CAPÍTULO 4
Chicago, Illinois, abril de 1924
No era la primera vez, que se enfrentaba a una situación como esa.
Candy y la soledad, eran como dos viejas amigas. Ambas se conocían desde siempre y se llevaban muy bien; no deseaban, encontrarse con frecuencia, pero cuando lo hacían, disfrutaban estando juntas.
Estar sola, no era ningún castigo, quizás para otras personas era muy duro enfrentarse a la soledad, pero para Candy no era así.
Dios sabía que lo que ella necesitaba, era permanecer aislada... Lejos de todo el peligro que representaba, estar con las demás reclusas. No le interesaba si la de celda de aislamiento, era pequeña y oscura, ni tampoco le importaba si la castigaban sin proporcionarle comida. Ya nada podía desilusionarla.
No se arrepentía de haber peleado con Archer, aquella mujer la tenía harta, llevaba prácticamente un mes, intentando cazarla ¿Por qué habría de arrepentirse, por ponerla en su lugar? No... Jamás se arrepentiría de haberla golpeado.
Aún le dolían las palmas de sus manos, y también sentía incomodidad en ambos brazos; el empeño que le puso aquellos golpes fue extremo, físicamente estaba agotada, pero al final eso tampoco le importaba.
Estaba muy enojada con Archer... ¿Cómo se atrevía hacerle esa clase de preguntas? ¿Quién se creía que era?
Candy tenía muchas ganas de llorar, sin embargo, no lo hizo...
Respiró hondo y después exhaló el aire contenido, lo hizo varias veces, hasta que logró tranquilizarse.
Terry le había hablado de las técnicas de relajación que él empleaba, antes de enfrentarse al público y una de esas técnicas, era la de la respiración, él le enseñó ese truco, el día en el que ellos, anunciaron su compromiso. Aquella ocasión, ella estaba muy nerviosa, por tener que enfrentar a invitados, familia y miembros de la prensa.
—Aprendí muchas cosas contigo, Terrence... —murmuró la rubia, al tiempo que tomaba asiento sobre la pequeña cama, que había en la celda.
"Siempre que te sientas nerviosa, respira profundo y luego libera todo el aire que respiraste, hazlo dos o tres veces más, te aseguro que te relajarás y te sentirás mucho mejor..."
Por supuesto, esa no era la única cosa, que había aprendido con él... Y Candy, no pudo evitar retomar el tema, por el cuál estaba allí, castigada.
"Seguramente, sigues siendo virgen..." le dijo Archer, burlándose.
La joven Andley no se ofendió con esa frase... Porque era cierto, ella aún conservaba su virginidad. Quizás era un bicho raro, por mantenerse de esa forma, pero esa era una decisión personal, por la que no permitiría que se le juzgara.
Claro, tampoco quería decir que porque era virgen, no sabía nada sobre lo que pasaba entre hombres y mujeres, cuándo ambos estaban a solas... Hasta ese momento, sabía suficiente sobre el tema y todo eso se lo había enseñado Terry.
—Sí sé lo que se siente estar con él... —declaró con una sonrisa triunfante, recordando las veces en las que Terry y ella, le daban rienda suelta a sus instintos. Esas ocasiones en las que él, deslizaba con suavidad los dedos de su mano, sobre la parte más íntima de ella, y le regalaba caricias hasta hacerla agonizar de placer.
Terry la hacía sentirse mujer, aún y cuando no la tomara por completo. Ante todo él era un caballero y siempre llegaban hasta donde ella quería.
Ambos estaban de acuerdo en que las cosas tenían que ir despacio, relativamente tenían poco tiempo de haber retomado su relación y ninguno quería sentirse incomodo por tomar decisiones apresuradas.
Candy sacudió su cabeza y luego intentó borrar aquellos recuerdos, pero no pudo hacer nada para olvidarlos. En su mente solo estaban: Terry y las ganas que tenía de volver a verlo y tenerlo junto a ella. Esperaba que él ya no estuviera tan enojado y que no se fuera de Chicago... Pues no soportaría perderlo de nuevo.
La rubia ignoraba que el muchacho, estaba justamente llegando a la penitenciaria y que inclusive, estaba dispuesto a cometer un delito, para tener la oportunidad de verla.
