Hola chicas
Vengo con mi segundo fanfic, esta vez en el lado oscuro jejeje espero que les guste, ya saben que se aceptan jitomatazos pero con cariño jejeje.
Albert caminó sigilosamente a través del gran salón donde sus fieles legionarias dormían tumbadas sobre enormes cojines y pieles exóticas.
De puntillas y cubierto por el manto oscuro de la noche, contuvo su aliento hasta que finalmente llegó a la enorme puerta de roble que daban hacia el patio de armas. Esbozando una sonrisa satisfecha, puso su mochila sobre su hombro, sabiendo que, al cruzar el patio estaría en los establos, donde su corcel estaría ya esperándolo impaciente.
Abrió la puerta lentamente, evitando así el típico chirrido y jadeó…
A la luz de la luna, la silueta de Chiquita Andrew era inconfundible.
-¿Adónde crees que vas? – preguntó la chica con los brazos cruzados sobre su pecho.
-A… a… a dar un paseo por la piscina – respondió el rubio, disimuladamente tirando la mochila detrás de la puerta.
-Qué casualidad,- dijo Chiquita, tomándolo por el brazo antes de que él pudiera protestar. – Precisamente a mí también me apetece nadar un rato después del jolgorio que ha sido nuestro festín esta noche.
Albert gimió. Seguramente esa noche tampoco podría marcharse si Chiquita se empeñaba en seguir con su plan de distracción. -¿Estas segura de que quieres compañía? Yo puedo ir después de ti, si quieres nadar a solas.
Chiquita se mordió los labios sugestivamente. -No… siempre prefiero tu compañía, precioso. Además, tengo una historia muy especial para ti… y te la contaré mientras nadamos desnudos a la luz de la luna.
De puntillas y cubierto por el manto oscuro de la noche, contuvo su aliento hasta que finalmente llegó a la enorme puerta de roble que daban hacia el patio de armas. Esbozando una sonrisa satisfecha, puso su mochila sobre su hombro, sabiendo que, al cruzar el patio estaría en los establos, donde su corcel estaría ya esperándolo impaciente.
Abrió la puerta lentamente, evitando así el típico chirrido y jadeó…
A la luz de la luna, la silueta de Chiquita Andrew era inconfundible.
-¿Adónde crees que vas? – preguntó la chica con los brazos cruzados sobre su pecho.
-A… a… a dar un paseo por la piscina – respondió el rubio, disimuladamente tirando la mochila detrás de la puerta.
-Qué casualidad,- dijo Chiquita, tomándolo por el brazo antes de que él pudiera protestar. – Precisamente a mí también me apetece nadar un rato después del jolgorio que ha sido nuestro festín esta noche.
Albert gimió. Seguramente esa noche tampoco podría marcharse si Chiquita se empeñaba en seguir con su plan de distracción. -¿Estas segura de que quieres compañía? Yo puedo ir después de ti, si quieres nadar a solas.
Chiquita se mordió los labios sugestivamente. -No… siempre prefiero tu compañía, precioso. Además, tengo una historia muy especial para ti… y te la contaré mientras nadamos desnudos a la luz de la luna.
Los personajes de CandyCandy le perteneces a Mizuki e Irigashi. Esta historia está escrita sin fin de lucro y para mayores de 18 años, si no te agradan este tipo de historias abstente de leer.
Amante a domicilio
Por chiquita Andrew
Las manos de Michael recorrieron mi espalda hasta llegar a mis muslos, los dos guardamos silencio, mirándonos fijamente. Sus dedos juguetearon en mis caderas, recorriendo mi piel desnuda y sensible. Mi cuerpo se estremeció vacilando entre el miedo de mi primera vez y el placer que sentía en ese instante…
-¡MALDITA SEA! – retumbó en todo la habitación.
