Acierto o error.
Albert-songfic por CFRío.
Inspirado en “Mi más bello error” de Juan Gabriel.
Era torturante. Cada vez que se encontraban, a la vuelta de sus múltiples y prolongados viajes, hablaban de todo. De la familia, del hospital, de los negocios, del hogar de Pony, los chicos, sus madres, incluso de George y hasta de Puopeé.
Pero nunca de ellos. Nunca como antes. Como si supiera de antemano que el resultado sería desastroso y era mejor callar. Era mejor guardarse esos sentimientos, para ahorrarle el momento incómodo.
Además, nunca lograba reunir el valor necesario para decirlo ni insinuarlo siquiera pues ella no le daba ninguna señal tampoco y así, se alejaban cada vez más. Ella era celebrada y admirada por otros, por su belleza, su bondad, su trabajo. Lo que él siempre había querido para su pequeña.
Y él, por su parte, era perseguido y codiciado. Las mujeres pujaban descaradamente por arrebatarle una palabra amable, pero ella… ella no se cansaba de repetirle, en sus cartas y en persona, que siempre sería su mejor amigo.
Y se había propuesto seguir así: ser su mejor amigo y buscar la felicidad, o lo que más se le pareciera, en otro lado. Pero una noche tras muchas de no verse, cuando la despedía a la puerta de su departamento, su cuerpo le jugó una mala pasada. No lo pensó, no lo planeó, no se lo propuso.
Simplemente se inclinó y la besó. La besó con el ansia de quien recurre a una medida extrema. Con la avidez de quien se ve obligado a arrancar una confesión.
Con la desesperación de quien necesita el aliento de la boca amada para seguir viviendo. Pero la respuesta de ella fue fría. Peor aún, no hubo respuesta alguna.
Después, las palabras fluyeron solas, atropellándose unas a otras. No se detuvo ni a observar la reacción de Candy, si lo hacía no podría continuar y dudaba tener otra situación como esta.
Necesitaba decirlo todo, con la esperanza de que sus razones atenuaran la ofensa y ella perdonara la imprudencia. Así no le guardaría demasiado rencor, ya no esperaba otra cosa.
- Candy, mi pequeña Candy…
No tienes tú la culpa…
Esto es lo que resulta
Cuando alguien se enamora.
En este caso yo…
Yo y sólo yo – sentenció Albert con dolor, apretando los ojos que mantenía bajos. Por que Candy nunca había dicho o hecho algo que le hiciera pensar lo contrario. Y ella tal vez quisiera saber ¿desde cuando?
.- No importa desde cuando, Candy...
Olvida la experiencia.
Perdona la insistencia
De haber estado amando
A un imposible amor.
Si, imposible. Imposible porque se había hecho más fuerte al verla enamorada de otro, al verla llorar por otro, al verla sufrir por otro. Otro que tal vez ella aún quisiera, en algún lugar recóndito de su corazón. Alguien que además, había sido su amigo. Y mientras ella parecía sufrir más por su separación con el actor, más se sentí el enamorado y aquello había sido fatal para su corazón.
Ahora es que comprendo
El mal que estaba haciendo
Yo nunca había tenido
A nadie como tú…
Porque no hay nadie como, Candy. Cada mujer que se acercaba, con sus voces melosas, envueltas en auras de perfume, haciendo mención de su lista de apellidos, de las fortunas de sus padres; sólo le hacía ver que ella era única. Vinieron a su mente cada uno de sus encuentros, todas las veces que él estuvo a su lado.
Si yo vivía tan triste
Y tan solo
Sin nadie en este mundo
Sin padres, sin su hermana, sin su sobrino, escondiéndome todo el tiempo, sin poder mostrarse como era en realidad, haciéndose pasar por vagabundo para tener un poco de libertad.
Y hasta este vagabundo
Llegó tu juventud.
Llego Candy con sonrisa, su mirada, su llanto, sus palabras. Sus cuidados de amiga y de enfermera.
- Por eso es que te quise
Y por eso es que deshice
Mi vida rutinaria
En esa sociedad llena de frivolidades que esperaba grandes cosas de él. En medio de la cual había nacido, en la que lo habían preparado, en la que tendría que desenvolverse. De la que había escapado peor a la que finalmente tenía que volver y dar la cara, por su familia.
