Bonjour chèries! Liath y yo venimos juntos a lanzar el último ataque de esta Guerra Florida 2018. –
- Bueno, ella atacará, yo nada más vine a que me admiren –
- Por Athena, que modesto… -
- Ya me conoces Bruja, yo no tengo la culpa de ser tan hermoso –
- C’est vrai, pero tendrás que pagar el precio de todos modos mon amour – se le acercó decidida, y él no se movió. Ella se sorprendió pero no lo demostró.
- ¿No huirás ma vie? –
Por toda respuesta, el guapísimo castaño le regaló una sonrisa seductora y no se movió… Andreia arqueó la ceja casi imperceptiblemente y un destello de diablura cruzó su verde mirada…
Bien des beaux combattants, traigo el último capítulo de esta historia del peculiar viaje que le fue regalado a nuestro amado bombón… Merci beaucoup! Por habernos seguido en estos seis capítulos, esperamos que lo hayan disfrutado mucho…
- Bruja… - Terry estaba su lado
- Oui trèsor? – se giró con calma y quedaron de lado, pero mirándose a los ojos.
Ella sonrió y él la tomó de la mano para depositarle un beso dulce y sedoso en el dorso de la misma.
Ahora sí que Andreia se quedó muda pero rápido se recompuso y le dio un suave jalón para atraerlo a ella y acariciar su cabello y de paso la mejilla de él.
- Donc c'était vrai? (¿Así que era verdad?) Decidiste dejarte querer por nosotras – la Amazona del Hielo pícara lo comprobó.
- Algo así… es la mejor forma de evitar que me sorprendan todo el tiempo –
- No te acostumbres a tener el control precieux! –
Merci encore une fois jolies, disfruten leyendo, tanto como nosotras escribiendo…
Capítulo 5, parte 1
Capítulo 5, parte 2
By Maia Moretti (Gissa Graham), Luana Hoffman (Sundarcy) y Andreia Letellier (Ayame DV)
By Andreia Letellier (Ayame DV)
Los aplausos se dejaron escuchar atronadores al bajar el telón, después del último verso de la obra.
Era un rotundo éxito, una hermosa Julieta y el mejor Romeo de la historia, es lo que se escuchaba cuchichear entre los asistentes.
Una pequeña rubia de maravillosos ojos verdes y sonrisa radiante aplaudía con gran ímpetu, y una lágrima de felicidad resbalaba por su pecosa y sonrosada mejilla. Sus ojos refulgían de amor y orgullo por el joven protagonista.
El telón se levantaba por tercera vez pues la ovación no se detenía; cuando el elenco apareció nuevamente tras el pesado cortinaje, Karen Klaise y Terrence Grandchester dieron un par de pasos al frente e hicieron una ligera reverencia, pero los ojos zafiro de él se dirigieron únicamente a ella, su pecosa. Entonces, les lanzaron rosas a ambos y la chica a su lado ni tarda ni perezosa se soltó de su mano para recogerlas; Terry entonces hizo lo propio, tomó una y, dejando un delicado beso en los fragantes pétalos sin dejar de mirar a su musa, a su preciosa Candy, se la lanzó a ella directamente.
Terry mayor estaba escondido tras bambalinas, presenció la obra lleno de recuerdos y una nostalgia que se le instaló en el corazón. Sin embargo, la tristeza que perenne se había adueñado de su alma desde aquellos días aciagos empezaba a ceder, dando paso a una alegría constante, radiante y febril.
- Debo reconocer que eres bastante bueno hijo – la ya muy conocida voz de Henry le halagó, emocionado materializado a un lado de él. –
- ¿Me vas a decir que no lo sabías Henry? – Socarrón le preguntó, cruzándose de brazos. – ¡Eso que te lo crea la abuela! – y le regaló una de sus famosas sonrisas ladeadas, sardónico.
- Mocoso insolente, claro que lo sabía, en el cielo todo se sabe. – Hizo amago de darle con su bastón en la cabeza, antes de soltar la carcajada – Pero no había tenido la oportunidad de decírtelo. – Le regaló una mirada llena de orgullo y amor.
- Gracias abuelo… -
Terry estaba agradecido con él, no solamente por el cumplido que le hacía, sino por la inmensa oportunidad que le había conseguido.
Empezó a rememorar la cantidad de acontecimientos que se sucedieron desde que ese caballero elegante y sarcástico se había presentado ante él; diciéndole que aprovechara para corregir su error más caro. No pudo evitar sonreír al pensar que de primera instancia lo tomó por loco, luego se creyó él mismo trastornado y finalmente, cómo tomó en sus manos el problema intentando cambiar ese destino oscuro que tanto él como Candy, se forjaron por la gran bondad de sus almas, sus malas decisiones y sentido de compasión mal encausado.
Lo más difícil había sido lograrlo sin que su mini-mí lo viera ni supiera que alguien lo iba guiando. Convencer a la pecosa de quedarse fue la cosa más deliciosa que pudo hacer, por un momento se había sentido un poco culpable por probar los dulces labios de la chica antes que su otro yo, pero luego se consoló diciéndose que al final, era él mismo.
Luego, las Marlowe. ¡Eso sí que fue complicado! Pero también fue divertido al final… se perdió en el recuerdo mientras los actores se retiraban finalmente del escenario y él veía que su versión de 18 años, siempre rebelde y contra toda regla se bajó y fue directo por Candy, para besarla en la mano y llevársela con él… irradiaban tal felicidad, que casi parecían flotar envueltos en un ligero resplandor dorado, iridiscente…
**Flashback**
- No me confunda por un tonto, señora. Porque créame que no lo soy. -
Terry sintió un cosquilleo sobre su cuerpo, casi como una súbita y embriagadora sensación de libertad invadiéndolo poco a poco.
- Mucho menos seré un títere de ustedes dos. -
Ante tal declaración, la señora Marlowe apretó los labios, ofendidísima.
- ¡Terrence, no va a dejar desamparada a mi hija después de lo que hizo por usted! – Se atrevió a darle una orden otra vez.
Terry la miró fijamente con expresión neutra, antes de sonreír ligeramente; lentamente volvía a ser el de antes, aquél muchacho insolente e impetuoso, incontrolable y libre…
- No le bastó con escuchar tras la puerta toda la conversación, sino que además se hace la tonta, ¿o será que realmente lo es? – cerró los ojos un instante; antes de encaminarse a la salida.
La mayor le bloqueó el paso, furiosa por lo que le acababa de decir.
- ¿A dónde cree que va? –
- Muy lejos de ustedes dos ¿qué no ve? – Ah, se sentía tan bien volver a ser el rebelde del San Pablo…
- ¡Usted de aquí no se mueve! – espetó, al escuchar los sollozos de Musa… digo, Susana, que incrementó el volumen esperando causar lástima.
- ¿Y usted piensa detenerme? – se cruzó de brazos, muy divertido.
- Si es necesario lo haré – la entrometida mujer pretendía una firmeza que estaba lejos de poseer, ya que se sentía realmente intimidada con esa mirada glacial que recibía del muchacho, a quien jamás había visto actuar de ese modo.
- Señora, muévase o le prometo que su voz de cotorra histérica se escuchará por todo el hospital cuando la lance para un lado. – Amenazó, con fiereza en sus azules ojos y voz tan ronca que parecía casi un gruñido.
Bajo la cama, el bello británico de 23 años, hacía acopio de toda su fuerza de voluntad para no soltar una sonora carcajada, pues no recordaba haber tenido la desfachatez de insultar a esa exasperante mujer en aquéllos años.
