CUMPLIENDO EL RETO QUE ME IMPUSO MAYRA EXITOSA, UN MINIFIC SOBRE ALBERT Y CANDY.
ESTO ES:
¿Recuerdas, cuando vivíamos juntos en aquel departamento de Chicago?
Yo me acuerdo de esa época todos los días, aunque haya veces en que pareciera que nunca sucedió, yo sé que sí, porque todos esos días viven en mi corazón como una de las épocas más preciadas de mi vida.
Recuerdo, que en una ocasión salimos a comer a un parque, y me convidaste la mitad de tu sándwich.
Me dijiste que querías que, de ahí en adelante, lo compartiéramos todo. Y yo te creí.
Creí que de verdad compartiríamos todo, que siempre nos diríamos todo. Pero tú no cumpliste tu parte.
Nunca me dijiste que eras el Bisabuelo William, ni que eras la persona que había intentado darme una familia. Tampoco me dijiste que eras tú quien veía por mi bienestar todo el tiempo, todas estas cosas tuve que descubrirlas yo sola, y por razones de fuerza mayor.
Ahora me pregunto ¿Pensabas decírmelas en algún momento?
A veces, creo que la respuesta es no. Creo que en realidad si hubieras podido ocultármelo para siempre, lo habrías hecho.
Yo no entendía por qué ¡y me enojaba mucho el pensar que durante mucho tiempo me habías mentido!
Pero creo que estoy comenzando a hacerlo. Creo que estoy empezando a entender por qué no me lo decías.
Con el paso del tiempo, y conociendo ya todas tus facetas y “personalidades”, he llegado a comprender el por qué no quisiste decirme quién eras en realidad.
Cuando te conocí como mi Príncipe, no había necesidad de decirme nada, yo era una niña pequeña y tú, un muchacho que apareció y desapareció literalmente de la nada.
Cuando nos hicimos amigos, tú no tenías ni idea que yo era aquella niña que quizá ni recuerdes, y yo no sabía quién eras tú.
Desde ese entonces fuiste solamente Albert ¡mi amigo! Un amigo que siempre supe, era incondicional conmigo, a pesar de la distancia, de la diferencia de edades y de cualquier cosa.
Y así era como querías que te viera: como mi amigo. Sin poses, sin apellidos, sin todas esas cosas que, ya sabes bien porque me conoces, seguramente me habrían alejado de ti.
Es por eso que no me costó nada tenerte a mi lado cuando perdiste la memoria, pero incluso ahí, creo que llegó un momento en que ya sabías toda la verdad, y me lo seguiste ocultando. ¡Qué coraje! De verdad, Albert Andrew ¡Qué coraje me haces tener!
No fue justo ¿sabes? No fue justo tener que enterarme de todo así, de sopetón; solo porque necesitaba al Bisabuelo William para que no me obligaran a casarme con Neil.
Yo te necesitaba, de cualquier manera, como príncipe, como amigo, como bisabuelo; te necesitaba a ti… a ti nada más.
Pero te ibas, desaparecías, simplemente dejabas todo y te mandabas a cambiar sin decir “agua va”, y yo me quedaba sola de nuevo. Ahora lo has hecho de nuevo, te has vuelto a ir y a dejarme sola, sin decirme nada, sin preguntarme nada. ¿De qué huyes, Albert? ¿De mí? No por favor; dime que no.
¡Ayyyy qué coraje! Pero hace un rato te decía que creo comprender por qué lo hiciste, porqué mentiste. Porqué siempre lo ocultaste todo: tú querías que solamente te viera a ti.
Que no viera el apellido, ni el abolengo… que te viera solamente a ti.
Pero ¿sabes Albert? Para eso no era necesario ocultar nada; porque yo siempre he hecho eso justamente.
Cuando conocí a Anthony, Stear y Archie, nunca me puse a pensar si eran los herederos de la familia Andrew, para mi eran mis amigos y nada más.
Cuando me enamoré de Anthony, y después, de Terry; jamás me puse a pensar en lo que podía implicar estar con personas con un origen como el de ellos.
Porque yo no me enamoré de su procedencia. Me enamoré de ellos.
Los amaba a ellos por ser… ¡Ellos! Y nada más.
Contigo me ha pasado igual.
No, no has leído mal.
Y no, no estoy reprochándote nada, porque así como tú me has mentido y ocultado cosas en el pasado, debo confesar, con mucha pena, que yo también te he mentido y te he ocultado cosas.
