FOTOGRAFIAS
(Por Fathmé)
No había bastado el artículo de primera plana ni el obituario que como loco se apresuró a ver para confirmar que no era una terrible equivocación.
No, no había bastado tampoco el telegrama de Albert comunicándole escuetamente lo que había sucedido.
Había tenido que hacer la llamada y enterarse de la verdad, necesitaba escucharlo en la propia voz de su amigo.
Sin embargo la angustia de un primer momento había desaparecido al escuchar a Albert confirmar la noticia. Ahora no sabía qué pensar, qué sentir. ¿Pensaba, sentía algo en este momento?
Se sentía vacío, como si de pronto todo lo que había llevado dentro durante años hubiera salido corriendo de dentro de sí en incontrolable estampida dejándolo vacío.
Tremendamente vacío, totalmente vacío.
No tenía nada dentro de sí, ni siquiera podía llorar.
La única mujer que había amado toda su vida ya no estaba y él ni siquiera podía llorarla.
¿Acaso era de piedra? ¿Acaso estos años en la soledad de su alma lo habían vuelto de mármol?
Fue hasta su habitación, en la cual dormía solo, y tomó de su placard el sobre aquel que Archie le había enviado hace años; en ese sobre había fotos del San Pablo. De esa época maravillosa en la que había sabido lo que era tener amigos y allí estaba ella, sonriendo al frente mientras al mismo tiempo se sujetaba por las cinturas con un tipo alto de lentes y un flacucho vestido de blanco… Anda, si el flacucho de blanco era él.
Cómo pasa el tiempo…
Susana entró a la habitación sin tocar, no le era prohibido hacerlo, y simplemente lo observó mirar las fotografías.
Era tan extraño, desde que se supo la noticia ella había llorado más que él; de hecho a él no lo había visto llorando para nada.
-¿Estás bien Terry?- dijo ella preocupada.
- Si, ¿todo está listo?
- Si lo está, pero…
- Pero ¿qué?
- ¿Estás seguro de esto Terry? Quiero decir, no quisiera dejarte solo en estos momentos. Sé como debes sentirte.
- No – suspiró él – te aseguro que no lo sabes Susana, y no los sabes porque yo mismo no sé cómo me siento. Y no te preocupes que no voy a estar solo. Yo también viajaré.
Tomó su chaqueta y su maleta, y salieron juntos de la habitación.
Abajo del edificio las despedidas no se hicieron esperar.
Susana embarcaría hacia Europa por trabajo y él tenía un funeral al que asistir.
-Susana – le dijo cuando ya ella estaba dentro del taxi – toma esto, pero por favor no la leas sino hasta que estés en el barco.
Ella tomó el sobre sonriéndole con dulzura y le prometió que lo leería hasta que estuviera en alta mar.
Ambos habían llegado a un acuerdo hace meses, y habían estado de acuerdo en hacerlo válido cuando ella regresara de su viaje; más ahora pensaba Susana que con la muerte de Candy el trato se deshacía.
Al tomar el sobre en sus manos supo que no era así, el acuerdo seguía a pesar de todo.
Pero no sintió pena, no. Lo aceptó como lo había aceptado desde el principio.
El taxi partió y Terry empezó a caminar hacia el lado contrario, hasta la estación de trenes.
Esperando en la estación abordar su tren, no podía dejar de mirar las fotografías.
¡Ah! Qué días aquellos, toda su vida había cambiado radicalmente a partir de ahí.
Su mundo había dado un giro de 180 grados, y lejos de lo que cualquiera pensaría, no precisamente en la peor dirección.
Ahora era un actor famoso y reconocido, su madre era su mejor amiga y se llevaba bien con su padre.
Hasta con su madrastra las asperezas se habían limado diplomáticamente. Susana lejos de ser la esposa fastidiosa y exigente que pude llegar a convertirse, se había vuelto una amiga, una compañera de piso por decirlo de algún modo con la que compartía todo, incluso su pena por su pasada juventud y su pasado amor.
La iba a extrañar, pero eran un par de niños cuando los errores propios y las vueltas del carrusel de la vida los habían llevado a estar donde ninguno de los dos pertenecía: juntos.
Ahora adultos, había llegado el momento de enmendarse.
En el barco, Susana rompía su promesa y abría el sobre, como ya se imaginaba los papeles del divorcio estaban dentro con la firma de Terrence G. Grandchester estampada en cada uno de ellos.
Lejos de lo que se pudiera pensar, la joven sonrió suavemente al verlos, y sin leerlos siquiera empezó a firmarlos rápidamente, como si tuviera alguna prisa; y de hecho la tenía. Sacó la carta que venía con ellos y en el mismo sobre en que vinieron garrapateó rápidamente un nombre y una dirección y pidió al encargado que, antes de que zarpara el barco, los depositara en el correo del puerto.
-Tu libertad no debe esperar a que yo vuelva Terry; en algún momento abrirás tu maleta y leerás la carta que está ahí y entonces entenderás.
El barco zarpó al poco tiempo y Susana se quedó en la cubierta mirando como las personas despedían a sus familiares.
Nadie la despedía a ella, pero no lo lamentó, incluso al no ver a nadie agitándole un pañuelo sintió que no dejaba nada atrás, que no quedaba nada tras de sí. Ese pensamiento en lugar de hacerla sentir sola o abandonada lo que le proporcionaba era una enorme sensación de libertad.
