Hola, chicas, han pasado muchos, muchos años desde que no comparto nada en el foro rosa, pero queriendo contribuir al Festival de Bienvenida, les dejo un fic de 3 capítulos que fue lo último que escribí antes de mi receso del Candy mudo, espero que les guste.
IF ONLY
Y si no hubieras sabido lo que tenías hasta que se fue.
Y si la vida te diera otra oportunidad para amar a quien has perdido.
Y si tuvieras un día para cambiar el destino.
Nota: Pequeño Fic Basado en la película del mismo nombre.
Capítulo 1: Inevitable
Jeffrey Jones, mejor conocido por sus amigos, como J.J. estaba trabajando su segundo tiempo consecutivo. Él trabajaba para las vías ferroviarias, dando dirección o desviación a los trenes que salían de circulación. Su esposa e hijo lo habían abandonado hacía un par de meses. Trabajaba 16 horas seguidas para no pensar en ellos, dormía 4 y las otras 4, y cuando podía hacerlo en horas de trabajo, se ahogaba en alcohol. Esa noche, especialmente, había bebido más que otras, aunado a su estado de semiconsciencia, estaba el hecho de que no había dormido en mucho tiempo. Iba de regreso a la estación, un tren saldría hacía Chicago y otro llegaría para mantenimiento, debía abrir las vías para que el último no le estorbara al primero. Tropezó con los barrotes de las vías, para levantarse se ayudó de la palanca de direcciones. Refunfuñando por haber caído sobre el frío hielo no se percató que había cerrado la pista y camino deprisa para calentarse en la estación de mando.
La nieve caía con intensidad, el frío que se sentía fuera de ese edificio no era comparable con el que sentía Candy en su corazón. Acababa de salir de la habitación de Susana, sus últimas palabras:
No lo abandones nunca.
Se quedó unos segundos recargada sobre la puerta, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse, y de pronto sintió la presencia de Terry, se veía muy apuesto con su traje en color café, estaba parado enfrente de las escaleras, mirándola con pesar y vergüenza.
Sabía que había llegado la hora de decir adiós. Paso a su lado, sonriéndole para que no la detuviera.
Adiós – se despidió mientras comenzaba a bajar las escaleras.
Te llevaré a la estación – pronunció Terry con voz sería, afectada por esa despedida tan simple.
Será mejor que no – se había detenido, pero al momento siguió con su camino. Terry corrió tras ella, la tomó del brazo.
Candy – dijo con desesperación – te llevaré a la estación.
¡No! – gritó ella y él se sorprendió de lo que vio en los verdes ojos de Candy – dije que no – hipeó – no… eso hará las cosas más difíciles – y con un movimiento brusco deshizo el agarre de él y echó a correr. Terry veía como la mujer que amaba se alejaba y sin querer permitirlo, corrió detrás de ella.
¡Candy! – la llamó, pero ella no se detuvo, cuando por fin la alcanzó, la tomó por la cintura – Candy… no quiero perderte – dijo con voz suplicante – quiero que el tiempo se detenga para siempre.
Terry… - lo nombró ella.
No digas nada, déjame estar así un momento – ese segundo fue una breve paz que ninguno de los dos había experimentado antes, tener así de cerca al otro, su primer abrazo y el último. "Está llorando, Terry está llorando. Terry mi amor, el hombre que me ama y yo amo. Separarnos así" – pesaba Candy mientras Terry colocaba sus manos sobre los hombros femeninos.
Candy – la llamó nuevamente, como si pronunciar su nombre impidiera que ella se fuera, pero quería gastarlo, decirlo tantas veces tuviera oportunidad para que le quedara grabado eternamente. Él la amaba, pero mientras estuvieron abrazados, se dieron cuenta de la realidad. Tenían que separarse, debían hacerlo – vas a ser feliz, ¿verdad? Tienes que prometérmelo, Candy, promételo – le pidió, necesitaba saber que ella estaría bien.
Sí – contestó ella con un hilo de voz y el corazón destrozado, no se giró para darle un abrazo, no le robo un beso como él hiciera, solo lo miro por sobre el hombro un instante y de nuevo se soltó del abrazó – tú también.
Esa era la historia, lo que estaba escrito en el destino; o eso era lo que ellos querían pensar. Adiós, era la única solución. Eran jóvenes, inmaduros y la vida les llegó de golpe.
