-¿Drama goloso? ¿Pero qué diablos es esto?¿Gitanilla, dónde andas?- Llamaba Liath a su traviesa pelirroja.
-Aquí estoy delicioso bombón-
-A ver explícame esto, eres la amazona de la empatía ¿Cierto?-
-Sí, ¿por qué la pregunta delicios brioșă engleză? (mi English muffin)-
-¿Porque nos haces sufrir tanto en tu relato?, no solo una ni dos, sino varias vidas y ¿A esto le llamas historia de amor?- reclamaba Terry algo molesto.
-No entiendo a las mujeres, entre más se sufre en una historia de amor más parece gustarles-
-Amor, que te digo, las féminas somos algo complicadas, te lo explicaría pero me está esperando mi postre japonés y también es muy impaciente-
-¿Ah y encima de todo me vas a dejar aquí solo por irte con tu avecilla fogosa?- le pregunta lanzandole una mirada acusatoria y de pocos amigos.
-No mi delicioso bombón, siempre te dejo a mis Lunas para que te cuiden- Le dijo sonriendo pícara antes de desaparecer a velocidad amazónica.
–No, espera, mejor llévatelas- dice Liath algo apurado y es que esas locas compañeras etéreas de la aún más loca gitanilla si lograban intimidarlo.
Ah se me olvidaba Advertencia: contenido erótico, lenguaje explícito y altamente goloso.
"Al Fin Coincidir"
Ch. 2
por Elby8a
Terry caminaba absorto en sus pensamientos, sin rumbo fijo; sintiendo que el moño le asfixiaba se lo arrancó con desesperación. Lo sabía, sabía que se había cerrado un ciclo, que ya nada sería igual. Ella ya no le hablaba. No percibía el llamado de su alma que hasta entonces siempre lo había acompañado. Sentía que se ahogaba. Quería escaparse de todo y comenzó a acelerar el paso. Sin darse cuenta estaba corriendo, llorando, gritando en las calles de Nueva York sin importarle que la gente lo creyera un loco. En esa ciudad nada parecía extraño.
Se detuvo al fin, sosteniendo sus manos sobre sus rodillas mientras se inclinaba para tomar aire y se quedó helado ante lo que vieron sus ojos.
Un hermoso paisaje de un cielo azul intenso casi irreal; no era el típico color celeste, sobresalían el índigo, el cobalto como el color de sus ojos. Este contrastaba con el campo de hermosos narcisos amarillos que se erguían majestuosos, y justo en medio de estos, la silueta de unas notas musicales entrelazadas que asemejaban los cuerpos de dos amantes en apasionada entrega. De repente todo tuvo sentido.
Lo supo en cuanto lo vio, ese cuadro solo había podido ser pintado por ella.
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Mucha gente había asistido a la exposición, había sido todo un éxito. Se sentía abrumada con todas las atenciones y palabras de felicitación que recibía. Agobiada se había disculpado con los últimos clientes y se había dirigido al área de cocina para tomar un poco de agua y escapar del bullicio. Ahí se había quedado hasta que únicamente las luces de la cocina quedaban encendidas con el personal de limpieza.
Debería estar feliz por todo lo que sucedía a su alrededor, pero su alma sollozaba. Apenas podía haber mantenido una mueca algo parecido a una sonrisa en su bello rostro pero la realidad era que no sabía cómo había logrado seguir en pie. La angustia se había apoderado de su corazón en el momento en el que vio a su alrededor y se dio cuenta que todo era blanco y negro. Que los colores habían desaparecido de su campo visual. Estos nuevos lentes que parecía traer puestos solo le permitían captar el espectro de grises entre el blanco y el negro. El color había escapado de su vida como si de repente fuera protagonista de una película antigua. Esta nueva percepción del mundo la hacía sentirse aislada, devastada, en completa soledad.
Los cocineros habían dejado la televisión prendida, pero ella no había prestado mayor atención al hombre que tocaba el piano en la nota que presentaban; no hasta que escuchó la dulce melodía que le arrancaba al instrumento con sus dedos. El pianista se entregaba con pasión a su tarea, su cuerpo se movía inclinándose, meciéndose lentamente, siguiendo el ritmo, imprimiéndole a esas teclas la fuerza de su ser y mágicamente las notas le infundieron una explosión de color que tocó cada fibra de su materia y resonando aún más, atravesando el cuerpo para acariciarle el alma.