Se quedó sobre la cubierta por largo tiempo, mirando hacia el mar y sus ondas; descubriendo cuan gratificante puede ser la soledad cuando estás, por primera vez, contigo misma.
El tren de Terrence atravesaba las vías y los caminos, él solo miraba por la ventana viendo el paisaje pasar ante sus ojos.
Vinieron tantos recuerdos a su memoria, en especial aquel en que una rubia vestida de enfermera gritaba su nombre mientras él, desde la puerta no sabía si arriesgarse a saltar a su encuentro o no.
Miró una vez más las fotografías que llevaba en sus manos, en una de ellas estaban tres damitas con sombrero sentadas en la hierba, una castaña de anteojos, una morena muy hermosa y una rubia pecosa.
La pecosa era la que más sonreía.
Luego había una donde tres muchachos, uno castaño de melena, uno alto de anteojos y un flaco vestido de blanco, posaban delante de un biplano hecho pedazos, Ah esa había sido la gran hazaña del verano. Una vez más el flaco de blanco era él.
Esta foto sí que lo hizo sonreír ampliamente.
-Mis amigos – murmuró – si, ellos fueron los primeros amigos que tuve en la vida.
Ahora ninguno de los dos lo era, el uno porque ya un par años habían pasado desde la última correspondencia que habían tenido y el otro porque… bueno. Suspiró.
¿Quién tomó esas fotografías? Ah ya qué importaba ahora.
Continuó mirando las fotografías y entonces vio una que no recordaba.
Era como si fuera la primera vez que la veía, la rubia pecosa y él sentados en la hierba frente al lago y tomados de la mano, sonreían a la cámara como si hubieran estado de espaldas y de pronto el consabido “¡sonrían!” los hubiera hecho girar sus cabezas de improviso.
Era una fotografía hermosa.
-Caballero, falta poco para llegar a la estación- dijo el encargado tocando ligeramente la puerta del privado en el que iba.
Él lo escuchó pero ni se inmutó, estaba hipnotizado en sus recuerdos.
Después de un momento el tren se detuvo en la estación de Lakewood y Terrence pudo ver por la ventanilla como las personas iban bajando primero a cantidad, luego en menor proporción, luego unos cuantos hasta que no salió ninguno.
-¡Disculpe caballero! – Dijo el encargado abriendo de golpe la puerta de su privado – pensé que ya no había nadie. Ya hemos llegado, debe bajar.
- ¿Cuento debo pagar para continuar de viaje? – preguntó Terrence aun mirando por la ventana como si nada.
El tren se llenaba de nueva cuenta.
- ¿Eh? Pero señor, este tren ya no parará hasta llegar a Monterrey.
- No fue eso lo que le pregunté, sino cuanto debo pagar para continuar en este tren.
- Pero… este era el destino de su boleto ¿no es así?
Terrence se volteó por primera vez y lo miró con seriedad, posando sus pupilas azules, casi con dureza, sobre el hombre que le hablaba.
-Eh… está bien caballero, está bien. En un momento le traigo la respuesta.
El hombre salió y Terrence volvió sus ojos al paisaje.
-Los bosques de Lakewood, las colinas. Tú creciste en este lugar… La Colina de Pony, yo estuve allí. Sí, justo allí en ese mismo punto y toqué la armónica más que para ti, para mí mismo esa tarde. Para sentirte conmigo, para sentir que una parte de mí se quedaba allí así como una parte de ti sería siempre de ese lugar… Ahora ya no estás y no quiero verte. No quiero ver lo que queda de ti inerte en una caja de roble o ébano. No quiero verte pálida y sin vida rodeada de tristeza cuando tú eras la encarnación de la alegría… No, no quiero verte. No quiero que Albert, Archie y Annie vean que ni siquiera puedo llorarte, no quiero que vean que no siento nada dentro de mí… No siento nada ¿Cómo es posible? ¿De qué estoy hecho? ¿En qué me convertí?
Volvió sus ojos a la fotografía que tenía en sus manos, extrañamente esa imagen le henchía el corazón, de remembranzas, de alegría, de amor. De su amor de adolescencia, de su amor de juventud.
¿Tanta mella pueden hacer en un corazón diez años de pasado? Tanto, como para que ahora mismo no sintiera nada por la partida de la mujer que, hasta hace unos pocos días, estaba decidido a buscar de nuevo apenas se firmaran los documentos.
Era tan extraño, amaba a la adolescente en su recuerdo. La amaba con ternura, con pasión… Pero pensar en la mujer que acababa de morir, no movía nada en él.
El tren comenzó a moverse otra vez, y Terrence suspiró aliviado; por un momento temió que lo obligaran a bajar, entonces no le hubiera quedado más remedio que ir a la Mansión Andrew, y no quería.
Pasaron dos días sin que saliera de su privado más que para servirse algo ligero en el vagón comedor.
Después de varios días de viaje, empezó a sentirse algo incómodo; ya estaban atravesando Dallas y el cambio de clima podía sentirse con claridad.
Aseguró la puerta del privado y empezó a desabotonarse el chaleco y se quitó la corbata, la camisa blanca también fue retirada. Dobló todo con cuidado y abrió la maleta para guardarlo y sacar algo más acorde al clima.
Cuando abrió la maleta, encontró un sobre puesto sobre su ropa; “Terry”, de inmediato reconoció la delicada caligrafía de Susana, al principio no supo qué hacer, recargó su cara sobre su pulgar y su índice sin decidirse a tomarlo, luego de un momento retiró el sobre y lo colocó a su lado en el asiento, buscó una camisa más fresca y cómoda y se vistió.
