Capítulo 1
Miro sin ver el papel frente a mí, sentado frente a mi escritorio en el teatro mientras espero que me llamen para el ensayo de esta tarde imagino mil y una formas de escribirte, me digo a mi mismo para darme ánimo que quizás mi carta no a llegado a tus manos.
El miedo paraliza mi pluma al imaginar que mis escuetas palabras han llegado demasiado tarde. Tiemblo al pensar lo que pueda significar tu silencio, una voz pequeña me dice que no han pasado aún dos semanas desde que me decidí a enviarla y que estoy siendo irracional pero no puedo evitar que mis miedos me dominen.
Decidido a enviarte una segunda misiva llevo horas sin saber qué decir, no quiero atosigarte, pero necesito una respuesta y aún así mi hoja sigue en blanco, no puedo recurrir siquiera a la voz de mis libros para poner en palabras lo que no puedo decir con las mías.
Con manos temblorosas busco mi diario, mudo testigo de mis sentimientos turbulentos, de mis silenciosas lágrimas, de mis palabras sin voz, de mi grito silencioso. Intento buscar entre sus páginas palabras que pueda plasmar en esa hoja en blanco, pero tal como me pasó la vez primera, las letras de mi diario no pueden ser puestas en una carta. Te asustaría con la violencia de mis noches oscuras, con la desesperación de mis sueños hechos trizas, con el dolor de mi corazón solitario, con las febriles fantasías que el recuerdo de tus ojos y tus dulces labios recrean en mi mente.
Tu imagen brilla en mis recuerdos, tu cálida sonrisa, tus chispeantes ojos verdes, las pecas bailarinas de tu rostro, tu figura de niña convirtiéndose en mujer. Me recreo en el recuerdo de nuestros días en el colegio, en el zoológico, en Escocia, en nuestra colina; en ese entonces cómo podría imaginar que las risas se terminarían, que mi corazón no se aceleraría con la perspectiva de volver a verte al día siguiente.
La vida fue generosa conmigo al volver a verte, aunque sólo fuera de lejos con la carrera del tren alejándome de ti, cómo quisiera decirte sin tapujos la feroz alegría que sentí al saberte en América, tan cerca, tan cerca de mí que las cartas que intercambiamos se me hacían insuficientes.
Ojalá hubiera podido abrazarte como quería cuando te recogí en la estación, abrirte mi corazón y revelarte mis miedos. Qué tonto fui al no querer que nada quitara mi concentración de la actuación que quería dedicarte, porque si Candy, yo sólo quería actuar para ti en ese estreno, quería que te sintieras orgullosa de mí, de mis logros a tan corta edad, no quería que la sombra del accidente ensombreciera esa noche en la que te pediría que te quedaras conmigo para siempre.
Tenía miedo, tengo que reconocerlo, miedo a tu reacción, a que creyeras lo que se decía a media voz en el teatro, que entre ella y yo había algo más que una relación profesional y que por eso me salvó.
Nada podía estar más lejos de la realidad, mis pensamientos sólo estaban en mi trabajo y en lo que significaría para mí, para nosotros la consolidación de mi carrera. Su molesta presencia me irritaba, buscaba la menor oportunidad para invadir mi soledad y mis pensamientos en incluso se atrevió a robar tus cartas, que estúpido, debí poner un alto y hablar con Robert cuando se atrevió a interferir en nuestra correspondencia esa primera vez, cómo iba yo a saber que no fue sólo una vez, sólo ahora tantos años después, cuando tengo en mi poder por fin las cartas que se atrevió a robar soy consciente del alcance de su obsesión.
He atesorado tu recuerdo en la soledad de mis noches, me he recriminado de mil formas él no haber encontrado una solución que me permitiera aferrarme a tu cintura esa fría noche de invierno. El recuerdo de tu cuerpo tembloroso, del susurro de tu voz pidiéndome que yo también sea feliz, aún hoy me desgarra el corazón.
Sé que tus sentimientos por mí eran tan intensos como los míos, recuerdo tu brillante sonrisa, tus ojos llenos de ilusiones cuando por fin pude tenerte frente a mí. Oh Candy, no puedes imaginarte lo mucho que quería abrazarte y decirte lo mucho que te amo, porque si, mi amor por ti no ha disminuido ni un poco, es quizás más intenso con el paso de los años en los que te he soñado y añorado en silencio.
Vi en tu mirada en esos instantes en los que nos quedamos en silencio que querías preguntarme qué iba mal, pero te limitabas a sonreírme y apartabas las sombras de mi alma. Siempre me ha sorprendido lo intuitiva que eres conmigo, recuerdo las muchas veces que, en el colegio, aunque no comprendías del todo mi comportamiento o mis a veces actitudes hostiles, te las arreglabas para sacar a flote mis demonios y mis temores y hacer brillar la luz para mí. Ojalá hubiera sido así también cuando viniste a Nueva York, sé que es una forma egoísta de pensar, pero he pensado tanto en ese día, en cómo debí hacer las cosas de manera diferente, pienso en que juntos habríamos encontrado otra solución a ésta dolorosa e injusta separación, pero quizás aún con nuestros mejores deseos el resultado habría sido el mismo.
Fui honesto con ella en cuanto a mis sentimientos, no quería herirla más de lo que ya lo estaba tras el accidente, pero tenía que ser sincero. Hubiera preferido arrancarme el corazón a herirte y cuando esa noche te dejé ir con el corazón destrozado, fue más de lo que pude soportar. Me hundí Candy, herirte cuando me había prometido a mí mismo cuidar de ti por el resto de mis días me sumió en el más profundo infierno, renunciar a tu corazón, a tu calidez, a tu amor me llevó al abismo, un abismo en el que caí cada vez más y más, hasta ese día, ese día en el que tu recuerdo apareció frente a mí como un espejismo, tus hermosos ojos llenos de lágrimas, la expresión llena de dolor y pena de tu rostro aún me persigue.
