndose en su “trono”–. Que se entrene con la guardia y formará parte de ella –Marco solo asintió con aire de aburrimiento.
–¡Pues bienvenido, Neal! De ahora en adelante, serás un Volturi –Aro le dio un apretón afable en el hombro derecho–. Alec y Jane, llévenlo a cambiarse de ropa, y explíquenle todo lo referente a nuestro clan.
Los dos interpelados se acercaron a Neal, a fin de acompañarle fuera del salón de audiencias de los Volturi.
Continuará
Sabrina Cornwell/Lady Lyuva Sol