Durante unos momentos permaneció mirando por la ventanilla, como el paisaje cambiaba drásticamente; hace un par de días todo era verdor y naturaleza, ahora no veía nada más frente a sí que desierto.
¿Qué estaba haciendo? ¿A dónde estaba yendo? ¿Estaba huyendo de algo?
Desvió su mirada del cristal y contempló el sobre que tenía al lado, era momento de leer su contenido.
Mi querido Terry
Una mujer como yo y en la situación en la que hemos vivido debería empezar reclamándote por este divorcio, de hecho sé que al ver este sobre lo pensaste ¿no es así? Si, lo sé. No sabes cuánto te llegué a conocer.
Sin embargo reclamos es lo que menos tengo para ti, solo agradecimientos.
Terry, nuestro matrimonio fue un error y siempre lo supe, la noche que decidiste quedarte a mi lado, supe que no lo hacías por mí sino por ella. Yo no puedo menos que vivirles agradecida a los dos.
A ella por su sacrificio y a ti por no dejarme sola, Oh Terry no concibo como habría sido mi vida sin tu hombro para apoyarme estos años. Has sido para mí mucho más que un esposo. Has sido mi compañero, mi amigo, mi hermano. Me enseñaste el valor de la autoestima, me ayudaste a salir adelante.
Me enseñaste a vivir.
No sé cuando me di cuenta que no te amaba, lo cierto es que cuando decidí cambiarme de habitación ya lo sabía. Nunca te lo dije, no sabía cómo hacerlo, supuse que de decírtelo, me odiarías por haberte retenido a mi lado sabiendo que amabas a otra.
Te quiero tanto Terry, pero no como debería hacerlo una esposa. Eres mi mejor amigo y solo quiero para ti la felicidad.
Terry, no me alcanzara la vida para pedirte perdón por haberte hecho perder tanto tiempo, si hubiera sabido que la vida daría tan tremenda vuelta, créeme que te hubiera dejado ir hace muchísimo tiempo, pero, simplemente no tenía el valor.
No puedo creer como de crueles pueden ser los designios de dios, justo cuando habíamos tomado decisiones, resulta que ella ya no estará para darte la felicidad que mereces.
Pero he aprendido algo en esos años Terry; nuestra felicidad no depende de otra persona sino de nosotros mismos, tú me ayudaste a verlo y espero que lo veas para ti mismo también.
Ella ya no está, la vida quiso que esto sucediera, no es culpa de nadie, ni tuya ni suya ni mía. Piensa en que todo está escrito y que los caminos de dios guían cada uno de nuestros pasos por algún a razón.
Piensa que esto estaba destinado a suceder, que incluso si hubieras logrado estar con ella, hoy la estarías llorando porque cuando a uno le llega la hora nada lo puede detener.
Lamento decirte estas cosas, pero solo pretendo hacerte saber la verdad y que lo entiendas de esa manera.
Otra cosa más debo decirte. Terry, no regresaré.
Los documentos firmados estarán en el buzón de casa para cuando regreses, tu libertad ya ha esperado demasiado. No te preocupes por mí, me estableceré en París y ya verás que me irá muy bien sola.
Sí, sola. Viviré a mi modo no pretendo depender de nadie debo demostrarme a mi misma que puedo conmigo y con mi vida. Lo primero será conocerme a mí misma, pues de mi solo sé lo que los demás me han mostrado a través de sus ojos. Debo aprender a conocerme, convertirme en mi propia amiga.
Por favor mira hacia a delante, siempre hacia adelante.
Piensa que aun somos tan jóvenes Terry, tenemos tanto porqué vivir. Tienes una vida por delante, ella ha muerto, y los muertos no regresan. Pero tú estás vivo.
Piensa en eso por favor y sigue adelante. Ahora tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué hacer.
Ya no llevas en tu espalda la carga de una esposa impuesta, y, aunque suene duro, con su muerte te liberas también de la carga de un viejo amor que no pudo ser. Eres absolutamente libre de cualquier tipo de atadura.
Piensa en eso, reflexiónalo y busca tu horizonte, como lo estoy haciendo yo.
En mí siempre tendrás una amiga, la mejor. Siempre estaré aquí para ti.
No perderemos contacto yo me comunicaré contigo cuando este establecida y te contaré mis cosas y tú me contarás las tuyas, como siempre ha sido.
Terry, por favor no te guardes nada, créeme que he lamentado mucho más verte pasar esta pena en seco que si te hubiera visto llorar mares. Si sientes ganas de llorar por favor déjalo salir, no dejes que toda esa sal se macere adentro. Te corroerá Terry, la próxima vez que te vea yo quiero verte sonreír.
Es hora de vivir el presente y mirar hacia el futuro.
Es hora de dejar el pasado atrás.
Sé feliz querido amigo.
Siempre tuya
Susana.
Terry solamente sonrió suavemente mientras doblaba la carta y la volvía a meter a su sobre.
Susanna no volverá, estaba bien por él, sabía que le iría bien. Llegó a conocer a Susanna, vio como había evolucionado en estos años. Cómo había dejado de ser una niña autocompasiva, hasta convertirse en una mujer que aceptaba su condición con dignidad y continuaba adelante a pesar de ello.
Susanna tenía razón esto no es culpa de nadie, simplemente las cosas se dieron así. Ya no se vale llorar sobre la leche derramada.
