Por segunda vez me hago presente en esta Guerra Florida con un nuevo aporte en solitario. Esta vez, se trata de un minific, también, dedicado a Terry y que estimo constará de dos o tres capítulos (sí sí, depende de cómo me pegue el muso esta vez ). Espero que sea de su agrado y que lo disfruten tanto como yo disfruto escribiéndolo. Por supuesto, también seguiré trayéndoles más capítulos del proyecto grupal “El Ruiseñor Encantado” por el cual también agradezco su inestimable presencia y hermosas palabras!!!
***Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus respectivas autoras. Este fic es de mi autoría, producto de mi imaginación, creado únicamente a los fines de entretener y no de lucrar. ***
PARADERO DESCONOCIDO
Capítulo 1
Minific, desviación del Animé – Episodio 111 “Un atisbo de memoria”
Capítulo 1
Minific, desviación del Animé – Episodio 111 “Un atisbo de memoria”
Fiel a su temperamento responsable, Candy concluía un día más de actividades en la Clínica Feliz. Como se había transformado en costumbre desde que comenzara a trabajar con el Doctor Martin, a lo largo de la jornada, decenas de niños acompañados por sus padres, se habían agolpado a las puertas del humilde establecimiento médico a fines de tratar las más diversas dolencias que iban desde un simple raspón en la rodilla hasta un resfriado en severo riesgo de transformarse en neumonía. Por supuesto que la eficiente enfermera atendía a todos y cada uno de sus pacientes con cariño y dedicación, empero, desde hacía unos días, no importaba lo que hiciera o cuánto tratara de ocupar su mente en el trabajo, no conseguía quitarse de encima la gran preocupación que Neil, en un nuevo intento por herirla (o conquistarla, según él), había dejado sobre sus hombros.
Las líneas del encabezado del periódico amarillista “The Scandal” se repetían una y otra vez en su memoria, atormentándola: “Él se alejó de mí y está perdido”, cavilaba constantemente, intentando en vano que la desesperación no hiciera presa de ella. “Debe estar sufriendo más de lo que yo sufro. ¡Oh, Terry! Escocia bajo el sol del verano… Terry era tan brillante… Oh, Terry, así como estás, tu sueño nunca se hará realidad”, pensaba dejando escapar algunas lágrimas de tristeza cuando su turno finalizaba y ella cambiaba sus ropas de trabajo, alistándose para partir. “Susana…”, continuaba mirándose al espejo, tratando de borrar el rastro de llanto de sus ojos y mejillas. “Ella es su novia… Aunque nuestro rompimiento lo torturó hasta que tuvo que irse, aún así Susana es su novia” suspiraba, medio convenciéndose pero a regañadientes, ajustándose por fin los lazos rosados que sostenían sus infaltables coletas a la vez que verificaba que los botones de su atuendo se encontraran correctamente abrochados.
Y la misma línea de pensamientos, se sucedía una y otra vez, a lo largo de todas y cada una de las rutinas que ejecutaba de manera automática, aunque, claro está, muchas veces se encontraba haciendo variaciones… enojándose con Terry y su falta de entereza y por no saber valorar su gran sacrificio al dejarlo a pesar de amarlo con toda el alma, sopesando la posibilidad de que Susana se hubiera hartado de lo que evidentemente había sido un comportamiento errático de su novio y lo hubiera dejado, preguntándose si en realidad había sido él quien había faltado a su palabra, pero, sobre todas las cosas, dos palabras “Paradero Desconocido”, le hacían un eco constante que no la dejaba en paz. “Terry, Terry… ¿dónde estás? ¿cómo estás? Dios, que esté bien, por favor… No dejes que nada malo le suceda… ¡Mocoso engreído! Si te llego a encontrar vas a tener que escuchar unas cuantas verdades…”.
- ¡Adiós, Doctor Martin! – al abandonar el pequeño privado y dirigirse hacia la salida, Candy con prontitud cambió su semblante abatido por su acostumbrada sonrisa vivaz. - ¡Lo veré mañana! – anunció alegremente.