Cosas que nunca pensé que me sucederían otra vez ¡pero han sucedido! Y la verdad no sé qué hacer con ellas.
He platicado con Patty y Annie al respecto, sincerándome lo más posible, sin temor a ser juzgada, porque sé que, si aparte de ti, hay dos personas en el mundo con quienes puedo ser yo misma, esas son Annie y Patty.
Así que he abierto mi corazón, como una rosa en primavera para con ellas, confesándoles toda mi verdad.
Les he confesado mis temores, más que nada por nuestra condición de familia política; ya sabes, la hija adoptiva y todo eso… pero han sido tan francas y me han dicho lo que yo simplemente ya sabía, solo que me daba miedo admitir.
No me interesa si soy tu “hija adoptiva”; o tu “protegée” o como sea que se diga, no puedo seguir callando lo que llevo por dentro.
Porque ya lo callé antes, y la desgracia me lo arrebató todo; la mala suerte parece perseguirme, queriéndome condenar a estar sola para siempre. Pero no me conformo.
¡No quiero! Si ese es mi destino, quiero vencerlo ¡Tengo que vencerlo!
No quiero que este corazón, se vuelva a quedar lleno de un amor que terminará convirtiéndose el dolor y sufrimiento, condenándome a la soledad…
Yo sé que entre tú y yo hay algo más que una amistad; lo sé, lo he visto, lo siento.
Y sé que la razón por la cual te has ido esta vez, es justamente ese sentimiento que ha crecido sin que lo puedas controlar, y que crees que está mal, que es incorrecto, que es insano.
Lo sé, porque yo he tenido los mismos miedos, y tampoco he sabido lograr controlarlo y ya es inevitable que siga haciéndome la tonta al respecto.
Me tienes sumamente enojada, porque alejarte, marcharte, es exactamente lo único que no has debido hacer; sino quedarte, enfrentarme. Hablar conmigo de esto que te pasa ¡Que nos pasa a los dos!
Fui estúpida al callar, y esa estupidez mía es probablemente la que hizo que decidieras irte pero ¡vamos Albert! ¿Es tan difícil dar el primer paso? Un hombre como tú, apuesto, maduro, de mundo… Tenía que hacerlo yo ¿verdad?
Está bien, está todo bien; sin resentimientos.
Ahora que lo pienso, talvez marcharte ha sido la mejor idea que has tenido. Lo más probable es que de quedarte yo jamás hubiese hecho esto.
He tenido que sentirte lejos de mí, que me hagas falta como el aire para respirar ¡extrañarte como una miserable loca! Para darme cuenta de que no puedo perder de nuevo, no puedo dejar ir de nuevo el amor, no puedo dejar perderlo… no puedo perderte, Albert; a ti no.
Cuando leas esta carta, lo más seguro es que seguiré aquí mismo, sentada en el mismo lugar donde la he escrito; esperándote.
Así que, si no estoy equivocada, si no es una más de mis fantasías. Si no es que me he vuelto absolutamente loca (lo cual de raro tendría muy poco) y tengo razón, y me amas como yo te amo a ti; ven, mi querido Albert.
¡Ven! Vuelve a casa lo más pronto que puedas y dímelo. Dímelo con tu propia boca, has que deje de fantasear, que deje de imaginármelo. Detén esta rueda de fantasías locas que me invento todos los días y hazlo realidad con tus propias palabras.
Te espero con ansiedad.
Tuya, Candy.
Albert Andrew, sentado en el balcón de su habitación en un hotelito de París, temblaba incontrolablemente mientras aferraba aquella carta con ambas manos.
Sentía los labios resecos, la respiración agitada, no atinaba qué hacer al respecto. Había quedado paralizado.
Volvía a leer la carta desde el inicio, con calma, con pausa; analizando cada palabra a ver si no lo había entendido todo mal. Pero no ¡es que no podía estar más claro!
Candy ¡su Candy! Le estaba confesando su amor en aquella carta… ¿Qué fecha era? ¿Sería día de los inocentes?
¿De quién es esta letra? Se acercaba la carta a los ojos, frunciendo el ceño como si le fallara la vista. George no era hombre de bromas, pero para todo había una primera vez… pero no, no había duda ¡Esa era la letra de Candy!
Candy lo ama… ¡Lo ama! ¿Cuándo se dio cuenta de lo que le pasaba a él?