Candy White observa el cursor de su portátil parpadeando. Por más de una hora lo había observado hasta llegar a pensar que una simple rayita parlante se burlaba de ella, diciéndole que no podía escribir más, que era un fraude y su carrera de escritora se había acabado por no saber escribir una escena de sexo. ¡Siii! una simple escena de sexo la había tenido varada por semanas; tan solo eran unos cuantos párrafos y sin embargo esa maldita rayita seguía ahí. Gruñendo, la rubia suspiró frustrada. Escribir acerca de sexo no era nada del otro mundo ¿o sí?
Enfadada, cerró su portátil de golpe, tirándolo en la cama.
¿A quién quería engañar? Esa escena de sexo era primordial para su historia, era la parte principal de todo… y no podía omitir ese detalle porque si no su novela sería nada más que basura. Pero ¿cómo diablos lograría escribir una escena de amor donde la protagonista tiene un maravilloso orgasmo si ella no sabía lo que era tener uno?
Sin haber escrito nada esa noche, decidió levantarse de su cama, pensando que debería tranquilizarse con un vaso de leche o, mejor, con una copa de vino. Abandonando el refugio de su lecho, se puso la sudadera vieja de su antiguo colegio y unos pantalones de chándal negros, metiendo sus diminutos pies dentro de sus pantuflas favoritas que le había dado tía Pony como regalo de cumpleaños.
En la sala del pequeño apartamento se encontraban sus amigas con las que vivía desde que comenzaron la universidad. Pattty O´Brian era una chica inteligente y sencilla, sus ojos como avellanas y cabello color chocolate la hacían ver hermosa en cualquier lugar. Annie Britter era amiga de Candy desde jardín de niños y desde entonces eran inseparables. Annie siempre llamaba mucho la atención de los chicos con su cabello negro azabache y deslumbrantes ojos azules que la hacían lucir como toda una muñeca, atributos que no pasaban desapercibidos por los chicos de la universidad. Sin embargo, ella estaba perdidamente enamorada de su novio Archie Cornwall y eso le quitaba la esperanza a cualquier chico que la pretendiera.
Las tres chicas convivían como hermanas en el pequeño apartamento de la calle Magnolia en un suburbio tranquilo en Chicago.
-¡Vaya, hasta que te dejas ver! – exclamó la morena al ver a la rubia saliendo de su recamara - Creo que no has logrado escribir nada nuevamente ¿verdad?
-¿Por qué dices eso Annie? ¿Acaso eres adivina o algo así? – preguntó la rubia algo fastidiada.
-¡Uy! alguien está de genio Patty, es mejor que pidamos tres deseos – dijo la morena con una risita mientras servía una copa de vino para su amiga.
Patty se mordió la lengua para no reírse abiertamente. Candy andaba de malas pulgas y no quería hacerla pasar un mal rato por el comentario de Annie. La chica decidió rellenar su copa de vino ya que, por lo que veía, eso iba para largo.
-No hay que ser ningún genio para escuchar la sarta de maldiciones que gritabas en tu cuarto, creo que hasta los vecinos te escucharon esta vez – refutó la morena mientras le ofrecía la copa de vino – Toma esto, talvez te quite el mal humor que tienes.
La rubia aceptó la copa agradecida, tomándosela de un solo trago. El calor del vino en su garganta poco a poco fue mitigando el mal sabor de boca que tenía, y tuvo que admitir que su amiga tenía razón. Estaba de mal humor, y todo por no saber escribir una escena de amor con un maravilloso orgasmo.
-Una disculpa por mi mal humor chicas – masculló, avergonzada.
-¡No te preocupes Candy, nosotras te comprendemos! ¿Verdad Annie? – dijo Patty, quien se había mantenido al margen de todo. - ¿Sigues sin poder escribir la escena que quieres?
La rubia hizo una mueca y, suspirando agobiada, se tiró en un sillón vacante en la sala de estar.
-Si Patty, no he podido escribir una maldita escena de sexo, ¿¡Puedes creerlo!? – refunfuño disgustada.
-Yo ya te di la solución, Candy. ¡Usa un vibrador! – exclamó la morena. –Si quieres te presto el mío…
-¡Annie, que cosas dices! ¡Eso es asqueroso! – declaró la rubia mientras llenaba nuevamente su copa de vino.