“¿Pero qué modales son esos jovencito?” escuchó a su abuelo, en un muy poco convincente intento de regaño, pues también se moría de risa al escuchar a su nieto joven. - ¡Sshhh abuelo, deja de reírte! - se quejaba Terry, porque lo estaba contagiando nada más.
- ¿Cómo…? – iba a reclamar la cotorra, perdón la madre de Susana; pero en ese instante llegó la siguiente enfermera de turno acompañada del médico tratante, ya que al escuchar tal escándalo en la habitación de la ex actriz acudieron de inmediato.
- ¿Qué sucede aquí? Esta paciente debe estar en reposo y SIN visitas – objetó el doctor, mirando tanto a la enfermera, que se había retrasado demasiado en tomar su lugar, como a la madre de Susana; pero sobre todo a Grandchester. – Señora, haga el favor de retirarse, tú también Terry – y los tomó a ambos del codo para sacarlos, ante la atónita mirada del ojiazul, que no entendía por qué ese sujeto lo trataba con tal familiaridad; mientras la enfermera presurosa se acercaba a la convaleciente para aplicarle el sedante respectivo.
- ¡No! ¡No quiero, déjeme en paz! – protestaba la rubia - ¡Mamá ayúdame! –
Pero ya no le permitieron a la mujer entrar, y ya que la paciente forcejeaba, el médico llamó a un par de trabajadores para que ayudaran a la enfermera a sostenerla y poderle aplicar la inyección.
“Terrence muchacho, ahora están todos distraídos, aprovecha para salir.” Le indicaba el abuelo a su precioso nieto. Efectivamente, su mini-mí había sido jalado por el matasanos ese, así como la madre de Susana, y los trabajadores estaban ocupados sosteniendo a la pelilacia para que le aplicaran el medicamento; pero no se quiso arriesgar y decidió mejor esperar un poco más.
Además, en honor a la verdad le resultaba casi placentero saber que por lo menos una vez, alguien estaba sometiendo a la caprichosa joven, que lloriqueaba para evitar que la pincharan; y eso no se lo quería perder el muy metido.
Una vez que lo lograron, los jóvenes abandonaron la habitación, y la enfermera de turno se quedó vigilante mientras el sedante hacía efecto; esto no tardaba tanto, aunque para cierto actor que ya llevaba un buen rato bajo la cama, le pareció una eternidad.
Afuera, el médico se disculpaba con Terry joven por el descuido y que al final haya terminado con Susana muy alterada nuevamente, y la señora Marlowe recibía su propia dosis de tranquilizantes pues se había puesto algo impertinente y exigía que el actor se casara con su hija porque era “su obligación”.
El castaño estaba bastante asombrado de lo que presenciaba, pero prefirió no objetar nada, aunque la mirada que el doctor le dirigía lo tenía algo inquieto. ¡Es que casi se lo comía con los ojos! Como que le daba grima y hasta se frotó la nariz un tanto confuso.
Al final terminó por comprender que se suponía que la Marlowe debía permanecer sedada pues estaba sufriendo alucinaciones y episodios histéricos, y como amenazara por segunda ocasión con quitarse la vida, ahora mantenían permanentemente la vigilancia sobre ella.
Terry de 18 no entendía cuál había sido la primera vez que la chica amenazó con un suicidio; y asumió muy acertadamente, que eso había sido seguramente otro intento de manipulación por parte de ella; así que decidió guardar silencio y se marchó de ahí, sintiéndose tan en paz y libre, como cuando recién llegara a Nueva York, con sus maletas casi vacías de cosas materiales, pero llenas de sueños, anhelos y esperanzas; mismas que ahora renacían con ímpetu.
Ese día era el estreno de la obra y su hermosa Candy estaba con él. Era lo único que le importaba ahora.
Mientras tanto en la habitación, todavía estaba el pobre Terry de 23 metido bajo la cama, y su abuelo de nuevo hacía silencio. Ya estaba cansado de estar ahí y además estaba ensuciando toda su ropa, manos y calzado, y eso ya lo estaba poniendo un poco repelente.
- Abuelo… abuelo ¿estás ahí? – susurraba el actor, nada… rodó los ojos… - Vaya, se vuelve a desaparecer ahora que lo necesito para que me diga si ya puedo salir de aquí – se quejó, rodando los ojos.
“¿Ahora sí me quieres hacer caso? Pues nada, arréglatelas solo”, le espetaron dentro de su cabeza.
- Gracias “querido” abuelo… - fue su sarcástica respuesta.
No le quedó de otra más que esperar y mirar los movimientos de los pies de la enfermera, la cual por cierto caminaba alrededor de la cama y en un descuido casi le pisaba la mano.
En un momento en que se asomó un poco, vio a la señorita de espaldas a donde él se encontraba y a la puerta ya que miraba por la ventana, así que se arrastró lo más sigilosamente posible y prácticamente gateando llegó hasta la salida, cuidando obviamente que la mujer no volteara, o se armaría tremendo jaleo de nuevo. Una vez de pie y con la mano en el picaporte, a punto de irse, se giró para ver una vez más a Susana, que en eso abrió los ojos y lo alcanzó a ver escabulléndose sin hacer ruido.
- ¿Terry? No me dejes… – alcanzó a llamar con debilidad la rubia, y él cerró rápidamente ya una vez afuera, pues la enfermera se viró para ver.
Como no viera nada ni a nadie, atribuyó el hecho a las “alucinaciones” de la paciente, y únicamente negó con la cabeza, sintiendo lástima por la otrora actriz.
Terrence miró para todos lados, subiendo el cuello de su gabardina después de sacudirse el polvo imaginario que traía encima. Claro que al haberse salido de ese modo corría el riesgo de que afuera estuviese la madre de Susana, el médico raro y hasta su mini-yo; pero bueno, se tuvo que arriesgar, además, confió en que si eso era así, Henry le hubiese advertido del peligro.
“Vaya, qué cómodo mi nieto” reclamó el hombre, nuevamente dentro de su cabeza. Terry se limitó a sonreír ligeramente y caminó con su habitual paso arrogante y aristocrático.
**Fin del flashback**
- Ya es hora de irnos muchacho, tu misión ha sido cumplida – Su abuelo se volvió a hacer notar.
Terry se volvió a mirarlo… su expresión sorprendida enterneció a Henry.
- ¿Acaso quieres quedarte en esta época? – Le preguntó algo divertido el mayor.
- Sí… bueno no… pero ¿de verdad ya puedo volver? – Un destello de emoción cruzó los ojos azules de Terrence.
- Sí ya puedes hacerlo… Volverás a tu tiempo y encontrarás los resultados de esta visita tuya. ¡Bien hecho hijo! –
- Pero… ¿cómo voy a saber todo lo que sucedió a partir de este momento? – de pronto este tema que poco le había interesado al ojiazul hasta ese instante, se hizo presente con fuerza en su mente…
- Esa es una excelente pregunta ¡ja, ja, ja! –
Terry arqueó una ceja y se cruzó de brazos mientras lo miraba con intensidad.
- Anda vámonos, te llevo de regreso. No te preocupes por esas cosas ahora, lo más difícil ya lo hiciste –
Y empezó a caminar sin esperar a ver si lo seguía. Como vio que no le quedaba de otra, el apuesto británico lo siguió, aunque se moría por ir a asomarse al camerino y ver qué sucedía adentro, tuvo que aceptar que su misión había concluido con éxito…
Su abuelo no hablaba, simplemente caminaba guiándolo otra vez al Central Park, al mismo camino por el que volvió en el tiempo cuatro días antes, y que sería conocido años más tarde como Literary Walk.
