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UN SECRETO EN EL COLEGIO
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[/url]Cuando abrí los ojos, ya había amanecido…
De hecho, me despertó el sonido metálico del riel de la cortina, al ser corrida con brusquedad; y la luz del sol, ya abierto; golpeó mi cara, desvelándome.
A unos metros de mí, ella se vestía ya, con el elegante uniforme negro de los días lunes.
Aún traía el cabello deshecho; ni asomo de los elegantes y lustrosos bucles de niña bien que siempre ostentaba.
Las guedejas rojizas le caían hacia un lado del rostro, mientras intentaba terminar con el lazo del vestido, en su espalda.
-Vístete… - me dijo, con cierto dejo apresurado cuando, casi de reojo, se dio cuenta que yo había despertado. – No escuchamos las campanadas. Tenemos 20 minutos antes de que venga alguien a buscarnos
-Eliza… - musité con suavidad, extendiéndole una mano.
-¡Que te muevas te digo! – exclamó ella, tomando mi albornoz, que reposaba desde la noche anterior sobre la silla de su escritorio, echándomelo encima - ¿¡Sabes lo que pasaría si te encuentran en mi cuarto!? ¡Tienes que irte, ya!
-Sí… claro, ya voy…- balbuceé, dándome cuenta de pronto, de la razón que ella tenía. A mí, desde luego que tampoco me convenía que me encontraran en su cuarto, y en condiciones tan desfavorables.
Hice a un lado la cobija poniéndome de pie en el acto. El suelo frío me hizo estremecer, y busqué mis pantuflas antes que el albornoz.
Sentí la mirada de Eliza y al voltear hacia ella, logré verla, con cierta sonrisilla sospechosa, recorrer mi cuerpo desnudo de arriba a abajo con sus ojos.
Sé que le gusto… le gusto mucho; había quedado claro ya más de una vez en esa misma habitación, y en esa misma cama…
Me coloqué el albornoz sin buscar el pijama que, quién sabe dónde habría quedado. Me daba igual, ahora mismo tenía que salir de ahí y correr a mi habitación.
No tenía ni idea de cómo iba a hacer eso sin que nadie me viera.
¡Qué sueño tan pesado nos había hecho presas!
Pero no era tan raro; sin vernos el fin de semana entero, traíamos las ganas acumuladas, y habíamos abusado del goce de nuestra pasión durante la madrugada, pero aun así ¿¡cómo es que no escuchamos las campanadas de la iglesia!?
-No hay nadie en el pasillo… - me dijo ella con la puerta entreabierta – vete de una vez que me tengo que peinar.
-¿Quieres que venga de nuevo esta noche? – le pregunté antes de salir del cuarto.
-No sé, yo te lo haré saber. Tampoco hay que abusar ¿eh? Muy rico y todo pero, no podemos arriesgarnos a que esto se sepa. Mínimo, si mi hermano lo llegara a sospechar ¡La que se te armaría!
-¡No le tengo miedo a tu hermano! – espeté, pretendiendo valentía.
-Pues deberías, cariño – dijo ella sonriéndome sensualmente y dejándome un beso remordido sobre los labios – que si yo estoy loca, él lo está el doble. Tú no lo conoces ¡no sabes de lo que sería capaz!
-Siempre me ha parecido que tú lo controlas bastante bien.
-¿Ah sí? ¿Eso crees?... Bueno, quizá eso parezca. Lo que pasa es que, me da por mi lado porque en realidad me quiere mucho; pero Neil tiene sus detonantes que lo hacen perder todo escrúpulo. Créeme, esto sería uno de ellos... ¡Ya, lárgate de una vez!
Me sacó de un ligero empujón de su habitación y cerró la puerta tras de mí. Yo miré a todos lados asegurándome de que ninguna niña me viera. Tenía que salir de ahí antes de encontrarme con alguna monja. A cualquiera que me encontrara, le sorprendería mucho verme ahí; ese no era mi sector, y en esas fachas aún, cuando ya medio colegio se dirigía a la iglesia.
Al llegar a mi habitación, pude respirar en calma. Lo había logrado, con apenas tiempo para asearme y vestirme.
Afortunadamente, mi posición social me asegura una habitación privada, como la suya; así que no tengo que explicar a nadie dónde pasé la noche, ni con quién… ni haciendo qué.
Al salir de la ducha, ya llamaban a la misa ¡Y yo aún no me terminaba de alistar!
Al ponerme frente al espejo para peinarme, me fue imposible no rememorar los momentos de pasión vividos en su habitación. Cuando ella, entre risas satisfechas, tiene que colocar una mano sobre mi boca para ahogar mis gemidos de placer y que no los oiga todo el Real Colegio San Pablo…
Jamás imaginé que yo pudiera terminar en una situación así, con alguien como ella ¡En especial, precisamente con ella!
No, nunca lo habría imaginado siquiera.
Si hace un par de meses alguien me hubiera dicho que iba a terminar en un apasionado y pecaminoso romance secreto con Eliza Leagan… ¡Creo que le habría cerrado la boca de un golpe!
Y sin embargo ¡es real! ¡Está pasando! Y la verdad es que, a pesar de saber que, por donde se lo mire, esto está mal; cada vez tengo menos ganas de que se termine. He descubierto en su cuerpo, en su piel; en las perversidades que sólo Dios sabe cómo habrá aprendido, y que me hacen gozar la vida entera; un mundo nuevo que jamás pensé que lograría conocer.
No la amo, yo sé que no. Reconozco muy bien el sentimiento, y sé que mi amor pertenece a alguien más.
Y sé que ella no me ama a mí ¡Para nada!
Ni siquiera sé si eso lo hace mejor, o peor todavía. La absoluta ausencia de sentimientos entre ella y yo... Esto es solo lujuria, de la más cruda y básica. ¡Pero increíblemente deliciosa y adictiva!
Ni siquiera sabría explicar qué fue lo que sucedió, cómo es que el aroma de su piel se metió por mis sentidos; cómo fue que un toque de su mano me electrizó todo el cuerpo… Jamás me había pasado con nadie.
