HECHICERA
¡Sería suyo!
Como que venía de una larga y muy famosa estirpe de poderosos brujos y hechiceras, ella tendría a ese hombre ¡Lo juraba por todos sus ancestros!
Durante toda su vida, que había sido muy larga; y desde que era aún una niña pequeña, ella había logrado todo lo que había deseado con el arte de su magia.
Caprichos, desde los más ínfimos, hasta los más grandes.
Si quería ser dueña de un palacio, lo conseguía.
Si necesitaba defenderse, hacía aparecer un dragón.
Había logrado descifrar el arte de la eterna juventud ¡Secreto que guardaba muy celosamente para ella y sus más allegados!
Solamente había que verla; era una bruja que ya había vivido siglos, pero seguía teniendo el rostro de una niña de dieciséis años...
Nada le era negado; su conocimiento era vasto y cualquier información que necesitara, no tenía sino que consultar su gigantesca biblioteca, donde yacía toda la sabiduría, de este mundo y el otro.
Su hermano, tanto de nacimiento como de congregación; era otro hechicero muy reconocido, y juntos habíanse vuelto famosos, por el arte de su magia, y porque no se tocaban el corazón (si acaso lo tenían) para conseguir cualquiera de sus objetivos.
Ahora mismo, ella; la famosa hechicera de rostro de niña, había presenciado la llegada de un ser magnífico, hermoso y más que bien hecho ¡Un hombre apuesto, como ella no había visto jamás!
Se había quedado prendada de él, como quien se prenda de una joya increíble e inalcanzable; que deseas poseerla a pesar de saber que no puedes.
Pero para ella no había ningún imposible.
Consultó sus runas; los arcanos le dieron su nombre y posición.
No le importaba sus títulos de nobleza ¡ella podría ser reina si así lo deseara!
Pero por ahora, solo lo deseaba a él. A ese magnífico espécimen de humano mortal, que la había deslumbrado con su rostro de ángel, su porte de príncipe y esos dos zafiros que tenía en la mirada.
¡Debía tenerlo! ¡Debía ser suyo! Pero... ¿qué era lo que miraban sus ojos?
Su brillante bola de cristal se lo mostraba… ¡Aaaaaahh!
¡¡Tormentas y maldiciones caigan sobre la cabeza de aquella infeliz que osa besar esa boca, que yo ya ha marcado como mi propiedad!!
La mujer es bella, pero no como ella.
Es joven, pero su juventud se marchitará en pocos años. La suya en cambio ¡es eterna!
Ese cabello rubio se volverá canoso en menos de dos décadas.
Esas pecas coquetas, serán pronto manchas asquerosas que poblarán su cara llena de arrugas; mientras la lozanía de su faz no perdería encanto nunca.
Además, con la cara de tonta que se gasta, no será difícil arrebatárselo.
Ella tenía el conocimiento, y además, la falta de escrúpulos necesaria para lograr lo que quisiera ¡Ese hombre sería suyo, por sus ancestros lo había jurado!
Consultó sus grandes y antiguos grimorios que guardaban los secretos de la más antigua alquimia, hasta que dio con el conjuro que necesitaba.
Consultó a los astros, las constelaciones le dijeron que los signos le eran propicios.
Los arcanos no mentían; los antiguos espíritus que le servían le daban la respuesta necesaria. Era un hechizo difícil. Tanto, que en su “coven”, hace mucho que estaba prohibido.
Bah ¡palabrería vieja y caduca de un montón de brujas ancianas que se amilanaban con poco! pero a ella, esas tonterías le importaban un comino.
No era cosa nueva, había usado “hechizos prohibidos” cientos de veces, así que ni siquiera se preocupó en tomar la lupa y leer la letra pequeña.
Reunió los ingredientes, ¡todos de temporada!
Conjuró a los espíritus pertinentes. ¡Todos le habían servido ya antes!
La luna llena se daba esa misma noche, los planetas se alineaban.
Plutón estaba convergente… Marte, retrógrado ¡Era perfecto!