—Señor Grandchester... ¿Sabía usted que sobornar a las autoridades, está considerado como un delito? —le preguntó una experimentada y severa voz
—Sí... Lo sé perfectamente —respondió Terry, observando a Malcolm Gibson, el viejo abogado de la familia Andley—. Sin embargo, estoy dispuesto arriesgarme.
—No comulgo con esa idea, ya se lo dije a William. Yo no soy de ese tipo de abogado... La Señorita Candice, está acusada de un delito muy grave y cualquier movimiento en falso, podría perjudicarla —el hombre ajustó su gafas y en tono más tranquilo añadió—. Nuestra conducta, puede prestarse a malos entendidos y hemos trabajado tanto en el caso, que odiaría pensar en podemos arruinar las cosas… Sé que ustedes están desesperados, pero los procesos judiciales, suelen caminar con lentitud, sobre todo, cuando los únicos testigos del caso, están desaparecidos.
—Lo felicito por ser tan recto, se lo digo sinceramente... Pero no le estoy pidiendo que ayude a Candice a fugarse... Señor Gibson, solamente le estoy pidiendo una visita.
—Usted ya tuvo una visita ayer... —contestó el abogado.
Terry le dirigió una mirada, de aquellas que fulminaban y el hombre, negando con la cabeza, respondió:
—Está bien, entremos y hablemos con el alcaide, pero por favor, seamos discretos, que el soborno sea nuestra última opción... Ayer, William ya cometió la aberración de seguirle el juego, pero nosotros no nos adelantemos, quizás la sola presencia de usted, sirva para convencerle de otorgarle la visita.
—Bien, no se preocupe, yo sabré cómo actuar ante él.
Clive Swanson, era un individuo, considerado como un hombre honorable, y un ejemplo para toda la comunidad. Su ocupación, le había dado todo el prestigio que poseía. Alcaide, en la penitenciaria femenil, ese no era un puesto fácil de desempeñar y todo mundo se lo reconocía.
Pero no todo lo que brilla es oro. Como cualquier hombre poderoso, también guardaba "pequeños secretos" y muchos ignoraban que dentro de su trabajo, había una delgada línea entre el bien y el mal, la cuál tenía que enfrentar a diario. Al principio, él era capaz discernir entre ambas opciones... Pero con los años, aprendió a permanecer en el lado de la opción que más le convenía.
La familia Andley era una familia poderosa, y "entenderse" con ellos, era lo mejor que le pudo pasar. No temía represalias, porque tanto él, como ellos habían pecado, era más que obvio que ninguno trataría de hacerse daño.
Como era de esperarse, Terry hizo uso de su gala actoral para caerle bien al patético Señor Swanson. El talentoso joven, logró captar su atención de inmediato. Sin embargo no obtuvo el éxito que él esperaba.
—Señor Grandchester, es un honor tenerlo aquí, créame, yo le admiro mucho... Y por ende, me encantaría ayudarlo... —expresó el alcaide—. Sin embargo, me temo que en esta ocasión, no podré prestarle mi ayuda... ¿Sabe usted? La señorita Andley, está confinada en el área de aislamiento, y es imposible que salga de allí.
"Área de aislamiento"
Esas tres palabras sacudieron el alma de Terry y también la del viejo abogado.
— ¿Por qué está en esa área? —preguntó Malcolm, con evidente sorpresa.
Clive rió sin poder evitarlo y contestó:
—La joven, sostuvo una pelea con otra de las reclusas… Sé que suena alarmante, pero esas cosas pasan todo el tiempo.
Terry se sintió desconcertado al escuchar tremenda declaración, pero a pesar de sentirse así, no permitió que su voz lo delatara y cuando habló de nuevo, lo hizo con seguridad:
— ¿Cuándo saldrá de allí? ¿Podré visitarla, entonces?
—Estará allí por un par de días... —Clive le miró con atención y le dijo—. Estaré muy complacido de concederle una visita, cuando ella salga de allí... Por ahora, lo único que puedo hacer, es permitir que Malcolm hable con ella... Los abogados tienen visitas sin restricción... Así que puedo ayudarle de esa forma.
—Entonces, eso haremos, señor... —respondió el abogado—. Muchas gracias por su tiempo.
Malcolm no tardó en sacar a Terry de aquella oficina, pues no quería que permanecieran allí más tiempo, Clive Swanson le provocaba asco.
—Solicitaré la visita... —dijo Gibson.
— ¿Usted podría entregarle a Candice, alguna nota o algo así?