Candy salió del hospital y Terry subió a la habitación de Susana. La nieve seguía cayendo, pero ellos solo sentía el frío de sus almas.
Él miraba por la ventana con la vaga esperanza de verla a lo lejos. "Candy no se atrevió a mirarme" pensaba lastimero, "se fue sin mirarme".
Susana, sentada en su silla de ruedas lo contemplaba, pensando que quizá había cometido un error.
Terry, aún puedes alcanzarla – sugirió ella con pesar, lo amaba, pero sabía que Candy se estaba llevando su corazón, Susana no podía hacerle eso – Puedes ir si quieres – lo apremió, pero él solo la miró.
Me he decidido por… ti – dijo y ella sonrió con el brillo de una mujer enamorada que se sabe correspondida.
¡Terry! – exclamó llena de gozo.
"Si, no la elegí a ella, sino a Susana Marlow" le dio la espalda a Susana nuevamente, era momento de decir el adiós definitivo. "Señorita pecas, tarzán con pecas. Los días del colegio San Pablo nunca volverán. El tiempo no retrocede. Solo risas y alegrías. Candy, si esta era nuestra separación, hubiera sido mejor no conocerte" Terry estaba llorando, y en su delirio imagino a Candy "No es así, Terry, soy feliz de haberte conocido" le respondió el reflejo de la pecosa, él cerró la cortina, no podía más.
Candy caminaba lentamente por las calles casi desiertas de nueva York.
"Hace frío" comenzó pensando "regresare al hotel y partiré esta misma noche". En ese momento una melodía comenzó a sonar. Era la caja de la felicidad de Stear.
Stear – "cada vez que escuches su melodía, te sentirás más feliz". Acercó la caja a su oreja – Terry – al fin las lágrimas encontraron la salida, recorriendo las frías mejillas de Candy y congelándose debido al frío sobre éstas.
"Está bien. Así es como debe ser". Se convencía Candy, rogando porque la caja de la felicidad se llevara su dolor.
Así Candy abandono Broadway, en una fría noche de invierno.
Terry salió dos horas después de Candy, Susana estaba cansada y lo mejor era que ambos descansaran, habían tenido un largo día.
Había neblina y era casi media noche. Decidió tomar un taxi para ir a su departamento.
Un hospital, ¿eh? – empezó a hacer conversación el taxista.
Sí, mi prometida – sintió esa palabra ajena – tuvo un accidente.
¿Su prometida? – repitió el chofer, Terry asintió, sintiéndose un poco incómodo con la plática, en ese momento lo último que quería era hablar de nada.
Tiene problemas en su vida amorosa – afirmó el hombre al volante. Terry lo miró entre confuso y molesto.
¿Cómo pudo saber eso?
Después de los taberneros, los taxistas somos los que más sabemos de problemas del corazón – respondió, tranquilamente. Terry comprendió. El hombre lo miró por el retrovisor - ¿cuál es el problema?
No quiero hablar de esto – soltó, hartó.
Es una buena idea. Tal vez el problema se arregle solo – era burla, Terry lo miró, desafiante, pero al ver los ojos cálidos del taxista, se decidió a hablar. A veces es reconfortante hablar con un extraño sobre lo que nos pasa, él no podrá criticarte por nada de lo que digas o hagas.
Me decidí por otra mujer – confesó - ¿Cómo puede amarse a una persona tanto y no saber cómo… - dudó – cómo amarla?
Entonces no amas a tu prometida en el hospital – afirmó nuevamente – amas a la mujer por la que no te decidiste.
Sí. Muchísimo.
Es todo lo que importa – comentó, dando a entender que para él no había problema.
Esta noche se irá lejos. No puedo ir con ella, no puedo pedirle que se quede.
¿Y si nunca más la pudieras ver? – le preguntó, solemnemente. Terry se confundió.
¿Qué clase de pregunta es esa?
Vamos, imagínatelo. Se han despedido, ¿cierto? – Terry asintió, tristemente – ella sube a un tren y nunca más la vuelves a ver. ¿Podrías vivir con eso? – Terry lo pensó.
No – lo imagino – No. No podría – el taxista detuvo el auto y se giró para mirar a Terry a los ojos.
Ya sabes qué hacer. Apréciala a ella y a lo que tienes. Sólo amala – Terry miró al hombre y se sintió extraño, de pronto vio que no era la calle de su departamento a donde lo llevo el hombre, sino la estación de trenes.