¡Los mismos dioses parecían sonreírle!
Es que no podía fallar, ella siempre se salía con la suya, ahora no tendría por qué ser diferente.
Comenzó a conjurar su hechizo. A medida que lo necesario ardía en un caldero, ella repetía las palabras mágicas que cumplirían su deseo.
En la palma de su mano se fue formando un haz de luz; débil al principio, y pálido; pero a medida que su voz se elevaba, y los espíritus se iban reuniendo en torno a ella; el viento se arremolinaba a su alrededor como si se estuviera formando una tempestad dentro de su laboratorio, y el conjuro en su mano crecía, tomando forma, brillo y color.
Al ver el elemento formado, sonrió. Estaba listo.
Conjuró su bola de cristal para ver nuevamente el hermoso y varonil rostro de su noble deseo; lo tenía a tiro.
Tomó impulso y justamente cuando ella lanzaba el hechizo, la mujer rubia aparecía de nuevo, tomaba dulcemente el rostro del hombre entre sus manos de porcelana, y lo besaba, de manera apasionada.
El elemento que la hechicera lanzara a la bola, rebotó violentamente, golpeándola y arrojándola hacia el fondo de su laboratorio, destrozando con su cuerpo una gran estantería llena de libros y documentos.
El grito de la bruja se escuchó por todo el castillo.
- ¡Eliza! – la voz de un hombre se escuchaba llegando - ¡Eliza! ¡Eliza! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
El hermano de la bruja había corrido al laboratorio de su hermana apenas escuchó el estruendo, y el alarido de dolor de la mujer.
Ni bien ingresó por la puerta, percibió un cambio en el ambiente; un bajón en la presión atmosférica; un cambio de clima repentino ¡No sabía él qué fue lo que sintió en la habitación! Pero de inmediato supo que no era bueno.
Encontró a su hermana desmadejada al fondo del lugar, entre un montón de libros destrozados y trozos de madera.
- ¡Qué hiciste, Eliza! ¡¿Qué te pasó!?
- Ay… Neil… - balbuceó ella volviendo en sí – esa… esa mujer… no sé cómo, pero esa mujer logró contrarrestar mi hechizo…
- ¿Qué hechizo? ¿Qué mujer? – preguntaba el hombre, igual de antiguo que ella, pero con la misma cara de adolescente - ¿Qué hiciste, Eliza? ¡Qué hiciste!
Ayudando a su hermana a levantarse y recuperarse, escuchó atentamente la historia que esta le contara; le mostró lo que había estado haciendo.
Los ingredientes que usó, los espíritus que invocó; le mostró el libro, el de los hechizos prohibidos.
Al tomar el libro y leer, entonces el hombre comprendió, qué era esa sensación extraña que había percibido al ingresar al laboratorio; y ahora mismo, sabía de dónde es que esta venía. O mejor dicho, de quién.
Cerró el grueso y antiguo grimorio con pesadumbre, y mirando a su hermana que seguía padeciendo los dolores de su accidente, tomó una daga, y a su hermana de una mano.
La bruja dio un grito al sentir un dolor punzante en uno de sus dedos. Acto seguido, se quedó atónita ante lo que veía.
Un pequeño rubí, brotaba de la punta de su dedo, y se agrandaba a cada segundo; hasta que abandonó su redondez y se derramó en una finísima hilacha que se escurrió a lo largo de su mano.
La mujer siguió la trayectoria de este hilo rojo tibio que le recorría la palma…
- ¿Qué es esto?- preguntó a su hermano mayor.
- Eso, hermanita, es sangre… Tu sangre… - respondió él.
- Pero… eso es imposible. – replicó ella con una sonrisa – Nosotros no sangramos. Solo sangran los…
- No leíste el hechizo completo ¿No es así? Cómo has podido ser tan necia e impulsiva; cómo no has aprendido nada en tantos siglos ¡Siempre debes leer los hechizos completos!
- ¡No decía nada importante!