Lloró de alegría al escuchar la despedida con la que Terruce Grandchester había cerrado esa noche su concierto.
-Por supuesto mi amor que la melodía te llegó en un sueño, un sueño que compartiste conmigo- tomó su abrigo y su cartera apurada, no sabía cómo le haría, pero tenía que lograr que el afamado pianista la recibiera.
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Estaba perdido en la pintura frente a él. Sonreía como un chiquillo al reconocer que la melodía que finalmente había logrado terminar y ese paisaje se complementaban el uno al otro. La melodía volvió a invadir sus sentidos. Ella le hablaba de nueva cuenta a través de la música. Su corazón empezó a latir estrepitosamente, como si hubiera sido reiniciado.
Se dirigió a la entrada y su semblante cambió drásticamente al caer en cuenta que la galería estaba cerrada.
Lleno de desesperación golpeó la puerta con furia queriendo desintegrar el vidrio.
No podía darse el lujo de perder el tiempo. Temía que la pista se esfumara y que esta vez la perdería para siempre. Pegó su rostro al enorme ventanal y logró percibir una tenue luz que se filtraba de una puerta en el fondo del local.
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Candy abrió la puerta de servicio dispuesta a salir corriendo para tomar un taxi hacia Carnegie Hall. Pero al dar el primer paso se llevó una sorpresa al toparse de frente con un elegante e irresistiblemente apuesto caballero, que a juzgar por su rostro enrojecido parecía que había corrido un maratón.
Ella se quedó inmóvil absorbiendo lo que sus ojos veían. El protagonista de sus sueños tanto dormida como despierta al fin estaba ahí, parado frente a ella, en toda su monumental gallardía, al alcance de su mano.
Él habría reconocido esas esmeraldas hasta en medio de la multitud. Ese rostro salpicado de pecas que cual constelaciones en el universo le prometían el infinito junto a ella que tanto había añorado. Los indomables rizos rubio rojizo eran el marco perfecto para la obra de arte que él consideraba era su amada Esmeralda.
Una deslumbrante sonrisa se dibujó en los masculinos labios.
-Soy yo pequeña pecosa- le dijo acercando su mano lentamente a la barbilla, recorriendo sensualmente sus labios con su pulgar, tocándola por primera vez en lo que se le figuraba como una eternidad separados. -Al fin te encontré- Le dijo con su amor infinito reflejado en sus ojos de cobalto.
-Lo sé amor, al fin coincidimos- Instintivamente extendieron sus manos tocando palma con palma permitiendo que ese contacto de sus pieles les ayudara a reafirmar que al fin habitaban en el mismo plano. Ambos se encontraban en este breve espacio del tiempo- Universo al mismo tiempo.
Los dos guardaban silencio viéndose, comunicándose más allá de las palabras. Más allá de las caricias. Entrelazaron sus dedos y Terry se inclinó para recargar su frente en la de ella, cerraron sus ojos, ambos procesando la emoción del momento. Lo que significaba el haberse encontrado. Sus respiraciones al principio acompasadas, comenzaban a agitarse tras la cercanía de sus cuerpos. Él se separó levemente de Candy, fijando su mirada en los tiernos y jugosos labios. En ese momento sus cobaltos desprendían verdes centellas incendiando las esmeraldas frente a él. Las lágrimas empezaron a fluir libremente por parte de ambos, entonces Terry se soltó de su agarre y elevando su mano derecha limpió con el dorso de sus dedos el líquido que descendía por la tersa piel de su amada.
Besó sus labios húmedos y salados absorbiendo sus lágrimas. Intercambiando fluidos por primera vez desde lo que había sido un largo y solitario recorrido. La flama de su llama gemela no se hizo esperar.
Pasó las pequeñas manos por dentro del saco acariciando su torso firme sobre la suavidad de la camisa y después su espalda para atraerlo hacia ella, sacando con desesperación la camisa de su pantalón, actuando sobre el fuego que la quemaba por la necesidad casi dolorosa de sentirlo por completo pegado a ella.