Sus manos ¡Esas manos! Todo me pude imaginar de Eliza, excepto que, a nuestra edad, ya tuviera experiencia en estos menesteres. Ella había tomado la iniciativa ¡Yo jamás me habría atrevido, ni con ella ni con nadie! Mi posición… mi crianza… ¡Incluso mis propias creencias religiosas…!
La primera vez que sentí su mano cálida posarse en la parte baja de mi espalda, el aroma de su piel caliente en la clase de deportes, su mirada; candente, eléctrica… Ella lo sabía, lo notaba. ¡Era astuta como un zorro! Pero, eso yo ya lo sabía, solo que nunca me imaginé que sus astucias llegaran hasta la seducción descarada.
La primera vez que me arrinconó en la biblioteca con toda intención, y colocó sus manos sobre mí, de manera indebida dejándome en el cuerpo una sensación de calentura que no se disipó ni con una ducha; yo debí salir corriendo. Pero no lo hice… a estas alturas ya no sé si fue porque no pude, o porque no quise...
Aquella vez, ella se terminó alejando de mí con una carcajada burlesca y maliciosa.
Es que, claro; si había algo de lo que Eliza estaba segura, es de que jamás me atrevería a denunciarla. Y me quedó aquella sensación, que me hizo temblar las rodillas al punto de que casi no pude mantenerme en pie.
Salí de aquel pasillo, donde estaban los libros de Historia Natural, agarrándome de las paredes como si estuviera a punto del desmayo.
Al principio pensé que era miedo; porque, por mucho que la conociera y aunque ya la había enfrentado, yo sabía de lo que podía ser capaz. Luego, pensé que era estupor, por la manera como se me había acercado y la forma en como me había tocado… Pero no, fue otra cosa.
Es por eso que, creo que quedarnos a solas, fue inconscientemente, búsqueda mía.
Quizá es que, de manera inconsciente, yo deseaba saber qué era eso que ella me provocaba, y que sucediera lo que tuviera que suceder...
Por eso, ni siquiera pude apartarme cuando ella se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos.
Si Candy lo supiera… ¡No volvería a hablarme jamás! Cuando pienso en eso, caigo en desesperación, ¡porque no sé qué haría si pierdo a Candy...! y sin embargo, no puedo escapar de su embrujo ¡De su lujuria!
De esas manos que me acarician con deseo; cuando recorren, perversas, cada rincón de mi cuerpo; cuando se adueñan de mi sexo y lo manipulan con toda esa sabiduría, sabiendo el modo exacto, la velocidad exacta; el momento exacto en que me llevan a la gloria…
Su boca, preciosa y rozagante. ¿Quién se hubiera imaginado que sería capaz de cosas así? De hacerme llegar al clímax solo con el fino arte de sus labios y su lengua dispuesta.
No puedo apartar mi pensamiento de sus senos; pletóricos, perfectos, de los que he aprendido a beber como si me alimentara; del peso de su cuerpo sobre el mío y el ritmo diestro de sus caderas que parecen ser ya expertas cuando atrapa mi cuerpo entre sus muslos…
Del olor de su cuerpo, y el aroma de su femineidad, cuando me deja que sea yo quien la eleve a la cúspide del placer.
Y su sexo ¡Oh virgen santísima!...
La primera vez que lo hicimos, ella me lo enseñó todo. Yo, no sabía… no tenía idea de que ciertas cosas se pudieran hacer.
El proceso reproductivo del coito entre un hombre y una mujer, te lo enseñan someramente en los libros de ciencias como un acto mecánico, que solo sirve para procrear, pero esto; lo nuestro era diferente…
Con ella pasaban cosas que, definitivamente, no te enseñan en los libros.
Es por eso que yo no sabía bien qué hacer cuando, luego de permitirme conocer el cielo primero en una mágica explosión de placer hasta entonces desconocido; como una epifanía sagrada que casi me lleva a las lágrimas; ella se abrió a mí, en toda la voracidad de su deseo, mostrándome sensual y dispuesta, su lúbrico sexo, entregándomelo en toda su plenitud; y aunque en primera instancia el pudor novel quiso ganar el juego, sin embargo alguno lo hice.
Lo hice con los ojos cerrados, torpemente pero de manera natural porque, el cuerpo sabe lo que desea y el morbo de tocar, besar y probar, se vuelve una cosa innata; y con la cátedra experta de ella, que entre suspiro y suspiro, guiaba mis manos, mis labios y mi cuerpo entero por sus puntos de placer, hasta que mi rostro se estacionó entre sus suaves muslos y fui capaz de hacerla llegar a aquel orgasmo violento y fascinante que me voló la mente.
Así era ahora; nuestros encuentros sexuales se supeditaban a sus deseos y sus ganas. A cuando ella podía o quería. Yo no tenía voz, no tenía voluntad. Solo obediencia.
Así que me vestí, me peiné y salí, llegando a tiempo por apenas un suspiro a la misa.
Al salir de clases, salimos al patio donde todos, hombres y mujeres, nos reuníamos para tener un momento de esparcimiento antes de la comida. Me quedé apoyando la espalda a uno de los pilares de las arcadas que daban a los jardines del colegio.
Esperaba verla pasar para ver si recibía aquella señal que me daría la pauta para, al llegar en punto las 11 de la noche, y después del último rondín de las religiosas, escabullirme entre las sombras e introducirme en su habitación, para continuar dando rienda a toda esa pasión que se había vuelto mi vicio.
De pronto, dí un salto de sorpresa…
- ¡Bú..! – me di vuelta de inmediato, y unos ojos verdes y unas coletas se presentaron ante mí - ¡Hola! ¿Te asusté?
- ¡Candy! – exhalé – Sí, un poco.
- Lo siento – me dijo, sacando un poco la lengua - ¿Estás bien? Como que tiemblas un poco ¿Tendrás calentura?
- No; qué va, qué va… - le dije, con una sonrisa, mientras ella colocaba una mano sobre mi frente – es que, como te dije, me sorprendiste un poco.
- Bueno… ¿Vamos a la colina? ¡Me he robado unos pastelillos de la cocina!- me susurró entre risitas.
