HASTA EL ÚLTIMO DE TUS RECUERDOS
Un hombre de traje abrió la portezuela del automóvil del que descendió la elegante mujer.
Sus estilizados tacones se hundieron en la hierba un poco alta; no pensó en que su calzado no sería propicio para el terreno al que iba, pero ahora le daba lo mismo.
Ya estaba ahí, y había esperado mucho tiempo.
Levantó la mirada; unos redondos y anchos lentes oscuros, le protegían los ojos claros de los rayos del sol que refractaban en la superficie del lago, desprendiéndole cegadores destellos.
Pero los lentes no le impidieron mirar la humilde casa que tenía delante.
Estaba tal como se imaginaba que estaría.
Le había parecido a ella que la casa era más grande, pero ahora le parecía que el “Hogar de Pony” había sido aún más humilde, de lo que ella misma recordaba, desde la última vez que estuvo ahí.
Las paredes estaban desvencijadas y carcomidas.
La antigua pintura blanca se dejaba ver apenas en algunos sectores, donde los elementos la habían vuelto de un triste color hueso viejo.
Las tejas rojas del techo, lucían ahora un feo tono entre naranja y café, y algunas yacían hechas trizas entre los hierbajos que rodeaban la casa.
La cruz en la torre de la capilla, se había caído, y la puerta doble de la misma, ahora conservaba solo una de sus barajas.
La cerca apolillada, los setos resecos, el pasto amarillento, las margaritas hechas paja… cuánta miseria.
La elegante mujer de abundante cabello ondulado, suspiró profundamente ante la penosa estructura, y se acomodó las gafas.
Enfundada en aquel ceñido vestido de seda, no podía evitar contonearse, ante la dificultad del terreno bajo sus tacones, pero continuaba altiva.
No era muy alta, y ya no era tan joven; sin embargo conservaba una figura armoniosa.
Los hombres de overol que esperaban órdenes, la siguieron insistentemente con la mirada.
Ella lo sabía, pero en realidad hace tiempo que esas cosas habían dejado de importarle.
Al llegar a la entrada de la vieja casa, otro hombre de traje oscuro le abrió la puerta para que ella entrara.
Cruzado el umbral, fue como sentirse en otro mundo; en otra dimensión.
Como si el tiempo se hubiera detenido en aquella estancia, que se conservaba tal como ella la recordaba de años atrás.
La puerta chirrió ruidosamente detrás de sí al cerrarse. Ella se quedó parada en medio de aquel saloncito, empuñando su pequeño bolsito de sobre, entre las manos; observando el mundo de cosas que, el polvo, llevaba años comiéndose.
El ruido de los vehículos afuera, ahí dentro se acallaba; las voces de los hombres que poco a poco llenaban el lugar, no tenían cabida ahí dentro.
La estancia era silenciosa, pero cálida. Pobre, pero aún se notaba que había sido agradable.
Las ventanas, conservaban colgadas sus viejas y sencillas cortinas.
El mantelito de la mesa de comedor, se notaba tejido a mano, con ese cuidado que solo manos amorosas pueden otorgar. Cuando lo tocó apenas, una “conchita” tejida de deshizo entre sus dedos.
Se internó hacia el pasillo, el panorama no era diferente.
Llegó hasta una habitación, donde se apiñaban varias literas de madera basta; aunque un par de ellas ya habían cedido a la gravedad.
Se percibía cierto aroma a humedad y moho, y hasta le parecía que podía escuchar el crujido de las polillas, haciendo buen banquete de los pobres enseres.
Volvió hacia el salón de estar.
Sobre el sencillo mobiliario, cojines hechos de retazos de diferentes telas, aún conservaban vagamente los colores otrora brillantes.
Un par de osos de peluche casi calvos, reposaban en una silla en un rincón.
Seguramente, último recuerdo de sus últimos habitantes.
Hasta ella llegó todavía perceptible, el aroma de las maderas dulces que se quemaron en aquella chimenea y que calentaron las noches del antiguo orfanato.