Annie se carcajeó al ver la cara de su amiga.
-¡Es solo una broma! No pongas esa cara Candy.
-Creo que ando perdida, ¿Para qué quieres un vibrador? – preguntó Paty totalmente desconcertada.
La rubia sonrió, abrazando un cojín de felpa y poniéndose más cómoda entrelazando sus piernas en una semiflor de loto
-Tú sabes que la novela que estoy escribiendo es una historia de amor donde la protagonista tiene un orgasmo maravilloso. ¡Pero el problema es que no he podido escribirlo porque no sé qué palabras usar! ¡Jamás he tenido un orgasmo! – vociferó molesta, terminando su segunda copa de un solo trago.
-¡Oh! Ahora entiendo el porqué de tus maldiciones… pero, sobre lo del orgasmo, ¿Anthony o Terry no lograron eso? Te veías muy feliz con ellos, Candy - la castaña indagó sumamente intrigada.
-¡Esos dos fueron solo unos tontos! Lastimaron a Candy y no creo que le hicieran sentir placer alguno… - bufó Annie Britter cruzando los brazos sobre su pecho. Odiaba a los ex novios de Candy con toda su alma por la manera en que ambos lastimaron el tierno corazón de esa chica a quien ella consideraba casi su hermana.
-Annie, tranquila… ya hablamos de eso. Ellos ahora son solo un recuerdo, ¿entendido? – expuso la rubia para tranquilizar a su amiga. Como buena amiga, sabía que el simple hecho de mencionar a las personas que le hicieron daño era suficiente como para poner a Annie de malas pulgas.
Para poder hablar sin interrupciones Candy, se levantó de su cómodo sillón y, tomando la botella de vino, rellenó su copa y las de sus amigas. De ahí se dirigió a la cocina, donde sacó de la alacena una bolsa grande de frituras que eran las favoritas de Patty. Sonriendo, caminó hacia la nevera. Al parecer iba a ser una noche de chicas después de todo: frituras, vino y conversaciones acerca de orgasmos mal logrados. Tomó una botella de vino tinto, regresando a la sala donde se encontraban sus amigas ya salivando al ver las frituras.
Candy depósito todo lo que traía en la mesita de centro y Annie se encargó de abrir la bolsa de frituras, tomando un puñado de ellas. Patty hizo lo mismo, pero con más moderación que la pelinegra, tomando unas servilletas donde colocó sus bocadillos.
La rubia se acomodó nuevamente en el sillón imitando la posición que tenía antes. Tomando unos sorbos de vino, suspiró nuevamente antes de comenzar a hablar.
-Patty, Anthony fue mi primer novio. Yo tenía solo 17 años y el 18, éramos unos chiquillos sin experiencia alguna. Cuando decidimos hacer el amor por primera vez, yo tuve mucho miedo. Él estaba nervioso porque no quería lastimarme. No te voy a mentir, mi primera vez fue maravillosa. Yo amaba a Anthony, pero desafortunadamente no llegué al orgasmo. Me concentre más en el dolor que sentía que en el placer de la experiencia. Y las otras veces que lo hicimos fue muy placentero, pero jamás tuve un orgasmo. Por supuesto, Anthony jamás lo supo porque yo fingí alcanzar la cima del placer para no dañar su ego. Ya sabes cómo son los hombres con esas cosas....
La castaña estaba tan concentrada en las palabras de Candy que solo movió la cabeza afirmando lo que decía la rubia. Annie seguía comiendo frituras, por lo que Candy le tiró unas cuantas en la cabeza para que prestara más atención a su relato. La pelinegra solo se rio y se comió las frituras que estaban atrapadas en su cabello.
-En fin… Anthony y yo terminamos tiempo después, ya que se tuvo que ir a Inglaterra a estudiar finanzas porque su familia tiene muchas empresas y a él le encantaba todo ese mundo de los negocios. La distancia no ayudó en nada para mantener una relación y él conoció a alguien. Fue sincero conmigo y yo lo comprendí. Supe que lo nuestro había sido algo hermoso pero no estábamos destinados a estar juntos.
