SECRETOS
I
—¿Qué estás bordando Annie?
—De hecho, Eliza, es un deshilado
—Sí, sí como sea… ¿Qué haces?
—Unos pañuelos
—Son para el cumpleaños de Archie ¿Verdad?
Dirigí mi mirada a Eliza y pude sentir como me sonrojaba
—¿Saben chicas? A Annie le gusta mucho Archie, desde niños, ella iba cada semana a mi casa, jajajajaja, lo hacía por que ir a la mansión Ardlay sería demasiado descarado, pero ganas no le faltaban ¿Verdad Annie? Me rogabas porque te llevara cada vez donde los Ardlay.
Oigo las risas de Eliza y compañía, mis ojos se ponen vidriosos de vergüenza, aunque lo que dice es mentira, no entiendo por qué le gusta atormentarme, fue un error pedir sentarme junto a ella en vez de junto a Candy. Lo mejor hubiera sido pasar de las dos y ser invisible, como siempre. En la entrada del salón veo a Patty llegar con Candy, quien me mira tristemente, quisiera correr y abrazarla, ser unidas como en el hogar de Ponny, pero no puedo, ¿Cómo la podría mirar a los ojos después de que le dije que olvidara que me conoce?, ¿Cómo rebelarme ante mamá y decirle que Candy es mi hermana y la quiero? Estoy segura de que en el fondo de su corazón Candy me entiende y perdona, pero, aun así, no me siento capaz de acercarme a ella.
Candy pasa a mi lado y me mira de reojo, yo bajo la mirada a pesar de que le deseo los buenos días con todo mi corazón, afortunadamente la hermana Margarette llega y eso hace que Eliza y sus amigas se vayan a sus lugares y dejen de molestarme.
Al terminar las clases voy a mi dormitorio donde sigo con mi labor, Eliza tenía razón, estoy haciendo unos pañuelos para Archie por su próximo cumpleaños. Mientras trabajo el deshilado, pienso en la serie de sucesos que me han traído justo a este punto de mi historia…
Mi nombre verdadero es solo Annie, así sin apellidos porque fui una bebé abandonada justo en la puerta del hogar de Ponny junto con mi hermana del corazón Candy, éramos inseparables, a veces pienso que ambas compartíamos una misma alma, pero en sus opuestos, ella siempre ha sido risueña, rebelde, ruidosa y muy valiente, todo lo contrario a mí que no me gusta llamar la atención bajo ninguna circunstancia, pero ambas siempre compartimos el mismo sueño, tener un papá y una mamá.
Recuerdo con añoranza los días felices en el hogar de Ponny, éramos un nutrido grupo de niños de diversas edades, los inseparables éramos Tom, Candy y yo, al ser de un carácter tan tímido, yo era objeto de burlas y bromas, en ocasiones pesadas, de parte de los otros chicos del hogar, nunca me gustó discutir ni destacar en nada, así que lo único que hacía en respuesta a esas bromas era sentarme y llorar, por suerte, siempre conté con mi defensora Candy, quien era capaz de enfrentarse a todos por cuidarme y salvarme, perdí la cuenta de las veces que ella incluso se lio a golpes por mi causa, y lo comprensiva que era conmigo cuando yo no podía seguirle el paso trepando árboles o saltando cercas, siempre a mi lado como un ángel de la guarda.
Podría pensarse que más bien yo era una carga para ella, pero lo cierto es que nos complementábamos como el día y la noche. al ser yo de una personalidad más tranquila que ella podía conseguir fácilmente que la señorita Ponny y la hermana María le perdonaran sus fechorías, recuerdo que cada que iban a castigar a Candy, por no cumplir con sus tareas o meterse en problemas con los otros niños del hogar, yo en medio de lágrimas sinceras, intercedía por ella para que no la castigaran y las veces que la falta era tan grave (como la vez que se comió toda la reserva de galletas de la cocina) y la dejaban sin postre, yo cuidadosamente guardaba mi porción de fruta, pan o golosinas para después, en secreto, compartirlo con ella, no podía soportar que la sancionaran o la regañaran.
Recuerdo como si hubiera sido ayer todas las aventuras que tuvimos; como al ser menos distraída y juguetona que ella, acababa mis deberes más rápidamente y corría donde Candy para ayudarle a terminar pronto sus labores y después poder jugar juntas, correr en la colina de Ponny hacia el padre árbol y contarle nuestros sueños y secretos, ahora que lo pienso, esos fueron días realmente felices, quizá carecíamos de mucha cosas materiales de las cuales gozo ahora, pero no importaba el qué dirán, nadie juzgaba al otro por su origen, éramos solo niños viviendo felices rodeados del amor de nuestras maestras.
