Hola!!! Nuevamente yo, trayéndoles el segundo capi de este mini. A todas las que me han regalado un ratito de su tiempo para leerme, MI ETERNO AGRADECIMIENTO!!
Acceso al capítulo 1: https://www.elainecandy.com/t21057-paradero-desconocido-capitulo-1-mini-terryfic-segundo-aporte-en-solitario-desde-argentina
***Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus respectivas autoras. Este fic es de mi autoría, producto de mi imaginación, creado únicamente a los fines de entretener y no de lucrar. ***
PARADERO DESCONOCIDO
Capítulo 2
Minific, desviación del Animé – Episodio 111 “Un atisbo de memoria”
Capítulo 2
Minific, desviación del Animé – Episodio 111 “Un atisbo de memoria”
El tiempo se detuvo. El mundo dejó de girar. Quizás para un mero expectador, el lapso que aquellos dos permanecieron mirándose a los ojos, seguramente fue solo un momento. Para ellos, representó la eternidad. Una eternidad que hubieran querido conservar para siempre, sin obligación de mirar hacia atrás… sin necesidad de vislumbrar el futuro y lo que él podría depararles. Sólo ellos dos, en un lugar aislado del mundo, con el resplandor de la luna colándose por la ventana como única y suficiente iluminación, perdiéndose en la intensidad de sus miradas colmadas de amor, en la calidez de sus sonrisas, en la efímera ilusión del reencuentro.
- Temía que no fueras a venir, Pecas – Terry fue quien rompió el íntimo silencio, pero utilizando un tono quedo, casi un murmullo, absolutamente renuente a dejar que el mágico momento se diluyera.
- ¿Cómo no iba a venir, Terry? – rió Candy. – Estaba tan preocupada por… - de repente, el tono de voz de la joven cambió por completo a la vez que el rostro se transfiguraba de la sublime alegría a la rabia absoluta. Después del alivio que le había representado verlo y saberlo a salvo, el inconmensurable peso de la angustia padecida durante días cayó sobre ella con fuerza devastadora. - ¡Eres un idiota! – chilló acortando de tres zancadas el espacio que los separaba y, así como llegó frente a él, le plantó una sonora bofetada en la mejilla. - ¡Idiota! ¡Engreído! ¡Patán desconsiderado! – continuó gritándole directamente a la cara mientras que él, a sabiendas de que bien merecido tenía todos esos insultos y más, permanecía impávido, observándola fijamente, dejándola que descargara toda la ira contenida. - ¿Cómo pudiste hacer una cosa semejante, Terruce? ¡¿Cómo pudiste?! ¿No pudiste siquiera pensar en lo que yo sentiría cuando me enterara de lo que sucedió? – siguió recriminándole, ahora con los ojos bañados en lágrimas a la vez que lo golpeaba débilmente con los puños en el pecho, sin percatarse de que, con cada palabra que emitía, más iba acercando su cuerpo a esa calidez que la atraía como un imán. - ¡Me tuviste con el alma pendiendo de un hilo desde que leí que tu paradero era desconocido! ¡Pensé que lo peor podría haberte sucedido! ¿Y luego te apareces así como si nada y jugando a los misterios? ¿Y Susana? – al momento de mencionar el nombre de quien los había separado irremediablemente, las recriminaciones se transformaron en un llanto histérico. – Susana es tu novia – clamó odiándose a sí misma por tener que poner esa triste verdad en palabras, dejando caer finalmente la cabeza sobre el pecho de Terry quien sin más dilaciones la rodeó con sus brazos y, apoyando el mentón sobre la rubia cabellera, la meció suavemente, como si fuera una niña, intentando consolarla. – Yo me alejé para que pudieras estar con ella y tú…
- Shhh, Candy – murmuró el muchacho apretándola con fuerza contra él. – Muchas cosas han cambiado, pecosa. Ya no llores y deja que te explique, por favor…
- El amor de Susana por ti no puede haber cambiado – lo contradijo, negando tozudamente con la cabeza enterrada en el pecho masculino. – Lo que ella hizo… - no pudo completar su sentencia porque otro ataque de llanto la tomó por asalto.
- Pecas, mi amor, espera – la instó con suavidad, alzándole el rostro para que lo viera a los ojos. – Tenemos mucho de qué hablar, pero para eso necesito que te calmes y me escuches, ¿crees que puedas hacerlo? – le sonrió con dulzura a la vez que le limpiaba las lágrimas que bañaban las mejillas pecosas.