El abogado resopló con fastidio y contestó:
—Puedo, pero no debo... —puntualizó frunciendo el ceño—. Claro que si con eso usted va tranquilizarse y va dejarme en paz, entonces sí, se la entregaré...
Terry esbozó una sonrisa triunfante y de inmediato expresó:
—Vaya tramitar esa visita... Yo le esperaré aquí y escribiré la nota.
—Usted sí que está loco —murmuró Malcolm, mirando al joven, cuya sonrisa le demostró que se encontraba tan contento, que no estaba interesado en sus juicios.
Neal Leagan, nunca fue valiente...
Toda su vida, huyó de sus responsabilidades, y se escondió muy bien, para que nadie descubriera las aberraciones que cometía. Se ocultaba de sus padres y de la gente mayor, los engañaba a todos sin piedad y al final, salía triunfante.
"Eres un cobarde"
Le gritaron a la cara, casi todos sus conocidos. A él nunca le importó que lo enjuiciaran y que hablaran mal de él, era tan ególatra que no le interesaban las opiniones de los demás. Sin embargo en esos momentos, ya no quería ser el mismo chico del pasado.
Ya no deseaba ser señalado y juzgado por ser incapaz de enfrentar, el resultado de sus malas decisiones.
—Dime Neal… ¿Qué estás dispuesto a perder? —le preguntó Albert, mientras le observaba fijamente, indicándole que quería que fuera honesto con él.
—Yo ya no puedo perder más, de lo que ya he perdido —fue la respuesta del muchacho.
—Si tú declaras a favor de Candy, perderás tu libertad... ¿Eres consciente de eso?
El moreno, pasó saliva con dificultad y después, respondió:
—Sí... Yo ya lo sé
— ¿Y aún así, quieres ir a la comisaría?
—No puedo seguir viviendo de esta forma... No me concentro en nada, porque sé que Candy y mi hermana, necesitan que yo haga hable —Neal le sostuvo la mirada a su tío y después agregó—. Sé que usted no cree en mis palabras, pero tiene que entender que las personas cambian, yo he cambiado y si no fui directo a la comisaria, es porque quiero entablar un acuerdo con ustedes.
—No sabes cuán feliz me hace saber eso... —le contestó el rubio—. No te preocupes, Neal, llegaremos a un acuerdo que nos beneficie a los dos…
Albert, observó a George y éste, entendió que debía darle paso al abogado, quien aguardaba fuera del despacho, caminando de un lado a otro, deseando entrar a la oficina de Albert.
—Licenciado... Solicitan su presencia —le comunicó George, al abogado de Neal, quién de inmediato ingresó a la oficina.
Archie, que también había estado afuera del despacho de Albert, quiso saber:
— ¿Puedo entrar, yo también?
—No, joven Archie... Lo lamento, pero no puede ingresar ahora.
El joven Cornwell, apretó su mandíbula con enojo y nuevamente tomó asiento sobre el sillón. A George, le parecía estar viendo al niño de hacía algunos años, ese mismo chiquillo, que siempre le reñía porque no se hacía lo que él deseaba.
— ¿Por qué no? George... Yo también estoy metido, en esto... ¡Demonios! ¡Candy es mi familia!
—Esa es una decisión que tomó su tío abuelo... Ni siquiera yo puedo estar presente, mientras ellos entablan el acuerdo… Lo lamento.
Archie no cambió su ceñudo gesto y sin decir nada, se quedó allí, esperando a que Neal saliera y le diera una explicación cara a cara.
*~*~*~*~*
Candy apenas podía creer que el abogado, estuviera violando las leyes del lugar, el Señor Gibson era tan estricto, que le parecía increíble lo que hacía…
—Lea con cuidado esos documentos, Señorita Andley —le indicó él, dándole a entender que le daría tiempo suficiente, para leer el recado.
Candy era revisada al salir y después, al entrar, nuevamente la revisaban. Así que no podía llevarse dicha nota. Si quería enterarse del contenido, tendría que leerla allí mismo.
Sé que éste no es el medio ideal, para decirte esto... Pero de alguna forma, tienes que saber que estoy muy apenado contigo... Perdóname, por favor... Yo no deseaba que la visita de ayer, terminara de esa forma... Sé que una disculpa así, suena ridícula, pero francamente no puedo decirlo de otra forma... Te amo, Candy… Y ya cuento los días, para volver, a verte.