- Tan llena de dolor
Candy lo había enseñado a ver la soledad de otro modo. Cuando en Lakewood se alegró de encontrar a alguien en sus mismas circunstancias.
- Yo pensaba ser tu amigo
Sólo su amigo. Cómo en Lakewood y en Londres, era feliz sabiendo que confiabas en él, que contaba con él.
- Pero al vivir contigo
(la letra original dice "dormir" pero a la historia asì le va mejor)
Al vivir bajo el mismo techo, compartiéndolo todo. Compartiendo con ella más de lo que había compartido con nadie en toda su vida y sin memoria. Con la memoria había perdido también aquellos planes, y fue inevitable enamorarse.
- Pasó algo más hermoso
Más blanco y más puro
más divino y más bello
Más divino y más humano
Que el mismo amor.
Porque no es sólo con el contacto físico que se demuestra el amor, no es sólo con palabras explícitas que se hacen declaraciones. Si ella supiera cuantas noches la amó sin ni siquiera tocarla, cuantas veces lloró para sí mismo, para sus adentros, sin derramar una sola lágrima.
Cuantas veces murió sin emitir un solo quejido, cuantas veces le entregó mi alma sin que se diera cuenta. Cuantas noches veló su sueño, cuantas veces adoró su sombra… cuantas veces la alimentó de sí… Sí, de si mismo. Porque en cada platillo que preparaba para ella puse du vida, su corazón y su alma.
Escuchó un sollozo y aterrado levantó la vista. Ella estaba llorando. No, no podía permitir que ella sufriera por él. Mucho menos que le tuviera lástima…
- No te estoy reprochando… fui yo quien se equivocó,
Mi error fue haberte amado
Y estar siempre a tu lado
- Perdóname…
- Yo te pido me perdones…
- Y escucha, por favor
Que de ese amor tan grande
Que yo nunca había vivido…
No, no había habido nadie antes que ella, no había nadie ahora y estaba empezando a temer que tampoco hubiera nadie en el futuro. Pero no podía decirle eso. No, no podía perdonarse que ella sufriera por esto, había que convencerla de algún modo. Hacerle saber que no era el fin del mundo, que ella podía seguir con su vida… sólo estaba hablando, para hacer respirable el aire.
- Pero no me arrepiento, Candy…
Es que no estoy arrepentido
Yo no estoy arrepentido
No, no se arrepentía. Y no quería que se arrepintiera de nada ella tampoco. Porque con todo y eso, con todo y eso… conocerla había sido lo mejor de su vida y amarla…
- Fue mi más bello error, Candy.
Cuando terminó por fin pudo verla. Muda y expectante, Candy se cubría la boca con las manos y en sus ojos brillaban las lágrimas.
- Adiós. Gracias por escucharme… dijo antes de desaparecer en las oscuras escaleras y dejándola paralizada.
Candy Escuchó el motor del auto al encenderse. Él se iba, se iba de nuevo y tal vez para siempre.
Él, el cabeza de los Andrew, el millonario joven y guapo, aclamado y perseguido.
Envidiado, asediado y deseado, el audaz hombre de negocios que estaba haciendo historia en el este del país con las finanzas de su familia. William Albert Andrew, enamorado de una huérfana, de su pupila. De la chiquilla incorregible que adoptó en su familia por caridad. No, no era posible.
Y sin embargo él se lo había dicho… palabra por palabra. Él había confiado sus sentimientos a ella. Lo menos que podía hacer era corresponderle y confiarle los suyos también. ¿Cómo saldrían de esto con todo en contra? Ya habría tiempo para pensarlo después… ahora era imperativo correr tras él.
Y corrió. Corrió como estaba, en el vestido de noche y zapatillas que había elegido para cenar con él. Pero no era la primera vez que lo hacía. No era la primera vez que corría por él.
Lo hizo cuando le anunciaron que “su hermano” estaba herido y esta vez él se iba herido también, pero del corazón. Ahora ya no era su hermano, ya era su amor.
Y corrió de nuevo por la calle a toda prisa, pasando por una loca. ¿Qué importaba si a final de cuentas estaba loca por él?
Sin aliento alcanzó a ver el coche, no supo de donde sacó fuerza para imprimir velocidad aún cuando el vestido se le enredaba entre las piernas con el viento y las zapatillas amenazaban con salir volando en la carrera.