Alguna vez escuchó a su padre decir que las mujeres le sacaban los escondrijos al mismo diablo ¡Ahora mismo se lo estaba creyendo! Él, el experto en disfraces, el que creía haberlo ocultado todo muy bien siempre; había sido descubierto de la manera más pueril por una traviesa chiquilla atolondrada… No, no la había descubierto ella.
“L'amore e la tosse, non possono essere nascosti”; era algo que le habían dicho de casualidad hace pocos días, poco antes de partir de Nápoles… “El amor y la tos no pueden ocultarse.” ¡Cuánta verdad!
Había sido el amor, simplemente eso. El amor que había nacido en Candy por él, el que había reconocido al que latía dentro suyo.
Simplemente se habían reconocido ¡Qué estúpido había sido al irse!
Cómo era posible, que amándola como la amaba se permitiera perder el tiempo de esa manera ¡Volvería a Norteamérica de inmediato!
- ¡George! – exclamó mientras, aún tembloroso, guardaba la carta en su sobre - ¡¡George!! – no recibió respuesta.
- ¡George! – volvió a exclamar poniéndose de pie violentamente, pero se quedó estático en la puerta del balcón.
Ahí, en medio de su habitación, frente a él tenía una aparición angelical.
Es que, tenía que ser eso, porque no podía ser otra cosa.
Llevaba un sencillo vestido blanco de verano, la pequeña maletita blanca y roja sujetada con ambas manos, y el abrigo rosa colgando a un costado.
- ¡Candy…!
- Lo siento… - balbuceó ella – sé que en la carta dije que te esperaría pero, no pude.
- Candy… - volvió a balbucear él, como hipnotizado, dejando la carta sobre la mesita del balcón.
- No he venido a presionarte ni nada – dijo ella con la mirada suplicante – es solo que, luego de enviar la carta, me dio mucha ansiedad y por un momento pensé que no debía haberlo hecho. Pero ya estaba hecho… así que decidí venir, a ver si llegaba yo antes que ella. Pero cuando llegué a Nápoles me dijeron que te habías ido antes, y que toda la correspondencia la habían enviado a esta dirección. Luego perdí mi tren, y tuve que esperar el siguiente. Entonces supe que jamás llegaría antes que la carta, pero, ya estaba en camino así que… Aquí estoy. ¿Estás enojado?
Albert se acercó a ella, la miró como hipnotizado; todavía no podía creer que ella estuviera ahí, enfrente de él, tan lejos de casa.
Si tenía alguna duda, de que aquella carta podía ser una broma; o de que su presencia fuera alguna aparición, ya no quedaba ninguna.
Le sonrió con dulzura, y sintió como si su pecho estuviera a punto de explotar de tanta felicidad al verla sonreírle a él.
Le tomó el rostro entre las manos, y la besó; como tenía años deseando hacerlo.
Candy, soltó la maleta y el abrigo que cayeron desperdigándose por ahí.
Colocó sus manos tímidamente sobre los brazos de Albert y después, de apegó a él, rodeándole el cuello, recibiendo y respondiendo al beso, con una sonrisa.
Afuera el viento soplaba, llevando algunos pétalos y sus aromas con él.
La carta, que quedó mal puesta en su sobre, poco a poco fue desdoblándose, hasta que una a una sus páginas, se fueron en el viento, jugueteando con los pétalos; envolviéndose con su aroma.
Cada cosa tiene su tiempo y su lugar; y ellas habían cumplido ya su cometido.
Aquellas páginas ya no eran necesarias en aquella habitación, y ciertamente no querían amarillearse guardadas en su sobre, olvidadas en algún cajón… o en algún joyero.
Así que aceptaron la invitación del viento y sus pétalos, a viajar junto con ellos. Quizá llegarían a tierras extrañas, quizá conocerían mundos exóticos.
Quizá en algún lugar, encuentren a algún otro tímido enamorado al cual darle el valor necesario para dar aquel paso, de un simple beso.
FIN.
MIS OTROS TRABAJOS EN ESTA GF 2018
(hacer click en cada link)
HASTA EL ULTIMO DE TUS RECUERDOS
LA MUCHACHA DEL CIRCO
LA ULTIMA LECCION (El Monasterryo)
DEATH IS THE NEW PINK (cumpleaños de Gezabel)
ESTO ES:
LA CARTA
¿Recuerdas, cuando vivíamos juntos en aquel departamento de Chicago?