Sí, definitivamente el sitio, aunque pobre y reducido, había sido bastante propicio para criar un grupo de niños.
Con un delicado ademán, la mujer se retiró de sobre el hombro, parte de su abundante cabellera ondulada, como si así lograra espantar un recuerdo.
Todavía recordaba la última vez que había estado ahí, como ahora, de pie en ese mismo salón.
Todavía recordaba a la dulce anciana que, sonrientemente, le daba negativas una vez más a sus propuestas…
*************************************
La Señorita Pony no tenía intenciones de deshacerse del hogar, ni siquiera si con eso se agenciaba una “buena vejez”, como ella le decía.
No importaba cuántas veces ella volviera, la respuesta siempre era la misma.
Era una anciana apacible y amable; pero definitivamente había sido un hueso duro de roer.
Sí, la casa estaba muy vieja. En ese momento ya estaba casi cayéndose, pero la buena mujer había nacido ahí, y ahí se quería morir.
Lástima, que ni ese deseo pudo cumplir.
Hacía décadas que, por su edad, le habían retirado el permiso del orfanato, que era lo que mantenía a la propiedad sin gravamen; así que algunos años antes de que muriera, el Ayuntamiento embargó la propiedad por más de 20 años de predios impagos.
Había fallecido en un asilo, hace algunos años ya; a una edad en la que nadie se ponía de acuerdo si eran 100, 102 o 103, y ella misma no sabía ya qué responder.
Así que, ahora ya no estaba ahí; pero ella, sí.
Había tenido que esperar varios años, pero por fin había conseguido cumplir su gran deseo; el deseo de poseer esa propiedad.
Tuvo que esperar que el Ayuntamiento sacara el lote a remate, en el cual tuvo que enfrentarse a varios potentados que ambicionaban el bello paraje. ¡Incluso, se tuvo que enfrentar al mismo Neil para conseguirla!
¡Vaya que pujó el infeliz!
Se notaba que Neil estaba dispuesto a conseguirlo a toda costa, y ella sabía muy bien el por qué. ¡Ah, pero ella lo estaba mucho más!
En el remate, al final quedaron solo él y ella; pujando y ofreciendo cada vez más, hasta que no le quedó más que darse por vencido, siendo ella quien logró ganar la puja, y menos mal.
Ese sitio tan bello, cerca del hermoso lago, con el bosque detrás… Ya se imaginaba ella el destino pusilánime que aquel pelele de Neil le habría dado a ese sitio.
¡Y era justo por eso, que jamás le permitiría poner sus manos en el!..
*************************************
Detrás de ella entraron dos hombres elegantes, y algunos más con overoles y guantes.
Los hombres elegantes desplegaron inmediatamente un ancho plano, y se pusieron a discutir cosas que, la verdad, a ella ahora mismo no podían interesarle menos.
Este era el lugar… el lugar que durante años había estado en su mente.
El lugar que durante años había estado persiguiendo poseer.
Se retiró las gafas oscuras y se adelantó con lentos pasos a admirar todo lo que contenía la sencilla salita.
Todo se encontraba tal como la última vez que la Señorita Pony había hecho uso de su casa; hasta una pequeña tacita de té con su platillo, estaban aún en la mesita junto al viejo y apolillado sillón, donde todavía yacía un libro que el tiempo había desteñido y deshojado.
Al parecer, nadie se había ocupado, después del embargo, de venir a sanear el inmueble.
Y es comprensible; en el estado en que estaba, la casa en realidad no valía nada, y su contenido, mucho menos.
Era el extenso y atractivo terreno el verdadero tesoro que perseguían quienes pujaron en el remate.
Con su dedo índice, recorrió el estante sobre la renegrida chimenea de piedra, la capa de polvo era muy gruesa.
Levantó la mirada y se fijó en los marcos que aún reposaban sobre ella.
