CAPÍTULO 8
Chicago, Illinois, abril de 1924
Archie fue quién recibió la impactante noticia sobre el ataque que sufrió Neal, dentro de la penitenciaria estatal.
Al inicio, el golpe de la llamada recibida, fue devastador... Pero a pesar de lo asustado que él se encontraba, hizo frente a la tragedia.
Albert estaba ausente, a causa de una reunión de trabajo y por ello, en ese momento, Archie tuvo que decidir que era lo que procedería en el caso de su primo.
Su orden, fue clara y concisa. Inmediatamente pidió que llevaran a Neal al hospital privado más prestigioso de Chicago... No deseaba arriesgarse a que la gente de la prisión lo llevara a cualquier clínica, en la que no fuera atendido como se debía. La herida que le habían hecho Neal no era cualquier cosa, y debían tomarlo con toda la seriedad posible.
"Esto se pone cada vez peor... No quiero que vayas, Archie, por favor no te metas en líos..."
Annie estaba tan asustada, que intentó persuadirlo para que no fuera a la clínica. Sin embargo, Archie no tuvo opción, y se negó a la petición de la muchacha.
No apreciaba a Neal, nunca lo hizo. Pero ellos dos eran familia, y eso era suficiente razón, para olvidar rencillas y ayudar...
— ¿Cual es la condición de mi primo? —preguntó Archie, al médico que atendía en el área de urgencias.
—La navaja no llegó a tocar ningún órgano, eso es una gran noticia —el médico respiró hondo y a continuación agregó—. Por desgracia ha perdido mucha sangre y eso es lo que nos tiene muy al pendiente de él... Estamos buscando donantes...
—Desconozco mi tipo de sangre, pero si gusta hacerme un análisis.
—Sí, por supuesto, puede pasar al laboratorio, si usted gusta, y claro, nosotros seguiremos buscando en los demás hospitales..
—No... No será necesario... —dijo una voz detrás de ellos, tomándolos a los dos por sorpresa—. Mi nombre es Sarah Leagan y yo soy la madre de Neal, mi hijo y yo, compartimos el mismo tipo de sangre, así que estoy en total disposición de ayudar.
—Señora Leagan... Es un gusto contar con su presencia, su sangre es más que bien recibida... ¿Por qué no pasa hacia aquel cuarto? —preguntó el doctor—. Yo traeré a una enfermera, para que la auxilie.
—Claro doctor, pero antes... ¿Puedo ver a mi hijo?
—El joven Neal, está siendo custodiado por las autoridades, nos han dado la orden de no permitir que lo visiten...
—Hablaré con el abogado —le dijo Archie a su tía—. Ve con el médico y cuando regreses, tendré la información para ti...
Sarah le miró con los ojos llenos de lágrimas y después hizo un movimiento de cabeza, en señal de afirmación.
Archie la observó marchándose y sintió mucha pena por ella. Sabía que estaba arrepentida y que se sentía muy mal en esos momentos. Por primera vez en su vida, no buscó juzgarla, sino entenderla y ayudarla con lo que necesitara.
*~*~*~*~*
Nueva York
— ¿Cuáles son sus nombres?
Les preguntaron al abordar la embarcación.
—Candice White Andley
Respondió ella con emoción, mientras Terry la miraba con aquellos ojos azules, llenos de satisfacción. Estaba muy contento con aquella respuesta.
—Su nombre, caballero.
—Terrence Graham Grandchester, estos son nuestros documentos... —expresó Terry, colocando un sobre en la barra de la recepción—. A mi prometida y a mí, nos gustaría casarnos a bordo —explicó el joven, haciendo que el hombre que tomaba los datos, dejara de ver los papeles y dirigiera sus ojos hacia ellos.
Que el capitán del barco fuera requerido como juez, sucedía todo el tiempo, sin embargo, el apellido del muchacho, había llamado su atención
— ¿Grandchester? —cuestionó observándolo y entendiendo que era el mismísimo hijo, del Duque de Grandchester en persona. El joven que se había convertido en actor y que salía en los periódicos todo el tiempo.