- E… está bien – tartamudeó Candy hipando graciosamente.
- Así me gusta – Terry le dedicó su típica sonrisa de medio lado. – Ven conmigo – agregó obligándose a separarse de ella para tomarla de la mano y así resistir el apremiante deseo de besarla. Aun había demasiadas cosas por decir… quizás después…
- ¿Dónde me llevas? – musitó la rubia algo desconcertada, aunque sin oponer resistencia.
- Siempre he creído que nosotros dos nos entendemos mejor rodeados de naturaleza – explicó Terry mientras la conducía hacia uno de los enormes ventanales de vidrio repartido. – Y, teniendo en cuenta que las alturas nos favorecen aún más… – dejó su frase en suspenso y se hizo a un lado para que ella pudiera pasar al amplio balcón.
- Terry, esto es… bellísimo – suspiró Candy. Frente a ella se desplegaba un panorama único. Enclavada como estaba en la cima de un peñasco, desde donde estaban parados, la hermosa casona parecía flotar el lago Michigan. Mirara hacia donde mirara, se podía observar un paisaje lleno de encanto… a lo lejos y hacia la derecha, el gran centro de Chicago con sus imponentes edificios; al frente, la inmensidad interminable de las aguas calmas iluminadas por la luna; hacia la izquierda el vasto bosque de pinos que rodeaba la propiedad y, además, inundaba el aire primaveral con su inequívoco y penetrante aroma, y, sobre ellos, el cielo diáfano iluminado por millares de estrellas.
- Es una noche perfecta para hacer un picnic a la luz de la luna. ¿No te parece, Pecas? – sugirió el castaño a sus espaldas, luego de haberla dejado contemplar la inigualable postal por unos cuantos instantes.
- Lo es – asintió la rubia con una semisonrisa. – Si me hubieras avisado como corresponde, quizás hubiera podido preparar una canasta – bromeó.
- De eso me he encargado yo. Mira – pidió consiguiendo que Candy se girara a verlo con gesto de sorpresa.
Aturdida como estaba por el sinfín de emociones, al salir al balcón, la rubia no había notado que a un costado, muy cerca de la baranda donde ella se encontraba recargada, había una pequeña mesilla de jardín con una enorme canasta encima, una botella y dos finas copas.
- Sí que pensaste en todo, Terry.
- Claro que lo hice, Candy. El único detalle que se me escapó – agregó dibujando su pícara sonrisa – es el “recibimiento” que obtendría a cambio – refiriéndose al tremendo cachetazo que la rubia le había propinado y que aún le escocía en la mejilla.
- Oh – la pecosa bajó la vista, intentando esconder su avergonzado sonrojo. – Perdón por eso.
- No te preocupes por eso, amor. Supongo que me lo merecía – después de encogerse de hombros como para restarle importancia, se acercó a una de las sillas ubicadas junto a la mesilla y, apartándola de su sitio, extendió una mano a modo de invitación. - ¿Me acompañarás a cenar entonces, Candy?
………………..
El improvisado picnic fue disfrutado en lo que fue un cálido silencio, donde dejaron que las miradas hablaran por ellos. Ambos sabían que había demasiado por decir. Sin embargo y, tácitamente, acordaron una pequeña tregua. Esa noche sería una noche de muchas revelaciones y, seguramente, de grandes decisiones… y, fuera lo que fuera que el destino les tuviera deparado, al menos podrían quedarse con el bello recuerdo de aquel instante compartido.
Mas el tiempo no se detiene por nadie y tampoco lo haría por ellos. Así que, el “temido” momento de la verdad llegó, y esta vez fue Candy quien, haciendo a un lado la servilleta con mano temblorosa, se armó de valor para comenzar.
- ¿Vas a explicarme qué es lo que sucedió contigo, Terry? ¿Por qué desapareciste de esa manera? ¿Qué fue lo que pasó con Susana? Imagino que si yo estaba desesperada, ella…
- Sí, Candy – el actor la interrumpió. – Voy a contártelo todo. Pero sólo voy a pedirte un favor.
- Dime.
- Quítate de la mente todo lo que sabes o crees que sabes y escúchame. No todo es lo que parece. Especialmente, tratándose de Susana.