¿Qué hacemos aquí?
No puedes ir por ella con las manos vacías – le señalo con la mirada una tienda de flores. Terry sonrió. Tenía razón, él no podía dejar que Candy se fuera así. Él le debía una explicación y al menos el darse la oportunidad de hablar las cosas, quizá hasta encontrar una solución, juntos, como debió ser desde un principio.
Entró a la estación con esperanzas renovadas, no vio que la gente se arremolinaba a su alrededor, no vio, la masa de humo y fuego que se levantaba a unos kilómetros. No vio absolutamente nada. Él corrió a la taquilla a preguntar a qué hora salía el siguiente tren a Chicago, si había partido, él esperaría el otro para alcanzarlo, de lo contrario, la buscaría en cada rincón de ese edificio.
Nadie lo atendió, fue en ese momento que la gente se reunía en la orilla de la estación.
¡Dios mío, qué horrible accidente! – lloraba una mujer mayor. Fue hasta que escuchó aquello que se percató del pánico general, de los policías y las sirenas de las ambulancias y los bomberos, de la onda de calor que se sentía.
Disculpe – preguntó con un hilo de voz - ¿qué sucedió? – la mujer lo miró.
Se estrellaron – comenzó, pausando las palabras – dos trenes se estrellaron – de pronto, Terry sintió que el mundo se hacía pequeño, que el aire le faltaba. No, no era posible que ella fuera en ese tren, ¿o sí?
¿Cuál era la dirección de tren? ¿Iba a hacer parada en Chicago? – gritó, desesperado. Las personas lo vieron y se asustaron – Necesito la lista de pasajeros – tiró las rosas rojas que llevaba para ella. Llegó con un policía que estaba diciendo qué pasajeros iba a bordo del tren. Terry se formó, hastiado del ver a la gente curiosear, cuando por fin llego su turno, suspiró, enviando una plegaría al cielo para que Candy no hubiese abordado ese tren.
¿Nombre? – preguntó el hombre, con su clásico tono de fastidio.
Candice W. Andley – el policía busco el nombre en sus tres hojas y las personas que reconocieron el apellido comenzaron a cuchichear.
¿Una Andley? – preguntó alguien, Terry estaba que se lo llevaba el demonio, pero gracias al apellido tan importante, el hombre se dio prisa.
No esta – dijo y Terry sintió que el peso que llevaba sobre los hombros se desvanecía. Ella debía estar en su hotel, quizá decidió partir a la mañana siguiente debido al clima, iba a darse la vuelta cuando el hombre lo jaló del brazo – Espere… - Terry se giró, con el miedo reflejado en los ojos – Ah, olvídelo – el hombre hizo una seña con la mano para restarle importancia – Tengo a una tal Candice White, viajaba en tercera clase. No creo que sea la que busca.
El mundo pareció avanzar en cámara lenta para Terry. Candy había abordado el tren.
¿Hay… sobre… vivientes? – preguntó, tanteando su última esperanza.
No – fue la fría respuesta del policía – todos murieron. El tren se estrelló con otro que venía a mantenimiento y unos minutos después estalló por completo. Nadie puedo escapar y mucho menos sobrevivir al estallido.
Las palabras del hombre confirmaron los más terribles temores de Terry. En ese momento sintió cómo el alma se le partió de tajo y una filosísima daga le atravesó el corazón.
No, no, eso no puede ser. Tiene que ser un error – balbuceó, mientras las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos – Por favor, revise bien el nombre.
Lo siento, de verdad – el dolor del castaño se vio reflejado en las personas que lo estaban rodeando.
Las piernas de Terry fallaron y él cayó sobre sus rodillas. Candy, estaba muerta. Muerta. Estaba llorando sin control, como nunca antes lo había hecho. Su mundo acababa de derrumbarse ante sus ojos y él nada pudo hacer. O más bien, él pudo evitarlo, pero no lo hizo.
Ahora Candy se había ido, permaneció ahí tirado en el piso mucho tiempo, llorando como un niño y sintiendo ese enorme hueco en su corazón.
Yo quería estar contigo, de verdad – empezó su monólogo - ¿Por qué… - se le quebró la voz – por qué tenía que pasar esto? – y entre más trataba de encontrarle respuestas más dolor sentía y nuevas lágrimas salían de sus verde azules ojos - Candy, Candy – la llamó, pero nadie respondió. Nunca más lo haría. Ella había muerto.