-¡Pero te dolió! ¡Ese tonto te lastimó! – recalcó la morena mientras se atragantaba con las frituras.
-Si… no lo voy a negar que me dolió, pero logré superarlo… poco a poco.
-¡Claro que lo superaste! Con el disque actorcito con el que comenzaste a salir… el tal Terry Grandchester– dijo Annie con la boca llena de frituras.
Patty rio al ver a la morena interrumpiendo a Candy con comida en la boca. La rubia solo atinó a poner los ojos en blanco y prosiguió su relato.
-Cuando salía con Terry, yo aún estaba enamorada de Anthony. Él, era un chico rebelde que buscaba superarse por sí mismo. Poco a poco me fui encariñando con él. En un par de ocasiones tuvimos sexo algo salvaje, era muy intenso con sus besos y caricias pero no me hizo llegar al orgasmo. Al igual que con Anthony, yo solo fingí con Terry. No quise dañar su ego de actor, ya sabes que ellos viven de su apariencia, y Terry es todo un Don Juan con las mujeres.
-Si… tan Don Juan te resultó que te puso el cuerno con la modelo Susana Marlow – interrumpió Annie otra vez. - ¡Fue un tonto al cambiarte por alguien así! ¡Esa disque modelo es solo una barbie hueca! – remató la pelinegra mientras le ganaba a Patty las ultimas frituras que quedaban en la bolsa.
Patty le sacó la lengua y le quitó a su amiga algunas frituras de la mano.
-Sí, Terry me engaño. Pero no lo culpo. En realidad yo no pude enamorarme de él, solo fui capaz de sentir un gran cariño y aprecio por su persona. Talvez en Susana encontró ese amor apasionado que tanto buscaba… - admitió la rubia mientras se tomaba el último trago que quedaba en su copa. Ese trago le supo amargo, como el día en que encontró a Terry besando apasionadamente a Susana en su camerino. Lo tenía que aceptar, le había dolido ver esa escena tan patética para ella.
-Ahora entiendo todo, pero ¿Por qué yo no sabía lo de Terry y su engaño? Pensé que habían terminado por otras cosas – cuestionó Patty, viendo fijamente a sus amigas y esperando una explicación.
-Lo siento mucho Patty – Candy fue la primera en hablar. - Eso pasó hace dos años cuando te fuiste de vacaciones de verano con tu familia a Florida. Cuando regresaste no quise revivir ese momento tan bochornoso para mí.
-Sí, Patty. Y yo no quise decirte nada para no lastimar a Candy y porque odio al actorcillo ese. Por favor no te enojes con nosotras – recapituló la morena a lo que había dicho su amiga.
-No se preocupen chicas, no estoy molesta. Y me da gusto saber que todo eso ya quedó en el pasado Candy. Pero lo que me preocupa ahora es como le harás para poder escribir ese capítulo de tu libro. Recuerda que tienes que entregar el libro terminado a la editorial en unas semanas, si no perderás la gran oportunidad que tienes en tus manos. Eres la única chica de la universidad que está a punto de terminar su carrera y que ya tiene casi un libro publicado. ¡Tú te ganaste ese derecho por haber ganado el concurso que organizó la universidad! ¡Publicarán tu primer libro, Candy! Tienes que escribir y Annie y yo te vamos a ayudar.
-¡Claro! – exclamó la pelinegra – Te ayudaremos a tener un orgasmo para que puedas escribir. ¿Quién comienza primero, Patty? ¿Tú o yo? – preguntó con una sonrisa pícara dibujada en sus labios.
Candy y Patty se doblaron de la risa ante la puntada de su amiga, las dos le tiraron al mismo tiempo los cojines de felpa que tenían a la mano.
Después de ese ataque de risa, las chicas abrieron otra bolsa de frituras y por supuesto, otra botella de vino. Animadas por el vino y la comida, encendieron la televisión para ver películas viejas. Annie se aburrió de tanto pulsar el botón de cambio, dejando en la pantalla una película de los 90´s que trataba de un gigolo a renta para acompañar a una desesperada mujer a la boda de su hermana. Las chicas suspiraron colectivamente al ver al protagonista luciendo tan guapo y galante.
