LA PLUIE
El cielo está gris, anunciando que pronto dejará sentir sobre nosotros sus fríos susurros, empapando todo, limpiando y llevándose los fantasmas que nos aquejan a muchos. No puedo evitar el evocar aquellos momentos, incluso puedo sentir la opresión en mi pecho, el desasosiego era tal que ni siquiera era capaz de soportar mirar mi propio reflejo en los cristales de la ventana. Como siempre, como cada vez que me sentía rebasado salí huyendo, no me entendía, no era capaz de comprender los sentimientos que se revolvían en mi interior, por un lado, mi hermana se había casado, eso me hacía feliz, pero también se había casado la única mujer que me había hecho pensar en el amor y en el matrimonio. Solo estuve el tiempo suficiente para cumplir con los protocolos y me embarqué en un viaje al viejo mundo.
Los días pasaban y no hacía otra cosa que ir a salones de fiesta y reuniones insulsas, hasta que me enteré de algunos sitios clandestinos de apuestas y entonces ahí pasaba noche y día, hasta que el aburrimiento fue tal que sin siquiera recoger las ganancias del día… o semanas, salí y me enfrenté a un cielo gris que se desplomaba sobre todo París.
Jamás olvidaré ese domingo de diciembre; la lluvia era abundante y me hacía daño, mi fino traje se empapó y pronto comencé a tiritar, pero no era por el frío del ambiente, sino por lo vacía que estaba mi alma, no tenía nada, dinero no faltaba claro, aprendí muy bien de mi padre, pero estaba vacío, estaba solo, pues incluso mi compañera de “fechorías y travesuras” había encontrado su camino y me había dejado varado en medio de la nada. Y fue justo ahí cuando todo sucedió, sí, fue justo cuando un rayo cruzó el cielo parisino iluminando la imponente torre Eifel que se veía a la distancia, pero mi atención no se centró en esa dama de hierro, sino en otra dama que se encontraba en un balcón admirando la danza de la lluvia sobre los transeúntes que corrían en ese momento por la callejuela. Me quedé ahí admirándola sin ser capaz de moverme, su ensortijada cabellera negra reposaba sobre sus hombros, a un lado, sobre el barandal había una copa de vino y en sus rojos labios reposaba delicadamente un cigarrillo. Por un momento me pregunté si era real o si era producto de mi imaginación, su mirada jamás se posó en mí y sin embargo yo no fui capaz de dejar de admirarla. En algún momento dejó de importarme todo, dejó de importarme mi propia soledad, solo me bastaba estar ahí. Y pude haber seguido de pie en ese sitio toda la noche, en medio de la lluvia, si no fuera porque justo después de la última calada a su cigarrillo ella abandonó el balcón y entonces la burbuja en la que me encontraba se reventó y comencé mi andar hacia el hotel donde me hospedaba, pero no me daba prisa, mi mente estaba ocupada recordando su perfil y la blancura de su tés.
Al día siguiente volví a ese sitio, esperé por horas y jamás apareció, maldije por todo lo alto mi mala suerte, pero esta vez no me daría por vencido. Volví día tras día hasta que una tarde nuevamente la vi en el mismo balcón, sin hacer nada más que ver la lluvia caer.
En algún momento me encontré rogando cada día porque lloviera, pues estaba seguro de que podría verla. Me estaba perdiendo en un sueño y lo cierto es que no quería despertar. Hasta que una tarde no la vi, la lluvia caía como otras veces pero ella no estaba en el balcón. ¿Por qué no se encontraba ahí? ¿Dónde estaría? ¿qué estaría haciendo? Y ¿con quién? Esa última pregunta que resonó en mi mente me hizo sentir una ira desconocida ¿habría realmente un quién? De ser así, seguramente sería capaz de matarlo, ¡¡Sí!! Lo mataría por alejarla no permitirme verla más en ese balcón. Mi mente ya empezaba a maquinar mil y un maneras de torturar al desconocido y de pronto, todo pasó, la irá se esfumó por completo, pues ahí, a unos cuantos pasos de mí se encontraba ella, sintiendo la lluvia caer sobre ella mientras la gente pasaba a su alrededor corriendo cubriéndose bajo los paraguas. Sentí perder hasta la voz, pero me acerqué a ella, y justo cuando buscaba las palabras para preguntarle su nombre, ella se giró y tendió hacia mí algo que al principio no reconocí.
- Tómalo, mojarte tanto hará que te resfríes – cuando observé con detenimiento lo que tendría hacia mí comprendí lo que era, un paraguas.
- Pero… ¿Por qué?
- Por lo que he visto te gusta mojarte, pero pescarás un resfriado y se nota que no eres de aquí, al menos con eso evitarás la fiebre.