Unos metros adelante una salió disparada y ella solo atinó a girar la cabeza sin detenerse, trastabilló unos pasos. Casi pierde el equilibrio y eso la hizo sacarse la otra para correr con ella en la mano. Tampoco era la primera vez que lo hacía, caminar descalza con una zapatilla en la mano.
Paradójicamente, los pies desnudos la ayudaron a moverse con mayor ligereza tras las luces traseras, única señal que vislumbraba de él. Casi le daba alcance pero el aire empezaba a faltarle.
Reunió lo último que le quedaba para gritar con todas sus fuerzas. Tampoco era la primera vez que gritaba con todas sus fuerzas esperando ser escuchada por alguien:
- ¡Albert! ¡Albert! – se dejó caer, exhausta, jadeante, sudorosa y despeinada, sobre el pavimento.
Su última gota de aliento se había ido y él… él también. Cerró los ojos totalmente desilusionada, el ardor que sentía en ellos, al haberle entrado sudor era poco comparado con el dolor de su alma. Y de pronto el sonido inconfundible de un auto frenando bruscamente, un ruido torturador que sin embargo le pareció delicioso al escuchar a la más anhelada delas voces dirigirse a ella.
- ¡Por amor de Dios! ¿Qué haces, Candy? - Albert la ayudó a pararse y ya iba a emitir otro regaño cuando reparó en su lamentable aspecto – Candy… - suspiró lastimeramente.
Ella se abandonó a sus brazos, flácida, incapaz de poner resistencia, jadeando, intentando recuperar el aliento.
- Fue un error correr así. – le dijo Albert cuando ella se había recuperado pero su corazón se mantenía agitado.
- No, correr tras de ti ha sido un gran acierto. Y si amarte es un error, quiero vivir equivocada el resto de mi vida.
Un hermoso beso, ahora sí correspondido, como sólo puede ser el primero del ansiado amor, fue su recompensa. Candy encogió sus piececitos helados y desnudos. Empezaba a buscar con la vista su calzado, que había soltado por abrazarse al cuello de Albert, pero lo olvidó por completo cuando él la levantó en brazos camino al auto.
Albert-songfic por CFRío.
Inspirado en “Mi más bello error” de Juan Gabriel.
Era torturante. Cada vez que se encontraban, a la vuelta de sus múltiples y prolongados viajes, hablaban de todo. De la familia, del hospital, de los negocios, del hogar de Pony, los chicos, sus madres, incluso de George y hasta de Puopeé.
Pero nunca de ellos. Nunca como antes. Como si supiera de antemano que el resultado sería desastroso y era mejor callar. Era mejor guardarse esos sentimientos, para ahorrarle el momento incómodo.
Además, nunca lograba reunir el valor necesario para decirlo ni insinuarlo siquiera pues ella no le daba ninguna señal tampoco y así, se alejaban cada vez más. Ella era celebrada y admirada por otros, por su belleza, su bondad, su trabajo. Lo que él siempre había querido para su pequeña.
Y él, por su parte, era perseguido y codiciado. Las mujeres pujaban descaradamente por arrebatarle una palabra amable, pero ella… ella no se cansaba de repetirle, en sus cartas y en persona, que siempre sería su mejor amigo.
Y se había propuesto seguir así: ser su mejor amigo y buscar la felicidad, o lo que más se le pareciera, en otro lado. Pero una noche tras muchas de no verse, cuando la despedía a la puerta de su departamento, su cuerpo le jugó una mala pasada. No lo pensó, no lo planeó, no se lo propuso.
Simplemente se inclinó y la besó. La besó con el ansia de quien recurre a una medida extrema. Con la avidez de quien se ve obligado a arrancar una confesión.
Con la desesperación de quien necesita el aliento de la boca amada para seguir viviendo. Pero la respuesta de ella fue fría. Peor aún, no hubo respuesta alguna.
Después, las palabras fluyeron solas, atropellándose unas a otras. No se detuvo ni a observar la reacción de Candy, si lo hacía no podría continuar y dudaba tener otra situación como esta.
Necesitaba decirlo todo, con la esperanza de que sus razones atenuaran la ofensa y ella perdonara la imprudencia. Así no le guardaría demasiado rencor, ya no esperaba otra cosa.