Los ojos de Candy, se llenaron de lágrimas, y con discreción retiró aquellas, que se atrevieron a salir y deslizarse por sus mejillas.
— ¿Está bien., Señorita Andley? —preguntó el abogado.
—Estoy muy bien, no se preocupe.
— ¿Quiere mandarle algún recado al Señor Grandchester?
Candy le miró emocionada, y después afirmó con su cabeza.
—Solamente dígale que leí su nota y que hablaremos después.
—Quiero informarle, que el alcaide en persona, me ha dado a conocer que usted, podrá recibir visitas, en cuanto salga del área de aislamiento.
— ¡Cuánto me alegro!
—Y yo me alegro por usted…
— ¿Aún no encuentra información sobre el hombre que le describí
?
El abogado, hizo un movimiento de cabeza, para confirmar que ya tenía la información.
—Tenemos un nombre… Pero de nada nos sirve, si Neal Leagan no aparece, para que él declare a nuestro favor. No se preocupe, Señorita Andley, hemos vigilado cada uno de los movimientos fe ese joven, y ya reunimos evidencia, pero volvemos a lo mismo, necesitamos al Señor Leagan.
—Entiendo… No le diga nada a Albert, ni a mi prometido… Sígamos como hasta hoy… No quiero que se preocupen.
—No les diré nada.
El viejo Gibson le sonrió y después comenzó a ordenar los documentos que había sacado de su portafolio.
“¡Andley!”
Le gritaron con autoridad. Y entonces, ella supo que el tiempo había terminado.
—La veré pronto señorita y por favor, trate de no meterse en problemas.
—Gracias por todo, Señor Gibson —Candy se levantó de su asiento y agregó—. No se preocupe, no me meteré en problemas.
Terry no podía soportarlo… Tenía ganas de tomar el cuello de ese individuo, y apretarlo hasta que dejara de respirar.
Lo detestaba, tal y como jamás odió a ninguna otra persona.
“No pierdas la cabeza…”
Le advirtió Albert, en cuanto supo que enfrentaría al joven Leagan.
“Piensa en Candy y en lo mucho que ella necesita que Neal esté a salvo”
—Puedes golpearme, si eso es lo que quieres… —expresó Leagan con voz temblorosa.
—No quiero golpearte, Neal… —le dijo Terry, colocándose frente a él—. ¡Lo que yo deseo es desollarte vivo!
Neal retrocedió unos pasos y Terry acortó nuevamente la distancia entre ellos.
—No fue mi intención, dañar a Candy… Yo…
— ¡No insultes mi inteligencia Neal! ¡No te atrevas hacerlo! Ella está encerrada ¡Por tu maldita culpa! —exclamó el castaño actor.
— ¡Yo no planee que fuera así! ¡Yo solo quería salvar a mi hermana! Dios Santo ¿Qué más quieres de mí?
—Ya no me interesa lo que hiciste, o lo que pensaste en hacer —expresó Terry, en un tono más relajado—. Lo único que deseo de ti, es que vayas a la comisaría y hables… Quiero que saques a Candy de la penitenciaría y que le permitas ser feliz... Borra todos tus errores y permite que ella, viva en paz
Por mucho tiempo, Neal le deseó el peor de los males a Candy. Lo hizo así, porque ella no aceptó casarse con él. La repudió hasta que se cansó y juró nunca dejarla alcanzar la felicidad.
Aquél sueño de antaño, se había vuelto real, finalmente tenía a Candy donde quería tenerla. Ella estaba sometida y rendida a sus pies, pero él ni siquiera lo estaba disfrutando.
No estaba satisfecho con lo que tenía, porque estaba en deuda con ella… Y lo único que podía hacer, era devolverle el favor.
Esa tarde, después de hablar con Terrence, Neal Leagan salió de la mansión de los Andley y caminó hasta su casa.
Una vez allí, subió a la habitación de su hermana y platicó con ella, le dio a conocer sus planes, sin saber si Elisa lo entendía o no.
Al final, cuando la tarde comenzaba a caer, él salió de su hogar y se dirigió directo a la comisaría.
Estaba listo para saldar la deuda que tenía con la mujer, a la que aún amaba y la cuál, merecía tener de vuelta su libertad.
Continuará…
No era la primera vez, que se enfrentaba a una situación como esa.