- ¿Y por qué me lo das?
- Ya te dije, te he visto
- Ni siquiera sabes quién soy, no has preguntado ni mi nombre
- Eso no me interesa en lo más mínimo. Solo tómalo y úsalo.
- ¿Me dirás al menos el tuyo?
- No
Verla girarse, darme la espalda y avanzar por la acera sin darme la oportunidad de decir nada más hizo que de nueva cuenta sintiera la sangre hervir. ¡¡Maldita sea, soy un Leagan!! ¡¡Yo soy Neal Leagan!! Nadie me deja con la palabra en la boca, ¡¡Nadie!!
Con paso firme avancé y la tomé del brazo para impedir que siguiera alejándose de mí. Y entonces con toda la determinación que había acumulado después de huir tantas y tantas veces, le dije con firmeza
- Tu nombre, necesito saber al menos tu nombre
Sus ojos negros me taladraron como ningunos otros, su mirada era altiva, firme, decidida, había fuego en ella, un fuego que jamás había visto en nadie más. Se mantuvo en silencio durante varios segundos que se hicieron eternos para mí, hasta que finalmente se dibujó una sonrisa de medio lado en sus labios
- Wendolyn, y esa cafetería que ves ahí – señaló con un ligero movimiento de cabeza – es mía.
Por primera vez había reparado en el sitio que me señaló, estaba justo abajo del balcón, me la había pasado tan absorto que ni siquiera me había dado cuenta de lo que había alrededor.
- Deberías ser un poco más educado y pasarte al menos una vez por ahí, yo misma preparo los postres y te aseguro que son deliciosos. Servirá de paso para que no desfallezcas de hambre y así puedas seguir espiando hacia mi balcón.
Al instante los colores se me subieron al rostro, ella me había visto, ¡Pero claro que me había visto! Si me había pasado días parado bajo la lluvia viendo hacia ahí. Por inercia solté el agarré y me quedé anclado al sitio donde estaba parado. Soltó entonces una sonora carcajada, lo suficientemente fuerte como para hacer que varios de los que pasaban por ahí voltearan a vernos, y siguió su camino.
~~~~~~~
Un rayo me trae de vuelta al presente, el cielo plomizo es tan parecido al de aquel diciembre, la gente pasa corriendo a mi lado, cubriéndose, pero a diferencia de aquella vez, ahora no es la soledad lo que guía mis pasos y me hace apresurarme, sino el inconfundible aroma a café, a caramelo y canela que me indican que estoy cerca, y ahí, en medio de la danza de paraguas que se van abriendo al mismo compás, está ella, esperándome como cada día, con los brazos abiertos, mientras la lluvia cae y cae sin parar sobre todo París, sobre nosotros, llevándose los malos recuerdos y las penas.
Los días pasaban y no hacía otra cosa que ir a salones de fiesta y reuniones insulsas, hasta que me enteré de algunos sitios clandestinos de apuestas y entonces ahí pasaba noche y día, hasta que el aburrimiento fue tal que sin siquiera recoger las ganancias del día… o semanas, salí y me enfrenté a un cielo gris que se desplomaba sobre todo París.
Jamás olvidaré ese domingo de diciembre; la lluvia era abundante y me hacía daño, mi fino traje se empapó y pronto comencé a tiritar, pero no era por el frío del ambiente, sino por lo vacía que estaba mi alma, no tenía nada, dinero no faltaba claro, aprendí muy bien de mi padre, pero estaba vacío, estaba solo, pues incluso mi compañera de “fechorías y travesuras” había encontrado su camino y me había dejado varado en medio de la nada. Y fue justo ahí cuando todo sucedió, sí, fue justo cuando un rayo cruzó el cielo parisino iluminando la imponente torre Eifel que se veía a la distancia, pero mi atención no se centró en esa dama de hierro, sino en otra dama que se encontraba en un balcón admirando la danza de la lluvia sobre los transeúntes que corrían en ese momento por la callejuela. Me quedé ahí admirándola sin ser capaz de moverme, su ensortijada cabellera negra reposaba sobre sus hombros, a un lado, sobre el barandal había una copa de vino y en sus rojos labios reposaba delicadamente un cigarrillo. Por un momento me pregunté si era real o si era producto de mi imaginación, su mirada jamás se posó en mí y sin embargo yo no fui capaz de dejar de admirarla. En algún momento dejó de importarme todo, dejó de importarme mi propia soledad, solo me bastaba estar ahí. Y pude haber seguido de pie en ese sitio toda la noche, en medio de la lluvia, si no fuera porque justo después de la última calada a su cigarrillo ella abandonó el balcón y entonces la burbuja en la que me encontraba se reventó y comencé mi andar hacia el hotel donde me hospedaba, pero no me daba prisa, mi mente estaba ocupada recordando su perfil y la blancura de su tés.
