Todo a su alrededor parecía que no avanzaba. Con la misma gente comportándose de la misma manera, realizando las mismas cosas, yendo hacia los mismos lugares, como si al hacer algo diferente se fuera a quebrantar algo en su perfecta vida.
Esas cosas, a Albert les parecía por rato divertidas y por rato triste; ver a los mismos rostros de siempre realizar los mismos patrones de sus padres, abuelos, ancestros que estuvieron antes que estos, le hacia agachar la cabeza cual topo y amarrarse la lengua para evitar gritar a todo pulmón que el mundo estaba loco, muy loco.
Al menos, en su pequeña familia—porque, aunque su familia era realmente numerosa, el pequeño Bert no veía mas que suya a su hermana, a la tia abuela, a George y a su padre ausente—, era especial; aunque a veces la tia abuela lo quería a obligar a hacer cosas y a reaccionar a las cosas que lo hostigaban, y luego venia su hermana mayor a rescatarlo, a mimarlo, a detener eso que la tia abuela quería imponerle.
—Rose, estas malcriando al niño, sabes que debe aprender cosas antes de…—terminó la oración con un gesto para que solo Rose Mary pudiera interpretarlo, mismo que resaltaba la responsabilidad que recaía sobre los hombros de ese chiquillo.
La rubia hermana respondió a ello con asentimiento y estrechando al chiquillo con una de sus manos, evitando entrar en una de esas discusiones con su tia que no las llevaba a ningún lado más que a días sin dirigirse la palabra mas que para lo meramente necesario: los asuntos de Bert y del matrimonio de la joven Andrew.
Cuando Bert fue tomando tamañito y ya las clases que le impartía su hermana y tía en casa acabaron, la decisión de mandarlo a una escuela para caballeros no estaba en discusión. Albert llegó a ese lúgubre lugar, a horas de distancia de su hogar, de su familia y sintió que todo había acabado, que su espíritu libre era una mera ilusión. Se resignó, agachó la cabeza y amarró su lengua como su tia le decía que hiciera cuando estaba ante personas externa a la familia: «Hola, maestra, dígame ¿Cuál es mi tarea?».
……….
El tiempo es un cruel y necesario compañero, pues sin este ningún evento podría repercutir y las heridas quedarían expuestas. Su hermana murió y dejó a un chiquillo en su lugar, entonces los sueños y fantasías que Albert William le contara y que esta prometió hacerla realidad junto a él, se fueron con ella…
Su tia, a días de haber sepultado a su joven y bella hermana, insistía en imponer las mismas cosas de siempre, a comportarse como las personas que le rodeaban, a maquillar su personalidad, a no acudir mas a la escuela a la que ya se había acostumbrado y donde no era mas un extraño; supuestamente, George, se encargaría de darle los conocimientos que él necesitaba para dirigir el imperio mientras que ella se encargaría de sucederle.
Un adolescente Albert se crispó del enojo y le lanzó lo que según él creía, por aquel entonces, la verdad; juzgó a su tia como siempre había querido hacerlo, como su hermana nunca lo había hecho porque en silencio disfrazaba con excusa el comportamiento dictatorio de la tia Elroy, y luego salió con rumbo desconocido corriendo, con la sangre hirviendo y las lagrimas lacerándole el rostro, el alma.
Si, el mundo estaba loco, pero mas lo estaba ese al que pertenecía, con esas reglas tan rudas, que pisoteaba cada anhelo, cada sueño; y se atrevían a llamar loco a aquellos que tenían ideas propias.
…….
— El chico tiene razón, ¡Rose siempre tuvo razón! —
—Señora…—George hizo amago de ayudarla al ver como la matrona se apoyaba en el gran escritorio, dando la idea de que se desplomaría luego de la escena protagonizada; pero no, la mujer estaba riendo y llorando al mismo tiempo.
—Ve detrás de William, y dile que viva como mejor le parezca, que, cuando se sienta listo para asumir la responsabilidad que por derecho le pertenece, que regrese; mientras yo daré la cara por él.
—La familia preguntara…
—Se le inventara algo, no sé, ya me las arreglare. —dijo con determinación—.
George, con sus manos recargada en el pomo de la puerta, veía con admiración a la señora Elroy Andrew. Si acaso el joven William supiera que todo ese imperialismo que la tia le trataba de inculcar era solo una fachada que él debía de mostrar a personas ajenas a su entorno, porque no todos tenían que ser digno de ver su lado relajado, solidario, porque el mundo estaba lleno de gente mala que podia usar todo ese telón de «debilidad» en su contra. El mundo era muy loco, sobre todo ese donde habitaban ellos.
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