Yo me acuerdo de esa época todos los días, aunque haya veces en que pareciera que nunca sucedió, yo sé que sí, porque todos esos días viven en mi corazón como una de las épocas más preciadas de mi vida.
Recuerdo, que en una ocasión salimos a comer a un parque, y me convidaste la mitad de tu sándwich.
Me dijiste que querías que, de ahí en adelante, lo compartiéramos todo. Y yo te creí.
Creí que de verdad compartiríamos todo, que siempre nos diríamos todo. Pero tú no cumpliste tu parte.
Nunca me dijiste que eras el Bisabuelo William, ni que eras la persona que había intentado darme una familia. Tampoco me dijiste que eras tú quien veía por mi bienestar todo el tiempo, todas estas cosas tuve que descubrirlas yo sola, y por razones de fuerza mayor.
Ahora me pregunto ¿Pensabas decírmelas en algún momento?
A veces, creo que la respuesta es no. Creo que en realidad si hubieras podido ocultármelo para siempre, lo habrías hecho.
Yo no entendía por qué ¡y me enojaba mucho el pensar que durante mucho tiempo me habías mentido!
Pero creo que estoy comenzando a hacerlo. Creo que estoy empezando a entender por qué no me lo decías.
Con el paso del tiempo, y conociendo ya todas tus facetas y “personalidades”, he llegado a comprender el por qué no quisiste decirme quién eras en realidad.
Cuando te conocí como mi Príncipe, no había necesidad de decirme nada, yo era una niña pequeña y tú, un muchacho que apareció y desapareció literalmente de la nada.
Cuando nos hicimos amigos, tú no tenías ni idea que yo era aquella niña que quizá ni recuerdes, y yo no sabía quién eras tú.
Desde ese entonces fuiste solamente Albert ¡mi amigo! Un amigo que siempre supe, era incondicional conmigo, a pesar de la distancia, de la diferencia de edades y de cualquier cosa.
Y así era como querías que te viera: como mi amigo. Sin poses, sin apellidos, sin todas esas cosas que, ya sabes bien porque me conoces, seguramente me habrían alejado de ti.
Es por eso que no me costó nada tenerte a mi lado cuando perdiste la memoria, pero incluso ahí, creo que llegó un momento en que ya sabías toda la verdad, y me lo seguiste ocultando. ¡Qué coraje! De verdad, Albert Andrew ¡Qué coraje me haces tener!
No fue justo ¿sabes? No fue justo tener que enterarme de todo así, de sopetón; solo porque necesitaba al Bisabuelo William para que no me obligaran a casarme con Neil.
Yo te necesitaba, de cualquier manera, como príncipe, como amigo, como bisabuelo; te necesitaba a ti… a ti nada más.
Pero te ibas, desaparecías, simplemente dejabas todo y te mandabas a cambiar sin decir “agua va”, y yo me quedaba sola de nuevo. Ahora lo has hecho de nuevo, te has vuelto a ir y a dejarme sola, sin decirme nada, sin preguntarme nada. ¿De qué huyes, Albert? ¿De mí? No por favor; dime que no.
¡Ayyyy qué coraje! Pero hace un rato te decía que creo comprender por qué lo hiciste, porqué mentiste. Porqué siempre lo ocultaste todo: tú querías que solamente te viera a ti.
Que no viera el apellido, ni el abolengo… que te viera solamente a ti.
Pero ¿sabes Albert? Para eso no era necesario ocultar nada; porque yo siempre he hecho eso justamente.
Cuando conocí a Anthony, Stear y Archie, nunca me puse a pensar si eran los herederos de la familia Andrew, para mi eran mis amigos y nada más.
Cuando me enamoré de Anthony, y después, de Terry; jamás me puse a pensar en lo que podía implicar estar con personas con un origen como el de ellos.
Porque yo no me enamoré de su procedencia. Me enamoré de ellos.
Los amaba a ellos por ser… ¡Ellos! Y nada más.
Contigo me ha pasado igual.
No, no has leído mal.
Y no, no estoy reprochándote nada, porque así como tú me has mentido y ocultado cosas en el pasado, debo confesar, con mucha pena, que yo también te he mentido y te he ocultado cosas.
Cosas que nunca pensé que me sucederían otra vez ¡pero han sucedido! Y la verdad no sé qué hacer con ellas.
He platicado con Patty y Annie al respecto, sincerándome lo más posible, sin temor a ser juzgada, porque sé que, si aparte de ti, hay dos personas en el mundo con quienes puedo ser yo misma, esas son Annie y Patty.