No quería ser indigno ante tus ojos, me sacudiste, una vez más arrasaste mi mundo, una vez más fuiste mi faro como aquella noche de niebla en el barco, vi tus ojos brillar de admiración y quiero creer que también brillaban llenos de amor cuando ese horrible teatro ambulante quedó en silencio. No te imaginas las veces que soñé antes del estreno que me mirabas de esa forma, cerré un momento los ojos, soló fue un momento y volví a perderte.
¿Soy egoísta al creer que fueron tus oraciones por mí las que evocaron tu imagen para sacarme de ese infierno? ¿Fui acaso digno, aún después de herirte tanto de que te preocuparas tanto por mí que Dios me concedió ver el alcance de tu amor para ayudarme a levantarme? ¿Dime Candy, soy un sínico petulante, al creer que me merezco tu amor, un amor así de puro, que es capaz de atravesar tiempo y espacio para alcanzarme en la oscuridad y traerme de nuevo a la luz?
¿Es que acaso debemos ser infalibles para amar y ser dignos de ser amados?
Me he hecho esa pregunta cada vez que he pensado que no merezco que me ames.
¿Soy acaso digno de tener tu corazón y tu amor aún después de dejarte ir y cargar con la angustia de estarte abandonando cuando más me necesitabas? ¿Es acaso posible después de todos estos años que aún pueda tener esperanza de tener la dicha de compartir mi vida contigo?
He vivido sin vivir estos años sin ti, me he perdido y reencontrado conmigo mismo y mis sueños sólo en el teatro, cuando puedo ser quien yo quiera, cuando atrapado por los personajes que interpreto podía huir de la cárcel de mis días, sé, sé que soy artificie de mis decisiones y errores, cada día en medio de las recriminaciones silenciosas de Susanna y los nada sutiles comentarios insidiosos de su madre sólo tu recuerdo y la fuerza de tu confianza en mí, esa confianza que depositaste en mí esa terrible noche y que después volviste a darme cuando tu imagen me sacó del sopor causado por el dolor de perderte me mantuvieron centrado en la deuda de honor con la que estaba cumpliendo.
Hoy por fin, después de haber pasado año y medio de su partida, puedo decir sin recriminarme que me siento liberado, jamás ni en mis más oscuras noches desee ese final para ella, aún cuando ese sacrificio que no pedí me ataba con grilletes irrompibles, jamás se cruzó por mi mente que estaría mejor si ella hubiera muerto. He de confesar sin embargo que muchas veces en medio de la noche despertaba tembloroso y horrorizado, por vislumbrar en medio de las sombras de mis pesadillas con feroz satisfacción ese final.
Ambos pagamos un precio demasiado alto por una obsesión confundida con amor, no puedes amar a quién no conoces, eso, eso es capricho ahora lo sé.
Pero el precio que tú tuviste que pagar es el que me duele en el alma, y es por eso, por la terrible herida y el injusto dolor que te causé que tardé tanto en escribirte.
Cómo puedo mirarte a la cara y pedirte, suplicarte si es necesario que vuelvas a mí. He temblado escribiendo esa escueta carta, sabiendo que, aunque escasa en palabras y elocuencia, vertía mi alma y corazón de la única forma en la que podía, confiando y esperando en que comprenderías como siempre en esas pequeñas líneas que te sigo amando con todo el corazón.
He de ser paciente, aunque no quiera y vaya contra mi naturaleza impulsiva y apasionada, aunque la impaciencia por saber de ti me carcoma por dentro. He imaginado mil escenarios a tu respuesta y aunque me parta en pedazos el pensar que pueda recibir una carta tuya donde me dices que es demasiado tarde, no te miento al decirte que lo que más anhelo es saber que seas feliz.
Nadie se merece ser feliz más que tú, mereces ser recompensada con muchas risas y alegría, con amor y felicidad. Has sido luz para tantos de nosotros mortales indignos, que le pido al cielo que te conceda cada sueño y deseo de tu corazón. ¿Te sorprende? Yo mismo me he sorprendido cuando me hallé por primera vez rogándole a Dios por ti.
Mi dulce y pecosa Candy, me encontraba aquí, paralizado sin saber que decir, y he escrito más de lo que imaginé. Por supuesto sé, que quizás, nunca recibirás está extensa mirada a mis pensamientos y sentimientos, pero se ha aligerado en algo mi impaciencia y el peso en mi corazón.
La voz de Max, uno de los asistentes de Robert avisando que en quince minutos iniciaremos el ensayo detiene mi mano de seguir escribiendo, sorprendido veo que he llenado algunas páginas. Irritado ante el suave e insistente toque de la puerta me levanto poniendo a buen recaudo dentro de mi diario las páginas para decirle a quien sea que esté afuera que ya escuché el mensaje.
Molesto oigo la voz de Karen susurrar a alguien mientras vuelve a tocar la puerta, cómo le gusta tocarme las narices a esta mujer pienso abriendo la puerta de golpe
Deja de fastidiar Karen – digo nada amable y me quedo paralizado al ver a la nerviosa y elegante mujer parada frente a mí.
Continuará….
Les traigo mi primer aporte para la Guerra Florida luego de tres semanas agotadoras de trabajo
La imagen arriba contiene un extracto del poema de Mario Benedetti "Espero"
Y así como él espero le guste la historia
Un abrazo y gracias por leer