Candy y la soledad, eran como dos viejas amigas. Ambas se conocían desde siempre y se llevaban muy bien; no deseaban, encontrarse con frecuencia, pero cuando lo hacían, disfrutaban estando juntas.
Estar sola, no era ningún castigo, quizás para otras personas era muy duro enfrentarse a la soledad, pero para Candy no era así.
Dios sabía que lo que ella necesitaba, era permanecer aislada... Lejos de todo el peligro que representaba, estar con las demás reclusas. No le interesaba si la de celda de aislamiento, era pequeña y oscura, ni tampoco le importaba si la castigaban sin proporcionarle comida. Ya nada podía desilusionarla.
No se arrepentía de haber peleado con Archer, aquella mujer la tenía harta, llevaba prácticamente un mes, intentando cazarla ¿Por qué habría de arrepentirse, por ponerla en su lugar? No... Jamás se arrepentiría de haberla golpeado.
Aún le dolían las palmas de sus manos, y también sentía incomodidad en ambos brazos; el empeño que le puso aquellos golpes fue extremo, físicamente estaba agotada, pero al final eso tampoco le importaba.
Estaba muy enojada con Archer... ¿Cómo se atrevía hacerle esa clase de preguntas? ¿Quién se creía que era?
Candy tenía muchas ganas de llorar, sin embargo, no lo hizo...
Respiró hondo y después exhaló el aire contenido, lo hizo varias veces, hasta que logró tranquilizarse.
Terry le había hablado de las técnicas de relajación que él empleaba, antes de enfrentarse al público y una de esas técnicas, era la de la respiración, él le enseñó ese truco, el día en el que ellos, anunciaron su compromiso. Aquella ocasión, ella estaba muy nerviosa, por tener que enfrentar a invitados, familia y miembros de la prensa.
—Aprendí muchas cosas contigo, Terrence... —murmuró la rubia, al tiempo que tomaba asiento sobre la pequeña cama, que había en la celda.
"Siempre que te sientas nerviosa, respira profundo y luego libera todo el aire que respiraste, hazlo dos o tres veces más, te aseguro que te relajarás y te sentirás mucho mejor..."
Por supuesto, esa no era la única cosa, que había aprendido con él... Y Candy, no pudo evitar retomar el tema, por el cuál estaba allí, castigada.
"Seguramente, sigues siendo virgen..." le dijo Archer, burlándose.
La joven Andley no se ofendió con esa frase... Porque era cierto, ella aún conservaba su virginidad. Quizás era un bicho raro, por mantenerse de esa forma, pero esa era una decisión personal, por la que no permitiría que se le juzgara.
Claro, tampoco quería decir que porque era virgen, no sabía nada sobre lo que pasaba entre hombres y mujeres, cuándo ambos estaban a solas... Hasta ese momento, sabía suficiente sobre el tema y todo eso se lo había enseñado Terry.
—Sí sé lo que se siente estar con él... —declaró con una sonrisa triunfante, recordando las veces en las que Terry y ella, le daban rienda suelta a sus instintos. Esas ocasiones en las que él, deslizaba con suavidad los dedos de su mano, sobre la parte más íntima de ella, y le regalaba caricias hasta hacerla agonizar de placer.
Terry la hacía sentirse mujer, aún y cuando no la tomara por completo. Ante todo él era un caballero y siempre llegaban hasta donde ella quería.
Ambos estaban de acuerdo en que las cosas tenían que ir despacio, relativamente tenían poco tiempo de haber retomado su relación y ninguno quería sentirse incomodo por tomar decisiones apresuradas.
Candy sacudió su cabeza y luego intentó borrar aquellos recuerdos, pero no pudo hacer nada para olvidarlos. En su mente solo estaban: Terry y las ganas que tenía de volver a verlo y tenerlo junto a ella. Esperaba que él ya no estuviera tan enojado y que no se fuera de Chicago... Pues no soportaría perderlo de nuevo.
La rubia ignoraba que el muchacho, estaba justamente llegando a la penitenciaria y que inclusive, estaba dispuesto a cometer un delito, para tener la oportunidad de verla.
*~*~*~*~*
—Señor Grandchester... ¿Sabía usted que sobornar a las autoridades, está considerado como un delito? —le preguntó una experimentada y severa voz
—Sí... Lo sé perfectamente —respondió Terry, observando a Malcolm Gibson, el viejo abogado de la familia Andley—. Sin embargo, estoy dispuesto arriesgarme.
