Saludos bellas combatientes estamos aquí dando el último estirón en esta maravillosa Guerra Florida.
Las porristas han quedado en el camino, algunas guerreras han salido heridas de muerte con algunos intensos relatos y muchísimos suspiros han sido lanzados al universo con estupendos fanarts, ediciones y videos.
Vengo hoy a compartirles un microfic que era oneshot, pero las musas no dejaban de susurrarme al oído y ya saben lo que significan esas caprichosas damas sobre todo para nosotras las amazonas así que les dejo este escrito que consta únicamente de dos capítulos. Espero sea de su agrado ya que un pedacito de mi alma está plasmado en él.
"Al Fin Coincidir"
por Elby8a
Somos polvo interestelar de estrellas. La conciencia explota en mil pedazos y busca experimentar diferentes sentimientos, todo para llegar a la conclusión que la ley máxima es el amor.
Solo las almas de los más valientes guerreros se atreven a descender a los planetas escuela. Almas cargadas con su infinito amor incondicional, cuya misión es enseñar y aprender de nueva cuenta el propósito de la existencia. El espíritu debe trascender.
Nuestro relato se centra en parte del camino que dos divinas almas eligieron recorrer.
Habían viajado juntos a través de los mundos como llamas gemelas, a través del espacio; haciendo de la Tierra su morada, pondrían a prueba su lazo de amor. Bañarían al mundo con su vibración de luz.
Algo salió mal, algo con lo que no contaban. Se dejaron envolver por el manto de la inconsciencia, la regla para poder habitar en el planeta escuela llamado Tierra, con la firme promesa de que se encontrarían, mas nunca imaginaron lo que enfrentarían. Cualquier plan suena bien en teoría. Ejecutarlo es otra cosa.
Ella abrió sus ojos y saludó a su amigo como todos los días. Siempre lo veía como una nebulosa azul. Toda su vida lo había escuchado, lo había soñado; de niños eran amigos, de adolescentes traviesos compañeros y había sido solo él, quien despertara en su cuerpo las eróticas sensaciones de la sexualidad.
El tiempo en su vida fue transcurriendo. Con veintiocho años a principios de 1900 ya la consideraban una solterona. Ella rechazaba cualquier avance con la esperanza de encontrarlo a él. Sabía que era real. Esa esencia masculina había formado gran parte de su vida y se lo imaginaba en cada joven, en cada hombre que se le acercaba. Una gran decepción la invadía cada vez que se daba cuenta que no era él. Ninguno de ellos era él.
-Te quiero conocer, muero por estar entre tus brazos- le decía ella con desesperación.
-Siempre lo has estado y siempre lo estarás- era su eterna respuesta.
No podía violar las leyes del tiempo y del espacio. Por mucho que le doliera, no podía decirle la verdad.
Intentó alejarse de ella, no podía seguirle haciendo eso. Él podía percibir el dolor que su ausencia le provocaba, era el mismo que sentía que le rasgaba su propia alma. Aun así sabía que no debía ocupar un lugar que por el momento no le correspondía, ya que ella ocupaba un cuerpo y él no.
Ella dejó de soñar, perdió su apetito, sus ganas de vivir. Cada día moría un poco más al estar lejos de él.
-Amor ven a mí, nadie más que tú puede quitarme esta sensación de vacío en el alma-
Suplicaba ella por las noches, cuando exhausta de distraerse con las actividades del día a día, se dejaba caer pesadamente en su cama. Se estaba desviando de su camino, del aprendizaje, se estaba hundiendo en el mar de la desolación, así que a él le fue permitido contactar con ella una vez más.
Haciendo uso de su energía de amor se acurrucó con ella en la cama y se acostó abrazándola por detrás, pegando su cuerpo al de ella, que se encontraba en posición fetal en un intento por mitigar los estragos ocasionados por el desierto instalado en su corazón. Él acarició con infinita ternura su mejilla. La dama se estremeció con el calor que percibía. Su amado se filtró en sus sueños haciéndola sonreír del gozo que le daba tenerlo, sentirlo. Se amaron como muchas veces lo habían hecho antes, en otro plano, en otra existencia. Se fundieron en uno, en éxtasis total. Ella se perdió en la intensidad de su mirada azul y él en los verdes ojos femeninos. Al fin pudo descansar y se quedó sumergida en un sueño profundo, tranquilo y reparador como no había tenido en mucho tiempo.
Él, con un beso en la frente la dejó ir, renuente; sabía lo que tenía que hacer.
Qué ilusos habían sido al pensar que de alguna manera ellos pondrían las reglas del juego. Habían aceptado acatarlas y en esta ocasión, muy a su pesar, a él le había tocado ser el espectador.
Ella despertó feliz de haberlo percibido más cerca que nunca. Después de varios meses de depresión por su ausencia, al fin sintió la esperanza renacer en su interior.
Acomodando su larga cabellera bajo su sombrero de ala ancha salió a la calle. Seguía soñando emocionada con los azules ojos, y casi sin darse cuenta por poco fue atropellada por uno de esos nuevos modelos T que sustituían rápidamente a los carruajes; ruidoso sonó su estruendosa bocina que casi la mata del susto. El vehículo se detuvo a centímetros de ella y de este salió un joven con expresión de consternación.
-¿Discúlpeme señorita, está usted bien?- le preguntó removiendo apenado su sombrero.