-Te necesito como necesito la música en mi vida- jadeó él en su boca, a manera de súplica, evidenciando que la añoraba igual o tanto más que ella a él. La tomó por la cintura, elevándola a su altura para profundizar el beso y estrechar su abrazo restregando sus cuerpos para saciar su hambre de incrementar el contacto.
-Tú eres el arcoíris que ilumina mi alma- Le dijo entrelazando los dedos en la sedosa y ligeramente larga cabellera que llegaba a la altura de los hombros. La cascada de rizos caía libremente por la espalda que quedaba desnuda por el corto vestido strapless color champagne que traía puesto. El hundió la nariz en su cuello deleitándose en su esencia, para después sentarla sobre una de las barras de la cocina.
Se hincó ante ella y le recorrió la bien torneada pierna con sus cálidas palmas adorando cada milímetro de piel que tocaba. Desabrochó lentamente uno de sus stilletos y besó su pequeño empeine, para después repetir la maniobra con el otro pie. Al finalizar subió de nueva cuenta por los muslos arrastrando consigo el vestido, sacándolo por la cabeza y dejando los pechos expuestos con los botones de los pezones endurecidos a la expectativa de sus caricias.
-Eres hermosa, aún más que en mis sueños. Eres una diosa, la diosa de mi privada religión. Quiero adorarte, rezar plegarias con mi boca en el templo de tu cuerpo, venerarte ¡Ya!- La ronca voz cargada de deseo.
La pecosa enredó sus dedos en la trabilla de su pantalón y lo atrajo hacia ella. Subió las manos hasta sus hombros, para deslizarle el saco, que cayó al suelo y empezó a desabotonarle la camisa, pero esta se le quedó atorada en los puños.
-Mancuernillas- le dijo él, mostrándole sus muñecas, a la expectativa de su reacción. Ella vio los puños de la camisa, que eran sostenidos en su lugar por unas preciosas mancuernillas de esmeraldas acuñadas en oro blanco, que eran exactamente del tono de sus ojos. Volteo a verlo con adorado asombro.
-Siempre, desde siempre has estado conmigo- No pudo más y lo abrazó se le pegó al pecho desnudo quedando a la altura de los pectorales. Él le devolvió el abrazo con todo y camisa aun colgando, apoyando su mejilla sobre la rizada cabellera, acunándola protectoramente con infinita ternura contra su corazón. Candy se deleitaba en ese sonido, esa música proveniente del centro de su eterno compañero. Sus pequeñitas palmas subían y bajaban rítmicamente por el canal de la espalda de Terry.
Se quedaron así percibiendo la calidez del cuerpo del ser amado, cada poro de su piel añoraba la cercanía.
El pianista podía sentir los suaves y redondos senos transmitiéndole el fuego contra su abdomen y su cuerpo dibujó el deseo contenido por tanto tiempo.
-Quiero darte todo de mí, porque toda tuya soy, por siempre, como siempre.- Dijo ayudándole a retirar sus preciadas mancuernillas, para al fin quitarle la camisa.
Él llevó sus manos hacia su pantalón, pero ella lo detuvo en silenciosa petición. Con manos un tanto nerviosas, por la anticipación, desabrochó el cinturón y bajó lentamente la bragueta para descubrir el preciado regalo que se escondía bajo los ajustados boxers.
Terry cerró los ojos, podía sentir el cálido aliento que emanaba de la respiración de Candy sobre su muy excitado miembro que clamaba por ser liberado. La derritió con su mirada y la rubia se mordió el pequeño y carnoso labio inferior.
Él negó con la cabeza y en un arrebato se separó de ella sacándose, zapatos, calcetines y los pantalones quedando en igualdad de circunstancias.
La pecosa se volvió a abrazar a él por la cintura, pero esta vez fue más audaz y metiendo sus manos entre los boxers y la piel, le dio un apretón a su maravilloso y firme trasero. Bajó los calzoncillos hasta donde pudo dejando al aire el hermoso pene erecto que reflejaba cuanto la deseaba. Terry terminó de zafarse de su ropa interior y se subió a la barra cubriéndola con su cuerpo. Se acarició completamente desnudo contra ella, cuan largo era, haciéndola jadear.