Tomó el más grande y sopló con fuerza para quitarle el polvo.
Era un grupo de pequeños, niños y niñas; andrajosos, esmirriados, pero a pesar de todo, sonrientes.
Los niños del Hogar de Pony.
Reconoció dos caritas entre el grupo; con uno de sus dedos frotó el cristal hasta que las despejó del todo.
Arrugada y amarillenta, pero aún nítida; la fotografía le mostraba a una Señorita Pony en mejores años, y a la religiosa que le ayudaba; pero aquellas dos caritas sonrientes fueron las que llamaron su atención.
La una, de lustrosa melena oscura; quien viera esa foto, jamás podría creer, que aquella pequeñita andrajosa de sonrisa tímida, era ahora la esposa de todo un magnate, y la directora de varias fundaciones benéficas.
A su lado, una gordita pecosa de alborotadas coletas rubias…
Una ligera sonrisa se estacionó en sus rojos labios.
El Hogar de Pony… ¡Por fin!
- Señora, estamos listos para cuando usted ordene. – Dijo una voz de hombre a su espalda.
La mujer dejó el viejo marco en su sitio, se reacomodó las grandes gafas de sol, y salió del lugar.
Detrás de ella, uno de los hombres elegantes le venía diciendo cosas a las que ella asentía, mientras le mostraba un manojo de documentos.
- Disculpe… - dijo el hombre mientras ella leía lo que él le mostraba – Y con este árbol tan grande ¿qué hacemos?
Ella fijó su vista en el árbol que el hombre le señalaba. Un abeto gigantesco que se notaba muy antiguo.
Era tan alto que, ella, sujetando sus gafas de sol, tuvo que arquearse un poco hacia atrás para poder mirarlo bien.
- No me parece que sea impedimento – dijo al final – pero si ven que estorba mucho ¡Córtenlo y ya!
Se colocó el bolsito de sobre, debajo del brazo un momento, y comenzó a firmar cuanto papel el tipo le había puesto enfrente; luego, siguió andando hasta donde el chofer le esperaba con la portezuela del auto abierta.
- ¡Hermoso sitio, señorita! – exclamó el chofer, al ingresar a su puesto.
- ¡Sí que lo es! – respondió ella, sin dignarse a mirarle – Le tenía puesto el ojo hace no sabes cuántos años.
- Recuerdo que la compra estuvo difícil; le felicito por haberlo conseguido ¡Incluso peleándoselo al propio Sr. Leagan! ¿Qué hará aquí? Digo, si no es mucho atrevimiento preguntar.
- Lo que estás mirando, - dijo la mujer a su chofer – es el terreno donde dentro de poco se ubicará el nuevo “Leagan – Hilton Hotel”; el idiota de Neil no merecía tenerlo. No le habría sacado ningún provecho a este increíble paisaje, solo lo quería para regalárselo a una infeliz, que nunca le ha dado ni la hora.
- Pues muy mal habría hecho el Sr. Neil, si me permite decirlo – replicó el chofer, haciéndola sonreír levemente – para lo que usted tiene en mente ¡mejor lugar imposible, señorita! Bien ¿a dónde la llevo ahora?
- A la oficina, por supuesto. – respondió ella secamente – ¡Tengo mucho que hacer todavía!
- ¡Como ordene, señorita Eliza!
El hombre arrancó el automóvil, y ella se acomodó en el asiento revisando documentos.
Un estruendo llamó su atención de pronto; se volteó y miró por el parabrisas trasero.
Una pala mecánica golpeaba la débil estructura de lo que había sido el Hogar de Pony, para sanear el terreno donde se levantaría su nuevo hotel 5 estrellas.
Ella alcanzó a mirar, en el justo momento en que la pala golpeaba la torrecita de la capilla, haciendo saltar trozos de ladrillo y madera por todos lados.
¡Oh, habría pagado millones para tener a Candy enfrente, y mirar su expresión al presenciar aquello!