- Perdón, no me fijé por dónde iba - le contestó la chica apenada. Al levantar la mirada se vio reflejada en el azul de sus ojos, en estos se asomó un destello que le llamó la atención.
-Hola mucho gusto, me llamo Anthony- le dijo el apuesto joven rubio.
Detrás de ese joven, cubriéndolo por completo había una nebulosa azul. Su amado se había proyectado a través de los ojos del joven Anthony para que ella finalmente aceptara a alguien que la pudiera hacer feliz.
Él vio como empezaron una amena conversación, y después, con infinito dolor, se alejó de ahí sabiendo que ella continuaría con su vida.
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Llegó presuroso a su departamento y sacó el viynil de su cubierta para colocarlo en el tocadiscos.
-Escucha, esta canción está genial- le decía él al momento que meneaba sus caderas; el ritmo era moderno, atrevido y cadencioso, incitaba a todo.
Ella lo observaba deleitándose en ese meneo sensual.
-C'mon Baby light my fire (Vamos nena enciende mi fuego)- cantaba con su voz de terciopelo.- No podía dejar de pensar en ti cuando la escuché- le dijo sonriendo de lado, pecaminosamente sexy.
¡Ah lo que daría ella por arrancarle la ropa! Su cabello largo denotando su rebeldía se movía fluidamente al compás de sus caderas. Por los botones superiores de la camisa que se encontraban abiertos, se asomaban traviesos vellos por los cuales ella quisiera pasar sus dedos, su lengua.
-¿Ves mi bella genio? Bailo para ti. Ven aquí, traje algo para verte mejor-
Decía sacando un extraño cigarrillo enrollado del interior de su chaqueta, la cual había colgado en la silla frente a su fiel máquina de escribir.
Lo encendió y aguantando la respiración unos segundos siguió moviéndose, con una pícara mueca en su rostro.
Percibía los colores de ella, cambiando de su usual verde con tonos rosas, al rojo apasionado. Le encantaba saber que provocaba ese efecto en ella, que la alteraba, que podían interactuar de esa manera.
Desde niño le había gustado escribir. Al principio había escrito historias fantasiosas de otros mundos; de una niña que lo acompañaba, con la que se divertía haciendo fechorías, con la que soñaba. Siempre había pensado que sería su compañera, que en algún momento se conocerían.
Muchas veces se había sentido como un idiota al soñarla de esa manera. Desearla cada noche, añorar sus caricias, sus deliciosas curvas femeninas, desahogarse alcanzando el éxtasis pensando en ella; en ese otro mundo tan lejano a su realidad.
Un tiempo había renegado de todo, de esa falsa ilusión a la que se había aferrado para salir de su soledad, para llenar ese hueco en su pecho que cual hoyo negro amenazaba con tragárselo por completo. Pero simplemente era demasiado intenso para no ser real. Había terminado por aceptar que su locura lo hacía feliz, y que ardiera el mundo antes que renunciar a ella.
La realidad de la guerra de Vietnam, las protestas en pro de los derechos humanos se habían vuelto la contraparte de su vida. No arriesgaría a sus seres queridos a los peligros que sabía que corría. Por este motivo se había alejado de ellos, de sus padres y hermanos. La hermosa dama de los ojos verdes y chispeantes era, pues, su única compañía. Mientras que ella estuviera a su lado, él se sentiría en casa sin importar su ubicación. Se había convertido en un ciudadano del mundo por su profesión.
Salía cubriendo las noticias, tomando parte en las protestas, y la gente escuchaba atenta a lo que él tenía que decir. Era un líder nato. Él tenía la impresión de haber pasado varias de sus vidas luchando en guerras y, si estaba en su poder, esta ocasión no sería así. Por eso luchaba ahora de otra manera, con las palabras, con sus letras que inspiraban a más a oponerse a los conflictos bélicos alrededor del mundo. Ganando detractores por doquier.
El impacto de una bala perdida lo haría volver a plantearse su existencia. Ella, por supuesto, estaba a su lado mientras la sangre que emanaba profusamente desde su pecho y que se esparcía en el pavimento a su alrededor en forma de una escalofriante flor. El joven de 28 años levantó su mano hacia el femenino rostro y vio las lágrimas derramadas por su causa. La luz de sus zafiros se apagaba cuando la percibió tan claramente como si fuera una persona frente a él, y por vez primera admiró las pequeñas manchitas que cubrían su nariz y mejillas.
-Eres pecosa- sonrió con alegría al exhalar su último aliento.
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Apenas y podía creer en lo que se había metido y todo por culpa de sus entrometidas compañeras. “Toda la vida has soñado con él, ¿Por qué no lo dibujas?” le habían dicho. “Deberías intentar con otra técnica, tal vez te sorprendan los resultados.” Un ataque de ansiedad la invadía de solo pensar en llevar a cabo ese reto.
Le gustaba dibujar, desde pequeña con solo sujetar lápiz o carbón sus manos se movían como si tuvieran vida propia, haciendo trazos a diestra y siniestra, tallando aquí, difuminando allá. Sus creaciones en blanco y negro hacían eco a lo que la atormentaba cuando se encontraba despierta. Por algún motivo en lo que a él se refería no quedaba satisfecha, algo le pasaba a sus manos; se congelaban y no podía dar forma a lo que su mente veía y su corazón añoraba. De alguna manera sentía que no podría hacerle justicia a lo que él representaba para ella.