-Candy… te he extrañado tanto estos 5 años, todo este tiempo lo único que había deseado es volverte a ver, volverte a tener en frente de mí para decirte cuanto te amaba y estar contigo para siempre. ¿Porqué ahora me siento así? Tan vacío de ti, tan vacío de sentimientos.
Volvió a las fotografías.
Había otra donde el castaño de melena y la morena se daban un tímido beso, entre los árboles.
Esta foto la recordaba muy bien… porque fue él quien la había tomado a escondidas.
Cuando Archie se dio cuenta de eso, lo había perseguido casi alrededor de todo el lago amenazando con golpearlo.
Rió entre dientes al recordar ese momento.
-Tonto Archie – se dijo – si no hubieras hecho tanta alharaca solo Annie, tu y yo lo hubiéramos sabido. Si el resto se enteró fue únicamente tu culpa.
Volvió a mirar por la ventana con expresión melancólica.
¿Habría alguien visto su beso con Candy? Así como el había pescado a Archie y Annie; a escondidas… No, nadie lo vio. Nadie lo supo nunca.
¿Había sucedido en realidad? Sí, hasta hace pocos días aún le quemaba la boca ese recuerdo… pero hoy no.
Después de un par de días más el tren llegó a su destino final: Monterrey.
Ahora no había pretexto, debía bajarse del tren.
De la estación un taxi lo llevó a un hotel sencillo, discreto, bonito.
Se asomó al balcón y miró al horizonte, la ciudad era hermosa, a pesar del calor que hacía era un sitio hermoso y muy pacífico.
Decidió que saldría a dar una vuelta, por alguna razón no podía estar encerrado.
Se cambió de ropa, se puso un pantalón de mezclilla, unas zapatillas deportivas, una polo color carne y se llevó sobre el hombro la misma chaqueta, solo por si acaso.
Entre la gente de la ciudad llamaba la atención, la gente lo miraba. Seguramente no era nada fácil que un hombre como él pasara desapercibido.
Su porte, su gallardía, su belleza… definitivamente llamaba la atención.
Ya alguien había mencionado una palabra extraña que el no reconoció pero de algún modo supo que era para él; estaba seguro de que alguien lo había llamada “gringo”
Se detuvo en un parque donde decenas de niños jugaban, niños hermosos vivarachos, morenos de cabellos oscuros.
Uno en especial le llamó la atención, un niño delgado de cabello alborotado y gafas que con ahínco y concentración trataba de poner la cadena de su bicicleta. Recordó que en la chaqueta aun traía sus fotografías y las sacó.
Buscaba una en particular y la encontró.
En aquella foto se veía al buen Stear sonriendo vivamente, ese niño se lo había recordado de pronto.
Sonriendo se acercó a él y le dio a entender que él podía ayudarlo, el niño se retiró y dejó que aquel extraño colocara la cadena en la bicicleta.
“Gracias, gracias señor” dijo el niño cuando montándola, se alejó agitando su mano, sonriente.
Terry continuó su camino y de pronto sintió un ligero golpe en sus pantorrillas, al voltearse se topó con una pelota rosa y la tomó entre sus manos.
Una preciosa niña de coletas negras se acercó a él , pero se cohibió cuando lo miró a los ojos.
Terry bajó en cuclillas hasta estar a la altura de la pequeña y le hizo una seña como preguntándole si la pelota era de ella y la niña asintió sonriendo y extendiendo sus manitos.
“¡Candy… Candy…!” escuchó Terry de pronto, y eso hizo que se descontrolara un poco; miró hacia todos lados buscando, más que la voz, el motivo del llamado.
Una mujer joven y bonita se acercó a donde él estaba cerca de la niña y la tomó de la mano delicadamente.
“Candy… Candelaria Hernández ¿no oyes que te llamo? Deja de estar molestando al señor” dijo ella con una sonrisa.
Terry rió para sí mismo y entregó la pelota a la niña quien en agradecimiento le dio un beso en la mejilla.
“Disculpe señor, y gracias” dijo la bonita mujer con una sonrisa y se alejó a seguir jugando con su hija.
Terry miró a su alrededor un momento y continuó con su camino.
Se sentía extraño, como si haber hecho ese viaje le estuviera dando ciertas pautas, ciertas pistas de hacia dónde encaminar su vida.
Susanna había tenido razón, ahora podía empezar de nuevo, empezar de cero. Ya no tenía nada que lo atara a nada.
“Señor, señor” dijo una voz en precario inglés jalándolo de la chaqueta “se le calló esto señor”
El niño de gafas otra vez, se había bajado de su bicicleta a recogerle lo que se le cayó y le extendía una de las fotografías. En ella se veía a Candy con el viento en el rostro y sonriendo bellísima, más hermosa que nunca.
“¡Qué chica tan bonita!” dijo el niño en su precario inglés.
-¿Te gusta?- preguntó Terry con una sonrisa – Te la regalo.
El niño se alejó contentísimo, como si la fotografía de la hermosa rubia fuera un gran tesoro agradeciendo en una enredada bola de ingles y español al mismo tiempo.
Terry lo vio subirse a su bicicleta y paras más adelante mostrándoles a sus amigos la fotografía que todos miraban embelesados.
Dio media vuelta una vez más, con su chaqueta al hombro y una mano en el bolsillo.
Caminaba hacia el frente, hacia el horizonte; hacia donde la luz del sol moría junto a sus penas y sus pesares.
Si; Susanna tenía razón, mucha razón.
Ahora podía empezar de cero…
Ahora era real y completamente un hombre libre.