En el trayecto, como un suspiro lo asaltaron imágenes de lo que sucedió al salir del hospital esa mañana, después de que su otro yo hablara con las Marlowe, bueno con Susana; pero la entrometida de su madre escuchó todo, así que le ahorró la molestia de explicarle también a ella; y, considerando que ya ambos les habían dejado claro a las dos, cada uno por su lado, que no dejaría de apoyarlas, pero que definitivamente NO se casaría con la ex actriz, pues la sensación de libertad plena se hizo presente en su corazón.
Recordó cuando tomó la decisión de ir al hotel, no estaba seguro de lo que encontraría, pero esperaba ver a Candy al menos unos minutos.
Así, llegó y en un descuido del recepcionista, se coló directo a la habitación de su pecosa. Se aseguró de que nadie estuviera fisgoneando y justo cuando iba a tocar la puerta, la voz de Henry le hizo una advertencia “Más te vale que esta vez te comportes jovencito, de lo contrario me veré obligado a tomar medidas drásticas”, lo amenazó. Terry suspiró cansinamente, intentando controlar la molestia y no soltarle un improperio a su abuelo, que encima de todo ya estaba muerto.
- Deja de entrometerte Henry, yo sé lo que hago –
- Ajá... y yo todavía estoy vivo… - le contestó burlón. – Y mejor deja de contestarme que otra vez esa niña te va a pescar hablando solo. –
Y Terry tuvo que admitir que en eso tenía razón su abuelito. Tomó aire y ahora sí, tocó la puerta ligeramente.
Candy estaba dentro viviendo un sueño, se empezaba a acicalar para asistir al estreno, justo acababa de ducharse y tenía sobre la cama el vestido que usaría, pero estaba tan feliz que bailaba al son de música imaginaria, música que emergía de su propio corazón, de su alegría contagiosa.
Escuchó un par de leves golpes a la puerta y se extrañó; así que se acercó sigilosa y únicamente abrió un poco para asomar un ojo, pues llevaba el cabello todavía envuelto en una toalla y usaba su bata de baño. Grande fue su sorpresa al mirar quién estaba afuera, y más grandes abrió los ojos cuando él con apuro se hizo camino para meterse a la habitación, pues escuchó pasos acercándose por el pasillo. Entró sin dejar de mirar hacia afuera…
- ¡Terry! – sorprendida la pecosa se cerraba más la bata y la sujetaba con ambas manos, pero él no se percataba de ello porque se estaba asomando para cerciorarse de que la persona ya se había alejado. Una vez seguro de ello, cerró la puerta y se volvió, con los ojos cerrados y la sonrisa ladeada.
Para cuando los abrió, se quedó de una pieza y un encantador sonrojo cubrió sus mejillas de marfil, en un reflejo del escarlata que teñía las de ella.
El sonrojo de ella era por razón evidente; pero el de él, era por el súbito calor que lo invadió al verla de esa forma, tan natural, adivinando sus femeninas y delicadas curvas bajo la delgada tela de la bata que la cubría… sin zapatos… se imaginó como sería verla así todos los días, compartir su cercanía e intimidad, su intimidad…
“Terrence te lo advierto…” la voz en su cabeza lo despertó del letargo.
- ¿Terry me escuchas? – la voz dulce de Candy lo llamaba.
- Eehh... no pecosa, lo siento ¿qué me decías? – parpadeó un par de veces, sacudiéndose las imágenes que se habían amotinado en su cerebro y le gritaban “intimidad”
- Te pregunté por qué volviste, hace rato me dijiste que ya nos veríamos hasta el estreno; ¿si enviarás el coche por mí verdad? –
- Ah sí… es que yo… - ¿Le enviaría un coche? ¡Bien por su mini-yo!
- Olvidaste darme algo de nuevo – aseguró ella pícara y con un toque de seducción; antes de reprenderse mentalmente por tal atrevimiento; y apretar los labios hasta casi volverse blancos. Pero es que cuando lo vio un rato antes, él fue el de siempre, bromista y sarcástico, pero nada atrevido; ¡ni un besito le había dado! Bueno sí, uno en la mejilla, pero ella esperaba algo diferente.
“No lo hagas muchachito, no te atrevas porque luego no paras”
“Déjame tranquilo Henry, no me obligues a ignorarte”
“¡Ja! Como si pudieras” lo retó.
Candy miraba cómo su apuesto novio cerraba los ojos molesto, y que parecía tener un intenso diálogo interno; otra vez lo veía con diferente ropa y más desarrollado, y simplemente no alcanzaba entender estos cambios tan extraños.
Un momento era reservado, y al otro era atrevido y arrojado… eso la desconcertaba, pero lo amaba tanto que poco y nada le importaba; sólo quería estar con él para siempre…
- ¿Terry? – lo volvió a llamar con cuidado
- Perdona pecas, creo que no fue buena idea que viniera, en especial porque la obra empieza más tarde. –
- Sí… entiendo – un toque de decepción se escuchó en la voz de la joven, pero al instante siguiente supo que él tenía razón realmente. – Pero antes de irte quiero darte yo algo a ti – y se acercó coqueta; empezaba a ser consciente de su propio ser y feminidad, con esos besos que ya había compartido con él, con esas maravillosas sensaciones que se despertaban en su interior al sentirlo cerca, al aspirar su aroma, al mirarlo o simplemente al pensarlo…
- ¿Ah sí? ¿Y qué es eso señorita? – aceptó él, con su natural coquetería.
- Esto – y lo abrazó con fuerza, se puso de puntas para alcanzarlo un poco más y rozando sus carnosos labios en el oído de Terry, susurró – Buena suerte, mocoso engreído. – Y luego depositó un beso sinuoso y lento en la quijada de él.
Terrence se quedó alucinado, el estremecimiento de sentirla pegada de su cuerpo con apenas la delicada tela de algodón de su bata fue un torrente de energía que lo invadió entero; un ligero temblor hizo de él su presa, y consciente de lo que la cercanía de esa preciosa chica hacía con él, debió utilizar sus mejores trucos para tranquilizarse y domar el instinto animal que ella le despertaba, consciente o inconscientemente…
Sin embargo, no quiso quedarse sin una probada al menos, así que la tomó de la barbilla con delicadeza, sonriéndole endiablado mientras ella se perdía en el océano de su mirada.
Terry dejó un beso dulce y casto en la boca pequeña de ella, lento y delicioso roce que lo llevó una vez más al paraíso…
- Gracias pecosa, por quedarte… -
- No… no hay nada que yo no haría por ti Terry… y gracias también por el hermoso vestido que me regalaste para hoy… - se sonrojó al decirlo, porque ella consideraba innecesario semejante gesto, pero cómo negarse si él mismo se lo había llevado y con la emoción reflejada en su bello rostro le pidió que lo usara para él…
Terry sonrió complacido; definitivamente las cosas habían cambiado, sólo esperaba que su versión menor ahora sí le entregara ese anillo después de la función… y decidió hacer un obsequio más a su mini-mí, sólo como extra. Era la última vez que la vería en esa edad y época…
- Debo irme ahora Candy, pero quiero pedirte un favor muy especial. – Habló con voz suave, sensual.
- Lo que quieras – fue la entusiasta respuesta que obtuvo.
- Más tarde, al terminar la función y cuando estemos juntos para festejar como es debido; tal vez me notes un poco nervioso o confundido, seguramente será por las emociones de estos últimos días, y por el resultado de la función, que espero sea el mejor… -
- ¡Lo será ya verás! – lo alentó ella, con su habitual energía. Y él le sonrió con ternura infinita.