Un dolor intenso la invadía al pensar que él solo existía en sus sueños. Sueños de un limpio cielo azul que contrastaba con unos narcisos. Mientras una inédita melodía tocaba en el fondo.
Él era vibrante como los colores, él había llenado como un arcoíris su existencia a través de sus años, y al fin se animaría a romper sus miedos con respecto a utilizar el color para intentar plasmar el rostro del hombre que amaba.
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Toda su vida la había dedicado al arte, a transmitir a través de sus notas sus más íntimos secretos para quien los supiera interpretar. La gente le aplaudía ovacionando su talento, más él sabía que no se entregaba del modo que quería hacerlo. Algo, o más bien la falta de alguien se lo impedía.
Por las noches la soñaba, dormía y vivía en sus sueños. La realidad le pesaba, solo con su piano era que se podía desahogar. Lo tenía todo, renombre, talento, riquezas; todo cuánto se quisiera desear él lo tenía. Debería sentirse dichoso, más no era así. La palabra éxito no reflejaba su realidad interna.
Tenía en puerta una gira, pero no podía seguir con su vida como si todo estuviera bien. Él era intérprete, pero por momentos se sentía como un gran actor; y la mejor actuación era consigo mismo para poder soportar cada día la zozobra que inundaba su alma. Se sentía agotado, hastiado. Demasiado tiempo había transcurrido sin tenerla junto a él.
Había decidido darse un espacio para sí mismo. Así tuviera que recorrer el mundo entero la encontraría. Seguir como hasta ese momento ya no era opción, lo único que le causaba ilusión era dormir añorando no despertar para poder permanecer siempre a su lado.
Siempre la misma hermosa melodía lo invadía en sus sueños de amarillo y azul; pero al despertar la melodía quedaba incompleta, y angustiado corría hasta su piano tratando de recordar las notas. Abatido por su falta de retención cerraba la tapa de las teclas, exasperado, cabreado; arrugando de nueva cuenta la partitura con la escasa compilación de acordes que apenas había logrado extraer de sus sueños con ella.
-Maldita sea, para que ponen esa estúpida música en mi mente si no se me permite recordarla al despertar- bramaba, ocultando su rostro entre sus manos para tratar de calmar su agobio.
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Tenía todo dispuesto en su taller para pintar en cualquier momento. Ella salía y entraba de la habitación. Lavaba su ropa y regresaba, acomodaba los trastos y volvía a entrar. El lienzo en blanco la llamaba y la asustaba al mismo tiempo.
-Por todos los dioses Candice White, ya deja de procrastinar- Empuñando sus manos y dando pataletas cual niña berrinchuda, gritó exasperada consigo misma y su cobarde actitud.
Se dirigió a la cocina y sirviendo una copa de vino la bebió para darse valor. Tomó la botella y entró en su habitación. No fue sino hasta entrada la madrugada que salió de allí. Cansada y sin entender por completo lo que había pintado, pero satisfecha de haber vaciado su corazón en cada pincelada. Se dispuso a soñar con su muso inspirador.
-¿Dónde estás?- lo buscaba en el campo abierto.
La maleza se movía pacíficamente con el viento. De momento una tempestad cubrió el cielo que se tiñó de gris, azotando las ramas de los árboles con furiosos vientos y los truenos resonaron en sus oídos. Ella se quedó inmutable, ya sabía que estaría molesto. El paisaje siempre reflejaba su estado emocional.
-Vaya, al fin; por un momento pensé que no vendrías- le susurró al oído, sobresaltándola de momento con su voz que hacía resonar la totalidad de su ser. Él se deleitaba en lo que podía provocar en ella.
-Perdón, estaba algo ocupada- dijo sonriendo y estremeciéndose por la inesperada sacudida con la que reaccionó a su cercanía.
-Ah excelente señorita, pues si tan ocupada está entonces será mejor que la deje regresar a sus asuntos- dijo molesto dándose la vuelta.
-Ay, por favor, sabes que nunca fallaría a nuestros encuentros. Y para que te lo sepas melodramático; estaba haciendo algo referente a ti- Le aclaraba, un tanto esquiva; respetando las reglas que habían sido impuestas por quien fuera que les permitía compartir ese paraíso personal.
Habían descubierto que cualquier mención de algún detalle privado que pudiera revelar sus identidades verdaderas, resultaba en el impedimento de verse por días, o semanas, dependiendo de la falla. La última vez había sido ella quien incurriera en una falta al gritarle su nombre en su desesperación por encontrarse en el mundo real. La penitencia había sido un mes completo sin poder tener sus encuentros. Además era inútil, pues olvidaban la información revelada al despertar.
-¿En serio? Ya te imagino pensando en mí todo el día, sabes, tengo ese efecto en las mujeres- le dijo divertido de su reacción, le encantaba incordiarla.
-Pero que engreído, de seguro eso solo te lo crees tú. Con ese mal carácter que te cargas, yo más bien creo que espantas a todos a tu alrededor. De seguro eres del tipo que cuando se enoja se desquita aventando cosas por doquier- dijo enfurruñada arrugando su nariz.
El soltó una carcajada al verla con sus pecas danzarinas y maneras indignadas.
-Con todo y mi carácter no puedes dejar de venir a verme, así que me das la razón señorita esmeralda.- Contraatacó llamándola con el apodo que sus ojos le habían inspirado.
