Mimi derramaba su amargo llanto sobre las faldas de su grand-mére. Quien, a pesar del cansancio, escuchaba con atención a su nieta, mientras acariciaba con mimo los cabellos de la muchacha.
-Shhh tranquila mi niña- la arrullaba contra sí. – te lo dije, tantas veces…
-Ohh mamé, ahora no- le rogó.
-Esto iba a suceder, tarde o temprano. Ma fille, si realmente lo amas, deberás dejarle marchar- sentenció.
La joven levantó abruptamente el rostro, molesta. ¿Era necesario echar sal a la herida?
-No puedo…- dijo haciendo un puchero. -¿por qué tendría que dejarlo ir?- espetó con enfado.
-Mon cher, el amor no aprisiona, muy por el contrario, te permite volar- señaló hacia el cielo. - El que decide quedarse lo hace por propia voluntad- acarició el rostro de su querida niña, secando las lágrimas. - ¿siquiera le has preguntado qué siente?
-No… por fin me había armado de valor, después de tanto tiempo a su lado, cuidándolo, apoyándolo…
La joven recordó con amargura la tarde anterior, como siempre, había ido a visitarlo a la pensión en la que se hospedaba. Fue directo a su dormitorio, a pesar de la molestia de la casera. Golpeo su puerta de forma constante, sin tener respuesta. Rauda, volvió a la recepción.
-¿Dónde está?- apremió a la mujer.
-Muchacha insensata, dejas por el suelo el nombre de tu familia con tu actuar…
-Eso no es lo que pregunte- soltó con hastío.
-Si no está en su dormitorio ¿Dónde más podría estar? - su mirada era significativa.
Mimi salió presurosa, sin dar las gracias si quiera. Corrió hasta el mirador que se encontraba al final de la avenida. Allí estaba, muy cerca del roquerio. Su esbelta figura contra el sol del atardecer, el muchacho observaba el rojizo mar, sin notar su presencia. La muchacha sonrió, respirando profundo, tratando de controlar los alocados latidos de su corazón. “Si no es ahora, ¿Cuándo?” pensó. Comenzó a avanzar hacia él, trastabillando por culpa de su inseguro andar. El joven se giró al escucharla chillar, corriendo hacia ella.
-¿Estás bien?- le tendió una mano.
-Si- le aseguró feliz, correspondiendo al gesto. – Tú… estás particularmente contento hoy, Steve- dijo al notar el brillo en sus ojos.
-Alistar Cornwell- tiró de ella tomando ambas manos de la muchacha. -¡Recuerdo todo Mimi! ¡Todo! Mi nombre, de donde vengo, mi familia…- la emoción vibrando en su voz.
-¡Me alegro tanto…!
-Patricia…- articuló con sorpresa.
Contrariada, Mimi soltó sus manos, retrocediendo.
-Espera ¿Por qué lloras? - preguntó preocupado.
La joven le dio vuelta la espalda, huyendo rápidamente del lugar. Podía oír como gritaban su nombre, a lo lejos, más ella no detendría su andar. ¡Maldita sea! Podía visualizar ese hermoso castillo cayéndose a pedazos, uno a uno, los sueños que tenía para ambos se desmoronaban.
Mimi deambulo por su hogar toda la noche, como alma en pena. Sollozando, lamentándose, los “si hubiera” brotaban de su boca, con imágenes de miles de escenarios. Temiendo enloquecer de dolor, decidió salir de casa, en busca de su abuela y su consuelo.
Y allí estaba, lamentando la decisión, no necesitaba que le recordaran de su error. “no te entusiasmes… algún día se irá… no hay futuro con él, muchacha obstinada… ¿y si hay existe en su vida alguien más?” Ahora, el destino obraba en su contra, dándole la razón a su grand-mére. “Patricia” tan sólo recordar la forma en que él pronunció ese nombre, era más de lo que podía soportar.