- Ay Candy, tú no cambias… pero, mejor que no; luego llamarán para la comida. No sería bueno que nos perdiéramos. – le respondí; pero lo cierto es que no deseaba moverme, solo esperaba ver venir a Eliza.
Candy y yo seguimos charlando ahí, junto a ese pilar cuando de pronto…
- ¡¡Quítense!! – Candy y yo sentimos el fuerte y doloroso empellón que, sorprendiéndonos, casi nos tira al suelo - ¡Están ahí como bultos, estorbando el paso!
- ¡¡Eliza, fíjate tú que vas por ahí con la delicadeza de un elefante!! – le gritó Candy, mientras Eliza y sus amigas, luego de empujarnos, siguieron adelante.
Ella se volteó a mirarnos, sin dejar de caminar, con su mirada inyectada de furia.
Sus ojos castaños se clavaron, literalmente como cuchillas, en los míos y, torciéndome despectivamente, se alejó del brazo de Luisa.
En ese momento lo supe; ya estaba hecho, lo había echado a perder.
No le había gustado verme cerca de Candy. No eran celos, yo lo sé. Era simple y puro capricho, sentido de posesión. Yo era su pequeño juguete de placer… Sé que suena doloroso llamarme así, pero en ese momento, lo único que me dolía es que, a causa de Candy, no recibí mi esperada señal. No me esperaría esta noche en su habitación; y yo a solas en la mía, me moriría de deseo…
Pero, esta noche yo no sería su juguete… y me encanta ser su juguete.
Esa noche no tendría contacto con su piel, no probaría su boca ni tendría su lengua recorriéndome. Sus manos no me harían esas caricias libidinosas que me encantaban, ni probaría hoy su sexo, húmedo y aromático. Ni esta noche y ni por el tiempo que a su capricho le diera la gana… Estaba furiosa, y sé que iba a castigarme, alejándome… solo de saber todo esto, sentí dolor en mi entrepierna.
Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño. Aun estando en mi cama, con un pijama limpio puesto, y a pesar de que ya me había duchado dos veces aquel día; no podía dejar de percibir el aroma de Eliza Leagan en todo mi ser.
Las horas pasaban, y me revolvía sobre esa cama haciéndome nudos entre las sábanas.
Estaba enloqueciendo.
No es que nuestros encuentros fueran cosa de todos los días; no era por eso mi malestar.
Era, porque había visto la furia en sus ojos.
No debí dejar que me viera, hablando con Candy, a tan solo horas de haber hecho el amor. ¡No debí…! Ahora, quién sabe cuándo volvería a recibir una notita, o un asentimiento de cabeza de su parte, indicándome que estaba dispuesta a recibirme y tomarme… Ahora, solo me quedaba esperar.
Las 11 de la noche, y el último rondín de las monjas hubo pasado. Si todo estaba en paz y quietud, el siguiente no sería sino hasta las 3 de la madrugada, y solo por los pasillos de la planta baja y los jardines.
Si yo hubiera sido otra persona, seguramente en este preciso momento estaría alistándome para dirigirme hacia su habitación, sin importar que ella no me hubiera autorizado a hacerlo.
Pero resulta que yo, soy yo; y yo jamás me acercaría a menos que ella me lo pidiese, porque no quiero arriesgarme a que su enojo se volviera aún superior, y me negara definitivamente sus favores.
Después de todo, no hay nada que nos una, ni siquiera un buen sentimiento; y amantes para que ella se entretenga… seguro que hay material para eso, por todo el colegio. Yo no soy importante, ni soy especial. Solamente soy alguien más, que le sirve por ahora…
De pronto, unos ligeros toquecitos en mi puerta llamaron mi atención. Pero fueron tan leves que, quizá solo me hubiera parecido.
Pero sonaron de nuevo, y entonces tuve por seguro de que alguien tocaba.
Me levanté y, sin siquiera preguntar quién era, abrí.
¡Y allí estaba ella! Cubriendo su pijama con una bata de cama blanca, con el cabello suelto; algunos bucles permanecían, pero las guedejas rojizas le caían hacia un costado del rostro.
Con los brazos cruzados me miraba con una sonrisa ladina; sabiendo que ella tenía todo el control.
- ¿Me extrañaste, cariño? – y yo, me arrojé a su cuello, feliz no solo porque ella había decidido no dejarme en mi soledad esa noche, sino porque era la primera vez que era ella quien venía a mi habitación.
Me empujó rápidamente con su cuerpo hacia dentro y cerró la puerta detrás de sí.
- ¡Qué haces! ¿¡Acaso quieres que nos vean!? – Me reclamó, tomándome por los brazos y apartándome de ella.
- Lo siento… - musité – es que, estoy muy feliz de que hayas venido.
- ¿Ah sí? – preguntó, quitándose la bata blanca sin dejar de mirarme - ¿Y qué tan feliz estás? Dime.
Se acercó a mí felinamente, me aprisionó a una pared y comenzó a acariciarme, profanamente.
Su boca recorrió mi cuello y aún por encima de la ropa sentía sus manos, que me quemaban el cuerpo.
De un solo movimiento me volteó hasta pegar mi rostro a la pared, mientras ella me abrazaba por la espalda y me recorría con sus manos.
Levantó el ruedo de mi pijama y recorrió mis muslos; instintivamente separé mis piernas. Quería sentirla, quería que sus manos me estrujaran ahí donde, apenas con verla, había comenzado a rezumar aquella humedad que llamaba a su cuerpo.
Pero sus manos pasaron de largo esa parte de mí que tanto la extrañaba.
Subieron poco a poco, arañando delicadamente mis costillas, quemando mi vientre; hasta llegar a mis senos y tomarlos en toda su redondez y dureza, para estrujarlos y pellizcarlos, mientras yo, apretaba los labios para no hacer ni un sonido, corriendo el riesgo de romperme las uñas de tanto encajarlas en el muro.
- ¡Eres mala! – susurró en mi oído, mientras me tomaba del cabello, y tiraba mi cabeza hacia atrás – Te vi con la mugrosa esa…
- Candy, es mi amiga, Eliza… - gemí apenas.