Al día siguiente volví a ese sitio, esperé por horas y jamás apareció, maldije por todo lo alto mi mala suerte, pero esta vez no me daría por vencido. Volví día tras día hasta que una tarde nuevamente la vi en el mismo balcón, sin hacer nada más que ver la lluvia caer.
En algún momento me encontré rogando cada día porque lloviera, pues estaba seguro de que podría verla. Me estaba perdiendo en un sueño y lo cierto es que no quería despertar. Hasta que una tarde no la vi, la lluvia caía como otras veces pero ella no estaba en el balcón. ¿Por qué no se encontraba ahí? ¿Dónde estaría? ¿qué estaría haciendo? Y ¿con quién? Esa última pregunta que resonó en mi mente me hizo sentir una ira desconocida ¿habría realmente un quién? De ser así, seguramente sería capaz de matarlo, ¡¡Sí!! Lo mataría por alejarla no permitirme verla más en ese balcón. Mi mente ya empezaba a maquinar mil y un maneras de torturar al desconocido y de pronto, todo pasó, la irá se esfumó por completo, pues ahí, a unos cuantos pasos de mí se encontraba ella, sintiendo la lluvia caer sobre ella mientras la gente pasaba a su alrededor corriendo cubriéndose bajo los paraguas. Sentí perder hasta la voz, pero me acerqué a ella, y justo cuando buscaba las palabras para preguntarle su nombre, ella se giró y tendió hacia mí algo que al principio no reconocí.
- Tómalo, mojarte tanto hará que te resfríes – cuando observé con detenimiento lo que tendría hacia mí comprendí lo que era, un paraguas.
- Pero… ¿Por qué?
- Por lo que he visto te gusta mojarte, pero pescarás un resfriado y se nota que no eres de aquí, al menos con eso evitarás la fiebre.
- ¿Y por qué me lo das?
- Ya te dije, te he visto
- Ni siquiera sabes quién soy, no has preguntado ni mi nombre
- Eso no me interesa en lo más mínimo. Solo tómalo y úsalo.
- ¿Me dirás al menos el tuyo?
- No
Verla girarse, darme la espalda y avanzar por la acera sin darme la oportunidad de decir nada más hizo que de nueva cuenta sintiera la sangre hervir. ¡¡Maldita sea, soy un Leagan!! ¡¡Yo soy Neal Leagan!! Nadie me deja con la palabra en la boca, ¡¡Nadie!!
Con paso firme avancé y la tomé del brazo para impedir que siguiera alejándose de mí. Y entonces con toda la determinación que había acumulado después de huir tantas y tantas veces, le dije con firmeza
- Tu nombre, necesito saber al menos tu nombre
Sus ojos negros me taladraron como ningunos otros, su mirada era altiva, firme, decidida, había fuego en ella, un fuego que jamás había visto en nadie más. Se mantuvo en silencio durante varios segundos que se hicieron eternos para mí, hasta que finalmente se dibujó una sonrisa de medio lado en sus labios
- Wendolyn, y esa cafetería que ves ahí – señaló con un ligero movimiento de cabeza – es mía.
Por primera vez había reparado en el sitio que me señaló, estaba justo abajo del balcón, me la había pasado tan absorto que ni siquiera me había dado cuenta de lo que había alrededor.
- Deberías ser un poco más educado y pasarte al menos una vez por ahí, yo misma preparo los postres y te aseguro que son deliciosos. Servirá de paso para que no desfallezcas de hambre y así puedas seguir espiando hacia mi balcón.
Al instante los colores se me subieron al rostro, ella me había visto, ¡Pero claro que me había visto! Si me había pasado días parado bajo la lluvia viendo hacia ahí. Por inercia solté el agarré y me quedé anclado al sitio donde estaba parado. Soltó entonces una sonora carcajada, lo suficientemente fuerte como para hacer que varios de los que pasaban por ahí voltearan a vernos, y siguió su camino.
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Un rayo me trae de vuelta al presente, el cielo plomizo es tan parecido al de aquel diciembre, la gente pasa corriendo a mi lado, cubriéndose, pero a diferencia de aquella vez, ahora no es la soledad lo que guía mis pasos y me hace apresurarme, sino el inconfundible aroma a café, a caramelo y canela que me indican que estoy cerca, y ahí, en medio de la danza de paraguas que se van abriendo al mismo compás, está ella, esperándome como cada día, con los brazos abiertos, mientras la lluvia cae y cae sin parar sobre todo París, sobre nosotros, llevándose los malos recuerdos y las penas.
GRACIAS POR LEER