- Candy, mi pequeña Candy…
No tienes tú la culpa…
Esto es lo que resulta
Cuando alguien se enamora.
En este caso yo…
Yo y sólo yo – sentenció Albert con dolor, apretando los ojos que mantenía bajos. Por que Candy nunca había dicho o hecho algo que le hiciera pensar lo contrario. Y ella tal vez quisiera saber ¿desde cuando?
.- No importa desde cuando, Candy...
Olvida la experiencia.
Perdona la insistencia
De haber estado amando
A un imposible amor.
Si, imposible. Imposible porque se había hecho más fuerte al verla enamorada de otro, al verla llorar por otro, al verla sufrir por otro. Otro que tal vez ella aún quisiera, en algún lugar recóndito de su corazón. Alguien que además, había sido su amigo. Y mientras ella parecía sufrir más por su separación con el actor, más se sentí el enamorado y aquello había sido fatal para su corazón.
Ahora es que comprendo
El mal que estaba haciendo
Yo nunca había tenido
A nadie como tú…
Porque no hay nadie como, Candy. Cada mujer que se acercaba, con sus voces melosas, envueltas en auras de perfume, haciendo mención de su lista de apellidos, de las fortunas de sus padres; sólo le hacía ver que ella era única. Vinieron a su mente cada uno de sus encuentros, todas las veces que él estuvo a su lado.
Si yo vivía tan triste
Y tan solo
Sin nadie en este mundo
Sin padres, sin su hermana, sin su sobrino, escondiéndome todo el tiempo, sin poder mostrarse como era en realidad, haciéndose pasar por vagabundo para tener un poco de libertad.
Y hasta este vagabundo
Llegó tu juventud.
Llego Candy con sonrisa, su mirada, su llanto, sus palabras. Sus cuidados de amiga y de enfermera.
- Por eso es que te quise
Y por eso es que deshice
Mi vida rutinaria
En esa sociedad llena de frivolidades que esperaba grandes cosas de él. En medio de la cual había nacido, en la que lo habían preparado, en la que tendría que desenvolverse. De la que había escapado peor a la que finalmente tenía que volver y dar la cara, por su familia.
- Tan llena de dolor
Candy lo había enseñado a ver la soledad de otro modo. Cuando en Lakewood se alegró de encontrar a alguien en sus mismas circunstancias.
- Yo pensaba ser tu amigo
Sólo su amigo. Cómo en Lakewood y en Londres, era feliz sabiendo que confiabas en él, que contaba con él.
- Pero al vivir contigo
(la letra original dice "dormir" pero a la historia asì le va mejor)
Al vivir bajo el mismo techo, compartiéndolo todo. Compartiendo con ella más de lo que había compartido con nadie en toda su vida y sin memoria. Con la memoria había perdido también aquellos planes, y fue inevitable enamorarse.
- Pasó algo más hermoso
Más blanco y más puro
más divino y más bello
Más divino y más humano
Que el mismo amor.
Porque no es sólo con el contacto físico que se demuestra el amor, no es sólo con palabras explícitas que se hacen declaraciones. Si ella supiera cuantas noches la amó sin ni siquiera tocarla, cuantas veces lloró para sí mismo, para sus adentros, sin derramar una sola lágrima.
Cuantas veces murió sin emitir un solo quejido, cuantas veces le entregó mi alma sin que se diera cuenta. Cuantas noches veló su sueño, cuantas veces adoró su sombra… cuantas veces la alimentó de sí… Sí, de si mismo. Porque en cada platillo que preparaba para ella puse du vida, su corazón y su alma.
Escuchó un sollozo y aterrado levantó la vista. Ella estaba llorando. No, no podía permitir que ella sufriera por él. Mucho menos que le tuviera lástima…
- No te estoy reprochando… fui yo quien se equivocó,
Mi error fue haberte amado
Y estar siempre a tu lado
- Perdóname…
- Yo te pido me perdones…
- Y escucha, por favor
Que de ese amor tan grande
Que yo nunca había vivido…
No, no había habido nadie antes que ella, no había nadie ahora y estaba empezando a temer que tampoco hubiera nadie en el futuro. Pero no podía decirle eso. No, no podía perdonarse que ella sufriera por esto, había que convencerla de algún modo. Hacerle saber que no era el fin del mundo, que ella podía seguir con su vida… sólo estaba hablando, para hacer respirable el aire.