- Claro, yo soy el protagonista – dijo, tan arrogante como siempre – pero lo que te quiero pedir es esto… por favor sácame de mi aturdimiento de la mejor manera posible, regálame un beso que me haga olvidar al mundo… -
Él sabía que su yo joven muy posiblemente no se animaría a besarla tan abiertamente, así que debía darle otro “incentivo”.
Candy abrió los ojos muy grandes y se puso más roja que una fresa madura, no esperaba semejante petición, pero a decir verdad, no le disgustaba para nada la idea; el sabor de los labios de Terry era adictivo, ya lo había probado y ahora deseaba más y más cada vez…
- ¿Lo harás Candy? Recuerda que dijiste que harías lo que yo quisiera… - le sonrió de lado, y ella estuvo perdida.
- Yo… sí – tímida contestó, bajando la mirada de forma por demás sensual, y Terry perdió un poco de su férrea voluntad al verla así, se iba acercando despacio…
“Terrence…” y sí, el muy oportuno del anterior duque cortó de lleno con sus aspiraciones. El británico rodó los ojos y exasperado nada más atinó a pensar un “De verdad eres un Grandchester abuelo…”
- Gracias entonces, mi amor… - y por primera vez dijo esas palabras mágicas en voz alta, a ella… no solamente las lanzaba al viento esperando que este en un benevolente acto de compasión las llevara hasta ella…
“Mi amor… me dijo mi amor…” Candy se quedó embobada, flotando en nubes de algodón y azúcar.
Terry sonrió al ver los verdes ojos llenos de asombro y adoración, la misma que él sentía por ella.
- Te veré después pecas… - terminó de despedirse guiñándole un ojo, y salió de ahí después de confirmar que no hubiese nadie… con el alma rebosante de anticipación y esperanzas…
Regresó a sus pasos tras Henry, pues el caballero lo dejó perderse un rato en sus pensamientos, ya casi llegaban…
- Me hubiese gustado ver la cara que puse cuando Candy me besó después de la obra, o estar ahí cuando le pedí matrimonio – arqueó la ceja – Bien, eso sonó extraño –
- ¡Ja, ja, ja! Pero sí estuviste hijo, sólo que ahora no lo recuerdas – se burló Henry de él.
- No te burles que es cosa seria abuelo – se enojó Terry y se detuvo, mirándolo inquisitivo.
- Camina mocoso terco, no te puedes quedar aquí – lo apremió el caballero.
- No hasta que me cuentes qué sucedió, y me platiques todo desde este momento hasta el tiempo en que yo regrese – se cruzó de brazos, firme en no moverse un centímetro más. – Volveré a un futuro que desconozco y no pienso hacer el ridículo -
Su abuelo se detuvo y lo miró fijamente.
- Que te baste saber que hiciste lo que tenías qué hacer, el resto lo irás descubriendo solo. Además el ridículo ya lo estuviste haciendo por aquí un par de días, ¿Qué más da un poco más? ¡Ja, ja, ja! –
- Te pareces tanto a mí que a veces no me simpatizas Henry… - alegó el menor de los dos.
- ¡Insolente! ¡Debes estar orgulloso por eso!... Además, tú te pareces a mí, no al revés. – lo señaló con su bastón - Ya llegamos… ¿Recuerdas el camino? –
- Sí… - dudó un segundo antes de volver a hablar - ¿Abuelo? –
- Lo sé hijo… no tienes qué decirlo – los grises ojos del caballero se llenaron de brillo y cariño por ese muchacho necio, pero encantador.
Terry asintió… mientras su abuelo estuvo vivo nunca fueron realmente cercanos, sobre todo porque Richard lo impedía, así que no lo conocía prácticamente; aparte había muerto cuando él era muy pequeño… para él fue un grato descubrimiento saber que su carácter no era solamente herencia de su padre…
- Supongo que esta es la despedida – dijo el castaño con algo de reticencia.
- Sí, con esto mi error también ha quedado corregido Terry, yo ya la libré; pero tú ten cuidado porque no habrá más segundas oportunidades; así que aprovecha la experiencia y aprende de tus errores y de los de Candy… nunca vuelvas a olvidar que el amor es lo más grande e importante, y que sin comunicación y confianza, las cosas no funcionan. –
- Me tocó la forma difícil abuelo así que créeme, lección aprendida - y levantó su mano derecha, como haciendo un juramento.
- Bien, hasta aquí llego… no olvides darle mis saludos a Eleanor y Richard… -
Terrence rodó los ojos, ya parecía que les iba a decir…
- Henry Terrence Graham Grandchester… ha sido un honor – y le hizo la reverencia correspondiente a su título nobiliario.
- Terrence Graham Grandchester… ha sido un placer, hijo mío… - le correspondió la cortesía. – Pero muévete que te están esperando allá. Ya nos volveremos a ver algún día – lo apremió, y al mismo tiempo le prometió.
- Claro abuelo, algún día, muy lejano espero – Y salió casi corriendo, mientras el elegante inglés volvía a acomodarse las solapas de su saco, su chistera y balanceaba su bastón con elegancia al tiempo que iba caminando y desvaneciéndose…
…
Cuando salió del parque, volvió a reconocer las calles por las que entrara, pero en esta ocasión no le pareció extraño, iba feliz, emocionado, sentía nervios por desconocer lo que iba a encontrar en…
- ¡Demonios! ¡Olvidé preguntarle al abuelo dónde vivo ahora! – se puso pálido…
- ¡Ya te dije que acá arriba no les gusta que maldigas tanto mocoso malcriado! –
- ¿Abuelo? – se desconcertó Terry, ¿qué no se acababa de ir?
- ¡Pues ni modo que sea Jorge VI, atolondrado! Anda ve a tu casa, tú sabes cuál es… -
Y ahora sí, fue lo último que escuchó de su antepasado…
¿Yo sé cuál es?... No… ¿Será posible?... ¡Por Dios! (Ahora sí que era muy fiel a Él), sonrió de lado… salió casi disparado y detuvo el primer coche de alquiler que vio, pues el suyo lo había dejado en la casa que compartía con Susana y su madre antes de todo esto…
Su corazón latía desbocado, en un acelere tal que pensaba que le daría un infarto; le dio la dirección tentativa al chófer y cruzó los dedos. Le pidió llevarlo a aquélla casa que anhelaba comprar cuando tenía 18 años, cuando soñaba con ese futuro brillante al lado de Candy, antes del accidente…
La expectativa lo tenía al borde del abismo ¿Qué se encontraría? ¿Estaría su pecosa del alma ahí, esperándolo? ¿O sería que todo lo había alucinado, finalmente vencido por la locura de vivir sumido en el dolor, soledad y desesperanza? ¡No! Todo era real… tenía que ser real… de pronto la desazón se quería apoderar de él.
- Llegamos señor – anunció el conductor, Terry se quedó congelado un instante, hasta que un ligero carraspeo lo sacó de su estado pasmado.
Pagó el servicio y se bajó despacio, dio algunos pasos y luego se quedó de pie, mirando la fachada de la hermosa casa de dos plantas, de paredes blancas y ventanas verde pálido… estaba temblando… no se atrevía a moverse, casi ni a respirar.
No decidía qué hacer, tenía miedo y se sentía eufórico al mismo tiempo… sus ojos brillaban trémulos. La puerta se abrió entonces y por un instante que le pareció una eternidad, creyó que saldría de ahí alguien desconocido y le increparía por estar mirando la casa como tonto…
- ¡Terry mi amor bienvenido a casa! – Candy salió a su encuentro, feliz, recibiéndolo con los brazos abiertos, y un beso que lo hizo olvidarse del mundo.
