Respondiendo al reto de "Terrylocas", dejo un microfic que salió en media horita. No casé a Stear conmigo, porque pensé que sería más lindo verlo con Patty; y pues porque no existe el pobre chavo, jajaja...
De nuevo utilizo como escenario París, una ciudad que me encanta y que pronto voy a visitar de nuevo. Estoy muy contenta por la forma en que conseguí el viajecito... haré un set para celebrar! :)
EN UN CLIN D’ŒIL
(Es una frase en francés que significa “en un pis pás”, “en un abrir y cerrar de ojos”).
París
Llevaban viviendo juntos ¿cuatro, cinco años? La verdad, la vida al lado de Patricia es tan divertida y apacible, que el tiempo pasa enseguida. Él es conocido por su despiste a ambos lados del Atlántico; pero jamás podrá olvidar aquella noche en que ella aceptó ir a vivir con él.
Cada día que amanece a su lado, con el ambiente del dormitorio impregnado en la dulce fragancia de ella, le hace dar gracias al cielo por esa nueva oportunidad. Y lo invade, además del amor, una sensación de remordimiento y pena. Siente remordimiento por aquellos hombres a los que la ametralladora Lewis de su Nieuport 11 arrancó de este mundo, privándoles de cualquier pizca de felicidad; al llevarse sus vidas con las ráfagas. Siente pena de haberles quitado la vida y las ilusiones a tantos hombres como él, le duele la idea de que tal vez esté viviendo una vida que no le corresponde. Y ese remordimiento lo lleva a tener ocasionales periodos depresivos y recurrentes pesadillas.
-Non! Non! ¡Atrás, vienen con el lanzallamas! Aidez-moi! S'il vous plaît!
Y a pesar de sus gritos y pataleos inconscientes, y de estar sumido en el abismo de la pesadilla en alguna infame trinchera de Verdún o el Somme; las tiernas manos y las dulces palabras de su hermosa Patricia logran atravesar la espesura del sueño; brindándole consuelo genuino preñado de amor.
-Ya, cariño… Stear, cielo, ya pasó. Estás en casa, conmigo…
Dulces besos en la frente sudorosa del castaño, y ese olor tan familiar; lo traen de vuelta a la realidad. Siente repulsión de sí mismo, ¡carajo! ¡él tendría que ser el que acunara en sus brazos a Patricia! Pero no, hélo ahí, temblando convulsivamente, con los ojos arrasados en lágrimas; reducido a un guiñapo. Un desecho humano que ni siquiera le ha ofrecido la respetabilidad y protección del matrimonio; pero es que simplemente no se siente digno y no se arma de valor. Aunque es consciente de que esa situación perjudica socialmente a Patricia, y el círculo vicioso de remordimiento-amor-pena se repite sin parar.
Pueden pasar unos minutos o una hora, él no lo sabe; aunque al final, el resultado es siempre el mismo: los tiernos mimos de su chica lo sacan de ese infierno que, gracias a Dios, poco a poco se va desvaneciendo. La pesadilla y el terror se disuelven entre besos con sabor a sal, por las lágrimas; convirtiéndose en bienestar puro que desemboca en el éxtasis de hacer el amor como un acto de entrega y expiación que aunque Stear intente hacerlo con ternura; siempre lleva cierta dosis de ansiosa desesperación; como si aferrarse a las deliciosas carnes de Patty fuese el bendito pecio de un naufragio que le mantiene con vida.
Pero los remordimientos vuelven por la mañana. Tras asearse y afeitarse, Alistair arrastra los pies hasta la pequeña mesa de la cocina de su apartamento parisino, donde suelen desayunar. Mira a Patricia con esos preciosos ojos castaños teñidos de pena; pidiéndole silenciosamente disculpas.
Sólo que, al parecer, Patricia es irreductible al desaliento. A pesar de ser un hombre arruinado física y emocionalmente, ella le mira con sus bellísimos ojos color miel sin huella de reclamo. Risueña, sonriente, dulce, imposible Patty. ¿Cómo no amarla como lo hace? Pero no la merece.
Y como si lo hubiera adivinado, Patty sirve las tostadas de desayuno para ambos, el café, la mantequilla; se sienta a su lado y tomándole las manos se las besa con ternura en aquellas cicatrices que no logran afearlas; para a continuación hablar.
