De antemano, gracias por su lectura.
Terry entraba y salía de la inconsciencia, a rato sentía la calidez de una hoguera, hasta podía escuchar el crepitar de unos leños, el canto de las aves y el arrullo que provoca el agua del río al correr, en otros momentos podía sentir el aire fresco sobre su cuerpo, unas manos suaves acomodando sus cabellos, había murmullos, voces conocidas, no tenía miedo.
— ¿Qué se supone que haremos ahora Fedra? — Preguntó Temperance, la Reina de Oros.
— Lo que se tenga que hacer por el bien del Emperador y de nosotras — Respondió la Reina de fuego con seguridad.
— ¿Crees que sea Difícil? — Volvió a cuestionar la de ojos dorados, dudando de que el plan que habían trazado tuviera éxito.
— ¿Difícil?... No — Afirmó la sensual mujer — Deberemos hacer ajustes, pero hemos elegido recorrer este camino, recuerda el juramento.
— ¿Y lo que dice la carta?
— Tomaremos ese camino cuando lleguemos a él Tempe, por ahora debemos mantener tranquilo al Emperador.
Lexie y Maegalle llegaron en esos momentos, posicionándose cada una en las cuatro puntas de la mesa de piedra y paja, cerraron los ojos.
Ya no hubo necesidad de palabra, el vínculo entre ellas era lo suficientemente fuerte para poder decirse, sin necesidad de hablar lo que tenían que hacer...
LIBRES
Prisión estatal Rikers.
Eran las cuatro de la mañana de finales del mes de marzo, hacía frío.
Terrence Graham se cerró la chaqueta marrón para luego meter las manos en los bolsillos, intentando con esa acción que éstas se calienten un poco pues las tiene heladas y le tiemblan.
El joven castaño de veinticuatro años está nervioso, el ruido que hizo la reja al cerrarse cuando él salió al fin de la colonia penitenciaria hicieron que los vellos se le pusieran de punta; antes de dar un paso sus ojos azules miraron al frente, estaban tan oscuros debido a su tormenta interior que se asemejan al mar embravecido en medio de una tormenta. Su vista se fijó en el autobús blanco, Q100 Rikers Island, se leía en el letrero de luz amarilla, avanzó solo unos pasos para abordarlo, no sabía con qué pagaría el billete, pero debía abordarlo, tenía que subir, era el único medio para salir de ahí y estar del otro lado del puente, del lado de la libertad.
Cuando el muchacho llegó hasta la parada sus pupilas se clavaron en el conductor, no sabía qué decir ¿Cómo preguntar? Graham abrió la boca para hablar y el estruendo de los motores de un avión que cruzó en ese momento la bahía de Bowery lo paralizaron, tras cuatro años de estadía en la prisión escuchar ese ruido le causaba confusión, aguantó con estoicismo las ganas de taparse los oídos, tan solo desvió la mirada, luego de unos segundos volvió a ver al chófer, un hombre de complexión gruesa pero de rostro amable, que al parecer entendía muy bien su dilema y le hizo una seña con la cabeza indicando que subiera, pálido y tembloroso el joven abordó la unidad, con la cabeza baja caminó por el estrecho pasillo del vehículo hasta situarse en la parte central, cerca de la puerta de bajada.
— Estaba a punto de bajar a buscarte — Dijo un hombre alto y rubio que tomó asiento junto al joven castaño.
— ¡Padre Ardlay! — Exclamó el muchacho no sin antes haber dado un pequeño brinco por la sorpresa — ¿Qué hace aquí? ¿Quién le dijo que…?
— Calma hijo, calma — Pidió el hombre al tiempo que palmeaba la ancha espalda de Terrence — Tu abogado me dijo que saldrías hoy y ya sé bien cómo se las gastan aquí — Declaró el rubio de aproximadamente cuarenta y cinco años — Te prometí que estaría contigo cuando al fin estuvieras libre.
— No creí que viniera, no esta hora — Mencionó el castaño.
— No es la primera vez que hacen este tipo de cosas Terry, ni es la primera vez que estoy aquí y en la misma situación.
— Gracias.
— No tienes por qué darlas.