- Pero…
- Sólo escúchame y entenderás – le rogó por segunda vez, tomando la mano que ella tenía sobre la mesa, encapsulándola en la suya. - Esto que voy a contarte, no será fácil para mí, pero prometo decirte toda la verdad.
- Está bien – concedió la rubia, súbitamente electrizada por ese simple contacto y conmovida por la mirada que él le dedicaba.
- Bueno, verás, Candy… - Terry comenzó a hablar a la vez que le soltaba la mano y volvía a respaldarse en su silla. – Después de que nosotros… - carraspeó incómodo, intentando buscar una palabra que no sonara tan dramática – nos despedimos aquella noche en el hospital… yo, procuré hacer lo que habíamos acordado y bueno…
- Te quedaste con Susana – lo ayudó Candy, sintiendo que el alma se le partía en pedazos, más aún, al percatarse de lo difícil que esa suerte de confesión iba a ser para los dos.
- Sí. A las pocas semanas, debido a que mejoró notablemente, fue dada de alta y, por cuestiones de comodidad, terminé por mudarme a casa de su madre.
- Entiendo.
- Lo cierto es que, durante el tiempo que estuve conviviendo con ellas, la vida se tornó más difícil de lo que ya era de por sí. La señora Marlowe no dejaba de insistir en que debía comprometerme y casarme con Susana cuanto antes. Susana aparentaba no presionarme, pero se volvió tan dependiente y absorbente que yo sentía que pronto iba a dejar de respirar.
- Es que en su situación, es comprensible que…
- Espera, Candy. Me prometiste escuchar.
- Lo siento.
- A pesar de eso, me propuse cumplir con la promesa que te había hecho. Aún… - el peso del relato se había hecho tan insoportable, que el actor se puso de pie y, acercándose a la baranda del balcón, dejó escapar un largo suspiro. – el teatro era mi única vía de escape. Pero pronto eso también empezó a ajarse, como todo en mi interior y a mi alrededor.
- ¿Por qué, Terry? ¿Por qué dejaste el teatro? – Candy ya dejaba escapar lágrimas silenciosas, plenamente consciente del dolor que Terry transmitía a través de cada una de sus palabras.
- No creo que decir que dejé el teatro sea exacto, Pecas – Terry sonrió con amargura. – Más bien yo diría que fueron las musas las que me abandonaron o ¿yo las habré espantado? De cualquier manera, como si no hubiera tenido suficiente con haberte perdido, Susana y su madre no me daban siquiera un pequeño espacio como para poder… no lo sé… ¿llorarte? ¿entender qué es lo que había pasado? Era tanta, pero tanta la presión, que mis actuaciones decayeron y mi Romeo terminó siendo un fracaso… al igual que yo…
- No, Terry. ¡No digas eso! ¡Tú no eres un fracaso!
- Mi Pecas, siempre tan leal… Sólo que no todos piensan como tú, preciosa. Y pasados dos meses, el señor Hathaway decidió que ya había soportado lo suficiente y me despidió de la compañía.
- ¡Oh, Dios mío!
- Y allí no termina la historia. Cuando regresé y le conté a Susana lo sucedido, ella, simplemente me gritó a la cara que no se había sacrificado de esa manera para quedarse atada a un pobre tipo como yo. Que quizás podía soportar que no la quisiera por andar soñando contigo, pero que ¡jamás! toleraría estar junto a un muerto de hambre. Así que, en el mismo día, me quedé sin nada: sin trabajo, sin sueños, sin siquiera la posibilidad de cumplir con la promesa que te había hecho… y que era lo único que me mantenía unido a ti de alguna manera.
Nuevamente el silencio los envolvió. Él intentaba encontrar la manera de expresar lo que seguía. Ella pugnaba por procesar y darle algo de sentido a la información recién recibida. Finalmente, Candy se puso de pie y, sigilosa como un ratoncillo, se acercó a Terry quien no había dejado de aferrarse al barandal ni por un instante, y, con suma delicadeza, lo abrazó dejando descansar la cabeza sobre la ancha espalda.
- ¿Por qué no viniste enseguida, Terry? ¿Por qué no me buscaste?