Ahora fue su turno de recargar su cabeza en el pecho de su amada por breves momentos escuchando latir su corazón.
Finalmente con la punta de su lengua probó uno de los exquisitos pezones mientras su mano bajaba lentamente por el esternón, pasando por entre los femeninos pechos, el ombligo y bajo vientre palpando la pecosa anatomía de la mujer que amaba. Incinerando la piel a su paso.
Metió su mano por debajo de la única prenda de encaje que ella aún vestía. Enredó sus elegantes dedos en los rizos del pubis y acarició superficialmente con su índice los pétalos que ya se abrían por sí solos expectantes. Introdujo un dedo en el húmedo interior embelesado por el embriagante perfume que despedía.
Candy soltó un profundo gemido que reverberó como onda sonora en todo el ser del músico. Terry respondió desintegrando esa última prenda entre sus dedos. Se incorporó hincándose entre las piernas de su amada que yacía finalmente desnuda con las rodillas levantadas y los pechos subiendo y bajando por la respiración acelerada, los ojos entrecerrados, lista y necesitada. El brillo de la humedad entre sus piernas era prueba fehaciente de ello. Tomando su pene con su mano lo dirigió al nudo de placer de su pecosa acariciándolo con su punta.
-Amor, ya amor te quiero completo- Fue la súplica lanzada. No la hizo esperar y se hundió en ella. Terry gozaba con la sedosa textura que lo envolvía en la parte más sensible de su anatomía de dios griego. De momento todo se volvió líquido, la fricción no se hizo esperar, con la unión de sus caderas en la que intercambiaban más que fluídos corporales y placer carnal, intercambiaban su energía, sus luces y sus sombras, entrelazaban sus almas en ese diálogo de los cuerpos físicos y etéreos.
El regocijo de sus almas en plena entrega hacia que las lágrimas acudieran imparables a sus ojos.
Fueron conscientes de la energía vital del universo que fluía a través de ellos recorriendo sus espinas dorsales.
Alcanzaron el éxtasis abriendo un túnel de energía divina que bañaba en luz todo a su alrededor cumpliendo al fin con el propósito de su misión. ¡Libertad absoluta!
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Tambaleándose, entre sus brazos caminando si separar sus labios, al fin llegaron a su destino en medio de la noche.
-Terry, estás loco- Le dijo Candy.
-Sí, pero eso ya lo sabes desde siempre. Además esto lo hice inspirado en ti y si ya le está dando la vuelta al mundo, no permitiré que la escuches de cualquier otro modo que no sea el que siempre soñé- Le dijo mientras encendía las luces del escenario de Carnegie Hall en donde todavía se encontraba su muy amado piano. Donde horas antes había sentido que se despedía por siempre de su refugio compartido, sin imaginar que en realidad así era, pero solo para ser sustituido por el refugio entre los brazos de su amado complemento frente a él.
-Eres mi infinito, mi alfa y mi omega- le dijo mientras la sentó junto a él en el banquillo frente a su piano. Levantando la tapa para empezar a tocar para ella entregándole su corazón con cada nota que interpretaba. Ella recargaba la cabeza en el hombro de su amado mientras se dejaba llevar por el viaje de sensaciones transmitidas por las notas.
Al terminar colgándosele del cuello, Candy unió sus labios a los de Terry, mientras sus lenguas danzaban extasiadas al ritmo de su propia tonada; la melodía a la cual resonaban sus almas.
Esa música que captaba el arcoíris y que les sabía a galaxias recorridas, a cosmos conquistados, a eternidad, a infinito.
Se arrancaron la ropa, rindiéndose de nueva cuenta a la necesidad de fundirse en uno. Entrelazando sus cuerpos en busca del nirvana entre sus valles, montes y húmedos riachuelos.
Curándose, sanándose mutuamente, borrando con sus caricias las heridas obtenidas en el camino para brillar en luz.
Disfrutando de su vida nueva. Poniendo fin a La mutua búsqueda incesante.