—No comulgo con esa idea, ya se lo dije a William. Yo no soy de ese tipo de abogado... La Señorita Candice, está acusada de un delito muy grave y cualquier movimiento en falso, podría perjudicarla —el hombre ajustó su gafas y en tono más tranquilo añadió—. Nuestra conducta, puede prestarse a malos entendidos y hemos trabajado tanto en el caso, que odiaría pensar en podemos arruinar las cosas… Sé que ustedes están desesperados, pero los procesos judiciales, suelen caminar con lentitud, sobre todo, cuando los únicos testigos del caso, están desaparecidos.
—Lo felicito por ser tan recto, se lo digo sinceramente... Pero no le estoy pidiendo que ayude a Candice a fugarse... Señor Gibson, solamente le estoy pidiendo una visita.
—Usted ya tuvo una visita ayer... —contestó el abogado.
Terry le dirigió una mirada, de aquellas que fulminaban y el hombre, negando con la cabeza, respondió:
—Está bien, entremos y hablemos con el alcaide, pero por favor, seamos discretos, que el soborno sea nuestra última opción... Ayer, William ya cometió la aberración de seguirle el juego, pero nosotros no nos adelantemos, quizás la sola presencia de usted, sirva para convencerle de otorgarle la visita.
—Bien, no se preocupe, yo sabré cómo actuar ante él.
Clive Swanson, era un individuo, considerado como un hombre honorable, y un ejemplo para toda la comunidad. Su ocupación, le había dado todo el prestigio que poseía. Alcaide, en la penitenciaria femenil, ese no era un puesto fácil de desempeñar y todo mundo se lo reconocía.
Pero no todo lo que brilla es oro. Como cualquier hombre poderoso, también guardaba "pequeños secretos" y muchos ignoraban que dentro de su trabajo, había una delgada línea entre el bien y el mal, la cuál tenía que enfrentar a diario. Al principio, él era capaz discernir entre ambas opciones... Pero con los años, aprendió a permanecer en el lado de la opción que más le convenía.
La familia Andley era una familia poderosa, y "entenderse" con ellos, era lo mejor que le pudo pasar. No temía represalias, porque tanto él, como ellos habían pecado, era más que obvio que ninguno trataría de hacerse daño.
Como era de esperarse, Terry hizo uso de su gala actoral para caerle bien al patético Señor Swanson. El talentoso joven, logró captar su atención de inmediato. Sin embargo no obtuvo el éxito que él esperaba.
—Señor Grandchester, es un honor tenerlo aquí, créame, yo le admiro mucho... Y por ende, me encantaría ayudarlo... —expresó el alcaide—. Sin embargo, me temo que en esta ocasión, no podré prestarle mi ayuda... ¿Sabe usted? La señorita Andley, está confinada en el área de aislamiento, y es imposible que salga de allí.
"Área de aislamiento"
Esas tres palabras sacudieron el alma de Terry y también la del viejo abogado.
— ¿Por qué está en esa área? —preguntó Malcolm, con evidente sorpresa.
Clive rió sin poder evitarlo y contestó:
—La joven, sostuvo una pelea con otra de las reclusas… Sé que suena alarmante, pero esas cosas pasan todo el tiempo.
Terry se sintió desconcertado al escuchar tremenda declaración, pero a pesar de sentirse así, no permitió que su voz lo delatara y cuando habló de nuevo, lo hizo con seguridad:
— ¿Cuándo saldrá de allí? ¿Podré visitarla, entonces?
—Estará allí por un par de días... —Clive le miró con atención y le dijo—. Estaré muy complacido de concederle una visita, cuando ella salga de allí... Por ahora, lo único que puedo hacer, es permitir que Malcolm hable con ella... Los abogados tienen visitas sin restricción... Así que puedo ayudarle de esa forma.
—Entonces, eso haremos, señor... —respondió el abogado—. Muchas gracias por su tiempo.
Malcolm no tardó en sacar a Terry de aquella oficina, pues no quería que permanecieran allí más tiempo, Clive Swanson le provocaba asco.
—Solicitaré la visita... —dijo Gibson.
— ¿Usted podría entregarle a Candice, alguna nota o algo así?