Continuará…
IF ONLY
Y si no hubieras sabido lo que tenías hasta que se fue.
Y si la vida te diera otra oportunidad para amar a quien has perdido.
Y si tuvieras un día para cambiar el destino.
Nota: Pequeño Fic Basado en la película del mismo nombre.
Capítulo 1: Inevitable
Jeffrey Jones, mejor conocido por sus amigos, como J.J. estaba trabajando su segundo tiempo consecutivo. Él trabajaba para las vías ferroviarias, dando dirección o desviación a los trenes que salían de circulación. Su esposa e hijo lo habían abandonado hacía un par de meses. Trabajaba 16 horas seguidas para no pensar en ellos, dormía 4 y las otras 4, y cuando podía hacerlo en horas de trabajo, se ahogaba en alcohol. Esa noche, especialmente, había bebido más que otras, aunado a su estado de semiconsciencia, estaba el hecho de que no había dormido en mucho tiempo. Iba de regreso a la estación, un tren saldría hacía Chicago y otro llegaría para mantenimiento, debía abrir las vías para que el último no le estorbara al primero. Tropezó con los barrotes de las vías, para levantarse se ayudó de la palanca de direcciones. Refunfuñando por haber caído sobre el frío hielo no se percató que había cerrado la pista y camino deprisa para calentarse en la estación de mando.
La nieve caía con intensidad, el frío que se sentía fuera de ese edificio no era comparable con el que sentía Candy en su corazón. Acababa de salir de la habitación de Susana, sus últimas palabras:
No lo abandones nunca.
Se quedó unos segundos recargada sobre la puerta, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse, y de pronto sintió la presencia de Terry, se veía muy apuesto con su traje en color café, estaba parado enfrente de las escaleras, mirándola con pesar y vergüenza.
Sabía que había llegado la hora de decir adiós. Paso a su lado, sonriéndole para que no la detuviera.
Adiós – se despidió mientras comenzaba a bajar las escaleras.
Te llevaré a la estación – pronunció Terry con voz sería, afectada por esa despedida tan simple.
Será mejor que no – se había detenido, pero al momento siguió con su camino. Terry corrió tras ella, la tomó del brazo.
Candy – dijo con desesperación – te llevaré a la estación.
¡No! – gritó ella y él se sorprendió de lo que vio en los verdes ojos de Candy – dije que no – hipeó – no… eso hará las cosas más difíciles – y con un movimiento brusco deshizo el agarre de él y echó a correr. Terry veía como la mujer que amaba se alejaba y sin querer permitirlo, corrió detrás de ella.
¡Candy! – la llamó, pero ella no se detuvo, cuando por fin la alcanzó, la tomó por la cintura – Candy… no quiero perderte – dijo con voz suplicante – quiero que el tiempo se detenga para siempre.
Terry… - lo nombró ella.
No digas nada, déjame estar así un momento – ese segundo fue una breve paz que ninguno de los dos había experimentado antes, tener así de cerca al otro, su primer abrazo y el último. "Está llorando, Terry está llorando. Terry mi amor, el hombre que me ama y yo amo. Separarnos así" – pesaba Candy mientras Terry colocaba sus manos sobre los hombros femeninos.
Candy – la llamó nuevamente, como si pronunciar su nombre impidiera que ella se fuera, pero quería gastarlo, decirlo tantas veces tuviera oportunidad para que le quedara grabado eternamente. Él la amaba, pero mientras estuvieron abrazados, se dieron cuenta de la realidad. Tenían que separarse, debían hacerlo – vas a ser feliz, ¿verdad? Tienes que prometérmelo, Candy, promételo – le pidió, necesitaba saber que ella estaría bien.
Sí – contestó ella con un hilo de voz y el corazón destrozado, no se giró para darle un abrazo, no le robo un beso como él hiciera, solo lo miro por sobre el hombro un instante y de nuevo se soltó del abrazó – tú también.
Esa era la historia, lo que estaba escrito en el destino; o eso era lo que ellos querían pensar. Adiós, era la única solución. Eran jóvenes, inmaduros y la vida les llegó de golpe.
Candy salió del hospital y Terry subió a la habitación de Susana. La nieve seguía cayendo, pero ellos solo sentía el frío de sus almas.