Con este pensamiento, una amplia sonrisa triunfal se estacionó en sus labios rojos.
Fin.
Sus estilizados tacones se hundieron en la hierba un poco alta; no pensó en que su calzado no sería propicio para el terreno al que iba, pero ahora le daba lo mismo.
Ya estaba ahí, y había esperado mucho tiempo.
Levantó la mirada; unos redondos y anchos lentes oscuros, le protegían los ojos claros de los rayos del sol que refractaban en la superficie del lago, desprendiéndole cegadores destellos.
Pero los lentes no le impidieron mirar la humilde casa que tenía delante.
Estaba tal como se imaginaba que estaría.
Le había parecido a ella que la casa era más grande, pero ahora le parecía que el “Hogar de Pony” había sido aún más humilde, de lo que ella misma recordaba, desde la última vez que estuvo ahí.
Las paredes estaban desvencijadas y carcomidas.
La antigua pintura blanca se dejaba ver apenas en algunos sectores, donde los elementos la habían vuelto de un triste color hueso viejo.
Las tejas rojas del techo, lucían ahora un feo tono entre naranja y café, y algunas yacían hechas trizas entre los hierbajos que rodeaban la casa.
La cruz en la torre de la capilla, se había caído, y la puerta doble de la misma, ahora conservaba solo una de sus barajas.
La cerca apolillada, los setos resecos, el pasto amarillento, las margaritas hechas paja… cuánta miseria.
La elegante mujer de abundante cabello ondulado, suspiró profundamente ante la penosa estructura, y se acomodó las gafas.
Enfundada en aquel ceñido vestido de seda, no podía evitar contonearse, ante la dificultad del terreno bajo sus tacones, pero continuaba altiva.
No era muy alta, y ya no era tan joven; sin embargo conservaba una figura armoniosa.
Los hombres de overol que esperaban órdenes, la siguieron insistentemente con la mirada.
Ella lo sabía, pero en realidad hace tiempo que esas cosas habían dejado de importarle.
Al llegar a la entrada de la vieja casa, otro hombre de traje oscuro le abrió la puerta para que ella entrara.
Cruzado el umbral, fue como sentirse en otro mundo; en otra dimensión.
Como si el tiempo se hubiera detenido en aquella estancia, que se conservaba tal como ella la recordaba de años atrás.
La puerta chirrió ruidosamente detrás de sí al cerrarse. Ella se quedó parada en medio de aquel saloncito, empuñando su pequeño bolsito de sobre, entre las manos; observando el mundo de cosas que, el polvo, llevaba años comiéndose.
El ruido de los vehículos afuera, ahí dentro se acallaba; las voces de los hombres que poco a poco llenaban el lugar, no tenían cabida ahí dentro.
La estancia era silenciosa, pero cálida. Pobre, pero aún se notaba que había sido agradable.
Las ventanas, conservaban colgadas sus viejas y sencillas cortinas.
El mantelito de la mesa de comedor, se notaba tejido a mano, con ese cuidado que solo manos amorosas pueden otorgar. Cuando lo tocó apenas, una “conchita” tejida de deshizo entre sus dedos.
Se internó hacia el pasillo, el panorama no era diferente.
Llegó hasta una habitación, donde se apiñaban varias literas de madera basta; aunque un par de ellas ya habían cedido a la gravedad.
Se percibía cierto aroma a humedad y moho, y hasta le parecía que podía escuchar el crujido de las polillas, haciendo buen banquete de los pobres enseres.
Volvió hacia el salón de estar.
Sobre el sencillo mobiliario, cojines hechos de retazos de diferentes telas, aún conservaban vagamente los colores otrora brillantes.
Un par de osos de peluche casi calvos, reposaban en una silla en un rincón.
Seguramente, último recuerdo de sus últimos habitantes.
Hasta ella llegó todavía perceptible, el aroma de las maderas dulces que se quemaron en aquella chimenea y que calentaron las noches del antiguo orfanato.