- ¿Ah sí? ¿Tu amiga? ¿Solo eso, estás segura? ¡Mucho cuidado! – decía, mientras tiraba con cierta fuerza de mi cabello.
- ¡Sí! Eliza tú… tú lo sabes…Yo jamás…
No me permitió seguir con mi entrecortada explicación; levantó mi pijama bruscamente, hasta liberarme totalmente de el. Me dejó expuesta ante sus ojos.
Me volteó de frente a ella; sus manos se estacionaron en mis senos, acariciándolos, mientras su boca remordía la mía en besos profundos y calientes que parecían querer ahogarme.
Me colocó una mano en el pecho y me empujó levemente, plantándome la espalda en la pared.
- He estado deseándote todo el día… - me dijo en un susurro mientras recorría mi cuello con sus labios – así que no voy a esperar más; pero luego es tu turno.
Sus manos abandonaron mis senos y bajaron lentamente por mis costados; tomaron mi ropa interior por el elástico retirándola del todo y tirándola hacia un lado.
Se colocó de rodillas frente a mí ¡La sola expectación del acto que proseguía me hacía palpitar todo por dentro!
La pared donde estábamos amándonos, daba directamente al espejo de mi peinadora. A la débil luz del candil de mi escritorio, podía vislumbrar mi pecho desnudo y a Eliza, con una de mis piernas colgándole de un hombro; conduciéndome poco a poco a la locura.
¡Yo me mordía los labios por no emitir ruido… por no gritar! con la lengua de Eliza proporcionándome ese placer pecaminoso y maravilloso que me llevaba al cielo.
Y mis ojos, cosidos a la imagen de nosotras dos en el espejo, que no hacía sino erotizarme más todavía.
Vernos, era sumamente excitante.
Sentí algo que me rozaba un hombro, y pensé que era su mano acariciándome; pero la imagen del espejo me delató que no era así.
Llevé mi mano a mi hombro, para saber qué era aquello que me distraía y deshacerme de el; cuando me dí cuenta, una cinta rosa reposaba en mi mano.
¡Qué tonta! Tan distraída había estado todo el día, que hasta me había acostado a dormir con la cinta aún puesta en el pelo.
Sonreí, sintiendo gracia de mi propia estupidez; pero de pronto mi mano dejó caer involuntariamente la cinta al suelo. Un delicioso espasmo me obligaba a arquear el cuerpo sin control.
El orgasmo se avecinaba y era tan apoteósico como incontrolable.
Las piernas no me sostuvieron más, Eliza me recibió entre sus brazos mientras me depositaba, segura, en el piso.
Sentí su mano cubriendo mi boca, para evitar que todo el colegio escuchara mis gemidos; mientras los temblores hacían presa de mi cuerpo hasta dejarme desmadejada en el piso, satisfecha y con el pecho agitado.
- Ay Annie ¡qué bulliciosa eres! – me regañó Eliza, riendo, mientras retiraba su mano y me daba un dulce y profundo beso.
- Lo… Lo siento… - le dije en un susurro.
- No. Es maravilloso escucharte, es maravilloso saber que solo te rindes ante mí y que soy yo quien te causa tanto placer.
- ¿Ah sí? – le dije, incorporándome desafiante, mientras le ponía una mano sobre el pecho, plántándola al suelo y colocándome a horcajadas sobre su pelvis, humedeciéndola con mi humedad – Pues vamos a ver quién manda a quién ahora. Quítate la ropa Eliza… Ahora, me toca a mí.
De hecho, me despertó el sonido metálico del riel de la cortina, al ser corrida con brusquedad; y la luz del sol, ya abierto; golpeó mi cara, desvelándome.
A unos metros de mí, ella se vestía ya, con el elegante uniforme negro de los días lunes.
Aún traía el cabello deshecho; ni asomo de los elegantes y lustrosos bucles de niña bien que siempre ostentaba.
Las guedejas rojizas le caían hacia un lado del rostro, mientras intentaba terminar con el lazo del vestido, en su espalda.
-Vístete… - me dijo, con cierto dejo apresurado cuando, casi de reojo, se dio cuenta que yo había despertado. – No escuchamos las campanadas. Tenemos 20 minutos antes de que venga alguien a buscarnos
-Eliza… - musité con suavidad, extendiéndole una mano.
-¡Que te muevas te digo! – exclamó ella, tomando mi albornoz, que reposaba desde la noche anterior sobre la silla de su escritorio, echándomelo encima - ¿¡Sabes lo que pasaría si te encuentran en mi cuarto!? ¡Tienes que irte, ya!
-Sí… claro, ya voy…- balbuceé, dándome cuenta de pronto, de la razón que ella tenía. A mí, desde luego que tampoco me convenía que me encontraran en su cuarto, y en condiciones tan desfavorables.
Hice a un lado la cobija poniéndome de pie en el acto. El suelo frío me hizo estremecer, y busqué mis pantuflas antes que el albornoz.
Sentí la mirada de Eliza y al voltear hacia ella, logré verla, con cierta sonrisilla sospechosa, recorrer mi cuerpo desnudo de arriba a abajo con sus ojos.
Sé que le gusto… le gusto mucho; había quedado claro ya más de una vez en esa misma habitación, y en esa misma cama…
Me coloqué el albornoz sin buscar el pijama que, quién sabe dónde habría quedado. Me daba igual, ahora mismo tenía que salir de ahí y correr a mi habitación.
No tenía ni idea de cómo iba a hacer eso sin que nadie me viera.
¡Qué sueño tan pesado nos había hecho presas!
Pero no era tan raro; sin vernos el fin de semana entero, traíamos las ganas acumuladas, y habíamos abusado del goce de nuestra pasión durante la madrugada, pero aun así ¿¡cómo es que no escuchamos las campanadas de la iglesia!?
-No hay nadie en el pasillo… - me dijo ella con la puerta entreabierta – vete de una vez que me tengo que peinar.
-¿Quieres que venga de nuevo esta noche? – le pregunté antes de salir del cuarto.