El abogado resopló con fastidio y contestó:
—Puedo, pero no debo... —puntualizó frunciendo el ceño—. Claro que si con eso usted va tranquilizarse y va dejarme en paz, entonces sí, se la entregaré...
Terry esbozó una sonrisa triunfante y de inmediato expresó:
—Vaya tramitar esa visita... Yo le esperaré aquí y escribiré la nota.
—Usted sí que está loco —murmuró Malcolm, mirando al joven, cuya sonrisa le demostró que se encontraba tan contento, que no estaba interesado en sus juicios.
*~*~*~*~*
Neal Leagan, nunca fue valiente...
Toda su vida, huyó de sus responsabilidades, y se escondió muy bien, para que nadie descubriera las aberraciones que cometía. Se ocultaba de sus padres y de la gente mayor, los engañaba a todos sin piedad y al final, salía triunfante.
"Eres un cobarde"
Le gritaron a la cara, casi todos sus conocidos. A él nunca le importó que lo enjuiciaran y que hablaran mal de él, era tan ególatra que no le interesaban las opiniones de los demás. Sin embargo en esos momentos, ya no quería ser el mismo chico del pasado.
Ya no deseaba ser señalado y juzgado por ser incapaz de enfrentar, el resultado de sus malas decisiones.
—Dime Neal… ¿Qué estás dispuesto a perder? —le preguntó Albert, mientras le observaba fijamente, indicándole que quería que fuera honesto con él.
—Yo ya no puedo perder más, de lo que ya he perdido —fue la respuesta del muchacho.
—Si tú declaras a favor de Candy, perderás tu libertad... ¿Eres consciente de eso?
El moreno, pasó saliva con dificultad y después, respondió:
—Sí... Yo ya lo sé
— ¿Y aún así, quieres ir a la comisaría?
—No puedo seguir viviendo de esta forma... No me concentro en nada, porque sé que Candy y mi hermana, necesitan que yo haga hable —Neal le sostuvo la mirada a su tío y después agregó—. Sé que usted no cree en mis palabras, pero tiene que entender que las personas cambian, yo he cambiado y si no fui directo a la comisaria, es porque quiero entablar un acuerdo con ustedes.
—No sabes cuán feliz me hace saber eso... —le contestó el rubio—. No te preocupes, Neal, llegaremos a un acuerdo que nos beneficie a los dos…
Albert, observó a George y éste, entendió que debía darle paso al abogado, quien aguardaba fuera del despacho, caminando de un lado a otro, deseando entrar a la oficina de Albert.
—Licenciado... Solicitan su presencia —le comunicó George, al abogado de Neal, quién de inmediato ingresó a la oficina.
Archie, que también había estado afuera del despacho de Albert, quiso saber:
— ¿Puedo entrar, yo también?
—No, joven Archie... Lo lamento, pero no puede ingresar ahora.
El joven Cornwell, apretó su mandíbula con enojo y nuevamente tomó asiento sobre el sillón. A George, le parecía estar viendo al niño de hacía algunos años, ese mismo chiquillo, que siempre le reñía porque no se hacía lo que él deseaba.
— ¿Por qué no? George... Yo también estoy metido, en esto... ¡Demonios! ¡Candy es mi familia!
—Esa es una decisión que tomó su tío abuelo... Ni siquiera yo puedo estar presente, mientras ellos entablan el acuerdo… Lo lamento.
Archie no cambió su ceñudo gesto y sin decir nada, se quedó allí, esperando a que Neal saliera y le diera una explicación cara a cara.
*~*~*~*~*
Candy apenas podía creer que el abogado, estuviera violando las leyes del lugar, el Señor Gibson era tan estricto, que le parecía increíble lo que hacía…
—Lea con cuidado esos documentos, Señorita Andley —le indicó él, dándole a entender que le daría tiempo suficiente, para leer el recado.
Candy era revisada al salir y después, al entrar, nuevamente la revisaban. Así que no podía llevarse dicha nota. Si quería enterarse del contenido, tendría que leerla allí mismo.
Sé que éste no es el medio ideal, para decirte esto... Pero de alguna forma, tienes que saber que estoy muy apenado contigo... Perdóname, por favor... Yo no deseaba que la visita de ayer, terminara de esa forma... Sé que una disculpa así, suena ridícula, pero francamente no puedo decirlo de otra forma... Te amo, Candy… Y ya cuento los días, para volver, a verte.