El rubio pasó el brazo sobre los hombros de Terry, le dio un apretón para después santiguarse.
Unos hombres más subieron y luego el autobús salió tomando rumbo por el único puente de acceso a ese pedazo de tierra enclavada en el East River.
Tres minutos después el barrio neoyorquino de Queens llenaba los ojos del castaño indicando así que al fin era un hombre libre.
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8 de mayo, Chicago Illinois.
Casa hogar de la piedad.
— Gracias por todo hermana Lane — Dijo una rubia de baja estatura y ojos verdes.
— ¡Ay Candy! Verte partir me causa una revolución de sentimientos, por una parte, me alegra que ya seas mayor y puedas vivir tu vida y por otra… — La monja suspiró al tiempo que tomaba las pequeñas y blancas manos de la chica — Cuídate mucho ¿Quieres? — Pidió la mujer soltando las manos para poder abrazar con fuerza a la muchacha — Te voy a extrañar hija.
La joven rubia de dieciocho años se aferró al abrazo, la hermana Lane fue una de las pocas personas que realmente le mostraron afecto e interés por su persona desde que llegó a ese lugar contando con tan solo cinco años de edad, tras la muerte de sus padres en un accidente y sin nadie que cuidara de ella.
— Prometo ser más prudente — Aseguró la de ojos verdes con una tímida sonrisa y algunas lágrimas corriendo por sus mejillas que mojaban el hábito negro de la mujer de Dios.
En silencio ambas permanecieron abrazadas, si bien podrían verse de nuevo, ya nada sería igual, Candy ya era mayor de edad y abandonaba el orfanato para enfrentar el mundo sola.
— ¿Llevas la dirección de la cafetería? — Inquirió Lane tras soltar a la rubia.
— Si, lo tengo aquí — Respondió la chica mostrando el pedazo de papel con los datos del lugar.
— Bien, el señor Whitman y su esposa necesitan ayuda y tienen un espacio para que te quedes, estoy segura que si las cosas salen bien y ahorras como has planeado podrás juntar los suficiente para ir a la escuela de enfermería.
— ¡Espero en Dios que así sea hermana!
— Entonces… adelante Candice, se una buena chica como hasta ahora.
— Adiós hermana Lane, prometo venir a misa todos los domingos y pasar a saludar.
La mirada verde de Candy conectó por un momento con la gris de la hermana Lane, era hora, debía partir.
La bendición de la monja y un abrazo más corto, esta vez en silencio, fue lo último, la muchacha tomó la maleta blanca y avanzó por el pequeño camino de piedra que atravesaba el jardín, llegó a las puertas de gruesa madera donde la hermana que cuidaba le abrió.
Sin volver la vista hacia atrás Candice salió, la calle se veía diferente, más grande, más ruidosa de lo que se escuchaba tras los muros del orfanato que la cobijó por trece años.
Al dar el primer paso para lo que sería su nueva vida, la chica sintió la piel erizarse, un nudo en el estómago se le instaló haciendo que comenzara a transpirar, quiso volver la vista hacia atrás y un autobús que pasó en ese instante la asustó haciéndola dar un pequeño salto, se llevó la mano libre al pecho, sintiendo su corazón latir más deprisa.
"La vida allá afuera es muy diferente a lo que estás acostumbrada Candy, aquí corres, te ríes, tienes un techo y un pedazo de pan cada día, pero ahí afuera debes ganártelo, trabajar, para ello, nosotras te hemos dado lo más que hemos podido, a ti y a las demás niñas, te hemos dado herramientas, pero no son suficientes, tú debes forjarte tu camino, aprender de las experiencias, buenas y malas, cada una te dejará un aprendizaje, procura tomar buenas decisiones y si no lo haces debes aprender a vivir con las consecuencias".
Las palabras de la hermana Lane resonaron en la cabeza de la rubia y por primera vez sintió miedo, el mundo era muy grande, y ella estaba sola, debía aprender a ganarse la vida y a vivirla.
Continuará…
Por: Temperance
Para: Guerra Florida 2021 y el grupo de Las Divinas Místicas de Terry.
Portada diseñada por: Magnolia Mon y color por Fantasía
"Cambiando el destino por Terry"