-De verdad que eres insufrible, además no solo soy yo quien viene aquí cada noche. Pero, tal vez debería irme para que tú traigas aquí a quien te plazca- dijo cruzándose de brazos.
Él se le acercó sonriendo y la tomó de la mano para apaciguar las aguas.
-Ya, confieso que yo también he estado pensando mucho en ti, bien sabes que solo tú provocas esto en mí.- le dijo jalándola hacia su cuerpo y dándole un beso que le dejaba claro cuánto la había extrañado.
Ella sintió la desesperación de sus besos que igualaban a la propia. La lengua arremetía en la profundidad de su mar apoderándose de su voluntad. Lo abrazó como siempre, como si fuera la última vez que se verían porque así era en realidad, nunca sabían con certeza si se volverían a ver.
Permitió que la recostara en la hierba que en ese momento era cálida y su olfato se llenó con el inconfundible aroma a narcisos que los rodeaban; despeinando sus cabellos, las ropas se desvanecieron a voluntad y sus cuerpos se entrelazaron dando rienda suelta a sus deseos, a su amor que sobrepasaba cualquier realidad. La entrega de ambos era total, intensa y sin reservas.
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El recuerdo agridulce de su encuentro amoroso lo estaba enloqueciendo. ¿Cómo había podido ser tan estúpido de confesarle que era pianista y que haría una gira para buscarla? La manera en que ambos habían sido arrancados de su paraíso utópico lo llenaba de desesperación. Sentía su corazón repleto de incertidumbre, de impotencia ante aquél que jugaba con ellos como si de dos marionetas se tratara. Si tan solo pudiera recordar la melodía que siempre llenaba su mente cuando estaba con ella. Se había vuelto su obsesión en ese tiempo separados. Tenía la firme idea que si lograba completarla, sería el llamado que su corazón reconocería y al fin podrían encontrarse.
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Siete semanas y media habían pasado desde su entrega. Muchas cosas habían sucedido, más no así la solución a lo que la abatía. Annie, su amiga conocida por su buen gusto en el mundo del arte, había quedado encantada con sus creaciones, mismas que habían surgido de la añoranza que tenía por encontrarlo a él.
La señora Cornwell, casada con uno de los empresarios más importantes de Chicago, había hablado con el dueño de “La Galería” del momento, y sus cuadros serían expuestos en esta. La gente a su alrededor se remolineaba haciendo los preparativos. Al fin había llegado una maravillosa oportunidad para su carrera. Sin embargo a ella no parecía importarle. Él había roto las reglas por primera vez, siempre había sido ella quien lo hiciera antes, y esto le demostraba dos cosas. La primera que estaba igual de desesperado que ella por encontrarla, y la segunda que la amaba profundamente. Pero por más que lo intentara no podía recordar las pistas que les habían costado la expulsión del paraíso.
-Candy, nena, será mejor que te involucres más en todo esto.- Le decía Annie. -Ya tengo tu boleto así que más te vale tener preparado tu equipaje; y ni creas que te pondrás tus horripilantes jeans- Le advirtió con el dedo.
-¿Boleto? ¿Equipaje? ¿De qué hablas?- Preguntó desconcertada, apenas haciendo caso a lo que se le decía.
-A tu viaje a N.Y. por supuesto, allá está la galería ¿Que acaso lo olvidaste?- Si la inopia tuviera nombre, ese sería Candice White.
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El apuesto joven Grandchester saludaba al público vestido con un impecable frac, como marcaba la ocasión para el prestigioso Carnegie Hall.
Había estado a punto de cancelar la gira debido a su ánimo, pero su respeto para con su público no se lo permitía.
Algo había en el aire de esa ciudad que lo había atraído. En realidad el concierto había transcurrido mágicamente, una energía se había apoderado de él. Se imaginó que tocaba para ella y que sus hermosas esmeraldas lo miraban orgullosas, llenas de amor, como cuando se entregaban uno en los brazos del otro en su paraíso perdido.
Se salió del programa, la última melodía que interpretaba no era con la que había planeado cerrar el concierto. No lo pudo evitar, había estado escuchando acordes en su mente y dejó que sus dedos corrieran libremente por el teclado. Cada movimiento elegante que sus manos propinaba a las teclas iba cargado del delirio, la súplica implícita de estar con ella. Le parecía sentirla a ella estremecerse bajo su toque. Vaciaba todo su ser a través de las notas.
El público había desaparecido, simplemente eran él y su amada en sublime entrega.
La audiencia era elevada en un recorrido de amor, alegría y tristeza; terminando en el júbilo de la esperanza por encontrar al ser amado. Una angustia se plantaba en el pecho de Terry.
Sí, al fin había terminado la canción; pero sentía que había sido su despedida del refugio seguro que habían creado juntos. Con el pesar de su alma cayendo sobre sus hombros, apenas articuló palabras para dirigirse a su público, que estaba sumergido en un silencio absoluto al terminar su interpretación.
-Esta última melodía es de mi autoría, solo puedo compartirles que llegó a mí en un sueño. Para ti mi Esmeralda, donde quiera que estés- El público irrumpió en aplausos ensordecedores. Carnegie Hall en pleno con sus imponentes cuatro pisos y sus palcos repletos, se encontraba de pie ovacionando a Terrence Grandchester.
Lo único que él quería era estar solo. Para él, ella era música, y la música había cesado dejándole solo el devastador silencio.