- Está bien, Candy – la saludó el médico regordete con un ademán de mano.
- Y gracias por haberme dado un descanso prolongado para comer hoy…
- Por nada, Candy – asintió el hombre mientras aguardaba pacientemente a que la enfermera cerrara la puerta detrás de ella.
- ¡Adiós, Doctor! – reiteró con picardía la rubia volviendo a abrir la puerta con toda la malsana intención de hallarlo con las manos sobre la botella de whiskey. – No beba demasiado, Doctor – le advirtió apuntándolo con un dedo acusador para luego sí, abandonar por completo la Clínica Feliz, saludando a su paso a los niños que, agradecidos por las amables atenciones recibidas, aguardaban para ver a su enfermera favorita una vez más y desearle tuviera una buena tarde.
No había caminado dos pasos en el que era el camino a casa, cuando un hombre trajeado la sorprendió al descender de un lujoso automóvil dirigiéndose hacia ella.
- Discúlpeme, ¿es usted la señorita White? – le preguntó el recién llegado.
- Sí – respondió simplemente la rubia que, en realidad, ya moría de curiosidad por saber de qué se trataba aquello.
- Estoy aquí, señorita White, para decirle que un hombre quiere verla en secreto – le informó escueta y misteriosamente.
- ¿A mí?
- Correcto. Su nombre es Terruce.
- ¡Terruce! – repitió Candy abriendo los ojos como platos ante semejante revelación, tan consecuente con sus pensamientos de los últimos días. “¡Terry! Está aquí en Chicago para verme”, se decía internamente, intentando que su exterior no revelara el cúmulo de emociones que la simple mención del nombre de su amor le ocasionaba.
- ¿Puede venir conmigo, Señorita White? – cuestionó el hombre al cabo de unos instantes.
- Sí – respondió Candy en un respingo, quizás con voz algo más alta de lo necesario.
- Por aquí, por favor – le indicó con galantería, abriendo la portezuela trasera del vehículo al que la joven no hesitó un segundo más en abordar.
…………
El viaje hacia el destino donde Terry la esperaba, llevó un par de horas. Llegando hacia el final del recorrido, la luna llena se alzaba brillante, redonda y enorme sobre el cielo despejado y se reflejaba perezosamente sobre el majestuoso Lago Michigan, mientras que los pinos comenzaban a sucederse uno tras otro, señalando que hacía rato habían abandonado el área urbana. Era una noche de primavera sumamente agradable y el viento que ingresaba por la ventanilla golpeaba con suavidad las mejillas pecosas y alborotaba graciosamente los rizos indomables de su dueña que, lejos de disfrutar de las delicias del paisaje o la frescura del fragante aire, tenía la mente revuelta en un torbellino de pensamientos, sensaciones y emociones encontrados. “Terry…”, repetía el nombre del muchacho constantemente, como si fuera una plegaria. “Terry… yo pensé que todo había terminado entre nosotros. Creí que si lograba olvidarte todo iría bien. Pero tu corazón está conmigo y… ah, ¿por qué negarlo por más tiempo? El mío jamás ha dejado de estar contigo… Terry, mi amor… ¿Qué se supone que deba hacer con todo esto que siento? ¿Es que debo mantenerlo oculto aún cuando te vea y el alma me reclame volar directo a tus brazos? ¿Por qué? ¿Por qué estás aquí? Terry… oh, Terry…”.
- Hemos llegado, señorita White – anunció el conductor, arrancándola de sus cavilaciones. – El señor Terruce aguarda por usted en esa Villa – señaló luego de ayudarla a descender.