- ¿Nada importante? ¡¿Nada importante!? ¡Era la advertencia más importante del mundo, hermana! Si el hechizo no se lleva a cabo bien; si este rebota y te golpea ¡pierdes todos tus poderes!
- ¿¡Qué!? ¡No! ¡Eso es imposible! ¡No, no!
Ella intentaba crear pases mágicos, pero sus manos no le obedecían. Intentó levantar el desorden. Trató de hacer levitar el escritorio. Hasta intentó encender una vela… ni siquiera las chispitas de colores con las que se divirtiera de niña, que brotaban cuando chasqueaba sus dedos, ni siquiera eso…
- ¡Nooooooooo! – gimió desesperada la bruja al borde de las lágrimas - ¡No es posible! ¡Si lo hice todo bien! Seguí al pie de la letra todas las instrucciones, usé todos los ingredientes frescos; esperé a la hora precisa ¡La hora justa! Lo hice todo bien ¡Lo hice todo!
- Pues, algo sucedió.
- ¡¡Fue ellaaaaa!! – rugió la bruja, con el rostro desencajado, señalando la bola de cristal donde aún se podía ver a los amantes sonriendo felices y abrazados - ¡esa mujer bloqueó mi hechizo! ¡¡Ella no sé cómo, pero ella lo hizo!!
- No Eliza, ella no hizo nada, esa mujer es mortal… tan mortal como lo eres tú ahora.
- ¡No repitas eso!
- Pues lo eres, y más vale que te vayas haciendo a la idea. Jugaste con algo que no debías, Eliza. Usaste magia prohibida hace siglos e intentaste usarla contra una magia aún más poderosa que tú no conoces…
- ¡De qué estás hablando, Neil! ¿Acaso no acabas de decirme que esa mujer es mortal? ¿¡De qué magia hablas!?
- Sí, ella es mortal. Basta verla para saberlo; pero aún sin ser bruja, ella cuenta con una magia sumamente poderosa; una magia aún más antigua que todo lo que conocemos y más infalible que todo el conocimiento que guardas en este laboratorio…
- ¡Eso es imposible!... Yo lo sé todo ¡Yo lo he estudiado todo! ¡El conocimiento del universo, es mío! Sé tanto que he olvidado más de lo que tú sabrás jamás ¡Sé cosas que los mismos Antiguos Maestros no habían logrado averiguar! Así que dime ¿¡Qué magia puede ser esa, hermano!? ¡Dímelo!
- Es una magia, que es mucho más antigua que todo lo que dices saber; tan antigua que, dicen, que antes de que el mundo fuera creado, esta ya existía. Es tan poderosa y tan misteriosa, que los Antiguos Maestros de nuestros Antiguos Maestros, nunca lograron entender de dónde provenía. Ninguno de nosotros la conoce; nadie puede vencerla, ni manejarla o manipularla. No desaparece, ni se debilita, y los que logran poseerla, se vuelven invencibles… La llaman “Amor”.
La hechicera, se estrujó los cabellos con desesperación.
Se pasó las manos por el rostro y, al mirarse en un cristal, le pareció que ya no lucía tan infantil y lozana como aquella mañana.
Tomó la brillante bola de cristal, y la estrelló contra un muro; porque no podía soportar que siguiera proyectándose la imagen feliz, del hombre que ella deseaba, con la mujer que tenía su corazón, sin necesidad de hechizo alguno.
Se tiró al suelo y comenzó a abrir y cerrar cada libro que yacía por el piso, buscando y buscando respuestas.
No todo podía estar perdido ¡Tenía que haber alguna solución!
Pero no la había, ella lo sabía, pero no quería aceptarlo.
Su hermano la miraba con lástima desde un extremo del laboratorio, dio media vuelta y salió por la puerta.
Esperaba él que su hermana se convenciera y dejara de buscar en algún momento ¡y ojalá que fuera pronto!
Revisar cada libro que había en esa habitación ¡podía llevarle décadas!
Y ella, ahora ya no tenía tanto tiempo como antes...
