La boda de mis sueños.
Soy difícil de entender porque soy una mar de confusiones. Tránsito entre el romanticismo y la incredulidad.
Soy antisocial, amante feroz de mi soledad (ésta me permite ser libre de elegir a donde voy, con quien estoy, a que hora me levanto o si me quedo todo el día en cama, si quiero salir o no, si llego o no a casa, si ando desnuda por la habitación o camino con pies descalzos.
Mi soledad me permite estar conmigo misma, conocerme más, ser egoísta y mimarme, disponer de mi tiempo como mejor me plazca, para disfrutar de mi libertad.
Soy una eterna rebelde, tengo problemas con las figuras autoritarias, con la injusticia, la hipocresía y con los viejos roles; soy sensible y continuamente estoy en la Luna, soy torpemente distraída, seguido me pasan los accidentes más disparatados.
Amo las cosas sencillas de la vida, el viento que roza mi cara, el sol, la lluvia, la sonrisa espontánea de un desconocido, la inocencia de un niño, el cálido tacto del amante, un beso tierno…mirar hacia el cielo, descubrir las estrellas.
Y reconozco que tengo fallas, soy impaciente, obsesiva y no tolero las mentiras; tengo fobias que no puedo entender: le tengo pavor infernal a las tormentas y miedos muchos.
Tengo el mal hábito de decir siempre lo que pienso, lo que me molesta, y sin embargo, me cuesta decir: Te amo
Y entonces, llegó él...
Sencillamente exacto a lo que siempre soñé, con su cautivadora sonrisa, sus mirada colmada de nostalgia… me enamoré por completo. Y no es sólo por su atractivo físico, que no es de despreciar, sino por todo lo que él simboliza, LIBERTAD.
Así, que esa tarde cuando me pidió fuera su esposa, titubeé un poco, pues él conocía sobre mí alergia a todo lo relacionado con el matrimonio, por lo que mi reacción fue muy cruda y violenta:
-Querida, ¿Quieres casarte conmigo?- Del modo tradicional como se hacen están peticiones, cena romántica, luz de velas y anillo de compromiso.
-¿DÉ QUÉ HABLAS?- hubiera huido de allí, sino fuera porque él, me sujetaba delicadamente de las manos.
-Casémonos, ¿Quieres, cariño?- Insistente.
-¡NOOOOOOOOOOOOOO!- alzando el tono de mi voz y atrayendo la mirada de los curiosos.
Antes de abandonar aquel lugar, donde él, había fincado sus esperanzas, le miré por última vez, sus hermosos ojos azules, lucían dolorosamente intensos y colmados de profunda tristeza, le había roto el corazón.
-Lo siento Albert- Alcancé a decirle al punto del llanto y cobardemente, huí.
***
Transcurrió un semana, no tuve el valor de enfrentarle y darle una explicación, pero lo extrañaba a morir, y este sentimiento tan nuevo en mí, me desconcertaba.
Lo amaba, pero tenía miedo al compromiso, a aceptar ese falso convencionalismo legaloide llamado matrimonio.
Y entonces, mi corazón me urgió verle, oírle, no lo pensé más, fui a su encuentro:
-¡Albert! Cariño, perdóname- Me lancé a sus brazos, ahora el desconcertado era él- Albert, ¿Por qué lo hechas a perder?-
-¿Hechar a perder, qué linda?- Aún sin salir de su sorpresa, por un lado lo había rechazado y ahora, le buscaba.
-¿Acaso no lo sabes? ¡Te amo! Y no te exijo un compromiso a largo plazo o algo formal, eso jamás ha pasado por mi mente, te quiero sin ataduras, sin compromisos, libre…Quiero estar a tu lado, compartir la vida.
Una florecilla silvestre en mi cabellera, fue nuestro sello de compromiso; la magnanimidad de la madre naturaleza, nuestro salón de bodas; las aves trinando su canto de libertad, nuestra melodía; su tierna mirada nuestra bendición y un beso, sello nuestro juramento de amor.
-¡Te amo Albert Andrew, y acepto!