Así que he abierto mi corazón, como una rosa en primavera para con ellas, confesándoles toda mi verdad.
Les he confesado mis temores, más que nada por nuestra condición de familia política; ya sabes, la hija adoptiva y todo eso… pero han sido tan francas y me han dicho lo que yo simplemente ya sabía, solo que me daba miedo admitir.
No me interesa si soy tu “hija adoptiva”; o tu “protegée” o como sea que se diga, no puedo seguir callando lo que llevo por dentro.
Porque ya lo callé antes, y la desgracia me lo arrebató todo; la mala suerte parece perseguirme, queriéndome condenar a estar sola para siempre. Pero no me conformo.
¡No quiero! Si ese es mi destino, quiero vencerlo ¡Tengo que vencerlo!
No quiero que este corazón, se vuelva a quedar lleno de un amor que terminará convirtiéndose el dolor y sufrimiento, condenándome a la soledad…
Yo sé que entre tú y yo hay algo más que una amistad; lo sé, lo he visto, lo siento.
Y sé que la razón por la cual te has ido esta vez, es justamente ese sentimiento que ha crecido sin que lo puedas controlar, y que crees que está mal, que es incorrecto, que es insano.
Lo sé, porque yo he tenido los mismos miedos, y tampoco he sabido lograr controlarlo y ya es inevitable que siga haciéndome la tonta al respecto.
Me tienes sumamente enojada, porque alejarte, marcharte, es exactamente lo único que no has debido hacer; sino quedarte, enfrentarme. Hablar conmigo de esto que te pasa ¡Que nos pasa a los dos!
Fui estúpida al callar, y esa estupidez mía es probablemente la que hizo que decidieras irte pero ¡vamos Albert! ¿Es tan difícil dar el primer paso? Un hombre como tú, apuesto, maduro, de mundo… Tenía que hacerlo yo ¿verdad?
Está bien, está todo bien; sin resentimientos.
Ahora que lo pienso, talvez marcharte ha sido la mejor idea que has tenido. Lo más probable es que de quedarte yo jamás hubiese hecho esto.
He tenido que sentirte lejos de mí, que me hagas falta como el aire para respirar ¡extrañarte como una miserable loca! Para darme cuenta de que no puedo perder de nuevo, no puedo dejar ir de nuevo el amor, no puedo dejar perderlo… no puedo perderte, Albert; a ti no.
Cuando leas esta carta, lo más seguro es que seguiré aquí mismo, sentada en el mismo lugar donde la he escrito; esperándote.
Así que, si no estoy equivocada, si no es una más de mis fantasías. Si no es que me he vuelto absolutamente loca (lo cual de raro tendría muy poco) y tengo razón, y me amas como yo te amo a ti; ven, mi querido Albert.
¡Ven! Vuelve a casa lo más pronto que puedas y dímelo. Dímelo con tu propia boca, has que deje de fantasear, que deje de imaginármelo. Detén esta rueda de fantasías locas que me invento todos los días y hazlo realidad con tus propias palabras.
Te espero con ansiedad.
Tuya, Candy.
Albert Andrew, sentado en el balcón de su habitación en un hotelito de París, temblaba incontrolablemente mientras aferraba aquella carta con ambas manos.
Sentía los labios resecos, la respiración agitada, no atinaba qué hacer al respecto. Había quedado paralizado.
Volvía a leer la carta desde el inicio, con calma, con pausa; analizando cada palabra a ver si no lo había entendido todo mal. Pero no ¡es que no podía estar más claro!
Candy ¡su Candy! Le estaba confesando su amor en aquella carta… ¿Qué fecha era? ¿Sería día de los inocentes?
¿De quién es esta letra? Se acercaba la carta a los ojos, frunciendo el ceño como si le fallara la vista. George no era hombre de bromas, pero para todo había una primera vez… pero no, no había duda ¡Esa era la letra de Candy!
Candy lo ama… ¡Lo ama! ¿Cuándo se dio cuenta de lo que le pasaba a él?
Alguna vez escuchó a su padre decir que las mujeres le sacaban los escondrijos al mismo diablo ¡Ahora mismo se lo estaba creyendo! Él, el experto en disfraces, el que creía haberlo ocultado todo muy bien siempre; había sido descubierto de la manera más pueril por una traviesa chiquilla atolondrada… No, no la había descubierto ella.