Gracias por leer...
Como que venía de una larga y muy famosa estirpe de poderosos brujos y hechiceras, ella tendría a ese hombre ¡Lo juraba por todos sus ancestros!
Durante toda su vida, que había sido muy larga; y desde que era aún una niña pequeña, ella había logrado todo lo que había deseado con el arte de su magia.
Caprichos, desde los más ínfimos, hasta los más grandes.
Si quería ser dueña de un palacio, lo conseguía.
Si necesitaba defenderse, hacía aparecer un dragón.
Había logrado descifrar el arte de la eterna juventud ¡Secreto que guardaba muy celosamente para ella y sus más allegados!
Solamente había que verla; era una bruja que ya había vivido siglos, pero seguía teniendo el rostro de una niña de dieciséis años...
Nada le era negado; su conocimiento era vasto y cualquier información que necesitara, no tenía sino que consultar su gigantesca biblioteca, donde yacía toda la sabiduría, de este mundo y el otro.
Su hermano, tanto de nacimiento como de congregación; era otro hechicero muy reconocido, y juntos habíanse vuelto famosos, por el arte de su magia, y porque no se tocaban el corazón (si acaso lo tenían) para conseguir cualquiera de sus objetivos.
Ahora mismo, ella; la famosa hechicera de rostro de niña, había presenciado la llegada de un ser magnífico, hermoso y más que bien hecho ¡Un hombre apuesto, como ella no había visto jamás!
Se había quedado prendada de él, como quien se prenda de una joya increíble e inalcanzable; que deseas poseerla a pesar de saber que no puedes.
Pero para ella no había ningún imposible.
Consultó sus runas; los arcanos le dieron su nombre y posición.
No le importaba sus títulos de nobleza ¡ella podría ser reina si así lo deseara!
Pero por ahora, solo lo deseaba a él. A ese magnífico espécimen de humano mortal, que la había deslumbrado con su rostro de ángel, su porte de príncipe y esos dos zafiros que tenía en la mirada.
¡Debía tenerlo! ¡Debía ser suyo! Pero... ¿qué era lo que miraban sus ojos?
Su brillante bola de cristal se lo mostraba… ¡Aaaaaahh!
¡¡Tormentas y maldiciones caigan sobre la cabeza de aquella infeliz que osa besar esa boca, que yo ya ha marcado como mi propiedad!!
La mujer es bella, pero no como ella.
Es joven, pero su juventud se marchitará en pocos años. La suya en cambio ¡es eterna!
Ese cabello rubio se volverá canoso en menos de dos décadas.
Esas pecas coquetas, serán pronto manchas asquerosas que poblarán su cara llena de arrugas; mientras la lozanía de su faz no perdería encanto nunca.
Además, con la cara de tonta que se gasta, no será difícil arrebatárselo.
Ella tenía el conocimiento, y además, la falta de escrúpulos necesaria para lograr lo que quisiera ¡Ese hombre sería suyo, por sus ancestros lo había jurado!
Consultó sus grandes y antiguos grimorios que guardaban los secretos de la más antigua alquimia, hasta que dio con el conjuro que necesitaba.
Consultó a los astros, las constelaciones le dijeron que los signos le eran propicios.
Los arcanos no mentían; los antiguos espíritus que le servían le daban la respuesta necesaria. Era un hechizo difícil. Tanto, que en su “coven”, hace mucho que estaba prohibido.
Bah ¡palabrería vieja y caduca de un montón de brujas ancianas que se amilanaban con poco! pero a ella, esas tonterías le importaban un comino.
No era cosa nueva, había usado “hechizos prohibidos” cientos de veces, así que ni siquiera se preocupó en tomar la lupa y leer la letra pequeña.
Reunió los ingredientes, ¡todos de temporada!
Conjuró a los espíritus pertinentes. ¡Todos le habían servido ya antes!
La luna llena se daba esa misma noche, los planetas se alineaban.
Plutón estaba convergente… Marte, retrógrado ¡Era perfecto!