- Porque no sabía qué hacer, Pecas… - respondió el castaño bajando una de sus grandes manos para acariciar las pequeñas que, después de haberse colado por su cintura, ahora descansaban sobre su abdomen. – Cuando Susana me echó de su casa, no puedo negar que sentí un gran alivio. Pero, a la vez, la desesperación por todo lo que había pasado también encontró espacio para hacerse presente. Así que volví a mi antiguo apartamento y no sé por cuántos días no salí de allí… - tomó una gran bocanada de aire antes de continuar. – De hecho, ni siquiera recuerdo demasiado bien qué es lo que sucedió en ese lapso. Lo último que sé es que, después de tocar la armónica que me regalaste por horas… el dolor no me abandonaba y encontré unas cuantas botellas de whiskey…
- Terry, ¡no! – lloriqueó la rubia comprendiendo a la perfección.
- Lo siento, Candy… pero juré decirte toda la verdad y no voy a callarme esto… Como te decía, desconozco cuanto tiempo pasé en ese estado lamentable. Hasta que una noche, me despertó, literalmente, un baldazo de agua fría – Terry sonrió cómicamente al recordar la bizarra escena.
- ¿Un baldazo? – respingó Candy aún aferrada a su espalda.
- Como lo oyes… y, ¿a que no sabes quien fue la responsable de tan poco digno despertar?
- No sé quien sea, pero recuérdame agradecérselo en cuanto la vea. ¿Quién tuvo esa brillante idea?
- Mi madre, por supuesto.
- ¡¿Tu madre?! – exclamó la rubia con los ojos desorbitados de la impresión. – Terry, ¿tu mamá? ¿Eleanor Baker? ¿Cómo es posible…?
- La hubieras visto – la risa de Terry reverberó en su pecho antes de hallar la salida al exterior, llenado el aire de la noche con su inigualable sonido. – Después de echarme el agua encima y en lo que yo intentaba saber qué diablos pasaba, la vi hecha una fiera… gritándome una sarta de barbaridades muy poco acordes a una dama y sin dejarme responder a nada porque ya me estaba dando con su bendito abanico en medio de la cabeza. Cuando se cansó de golpearme y decirme todo lo que quiso, creo que agregó algo así como que apestaba y, como niño regañado, me hizo meterme a la ducha.
- ¡No puedo creerlo! – las carcajadas de Candy acompañaron a las del actor. - ¿Y tú no te defendiste?
- ¡Temía por mi vida si lo intentaba!
- ¿Qué sucedió entonces?
- Después de hacerme tragar unos cuantos litros de café, me obligó a ir con ella a su casa… y allí es donde pasé el último mes. Nadie se enteró ni llegó a suponerlo. Imagino que es por eso lo de las noticias anunciando mi “paradero desconocido”.
- Creo que podré empezar a perdonarte eso… si me dices que por fin han terminado de limar asperezas con tu madre.
- Yo diría que ha sido mucho mejor que eso, Pecas… No temo al confesarte que nos hemos recuperado mutuamente.
- ¡Qué maravillosa noticia! ¡Soy tan feliz por ustedes!
- Y eso no es todo… de hecho, ha sido ella quien ha tenido mucho que ver con que esté aquí contigo esta noche…
- ¿Y eso?
- Esta casa… es de ella, Candy.
- Oh…
- Como lo oyes. Y, “casualmente”, mi madre tuvo la brillante y oportuna idea de venderla “de inmediato”, me dijo. Por supuesto, sus múltiples obligaciones no le permitían venir en persona, así que me confió el encargo. Entretanto, y mientras yo estoy aquí, ella se ha quedado en Nueva York intentando mover algunos de sus contactos para que… en caso de que decida regresar… pueda comenzar de nuevo en otra compañía teatral.
- ¡Me alegro tanto, Terry! – exclamó Candy sinceramente, aunque una pequeña espinita de angustia se clavó en su corazón por un momento. ¿Acaso Terry volvería a irse así sin más?
- Sabía que lo harías, Candy, y te lo agradezco. De hecho, ya he encontrado una persona muy interesada en la propiedad… sólo que esa persona depende de la respuesta de otra para decidirse por completo.
- ¿De verdad? ¿Es alguien conocido?
- Creo que sí, Pecosa. Es más, creo que tú conoces a esa persona más que nadie en el mundo.
- ¿De verdad? – la espinita de desesperanza, súbitamente comenzó a transformarse en una cálida ilusión al sospechar que… - ¿Puedo saber de quién se trata entonces?
- De mí.
- Oh… y… ¿de quién más depende tu decisión? – se animó a preguntar vacilante al tiempo que el actor, sin soltarle las manos para que no pudiera alejarse, comenzaba a girarse lentamente a fines de enfrentarla.