-No sé, yo te lo haré saber. Tampoco hay que abusar ¿eh? Muy rico y todo pero, no podemos arriesgarnos a que esto se sepa. Mínimo, si mi hermano lo llegara a sospechar ¡La que se te armaría!
-¡No le tengo miedo a tu hermano! – espeté, pretendiendo valentía.
-Pues deberías, cariño – dijo ella sonriéndome sensualmente y dejándome un beso remordido sobre los labios – que si yo estoy loca, él lo está el doble. Tú no lo conoces ¡no sabes de lo que sería capaz!
-Siempre me ha parecido que tú lo controlas bastante bien.
-¿Ah sí? ¿Eso crees?... Bueno, quizá eso parezca. Lo que pasa es que, me da por mi lado porque en realidad me quiere mucho; pero Neil tiene sus detonantes que lo hacen perder todo escrúpulo. Créeme, esto sería uno de ellos... ¡Ya, lárgate de una vez!
Me sacó de un ligero empujón de su habitación y cerró la puerta tras de mí. Yo miré a todos lados asegurándome de que ninguna niña me viera. Tenía que salir de ahí antes de encontrarme con alguna monja. A cualquiera que me encontrara, le sorprendería mucho verme ahí; ese no era mi sector, y en esas fachas aún, cuando ya medio colegio se dirigía a la iglesia.
Al llegar a mi habitación, pude respirar en calma. Lo había logrado, con apenas tiempo para asearme y vestirme.
Afortunadamente, mi posición social me asegura una habitación privada, como la suya; así que no tengo que explicar a nadie dónde pasé la noche, ni con quién… ni haciendo qué.
Al salir de la ducha, ya llamaban a la misa ¡Y yo aún no me terminaba de alistar!
Al ponerme frente al espejo para peinarme, me fue imposible no rememorar los momentos de pasión vividos en su habitación. Cuando ella, entre risas satisfechas, tiene que colocar una mano sobre mi boca para ahogar mis gemidos de placer y que no los oiga todo el Real Colegio San Pablo…
Jamás imaginé que yo pudiera terminar en una situación así, con alguien como ella ¡En especial, precisamente con ella!
No, nunca lo habría imaginado siquiera.
Si hace un par de meses alguien me hubiera dicho que iba a terminar en un apasionado y pecaminoso romance secreto con Eliza Leagan… ¡Creo que le habría cerrado la boca de un golpe!
Y sin embargo ¡es real! ¡Está pasando! Y la verdad es que, a pesar de saber que, por donde se lo mire, esto está mal; cada vez tengo menos ganas de que se termine. He descubierto en su cuerpo, en su piel; en las perversidades que sólo Dios sabe cómo habrá aprendido, y que me hacen gozar la vida entera; un mundo nuevo que jamás pensé que lograría conocer.
No la amo, yo sé que no. Reconozco muy bien el sentimiento, y sé que mi amor pertenece a alguien más.
Y sé que ella no me ama a mí ¡Para nada!
Ni siquiera sé si eso lo hace mejor, o peor todavía. La absoluta ausencia de sentimientos entre ella y yo... Esto es solo lujuria, de la más cruda y básica. ¡Pero increíblemente deliciosa y adictiva!
Ni siquiera sabría explicar qué fue lo que sucedió, cómo es que el aroma de su piel se metió por mis sentidos; cómo fue que un toque de su mano me electrizó todo el cuerpo… Jamás me había pasado con nadie.
Sus manos ¡Esas manos! Todo me pude imaginar de Eliza, excepto que, a nuestra edad, ya tuviera experiencia en estos menesteres. Ella había tomado la iniciativa ¡Yo jamás me habría atrevido, ni con ella ni con nadie! Mi posición… mi crianza… ¡Incluso mis propias creencias religiosas…!
La primera vez que sentí su mano cálida posarse en la parte baja de mi espalda, el aroma de su piel caliente en la clase de deportes, su mirada; candente, eléctrica… Ella lo sabía, lo notaba. ¡Era astuta como un zorro! Pero, eso yo ya lo sabía, solo que nunca me imaginé que sus astucias llegaran hasta la seducción descarada.
La primera vez que me arrinconó en la biblioteca con toda intención, y colocó sus manos sobre mí, de manera indebida dejándome en el cuerpo una sensación de calentura que no se disipó ni con una ducha; yo debí salir corriendo. Pero no lo hice… a estas alturas ya no sé si fue porque no pude, o porque no quise...
Aquella vez, ella se terminó alejando de mí con una carcajada burlesca y maliciosa.
Es que, claro; si había algo de lo que Eliza estaba segura, es de que jamás me atrevería a denunciarla. Y me quedó aquella sensación, que me hizo temblar las rodillas al punto de que casi no pude mantenerme en pie.
Salí de aquel pasillo, donde estaban los libros de Historia Natural, agarrándome de las paredes como si estuviera a punto del desmayo.
Al principio pensé que era miedo; porque, por mucho que la conociera y aunque ya la había enfrentado, yo sabía de lo que podía ser capaz. Luego, pensé que era estupor, por la manera como se me había acercado y la forma en como me había tocado… Pero no, fue otra cosa.
Es por eso que, creo que quedarnos a solas, fue inconscientemente, búsqueda mía.
Quizá es que, de manera inconsciente, yo deseaba saber qué era eso que ella me provocaba, y que sucediera lo que tuviera que suceder...
Por eso, ni siquiera pude apartarme cuando ella se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos.
Si Candy lo supiera… ¡No volvería a hablarme jamás! Cuando pienso en eso, caigo en desesperación, ¡porque no sé qué haría si pierdo a Candy...! y sin embargo, no puedo escapar de su embrujo ¡De su lujuria!
De esas manos que me acarician con deseo; cuando recorren, perversas, cada rincón de mi cuerpo; cuando se adueñan de mi sexo y lo manipulan con toda esa sabiduría, sabiendo el modo exacto, la velocidad exacta; el momento exacto en que me llevan a la gloria…
Su boca, preciosa y rozagante. ¿Quién se hubiera imaginado que sería capaz de cosas así? De hacerme llegar al clímax solo con el fino arte de sus labios y su lengua dispuesta.