Soy difícil de entender porque soy una mar de confusiones. Tránsito entre el romanticismo y la incredulidad.
Soy antisocial, amante feroz de mi soledad (ésta me permite ser libre de elegir a donde voy, con quien estoy, a que hora me levanto o si me quedo todo el día en cama, si quiero salir o no, si llego o no a casa, si ando desnuda por la habitación o camino con pies descalzos.
Mi soledad me permite estar conmigo misma, conocerme más, ser egoísta y mimarme, disponer de mi tiempo como mejor me plazca, para disfrutar de mi libertad.
Soy una eterna rebelde, tengo problemas con las figuras autoritarias, con la injusticia, la hipocresía y con los viejos roles; soy sensible y continuamente estoy en la Luna, soy torpemente distraída, seguido me pasan los accidentes más disparatados.
Amo las cosas sencillas de la vida, el viento que roza mi cara, el sol, la lluvia, la sonrisa espontánea de un desconocido, la inocencia de un niño, el cálido tacto del amante, un beso tierno…mirar hacia el cielo, descubrir las estrellas.
Y reconozco que tengo fallas, soy impaciente, obsesiva y no tolero las mentiras; tengo fobias que no puedo entender: le tengo pavor infernal a las tormentas y miedos muchos.
Tengo el mal hábito de decir siempre lo que pienso, lo que me molesta, y sin embargo, me cuesta decir: Te amo
Y entonces, llegó él...
Sencillamente exacto a lo que siempre soñé, con su cautivadora sonrisa, sus mirada colmada de nostalgia… me enamoré por completo. Y no es sólo por su atractivo físico, que no es de despreciar, sino por todo lo que él simboliza, LIBERTAD.
Así, que esa tarde cuando me pidió fuera su esposa, titubeé un poco, pues él conocía sobre mí alergia a todo lo relacionado con el matrimonio, por lo que mi reacción fue muy cruda y violenta:
-Querida, ¿Quieres casarte conmigo?- Del modo tradicional como se hacen están peticiones, cena romántica, luz de velas y anillo de compromiso.
-¿DÉ QUÉ HABLAS?- hubiera huido de allí, sino fuera porque él, me sujetaba delicadamente de las manos.
-Casémonos, ¿Quieres, cariño?- Insistente.
-¡NOOOOOOOOOOOOOO!- alzando el tono de mi voz y atrayendo la mirada de los curiosos.
Antes de abandonar aquel lugar, donde él, había fincado sus esperanzas, le miré por última vez, sus hermosos ojos azules, lucían dolorosamente intensos y colmados de profunda tristeza, le había roto el corazón.
-Lo siento Albert- Alcancé a decirle al punto del llanto y cobardemente, huí.
***
Transcurrió un semana, no tuve el valor de enfrentarle y darle una explicación, pero lo extrañaba a morir, y este sentimiento tan nuevo en mí, me desconcertaba.
Lo amaba, pero tenía miedo al compromiso, a aceptar ese falso convencionalismo legaloide llamado matrimonio.
Y entonces, mi corazón me urgió verle, oírle, no lo pensé más, fui a su encuentro:
-¡Albert! Cariño, perdóname- Me lancé a sus brazos, ahora el desconcertado era él- Albert, ¿Por qué lo hechas a perder?-
-¿Hechar a perder, qué linda?- Aún sin salir de su sorpresa, por un lado lo había rechazado y ahora, le buscaba.
-¿Acaso no lo sabes? ¡Te amo! Y no te exijo un compromiso a largo plazo o algo formal, eso jamás ha pasado por mi mente, te quiero sin ataduras, sin compromisos, libre…Quiero estar a tu lado, compartir la vida.
Una florecilla silvestre en mi cabellera, fue nuestro sello de compromiso; la magnanimidad de la madre naturaleza, nuestro salón de bodas; las aves trinando su canto de libertad, nuestra melodía; su tierna mirada nuestra bendición y un beso, sello nuestro juramento de amor.
-¡Te amo Albert Andrew, y acepto!