- De ti – le soltó sin miramientos una vez que pudo verla directamente a los ojos.
- ¿De mí? – Candy comenzó a temblar de expectativa. Sólo una vez había visto tal determinación en los ojos azul zafiro de Terry y, casualmente, había sido justamente aquella tarde en que habían compartido su único y catastrófico primer beso.
- Sí, señorita Pecas. Depende de ti y de la respuesta que le des a mi pregunta.
- ¿Que… q… qué pregunta? – tartamudeó sin poder evitarlo.
- Candice White… ¿te casarías conmigo?
- Temía que no fueras a venir, Pecas – Terry fue quien rompió el íntimo silencio, pero utilizando un tono quedo, casi un murmullo, absolutamente renuente a dejar que el mágico momento se diluyera.
- ¿Cómo no iba a venir, Terry? – rió Candy. – Estaba tan preocupada por… - de repente, el tono de voz de la joven cambió por completo a la vez que el rostro se transfiguraba de la sublime alegría a la rabia absoluta. Después del alivio que le había representado verlo y saberlo a salvo, el inconmensurable peso de la angustia padecida durante días cayó sobre ella con fuerza devastadora. - ¡Eres un idiota! – chilló acortando de tres zancadas el espacio que los separaba y, así como llegó frente a él, le plantó una sonora bofetada en la mejilla. - ¡Idiota! ¡Engreído! ¡Patán desconsiderado! – continuó gritándole directamente a la cara mientras que él, a sabiendas de que bien merecido tenía todos esos insultos y más, permanecía impávido, observándola fijamente, dejándola que descargara toda la ira contenida. - ¿Cómo pudiste hacer una cosa semejante, Terruce? ¡¿Cómo pudiste?! ¿No pudiste siquiera pensar en lo que yo sentiría cuando me enterara de lo que sucedió? – siguió recriminándole, ahora con los ojos bañados en lágrimas a la vez que lo golpeaba débilmente con los puños en el pecho, sin percatarse de que, con cada palabra que emitía, más iba acercando su cuerpo a esa calidez que la atraía como un imán. - ¡Me tuviste con el alma pendiendo de un hilo desde que leí que tu paradero era desconocido! ¡Pensé que lo peor podría haberte sucedido! ¿Y luego te apareces así como si nada y jugando a los misterios? ¿Y Susana? – al momento de mencionar el nombre de quien los había separado irremediablemente, las recriminaciones se transformaron en un llanto histérico. – Susana es tu novia – clamó odiándose a sí misma por tener que poner esa triste verdad en palabras, dejando caer finalmente la cabeza sobre el pecho de Terry quien sin más dilaciones la rodeó con sus brazos y, apoyando el mentón sobre la rubia cabellera, la meció suavemente, como si fuera una niña, intentando consolarla. – Yo me alejé para que pudieras estar con ella y tú…
- Shhh, Candy – murmuró el muchacho apretándola con fuerza contra él. – Muchas cosas han cambiado, pecosa. Ya no llores y deja que te explique, por favor…
- El amor de Susana por ti no puede haber cambiado – lo contradijo, negando tozudamente con la cabeza enterrada en el pecho masculino. – Lo que ella hizo… - no pudo completar su sentencia porque otro ataque de llanto la tomó por asalto.
- Pecas, mi amor, espera – la instó con suavidad, alzándole el rostro para que lo viera a los ojos. – Tenemos mucho de qué hablar, pero para eso necesito que te calmes y me escuches, ¿crees que puedas hacerlo? – le sonrió con dulzura a la vez que le limpiaba las lágrimas que bañaban las mejillas pecosas.
- E… está bien – tartamudeó Candy hipando graciosamente.
- Así me gusta – Terry le dedicó su típica sonrisa de medio lado. – Ven conmigo – agregó obligándose a separarse de ella para tomarla de la mano y así resistir el apremiante deseo de besarla. Aun había demasiadas cosas por decir… quizás después…
- ¿Dónde me llevas? – musitó la rubia algo desconcertada, aunque sin oponer resistencia.
- Siempre he creído que nosotros dos nos entendemos mejor rodeados de naturaleza – explicó Terry mientras la conducía hacia uno de los enormes ventanales de vidrio repartido. – Y, teniendo en cuenta que las alturas nos favorecen aún más… – dejó su frase en suspenso y se hizo a un lado para que ella pudiera pasar al amplio balcón.