- Muchísimas gracias – masculló la rubia, sintiendo cómo el corazón se le encogía dentro del pecho al observar la casona elegante y oscura, cimentada en lo alto del risco. Sin embargo, no tuvo que hacer demasiado acopio de valor para lanzarse a correr raudamente en la dirección indicada. - ¡Terry! – gritó con aliento entrecortado al llegar ante la imponente puerta de roble macizo que aguardaba entornada. - ¡Terry! – volvió a llamar con la expectativa brotándole de cada uno de los poros de su piel al darse acceso a la gran sala. - ¡Terry! – clamó por tercera vez justo al tiempo en que un ruido a sus espaldas le indicaba que alguien había cerrado la puerta por ella. Con una amplia y genuina sonrisa de felicidad, volteó de un salto en dirección al sonido. - ¿Terry? – preguntó bajando finalmente el tono, sacudida por el estúpido temor de estar soñando y, quizás, despertar si hablaba demasiado fuerte.
- ¿Quién más podría ser, pequeña pecosa? – la suave, risueña y ¡tan amada! voz aterciopelada cumplió con el objetivo de devolverle el alma al cuerpo, al mismo tiempo que la gallarda y elegante figura de Terry salía de entre las sombras y se materializaba justo frente a sus ojos.
“Un príncipe caído. Terruce Graham, la nueva estrella, defrauda las expectativas de sus seguidores. Terry renuncia a su papel. Su paradero es desconocido”.
Las líneas del encabezado del periódico amarillista “The Scandal” se repetían una y otra vez en su memoria, atormentándola: “Él se alejó de mí y está perdido”, cavilaba constantemente, intentando en vano que la desesperación no hiciera presa de ella. “Debe estar sufriendo más de lo que yo sufro. ¡Oh, Terry! Escocia bajo el sol del verano… Terry era tan brillante… Oh, Terry, así como estás, tu sueño nunca se hará realidad”, pensaba dejando escapar algunas lágrimas de tristeza cuando su turno finalizaba y ella cambiaba sus ropas de trabajo, alistándose para partir. “Susana…”, continuaba mirándose al espejo, tratando de borrar el rastro de llanto de sus ojos y mejillas. “Ella es su novia… Aunque nuestro rompimiento lo torturó hasta que tuvo que irse, aún así Susana es su novia” suspiraba, medio convenciéndose pero a regañadientes, ajustándose por fin los lazos rosados que sostenían sus infaltables coletas a la vez que verificaba que los botones de su atuendo se encontraran correctamente abrochados.
Y la misma línea de pensamientos, se sucedía una y otra vez, a lo largo de todas y cada una de las rutinas que ejecutaba de manera automática, aunque, claro está, muchas veces se encontraba haciendo variaciones… enojándose con Terry y su falta de entereza y por no saber valorar su gran sacrificio al dejarlo a pesar de amarlo con toda el alma, sopesando la posibilidad de que Susana se hubiera hartado de lo que evidentemente había sido un comportamiento errático de su novio y lo hubiera dejado, preguntándose si en realidad había sido él quien había faltado a su palabra, pero, sobre todas las cosas, dos palabras “Paradero Desconocido”, le hacían un eco constante que no la dejaba en paz. “Terry, Terry… ¿dónde estás? ¿cómo estás? Dios, que esté bien, por favor… No dejes que nada malo le suceda… ¡Mocoso engreído! Si te llego a encontrar vas a tener que escuchar unas cuantas verdades…”.
- ¡Adiós, Doctor Martin! – al abandonar el pequeño privado y dirigirse hacia la salida, Candy con prontitud cambió su semblante abatido por su acostumbrada sonrisa vivaz. - ¡Lo veré mañana! – anunció alegremente.
- Está bien, Candy – la saludó el médico regordete con un ademán de mano.
- Y gracias por haberme dado un descanso prolongado para comer hoy…
- Por nada, Candy – asintió el hombre mientras aguardaba pacientemente a que la enfermera cerrara la puerta detrás de ella.
- ¡Adiós, Doctor! – reiteró con picardía la rubia volviendo a abrir la puerta con toda la malsana intención de hallarlo con las manos sobre la botella de whiskey. – No beba demasiado, Doctor – le advirtió apuntándolo con un dedo acusador para luego sí, abandonar por completo la Clínica Feliz, saludando a su paso a los niños que, agradecidos por las amables atenciones recibidas, aguardaban para ver a su enfermera favorita una vez más y desearle tuviera una buena tarde.