—Queremos que la ceremonia sea hoy mismo... —susurró Terry, consciente de que el hombre, ya lo había reconocido—. Algo sencillo y discreto, por favor.
El hombre sonrió ampliamente y luego afirmó con su cabeza.
—Es un honor tenerlos aquí... El capitán estará encantado de casarlos, pasen a su suite y no se preocupen, yo mismo prepararé todo para que ustedes se casen hoy en la tarde...
—Gracias... —respondieron Candy y Terry al mismo tiempo.
Una vez que se alejaron de la recepción, caminaron por la cubierta. Ambos lucían maravillados, por estar allí nuevamente.
—Apenas puedo creerlo... —le dijo ella a él, a la vez observaba a toda la gente que despedía al Mauritania—. Otra vez aquí, juntos...
—Hace años... Aquél invierno en el que subimos a este barco... Me hubiera gustado conocerte en este lugar —confesó Terry—. En el primer día abordo... Yo... Habría amado toparme con tus pecas desde el inicio.
Candy le miró, conmovida y después se abrazó a él, con fuerza.
— ¿Quieres permanecer aquí, hasta que zarpemos? ¿O deseas disfrutar del panorama desde la zona de las suites? —preguntó él.
— ¿Es en serio? ¿Tenemos una suite?
—El Tío Abuelo Williams, ha sido muy generoso... —contestó Terry.
—Nos expulsó de Chicago con mucho estilo... —aceptó Candy, riendo y recordando lo tonta que fue al rechazar la oferta de Albert.
—Entonces... ¿Vamos a la suite?
—Sí... Vamos.
La feliz pareja, se separó del gentío que permanecía en la cubierta y después se dirigieron hacia las suites.
Subieron la lujosa escalinata, a paso rápido, pues los silbatos de la embarcación, les indicaron que muy pronto zarparían.
Al llegar hacia su destino, no dudaron en acercarse al barandal para poder apreciar la vista desde allí.
Candy, agitó su mano con alegría, diciéndole adiós a su gente y a su país... A pesar de lo contenta que estaba, la nostalgia se hizo presente y las lágrimas no dudaron en salir de sus ojos.
—Volveremos pronto... —dijo Terry—. Solo nos vamos de vacaciones... —agregó para animarla.
—Es difícil dejar a los que quieres... —expresó Candy, observando al guapo joven que la miraba—. Pero, las cosas son diferentes, cuando te marchas junto al hombre a quien amas...
Terry sonrió y sin importarle que hubiera otros pasajeros cerca de ellos, acercó sus labios a los de la joven y le dio un beso. No solía besarla en público, no de esa forma... Sin embargo, en ese momento no pudo contenerse.
Desde dos días atrás, era como un adolescente, que estaba loco por su novia. No podía dejar de besarla, ni de tocarla, ni tampoco podía dejar que se alejara de él... Estaba embelesado con ella... La quería suya... Suya para siempre.
Los curiosos, no repararon en observar a la pareja.
"Atrevidos..." Pensaron algunos al notar la forma en la que se besaban.
Otras parejas en cambio, se sintieron inspiradas, para comenzar el viaje con nuevos bríos...
—Entremos a la suite... —susurró Terry, en el oído de Candy.
Ella no respondió, solo se dejó llevar... Aun deliraba con el beso en el que Terry la había ahogado. Lo único que podía pensar era en lo rápido que estaba latiendo su corazón.
El gran día, finalmente había llegado...
*~*~*~*~*
Chicago
Los rostros de Albert y Archie, lo decían todo... Ambos jóvenes, se sentían sumamente conmovidos ante la escena que miraban sus ojos. Nunca hubieran imaginado que Sarah y Neal Leagan, les provocarían tremendo sentimiento.
La familia entera, había sufrido horrores... Y se sentían aliviados de que todo ese terror estuviera terminado.
Neal había sido oficialmente liberado.
Su abogado había logrado agilizar los trámites y dado la gravedad del accidente de sufrido, el juez a cargo del caso, determinó que era mejor que Neal no regresara más a prisión.