FIN
Gracias por estar, nos seguimos leyendo!
-Aquí estoy delicioso bombón-
-A ver explícame esto, eres la amazona de la empatía ¿Cierto?-
-Sí, ¿por qué la pregunta delicios brioșă engleză? (mi English muffin)-
-¿Porque nos haces sufrir tanto en tu relato?, no solo una ni dos, sino varias vidas y ¿A esto le llamas historia de amor?- reclamaba Terry algo molesto.
-No entiendo a las mujeres, entre más se sufre en una historia de amor más parece gustarles-
-Amor, que te digo, las féminas somos algo complicadas, te lo explicaría pero me está esperando mi postre japonés y también es muy impaciente-
-¿Ah y encima de todo me vas a dejar aquí solo por irte con tu avecilla fogosa?- le pregunta lanzandole una mirada acusatoria y de pocos amigos.
-No mi delicioso bombón, siempre te dejo a mis Lunas para que te cuiden- Le dijo sonriendo pícara antes de desaparecer a velocidad amazónica.
–No, espera, mejor llévatelas- dice Liath algo apurado y es que esas locas compañeras etéreas de la aún más loca gitanilla si lograban intimidarlo.
Ah se me olvidaba Advertencia: contenido erótico, lenguaje explícito y altamente goloso.
"Al Fin Coincidir"
Ch. 2
por Elby8a
Terry caminaba absorto en sus pensamientos, sin rumbo fijo; sintiendo que el moño le asfixiaba se lo arrancó con desesperación. Lo sabía, sabía que se había cerrado un ciclo, que ya nada sería igual. Ella ya no le hablaba. No percibía el llamado de su alma que hasta entonces siempre lo había acompañado. Sentía que se ahogaba. Quería escaparse de todo y comenzó a acelerar el paso. Sin darse cuenta estaba corriendo, llorando, gritando en las calles de Nueva York sin importarle que la gente lo creyera un loco. En esa ciudad nada parecía extraño.
Se detuvo al fin, sosteniendo sus manos sobre sus rodillas mientras se inclinaba para tomar aire y se quedó helado ante lo que vieron sus ojos.
Un hermoso paisaje de un cielo azul intenso casi irreal; no era el típico color celeste, sobresalían el índigo, el cobalto como el color de sus ojos. Este contrastaba con el campo de hermosos narcisos amarillos que se erguían majestuosos, y justo en medio de estos, la silueta de unas notas musicales entrelazadas que asemejaban los cuerpos de dos amantes en apasionada entrega. De repente todo tuvo sentido.
Lo supo en cuanto lo vio, ese cuadro solo había podido ser pintado por ella.
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Mucha gente había asistido a la exposición, había sido todo un éxito. Se sentía abrumada con todas las atenciones y palabras de felicitación que recibía. Agobiada se había disculpado con los últimos clientes y se había dirigido al área de cocina para tomar un poco de agua y escapar del bullicio. Ahí se había quedado hasta que únicamente las luces de la cocina quedaban encendidas con el personal de limpieza.
Debería estar feliz por todo lo que sucedía a su alrededor, pero su alma sollozaba. Apenas podía haber mantenido una mueca algo parecido a una sonrisa en su bello rostro pero la realidad era que no sabía cómo había logrado seguir en pie. La angustia se había apoderado de su corazón en el momento en el que vio a su alrededor y se dio cuenta que todo era blanco y negro. Que los colores habían desaparecido de su campo visual. Estos nuevos lentes que parecía traer puestos solo le permitían captar el espectro de grises entre el blanco y el negro. El color había escapado de su vida como si de repente fuera protagonista de una película antigua. Esta nueva percepción del mundo la hacía sentirse aislada, devastada, en completa soledad.
Los cocineros habían dejado la televisión prendida, pero ella no había prestado mayor atención al hombre que tocaba el piano en la nota que presentaban; no hasta que escuchó la dulce melodía que le arrancaba al instrumento con sus dedos. El pianista se entregaba con pasión a su tarea, su cuerpo se movía inclinándose, meciéndose lentamente, siguiendo el ritmo, imprimiéndole a esas teclas la fuerza de su ser y mágicamente las notas le infundieron una explosión de color que tocó cada fibra de su materia y resonando aún más, atravesando el cuerpo para acariciarle el alma.