(Por Fathmé)
No había bastado el artículo de primera plana ni el obituario que como loco se apresuró a ver para confirmar que no era una terrible equivocación.
No, no había bastado tampoco el telegrama de Albert comunicándole escuetamente lo que había sucedido.
Había tenido que hacer la llamada y enterarse de la verdad, necesitaba escucharlo en la propia voz de su amigo.
Sin embargo la angustia de un primer momento había desaparecido al escuchar a Albert confirmar la noticia. Ahora no sabía qué pensar, qué sentir. ¿Pensaba, sentía algo en este momento?
Se sentía vacío, como si de pronto todo lo que había llevado dentro durante años hubiera salido corriendo de dentro de sí en incontrolable estampida dejándolo vacío.
Tremendamente vacío, totalmente vacío.
No tenía nada dentro de sí, ni siquiera podía llorar.
La única mujer que había amado toda su vida ya no estaba y él ni siquiera podía llorarla.
¿Acaso era de piedra? ¿Acaso estos años en la soledad de su alma lo habían vuelto de mármol?
Fue hasta su habitación, en la cual dormía solo, y tomó de su placard el sobre aquel que Archie le había enviado hace años; en ese sobre había fotos del San Pablo. De esa época maravillosa en la que había sabido lo que era tener amigos y allí estaba ella, sonriendo al frente mientras al mismo tiempo se sujetaba por las cinturas con un tipo alto de lentes y un flacucho vestido de blanco… Anda, si el flacucho de blanco era él.
Cómo pasa el tiempo…
Susana entró a la habitación sin tocar, no le era prohibido hacerlo, y simplemente lo observó mirar las fotografías.
Era tan extraño, desde que se supo la noticia ella había llorado más que él; de hecho a él no lo había visto llorando para nada.
-¿Estás bien Terry?- dijo ella preocupada.
- Si, ¿todo está listo?
- Si lo está, pero…
- Pero ¿qué?
- ¿Estás seguro de esto Terry? Quiero decir, no quisiera dejarte solo en estos momentos. Sé como debes sentirte.
- No – suspiró él – te aseguro que no lo sabes Susana, y no los sabes porque yo mismo no sé cómo me siento. Y no te preocupes que no voy a estar solo. Yo también viajaré.
Tomó su chaqueta y su maleta, y salieron juntos de la habitación.
Abajo del edificio las despedidas no se hicieron esperar.
Susana embarcaría hacia Europa por trabajo y él tenía un funeral al que asistir.
-Susana – le dijo cuando ya ella estaba dentro del taxi – toma esto, pero por favor no la leas sino hasta que estés en el barco.
Ella tomó el sobre sonriéndole con dulzura y le prometió que lo leería hasta que estuviera en alta mar.
Ambos habían llegado a un acuerdo hace meses, y habían estado de acuerdo en hacerlo válido cuando ella regresara de su viaje; más ahora pensaba Susana que con la muerte de Candy el trato se deshacía.
Al tomar el sobre en sus manos supo que no era así, el acuerdo seguía a pesar de todo.
Pero no sintió pena, no. Lo aceptó como lo había aceptado desde el principio.
El taxi partió y Terry empezó a caminar hacia el lado contrario, hasta la estación de trenes.
Esperando en la estación abordar su tren, no podía dejar de mirar las fotografías.
¡Ah! Qué días aquellos, toda su vida había cambiado radicalmente a partir de ahí.
Su mundo había dado un giro de 180 grados, y lejos de lo que cualquiera pensaría, no precisamente en la peor dirección.
Ahora era un actor famoso y reconocido, su madre era su mejor amiga y se llevaba bien con su padre.
Hasta con su madrastra las asperezas se habían limado diplomáticamente. Susana lejos de ser la esposa fastidiosa y exigente que pude llegar a convertirse, se había vuelto una amiga, una compañera de piso por decirlo de algún modo con la que compartía todo, incluso su pena por su pasada juventud y su pasado amor.
La iba a extrañar, pero eran un par de niños cuando los errores propios y las vueltas del carrusel de la vida los habían llevado a estar donde ninguno de los dos pertenecía: juntos.
Ahora adultos, había llegado el momento de enmendarse.
En el barco, Susana rompía su promesa y abría el sobre, como ya se imaginaba los papeles del divorcio estaban dentro con la firma de Terrence G. Grandchester estampada en cada uno de ellos.
Lejos de lo que se pudiera pensar, la joven sonrió suavemente al verlos, y sin leerlos siquiera empezó a firmarlos rápidamente, como si tuviera alguna prisa; y de hecho la tenía. Sacó la carta que venía con ellos y en el mismo sobre en que vinieron garrapateó rápidamente un nombre y una dirección y pidió al encargado que, antes de que zarpara el barco, los depositara en el correo del puerto.
-Tu libertad no debe esperar a que yo vuelva Terry; en algún momento abrirás tu maleta y leerás la carta que está ahí y entonces entenderás.
El barco zarpó al poco tiempo y Susana se quedó en la cubierta mirando como las personas despedían a sus familiares.
Nadie la despedía a ella, pero no lo lamentó, incluso al no ver a nadie agitándole un pañuelo sintió que no dejaba nada atrás, que no quedaba nada tras de sí. Ese pensamiento en lugar de hacerla sentir sola o abandonada lo que le proporcionaba era una enorme sensación de libertad.
Se quedó sobre la cubierta por largo tiempo, mirando hacia el mar y sus ondas; descubriendo cuan gratificante puede ser la soledad cuando estás, por primera vez, contigo misma.