El canto de un gorrión les anunciaba la llegada del alba. Se levantó del suelo, alejándose del regazo de su abuela, secando sus últimas lágrimas. Ella, y sólo ella, había alimentado en su cabeza esa loca fantasía. El Steve que conocía, en realidad no existía. El nombre que pronunciaba en sueños, que llevaba consigo como el amén en su boca, era el invento de un médico para un paciente amnésico. Todo era realmente absurdo a la luz del nuevo día. La decisión estaba tomada, iba a renunciar.
-¿Quieres desayunar?- preguntó Mimi a su abuela con una sonrisa.
-¿Qué me vas a preparar?
Su abuela le observaba cocinar, sabía que eso le calmaría. Se sentaron muy juntas a comer, sin mediar palabra, sólo miradas cómplices, y una que otra caricia, a modo de consuelo.
Cercano al medio día Mimi se despidió para dirigirse a casa, mirando hacia al suelo, con la mente en blanco, tan concentrada que no le oyó llegar.
-¡Mimi!
Sorprendida, se giró para enfrentarlo. No pudo evitar sonreír, pues ni siquiera podía recordar su verdadero nombre.
-¿Qué haces aquí?- decidió preguntar.
-Yo… No sabía si venir o no…- se acercó dubitativo. -…nunca he sido bueno expresándome- sonrió. – Ahora lo sé, con certeza.
Ella se quedó en silencio, observándolo. Stear dio un paso más, acortando aún más la distancia entre ambos.
-Pero ayer, tu reacción cuando dije ese nombre…- su rostro se tornó serio. – Mimi ¿estoy interpretando mal las señales? ¿Puedo tener esperanzas?
-¿Cómo?
Volvió a trastabillar, siendo sostenida al instante por él.
-Siempre pensé que sentías lástima por mí- comenzó a explicarse, sin soltarla. -Cuando fuiste voluntaria en el hospital, siempre me diste un trato diferente. La forma en como tú, y tu familia, me ayudaron cuando me dieron el alta médica. Cuidando de un hombre sin memoria… realmente creí que sólo me compadecías, pero ayer…
-Patricia- soltó Mimi con pesar, tratando de alejarse. Estaba demasiado cerca.
Stear la liberó por un instante.
-Patricia…- repitió. – ¿La consideraba mi novia? Sí, de esa manera me refería a ella con mi amigo, Domi. Pero lo cierto es que nosotros nunca hicimos una promesa, ni dijimos nada, sólo nos hicimos compañía, hasta que se hizo muy tarde- miró hacia el cielo como recordando. – Cuando mi avión caía pensé en ella y en… alguien más.
Mimi lo escuchaba con atención, no había pasado por alto esa última frase.
-Demasiadas veces guarde silencio, por respeto a otros, o por miedo. Deje ir el amor en más de una ocasión, sin atreverme a expresar mis sentimientos, aunque sea sólo una vez - volvió a acercarse. – Han pasado casi cuatro años desde que dejé mi hogar Mimi, ella ya no debe pensar en mí- le aseguró.
Las silenciosas lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la joven. Stear alargó su mano, acariciando su mejilla. Al ver como ella se rendía al tacto, volvió a acercarse con nuevos bríos. En silencio, cuidando de no romper el encanto, acunó su rostro, besándola suavemente. Un suspiro y una sonrisa sobre sus labios. No necesito más confirmación para profundizar el beso, manteniéndola muy pero muy cerca.
-¿Qué vamos a hacer ahora…?- Mimi sonrió sin abrir los ojos.
-Stear- completó la oración, dándole un pequeño beso en la nariz, haciéndola reír con ganas. – por el momento, quiero que me conozcas, que sepas mi historia- la abrazó con fuerza.
-¿Y tu familia? ¿volverás a América? -preguntó.
-Eso debo pensarlo con calma. ¿Irías conmigo?
-Donde sea- le aseguró.
Tomados de la mano siguieron avanzando, con la clara sensación que, sin importar lo que trajera el futuro, podrían enfrentarlo juntos.