-¡Por supuesto! ¡Tengo la solución a tu problema, Candy! – exclamó Annie ya azuzada por tres copas de vino, asustando a sus amigas que estaban enfrascadas en la película.
-¿De qué hablas Annie? ¿Solución a qué? – preguntó la rubia sin prestarle demasiada atención.
-A tu problema de falta de orgasmo, Candy. Ahí tienes la solución – dijo señalando al televisor.
-¿Ahí? ¿Donde? No entiendo nada, Annie. ¿Qué tiene que ver mi falta de orgasmos con la televisión? – se atrevió a peguntar ya confundida por el vino y las palabras de su amiga.
-En la televisión no, mensa. En la película… tienes que contratar un gigolo o más bien dicho, un prostituto que te haga llegar al orgasmo, - explicó con orgullo y vanagloriando su idea. – Esa es la única solución que tienes.
-¡¡¡Estás loca Annie!!! – gritó la rubia. ¿Cómo se le había ocurrido una tontería así a su amiga? Pero claro, esas cosas solo se le podían ocurrir a Annie Britter. - ¡Jamás en la vida yo haría algo así!
-¿Pero qué tiene de malo? – inquirió la pelinegra fingiendo inocencia. - Es eso, o tendrás que masturbarte con un vibrador, y tampoco quieres tomar esa opción. ¿Entonces como sabrás lo que es un orgasmo?
Patty, quien aún seguía doblándose de risa por la ocurrencia de Annie, se limpió las lágrimas que habían salido de tanto reír, tomando una bocanada de aire para calmarse lo suficiente como para hablar.
-Aunque la idea de Annie es de lo más loca, en parte tiene razón Candy. Si quieres sentir un orgasmo solo hay dos formas de hacerlo; te masturbas o tienes sexo con alguien para llegar al orgasmo, y, si es con alguien que es un profesional en eso, pues sería exquisito. Resultados casi garantizados, ¿no lo crees?
-¡Exacto, Patty! ¡Gracias por apoyarme! – proclamó Annie. – Si Candy contrata a alguien profesional no tendrá que andar buscando algún idiota que apenas y le hace cosquillas con la salchicha. Un profesional te llevará a muchos orgasmos, ¿no crees, mi quería amiga?
-¡Ustedes están locas! Jamás podría hacer eso. Ya me imagino caminando por las callejuelas de Chicago buscando un prostituto que me lleva al orgasmo. Definitivamente ¡no! No, no y no.
Patty y Annie se vieron entre si y comenzaron a reírse imaginando a su rubia amiga caminando por las calles de Chicago buscando un prostituto.
Después de un rato de tanto reír, Annie saco su iPad y comenzó a navegar el internet, hasta que llegó a la página que quería.
-¡Eureka! Esto es lo que andaba buscando, - dijo mostrándoles el iPad a las chicas.
-¿Qué es eso? – preguntaron en unísono Patty y Candy.
-Este blog es de un gigolo muy famoso en chicago. No tienes que ir por las calles buscando un prostituto Candy. Hay páginas especiales para estos casos, donde tu identidad queda en secreto. Estos profesionales son de confianza, o por lo menos eso he leído. Este blog tiene excelentes comentarios, y es de un chico que es muy bueno en lo que hace. Además, dicen las malas lenguas que es muy guapo y varonil.
Patty le arrebató el iPad a su amiga y comenzó a navegar por dicho blog.
-Es verdad, hay muy buenos comentarios. Claro que estos nombres que están aquí no son reales, pero no veo la foto del tipo, ¿Cómo sé que es muy guapo y varonil?
-Porque ese es el chiste, tonta. La identidad de Eros es secreta, y al parecer nadie tiene el mínimo deseo por revelar su identidad, pero se rumorea que ‘garantiza’ su trabajo en toda ocasión. Ahora tú tienes que decidir, Candy. Si tú quieres, puedes perderte en los brazos de Eros por una noche y tener el orgasmo de tu vida, o puedes comprarte un vibrador, – le dijo la morena guiñándole un ojo.