¡Los mismos dioses parecían sonreírle!
Es que no podía fallar, ella siempre se salía con la suya, ahora no tendría por qué ser diferente.
Comenzó a conjurar su hechizo. A medida que lo necesario ardía en un caldero, ella repetía las palabras mágicas que cumplirían su deseo.
En la palma de su mano se fue formando un haz de luz; débil al principio, y pálido; pero a medida que su voz se elevaba, y los espíritus se iban reuniendo en torno a ella; el viento se arremolinaba a su alrededor como si se estuviera formando una tempestad dentro de su laboratorio, y el conjuro en su mano crecía, tomando forma, brillo y color.
Al ver el elemento formado, sonrió. Estaba listo.
Conjuró su bola de cristal para ver nuevamente el hermoso y varonil rostro de su noble deseo; lo tenía a tiro.
Tomó impulso y justamente cuando ella lanzaba el hechizo, la mujer rubia aparecía de nuevo, tomaba dulcemente el rostro del hombre entre sus manos de porcelana, y lo besaba, de manera apasionada.
El elemento que la hechicera lanzara a la bola, rebotó violentamente, golpeándola y arrojándola hacia el fondo de su laboratorio, destrozando con su cuerpo una gran estantería llena de libros y documentos.
El grito de la bruja se escuchó por todo el castillo.
- ¡Eliza! – la voz de un hombre se escuchaba llegando - ¡Eliza! ¡Eliza! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
El hermano de la bruja había corrido al laboratorio de su hermana apenas escuchó el estruendo, y el alarido de dolor de la mujer.
Ni bien ingresó por la puerta, percibió un cambio en el ambiente; un bajón en la presión atmosférica; un cambio de clima repentino ¡No sabía él qué fue lo que sintió en la habitación! Pero de inmediato supo que no era bueno.
Encontró a su hermana desmadejada al fondo del lugar, entre un montón de libros destrozados y trozos de madera.
- ¡Qué hiciste, Eliza! ¡¿Qué te pasó!?
- Ay… Neil… - balbuceó ella volviendo en sí – esa… esa mujer… no sé cómo, pero esa mujer logró contrarrestar mi hechizo…
- ¿Qué hechizo? ¿Qué mujer? – preguntaba el hombre, igual de antiguo que ella, pero con la misma cara de adolescente - ¿Qué hiciste, Eliza? ¡Qué hiciste!
Ayudando a su hermana a levantarse y recuperarse, escuchó atentamente la historia que esta le contara; le mostró lo que había estado haciendo.
Los ingredientes que usó, los espíritus que invocó; le mostró el libro, el de los hechizos prohibidos.
Al tomar el libro y leer, entonces el hombre comprendió, qué era esa sensación extraña que había percibido al ingresar al laboratorio; y ahora mismo, sabía de dónde es que esta venía. O mejor dicho, de quién.
Cerró el grueso y antiguo grimorio con pesadumbre, y mirando a su hermana que seguía padeciendo los dolores de su accidente, tomó una daga, y a su hermana de una mano.
La bruja dio un grito al sentir un dolor punzante en uno de sus dedos. Acto seguido, se quedó atónita ante lo que veía.
Un pequeño rubí, brotaba de la punta de su dedo, y se agrandaba a cada segundo; hasta que abandonó su redondez y se derramó en una finísima hilacha que se escurrió a lo largo de su mano.
La mujer siguió la trayectoria de este hilo rojo tibio que le recorría la palma…
- ¿Qué es esto?- preguntó a su hermano mayor.
- Eso, hermanita, es sangre… Tu sangre… - respondió él.
- Pero… eso es imposible. – replicó ella con una sonrisa – Nosotros no sangramos. Solo sangran los…
- No leíste el hechizo completo ¿No es así? Cómo has podido ser tan necia e impulsiva; cómo no has aprendido nada en tantos siglos ¡Siempre debes leer los hechizos completos!
- ¡No decía nada importante!