Continurá…
Las porristas han quedado en el camino, algunas guerreras han salido heridas de muerte con algunos intensos relatos y muchísimos suspiros han sido lanzados al universo con estupendos fanarts, ediciones y videos.
Vengo hoy a compartirles un microfic que era oneshot, pero las musas no dejaban de susurrarme al oído y ya saben lo que significan esas caprichosas damas sobre todo para nosotras las amazonas así que les dejo este escrito que consta únicamente de dos capítulos. Espero sea de su agrado ya que un pedacito de mi alma está plasmado en él.
"Al Fin Coincidir"
por Elby8a
Somos polvo interestelar de estrellas. La conciencia explota en mil pedazos y busca experimentar diferentes sentimientos, todo para llegar a la conclusión que la ley máxima es el amor.
Solo las almas de los más valientes guerreros se atreven a descender a los planetas escuela. Almas cargadas con su infinito amor incondicional, cuya misión es enseñar y aprender de nueva cuenta el propósito de la existencia. El espíritu debe trascender.
Nuestro relato se centra en parte del camino que dos divinas almas eligieron recorrer.
Habían viajado juntos a través de los mundos como llamas gemelas, a través del espacio; haciendo de la Tierra su morada, pondrían a prueba su lazo de amor. Bañarían al mundo con su vibración de luz.
Algo salió mal, algo con lo que no contaban. Se dejaron envolver por el manto de la inconsciencia, la regla para poder habitar en el planeta escuela llamado Tierra, con la firme promesa de que se encontrarían, mas nunca imaginaron lo que enfrentarían. Cualquier plan suena bien en teoría. Ejecutarlo es otra cosa.
Ella abrió sus ojos y saludó a su amigo como todos los días. Siempre lo veía como una nebulosa azul. Toda su vida lo había escuchado, lo había soñado; de niños eran amigos, de adolescentes traviesos compañeros y había sido solo él, quien despertara en su cuerpo las eróticas sensaciones de la sexualidad.
El tiempo en su vida fue transcurriendo. Con veintiocho años a principios de 1900 ya la consideraban una solterona. Ella rechazaba cualquier avance con la esperanza de encontrarlo a él. Sabía que era real. Esa esencia masculina había formado gran parte de su vida y se lo imaginaba en cada joven, en cada hombre que se le acercaba. Una gran decepción la invadía cada vez que se daba cuenta que no era él. Ninguno de ellos era él.
-Te quiero conocer, muero por estar entre tus brazos- le decía ella con desesperación.
-Siempre lo has estado y siempre lo estarás- era su eterna respuesta.
No podía violar las leyes del tiempo y del espacio. Por mucho que le doliera, no podía decirle la verdad.
Intentó alejarse de ella, no podía seguirle haciendo eso. Él podía percibir el dolor que su ausencia le provocaba, era el mismo que sentía que le rasgaba su propia alma. Aun así sabía que no debía ocupar un lugar que por el momento no le correspondía, ya que ella ocupaba un cuerpo y él no.
Ella dejó de soñar, perdió su apetito, sus ganas de vivir. Cada día moría un poco más al estar lejos de él.
-Amor ven a mí, nadie más que tú puede quitarme esta sensación de vacío en el alma-
Suplicaba ella por las noches, cuando exhausta de distraerse con las actividades del día a día, se dejaba caer pesadamente en su cama. Se estaba desviando de su camino, del aprendizaje, se estaba hundiendo en el mar de la desolación, así que a él le fue permitido contactar con ella una vez más.
Haciendo uso de su energía de amor se acurrucó con ella en la cama y se acostó abrazándola por detrás, pegando su cuerpo al de ella, que se encontraba en posición fetal en un intento por mitigar los estragos ocasionados por el desierto instalado en su corazón. Él acarició con infinita ternura su mejilla. La dama se estremeció con el calor que percibía. Su amado se filtró en sus sueños haciéndola sonreír del gozo que le daba tenerlo, sentirlo. Se amaron como muchas veces lo habían hecho antes, en otro plano, en otra existencia. Se fundieron en uno, en éxtasis total. Ella se perdió en la intensidad de su mirada azul y él en los verdes ojos femeninos. Al fin pudo descansar y se quedó sumergida en un sueño profundo, tranquilo y reparador como no había tenido en mucho tiempo.
Él, con un beso en la frente la dejó ir, renuente; sabía lo que tenía que hacer.
Qué ilusos habían sido al pensar que de alguna manera ellos pondrían las reglas del juego. Habían aceptado acatarlas y en esta ocasión, muy a su pesar, a él le había tocado ser el espectador.
Ella despertó feliz de haberlo percibido más cerca que nunca. Después de varios meses de depresión por su ausencia, al fin sintió la esperanza renacer en su interior.
Acomodando su larga cabellera bajo su sombrero de ala ancha salió a la calle. Seguía soñando emocionada con los azules ojos, y casi sin darse cuenta por poco fue atropellada por uno de esos nuevos modelos T que sustituían rápidamente a los carruajes; ruidoso sonó su estruendosa bocina que casi la mata del susto. El vehículo se detuvo a centímetros de ella y de este salió un joven con expresión de consternación.
-¿Discúlpeme señorita, está usted bien?- le preguntó removiendo apenado su sombrero.