—Seguirás estando custodiado —le dijo Albert, a su convaleciente sobrino—. No te preocupes por nada, Neal... Solo preocúpate por recuperarte.
— ¿Cómo está Elisa? —preguntó intranquilo.
—Ella está bien... Te alegrara saber que comienza a emitir sonidos —respondió Archie—. Bethany y el doctor nos han dicho que es un cambio muy favorable.
—Cuando la lleve a Londres, ella estará mucho mejor... —dijo Neal, esbozando una sonrisa.
—Si no les importa... Me gustaría quedarme con ella... —pidió Sarah, al patriarca del clan.
—Por supuesto que no nos importa, claro que puedes quedarte, de hecho, yo estaré más a gusto si te quedas con nosotros —contestó el rubio—. No me gusta la idea de que te quedes sola en el hotel.
Sarah había vuelto de Lakewood al enterarse de que su casa en Chicago, había sido incendiada; después se enteró de lo ocurrido con Neal y no pudo seguir ignorando los gritos de auxilio de sus dos hijos.
Su enojo había quedado en el pasado, ya solo le restaba intentar ayudarlos a salir adelante.
Esa tarde Sarah Leagan, regresó a la mansión de los Andley y le pidió perdón a su hija. Lloró junto a ella, y luego juró ayudarla hasta que se recuperara y no la necesitara más.
*~*~*~*~*
"No es la boda que soñaste... Lo sé perfectamente, Candy..." Le dijo él con cierto aire nostálgico en su voz... "No estarán nuestras familias, pero te prometo que a pesar de las ausencias, todo será especial..." "Dejaré que te arregles... Yo te esperaré afuera del salón que nos indicaron..."
Terry, apenas podía creer que estuviera a nada, de casarse con la mujer a la que siempre amó.
Parecía que habían pasado años, desde que le propuso matrimonio. Una cosa y luego otra se atravesaron, asustándoos y haciéndoles creer que no podrían unir sus vidas jamás.
Afortunadamente todo ya había pasado y las malas experiencias, habían que dado atrás, convertidas en recuerdos inútiles, a los que jamás recurrirían.
Terry observó su reloj de bolsillo y luego regresó su mirada hacia el corredor, dónde se suponía, Candy caminaría para llegar hasta allí.
Faltaban cinco minutos, para la hora pactada, sin embargo, ella no aparecía.
"Lo cumplirás, Candice... Llegarás tarde el día de nuestra boda"
— ¿Es usted, el Señor Grandchester?—preguntó un hombre de mediana edad, colocándose frente a Terry.
—Si, soy yo... Supongo que usted es el capitán.
—Supones bien, muchacho... Edward McCaffrey —expresó el capitán, extendiendo su mano, para saludar a Terry—. Por lo visto ¿Nos tocará esperar a la novia? ¿Verdad?
—Me temo que sí —Terry le sonrió con timidez y el hombre rió con diversión.
—Bueno hijo, mi esposa llegó una hora tarde a nuestra boda ¿Puedes creerlo? ¡Una hora! —el capitán negó con su cabeza y después, sin querer, miró a lo largo del corredor y entonces se encontró con la figura de la joven que estaban esperando—. Pero usted es un hombre un poco más afortunado —le dijo, propinándole un pequeño codazo, para que volteara a ver la bella visión que se aproximaba.
Terry volteó para ver a Candy y al observarla, no pudo sentirse más orgulloso de ella.
"Más hermosa que ninguna..."
Pensó, mientras por su cuerpo, corrían unas sutiles corrientes eléctricas, que lo hacían vibrar y sentirse vivo y con ganas de vivir por siempre.
—Entraré a preparar todo... Los esperaré allí adentro... —avisó el capitán.
Terry lo escuchó y afirmó con su cabeza, luego regresó su mirada hacia el corredor y sonrío al notar que Candy llegaba y se paraba justo frente a él.
—Hola, futuro esposo... —dijo ella, mientras él sonreía y la tomaba de la mano.
—Hola, futura esposa... Me alegra saber que está aquí, dispuesta a entregarme su vida, para siempre...