El tren de Terrence atravesaba las vías y los caminos, él solo miraba por la ventana viendo el paisaje pasar ante sus ojos.
Vinieron tantos recuerdos a su memoria, en especial aquel en que una rubia vestida de enfermera gritaba su nombre mientras él, desde la puerta no sabía si arriesgarse a saltar a su encuentro o no.
Miró una vez más las fotografías que llevaba en sus manos, en una de ellas estaban tres damitas con sombrero sentadas en la hierba, una castaña de anteojos, una morena muy hermosa y una rubia pecosa.
La pecosa era la que más sonreía.
Luego había una donde tres muchachos, uno castaño de melena, uno alto de anteojos y un flaco vestido de blanco, posaban delante de un biplano hecho pedazos, Ah esa había sido la gran hazaña del verano. Una vez más el flaco de blanco era él.
Esta foto sí que lo hizo sonreír ampliamente.
-Mis amigos – murmuró – si, ellos fueron los primeros amigos que tuve en la vida.
Ahora ninguno de los dos lo era, el uno porque ya un par años habían pasado desde la última correspondencia que habían tenido y el otro porque… bueno. Suspiró.
¿Quién tomó esas fotografías? Ah ya qué importaba ahora.
Continuó mirando las fotografías y entonces vio una que no recordaba.
Era como si fuera la primera vez que la veía, la rubia pecosa y él sentados en la hierba frente al lago y tomados de la mano, sonreían a la cámara como si hubieran estado de espaldas y de pronto el consabido “¡sonrían!” los hubiera hecho girar sus cabezas de improviso.
Era una fotografía hermosa.
-Caballero, falta poco para llegar a la estación- dijo el encargado tocando ligeramente la puerta del privado en el que iba.
Él lo escuchó pero ni se inmutó, estaba hipnotizado en sus recuerdos.
Después de un momento el tren se detuvo en la estación de Lakewood y Terrence pudo ver por la ventanilla como las personas iban bajando primero a cantidad, luego en menor proporción, luego unos cuantos hasta que no salió ninguno.
-¡Disculpe caballero! – Dijo el encargado abriendo de golpe la puerta de su privado – pensé que ya no había nadie. Ya hemos llegado, debe bajar.
- ¿Cuento debo pagar para continuar de viaje? – preguntó Terrence aun mirando por la ventana como si nada.
El tren se llenaba de nueva cuenta.
- ¿Eh? Pero señor, este tren ya no parará hasta llegar a Monterrey.
- No fue eso lo que le pregunté, sino cuanto debo pagar para continuar en este tren.
- Pero… este era el destino de su boleto ¿no es así?
Terrence se volteó por primera vez y lo miró con seriedad, posando sus pupilas azules, casi con dureza, sobre el hombre que le hablaba.
-Eh… está bien caballero, está bien. En un momento le traigo la respuesta.
El hombre salió y Terrence volvió sus ojos al paisaje.
-Los bosques de Lakewood, las colinas. Tú creciste en este lugar… La Colina de Pony, yo estuve allí. Sí, justo allí en ese mismo punto y toqué la armónica más que para ti, para mí mismo esa tarde. Para sentirte conmigo, para sentir que una parte de mí se quedaba allí así como una parte de ti sería siempre de ese lugar… Ahora ya no estás y no quiero verte. No quiero ver lo que queda de ti inerte en una caja de roble o ébano. No quiero verte pálida y sin vida rodeada de tristeza cuando tú eras la encarnación de la alegría… No, no quiero verte. No quiero que Albert, Archie y Annie vean que ni siquiera puedo llorarte, no quiero que vean que no siento nada dentro de mí… No siento nada ¿Cómo es posible? ¿De qué estoy hecho? ¿En qué me convertí?
Volvió sus ojos a la fotografía que tenía en sus manos, extrañamente esa imagen le henchía el corazón, de remembranzas, de alegría, de amor. De su amor de adolescencia, de su amor de juventud.
¿Tanta mella pueden hacer en un corazón diez años de pasado? Tanto, como para que ahora mismo no sintiera nada por la partida de la mujer que, hasta hace unos pocos días, estaba decidido a buscar de nuevo apenas se firmaran los documentos.
Era tan extraño, amaba a la adolescente en su recuerdo. La amaba con ternura, con pasión… Pero pensar en la mujer que acababa de morir, no movía nada en él.
El tren comenzó a moverse otra vez, y Terrence suspiró aliviado; por un momento temió que lo obligaran a bajar, entonces no le hubiera quedado más remedio que ir a la Mansión Andrew, y no quería.
Pasaron dos días sin que saliera de su privado más que para servirse algo ligero en el vagón comedor.
Después de varios días de viaje, empezó a sentirse algo incómodo; ya estaban atravesando Dallas y el cambio de clima podía sentirse con claridad.
Aseguró la puerta del privado y empezó a desabotonarse el chaleco y se quitó la corbata, la camisa blanca también fue retirada. Dobló todo con cuidado y abrió la maleta para guardarlo y sacar algo más acorde al clima.
Cuando abrió la maleta, encontró un sobre puesto sobre su ropa; “Terry”, de inmediato reconoció la delicada caligrafía de Susana, al principio no supo qué hacer, recargó su cara sobre su pulgar y su índice sin decidirse a tomarlo, luego de un momento retiró el sobre y lo colocó a su lado en el asiento, buscó una camisa más fresca y cómoda y se vistió.