Y entonces, el sol brilló solamente para él…
- Bueno, ella atacará, yo nada más vine a que me admiren –
- Por Athena, que modesto… -
- Ya me conoces Bruja, yo no tengo la culpa de ser tan hermoso –
- C’est vrai, pero tendrás que pagar el precio de todos modos mon amour – se le acercó decidida, y él no se movió. Ella se sorprendió pero no lo demostró.
- ¿No huirás ma vie? –
Por toda respuesta, el guapísimo castaño le regaló una sonrisa seductora y no se movió… Andreia arqueó la ceja casi imperceptiblemente y un destello de diablura cruzó su verde mirada…
Bien des beaux combattants, traigo el último capítulo de esta historia del peculiar viaje que le fue regalado a nuestro amado bombón… Merci beaucoup! Por habernos seguido en estos seis capítulos, esperamos que lo hayan disfrutado mucho…
- Bruja… - Terry estaba su lado
- Oui trèsor? – se giró con calma y quedaron de lado, pero mirándose a los ojos.
Ella sonrió y él la tomó de la mano para depositarle un beso dulce y sedoso en el dorso de la misma.
Ahora sí que Andreia se quedó muda pero rápido se recompuso y le dio un suave jalón para atraerlo a ella y acariciar su cabello y de paso la mejilla de él.
- Donc c'était vrai? (¿Así que era verdad?) Decidiste dejarte querer por nosotras – la Amazona del Hielo pícara lo comprobó.
- Algo así… es la mejor forma de evitar que me sorprendan todo el tiempo –
- No te acostumbres a tener el control precieux! –
Merci encore une fois jolies, disfruten leyendo, tanto como nosotras escribiendo…
Besos del Pasado
Capítulo 5, parte 1
Capítulo 5, parte 2
By Maia Moretti (Gissa Graham), Luana Hoffman (Sundarcy) y Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 6. Y el sol brilló para él
By Andreia Letellier (Ayame DV)
Los aplausos se dejaron escuchar atronadores al bajar el telón, después del último verso de la obra.
Era un rotundo éxito, una hermosa Julieta y el mejor Romeo de la historia, es lo que se escuchaba cuchichear entre los asistentes.
Una pequeña rubia de maravillosos ojos verdes y sonrisa radiante aplaudía con gran ímpetu, y una lágrima de felicidad resbalaba por su pecosa y sonrosada mejilla. Sus ojos refulgían de amor y orgullo por el joven protagonista.
El telón se levantaba por tercera vez pues la ovación no se detenía; cuando el elenco apareció nuevamente tras el pesado cortinaje, Karen Klaise y Terrence Grandchester dieron un par de pasos al frente e hicieron una ligera reverencia, pero los ojos zafiro de él se dirigieron únicamente a ella, su pecosa. Entonces, les lanzaron rosas a ambos y la chica a su lado ni tarda ni perezosa se soltó de su mano para recogerlas; Terry entonces hizo lo propio, tomó una y, dejando un delicado beso en los fragantes pétalos sin dejar de mirar a su musa, a su preciosa Candy, se la lanzó a ella directamente.
Terry mayor estaba escondido tras bambalinas, presenció la obra lleno de recuerdos y una nostalgia que se le instaló en el corazón. Sin embargo, la tristeza que perenne se había adueñado de su alma desde aquellos días aciagos empezaba a ceder, dando paso a una alegría constante, radiante y febril.
- Debo reconocer que eres bastante bueno hijo – la ya muy conocida voz de Henry le halagó, emocionado materializado a un lado de él. –
- ¿Me vas a decir que no lo sabías Henry? – Socarrón le preguntó, cruzándose de brazos. – ¡Eso que te lo crea la abuela! – y le regaló una de sus famosas sonrisas ladeadas, sardónico.
- Mocoso insolente, claro que lo sabía, en el cielo todo se sabe. – Hizo amago de darle con su bastón en la cabeza, antes de soltar la carcajada – Pero no había tenido la oportunidad de decírtelo. – Le regaló una mirada llena de orgullo y amor.
- Gracias abuelo… -
Terry estaba agradecido con él, no solamente por el cumplido que le hacía, sino por la inmensa oportunidad que le había conseguido.
Empezó a rememorar la cantidad de acontecimientos que se sucedieron desde que ese caballero elegante y sarcástico se había presentado ante él; diciéndole que aprovechara para corregir su error más caro. No pudo evitar sonreír al pensar que de primera instancia lo tomó por loco, luego se creyó él mismo trastornado y finalmente, cómo tomó en sus manos el problema intentando cambiar ese destino oscuro que tanto él como Candy, se forjaron por la gran bondad de sus almas, sus malas decisiones y sentido de compasión mal encausado.
Lo más difícil había sido lograrlo sin que su mini-mí lo viera ni supiera que alguien lo iba guiando. Convencer a la pecosa de quedarse fue la cosa más deliciosa que pudo hacer, por un momento se había sentido un poco culpable por probar los dulces labios de la chica antes que su otro yo, pero luego se consoló diciéndose que al final, era él mismo.
Luego, las Marlowe. ¡Eso sí que fue complicado! Pero también fue divertido al final… se perdió en el recuerdo mientras los actores se retiraban finalmente del escenario y él veía que su versión de 18 años, siempre rebelde y contra toda regla se bajó y fue directo por Candy, para besarla en la mano y llevársela con él… irradiaban tal felicidad, que casi parecían flotar envueltos en un ligero resplandor dorado, iridiscente…
**Flashback**
- No me confunda por un tonto, señora. Porque créame que no lo soy. -
Terry sintió un cosquilleo sobre su cuerpo, casi como una súbita y embriagadora sensación de libertad invadiéndolo poco a poco.
- Mucho menos seré un títere de ustedes dos. -
Ante tal declaración, la señora Marlowe apretó los labios, ofendidísima.
- ¡Terrence, no va a dejar desamparada a mi hija después de lo que hizo por usted! – Se atrevió a darle una orden otra vez.
Terry la miró fijamente con expresión neutra, antes de sonreír ligeramente; lentamente volvía a ser el de antes, aquél muchacho insolente e impetuoso, incontrolable y libre…
- No le bastó con escuchar tras la puerta toda la conversación, sino que además se hace la tonta, ¿o será que realmente lo es? – cerró los ojos un instante; antes de encaminarse a la salida.
La mayor le bloqueó el paso, furiosa por lo que le acababa de decir.
- ¿A dónde cree que va? –
- Muy lejos de ustedes dos ¿qué no ve? – Ah, se sentía tan bien volver a ser el rebelde del San Pablo…
- ¡Usted de aquí no se mueve! – espetó, al escuchar los sollozos de Musa… digo, Susana, que incrementó el volumen esperando causar lástima.
- ¿Y usted piensa detenerme? – se cruzó de brazos, muy divertido.
- Si es necesario lo haré – la entrometida mujer pretendía una firmeza que estaba lejos de poseer, ya que se sentía realmente intimidada con esa mirada glacial que recibía del muchacho, a quien jamás había visto actuar de ese modo.
- Señora, muévase o le prometo que su voz de cotorra histérica se escuchará por todo el hospital cuando la lance para un lado. – Amenazó, con fiereza en sus azules ojos y voz tan ronca que parecía casi un gruñido.
Bajo la cama, el bello británico de 23 años, hacía acopio de toda su fuerza de voluntad para no soltar una sonora carcajada, pues no recordaba haber tenido la desfachatez de insultar a esa exasperante mujer en aquéllos años.