No puedo apartar mi pensamiento de sus senos; pletóricos, perfectos, de los que he aprendido a beber como si me alimentara; del peso de su cuerpo sobre el mío y el ritmo diestro de sus caderas que parecen ser ya expertas cuando atrapa mi cuerpo entre sus muslos…
Del olor de su cuerpo, y el aroma de su femineidad, cuando me deja que sea yo quien la eleve a la cúspide del placer.
Y su sexo ¡Oh virgen santísima!...
La primera vez que lo hicimos, ella me lo enseñó todo. Yo, no sabía… no tenía idea de que ciertas cosas se pudieran hacer.
El proceso reproductivo del coito entre un hombre y una mujer, te lo enseñan someramente en los libros de ciencias como un acto mecánico, que solo sirve para procrear, pero esto; lo nuestro era diferente…
Con ella pasaban cosas que, definitivamente, no te enseñan en los libros.
Es por eso que yo no sabía bien qué hacer cuando, luego de permitirme conocer el cielo primero en una mágica explosión de placer hasta entonces desconocido; como una epifanía sagrada que casi me lleva a las lágrimas; ella se abrió a mí, en toda la voracidad de su deseo, mostrándome sensual y dispuesta, su lúbrico sexo, entregándomelo en toda su plenitud; y aunque en primera instancia el pudor novel quiso ganar el juego, sin embargo alguno lo hice.
Lo hice con los ojos cerrados, torpemente pero de manera natural porque, el cuerpo sabe lo que desea y el morbo de tocar, besar y probar, se vuelve una cosa innata; y con la cátedra experta de ella, que entre suspiro y suspiro, guiaba mis manos, mis labios y mi cuerpo entero por sus puntos de placer, hasta que mi rostro se estacionó entre sus suaves muslos y fui capaz de hacerla llegar a aquel orgasmo violento y fascinante que me voló la mente.
Así era ahora; nuestros encuentros sexuales se supeditaban a sus deseos y sus ganas. A cuando ella podía o quería. Yo no tenía voz, no tenía voluntad. Solo obediencia.
Así que me vestí, me peiné y salí, llegando a tiempo por apenas un suspiro a la misa.
Al salir de clases, salimos al patio donde todos, hombres y mujeres, nos reuníamos para tener un momento de esparcimiento antes de la comida. Me quedé apoyando la espalda a uno de los pilares de las arcadas que daban a los jardines del colegio.
Esperaba verla pasar para ver si recibía aquella señal que me daría la pauta para, al llegar en punto las 11 de la noche, y después del último rondín de las religiosas, escabullirme entre las sombras e introducirme en su habitación, para continuar dando rienda a toda esa pasión que se había vuelto mi vicio.
De pronto, dí un salto de sorpresa…
- ¡Bú..! – me di vuelta de inmediato, y unos ojos verdes y unas coletas se presentaron ante mí - ¡Hola! ¿Te asusté?
- ¡Candy! – exhalé – Sí, un poco.
- Lo siento – me dijo, sacando un poco la lengua - ¿Estás bien? Como que tiemblas un poco ¿Tendrás calentura?
- No; qué va, qué va… - le dije, con una sonrisa, mientras ella colocaba una mano sobre mi frente – es que, como te dije, me sorprendiste un poco.
- Bueno… ¿Vamos a la colina? ¡Me he robado unos pastelillos de la cocina!- me susurró entre risitas.
- Ay Candy, tú no cambias… pero, mejor que no; luego llamarán para la comida. No sería bueno que nos perdiéramos. – le respondí; pero lo cierto es que no deseaba moverme, solo esperaba ver venir a Eliza.
Candy y yo seguimos charlando ahí, junto a ese pilar cuando de pronto…
- ¡¡Quítense!! – Candy y yo sentimos el fuerte y doloroso empellón que, sorprendiéndonos, casi nos tira al suelo - ¡Están ahí como bultos, estorbando el paso!
- ¡¡Eliza, fíjate tú que vas por ahí con la delicadeza de un elefante!! – le gritó Candy, mientras Eliza y sus amigas, luego de empujarnos, siguieron adelante.
Ella se volteó a mirarnos, sin dejar de caminar, con su mirada inyectada de furia.
Sus ojos castaños se clavaron, literalmente como cuchillas, en los míos y, torciéndome despectivamente, se alejó del brazo de Luisa.
En ese momento lo supe; ya estaba hecho, lo había echado a perder.
No le había gustado verme cerca de Candy. No eran celos, yo lo sé. Era simple y puro capricho, sentido de posesión. Yo era su pequeño juguete de placer… Sé que suena doloroso llamarme así, pero en ese momento, lo único que me dolía es que, a causa de Candy, no recibí mi esperada señal. No me esperaría esta noche en su habitación; y yo a solas en la mía, me moriría de deseo…
Pero, esta noche yo no sería su juguete… y me encanta ser su juguete.
Esa noche no tendría contacto con su piel, no probaría su boca ni tendría su lengua recorriéndome. Sus manos no me harían esas caricias libidinosas que me encantaban, ni probaría hoy su sexo, húmedo y aromático. Ni esta noche y ni por el tiempo que a su capricho le diera la gana… Estaba furiosa, y sé que iba a castigarme, alejándome… solo de saber todo esto, sentí dolor en mi entrepierna.
Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño. Aun estando en mi cama, con un pijama limpio puesto, y a pesar de que ya me había duchado dos veces aquel día; no podía dejar de percibir el aroma de Eliza Leagan en todo mi ser.
Las horas pasaban, y me revolvía sobre esa cama haciéndome nudos entre las sábanas.
Estaba enloqueciendo.
No es que nuestros encuentros fueran cosa de todos los días; no era por eso mi malestar.
Era, porque había visto la furia en sus ojos.
No debí dejar que me viera, hablando con Candy, a tan solo horas de haber hecho el amor. ¡No debí…! Ahora, quién sabe cuándo volvería a recibir una notita, o un asentimiento de cabeza de su parte, indicándome que estaba dispuesta a recibirme y tomarme… Ahora, solo me quedaba esperar.