- Terry, esto es… bellísimo – suspiró Candy. Frente a ella se desplegaba un panorama único. Enclavada como estaba en la cima de un peñasco, desde donde estaban parados, la hermosa casona parecía flotar el lago Michigan. Mirara hacia donde mirara, se podía observar un paisaje lleno de encanto… a lo lejos y hacia la derecha, el gran centro de Chicago con sus imponentes edificios; al frente, la inmensidad interminable de las aguas calmas iluminadas por la luna; hacia la izquierda el vasto bosque de pinos que rodeaba la propiedad y, además, inundaba el aire primaveral con su inequívoco y penetrante aroma, y, sobre ellos, el cielo diáfano iluminado por millares de estrellas.
- Es una noche perfecta para hacer un picnic a la luz de la luna. ¿No te parece, Pecas? – sugirió el castaño a sus espaldas, luego de haberla dejado contemplar la inigualable postal por unos cuantos instantes.
- Lo es – asintió la rubia con una semisonrisa. – Si me hubieras avisado como corresponde, quizás hubiera podido preparar una canasta – bromeó.
- De eso me he encargado yo. Mira – pidió consiguiendo que Candy se girara a verlo con gesto de sorpresa.
Aturdida como estaba por el sinfín de emociones, al salir al balcón, la rubia no había notado que a un costado, muy cerca de la baranda donde ella se encontraba recargada, había una pequeña mesilla de jardín con una enorme canasta encima, una botella y dos finas copas.
- Sí que pensaste en todo, Terry.
- Claro que lo hice, Candy. El único detalle que se me escapó – agregó dibujando su pícara sonrisa – es el “recibimiento” que obtendría a cambio – refiriéndose al tremendo cachetazo que la rubia le había propinado y que aún le escocía en la mejilla.
- Oh – la pecosa bajó la vista, intentando esconder su avergonzado sonrojo. – Perdón por eso.
- No te preocupes por eso, amor. Supongo que me lo merecía – después de encogerse de hombros como para restarle importancia, se acercó a una de las sillas ubicadas junto a la mesilla y, apartándola de su sitio, extendió una mano a modo de invitación. - ¿Me acompañarás a cenar entonces, Candy?
………………..
El improvisado picnic fue disfrutado en lo que fue un cálido silencio, donde dejaron que las miradas hablaran por ellos. Ambos sabían que había demasiado por decir. Sin embargo y, tácitamente, acordaron una pequeña tregua. Esa noche sería una noche de muchas revelaciones y, seguramente, de grandes decisiones… y, fuera lo que fuera que el destino les tuviera deparado, al menos podrían quedarse con el bello recuerdo de aquel instante compartido.
Mas el tiempo no se detiene por nadie y tampoco lo haría por ellos. Así que, el “temido” momento de la verdad llegó, y esta vez fue Candy quien, haciendo a un lado la servilleta con mano temblorosa, se armó de valor para comenzar.
- ¿Vas a explicarme qué es lo que sucedió contigo, Terry? ¿Por qué desapareciste de esa manera? ¿Qué fue lo que pasó con Susana? Imagino que si yo estaba desesperada, ella…
- Sí, Candy – el actor la interrumpió. – Voy a contártelo todo. Pero sólo voy a pedirte un favor.
- Dime.
- Quítate de la mente todo lo que sabes o crees que sabes y escúchame. No todo es lo que parece. Especialmente, tratándose de Susana.
- Pero…
- Sólo escúchame y entenderás – le rogó por segunda vez, tomando la mano que ella tenía sobre la mesa, encapsulándola en la suya. - Esto que voy a contarte, no será fácil para mí, pero prometo decirte toda la verdad.
- Está bien – concedió la rubia, súbitamente electrizada por ese simple contacto y conmovida por la mirada que él le dedicaba.
- Bueno, verás, Candy… - Terry comenzó a hablar a la vez que le soltaba la mano y volvía a respaldarse en su silla. – Después de que nosotros… - carraspeó incómodo, intentando buscar una palabra que no sonara tan dramática – nos despedimos aquella noche en el hospital… yo, procuré hacer lo que habíamos acordado y bueno…
- Te quedaste con Susana – lo ayudó Candy, sintiendo que el alma se le partía en pedazos, más aún, al percatarse de lo difícil que esa suerte de confesión iba a ser para los dos.