“¿Pero qué modales son esos jovencito?” escuchó a su abuelo, en un muy poco convincente intento de regaño, pues también se moría de risa al escuchar a su nieto joven. - ¡Sshhh abuelo, deja de reírte! - se quejaba Terry, porque lo estaba contagiando nada más.
- ¿Cómo…? – iba a reclamar la cotorra, perdón la madre de Susana; pero en ese instante llegó la siguiente enfermera de turno acompañada del médico tratante, ya que al escuchar tal escándalo en la habitación de la ex actriz acudieron de inmediato.
- ¿Qué sucede aquí? Esta paciente debe estar en reposo y SIN visitas – objetó el doctor, mirando tanto a la enfermera, que se había retrasado demasiado en tomar su lugar, como a la madre de Susana; pero sobre todo a Grandchester. – Señora, haga el favor de retirarse, tú también Terry – y los tomó a ambos del codo para sacarlos, ante la atónita mirada del ojiazul, que no entendía por qué ese sujeto lo trataba con tal familiaridad; mientras la enfermera presurosa se acercaba a la convaleciente para aplicarle el sedante respectivo.
- ¡No! ¡No quiero, déjeme en paz! – protestaba la rubia - ¡Mamá ayúdame! –
Pero ya no le permitieron a la mujer entrar, y ya que la paciente forcejeaba, el médico llamó a un par de trabajadores para que ayudaran a la enfermera a sostenerla y poderle aplicar la inyección.
“Terrence muchacho, ahora están todos distraídos, aprovecha para salir.” Le indicaba el abuelo a su precioso nieto. Efectivamente, su mini-mí había sido jalado por el matasanos ese, así como la madre de Susana, y los trabajadores estaban ocupados sosteniendo a la pelilacia para que le aplicaran el medicamento; pero no se quiso arriesgar y decidió mejor esperar un poco más.
Además, en honor a la verdad le resultaba casi placentero saber que por lo menos una vez, alguien estaba sometiendo a la caprichosa joven, que lloriqueaba para evitar que la pincharan; y eso no se lo quería perder el muy metido.
Una vez que lo lograron, los jóvenes abandonaron la habitación, y la enfermera de turno se quedó vigilante mientras el sedante hacía efecto; esto no tardaba tanto, aunque para cierto actor que ya llevaba un buen rato bajo la cama, le pareció una eternidad.
Afuera, el médico se disculpaba con Terry joven por el descuido y que al final haya terminado con Susana muy alterada nuevamente, y la señora Marlowe recibía su propia dosis de tranquilizantes pues se había puesto algo impertinente y exigía que el actor se casara con su hija porque era “su obligación”.
El castaño estaba bastante asombrado de lo que presenciaba, pero prefirió no objetar nada, aunque la mirada que el doctor le dirigía lo tenía algo inquieto. ¡Es que casi se lo comía con los ojos! Como que le daba grima y hasta se frotó la nariz un tanto confuso.
Al final terminó por comprender que se suponía que la Marlowe debía permanecer sedada pues estaba sufriendo alucinaciones y episodios histéricos, y como amenazara por segunda ocasión con quitarse la vida, ahora mantenían permanentemente la vigilancia sobre ella.
Terry de 18 no entendía cuál había sido la primera vez que la chica amenazó con un suicidio; y asumió muy acertadamente, que eso había sido seguramente otro intento de manipulación por parte de ella; así que decidió guardar silencio y se marchó de ahí, sintiéndose tan en paz y libre, como cuando recién llegara a Nueva York, con sus maletas casi vacías de cosas materiales, pero llenas de sueños, anhelos y esperanzas; mismas que ahora renacían con ímpetu.
Ese día era el estreno de la obra y su hermosa Candy estaba con él. Era lo único que le importaba ahora.
...
Mientras tanto en la habitación, todavía estaba el pobre Terry de 23 metido bajo la cama, y su abuelo de nuevo hacía silencio. Ya estaba cansado de estar ahí y además estaba ensuciando toda su ropa, manos y calzado, y eso ya lo estaba poniendo un poco repelente.
- Abuelo… abuelo ¿estás ahí? – susurraba el actor, nada… rodó los ojos… - Vaya, se vuelve a desaparecer ahora que lo necesito para que me diga si ya puedo salir de aquí – se quejó, rodando los ojos.
“¿Ahora sí me quieres hacer caso? Pues nada, arréglatelas solo”, le espetaron dentro de su cabeza.
- Gracias “querido” abuelo… - fue su sarcástica respuesta.
No le quedó de otra más que esperar y mirar los movimientos de los pies de la enfermera, la cual por cierto caminaba alrededor de la cama y en un descuido casi le pisaba la mano.
En un momento en que se asomó un poco, vio a la señorita de espaldas a donde él se encontraba y a la puerta ya que miraba por la ventana, así que se arrastró lo más sigilosamente posible y prácticamente gateando llegó hasta la salida, cuidando obviamente que la mujer no volteara, o se armaría tremendo jaleo de nuevo. Una vez de pie y con la mano en el picaporte, a punto de irse, se giró para ver una vez más a Susana, que en eso abrió los ojos y lo alcanzó a ver escabulléndose sin hacer ruido.
- ¿Terry? No me dejes… – alcanzó a llamar con debilidad la rubia, y él cerró rápidamente ya una vez afuera, pues la enfermera se viró para ver.
Como no viera nada ni a nadie, atribuyó el hecho a las “alucinaciones” de la paciente, y únicamente negó con la cabeza, sintiendo lástima por la otrora actriz.
Terrence miró para todos lados, subiendo el cuello de su gabardina después de sacudirse el polvo imaginario que traía encima. Claro que al haberse salido de ese modo corría el riesgo de que afuera estuviese la madre de Susana, el médico raro y hasta su mini-yo; pero bueno, se tuvo que arriesgar, además, confió en que si eso era así, Henry le hubiese advertido del peligro.
“Vaya, qué cómodo mi nieto” reclamó el hombre, nuevamente dentro de su cabeza. Terry se limitó a sonreír ligeramente y caminó con su habitual paso arrogante y aristocrático.
**Fin del flashback**
- Ya es hora de irnos muchacho, tu misión ha sido cumplida – Su abuelo se volvió a hacer notar.
Terry se volvió a mirarlo… su expresión sorprendida enterneció a Henry.
- ¿Acaso quieres quedarte en esta época? – Le preguntó algo divertido el mayor.
- Sí… bueno no… pero ¿de verdad ya puedo volver? – Un destello de emoción cruzó los ojos azules de Terrence.
- Sí ya puedes hacerlo… Volverás a tu tiempo y encontrarás los resultados de esta visita tuya. ¡Bien hecho hijo! –
- Pero… ¿cómo voy a saber todo lo que sucedió a partir de este momento? – de pronto este tema que poco le había interesado al ojiazul hasta ese instante, se hizo presente con fuerza en su mente…
- Esa es una excelente pregunta ¡ja, ja, ja! –
Terry arqueó una ceja y se cruzó de brazos mientras lo miraba con intensidad.
- Anda vámonos, te llevo de regreso. No te preocupes por esas cosas ahora, lo más difícil ya lo hiciste –
Y empezó a caminar sin esperar a ver si lo seguía. Como vio que no le quedaba de otra, el apuesto británico lo siguió, aunque se moría por ir a asomarse al camerino y ver qué sucedía adentro, tuvo que aceptar que su misión había concluido con éxito…
Su abuelo no hablaba, simplemente caminaba guiándolo otra vez al Central Park, al mismo camino por el que volvió en el tiempo cuatro días antes, y que sería conocido años más tarde como Literary Walk.