- Pero no me arrepiento, Candy…
Es que no estoy arrepentido
Yo no estoy arrepentido
No, no se arrepentía. Y no quería que se arrepintiera de nada ella tampoco. Porque con todo y eso, con todo y eso… conocerla había sido lo mejor de su vida y amarla…
- Fue mi más bello error, Candy.
Cuando terminó por fin pudo verla. Muda y expectante, Candy se cubría la boca con las manos y en sus ojos brillaban las lágrimas.
- Adiós. Gracias por escucharme… dijo antes de desaparecer en las oscuras escaleras y dejándola paralizada.
Candy Escuchó el motor del auto al encenderse. Él se iba, se iba de nuevo y tal vez para siempre.
Él, el cabeza de los Andrew, el millonario joven y guapo, aclamado y perseguido.
Envidiado, asediado y deseado, el audaz hombre de negocios que estaba haciendo historia en el este del país con las finanzas de su familia. William Albert Andrew, enamorado de una huérfana, de su pupila. De la chiquilla incorregible que adoptó en su familia por caridad. No, no era posible.
Y sin embargo él se lo había dicho… palabra por palabra. Él había confiado sus sentimientos a ella. Lo menos que podía hacer era corresponderle y confiarle los suyos también. ¿Cómo saldrían de esto con todo en contra? Ya habría tiempo para pensarlo después… ahora era imperativo correr tras él.
Y corrió. Corrió como estaba, en el vestido de noche y zapatillas que había elegido para cenar con él. Pero no era la primera vez que lo hacía. No era la primera vez que corría por él.
Lo hizo cuando le anunciaron que “su hermano” estaba herido y esta vez él se iba herido también, pero del corazón. Ahora ya no era su hermano, ya era su amor.
Y corrió de nuevo por la calle a toda prisa, pasando por una loca. ¿Qué importaba si a final de cuentas estaba loca por él?
Sin aliento alcanzó a ver el coche, no supo de donde sacó fuerza para imprimir velocidad aún cuando el vestido se le enredaba entre las piernas con el viento y las zapatillas amenazaban con salir volando en la carrera.
Unos metros adelante una salió disparada y ella solo atinó a girar la cabeza sin detenerse, trastabilló unos pasos. Casi pierde el equilibrio y eso la hizo sacarse la otra para correr con ella en la mano. Tampoco era la primera vez que lo hacía, caminar descalza con una zapatilla en la mano.
Paradójicamente, los pies desnudos la ayudaron a moverse con mayor ligereza tras las luces traseras, única señal que vislumbraba de él. Casi le daba alcance pero el aire empezaba a faltarle.
Reunió lo último que le quedaba para gritar con todas sus fuerzas. Tampoco era la primera vez que gritaba con todas sus fuerzas esperando ser escuchada por alguien:
- ¡Albert! ¡Albert! – se dejó caer, exhausta, jadeante, sudorosa y despeinada, sobre el pavimento.
Su última gota de aliento se había ido y él… él también. Cerró los ojos totalmente desilusionada, el ardor que sentía en ellos, al haberle entrado sudor era poco comparado con el dolor de su alma. Y de pronto el sonido inconfundible de un auto frenando bruscamente, un ruido torturador que sin embargo le pareció delicioso al escuchar a la más anhelada delas voces dirigirse a ella.
- ¡Por amor de Dios! ¿Qué haces, Candy? - Albert la ayudó a pararse y ya iba a emitir otro regaño cuando reparó en su lamentable aspecto – Candy… - suspiró lastimeramente.
Ella se abandonó a sus brazos, flácida, incapaz de poner resistencia, jadeando, intentando recuperar el aliento.
- Fue un error correr así. – le dijo Albert cuando ella se había recuperado pero su corazón se mantenía agitado.
- No, correr tras de ti ha sido un gran acierto. Y si amarte es un error, quiero vivir equivocada el resto de mi vida.
Un hermoso beso, ahora sí correspondido, como sólo puede ser el primero del ansiado amor, fue su recompensa. Candy encogió sus piececitos helados y desnudos. Empezaba a buscar con la vista su calzado, que había soltado por abrazarse al cuello de Albert, pero lo olvidó por completo cuando él la levantó en brazos camino al auto.