Los ojos de Candy, se llenaron de lágrimas, y con discreción retiró aquellas, que se atrevieron a salir y deslizarse por sus mejillas.
— ¿Está bien., Señorita Andley? —preguntó el abogado.
—Estoy muy bien, no se preocupe.
— ¿Quiere mandarle algún recado al Señor Grandchester?
Candy le miró emocionada, y después afirmó con su cabeza.
—Solamente dígale que leí su nota y que hablaremos después.
—Quiero informarle, que el alcaide en persona, me ha dado a conocer que usted, podrá recibir visitas, en cuanto salga del área de aislamiento.
— ¡Cuánto me alegro!
—Y yo me alegro por usted…
— ¿Aún no encuentra información sobre el hombre que le describí
?
El abogado, hizo un movimiento de cabeza, para confirmar que ya tenía la información.
—Tenemos un nombre… Pero de nada nos sirve, si Neal Leagan no aparece, para que él declare a nuestro favor. No se preocupe, Señorita Andley, hemos vigilado cada uno de los movimientos fe ese joven, y ya reunimos evidencia, pero volvemos a lo mismo, necesitamos al Señor Leagan.
—Entiendo… No le diga nada a Albert, ni a mi prometido… Sígamos como hasta hoy… No quiero que se preocupen.
—No les diré nada.
El viejo Gibson le sonrió y después comenzó a ordenar los documentos que había sacado de su portafolio.
“¡Andley!”
Le gritaron con autoridad. Y entonces, ella supo que el tiempo había terminado.
—La veré pronto señorita y por favor, trate de no meterse en problemas.
—Gracias por todo, Señor Gibson —Candy se levantó de su asiento y agregó—. No se preocupe, no me meteré en problemas.
*~*~*~*~*
Terry no podía soportarlo… Tenía ganas de tomar el cuello de ese individuo, y apretarlo hasta que dejara de respirar.
Lo detestaba, tal y como jamás odió a ninguna otra persona.
“No pierdas la cabeza…”
Le advirtió Albert, en cuanto supo que enfrentaría al joven Leagan.
“Piensa en Candy y en lo mucho que ella necesita que Neal esté a salvo”
—Puedes golpearme, si eso es lo que quieres… —expresó Leagan con voz temblorosa.
—No quiero golpearte, Neal… —le dijo Terry, colocándose frente a él—. ¡Lo que yo deseo es desollarte vivo!
Neal retrocedió unos pasos y Terry acortó nuevamente la distancia entre ellos.
—No fue mi intención, dañar a Candy… Yo…
— ¡No insultes mi inteligencia Neal! ¡No te atrevas hacerlo! Ella está encerrada ¡Por tu maldita culpa! —exclamó el castaño actor.
— ¡Yo no planee que fuera así! ¡Yo solo quería salvar a mi hermana! Dios Santo ¿Qué más quieres de mí?
—Ya no me interesa lo que hiciste, o lo que pensaste en hacer —expresó Terry, en un tono más relajado—. Lo único que deseo de ti, es que vayas a la comisaría y hables… Quiero que saques a Candy de la penitenciaría y que le permitas ser feliz... Borra todos tus errores y permite que ella, viva en paz
Por mucho tiempo, Neal le deseó el peor de los males a Candy. Lo hizo así, porque ella no aceptó casarse con él. La repudió hasta que se cansó y juró nunca dejarla alcanzar la felicidad.
Aquél sueño de antaño, se había vuelto real, finalmente tenía a Candy donde quería tenerla. Ella estaba sometida y rendida a sus pies, pero él ni siquiera lo estaba disfrutando.
No estaba satisfecho con lo que tenía, porque estaba en deuda con ella… Y lo único que podía hacer, era devolverle el favor.
Esa tarde, después de hablar con Terrence, Neal Leagan salió de la mansión de los Andley y caminó hasta su casa.
Una vez allí, subió a la habitación de su hermana y platicó con ella, le dio a conocer sus planes, sin saber si Elisa lo entendía o no.
Al final, cuando la tarde comenzaba a caer, él salió de su hogar y se dirigió directo a la comisaría.
Estaba listo para saldar la deuda que tenía con la mujer, a la que aún amaba y la cuál, merecía tener de vuelta su libertad.
Continuará…
¡Gracias por leer! Y no se me desesperen, actualizaré hasta terminar. ¡Saludos!