- Sí. A las pocas semanas, debido a que mejoró notablemente, fue dada de alta y, por cuestiones de comodidad, terminé por mudarme a casa de su madre.
- Entiendo.
- Lo cierto es que, durante el tiempo que estuve conviviendo con ellas, la vida se tornó más difícil de lo que ya era de por sí. La señora Marlowe no dejaba de insistir en que debía comprometerme y casarme con Susana cuanto antes. Susana aparentaba no presionarme, pero se volvió tan dependiente y absorbente que yo sentía que pronto iba a dejar de respirar.
- Es que en su situación, es comprensible que…
- Espera, Candy. Me prometiste escuchar.
- Lo siento.
- A pesar de eso, me propuse cumplir con la promesa que te había hecho. Aún… - el peso del relato se había hecho tan insoportable, que el actor se puso de pie y, acercándose a la baranda del balcón, dejó escapar un largo suspiro. – el teatro era mi única vía de escape. Pero pronto eso también empezó a ajarse, como todo en mi interior y a mi alrededor.
- ¿Por qué, Terry? ¿Por qué dejaste el teatro? – Candy ya dejaba escapar lágrimas silenciosas, plenamente consciente del dolor que Terry transmitía a través de cada una de sus palabras.
- No creo que decir que dejé el teatro sea exacto, Pecas – Terry sonrió con amargura. – Más bien yo diría que fueron las musas las que me abandonaron o ¿yo las habré espantado? De cualquier manera, como si no hubiera tenido suficiente con haberte perdido, Susana y su madre no me daban siquiera un pequeño espacio como para poder… no lo sé… ¿llorarte? ¿entender qué es lo que había pasado? Era tanta, pero tanta la presión, que mis actuaciones decayeron y mi Romeo terminó siendo un fracaso… al igual que yo…
- No, Terry. ¡No digas eso! ¡Tú no eres un fracaso!
- Mi Pecas, siempre tan leal… Sólo que no todos piensan como tú, preciosa. Y pasados dos meses, el señor Hathaway decidió que ya había soportado lo suficiente y me despidió de la compañía.
- ¡Oh, Dios mío!
- Y allí no termina la historia. Cuando regresé y le conté a Susana lo sucedido, ella, simplemente me gritó a la cara que no se había sacrificado de esa manera para quedarse atada a un pobre tipo como yo. Que quizás podía soportar que no la quisiera por andar soñando contigo, pero que ¡jamás! toleraría estar junto a un muerto de hambre. Así que, en el mismo día, me quedé sin nada: sin trabajo, sin sueños, sin siquiera la posibilidad de cumplir con la promesa que te había hecho… y que era lo único que me mantenía unido a ti de alguna manera.
Nuevamente el silencio los envolvió. Él intentaba encontrar la manera de expresar lo que seguía. Ella pugnaba por procesar y darle algo de sentido a la información recién recibida. Finalmente, Candy se puso de pie y, sigilosa como un ratoncillo, se acercó a Terry quien no había dejado de aferrarse al barandal ni por un instante, y, con suma delicadeza, lo abrazó dejando descansar la cabeza sobre la ancha espalda.
- ¿Por qué no viniste enseguida, Terry? ¿Por qué no me buscaste?
- Porque no sabía qué hacer, Pecas… - respondió el castaño bajando una de sus grandes manos para acariciar las pequeñas que, después de haberse colado por su cintura, ahora descansaban sobre su abdomen. – Cuando Susana me echó de su casa, no puedo negar que sentí un gran alivio. Pero, a la vez, la desesperación por todo lo que había pasado también encontró espacio para hacerse presente. Así que volví a mi antiguo apartamento y no sé por cuántos días no salí de allí… - tomó una gran bocanada de aire antes de continuar. – De hecho, ni siquiera recuerdo demasiado bien qué es lo que sucedió en ese lapso. Lo último que sé es que, después de tocar la armónica que me regalaste por horas… el dolor no me abandonaba y encontré unas cuantas botellas de whiskey…
- Terry, ¡no! – lloriqueó la rubia comprendiendo a la perfección.
- Lo siento, Candy… pero juré decirte toda la verdad y no voy a callarme esto… Como te decía, desconozco cuanto tiempo pasé en ese estado lamentable. Hasta que una noche, me despertó, literalmente, un baldazo de agua fría – Terry sonrió cómicamente al recordar la bizarra escena.