Continuará...
Archie fue quién recibió la impactante noticia sobre el ataque que sufrió Neal, dentro de la penitenciaria estatal.
Al inicio, el golpe de la llamada recibida, fue devastador... Pero a pesar de lo asustado que él se encontraba, hizo frente a la tragedia.
Albert estaba ausente, a causa de una reunión de trabajo y por ello, en ese momento, Archie tuvo que decidir que era lo que procedería en el caso de su primo.
Su orden, fue clara y concisa. Inmediatamente pidió que llevaran a Neal al hospital privado más prestigioso de Chicago... No deseaba arriesgarse a que la gente de la prisión lo llevara a cualquier clínica, en la que no fuera atendido como se debía. La herida que le habían hecho Neal no era cualquier cosa, y debían tomarlo con toda la seriedad posible.
"Esto se pone cada vez peor... No quiero que vayas, Archie, por favor no te metas en líos..."
Annie estaba tan asustada, que intentó persuadirlo para que no fuera a la clínica. Sin embargo, Archie no tuvo opción, y se negó a la petición de la muchacha.
No apreciaba a Neal, nunca lo hizo. Pero ellos dos eran familia, y eso era suficiente razón, para olvidar rencillas y ayudar...
— ¿Cual es la condición de mi primo? —preguntó Archie, al médico que atendía en el área de urgencias.
—La navaja no llegó a tocar ningún órgano, eso es una gran noticia —el médico respiró hondo y a continuación agregó—. Por desgracia ha perdido mucha sangre y eso es lo que nos tiene muy al pendiente de él... Estamos buscando donantes...
—Desconozco mi tipo de sangre, pero si gusta hacerme un análisis.
—Sí, por supuesto, puede pasar al laboratorio, si usted gusta, y claro, nosotros seguiremos buscando en los demás hospitales..
—No... No será necesario... —dijo una voz detrás de ellos, tomándolos a los dos por sorpresa—. Mi nombre es Sarah Leagan y yo soy la madre de Neal, mi hijo y yo, compartimos el mismo tipo de sangre, así que estoy en total disposición de ayudar.
—Señora Leagan... Es un gusto contar con su presencia, su sangre es más que bien recibida... ¿Por qué no pasa hacia aquel cuarto? —preguntó el doctor—. Yo traeré a una enfermera, para que la auxilie.
—Claro doctor, pero antes... ¿Puedo ver a mi hijo?
—El joven Neal, está siendo custodiado por las autoridades, nos han dado la orden de no permitir que lo visiten...
—Hablaré con el abogado —le dijo Archie a su tía—. Ve con el médico y cuando regreses, tendré la información para ti...
Sarah le miró con los ojos llenos de lágrimas y después hizo un movimiento de cabeza, en señal de afirmación.
Archie la observó marchándose y sintió mucha pena por ella. Sabía que estaba arrepentida y que se sentía muy mal en esos momentos. Por primera vez en su vida, no buscó juzgarla, sino entenderla y ayudarla con lo que necesitara.
*~*~*~*~*
Nueva York
— ¿Cuáles son sus nombres?
Les preguntaron al abordar la embarcación.
—Candice White Andley
Respondió ella con emoción, mientras Terry la miraba con aquellos ojos azules, llenos de satisfacción. Estaba muy contento con aquella respuesta.
—Su nombre, caballero.
—Terrence Graham Grandchester, estos son nuestros documentos... —expresó Terry, colocando un sobre en la barra de la recepción—. A mi prometida y a mí, nos gustaría casarnos a bordo —explicó el joven, haciendo que el hombre que tomaba los datos, dejara de ver los papeles y dirigiera sus ojos hacia ellos.
Que el capitán del barco fuera requerido como juez, sucedía todo el tiempo, sin embargo, el apellido del muchacho, había llamado su atención
— ¿Grandchester? —cuestionó observándolo y entendiendo que era el mismísimo hijo, del Duque de Grandchester en persona. El joven que se había convertido en actor y que salía en los periódicos todo el tiempo.