- Perdón, no me fijé por dónde iba - le contestó la chica apenada. Al levantar la mirada se vio reflejada en el azul de sus ojos, en estos se asomó un destello que le llamó la atención.
-Hola mucho gusto, me llamo Anthony- le dijo el apuesto joven rubio.
Detrás de ese joven, cubriéndolo por completo había una nebulosa azul. Su amado se había proyectado a través de los ojos del joven Anthony para que ella finalmente aceptara a alguien que la pudiera hacer feliz.
Él vio como empezaron una amena conversación, y después, con infinito dolor, se alejó de ahí sabiendo que ella continuaría con su vida.
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Llegó presuroso a su departamento y sacó el viynil de su cubierta para colocarlo en el tocadiscos.
-Escucha, esta canción está genial- le decía él al momento que meneaba sus caderas; el ritmo era moderno, atrevido y cadencioso, incitaba a todo.
Ella lo observaba deleitándose en ese meneo sensual.
-C'mon Baby light my fire (Vamos nena enciende mi fuego)- cantaba con su voz de terciopelo.- No podía dejar de pensar en ti cuando la escuché- le dijo sonriendo de lado, pecaminosamente sexy.
¡Ah lo que daría ella por arrancarle la ropa! Su cabello largo denotando su rebeldía se movía fluidamente al compás de sus caderas. Por los botones superiores de la camisa que se encontraban abiertos, se asomaban traviesos vellos por los cuales ella quisiera pasar sus dedos, su lengua.
-¿Ves mi bella genio? Bailo para ti. Ven aquí, traje algo para verte mejor-
Decía sacando un extraño cigarrillo enrollado del interior de su chaqueta, la cual había colgado en la silla frente a su fiel máquina de escribir.
Lo encendió y aguantando la respiración unos segundos siguió moviéndose, con una pícara mueca en su rostro.
Percibía los colores de ella, cambiando de su usual verde con tonos rosas, al rojo apasionado. Le encantaba saber que provocaba ese efecto en ella, que la alteraba, que podían interactuar de esa manera.
Desde niño le había gustado escribir. Al principio había escrito historias fantasiosas de otros mundos; de una niña que lo acompañaba, con la que se divertía haciendo fechorías, con la que soñaba. Siempre había pensado que sería su compañera, que en algún momento se conocerían.
Muchas veces se había sentido como un idiota al soñarla de esa manera. Desearla cada noche, añorar sus caricias, sus deliciosas curvas femeninas, desahogarse alcanzando el éxtasis pensando en ella; en ese otro mundo tan lejano a su realidad.
Un tiempo había renegado de todo, de esa falsa ilusión a la que se había aferrado para salir de su soledad, para llenar ese hueco en su pecho que cual hoyo negro amenazaba con tragárselo por completo. Pero simplemente era demasiado intenso para no ser real. Había terminado por aceptar que su locura lo hacía feliz, y que ardiera el mundo antes que renunciar a ella.
La realidad de la guerra de Vietnam, las protestas en pro de los derechos humanos se habían vuelto la contraparte de su vida. No arriesgaría a sus seres queridos a los peligros que sabía que corría. Por este motivo se había alejado de ellos, de sus padres y hermanos. La hermosa dama de los ojos verdes y chispeantes era, pues, su única compañía. Mientras que ella estuviera a su lado, él se sentiría en casa sin importar su ubicación. Se había convertido en un ciudadano del mundo por su profesión.
Salía cubriendo las noticias, tomando parte en las protestas, y la gente escuchaba atenta a lo que él tenía que decir. Era un líder nato. Él tenía la impresión de haber pasado varias de sus vidas luchando en guerras y, si estaba en su poder, esta ocasión no sería así. Por eso luchaba ahora de otra manera, con las palabras, con sus letras que inspiraban a más a oponerse a los conflictos bélicos alrededor del mundo. Ganando detractores por doquier.
El impacto de una bala perdida lo haría volver a plantearse su existencia. Ella, por supuesto, estaba a su lado mientras la sangre que emanaba profusamente desde su pecho y que se esparcía en el pavimento a su alrededor en forma de una escalofriante flor. El joven de 28 años levantó su mano hacia el femenino rostro y vio las lágrimas derramadas por su causa. La luz de sus zafiros se apagaba cuando la percibió tan claramente como si fuera una persona frente a él, y por vez primera admiró las pequeñas manchitas que cubrían su nariz y mejillas.
-Eres pecosa- sonrió con alegría al exhalar su último aliento.
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Apenas y podía creer en lo que se había metido y todo por culpa de sus entrometidas compañeras. “Toda la vida has soñado con él, ¿Por qué no lo dibujas?” le habían dicho. “Deberías intentar con otra técnica, tal vez te sorprendan los resultados.” Un ataque de ansiedad la invadía de solo pensar en llevar a cabo ese reto.
Le gustaba dibujar, desde pequeña con solo sujetar lápiz o carbón sus manos se movían como si tuvieran vida propia, haciendo trazos a diestra y siniestra, tallando aquí, difuminando allá. Sus creaciones en blanco y negro hacían eco a lo que la atormentaba cuando se encontraba despierta. Por algún motivo en lo que a él se refería no quedaba satisfecha, algo le pasaba a sus manos; se congelaban y no podía dar forma a lo que su mente veía y su corazón añoraba. De alguna manera sentía que no podría hacerle justicia a lo que él representaba para ella.