Las 11 de la noche, y el último rondín de las monjas hubo pasado. Si todo estaba en paz y quietud, el siguiente no sería sino hasta las 3 de la madrugada, y solo por los pasillos de la planta baja y los jardines.
Si yo hubiera sido otra persona, seguramente en este preciso momento estaría alistándome para dirigirme hacia su habitación, sin importar que ella no me hubiera autorizado a hacerlo.
Pero resulta que yo, soy yo; y yo jamás me acercaría a menos que ella me lo pidiese, porque no quiero arriesgarme a que su enojo se volviera aún superior, y me negara definitivamente sus favores.
Después de todo, no hay nada que nos una, ni siquiera un buen sentimiento; y amantes para que ella se entretenga… seguro que hay material para eso, por todo el colegio. Yo no soy importante, ni soy especial. Solamente soy alguien más, que le sirve por ahora…
De pronto, unos ligeros toquecitos en mi puerta llamaron mi atención. Pero fueron tan leves que, quizá solo me hubiera parecido.
Pero sonaron de nuevo, y entonces tuve por seguro de que alguien tocaba.
Me levanté y, sin siquiera preguntar quién era, abrí.
¡Y allí estaba ella! Cubriendo su pijama con una bata de cama blanca, con el cabello suelto; algunos bucles permanecían, pero las guedejas rojizas le caían hacia un costado del rostro.
Con los brazos cruzados me miraba con una sonrisa ladina; sabiendo que ella tenía todo el control.
- ¿Me extrañaste, cariño? – y yo, me arrojé a su cuello, feliz no solo porque ella había decidido no dejarme en mi soledad esa noche, sino porque era la primera vez que era ella quien venía a mi habitación.
Me empujó rápidamente con su cuerpo hacia dentro y cerró la puerta detrás de sí.
- ¡Qué haces! ¿¡Acaso quieres que nos vean!? – Me reclamó, tomándome por los brazos y apartándome de ella.
- Lo siento… - musité – es que, estoy muy feliz de que hayas venido.
- ¿Ah sí? – preguntó, quitándose la bata blanca sin dejar de mirarme - ¿Y qué tan feliz estás? Dime.
Se acercó a mí felinamente, me aprisionó a una pared y comenzó a acariciarme, profanamente.
Su boca recorrió mi cuello y aún por encima de la ropa sentía sus manos, que me quemaban el cuerpo.
De un solo movimiento me volteó hasta pegar mi rostro a la pared, mientras ella me abrazaba por la espalda y me recorría con sus manos.
Levantó el ruedo de mi pijama y recorrió mis muslos; instintivamente separé mis piernas. Quería sentirla, quería que sus manos me estrujaran ahí donde, apenas con verla, había comenzado a rezumar aquella humedad que llamaba a su cuerpo.
Pero sus manos pasaron de largo esa parte de mí que tanto la extrañaba.
Subieron poco a poco, arañando delicadamente mis costillas, quemando mi vientre; hasta llegar a mis senos y tomarlos en toda su redondez y dureza, para estrujarlos y pellizcarlos, mientras yo, apretaba los labios para no hacer ni un sonido, corriendo el riesgo de romperme las uñas de tanto encajarlas en el muro.
- ¡Eres mala! – susurró en mi oído, mientras me tomaba del cabello, y tiraba mi cabeza hacia atrás – Te vi con la mugrosa esa…
- Candy, es mi amiga, Eliza… - gemí apenas.
- ¿Ah sí? ¿Tu amiga? ¿Solo eso, estás segura? ¡Mucho cuidado! – decía, mientras tiraba con cierta fuerza de mi cabello.
- ¡Sí! Eliza tú… tú lo sabes…Yo jamás…
No me permitió seguir con mi entrecortada explicación; levantó mi pijama bruscamente, hasta liberarme totalmente de el. Me dejó expuesta ante sus ojos.
Me volteó de frente a ella; sus manos se estacionaron en mis senos, acariciándolos, mientras su boca remordía la mía en besos profundos y calientes que parecían querer ahogarme.
Me colocó una mano en el pecho y me empujó levemente, plantándome la espalda en la pared.
- He estado deseándote todo el día… - me dijo en un susurro mientras recorría mi cuello con sus labios – así que no voy a esperar más; pero luego es tu turno.
Sus manos abandonaron mis senos y bajaron lentamente por mis costados; tomaron mi ropa interior por el elástico retirándola del todo y tirándola hacia un lado.
Se colocó de rodillas frente a mí ¡La sola expectación del acto que proseguía me hacía palpitar todo por dentro!
La pared donde estábamos amándonos, daba directamente al espejo de mi peinadora. A la débil luz del candil de mi escritorio, podía vislumbrar mi pecho desnudo y a Eliza, con una de mis piernas colgándole de un hombro; conduciéndome poco a poco a la locura.
¡Yo me mordía los labios por no emitir ruido… por no gritar! con la lengua de Eliza proporcionándome ese placer pecaminoso y maravilloso que me llevaba al cielo.
Y mis ojos, cosidos a la imagen de nosotras dos en el espejo, que no hacía sino erotizarme más todavía.
Vernos, era sumamente excitante.
Sentí algo que me rozaba un hombro, y pensé que era su mano acariciándome; pero la imagen del espejo me delató que no era así.
Llevé mi mano a mi hombro, para saber qué era aquello que me distraía y deshacerme de el; cuando me dí cuenta, una cinta rosa reposaba en mi mano.
¡Qué tonta! Tan distraída había estado todo el día, que hasta me había acostado a dormir con la cinta aún puesta en el pelo.
Sonreí, sintiendo gracia de mi propia estupidez; pero de pronto mi mano dejó caer involuntariamente la cinta al suelo. Un delicioso espasmo me obligaba a arquear el cuerpo sin control.
El orgasmo se avecinaba y era tan apoteósico como incontrolable.
Las piernas no me sostuvieron más, Eliza me recibió entre sus brazos mientras me depositaba, segura, en el piso.