Me levanto para cerrar la ventana ya que se cuela el frío proveniente del bosque circundante y las hermanas no tardan en hacer su ronda, al acercarme a la ventana veo una silueta de rubia y esponjada cabellera alejarse corriendo en dirección al bosque, esa silueta inconfundible es Candy, me pregunto que la impulsará a correr de esa manera y hacia donde se dirigirá, debe tener una muy buena razón, la gente piensa que a ella no le gusta cumplir reglas y que tiene problemas con las figuras de autoridad, pero la realidad es que a ella le importa más la gente que la rodea y por ayudar es capaz de todo, incluso de quebrantar las reglas y los convencionalismos sociales, solo espero no tarde en regresar y mientras estaré atenta por si alguna religiosa se acerca a los dormitorios o si están a punto de descubrirle, es mi manera de ayudarla aunque ella no lo sepa; me pregunto si guardara algún sentimiento hacia mí y si recordará al igual que yo los tiempos pasados en el hogar de Ponny.
Apago la luz de mi habitación, pero me acerco a la ventana, la luna brilla en todo su esplendor e ilumina mi habitación ligeramente, aun así enciendo una vela y me dispongo a leer un libro junto a la ventana, gracias a mi buena conducta y a que las monjas saben lo miedosa que soy, sé que no vendrán a investigar el porqué de la luz encendida en mis aposentos, lo cual me permitirá estar alerta ante lo que pudiera pasar con Candy.
Paso las páginas del libro y a mi mente viene muchos recuerdos de esa lejana y feliz niñez. puedo ver en mi mente como si acabara de pasar, la última mañana de navidad que disfrutamos juntas, teníamos cinco años, por más que intentábamos permanecer en vela pellizcándonos una a la otra, el sueño nos venció y despertamos abrazadas como tantas otras veces, nos espabiló el dulce olor de los famosos panecillos de navidad de la señorita Ponny, nos lavamos muy bien la cara y las manos aunque el agua estaba helada y nos vestimos con la rapidez que nuestras pequeñas manos nos permitieron, corrimos ilusionadas al árbol de Navidad y ahí estaban los regalos para los niños del hogar, Santa Claus no nos había olvidado, y esos regalos eran la mayor prueba de que éramos unos buenos niños, lo cual significaba que además de recibir un regalo, seguía latente la posibilidad de que alguien nos adoptara ya que incluso Santa Claus confirmaba que éramos dignos de tener una familia como todos los demás, esa navidad el regalo fueron unas muñecos de trapo para todos, conejitas para las niñas y ositos para los chicos, como recuerdo mi conejita, era suave y olía a mermelada de manzana tal y como olía la hermana María.
Poco después de ese día adoptaron a Tom, el señor Stevens se lo llevó a su rancho y a pesar de que él siempre me molestaba y se divertía haciéndome bromas lo extrañé tanto y también lo envidié, ahora él disfrutaba de un papá y eso era algo que yo deseaba tanto, tener un papá y una mamá que me arroparan en las noches , que me cuidaran y me dieran muchos regalos, rememoro las veces que le dije a Candy lo genial que sería cuando nos adoptaran nuestras nuevas familias, seguiríamos siendo amigas y nos visitaríamos a menudo, en mi ignorancia y ya que todo lo habíamos experimentado juntas, pensaba que nos adoptarían al mismo tiempo: Mi ilusión siempre fue tener una familia pero nunca se me ocurrió el enorme precio que pagaría por ello, precio que sigo pagando y que hace que cada día mi corazón duela un poco.
Un sonido me saca de mis pensamientos, pongo atento el oído y es solo una lechuza, pero eso sirve para ahuyentar mi letargo, me acerco a la ventana con sigilo y aguzo la vista, en la esquina de mi campo de visión distingo un punto dorado que se acerca cada vez más, es Candy, no sé cuánto tiempo habrá pasado, pero la observo atenta rogando a Dios que el tramo que falta de camino hasta su habitación lo recorra sin contratiempos.
Me dispongo a meterme a la cama cuándo otro ruido me sobresalta, son pasos en el pasillo, seguramente la ronda final de las hermanas, corro a la ventana pero Candy no se ve en el bosque mi corazón late a mil por hora, si la descubren será un gran problema así que sin pensarlo me dirijo a la puerta de mi habitación y justo cuando los pasos se acercan más, la abro llamando la atención de las religiosas, son la hermana Kraise y la hermana Margarette, al tener su atención sujeto mi estómago mientras sendas lágrimas corren por mis mejillas, son de nervios y temor pero las hermanas piensan que son de dolor, me preguntan dónde me duele o que me pasa, pero el miedo me paraliza y solo atino a verlas a través de mis ojos llorosos, la hermana Kraise decide que ella me llevara a la enfermería mientras sor Margarette sigue sola la ronda. Mientras caminamos a la enfermería solo pensó en Candy y deseo con todas mis fuerzas que mi distracción haya servido para que ella pudiera llegar a su recámara.
En vista de que no dejo de llorar ni sujetar mi estómago, pero que mi voz no sale para indicar donde me duele o que me sucede, la hermana me da un purgante, que sabe amargo y siento que me quema las entrañas, yo lo veo como una penitencia para expiar mis culpas y mientras lo trago, ofrezco este pequeño sacrificio por Candy y nuestra pasada amistad.
Continuará…
Última edición por dulce3852 el Vie Abr 16, 2021 11:10 pm, editado 1 vez