Lloró de alegría al escuchar la despedida con la que Terruce Grandchester había cerrado esa noche su concierto.
-Por supuesto mi amor que la melodía te llegó en un sueño, un sueño que compartiste conmigo- tomó su abrigo y su cartera apurada, no sabía cómo le haría, pero tenía que lograr que el afamado pianista la recibiera.
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Estaba perdido en la pintura frente a él. Sonreía como un chiquillo al reconocer que la melodía que finalmente había logrado terminar y ese paisaje se complementaban el uno al otro. La melodía volvió a invadir sus sentidos. Ella le hablaba de nueva cuenta a través de la música. Su corazón empezó a latir estrepitosamente, como si hubiera sido reiniciado.
Se dirigió a la entrada y su semblante cambió drásticamente al caer en cuenta que la galería estaba cerrada.
Lleno de desesperación golpeó la puerta con furia queriendo desintegrar el vidrio.
No podía darse el lujo de perder el tiempo. Temía que la pista se esfumara y que esta vez la perdería para siempre. Pegó su rostro al enorme ventanal y logró percibir una tenue luz que se filtraba de una puerta en el fondo del local.
88888888
Candy abrió la puerta de servicio dispuesta a salir corriendo para tomar un taxi hacia Carnegie Hall. Pero al dar el primer paso se llevó una sorpresa al toparse de frente con un elegante e irresistiblemente apuesto caballero, que a juzgar por su rostro enrojecido parecía que había corrido un maratón.
Ella se quedó inmóvil absorbiendo lo que sus ojos veían. El protagonista de sus sueños tanto dormida como despierta al fin estaba ahí, parado frente a ella, en toda su monumental gallardía, al alcance de su mano.
Él habría reconocido esas esmeraldas hasta en medio de la multitud. Ese rostro salpicado de pecas que cual constelaciones en el universo le prometían el infinito junto a ella que tanto había añorado. Los indomables rizos rubio rojizo eran el marco perfecto para la obra de arte que él consideraba era su amada Esmeralda.
Una deslumbrante sonrisa se dibujó en los masculinos labios.
-Soy yo pequeña pecosa- le dijo acercando su mano lentamente a la barbilla, recorriendo sensualmente sus labios con su pulgar, tocándola por primera vez en lo que se le figuraba como una eternidad separados. -Al fin te encontré- Le dijo con su amor infinito reflejado en sus ojos de cobalto.
-Lo sé amor, al fin coincidimos- Instintivamente extendieron sus manos tocando palma con palma permitiendo que ese contacto de sus pieles les ayudara a reafirmar que al fin habitaban en el mismo plano. Ambos se encontraban en este breve espacio del tiempo- Universo al mismo tiempo.
Los dos guardaban silencio viéndose, comunicándose más allá de las palabras. Más allá de las caricias. Entrelazaron sus dedos y Terry se inclinó para recargar su frente en la de ella, cerraron sus ojos, ambos procesando la emoción del momento. Lo que significaba el haberse encontrado. Sus respiraciones al principio acompasadas, comenzaban a agitarse tras la cercanía de sus cuerpos. Él se separó levemente de Candy, fijando su mirada en los tiernos y jugosos labios. En ese momento sus cobaltos desprendían verdes centellas incendiando las esmeraldas frente a él. Las lágrimas empezaron a fluir libremente por parte de ambos, entonces Terry se soltó de su agarre y elevando su mano derecha limpió con el dorso de sus dedos el líquido que descendía por la tersa piel de su amada.
Besó sus labios húmedos y salados absorbiendo sus lágrimas. Intercambiando fluidos por primera vez desde lo que había sido un largo y solitario recorrido. La flama de su llama gemela no se hizo esperar.
Pasó las pequeñas manos por dentro del saco acariciando su torso firme sobre la suavidad de la camisa y después su espalda para atraerlo hacia ella, sacando con desesperación la camisa de su pantalón, actuando sobre el fuego que la quemaba por la necesidad casi dolorosa de sentirlo por completo pegado a ella.