Candy se quedó muda, incapaz de pensar en una solución. La idea de sus amigas no le parecía mala del todo, pero tenía que admitir que se moriría de vergüenza al tener al tal Eros frente a ella sin saber qué hacer. Talvez no sería capaz de mover un solo dedo.
¿Y si pasaba la peor vergüenza de su vida? Él era un profesional y ella una simple novata que fingía orgasmos. Pero, por otra parte, el tiempo corría y su novela no estaba terminada. Se había estancado en el mismo capítulo por semanas, y no le gustaba la idea de comprar un vibrador para masturbarse. Era una chica romántica que preferiría el calor de unos brazos en su cuerpo a un pedazo de hule con baterías. ¿Qué debía hacer? ¿Un prostituto profesional o un vibrador? Argh ¡pero qué cosas estaba pensando! ¡Solo a Annie se le ocurrían estas cosas! Definitivamente era un rotundo ‘no’ a esa opción.
-Gracias por quererme ayudar chicas, pero me temo que sigue siendo un ‘no’. No podría tener un hombre como ese frente a mí y ya saben lo que pienso de los vibradores. Creo que tendré que ver películas eróticas para poder darme una idea de qué escribir- expresó levantándose pesarosamente del cómodo sillón. Lentamente, comenzó a levantar todo el tiradero que había en la sala.
-Pe… pero Candy, ¿y tú libro? – preguntó una agobiada Patty.
-Creo que tendré que pedir unas semanas más en la editorial, aunque corra el riesgo de perder mi oportunidad y se la den a la tonta de Elisa Leagan y sus historias frívolas, – contestó Candy. Su mirada era triste y llena de preocupación. Estaba dejando que la oportunidad de su vida se escurriera entre sus dedos.
Annie no perdió detalle de eso, y con una mueca comenzó a navegar por el blog de Eros hasta llegar a una sección de contactos donde estaba un teléfono. Esbozando una sonrisa, capturó la pantalla y tiró el iPad encima del sofá.
-Está bien Candy, no te presionaremos, - expuso la pelinegra abrazando a su amiga. - Pero no estoy de acuerdo con que pierdas esta única oportunidad y se la dejes a esa odiosa de Elisa…ya sabes que anda buscando cualquier cosa para dejarte fuera de la editorial. Eres una excelente escritora y sé que esas ideas llegaran a ti.
Patty afirmó todo lo que Annie había dicho con un movimiento de cabeza.
-Gracias por su apoyo chicas, - expresó la rubia a punto de derramar un par de lágrimas. - Bueno creo que ya es hora de dormir. Son las dos de la mañana y tenemos que levantarnos temprano.
-¡Si! – respondieron en unísono las amigas.
Cada una se dirigió a su respectiva habitación. Candy y Patty se durmieron al instante que su cabeza toco la almohada, mientras que Annie seguía viendo el blog de Eros en el iPad.
-¡No dejaras pasar esta oportunidad, Candy! Publicarás tu libro o me dejo de llamar Annie Britter.
La morena mandó dos mensajes de texto en su celular, uno era para su novio Archivald Cornwell y el otro era para Eros…
0o0o0o0
Una semana después…
-¡Date prisa Patty! – gritó la pelinegra a mitad de la sala.
Patty salió disparada de su recamara con las zapatillas en la mano. Llevaba puesto un precioso vestido morado que delineaba su cuerpo a la perfección y dejaba lucir sus contorneadas piernas. El cabello suelto le llegaba a los hombros, y después de mucho tiempo volvía a usar gafas ya que había perdido los lentes de contacto. Sin embargo, lejos de hacerla ver como un ratón de biblioteca, ese detalle la hacía verse muy sexy.
Annie no perdió detalle alguno de lo bien que lucía su amiga.
-¡Vaya Patty, te ves guapísima! – dijo la morena girándole un ojo.
