Cuando eres muy pequeño es difícil poder superar las pérdidas, Stear había perdido su querido canario ese invierno. Una ventana mal cerrada había contribuido a que el frío se colara y tomara al indefenso pajarillo por sorpresa, a pesar de que había tratado la atención del chico que hojeaba un libro muy entretenido al otro lado de la habitación.
El pequeño Stear había dado cristiana sepultura a su querido amigo y al no poder resignarse se volvió retraído y un tanto huraño. No quería salir a jugar ni acercarse a ningún animalito, se había prometido así mismo no volver a querer a ninguno como había amado a su pequeño canarito, sería demasiado doloroso ser el responsable de la pérdida de otro ser inocente a su cuidado. No podría soportarlo.
Había llevado con él la pequeña jaula de su amiguito perdido donde quiera que iba, era un recordatorio constante de su corazón roto.
Una mañana al salir al jardín vio una mancha gris moverse ágilmente entre los arbustos, se detuvo por un momento esperando verle de nuevo, y a los pocos segundos lo vio nuevamente. Una maraña esponjosa corría desvergonzadamente retozando alegremente entre el césped y los macizos de flores.
El chico curioso como era le siguió para observarlo de cerca y de pronto sintió un empujón que lo tiró al césped, buscó sus espejuelos para colocarlos nuevamente sobre su nariz y ahí estaba… la esponjosa maraña de pelos estaba junto a él mirándolo con unos brillantes ojitos azules bajo la mata de pelo blanco que le invadía la cara.
- Ella es tu nueva amiga Stear – dijo su padre sonriendo
- ¡No la quiero! – rezongó el chiquillo por lo bajo
- ¿No la quieres? No puedes saberlo si no te das tiempo para conocerla
- No voy a conocerla ni nada, además ¡Es una niña! Y yo soy un niño…
- Ella va a quedarse en casa esta semana, si decides que no la quieres después de ese tiempo me la llevare.
El chico se quedó parado junto a la perrita que lo miraba curiosa. El niño se puso en marcha rumbo a la casa con paso rápido la perrita iba tras él, el chico aceleró el paso tratando de perderla, se detuvo y la peluda extraña se detuvo junto a él, el chico dio otros dos pasos y la perrita caminó otros dos. Stear entró corriendo a la casa y cerró la puerta antes de que el animalito consiguiera entrar, subió las escaleras corriendo y puso su preciosa jaulita en el perchero.
- ¡Nadie va a tomar tu lugar! Es una promesa.
Después de algunas horas el pequeño asomó la cabeza por la puerta de la mansión y ahí estaba… hecha bolita a un lado de la puerta esperando al chiquillo. El corazón del niño se enterneció cuando al salir, la peluda borla levantó la cabeza al escucharlo y le recibió con pequeños brincos de alegría corriendo alrededor el niño que sonreía al verla.
Con los días su compañía le ayudó a sanar, hasta que la jaulita que quedó para siempre en el perchero.
Cuando ella asomaba la cabeza a un lado de su cama él podía percibir la luz de alegría y complicidad que se entretejía entre ellos, corrían, comían, dormían y hacían de las suyas juntos. Stear la miraba con cariño, aprendió a reconocer cada gesto, los ruiditos que tenía al jugar o al sentirse frustrada por no obtener ese último trozo de galleta. La inocente influencia de ambos se complementó de forma maravillosa, eran de especies diferentes, pero el cariño no sabe de chicos lampiños con espejuelos ni de pelos largos y lengüetazos húmedos, el amor incondicional es simplemente eso: amor infantil verdadero. Llegó un momento en que él no recordaba lo que era vivir sin ella, su blanca carita de ojos brillantes y el coqueto contoneo de la cadera gris le acompañaban desde siempre.
Ella se convirtió en el ángel que le acompañaría toda su niñez, un ángel peludo que sin decir una sola palabra, bendecía sus días con un halo de lealtad, cariño y alegría.
Última edición por Mimicat Cornwell el Miér Mayo 13, 2020 6:49 pm, editado 2 veces