Sí, definitivamente el sitio, aunque pobre y reducido, había sido bastante propicio para criar un grupo de niños.
Con un delicado ademán, la mujer se retiró de sobre el hombro, parte de su abundante cabellera ondulada, como si así lograra espantar un recuerdo.
Todavía recordaba la última vez que había estado ahí, como ahora, de pie en ese mismo salón.
Todavía recordaba a la dulce anciana que, sonrientemente, le daba negativas una vez más a sus propuestas…
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La Señorita Pony no tenía intenciones de deshacerse del hogar, ni siquiera si con eso se agenciaba una “buena vejez”, como ella le decía.
No importaba cuántas veces ella volviera, la respuesta siempre era la misma.
Era una anciana apacible y amable; pero definitivamente había sido un hueso duro de roer.
Sí, la casa estaba muy vieja. En ese momento ya estaba casi cayéndose, pero la buena mujer había nacido ahí, y ahí se quería morir.
Lástima, que ni ese deseo pudo cumplir.
Hacía décadas que, por su edad, le habían retirado el permiso del orfanato, que era lo que mantenía a la propiedad sin gravamen; así que algunos años antes de que muriera, el Ayuntamiento embargó la propiedad por más de 20 años de predios impagos.
Había fallecido en un asilo, hace algunos años ya; a una edad en la que nadie se ponía de acuerdo si eran 100, 102 o 103, y ella misma no sabía ya qué responder.
Así que, ahora ya no estaba ahí; pero ella, sí.
Había tenido que esperar varios años, pero por fin había conseguido cumplir su gran deseo; el deseo de poseer esa propiedad.
Tuvo que esperar que el Ayuntamiento sacara el lote a remate, en el cual tuvo que enfrentarse a varios potentados que ambicionaban el bello paraje. ¡Incluso, se tuvo que enfrentar al mismo Neil para conseguirla!
¡Vaya que pujó el infeliz!
Se notaba que Neil estaba dispuesto a conseguirlo a toda costa, y ella sabía muy bien el por qué. ¡Ah, pero ella lo estaba mucho más!
En el remate, al final quedaron solo él y ella; pujando y ofreciendo cada vez más, hasta que no le quedó más que darse por vencido, siendo ella quien logró ganar la puja, y menos mal.
Ese sitio tan bello, cerca del hermoso lago, con el bosque detrás… Ya se imaginaba ella el destino pusilánime que aquel pelele de Neil le habría dado a ese sitio.
¡Y era justo por eso, que jamás le permitiría poner sus manos en el!..
*************************************
Detrás de ella entraron dos hombres elegantes, y algunos más con overoles y guantes.
Los hombres elegantes desplegaron inmediatamente un ancho plano, y se pusieron a discutir cosas que, la verdad, a ella ahora mismo no podían interesarle menos.
Este era el lugar… el lugar que durante años había estado en su mente.
El lugar que durante años había estado persiguiendo poseer.
Se retiró las gafas oscuras y se adelantó con lentos pasos a admirar todo lo que contenía la sencilla salita.
Todo se encontraba tal como la última vez que la Señorita Pony había hecho uso de su casa; hasta una pequeña tacita de té con su platillo, estaban aún en la mesita junto al viejo y apolillado sillón, donde todavía yacía un libro que el tiempo había desteñido y deshojado.
Al parecer, nadie se había ocupado, después del embargo, de venir a sanear el inmueble.
Y es comprensible; en el estado en que estaba, la casa en realidad no valía nada, y su contenido, mucho menos.
Era el extenso y atractivo terreno el verdadero tesoro que perseguían quienes pujaron en el remate.
Con su dedo índice, recorrió el estante sobre la renegrida chimenea de piedra, la capa de polvo era muy gruesa.
Levantó la mirada y se fijó en los marcos que aún reposaban sobre ella.
Tomó el más grande y sopló con fuerza para quitarle el polvo.