No había caminado dos pasos en el que era el camino a casa, cuando un hombre trajeado la sorprendió al descender de un lujoso automóvil dirigiéndose hacia ella.
- Discúlpeme, ¿es usted la señorita White? – le preguntó el recién llegado.
- Sí – respondió simplemente la rubia que, en realidad, ya moría de curiosidad por saber de qué se trataba aquello.
- Estoy aquí, señorita White, para decirle que un hombre quiere verla en secreto – le informó escueta y misteriosamente.
- ¿A mí?
- Correcto. Su nombre es Terruce.
- ¡Terruce! – repitió Candy abriendo los ojos como platos ante semejante revelación, tan consecuente con sus pensamientos de los últimos días. “¡Terry! Está aquí en Chicago para verme”, se decía internamente, intentando que su exterior no revelara el cúmulo de emociones que la simple mención del nombre de su amor le ocasionaba.
- ¿Puede venir conmigo, Señorita White? – cuestionó el hombre al cabo de unos instantes.
- Sí – respondió Candy en un respingo, quizás con voz algo más alta de lo necesario.
- Por aquí, por favor – le indicó con galantería, abriendo la portezuela trasera del vehículo al que la joven no hesitó un segundo más en abordar.
…………
El viaje hacia el destino donde Terry la esperaba, llevó un par de horas. Llegando hacia el final del recorrido, la luna llena se alzaba brillante, redonda y enorme sobre el cielo despejado y se reflejaba perezosamente sobre el majestuoso Lago Michigan, mientras que los pinos comenzaban a sucederse uno tras otro, señalando que hacía rato habían abandonado el área urbana. Era una noche de primavera sumamente agradable y el viento que ingresaba por la ventanilla golpeaba con suavidad las mejillas pecosas y alborotaba graciosamente los rizos indomables de su dueña que, lejos de disfrutar de las delicias del paisaje o la frescura del fragante aire, tenía la mente revuelta en un torbellino de pensamientos, sensaciones y emociones encontrados. “Terry…”, repetía el nombre del muchacho constantemente, como si fuera una plegaria. “Terry… yo pensé que todo había terminado entre nosotros. Creí que si lograba olvidarte todo iría bien. Pero tu corazón está conmigo y… ah, ¿por qué negarlo por más tiempo? El mío jamás ha dejado de estar contigo… Terry, mi amor… ¿Qué se supone que deba hacer con todo esto que siento? ¿Es que debo mantenerlo oculto aún cuando te vea y el alma me reclame volar directo a tus brazos? ¿Por qué? ¿Por qué estás aquí? Terry… oh, Terry…”.
- Hemos llegado, señorita White – anunció el conductor, arrancándola de sus cavilaciones. – El señor Terruce aguarda por usted en esa Villa – señaló luego de ayudarla a descender.
- Muchísimas gracias – masculló la rubia, sintiendo cómo el corazón se le encogía dentro del pecho al observar la casona elegante y oscura, cimentada en lo alto del risco. Sin embargo, no tuvo que hacer demasiado acopio de valor para lanzarse a correr raudamente en la dirección indicada. - ¡Terry! – gritó con aliento entrecortado al llegar ante la imponente puerta de roble macizo que aguardaba entornada. - ¡Terry! – volvió a llamar con la expectativa brotándole de cada uno de los poros de su piel al darse acceso a la gran sala. - ¡Terry! – clamó por tercera vez justo al tiempo en que un ruido a sus espaldas le indicaba que alguien había cerrado la puerta por ella. Con una amplia y genuina sonrisa de felicidad, volteó de un salto en dirección al sonido. - ¿Terry? – preguntó bajando finalmente el tono, sacudida por el estúpido temor de estar soñando y, quizás, despertar si hablaba demasiado fuerte.
- ¿Quién más podría ser, pequeña pecosa? – la suave, risueña y ¡tan amada! voz aterciopelada cumplió con el objetivo de devolverle el alma al cuerpo, al mismo tiempo que la gallarda y elegante figura de Terry salía de entre las sombras y se materializaba justo frente a sus ojos.