Un dolor intenso la invadía al pensar que él solo existía en sus sueños. Sueños de un limpio cielo azul que contrastaba con unos narcisos. Mientras una inédita melodía tocaba en el fondo.
Él era vibrante como los colores, él había llenado como un arcoíris su existencia a través de sus años, y al fin se animaría a romper sus miedos con respecto a utilizar el color para intentar plasmar el rostro del hombre que amaba.
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Toda su vida la había dedicado al arte, a transmitir a través de sus notas sus más íntimos secretos para quien los supiera interpretar. La gente le aplaudía ovacionando su talento, más él sabía que no se entregaba del modo que quería hacerlo. Algo, o más bien la falta de alguien se lo impedía.
Por las noches la soñaba, dormía y vivía en sus sueños. La realidad le pesaba, solo con su piano era que se podía desahogar. Lo tenía todo, renombre, talento, riquezas; todo cuánto se quisiera desear él lo tenía. Debería sentirse dichoso, más no era así. La palabra éxito no reflejaba su realidad interna.
Tenía en puerta una gira, pero no podía seguir con su vida como si todo estuviera bien. Él era intérprete, pero por momentos se sentía como un gran actor; y la mejor actuación era consigo mismo para poder soportar cada día la zozobra que inundaba su alma. Se sentía agotado, hastiado. Demasiado tiempo había transcurrido sin tenerla junto a él.
Había decidido darse un espacio para sí mismo. Así tuviera que recorrer el mundo entero la encontraría. Seguir como hasta ese momento ya no era opción, lo único que le causaba ilusión era dormir añorando no despertar para poder permanecer siempre a su lado.
Siempre la misma hermosa melodía lo invadía en sus sueños de amarillo y azul; pero al despertar la melodía quedaba incompleta, y angustiado corría hasta su piano tratando de recordar las notas. Abatido por su falta de retención cerraba la tapa de las teclas, exasperado, cabreado; arrugando de nueva cuenta la partitura con la escasa compilación de acordes que apenas había logrado extraer de sus sueños con ella.
-Maldita sea, para que ponen esa estúpida música en mi mente si no se me permite recordarla al despertar- bramaba, ocultando su rostro entre sus manos para tratar de calmar su agobio.
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Tenía todo dispuesto en su taller para pintar en cualquier momento. Ella salía y entraba de la habitación. Lavaba su ropa y regresaba, acomodaba los trastos y volvía a entrar. El lienzo en blanco la llamaba y la asustaba al mismo tiempo.
-Por todos los dioses Candice White, ya deja de procrastinar- Empuñando sus manos y dando pataletas cual niña berrinchuda, gritó exasperada consigo misma y su cobarde actitud.
Se dirigió a la cocina y sirviendo una copa de vino la bebió para darse valor. Tomó la botella y entró en su habitación. No fue sino hasta entrada la madrugada que salió de allí. Cansada y sin entender por completo lo que había pintado, pero satisfecha de haber vaciado su corazón en cada pincelada. Se dispuso a soñar con su muso inspirador.
-¿Dónde estás?- lo buscaba en el campo abierto.
La maleza se movía pacíficamente con el viento. De momento una tempestad cubrió el cielo que se tiñó de gris, azotando las ramas de los árboles con furiosos vientos y los truenos resonaron en sus oídos. Ella se quedó inmutable, ya sabía que estaría molesto. El paisaje siempre reflejaba su estado emocional.
-Vaya, al fin; por un momento pensé que no vendrías- le susurró al oído, sobresaltándola de momento con su voz que hacía resonar la totalidad de su ser. Él se deleitaba en lo que podía provocar en ella.
-Perdón, estaba algo ocupada- dijo sonriendo y estremeciéndose por la inesperada sacudida con la que reaccionó a su cercanía.
-Ah excelente señorita, pues si tan ocupada está entonces será mejor que la deje regresar a sus asuntos- dijo molesto dándose la vuelta.
-Ay, por favor, sabes que nunca fallaría a nuestros encuentros. Y para que te lo sepas melodramático; estaba haciendo algo referente a ti- Le aclaraba, un tanto esquiva; respetando las reglas que habían sido impuestas por quien fuera que les permitía compartir ese paraíso personal.
Habían descubierto que cualquier mención de algún detalle privado que pudiera revelar sus identidades verdaderas, resultaba en el impedimento de verse por días, o semanas, dependiendo de la falla. La última vez había sido ella quien incurriera en una falta al gritarle su nombre en su desesperación por encontrarse en el mundo real. La penitencia había sido un mes completo sin poder tener sus encuentros. Además era inútil, pues olvidaban la información revelada al despertar.
-¿En serio? Ya te imagino pensando en mí todo el día, sabes, tengo ese efecto en las mujeres- le dijo divertido de su reacción, le encantaba incordiarla.
-Pero que engreído, de seguro eso solo te lo crees tú. Con ese mal carácter que te cargas, yo más bien creo que espantas a todos a tu alrededor. De seguro eres del tipo que cuando se enoja se desquita aventando cosas por doquier- dijo enfurruñada arrugando su nariz.
El soltó una carcajada al verla con sus pecas danzarinas y maneras indignadas.
-Con todo y mi carácter no puedes dejar de venir a verme, así que me das la razón señorita esmeralda.- Contraatacó llamándola con el apodo que sus ojos le habían inspirado.