Era un grupo de pequeños, niños y niñas; andrajosos, esmirriados, pero a pesar de todo, sonrientes.
Los niños del Hogar de Pony.
Reconoció dos caritas entre el grupo; con uno de sus dedos frotó el cristal hasta que las despejó del todo.
Arrugada y amarillenta, pero aún nítida; la fotografía le mostraba a una Señorita Pony en mejores años, y a la religiosa que le ayudaba; pero aquellas dos caritas sonrientes fueron las que llamaron su atención.
La una, de lustrosa melena oscura; quien viera esa foto, jamás podría creer, que aquella pequeñita andrajosa de sonrisa tímida, era ahora la esposa de todo un magnate, y la directora de varias fundaciones benéficas.
A su lado, una gordita pecosa de alborotadas coletas rubias…
Una ligera sonrisa se estacionó en sus rojos labios.
El Hogar de Pony… ¡Por fin!
- Señora, estamos listos para cuando usted ordene. – Dijo una voz de hombre a su espalda.
La mujer dejó el viejo marco en su sitio, se reacomodó las grandes gafas de sol, y salió del lugar.
Detrás de ella, uno de los hombres elegantes le venía diciendo cosas a las que ella asentía, mientras le mostraba un manojo de documentos.
- Disculpe… - dijo el hombre mientras ella leía lo que él le mostraba – Y con este árbol tan grande ¿qué hacemos?
Ella fijó su vista en el árbol que el hombre le señalaba. Un abeto gigantesco que se notaba muy antiguo.
Era tan alto que, ella, sujetando sus gafas de sol, tuvo que arquearse un poco hacia atrás para poder mirarlo bien.
- No me parece que sea impedimento – dijo al final – pero si ven que estorba mucho ¡Córtenlo y ya!
Se colocó el bolsito de sobre, debajo del brazo un momento, y comenzó a firmar cuanto papel el tipo le había puesto enfrente; luego, siguió andando hasta donde el chofer le esperaba con la portezuela del auto abierta.
- ¡Hermoso sitio, señorita! – exclamó el chofer, al ingresar a su puesto.
- ¡Sí que lo es! – respondió ella, sin dignarse a mirarle – Le tenía puesto el ojo hace no sabes cuántos años.
- Recuerdo que la compra estuvo difícil; le felicito por haberlo conseguido ¡Incluso peleándoselo al propio Sr. Leagan! ¿Qué hará aquí? Digo, si no es mucho atrevimiento preguntar.
- Lo que estás mirando, - dijo la mujer a su chofer – es el terreno donde dentro de poco se ubicará el nuevo “Leagan – Hilton Hotel”; el idiota de Neil no merecía tenerlo. No le habría sacado ningún provecho a este increíble paisaje, solo lo quería para regalárselo a una infeliz, que nunca le ha dado ni la hora.
- Pues muy mal habría hecho el Sr. Neil, si me permite decirlo – replicó el chofer, haciéndola sonreír levemente – para lo que usted tiene en mente ¡mejor lugar imposible, señorita! Bien ¿a dónde la llevo ahora?
- A la oficina, por supuesto. – respondió ella secamente – ¡Tengo mucho que hacer todavía!
- ¡Como ordene, señorita Eliza!
El hombre arrancó el automóvil, y ella se acomodó en el asiento revisando documentos.
Un estruendo llamó su atención de pronto; se volteó y miró por el parabrisas trasero.
Una pala mecánica golpeaba la débil estructura de lo que había sido el Hogar de Pony, para sanear el terreno donde se levantaría su nuevo hotel 5 estrellas.
Ella alcanzó a mirar, en el justo momento en que la pala golpeaba la torrecita de la capilla, haciendo saltar trozos de ladrillo y madera por todos lados.
¡Oh, habría pagado millones para tener a Candy enfrente, y mirar su expresión al presenciar aquello!
Con este pensamiento, una amplia sonrisa triunfal se estacionó en sus labios rojos.
Fin.