En el trayecto, como un suspiro lo asaltaron imágenes de lo que sucedió al salir del hospital esa mañana, después de que su otro yo hablara con las Marlowe, bueno con Susana; pero la entrometida de su madre escuchó todo, así que le ahorró la molestia de explicarle también a ella; y, considerando que ya ambos les habían dejado claro a las dos, cada uno por su lado, que no dejaría de apoyarlas, pero que definitivamente NO se casaría con la ex actriz, pues la sensación de libertad plena se hizo presente en su corazón.
…
Recordó cuando tomó la decisión de ir al hotel, no estaba seguro de lo que encontraría, pero esperaba ver a Candy al menos unos minutos.
Así, llegó y en un descuido del recepcionista, se coló directo a la habitación de su pecosa. Se aseguró de que nadie estuviera fisgoneando y justo cuando iba a tocar la puerta, la voz de Henry le hizo una advertencia “Más te vale que esta vez te comportes jovencito, de lo contrario me veré obligado a tomar medidas drásticas”, lo amenazó. Terry suspiró cansinamente, intentando controlar la molestia y no soltarle un improperio a su abuelo, que encima de todo ya estaba muerto.
- Deja de entrometerte Henry, yo sé lo que hago –
- Ajá... y yo todavía estoy vivo… - le contestó burlón. – Y mejor deja de contestarme que otra vez esa niña te va a pescar hablando solo. –
Y Terry tuvo que admitir que en eso tenía razón su abuelito. Tomó aire y ahora sí, tocó la puerta ligeramente.
Candy estaba dentro viviendo un sueño, se empezaba a acicalar para asistir al estreno, justo acababa de ducharse y tenía sobre la cama el vestido que usaría, pero estaba tan feliz que bailaba al son de música imaginaria, música que emergía de su propio corazón, de su alegría contagiosa.
Escuchó un par de leves golpes a la puerta y se extrañó; así que se acercó sigilosa y únicamente abrió un poco para asomar un ojo, pues llevaba el cabello todavía envuelto en una toalla y usaba su bata de baño. Grande fue su sorpresa al mirar quién estaba afuera, y más grandes abrió los ojos cuando él con apuro se hizo camino para meterse a la habitación, pues escuchó pasos acercándose por el pasillo. Entró sin dejar de mirar hacia afuera…
- ¡Terry! – sorprendida la pecosa se cerraba más la bata y la sujetaba con ambas manos, pero él no se percataba de ello porque se estaba asomando para cerciorarse de que la persona ya se había alejado. Una vez seguro de ello, cerró la puerta y se volvió, con los ojos cerrados y la sonrisa ladeada.
Para cuando los abrió, se quedó de una pieza y un encantador sonrojo cubrió sus mejillas de marfil, en un reflejo del escarlata que teñía las de ella.
El sonrojo de ella era por razón evidente; pero el de él, era por el súbito calor que lo invadió al verla de esa forma, tan natural, adivinando sus femeninas y delicadas curvas bajo la delgada tela de la bata que la cubría… sin zapatos… se imaginó como sería verla así todos los días, compartir su cercanía e intimidad, su intimidad…
“Terrence te lo advierto…” la voz en su cabeza lo despertó del letargo.
- ¿Terry me escuchas? – la voz dulce de Candy lo llamaba.
- Eehh... no pecosa, lo siento ¿qué me decías? – parpadeó un par de veces, sacudiéndose las imágenes que se habían amotinado en su cerebro y le gritaban “intimidad”
- Te pregunté por qué volviste, hace rato me dijiste que ya nos veríamos hasta el estreno; ¿si enviarás el coche por mí verdad? –
- Ah sí… es que yo… - ¿Le enviaría un coche? ¡Bien por su mini-yo!
- Olvidaste darme algo de nuevo – aseguró ella pícara y con un toque de seducción; antes de reprenderse mentalmente por tal atrevimiento; y apretar los labios hasta casi volverse blancos. Pero es que cuando lo vio un rato antes, él fue el de siempre, bromista y sarcástico, pero nada atrevido; ¡ni un besito le había dado! Bueno sí, uno en la mejilla, pero ella esperaba algo diferente.
“No lo hagas muchachito, no te atrevas porque luego no paras”
“Déjame tranquilo Henry, no me obligues a ignorarte”
“¡Ja! Como si pudieras” lo retó.
Candy miraba cómo su apuesto novio cerraba los ojos molesto, y que parecía tener un intenso diálogo interno; otra vez lo veía con diferente ropa y más desarrollado, y simplemente no alcanzaba entender estos cambios tan extraños.
Un momento era reservado, y al otro era atrevido y arrojado… eso la desconcertaba, pero lo amaba tanto que poco y nada le importaba; sólo quería estar con él para siempre…
- ¿Terry? – lo volvió a llamar con cuidado
- Perdona pecas, creo que no fue buena idea que viniera, en especial porque la obra empieza más tarde. –
- Sí… entiendo – un toque de decepción se escuchó en la voz de la joven, pero al instante siguiente supo que él tenía razón realmente. – Pero antes de irte quiero darte yo algo a ti – y se acercó coqueta; empezaba a ser consciente de su propio ser y feminidad, con esos besos que ya había compartido con él, con esas maravillosas sensaciones que se despertaban en su interior al sentirlo cerca, al aspirar su aroma, al mirarlo o simplemente al pensarlo…
- ¿Ah sí? ¿Y qué es eso señorita? – aceptó él, con su natural coquetería.
- Esto – y lo abrazó con fuerza, se puso de puntas para alcanzarlo un poco más y rozando sus carnosos labios en el oído de Terry, susurró – Buena suerte, mocoso engreído. – Y luego depositó un beso sinuoso y lento en la quijada de él.
Terrence se quedó alucinado, el estremecimiento de sentirla pegada de su cuerpo con apenas la delicada tela de algodón de su bata fue un torrente de energía que lo invadió entero; un ligero temblor hizo de él su presa, y consciente de lo que la cercanía de esa preciosa chica hacía con él, debió utilizar sus mejores trucos para tranquilizarse y domar el instinto animal que ella le despertaba, consciente o inconscientemente…
Sin embargo, no quiso quedarse sin una probada al menos, así que la tomó de la barbilla con delicadeza, sonriéndole endiablado mientras ella se perdía en el océano de su mirada.
Terry dejó un beso dulce y casto en la boca pequeña de ella, lento y delicioso roce que lo llevó una vez más al paraíso…
- Gracias pecosa, por quedarte… -
- No… no hay nada que yo no haría por ti Terry… y gracias también por el hermoso vestido que me regalaste para hoy… - se sonrojó al decirlo, porque ella consideraba innecesario semejante gesto, pero cómo negarse si él mismo se lo había llevado y con la emoción reflejada en su bello rostro le pidió que lo usara para él…
Terry sonrió complacido; definitivamente las cosas habían cambiado, sólo esperaba que su versión menor ahora sí le entregara ese anillo después de la función… y decidió hacer un obsequio más a su mini-mí, sólo como extra. Era la última vez que la vería en esa edad y época…
- Debo irme ahora Candy, pero quiero pedirte un favor muy especial. – Habló con voz suave, sensual.
- Lo que quieras – fue la entusiasta respuesta que obtuvo.
- Más tarde, al terminar la función y cuando estemos juntos para festejar como es debido; tal vez me notes un poco nervioso o confundido, seguramente será por las emociones de estos últimos días, y por el resultado de la función, que espero sea el mejor… -
- ¡Lo será ya verás! – lo alentó ella, con su habitual energía. Y él le sonrió con ternura infinita.