Durante unos momentos permaneció mirando por la ventanilla, como el paisaje cambiaba drásticamente; hace un par de días todo era verdor y naturaleza, ahora no veía nada más frente a sí que desierto.
¿Qué estaba haciendo? ¿A dónde estaba yendo? ¿Estaba huyendo de algo?
Desvió su mirada del cristal y contempló el sobre que tenía al lado, era momento de leer su contenido.
Mi querido Terry
Una mujer como yo y en la situación en la que hemos vivido debería empezar reclamándote por este divorcio, de hecho sé que al ver este sobre lo pensaste ¿no es así? Si, lo sé. No sabes cuánto te llegué a conocer.
Sin embargo reclamos es lo que menos tengo para ti, solo agradecimientos.
Terry, nuestro matrimonio fue un error y siempre lo supe, la noche que decidiste quedarte a mi lado, supe que no lo hacías por mí sino por ella. Yo no puedo menos que vivirles agradecida a los dos.
A ella por su sacrificio y a ti por no dejarme sola, Oh Terry no concibo como habría sido mi vida sin tu hombro para apoyarme estos años. Has sido para mí mucho más que un esposo. Has sido mi compañero, mi amigo, mi hermano. Me enseñaste el valor de la autoestima, me ayudaste a salir adelante.
Me enseñaste a vivir.
No sé cuando me di cuenta que no te amaba, lo cierto es que cuando decidí cambiarme de habitación ya lo sabía. Nunca te lo dije, no sabía cómo hacerlo, supuse que de decírtelo, me odiarías por haberte retenido a mi lado sabiendo que amabas a otra.
Te quiero tanto Terry, pero no como debería hacerlo una esposa. Eres mi mejor amigo y solo quiero para ti la felicidad.
Terry, no me alcanzara la vida para pedirte perdón por haberte hecho perder tanto tiempo, si hubiera sabido que la vida daría tan tremenda vuelta, créeme que te hubiera dejado ir hace muchísimo tiempo, pero, simplemente no tenía el valor.
No puedo creer como de crueles pueden ser los designios de dios, justo cuando habíamos tomado decisiones, resulta que ella ya no estará para darte la felicidad que mereces.
Pero he aprendido algo en esos años Terry; nuestra felicidad no depende de otra persona sino de nosotros mismos, tú me ayudaste a verlo y espero que lo veas para ti mismo también.
Ella ya no está, la vida quiso que esto sucediera, no es culpa de nadie, ni tuya ni suya ni mía. Piensa en que todo está escrito y que los caminos de dios guían cada uno de nuestros pasos por algún a razón.
Piensa que esto estaba destinado a suceder, que incluso si hubieras logrado estar con ella, hoy la estarías llorando porque cuando a uno le llega la hora nada lo puede detener.
Lamento decirte estas cosas, pero solo pretendo hacerte saber la verdad y que lo entiendas de esa manera.
Otra cosa más debo decirte. Terry, no regresaré.
Los documentos firmados estarán en el buzón de casa para cuando regreses, tu libertad ya ha esperado demasiado. No te preocupes por mí, me estableceré en París y ya verás que me irá muy bien sola.
Sí, sola. Viviré a mi modo no pretendo depender de nadie debo demostrarme a mi misma que puedo conmigo y con mi vida. Lo primero será conocerme a mí misma, pues de mi solo sé lo que los demás me han mostrado a través de sus ojos. Debo aprender a conocerme, convertirme en mi propia amiga.
Por favor mira hacia a delante, siempre hacia adelante.
Piensa que aun somos tan jóvenes Terry, tenemos tanto porqué vivir. Tienes una vida por delante, ella ha muerto, y los muertos no regresan. Pero tú estás vivo.
Piensa en eso por favor y sigue adelante. Ahora tienes todo el tiempo del mundo para decidir qué hacer.
Ya no llevas en tu espalda la carga de una esposa impuesta, y, aunque suene duro, con su muerte te liberas también de la carga de un viejo amor que no pudo ser. Eres absolutamente libre de cualquier tipo de atadura.
Piensa en eso, reflexiónalo y busca tu horizonte, como lo estoy haciendo yo.
En mí siempre tendrás una amiga, la mejor. Siempre estaré aquí para ti.
No perderemos contacto yo me comunicaré contigo cuando este establecida y te contaré mis cosas y tú me contarás las tuyas, como siempre ha sido.
Terry, por favor no te guardes nada, créeme que he lamentado mucho más verte pasar esta pena en seco que si te hubiera visto llorar mares. Si sientes ganas de llorar por favor déjalo salir, no dejes que toda esa sal se macere adentro. Te corroerá Terry, la próxima vez que te vea yo quiero verte sonreír.
Es hora de vivir el presente y mirar hacia el futuro.
Es hora de dejar el pasado atrás.
Sé feliz querido amigo.
Siempre tuya
Susana.
Terry solamente sonrió suavemente mientras doblaba la carta y la volvía a meter a su sobre.
Susanna no volverá, estaba bien por él, sabía que le iría bien. Llegó a conocer a Susanna, vio como había evolucionado en estos años. Cómo había dejado de ser una niña autocompasiva, hasta convertirse en una mujer que aceptaba su condición con dignidad y continuaba adelante a pesar de ello.
Susanna tenía razón esto no es culpa de nadie, simplemente las cosas se dieron así. Ya no se vale llorar sobre la leche derramada.