—Queremos que la ceremonia sea hoy mismo... —susurró Terry, consciente de que el hombre, ya lo había reconocido—. Algo sencillo y discreto, por favor.
El hombre sonrió ampliamente y luego afirmó con su cabeza.
—Es un honor tenerlos aquí... El capitán estará encantado de casarlos, pasen a su suite y no se preocupen, yo mismo prepararé todo para que ustedes se casen hoy en la tarde...
—Gracias... —respondieron Candy y Terry al mismo tiempo.
Una vez que se alejaron de la recepción, caminaron por la cubierta. Ambos lucían maravillados, por estar allí nuevamente.
—Apenas puedo creerlo... —le dijo ella a él, a la vez observaba a toda la gente que despedía al Mauritania—. Otra vez aquí, juntos...
—Hace años... Aquél invierno en el que subimos a este barco... Me hubiera gustado conocerte en este lugar —confesó Terry—. En el primer día abordo... Yo... Habría amado toparme con tus pecas desde el inicio.
Candy le miró, conmovida y después se abrazó a él, con fuerza.
— ¿Quieres permanecer aquí, hasta que zarpemos? ¿O deseas disfrutar del panorama desde la zona de las suites? —preguntó él.
— ¿Es en serio? ¿Tenemos una suite?
—El Tío Abuelo Williams, ha sido muy generoso... —contestó Terry.
—Nos expulsó de Chicago con mucho estilo... —aceptó Candy, riendo y recordando lo tonta que fue al rechazar la oferta de Albert.
—Entonces... ¿Vamos a la suite?
—Sí... Vamos.
La feliz pareja, se separó del gentío que permanecía en la cubierta y después se dirigieron hacia las suites.
Subieron la lujosa escalinata, a paso rápido, pues los silbatos de la embarcación, les indicaron que muy pronto zarparían.
Al llegar hacia su destino, no dudaron en acercarse al barandal para poder apreciar la vista desde allí.
Candy, agitó su mano con alegría, diciéndole adiós a su gente y a su país... A pesar de lo contenta que estaba, la nostalgia se hizo presente y las lágrimas no dudaron en salir de sus ojos.
—Volveremos pronto... —dijo Terry—. Solo nos vamos de vacaciones... —agregó para animarla.
—Es difícil dejar a los que quieres... —expresó Candy, observando al guapo joven que la miraba—. Pero, las cosas son diferentes, cuando te marchas junto al hombre a quien amas...
Terry sonrió y sin importarle que hubiera otros pasajeros cerca de ellos, acercó sus labios a los de la joven y le dio un beso. No solía besarla en público, no de esa forma... Sin embargo, en ese momento no pudo contenerse.
Desde dos días atrás, era como un adolescente, que estaba loco por su novia. No podía dejar de besarla, ni de tocarla, ni tampoco podía dejar que se alejara de él... Estaba embelesado con ella... La quería suya... Suya para siempre.
Los curiosos, no repararon en observar a la pareja.
"Atrevidos..." Pensaron algunos al notar la forma en la que se besaban.
Otras parejas en cambio, se sintieron inspiradas, para comenzar el viaje con nuevos bríos...
—Entremos a la suite... —susurró Terry, en el oído de Candy.
Ella no respondió, solo se dejó llevar... Aun deliraba con el beso en el que Terry la había ahogado. Lo único que podía pensar era en lo rápido que estaba latiendo su corazón.
El gran día, finalmente había llegado...
*~*~*~*~*
Chicago
Los rostros de Albert y Archie, lo decían todo... Ambos jóvenes, se sentían sumamente conmovidos ante la escena que miraban sus ojos. Nunca hubieran imaginado que Sarah y Neal Leagan, les provocarían tremendo sentimiento.
La familia entera, había sufrido horrores... Y se sentían aliviados de que todo ese terror estuviera terminado.
Neal había sido oficialmente liberado.
Su abogado había logrado agilizar los trámites y dado la gravedad del accidente de sufrido, el juez a cargo del caso, determinó que era mejor que Neal no regresara más a prisión.