Él miraba por la ventana con la vaga esperanza de verla a lo lejos. "Candy no se atrevió a mirarme" pensaba lastimero, "se fue sin mirarme".
Susana, sentada en su silla de ruedas lo contemplaba, pensando que quizá había cometido un error.
Terry, aún puedes alcanzarla – sugirió ella con pesar, lo amaba, pero sabía que Candy se estaba llevando su corazón, Susana no podía hacerle eso – Puedes ir si quieres – lo apremió, pero él solo la miró.
Me he decidido por… ti – dijo y ella sonrió con el brillo de una mujer enamorada que se sabe correspondida.
¡Terry! – exclamó llena de gozo.
"Si, no la elegí a ella, sino a Susana Marlow" le dio la espalda a Susana nuevamente, era momento de decir el adiós definitivo. "Señorita pecas, tarzán con pecas. Los días del colegio San Pablo nunca volverán. El tiempo no retrocede. Solo risas y alegrías. Candy, si esta era nuestra separación, hubiera sido mejor no conocerte" Terry estaba llorando, y en su delirio imagino a Candy "No es así, Terry, soy feliz de haberte conocido" le respondió el reflejo de la pecosa, él cerró la cortina, no podía más.
Candy caminaba lentamente por las calles casi desiertas de nueva York.
"Hace frío" comenzó pensando "regresare al hotel y partiré esta misma noche". En ese momento una melodía comenzó a sonar. Era la caja de la felicidad de Stear.
Stear – "cada vez que escuches su melodía, te sentirás más feliz". Acercó la caja a su oreja – Terry – al fin las lágrimas encontraron la salida, recorriendo las frías mejillas de Candy y congelándose debido al frío sobre éstas.
"Está bien. Así es como debe ser". Se convencía Candy, rogando porque la caja de la felicidad se llevara su dolor.
Así Candy abandono Broadway, en una fría noche de invierno.
Terry salió dos horas después de Candy, Susana estaba cansada y lo mejor era que ambos descansaran, habían tenido un largo día.
Había neblina y era casi media noche. Decidió tomar un taxi para ir a su departamento.
Un hospital, ¿eh? – empezó a hacer conversación el taxista.
Sí, mi prometida – sintió esa palabra ajena – tuvo un accidente.
¿Su prometida? – repitió el chofer, Terry asintió, sintiéndose un poco incómodo con la plática, en ese momento lo último que quería era hablar de nada.
Tiene problemas en su vida amorosa – afirmó el hombre al volante. Terry lo miró entre confuso y molesto.
¿Cómo pudo saber eso?
Después de los taberneros, los taxistas somos los que más sabemos de problemas del corazón – respondió, tranquilamente. Terry comprendió. El hombre lo miró por el retrovisor - ¿cuál es el problema?
No quiero hablar de esto – soltó, hartó.
Es una buena idea. Tal vez el problema se arregle solo – era burla, Terry lo miró, desafiante, pero al ver los ojos cálidos del taxista, se decidió a hablar. A veces es reconfortante hablar con un extraño sobre lo que nos pasa, él no podrá criticarte por nada de lo que digas o hagas.
Me decidí por otra mujer – confesó - ¿Cómo puede amarse a una persona tanto y no saber cómo… - dudó – cómo amarla?
Entonces no amas a tu prometida en el hospital – afirmó nuevamente – amas a la mujer por la que no te decidiste.
Sí. Muchísimo.
Es todo lo que importa – comentó, dando a entender que para él no había problema.
Esta noche se irá lejos. No puedo ir con ella, no puedo pedirle que se quede.
¿Y si nunca más la pudieras ver? – le preguntó, solemnemente. Terry se confundió.
¿Qué clase de pregunta es esa?
Vamos, imagínatelo. Se han despedido, ¿cierto? – Terry asintió, tristemente – ella sube a un tren y nunca más la vuelves a ver. ¿Podrías vivir con eso? – Terry lo pensó.
No – lo imagino – No. No podría – el taxista detuvo el auto y se giró para mirar a Terry a los ojos.
Ya sabes qué hacer. Apréciala a ella y a lo que tienes. Sólo amala – Terry miró al hombre y se sintió extraño, de pronto vio que no era la calle de su departamento a donde lo llevo el hombre, sino la estación de trenes.
¿Qué hacemos aquí?