-Te necesito como necesito la música en mi vida- jadeó él en su boca, a manera de súplica, evidenciando que la añoraba igual o tanto más que ella a él. La tomó por la cintura, elevándola a su altura para profundizar el beso y estrechar su abrazo restregando sus cuerpos para saciar su hambre de incrementar el contacto.
-Tú eres el arcoíris que ilumina mi alma- Le dijo entrelazando los dedos en la sedosa y ligeramente larga cabellera que llegaba a la altura de los hombros. La cascada de rizos caía libremente por la espalda que quedaba desnuda por el corto vestido strapless color champagne que traía puesto. El hundió la nariz en su cuello deleitándose en su esencia, para después sentarla sobre una de las barras de la cocina.
Se hincó ante ella y le recorrió la bien torneada pierna con sus cálidas palmas adorando cada milímetro de piel que tocaba. Desabrochó lentamente uno de sus stilletos y besó su pequeño empeine, para después repetir la maniobra con el otro pie. Al finalizar subió de nueva cuenta por los muslos arrastrando consigo el vestido, sacándolo por la cabeza y dejando los pechos expuestos con los botones de los pezones endurecidos a la expectativa de sus caricias.
-Eres hermosa, aún más que en mis sueños. Eres una diosa, la diosa de mi privada religión. Quiero adorarte, rezar plegarias con mi boca en el templo de tu cuerpo, venerarte ¡Ya!- La ronca voz cargada de deseo.
La pecosa enredó sus dedos en la trabilla de su pantalón y lo atrajo hacia ella. Subió las manos hasta sus hombros, para deslizarle el saco, que cayó al suelo y empezó a desabotonarle la camisa, pero esta se le quedó atorada en los puños.
-Mancuernillas- le dijo él, mostrándole sus muñecas, a la expectativa de su reacción. Ella vio los puños de la camisa, que eran sostenidos en su lugar por unas preciosas mancuernillas de esmeraldas acuñadas en oro blanco, que eran exactamente del tono de sus ojos. Volteo a verlo con adorado asombro.
-Siempre, desde siempre has estado conmigo- No pudo más y lo abrazó se le pegó al pecho desnudo quedando a la altura de los pectorales. Él le devolvió el abrazo con todo y camisa aun colgando, apoyando su mejilla sobre la rizada cabellera, acunándola protectoramente con infinita ternura contra su corazón. Candy se deleitaba en ese sonido, esa música proveniente del centro de su eterno compañero. Sus pequeñitas palmas subían y bajaban rítmicamente por el canal de la espalda de Terry.
Se quedaron así percibiendo la calidez del cuerpo del ser amado, cada poro de su piel añoraba la cercanía.
El pianista podía sentir los suaves y redondos senos transmitiéndole el fuego contra su abdomen y su cuerpo dibujó el deseo contenido por tanto tiempo.
-Quiero darte todo de mí, porque toda tuya soy, por siempre, como siempre.- Dijo ayudándole a retirar sus preciadas mancuernillas, para al fin quitarle la camisa.
Él llevó sus manos hacia su pantalón, pero ella lo detuvo en silenciosa petición. Con manos un tanto nerviosas, por la anticipación, desabrochó el cinturón y bajó lentamente la bragueta para descubrir el preciado regalo que se escondía bajo los ajustados boxers.
Terry cerró los ojos, podía sentir el cálido aliento que emanaba de la respiración de Candy sobre su muy excitado miembro que clamaba por ser liberado. La derritió con su mirada y la rubia se mordió el pequeño y carnoso labio inferior.
Él negó con la cabeza y en un arrebato se separó de ella sacándose, zapatos, calcetines y los pantalones quedando en igualdad de circunstancias.
La pecosa se volvió a abrazar a él por la cintura, pero esta vez fue más audaz y metiendo sus manos entre los boxers y la piel, le dio un apretón a su maravilloso y firme trasero. Bajó los calzoncillos hasta donde pudo dejando al aire el hermoso pene erecto que reflejaba cuanto la deseaba. Terry terminó de zafarse de su ropa interior y se subió a la barra cubriéndola con su cuerpo. Se acarició completamente desnudo contra ella, cuan largo era, haciéndola jadear.