—Seguirás estando custodiado —le dijo Albert, a su convaleciente sobrino—. No te preocupes por nada, Neal... Solo preocúpate por recuperarte.
— ¿Cómo está Elisa? —preguntó intranquilo.
—Ella está bien... Te alegrara saber que comienza a emitir sonidos —respondió Archie—. Bethany y el doctor nos han dicho que es un cambio muy favorable.
—Cuando la lleve a Londres, ella estará mucho mejor... —dijo Neal, esbozando una sonrisa.
—Si no les importa... Me gustaría quedarme con ella... —pidió Sarah, al patriarca del clan.
—Por supuesto que no nos importa, claro que puedes quedarte, de hecho, yo estaré más a gusto si te quedas con nosotros —contestó el rubio—. No me gusta la idea de que te quedes sola en el hotel.
Sarah había vuelto de Lakewood al enterarse de que su casa en Chicago, había sido incendiada; después se enteró de lo ocurrido con Neal y no pudo seguir ignorando los gritos de auxilio de sus dos hijos.
Su enojo había quedado en el pasado, ya solo le restaba intentar ayudarlos a salir adelante.
Esa tarde Sarah Leagan, regresó a la mansión de los Andley y le pidió perdón a su hija. Lloró junto a ella, y luego juró ayudarla hasta que se recuperara y no la necesitara más.
*~*~*~*~*
"No es la boda que soñaste... Lo sé perfectamente, Candy..." Le dijo él con cierto aire nostálgico en su voz... "No estarán nuestras familias, pero te prometo que a pesar de las ausencias, todo será especial..." "Dejaré que te arregles... Yo te esperaré afuera del salón que nos indicaron..."
Terry, apenas podía creer que estuviera a nada, de casarse con la mujer a la que siempre amó.
Parecía que habían pasado años, desde que le propuso matrimonio. Una cosa y luego otra se atravesaron, asustándoos y haciéndoles creer que no podrían unir sus vidas jamás.
Afortunadamente todo ya había pasado y las malas experiencias, habían que dado atrás, convertidas en recuerdos inútiles, a los que jamás recurrirían.
Terry observó su reloj de bolsillo y luego regresó su mirada hacia el corredor, dónde se suponía, Candy caminaría para llegar hasta allí.
Faltaban cinco minutos, para la hora pactada, sin embargo, ella no aparecía.
"Lo cumplirás, Candice... Llegarás tarde el día de nuestra boda"
— ¿Es usted, el Señor Grandchester?—preguntó un hombre de mediana edad, colocándose frente a Terry.
—Si, soy yo... Supongo que usted es el capitán.
—Supones bien, muchacho... Edward McCaffrey —expresó el capitán, extendiendo su mano, para saludar a Terry—. Por lo visto ¿Nos tocará esperar a la novia? ¿Verdad?
—Me temo que sí —Terry le sonrió con timidez y el hombre rió con diversión.
—Bueno hijo, mi esposa llegó una hora tarde a nuestra boda ¿Puedes creerlo? ¡Una hora! —el capitán negó con su cabeza y después, sin querer, miró a lo largo del corredor y entonces se encontró con la figura de la joven que estaban esperando—. Pero usted es un hombre un poco más afortunado —le dijo, propinándole un pequeño codazo, para que volteara a ver la bella visión que se aproximaba.
Terry volteó para ver a Candy y al observarla, no pudo sentirse más orgulloso de ella.
"Más hermosa que ninguna..."
Pensó, mientras por su cuerpo, corrían unas sutiles corrientes eléctricas, que lo hacían vibrar y sentirse vivo y con ganas de vivir por siempre.
—Entraré a preparar todo... Los esperaré allí adentro... —avisó el capitán.
Terry lo escuchó y afirmó con su cabeza, luego regresó su mirada hacia el corredor y sonrío al notar que Candy llegaba y se paraba justo frente a él.
—Hola, futuro esposo... —dijo ella, mientras él sonreía y la tomaba de la mano.
—Hola, futura esposa... Me alegra saber que está aquí, dispuesta a entregarme su vida, para siempre...
Continuará...