No puedes ir por ella con las manos vacías – le señalo con la mirada una tienda de flores. Terry sonrió. Tenía razón, él no podía dejar que Candy se fuera así. Él le debía una explicación y al menos el darse la oportunidad de hablar las cosas, quizá hasta encontrar una solución, juntos, como debió ser desde un principio.
Entró a la estación con esperanzas renovadas, no vio que la gente se arremolinaba a su alrededor, no vio, la masa de humo y fuego que se levantaba a unos kilómetros. No vio absolutamente nada. Él corrió a la taquilla a preguntar a qué hora salía el siguiente tren a Chicago, si había partido, él esperaría el otro para alcanzarlo, de lo contrario, la buscaría en cada rincón de ese edificio.
Nadie lo atendió, fue en ese momento que la gente se reunía en la orilla de la estación.
¡Dios mío, qué horrible accidente! – lloraba una mujer mayor. Fue hasta que escuchó aquello que se percató del pánico general, de los policías y las sirenas de las ambulancias y los bomberos, de la onda de calor que se sentía.
Disculpe – preguntó con un hilo de voz - ¿qué sucedió? – la mujer lo miró.
Se estrellaron – comenzó, pausando las palabras – dos trenes se estrellaron – de pronto, Terry sintió que el mundo se hacía pequeño, que el aire le faltaba. No, no era posible que ella fuera en ese tren, ¿o sí?
¿Cuál era la dirección de tren? ¿Iba a hacer parada en Chicago? – gritó, desesperado. Las personas lo vieron y se asustaron – Necesito la lista de pasajeros – tiró las rosas rojas que llevaba para ella. Llegó con un policía que estaba diciendo qué pasajeros iba a bordo del tren. Terry se formó, hastiado del ver a la gente curiosear, cuando por fin llego su turno, suspiró, enviando una plegaría al cielo para que Candy no hubiese abordado ese tren.
¿Nombre? – preguntó el hombre, con su clásico tono de fastidio.
Candice W. Andley – el policía busco el nombre en sus tres hojas y las personas que reconocieron el apellido comenzaron a cuchichear.
¿Una Andley? – preguntó alguien, Terry estaba que se lo llevaba el demonio, pero gracias al apellido tan importante, el hombre se dio prisa.
No esta – dijo y Terry sintió que el peso que llevaba sobre los hombros se desvanecía. Ella debía estar en su hotel, quizá decidió partir a la mañana siguiente debido al clima, iba a darse la vuelta cuando el hombre lo jaló del brazo – Espere… - Terry se giró, con el miedo reflejado en los ojos – Ah, olvídelo – el hombre hizo una seña con la mano para restarle importancia – Tengo a una tal Candice White, viajaba en tercera clase. No creo que sea la que busca.
El mundo pareció avanzar en cámara lenta para Terry. Candy había abordado el tren.
¿Hay… sobre… vivientes? – preguntó, tanteando su última esperanza.
No – fue la fría respuesta del policía – todos murieron. El tren se estrelló con otro que venía a mantenimiento y unos minutos después estalló por completo. Nadie puedo escapar y mucho menos sobrevivir al estallido.
Las palabras del hombre confirmaron los más terribles temores de Terry. En ese momento sintió cómo el alma se le partió de tajo y una filosísima daga le atravesó el corazón.
No, no, eso no puede ser. Tiene que ser un error – balbuceó, mientras las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos – Por favor, revise bien el nombre.
Lo siento, de verdad – el dolor del castaño se vio reflejado en las personas que lo estaban rodeando.
Las piernas de Terry fallaron y él cayó sobre sus rodillas. Candy, estaba muerta. Muerta. Estaba llorando sin control, como nunca antes lo había hecho. Su mundo acababa de derrumbarse ante sus ojos y él nada pudo hacer. O más bien, él pudo evitarlo, pero no lo hizo.
Ahora Candy se había ido, permaneció ahí tirado en el piso mucho tiempo, llorando como un niño y sintiendo ese enorme hueco en su corazón.
Yo quería estar contigo, de verdad – empezó su monólogo - ¿Por qué… - se le quebró la voz – por qué tenía que pasar esto? – y entre más trataba de encontrarle respuestas más dolor sentía y nuevas lágrimas salían de sus verde azules ojos - Candy, Candy – la llamó, pero nadie respondió. Nunca más lo haría. Ella había muerto.
Continuará…
Última edición por Ceshire el Lun Jul 24, 2017 6:34 pm, editado 2 veces