“L'amore e la tosse, non possono essere nascosti”; era algo que le habían dicho de casualidad hace pocos días, poco antes de partir de Nápoles… “El amor y la tos no pueden ocultarse.” ¡Cuánta verdad!
Había sido el amor, simplemente eso. El amor que había nacido en Candy por él, el que había reconocido al que latía dentro suyo.
Simplemente se habían reconocido ¡Qué estúpido había sido al irse!
Cómo era posible, que amándola como la amaba se permitiera perder el tiempo de esa manera ¡Volvería a Norteamérica de inmediato!
- ¡George! – exclamó mientras, aún tembloroso, guardaba la carta en su sobre - ¡¡George!! – no recibió respuesta.
- ¡George! – volvió a exclamar poniéndose de pie violentamente, pero se quedó estático en la puerta del balcón.
Ahí, en medio de su habitación, frente a él tenía una aparición angelical.
Es que, tenía que ser eso, porque no podía ser otra cosa.
Llevaba un sencillo vestido blanco de verano, la pequeña maletita blanca y roja sujetada con ambas manos, y el abrigo rosa colgando a un costado.
- ¡Candy…!
- Lo siento… - balbuceó ella – sé que en la carta dije que te esperaría pero, no pude.
- Candy… - volvió a balbucear él, como hipnotizado, dejando la carta sobre la mesita del balcón.
- No he venido a presionarte ni nada – dijo ella con la mirada suplicante – es solo que, luego de enviar la carta, me dio mucha ansiedad y por un momento pensé que no debía haberlo hecho. Pero ya estaba hecho… así que decidí venir, a ver si llegaba yo antes que ella. Pero cuando llegué a Nápoles me dijeron que te habías ido antes, y que toda la correspondencia la habían enviado a esta dirección. Luego perdí mi tren, y tuve que esperar el siguiente. Entonces supe que jamás llegaría antes que la carta, pero, ya estaba en camino así que… Aquí estoy. ¿Estás enojado?
Albert se acercó a ella, la miró como hipnotizado; todavía no podía creer que ella estuviera ahí, enfrente de él, tan lejos de casa.
Si tenía alguna duda, de que aquella carta podía ser una broma; o de que su presencia fuera alguna aparición, ya no quedaba ninguna.
Le sonrió con dulzura, y sintió como si su pecho estuviera a punto de explotar de tanta felicidad al verla sonreírle a él.
Le tomó el rostro entre las manos, y la besó; como tenía años deseando hacerlo.
Candy, soltó la maleta y el abrigo que cayeron desperdigándose por ahí.
Colocó sus manos tímidamente sobre los brazos de Albert y después, de apegó a él, rodeándole el cuello, recibiendo y respondiendo al beso, con una sonrisa.
Afuera el viento soplaba, llevando algunos pétalos y sus aromas con él.
La carta, que quedó mal puesta en su sobre, poco a poco fue desdoblándose, hasta que una a una sus páginas, se fueron en el viento, jugueteando con los pétalos; envolviéndose con su aroma.
Cada cosa tiene su tiempo y su lugar; y ellas habían cumplido ya su cometido.
Aquellas páginas ya no eran necesarias en aquella habitación, y ciertamente no querían amarillearse guardadas en su sobre, olvidadas en algún cajón… o en algún joyero.
Así que aceptaron la invitación del viento y sus pétalos, a viajar junto con ellos. Quizá llegarían a tierras extrañas, quizá conocerían mundos exóticos.
Quizá en algún lugar, encuentren a algún otro tímido enamorado al cual darle el valor necesario para dar aquel paso, de un simple beso.
FIN.
UNA VEZ CUMPLIDO MI RETO, QUIERO RETAR A ADRIANA G
TIENE HASTA EL DÍA LUNES A LAS 8 PM (HORA DE MÉXICO) PARA TRAERME UN MINIFIC SOBRE GEORGES JONHSON (O VILLIERS, COMO QUIERAN)
TIENE HASTA EL DÍA LUNES A LAS 8 PM (HORA DE MÉXICO) PARA TRAERME UN MINIFIC SOBRE GEORGES JONHSON (O VILLIERS, COMO QUIERAN)
MIS OTROS TRABAJOS EN ESTA GF 2018
(hacer click en cada link)
HASTA EL ULTIMO DE TUS RECUERDOS
LA MUCHACHA DEL CIRCO
LA ULTIMA LECCION (El Monasterryo)
DEATH IS THE NEW PINK (cumpleaños de Gezabel)