-De verdad que eres insufrible, además no solo soy yo quien viene aquí cada noche. Pero, tal vez debería irme para que tú traigas aquí a quien te plazca- dijo cruzándose de brazos.
Él se le acercó sonriendo y la tomó de la mano para apaciguar las aguas.
-Ya, confieso que yo también he estado pensando mucho en ti, bien sabes que solo tú provocas esto en mí.- le dijo jalándola hacia su cuerpo y dándole un beso que le dejaba claro cuánto la había extrañado.
Ella sintió la desesperación de sus besos que igualaban a la propia. La lengua arremetía en la profundidad de su mar apoderándose de su voluntad. Lo abrazó como siempre, como si fuera la última vez que se verían porque así era en realidad, nunca sabían con certeza si se volverían a ver.
Permitió que la recostara en la hierba que en ese momento era cálida y su olfato se llenó con el inconfundible aroma a narcisos que los rodeaban; despeinando sus cabellos, las ropas se desvanecieron a voluntad y sus cuerpos se entrelazaron dando rienda suelta a sus deseos, a su amor que sobrepasaba cualquier realidad. La entrega de ambos era total, intensa y sin reservas.
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El recuerdo agridulce de su encuentro amoroso lo estaba enloqueciendo. ¿Cómo había podido ser tan estúpido de confesarle que era pianista y que haría una gira para buscarla? La manera en que ambos habían sido arrancados de su paraíso utópico lo llenaba de desesperación. Sentía su corazón repleto de incertidumbre, de impotencia ante aquél que jugaba con ellos como si de dos marionetas se tratara. Si tan solo pudiera recordar la melodía que siempre llenaba su mente cuando estaba con ella. Se había vuelto su obsesión en ese tiempo separados. Tenía la firme idea que si lograba completarla, sería el llamado que su corazón reconocería y al fin podrían encontrarse.
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Siete semanas y media habían pasado desde su entrega. Muchas cosas habían sucedido, más no así la solución a lo que la abatía. Annie, su amiga conocida por su buen gusto en el mundo del arte, había quedado encantada con sus creaciones, mismas que habían surgido de la añoranza que tenía por encontrarlo a él.
La señora Cornwell, casada con uno de los empresarios más importantes de Chicago, había hablado con el dueño de “La Galería” del momento, y sus cuadros serían expuestos en esta. La gente a su alrededor se remolineaba haciendo los preparativos. Al fin había llegado una maravillosa oportunidad para su carrera. Sin embargo a ella no parecía importarle. Él había roto las reglas por primera vez, siempre había sido ella quien lo hiciera antes, y esto le demostraba dos cosas. La primera que estaba igual de desesperado que ella por encontrarla, y la segunda que la amaba profundamente. Pero por más que lo intentara no podía recordar las pistas que les habían costado la expulsión del paraíso.
-Candy, nena, será mejor que te involucres más en todo esto.- Le decía Annie. -Ya tengo tu boleto así que más te vale tener preparado tu equipaje; y ni creas que te pondrás tus horripilantes jeans- Le advirtió con el dedo.
-¿Boleto? ¿Equipaje? ¿De qué hablas?- Preguntó desconcertada, apenas haciendo caso a lo que se le decía.
-A tu viaje a N.Y. por supuesto, allá está la galería ¿Que acaso lo olvidaste?- Si la inopia tuviera nombre, ese sería Candice White.
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El apuesto joven Grandchester saludaba al público vestido con un impecable frac, como marcaba la ocasión para el prestigioso Carnegie Hall.
Había estado a punto de cancelar la gira debido a su ánimo, pero su respeto para con su público no se lo permitía.
Algo había en el aire de esa ciudad que lo había atraído. En realidad el concierto había transcurrido mágicamente, una energía se había apoderado de él. Se imaginó que tocaba para ella y que sus hermosas esmeraldas lo miraban orgullosas, llenas de amor, como cuando se entregaban uno en los brazos del otro en su paraíso perdido.
Se salió del programa, la última melodía que interpretaba no era con la que había planeado cerrar el concierto. No lo pudo evitar, había estado escuchando acordes en su mente y dejó que sus dedos corrieran libremente por el teclado. Cada movimiento elegante que sus manos propinaba a las teclas iba cargado del delirio, la súplica implícita de estar con ella. Le parecía sentirla a ella estremecerse bajo su toque. Vaciaba todo su ser a través de las notas.
El público había desaparecido, simplemente eran él y su amada en sublime entrega.
La audiencia era elevada en un recorrido de amor, alegría y tristeza; terminando en el júbilo de la esperanza por encontrar al ser amado. Una angustia se plantaba en el pecho de Terry.
Sí, al fin había terminado la canción; pero sentía que había sido su despedida del refugio seguro que habían creado juntos. Con el pesar de su alma cayendo sobre sus hombros, apenas articuló palabras para dirigirse a su público, que estaba sumergido en un silencio absoluto al terminar su interpretación.
-Esta última melodía es de mi autoría, solo puedo compartirles que llegó a mí en un sueño. Para ti mi Esmeralda, donde quiera que estés- El público irrumpió en aplausos ensordecedores. Carnegie Hall en pleno con sus imponentes cuatro pisos y sus palcos repletos, se encontraba de pie ovacionando a Terrence Grandchester.
Lo único que él quería era estar solo. Para él, ella era música, y la música había cesado dejándole solo el devastador silencio.
Continurá…