Sentí su mano cubriendo mi boca, para evitar que todo el colegio escuchara mis gemidos; mientras los temblores hacían presa de mi cuerpo hasta dejarme desmadejada en el piso, satisfecha y con el pecho agitado.
- Ay Annie ¡qué bulliciosa eres! – me regañó Eliza, riendo, mientras retiraba su mano y me daba un dulce y profundo beso.
- Lo… Lo siento… - le dije en un susurro.
- No. Es maravilloso escucharte, es maravilloso saber que solo te rindes ante mí y que soy yo quien te causa tanto placer.
- ¿Ah sí? – le dije, incorporándome desafiante, mientras le ponía una mano sobre el pecho, plántándola al suelo y colocándome a horcajadas sobre su pelvis, humedeciéndola con mi humedad – Pues vamos a ver quién manda a quién ahora. Quítate la ropa Eliza… Ahora, me toca a mí.
[/url]*Esta pequeñísima historia imperfecta, quiero dedicársela a varias personas:
En primer lugar, a mi amiga Cilenita 79, quien con su fanfic yuri "JULIETA" presentado en la Guerra Florida del 2017, me dejó plantado el bichito de este género.
Luego, a mi amiga Odet, la chica de Terry ¡maestra indiscutible en lo que a erotismo se refiere! De ella, he aprendido mucho. Nadie como ella conoce de mis reticencias sobre estos temas, y mis dificultades para abordar el tema sexual explícito. Nunca llegaré a su nivel, pero sigo aprendiendo.
A mi queridísima Yaro, quien siempre es apoyo incondicional y honesto, diciéndome siempre y sin adornos, lo que le gusta y lo que no. Lo que está bien y lo que no. Sin ella, yo no seguiría escribiendo.
A mi querida Azucena ¡Mi "beta" estrella! compañera de andanzas y amante, como yo, del buen yuri. Gracias siempre por su apoyo.
Y por último pero no menos importante, a nuestra compañera forista Saadesa; pues con su historia "METAMORFOSIS" presentada en esta Guerra Florida, me ha hincado las ganas una vez más.
Leerla este año ha sido como escuchar una vocecita diciéndome "atrévete babosa, no seas tonta" y bueno, aquí estoy. Metiéndome en cosa de grandes, como diría mi padre; y aprendiendo todos los días, de todas y cada una de ustedes.
Dirán ustedes ¿por qué tanta ceremonia? Pues sí, supongo que es raro ¿qué tiene de importante esto?
Para mí si lo tiene, y mucho; pero eso es algo personal, y no voy a cansarles explicándoselos.
Solo, quería hacer esto, y decirme a mí misma ¡Lo Logré! porque para mí, era y sigue siendo, algo difícil; y espero seguir mejorando en este y todos los géneros que me atreva a experimentar.
Ahora sí...
¡Gracias por leer!
En primer lugar, a mi amiga Cilenita 79, quien con su fanfic yuri "JULIETA" presentado en la Guerra Florida del 2017, me dejó plantado el bichito de este género.
Luego, a mi amiga Odet, la chica de Terry ¡maestra indiscutible en lo que a erotismo se refiere! De ella, he aprendido mucho. Nadie como ella conoce de mis reticencias sobre estos temas, y mis dificultades para abordar el tema sexual explícito. Nunca llegaré a su nivel, pero sigo aprendiendo.
A mi queridísima Yaro, quien siempre es apoyo incondicional y honesto, diciéndome siempre y sin adornos, lo que le gusta y lo que no. Lo que está bien y lo que no. Sin ella, yo no seguiría escribiendo.
A mi querida Azucena ¡Mi "beta" estrella! compañera de andanzas y amante, como yo, del buen yuri. Gracias siempre por su apoyo.
Y por último pero no menos importante, a nuestra compañera forista Saadesa; pues con su historia "METAMORFOSIS" presentada en esta Guerra Florida, me ha hincado las ganas una vez más.
Leerla este año ha sido como escuchar una vocecita diciéndome "atrévete babosa, no seas tonta" y bueno, aquí estoy. Metiéndome en cosa de grandes, como diría mi padre; y aprendiendo todos los días, de todas y cada una de ustedes.
Dirán ustedes ¿por qué tanta ceremonia? Pues sí, supongo que es raro ¿qué tiene de importante esto?
Para mí si lo tiene, y mucho; pero eso es algo personal, y no voy a cansarles explicándoselos.
Solo, quería hacer esto, y decirme a mí misma ¡Lo Logré! porque para mí, era y sigue siendo, algo difícil; y espero seguir mejorando en este y todos los géneros que me atreva a experimentar.
Ahora sí...
¡Gracias por leer!
MIS OTROS TRABAJOS EN ESTA GF:
EL RELOJ DE BOLSILLO (reto Terrytano)
LA MEJOR LECCIÓN DE PIANO (Monasterryo Terrylover)
VENUS (Monasterryo Terrylover)
ROCKSTAR (Clan Andrew)
SIDERAL (Imaginario de Stear)
LLUVIA primer movimiento (Imaginario de Stear)
LLUVIA segundo movimiento (Clan Andrew)
LLUVIA tercer movimiento (La mansión Leagan)
Última edición por Wendolyn Leagan el Dom Abr 12, 2020 6:42 pm, editado 2 veces
VIVA SHO 
Hasta me la relei para poder darle rostro al personaje que, en un principio, ya era parte de la sociedad de los hombres sin rostros xD
🤭 y yo pensando será 
. Me encantó... 
Wendolyn Leagan 
tremenda lectura. Exelente wendolyn
Asi yo toda la historia, yo jure que era Terry y Eliza y resulta ser la timida Annie 
woow, pues pensandolo si lo creo y lo imagino asi, por varias razones, Excelente escrito de verdad, si esto es el principio de animarte a escribir Yuri, uyyy no me quiero imaginar un fic largo 
ojala pronto se nos haga verlo. Muchísimas gracias por la mencion y dedicatoria, es un honor para nosotras que METAMORFOSIS haya sido una inspiración, tal vez no sea un escrito perfecto pero en el dejamos nuestro corazon y si con ello a servido que tu te animes y nos deleites con cosas así, Woooow de verdad gracias 