- ¿Nada importante? ¡¿Nada importante!? ¡Era la advertencia más importante del mundo, hermana! Si el hechizo no se lleva a cabo bien; si este rebota y te golpea ¡pierdes todos tus poderes!
- ¿¡Qué!? ¡No! ¡Eso es imposible! ¡No, no!
Ella intentaba crear pases mágicos, pero sus manos no le obedecían. Intentó levantar el desorden. Trató de hacer levitar el escritorio. Hasta intentó encender una vela… ni siquiera las chispitas de colores con las que se divirtiera de niña, que brotaban cuando chasqueaba sus dedos, ni siquiera eso…
- ¡Nooooooooo! – gimió desesperada la bruja al borde de las lágrimas - ¡No es posible! ¡Si lo hice todo bien! Seguí al pie de la letra todas las instrucciones, usé todos los ingredientes frescos; esperé a la hora precisa ¡La hora justa! Lo hice todo bien ¡Lo hice todo!
- Pues, algo sucedió.
- ¡¡Fue ellaaaaa!! – rugió la bruja, con el rostro desencajado, señalando la bola de cristal donde aún se podía ver a los amantes sonriendo felices y abrazados - ¡esa mujer bloqueó mi hechizo! ¡¡Ella no sé cómo, pero ella lo hizo!!
- No Eliza, ella no hizo nada, esa mujer es mortal… tan mortal como lo eres tú ahora.
- ¡No repitas eso!
- Pues lo eres, y más vale que te vayas haciendo a la idea. Jugaste con algo que no debías, Eliza. Usaste magia prohibida hace siglos e intentaste usarla contra una magia aún más poderosa que tú no conoces…
- ¡De qué estás hablando, Neil! ¿Acaso no acabas de decirme que esa mujer es mortal? ¿¡De qué magia hablas!?
- Sí, ella es mortal. Basta verla para saberlo; pero aún sin ser bruja, ella cuenta con una magia sumamente poderosa; una magia aún más antigua que todo lo que conocemos y más infalible que todo el conocimiento que guardas en este laboratorio…
- ¡Eso es imposible!... Yo lo sé todo ¡Yo lo he estudiado todo! ¡El conocimiento del universo, es mío! Sé tanto que he olvidado más de lo que tú sabrás jamás ¡Sé cosas que los mismos Antiguos Maestros no habían logrado averiguar! Así que dime ¿¡Qué magia puede ser esa, hermano!? ¡Dímelo!
- Es una magia, que es mucho más antigua que todo lo que dices saber; tan antigua que, dicen, que antes de que el mundo fuera creado, esta ya existía. Es tan poderosa y tan misteriosa, que los Antiguos Maestros de nuestros Antiguos Maestros, nunca lograron entender de dónde provenía. Ninguno de nosotros la conoce; nadie puede vencerla, ni manejarla o manipularla. No desaparece, ni se debilita, y los que logran poseerla, se vuelven invencibles… La llaman “Amor”.
La hechicera, se estrujó los cabellos con desesperación.
Se pasó las manos por el rostro y, al mirarse en un cristal, le pareció que ya no lucía tan infantil y lozana como aquella mañana.
Tomó la brillante bola de cristal, y la estrelló contra un muro; porque no podía soportar que siguiera proyectándose la imagen feliz, del hombre que ella deseaba, con la mujer que tenía su corazón, sin necesidad de hechizo alguno.
Se tiró al suelo y comenzó a abrir y cerrar cada libro que yacía por el piso, buscando y buscando respuestas.
No todo podía estar perdido ¡Tenía que haber alguna solución!
Pero no la había, ella lo sabía, pero no quería aceptarlo.
Su hermano la miraba con lástima desde un extremo del laboratorio, dio media vuelta y salió por la puerta.
Esperaba él que su hermana se convenciera y dejara de buscar en algún momento ¡y ojalá que fuera pronto!
Revisar cada libro que había en esa habitación ¡podía llevarle décadas!
Y ella, ahora ya no tenía tanto tiempo como antes...
Gracias por leer...
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