-Gracias Annie, pero dime una cosa. ¿A dónde vamos con tanta prisa?
-Luego te digo Patty, ¡¡¡Vámonos!!! No quiero estar aquí cuando Candy llegue – exigió la morena
-¿Candy no nos acompañara?
-No Patty… Candy recibirá una visita en unas horas, y no quiero que estemos presentes – expuso la morena empujando a su amiga hacia la puerta -. Y no preguntes acerca de la visita, en el camino te explico.
-¡Esta bien! Vámonos, llevas mucha prisa… pero me vas a contar qué es lo que te traes entre manos, Annie Britter.
Las chicas salieron del apartamento corriendo y Patty ni se imaginaba lo que la morena tenía planeado para Candy.
Annie, por su parte, iba con una sonrisa de oreja a oreja. Por fin había llegado el día… el día que Candy había esperado por mucho tiempo.
Situado en el centro de Chicago, el edificio Andrew se erguía orgulloso como un monumento al mundo de las finanzas, y en la cabecera de este imperio se encontraba William Albert Andrew, parado frente a la ventana de su oficina contemplando el movimiento de la ciudad que lo rodeaba.
A sus 29 años, era dueño de la empresa más importante de la ciudad. Era un hombre afortunado y no por tener millones en su bolsillo, sino porque tenía una familia unida, y unos pocos amigos estupendos y de confianza por quienes metería las manos al fuego.
Y claro, el colmo de todas sus bendiciones era su apariencia física. Era el típico hombre rubio y alto de cuerpo escultural, mas eran sus ojos – del más nítido color azul cielo – lo que hacía a las mujeres caer rendidas a sus pies. Su voz, un ronco susurro profundo, podía derretir neuronas como mantequilla en cuestión de segundos.
El sonido del intercomunicador sacó a ese magnífico ejemplar de masculinidad y poder fuera de sus pensamientos.
-¿Qué pasó Hanna? – contestó es esa voz ronca y aterciopelada.
Hanna, su asistente personal, titubeó como siempre lo hacía al escuchar la voz su jefe. Trabajar para ese hombre era una tortura y a la vez un sueño hecho realidad.
-Sr. Andrew, el Sr. Cornwell está aquí, dice que le urge hablar con usted.
-Hazlo pasar Hanna, y cancela mi siguiente cita por favor.
-Sí, Sr. Andrew
El rubio se abotonó el traje y se dirigió hacia la puerta para recibir a su mejor amigo y compañero de aventuras.
La puerta se abrió y un hombre guapísimo entró en la oficina. Alto, musculoso y aproximadamente de la misma edad que su amigo, era una versión distinta de belleza masculina. Su cabello negro, tan oscuro como la tinta, enmarcaba un rostro angular y varonil. Sus ojos, un par de brillantes zafiros, parecían hechos para traspasar con la vista la blusa de cualquier mujer.
Cuando esos dos amigos salían a divertirse por ahí, ninguna mujer quedaba inmune a sus encantos.
-Pero mira nada más a quien tenemos aquí, al mismísimo Eros… ¿a qué se debe el honor de su visita, Señor Dios del Sexo? – exclamó el rubio con sonrisa divertida.
El moreno fulminó a su amigo con la mirada, dándole un golpe en el hombro.
-¡Eres muy gracioso Albert! Ya te lo había dicho ¿no? – sentenció el famoso Eros, más bien conocido por sus amigos de confianza por su nombre de pila.
-Ja, ja, ja… relájate, es una broma. Ya sé que no te gusta que te llame por tu nombre “artístico” – fanfarreó Albert. -Me alegra que hayas venido a visitarme mi querido Stear…
Continuara…
-¡Date prisa Patty! – gritó la pelinegra a mitad de la sala.
Patty salió disparada de su recamara con las zapatillas en la mano. Llevaba puesto un precioso vestido morado que delineaba su cuerpo a la perfección y dejaba lucir sus contorneadas piernas. El cabello suelto le llegaba a los hombros, y después de mucho tiempo volvía a usar gafas ya que había perdido los lentes de contacto. Sin embargo, lejos de hacerla ver como un ratón de biblioteca, ese detalle la hacía verse muy sexy.