- ¿Un baldazo? – respingó Candy aún aferrada a su espalda.
- Como lo oyes… y, ¿a que no sabes quien fue la responsable de tan poco digno despertar?
- No sé quien sea, pero recuérdame agradecérselo en cuanto la vea. ¿Quién tuvo esa brillante idea?
- Mi madre, por supuesto.
- ¡¿Tu madre?! – exclamó la rubia con los ojos desorbitados de la impresión. – Terry, ¿tu mamá? ¿Eleanor Baker? ¿Cómo es posible…?
- La hubieras visto – la risa de Terry reverberó en su pecho antes de hallar la salida al exterior, llenado el aire de la noche con su inigualable sonido. – Después de echarme el agua encima y en lo que yo intentaba saber qué diablos pasaba, la vi hecha una fiera… gritándome una sarta de barbaridades muy poco acordes a una dama y sin dejarme responder a nada porque ya me estaba dando con su bendito abanico en medio de la cabeza. Cuando se cansó de golpearme y decirme todo lo que quiso, creo que agregó algo así como que apestaba y, como niño regañado, me hizo meterme a la ducha.
- ¡No puedo creerlo! – las carcajadas de Candy acompañaron a las del actor. - ¿Y tú no te defendiste?
- ¡Temía por mi vida si lo intentaba!
- ¿Qué sucedió entonces?
- Después de hacerme tragar unos cuantos litros de café, me obligó a ir con ella a su casa… y allí es donde pasé el último mes. Nadie se enteró ni llegó a suponerlo. Imagino que es por eso lo de las noticias anunciando mi “paradero desconocido”.
- Creo que podré empezar a perdonarte eso… si me dices que por fin han terminado de limar asperezas con tu madre.
- Yo diría que ha sido mucho mejor que eso, Pecas… No temo al confesarte que nos hemos recuperado mutuamente.
- ¡Qué maravillosa noticia! ¡Soy tan feliz por ustedes!
- Y eso no es todo… de hecho, ha sido ella quien ha tenido mucho que ver con que esté aquí contigo esta noche…
- ¿Y eso?
- Esta casa… es de ella, Candy.
- Oh…
- Como lo oyes. Y, “casualmente”, mi madre tuvo la brillante y oportuna idea de venderla “de inmediato”, me dijo. Por supuesto, sus múltiples obligaciones no le permitían venir en persona, así que me confió el encargo. Entretanto, y mientras yo estoy aquí, ella se ha quedado en Nueva York intentando mover algunos de sus contactos para que… en caso de que decida regresar… pueda comenzar de nuevo en otra compañía teatral.
- ¡Me alegro tanto, Terry! – exclamó Candy sinceramente, aunque una pequeña espinita de angustia se clavó en su corazón por un momento. ¿Acaso Terry volvería a irse así sin más?
- Sabía que lo harías, Candy, y te lo agradezco. De hecho, ya he encontrado una persona muy interesada en la propiedad… sólo que esa persona depende de la respuesta de otra para decidirse por completo.
- ¿De verdad? ¿Es alguien conocido?
- Creo que sí, Pecosa. Es más, creo que tú conoces a esa persona más que nadie en el mundo.
- ¿De verdad? – la espinita de desesperanza, súbitamente comenzó a transformarse en una cálida ilusión al sospechar que… - ¿Puedo saber de quién se trata entonces?
- De mí.
- Oh… y… ¿de quién más depende tu decisión? – se animó a preguntar vacilante al tiempo que el actor, sin soltarle las manos para que no pudiera alejarse, comenzaba a girarse lentamente a fines de enfrentarla.
- De ti – le soltó sin miramientos una vez que pudo verla directamente a los ojos.
- ¿De mí? – Candy comenzó a temblar de expectativa. Sólo una vez había visto tal determinación en los ojos azul zafiro de Terry y, casualmente, había sido justamente aquella tarde en que habían compartido su único y catastrófico primer beso.
- Sí, señorita Pecas. Depende de ti y de la respuesta que le des a mi pregunta.
- ¿Que… q… qué pregunta? – tartamudeó sin poder evitarlo.
- Candice White… ¿te casarías conmigo?
Acceso al capítulo 1: https://www.elainecandy.com/t21057-paradero-desconocido-capitulo-1-mini-terryfic-segundo-aporte-en-solitario-desde-argentina
Última edición por Milser el Vie Abr 15, 2016 5:17 pm, editado 1 vez