-Candy… te he extrañado tanto estos 5 años, todo este tiempo lo único que había deseado es volverte a ver, volverte a tener en frente de mí para decirte cuanto te amaba y estar contigo para siempre. ¿Porqué ahora me siento así? Tan vacío de ti, tan vacío de sentimientos.
Volvió a las fotografías.
Había otra donde el castaño de melena y la morena se daban un tímido beso, entre los árboles.
Esta foto la recordaba muy bien… porque fue él quien la había tomado a escondidas.
Cuando Archie se dio cuenta de eso, lo había perseguido casi alrededor de todo el lago amenazando con golpearlo.
Rió entre dientes al recordar ese momento.
-Tonto Archie – se dijo – si no hubieras hecho tanta alharaca solo Annie, tu y yo lo hubiéramos sabido. Si el resto se enteró fue únicamente tu culpa.
Volvió a mirar por la ventana con expresión melancólica.
¿Habría alguien visto su beso con Candy? Así como el había pescado a Archie y Annie; a escondidas… No, nadie lo vio. Nadie lo supo nunca.
¿Había sucedido en realidad? Sí, hasta hace pocos días aún le quemaba la boca ese recuerdo… pero hoy no.
Después de un par de días más el tren llegó a su destino final: Monterrey.
Ahora no había pretexto, debía bajarse del tren.
De la estación un taxi lo llevó a un hotel sencillo, discreto, bonito.
Se asomó al balcón y miró al horizonte, la ciudad era hermosa, a pesar del calor que hacía era un sitio hermoso y muy pacífico.
Decidió que saldría a dar una vuelta, por alguna razón no podía estar encerrado.
Se cambió de ropa, se puso un pantalón de mezclilla, unas zapatillas deportivas, una polo color carne y se llevó sobre el hombro la misma chaqueta, solo por si acaso.
Entre la gente de la ciudad llamaba la atención, la gente lo miraba. Seguramente no era nada fácil que un hombre como él pasara desapercibido.
Su porte, su gallardía, su belleza… definitivamente llamaba la atención.
Ya alguien había mencionado una palabra extraña que el no reconoció pero de algún modo supo que era para él; estaba seguro de que alguien lo había llamada “gringo”
Se detuvo en un parque donde decenas de niños jugaban, niños hermosos vivarachos, morenos de cabellos oscuros.
Uno en especial le llamó la atención, un niño delgado de cabello alborotado y gafas que con ahínco y concentración trataba de poner la cadena de su bicicleta. Recordó que en la chaqueta aun traía sus fotografías y las sacó.
Buscaba una en particular y la encontró.
En aquella foto se veía al buen Stear sonriendo vivamente, ese niño se lo había recordado de pronto.
Sonriendo se acercó a él y le dio a entender que él podía ayudarlo, el niño se retiró y dejó que aquel extraño colocara la cadena en la bicicleta.
“Gracias, gracias señor” dijo el niño cuando montándola, se alejó agitando su mano, sonriente.
Terry continuó su camino y de pronto sintió un ligero golpe en sus pantorrillas, al voltearse se topó con una pelota rosa y la tomó entre sus manos.
Una preciosa niña de coletas negras se acercó a él , pero se cohibió cuando lo miró a los ojos.
Terry bajó en cuclillas hasta estar a la altura de la pequeña y le hizo una seña como preguntándole si la pelota era de ella y la niña asintió sonriendo y extendiendo sus manitos.
“¡Candy… Candy…!” escuchó Terry de pronto, y eso hizo que se descontrolara un poco; miró hacia todos lados buscando, más que la voz, el motivo del llamado.
Una mujer joven y bonita se acercó a donde él estaba cerca de la niña y la tomó de la mano delicadamente.
“Candy… Candelaria Hernández ¿no oyes que te llamo? Deja de estar molestando al señor” dijo ella con una sonrisa.
Terry rió para sí mismo y entregó la pelota a la niña quien en agradecimiento le dio un beso en la mejilla.
“Disculpe señor, y gracias” dijo la bonita mujer con una sonrisa y se alejó a seguir jugando con su hija.
Terry miró a su alrededor un momento y continuó con su camino.
Se sentía extraño, como si haber hecho ese viaje le estuviera dando ciertas pautas, ciertas pistas de hacia dónde encaminar su vida.
Susanna había tenido razón, ahora podía empezar de nuevo, empezar de cero. Ya no tenía nada que lo atara a nada.
“Señor, señor” dijo una voz en precario inglés jalándolo de la chaqueta “se le calló esto señor”
El niño de gafas otra vez, se había bajado de su bicicleta a recogerle lo que se le cayó y le extendía una de las fotografías. En ella se veía a Candy con el viento en el rostro y sonriendo bellísima, más hermosa que nunca.
“¡Qué chica tan bonita!” dijo el niño en su precario inglés.
-¿Te gusta?- preguntó Terry con una sonrisa – Te la regalo.
El niño se alejó contentísimo, como si la fotografía de la hermosa rubia fuera un gran tesoro agradeciendo en una enredada bola de ingles y español al mismo tiempo.
Terry lo vio subirse a su bicicleta y paras más adelante mostrándoles a sus amigos la fotografía que todos miraban embelesados.
Dio media vuelta una vez más, con su chaqueta al hombro y una mano en el bolsillo.
Caminaba hacia el frente, hacia el horizonte; hacia donde la luz del sol moría junto a sus penas y sus pesares.
Si; Susanna tenía razón, mucha razón.
Ahora podía empezar de cero…
Ahora era real y completamente un hombre libre.