- Claro, yo soy el protagonista – dijo, tan arrogante como siempre – pero lo que te quiero pedir es esto… por favor sácame de mi aturdimiento de la mejor manera posible, regálame un beso que me haga olvidar al mundo… -
Él sabía que su yo joven muy posiblemente no se animaría a besarla tan abiertamente, así que debía darle otro “incentivo”.
Candy abrió los ojos muy grandes y se puso más roja que una fresa madura, no esperaba semejante petición, pero a decir verdad, no le disgustaba para nada la idea; el sabor de los labios de Terry era adictivo, ya lo había probado y ahora deseaba más y más cada vez…
- ¿Lo harás Candy? Recuerda que dijiste que harías lo que yo quisiera… - le sonrió de lado, y ella estuvo perdida.
- Yo… sí – tímida contestó, bajando la mirada de forma por demás sensual, y Terry perdió un poco de su férrea voluntad al verla así, se iba acercando despacio…
“Terrence…” y sí, el muy oportuno del anterior duque cortó de lleno con sus aspiraciones. El británico rodó los ojos y exasperado nada más atinó a pensar un “De verdad eres un Grandchester abuelo…”
- Gracias entonces, mi amor… - y por primera vez dijo esas palabras mágicas en voz alta, a ella… no solamente las lanzaba al viento esperando que este en un benevolente acto de compasión las llevara hasta ella…
“Mi amor… me dijo mi amor…” Candy se quedó embobada, flotando en nubes de algodón y azúcar.
Terry sonrió al ver los verdes ojos llenos de asombro y adoración, la misma que él sentía por ella.
- Te veré después pecas… - terminó de despedirse guiñándole un ojo, y salió de ahí después de confirmar que no hubiese nadie… con el alma rebosante de anticipación y esperanzas…
…
Regresó a sus pasos tras Henry, pues el caballero lo dejó perderse un rato en sus pensamientos, ya casi llegaban…
- Me hubiese gustado ver la cara que puse cuando Candy me besó después de la obra, o estar ahí cuando le pedí matrimonio – arqueó la ceja – Bien, eso sonó extraño –
- ¡Ja, ja, ja! Pero sí estuviste hijo, sólo que ahora no lo recuerdas – se burló Henry de él.
- No te burles que es cosa seria abuelo – se enojó Terry y se detuvo, mirándolo inquisitivo.
- Camina mocoso terco, no te puedes quedar aquí – lo apremió el caballero.
- No hasta que me cuentes qué sucedió, y me platiques todo desde este momento hasta el tiempo en que yo regrese – se cruzó de brazos, firme en no moverse un centímetro más. – Volveré a un futuro que desconozco y no pienso hacer el ridículo -
Su abuelo se detuvo y lo miró fijamente.
- Que te baste saber que hiciste lo que tenías qué hacer, el resto lo irás descubriendo solo. Además el ridículo ya lo estuviste haciendo por aquí un par de días, ¿Qué más da un poco más? ¡Ja, ja, ja! –
- Te pareces tanto a mí que a veces no me simpatizas Henry… - alegó el menor de los dos.
- ¡Insolente! ¡Debes estar orgulloso por eso!... Además, tú te pareces a mí, no al revés. – lo señaló con su bastón - Ya llegamos… ¿Recuerdas el camino? –
- Sí… - dudó un segundo antes de volver a hablar - ¿Abuelo? –
- Lo sé hijo… no tienes qué decirlo – los grises ojos del caballero se llenaron de brillo y cariño por ese muchacho necio, pero encantador.
Terry asintió… mientras su abuelo estuvo vivo nunca fueron realmente cercanos, sobre todo porque Richard lo impedía, así que no lo conocía prácticamente; aparte había muerto cuando él era muy pequeño… para él fue un grato descubrimiento saber que su carácter no era solamente herencia de su padre…
- Supongo que esta es la despedida – dijo el castaño con algo de reticencia.
- Sí, con esto mi error también ha quedado corregido Terry, yo ya la libré; pero tú ten cuidado porque no habrá más segundas oportunidades; así que aprovecha la experiencia y aprende de tus errores y de los de Candy… nunca vuelvas a olvidar que el amor es lo más grande e importante, y que sin comunicación y confianza, las cosas no funcionan. –
- Me tocó la forma difícil abuelo así que créeme, lección aprendida - y levantó su mano derecha, como haciendo un juramento.
- Bien, hasta aquí llego… no olvides darle mis saludos a Eleanor y Richard… -
Terrence rodó los ojos, ya parecía que les iba a decir…
- Henry Terrence Graham Grandchester… ha sido un honor – y le hizo la reverencia correspondiente a su título nobiliario.
- Terrence Graham Grandchester… ha sido un placer, hijo mío… - le correspondió la cortesía. – Pero muévete que te están esperando allá. Ya nos volveremos a ver algún día – lo apremió, y al mismo tiempo le prometió.
- Claro abuelo, algún día, muy lejano espero – Y salió casi corriendo, mientras el elegante inglés volvía a acomodarse las solapas de su saco, su chistera y balanceaba su bastón con elegancia al tiempo que iba caminando y desvaneciéndose…
…
Cuando salió del parque, volvió a reconocer las calles por las que entrara, pero en esta ocasión no le pareció extraño, iba feliz, emocionado, sentía nervios por desconocer lo que iba a encontrar en…
- ¡Demonios! ¡Olvidé preguntarle al abuelo dónde vivo ahora! – se puso pálido…
- ¡Ya te dije que acá arriba no les gusta que maldigas tanto mocoso malcriado! –
- ¿Abuelo? – se desconcertó Terry, ¿qué no se acababa de ir?
- ¡Pues ni modo que sea Jorge VI, atolondrado! Anda ve a tu casa, tú sabes cuál es… -
Y ahora sí, fue lo último que escuchó de su antepasado…
¿Yo sé cuál es?... No… ¿Será posible?... ¡Por Dios! (Ahora sí que era muy fiel a Él), sonrió de lado… salió casi disparado y detuvo el primer coche de alquiler que vio, pues el suyo lo había dejado en la casa que compartía con Susana y su madre antes de todo esto…
Su corazón latía desbocado, en un acelere tal que pensaba que le daría un infarto; le dio la dirección tentativa al chófer y cruzó los dedos. Le pidió llevarlo a aquélla casa que anhelaba comprar cuando tenía 18 años, cuando soñaba con ese futuro brillante al lado de Candy, antes del accidente…
La expectativa lo tenía al borde del abismo ¿Qué se encontraría? ¿Estaría su pecosa del alma ahí, esperándolo? ¿O sería que todo lo había alucinado, finalmente vencido por la locura de vivir sumido en el dolor, soledad y desesperanza? ¡No! Todo era real… tenía que ser real… de pronto la desazón se quería apoderar de él.
- Llegamos señor – anunció el conductor, Terry se quedó congelado un instante, hasta que un ligero carraspeo lo sacó de su estado pasmado.
Pagó el servicio y se bajó despacio, dio algunos pasos y luego se quedó de pie, mirando la fachada de la hermosa casa de dos plantas, de paredes blancas y ventanas verde pálido… estaba temblando… no se atrevía a moverse, casi ni a respirar.
No decidía qué hacer, tenía miedo y se sentía eufórico al mismo tiempo… sus ojos brillaban trémulos. La puerta se abrió entonces y por un instante que le pareció una eternidad, creyó que saldría de ahí alguien desconocido y le increparía por estar mirando la casa como tonto…
- ¡Terry mi amor bienvenido a casa! – Candy salió a su encuentro, feliz, recibiéndolo con los brazos abiertos, y un beso que lo hizo olvidarse del mundo.
Y entonces, el sol brilló solamente para él…
FIN