Ahora fue su turno de recargar su cabeza en el pecho de su amada por breves momentos escuchando latir su corazón.
Finalmente con la punta de su lengua probó uno de los exquisitos pezones mientras su mano bajaba lentamente por el esternón, pasando por entre los femeninos pechos, el ombligo y bajo vientre palpando la pecosa anatomía de la mujer que amaba. Incinerando la piel a su paso.
Metió su mano por debajo de la única prenda de encaje que ella aún vestía. Enredó sus elegantes dedos en los rizos del pubis y acarició superficialmente con su índice los pétalos que ya se abrían por sí solos expectantes. Introdujo un dedo en el húmedo interior embelesado por el embriagante perfume que despedía.
Candy soltó un profundo gemido que reverberó como onda sonora en todo el ser del músico. Terry respondió desintegrando esa última prenda entre sus dedos. Se incorporó hincándose entre las piernas de su amada que yacía finalmente desnuda con las rodillas levantadas y los pechos subiendo y bajando por la respiración acelerada, los ojos entrecerrados, lista y necesitada. El brillo de la humedad entre sus piernas era prueba fehaciente de ello. Tomando su pene con su mano lo dirigió al nudo de placer de su pecosa acariciándolo con su punta.
-Amor, ya amor te quiero completo- Fue la súplica lanzada. No la hizo esperar y se hundió en ella. Terry gozaba con la sedosa textura que lo envolvía en la parte más sensible de su anatomía de dios griego. De momento todo se volvió líquido, la fricción no se hizo esperar, con la unión de sus caderas en la que intercambiaban más que fluídos corporales y placer carnal, intercambiaban su energía, sus luces y sus sombras, entrelazaban sus almas en ese diálogo de los cuerpos físicos y etéreos.
El regocijo de sus almas en plena entrega hacia que las lágrimas acudieran imparables a sus ojos.
Fueron conscientes de la energía vital del universo que fluía a través de ellos recorriendo sus espinas dorsales.
Alcanzaron el éxtasis abriendo un túnel de energía divina que bañaba en luz todo a su alrededor cumpliendo al fin con el propósito de su misión. ¡Libertad absoluta!
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Tambaleándose, entre sus brazos caminando si separar sus labios, al fin llegaron a su destino en medio de la noche.
-Terry, estás loco- Le dijo Candy.
-Sí, pero eso ya lo sabes desde siempre. Además esto lo hice inspirado en ti y si ya le está dando la vuelta al mundo, no permitiré que la escuches de cualquier otro modo que no sea el que siempre soñé- Le dijo mientras encendía las luces del escenario de Carnegie Hall en donde todavía se encontraba su muy amado piano. Donde horas antes había sentido que se despedía por siempre de su refugio compartido, sin imaginar que en realidad así era, pero solo para ser sustituido por el refugio entre los brazos de su amado complemento frente a él.
-Eres mi infinito, mi alfa y mi omega- le dijo mientras la sentó junto a él en el banquillo frente a su piano. Levantando la tapa para empezar a tocar para ella entregándole su corazón con cada nota que interpretaba. Ella recargaba la cabeza en el hombro de su amado mientras se dejaba llevar por el viaje de sensaciones transmitidas por las notas.
Al terminar colgándosele del cuello, Candy unió sus labios a los de Terry, mientras sus lenguas danzaban extasiadas al ritmo de su propia tonada; la melodía a la cual resonaban sus almas.
Esa música que captaba el arcoíris y que les sabía a galaxias recorridas, a cosmos conquistados, a eternidad, a infinito.
Se arrancaron la ropa, rindiéndose de nueva cuenta a la necesidad de fundirse en uno. Entrelazando sus cuerpos en busca del nirvana entre sus valles, montes y húmedos riachuelos.
Curándose, sanándose mutuamente, borrando con sus caricias las heridas obtenidas en el camino para brillar en luz.
Disfrutando de su vida nueva. Poniendo fin a La mutua búsqueda incesante.
FIN
Gracias por estar, nos seguimos leyendo!