Annie no perdió detalle alguno de lo bien que lucía su amiga.
-¡Vaya Patty, te ves guapísima! – dijo la morena girándole un ojo.
-Gracias Annie, pero dime una cosa. ¿A dónde vamos con tanta prisa?
-Luego te digo Patty, ¡¡¡Vámonos!!! No quiero estar aquí cuando Candy llegue – exigió la morena
-¿Candy no nos acompañara?
-No Patty… Candy recibirá una visita en unas horas, y no quiero que estemos presentes – expuso la morena empujando a su amiga hacia la puerta -. Y no preguntes acerca de la visita, en el camino te explico.
-¡Esta bien! Vámonos, llevas mucha prisa… pero me vas a contar qué es lo que te traes entre manos, Annie Britter.
Las chicas salieron del apartamento corriendo y Patty ni se imaginaba lo que la morena tenía planeado para Candy.
Annie, por su parte, iba con una sonrisa de oreja a oreja. Por fin había llegado el día… el día que Candy había esperado por mucho tiempo.
0o0o0o0
Situado en el centro de Chicago, el edificio Andrew se erguía orgulloso como un monumento al mundo de las finanzas, y en la cabecera de este imperio se encontraba William Albert Andrew, parado frente a la ventana de su oficina contemplando el movimiento de la ciudad que lo rodeaba.
A sus 29 años, era dueño de la empresa más importante de la ciudad. Era un hombre afortunado y no por tener millones en su bolsillo, sino porque tenía una familia unida, y unos pocos amigos estupendos y de confianza por quienes metería las manos al fuego.
Y claro, el colmo de todas sus bendiciones era su apariencia física. Era el típico hombre rubio y alto de cuerpo escultural, mas eran sus ojos – del más nítido color azul cielo – lo que hacía a las mujeres caer rendidas a sus pies. Su voz, un ronco susurro profundo, podía derretir neuronas como mantequilla en cuestión de segundos.
El sonido del intercomunicador sacó a ese magnífico ejemplar de masculinidad y poder fuera de sus pensamientos.
-¿Qué pasó Hanna? – contestó es esa voz ronca y aterciopelada.
Hanna, su asistente personal, titubeó como siempre lo hacía al escuchar la voz su jefe. Trabajar para ese hombre era una tortura y a la vez un sueño hecho realidad.
-Sr. Andrew, el Sr. Cornwell está aquí, dice que le urge hablar con usted.
-Hazlo pasar Hanna, y cancela mi siguiente cita por favor.
-Sí, Sr. Andrew
El rubio se abotonó el traje y se dirigió hacia la puerta para recibir a su mejor amigo y compañero de aventuras.
La puerta se abrió y un hombre guapísimo entró en la oficina. Alto, musculoso y aproximadamente de la misma edad que su amigo, era una versión distinta de belleza masculina. Su cabello negro, tan oscuro como la tinta, enmarcaba un rostro angular y varonil. Sus ojos, un par de brillantes zafiros, parecían hechos para traspasar con la vista la blusa de cualquier mujer.
Cuando esos dos amigos salían a divertirse por ahí, ninguna mujer quedaba inmune a sus encantos.
-Pero mira nada más a quien tenemos aquí, al mismísimo Eros… ¿a qué se debe el honor de su visita, Señor Dios del Sexo? – exclamó el rubio con sonrisa divertida.
El moreno fulminó a su amigo con la mirada, dándole un golpe en el hombro.
-¡Eres muy gracioso Albert! Ya te lo había dicho ¿no? – sentenció el famoso Eros, más bien conocido por sus amigos de confianza por su nombre de pila.
-Ja, ja, ja… relájate, es una broma. Ya sé que no te gusta que te llame por tu nombre “artístico” – fanfarreó Albert. -Me alegra que hayas venido a visitarme mi querido Stear…
Continuara…