-No pasa nada, Stear. Estoy bien, de verdad.
-¿No te hice daño, cielo? –pregunta Stear con un hilo de voz - Quizás debería irme un tiempo, a Chicago… para curarme y ser un mejor hombre para ti... De hecho... no te culparía si encuentras a otro hombre mejor...
Patricia frunce el ceño, y con una mirada borrosa por las lágrimas, aprieta más esas bellas manos de Stear, de dedos largos y cicatrices que surcan el vello castaño; que cada noche la acarician con tanto amor.
-Moriría si te fueras de mí otra vez –dijo con absoluta convicción. –Yo te quiero tal y como eres ahora: eres el resultado de un hombre que ha vivido, sufrido y madurado. Nadie es perfecto, y yo te prefiero así. Con tus cicatrices, con tu alma rota en proceso de curación; eres mi Stear.
-¿S…soy tu Stear?
-Sí, mío… -dijo mirándole con fiero amor. –Eres mío desde aquel baile en que perdimos las gafas. Eras mío en mis sueños, en mis anhelos, en mis deseos de morir para unirme contigo; cuando nos dijeron que habías muerto. Y no quiero perderte de nuevo.
Rebuscó en el bolsillo de su delantal, sacó un pequeño estuche del que extrajo un sencillo anillo y lo puso en la maltrecha mano de él.
-No será Notrê Dame, pero en este pequeño lugar, que ha sido nuestro santuario de confidencias, te hago la promesa de un amor eterno.
-P…Patricia…
-Déjame hablar… Yo sé que ahora piensas que no mereces nada, ni siquiera mi amor. –Stear respingó sorprendido, era increíble cómo Patty podía leer sus pensamientos -Pero yo te digo que no me importa, que juntos lo superaremos. El amor no es sólo sonrisas y cursilerías: es trabajar duro por el bienestar de los dos, por salir adelante de los problemas, vivir las alegrías y las penas cogidos de la mano.
Los temblores involuntarios volvieron inoportunamente al maltratado cuerpo de Stear. Maldición, justo cuando quería mostrarse fuerte y decidido.
-¿De verdad quieres esta mierda de hombre? ¿Y si nunca puedo escapar de mi pasado? ¿Y si un día te cansas de mi... desorden mental?
-Jamás ocurrirá. Quiero que seas mi compañero, mi amante, mi mejor amigo; el padre de mis hijos. Te amo, cásate conmigo, Stear.
El condecorado veterano de guerra se rompió y, arrojándose a los cálidos brazos de Patricia que tan bien se amoldaban a su cuerpo, sollozó inconteniblemente.
-¡T..te amo, Patricia! ¡No podría vivir sin ti…!
Con los ojos arrasados en lágrimas, ella responde haciendo reír a ambos.
-Alors, mon coeur... creo que eso es un sí, ¿verdad?
Sin decir palabra, volvieron a hacer el amor ahí, en la silla de la cocina. Después, se vistieron de nuevo y salieron a la soleada mañana parisina; plagada de encantadores locales donde vendían crêpes, cafés gourmet y vinos selectos; hasta llegar al juzgado de distrito. Y así, sin más ceremonia, se casaron. Ya arreglarían el papeleo en la embajada; y lo más difícil, lidiarían con las familias de ambos; que seguramente se enfadarían por su impulso matrimonial.
Pero es que ellos no necesitaban una boda suntuosa ni llena de gente, necesitaban intimidad y anonimato al nivel de no conocer siquiera a los testigos de su boda; a quienes después invitaron a un vermout en la boulangerie frente al juzgado. Ni siquiera han pensado en una luna de miel, les da igual. Cualquier camino que tomen de París -dentro o fuera de la ciudad- ofrece suficiente romanticismo y belleza para disfrutar en pareja.
No, no necesitan una boda de "cuento de hadas", porque para ellos, la riqueza de su enlace estaba en sus corazones: en la promesa de un futuro lleno de amor, comprensión y felicidad.
FIN
Última edición por MorenetaC el Jue Abr 28, 2016 10:08 am, editado 2 veces