DE LA FANTASÍA A LA REALIDAD
Si alguien se lo preguntara en este momento, Archie mismo no sabría qué responder; porque lo cierto era que ni él mismo se había dado cuenta en qué momento todo cambió.
Ahora mismo estaba ahí, recostado admirando la belleza desnuda de su esposa acurrucada a su lado; arrobándose con la belleza de su faz, en la cual el maquillaje corrido no hace mella; al contrario, la vuelve aún más deseable a sus ojos, porque él sabe que fue el culpable de que se corriera así… hablamos del maquillaje, desde luego.
Ante tales pensamientos pícaros, no puede evitar sonreír, y también ante la naturalidad comi se fueron dando las cosas.
Tiene que haber sido después del colegio, sin duda alguna. Eso sí puede decirlo con certeza, pues recordaba vívidamente que, su último episodio masturbatorio a intramuros del San Pablo, tuvo todavía a un rostro pecoso y unos ojos verdes como protagonistas de la fantasía prohibida que animara a su miembro.
Y no; no es que él llevara un registro de las veces que se masturbara, pero la férrea educación a la que le habían sometido, lo orillaba a preferir una ducha fría antes que la pecaminosa autosatisfacción.
Pero, a veces, ni la ducha fría servía para aplacar sus ímpetus, y se dejaba caer en el vergonzoso acto, que no era otra cosa que un hecho normal en su naturaleza adolescente.
Aún así, su pudor persistía, y eran en verdad tan pocas las veces que se lo permitía, que tranquilamente habría podido llevar la cuenta.
Por eso sabía que, antes de salir del colegio, sus sentimientos y deseos aún los ocupaba Candy.
Y cuando en aras del deseo, se derramada sobre ella, o dentro de ella, en cada una de sus fantasías; después lo machacaba la vergüenza y la culpa ante el recuerdo de su primo, por permitirse tan sucios pensamientos con la chica que él había querido.
Aún así, no podía evitarlo; y los pocos minutos que duraba el placer, Archie sentía tocar el cielo, imaginando que tocaba sus pechos.
Pero le ocurrió un buen día, que el inminente orgasmo autoprovocado, se cortó de tajo; cuando evocando en su fantasía la humedad de la boca de Candy envolviendo su falo, bajó la mirada buscando los ojos verdes, en cambio unas dulces pupilas azules brillaron en su mente y una larga melena oscura acariciaba sus muslos, mientras sentía la ardiente lengua de Annie acariciar su glande, con destreza.
Archie despertó de su ensoñación como si lo hubieran cacheteado, teniendo que obligarse a reprimir un fuerte gemido, ya no de placer, al sentir como la eyaculación que ya venía, se retraía dolorosamente ante tamaña sorpresa.
Luego de ese epispdio, durante días Archie no pudo mirar a los ojos a la joven, sin recordar que, en su última fantasía, esos mismos ojos lo miraban desde en medio de sus muslos.
La próxima vez que se permitió la práctica, la llevó a cabo boca abajo sobre su cama, abrazando una almohada.
En su fantasía, y sin que se diera cuenta siquiera; una a una las pecas del cuerpo sobre el que embestía, fueron desapareciendo, dando paso a una piel inmaculada, sedosa y rosada.
Cuando abrió los ojos, vio el rostro de Annie, rubicundo y enrojecido, con los labios hinchados de deseo, suplicándole sonriente que la penetrara con más fuerza. Y lo hizo.
Esta vez no iba a permiti que la sorpresa le aguara el delicioso desenlace, y se entregó a la nueva protagonista de sus fantasías, mordiendo la almohada para ahogar el placentero grito que se escapaba de su pecho, al mismo tiempo que manchaba las sábanas con su simiente. Entendiendo que por fin podía dejar de sentir culpa con el recuerdo de su primo, pues ya no era Candy el objeto de sus deseos.
Desde entonces, lo poseyó cierta locura.
Si antes había sentido el aguijón de los celos por el desinterés de Candy; ahora sentía fuego en el pecho cuando imaginaba siquiera a Annie, sonriéndole a alguien más.
Tenía que verla, todos los días; sentirla cerca, aspirar su aroma que lo acompañaba hasta en sueños.
Pero al mismo tiempo, su presencia se volvía una tortura, pues cada roce de su mano, lo obligaba a cambiar de posición, buscando ocultar así alguna erección incipiente.
Pensaba en ella todo el día, buscaba su compañía para luego, sufrirla, sabiendo que no podía hacer nada más que tomar su mano. Anhelaba sus besos y se maldecía por obligarse a ser tan prudente y educado, pues tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para mantener su posición de caballero, y no mancillar de ninguna manera su condición de señorita; ya que en sus fantasias, sus manos no se conformaban con tomar las de ella, sino que se divertían apretando sus senos, y más de una vez estuvo a punto de hacerlo en medio de algún beso.
Se olvidó de la férrea educación y el temor al infierno, entregándose a las fantasías donde, en diversas situaciones -y posiciones- Annie era la absoluta ninfa que le rogaba, la poseyera como él quisiera.
Los cambios de la moda le dieron nuevas oportunidades de conocer el torneado de sus piernas, la blancura de su pecho, la perfección de su espalda a través de un escote.
La forma libre de au cintura que, ya sin el anticuado corsé, él podía acariciar cada vez que la guiaba en el baile.
Su aroma lo enajenaba y sus labios se volvieron su vicio.
Soñaba con ella, y despertaba en media madrugada, bañado en sudor y completamente erecto. Ya no sabía qué hacer consigo mismo.
Afortunadamente, Annie se sentía tan feliz por toda su atención, que jamás le negó un beso, ni llegó a sospechar lo que provocaba en él.
Alguna vez, buscando un balcón a media luz, alejado de la algarabía de un baile para podee besarla a su antojo, su boca siguió camino por el cuello hasta sus hombros desnudos, donde pareció volverse hambriento sin darae cuenta de las reacciones de la joven.
Ella, que también tenía sangre en las venas, la cual estaba aprendiendo a correr con fuerza ante las acciones de Archie; en lugar de llamar a la decencia, lo apretaba más a su cuerpo, entregándose a las nuevas sensaciones que él le despertaba; siendo inevitable que sintiera la erección que ella le provocaba.
Fue ella quien cayó en cuenta de lo que sucedía, y al sentir aquel ser despierto y duro golpeando en su vientre, se retiró, con las mejillas encendidas y el pecho agitado dándole la espalda.
Archie bien habría podido morirse en ese momento, el pobre hombre tartamudeaba deshaciéndose en disculpas mientras sentía que su corazón, tremendamente acelerado, se detendría en cualquier momento.
De espaldas a él, todavía resollando por la agitación, Annie no le contestaba. No atendía a sus súplicas. Ni siquiera quería mirarlo.
¡Idiota! ¿Y ahora qué iba a hacer?
Ella se había vuelto la diosa de sus fantasías, la dueña de su pensamiento.
¡Es que ahora se daba cuenta de que estaba viviendo por y para ella! ¿¡Cómo tan idiota de echarlo a perder todo así!?
Quizá era mejor marcharse. Sí, irse a su casa y… no sé ¡pegarse un tiro será, por imbécil!
Pero justo en ese instante, Annie se arrojó violentamente a sus brazos, invadiendo la boca de Archie con su lengua, en un beso más desesperado que apasionado.
Él solo atinó a apretarla fuertemente a su cuerpo ya sin esconder lo que sucedía dentro de sus pantalones.
La chalina de seda con la que ella protegía su escote, rodó por el suelo; y fue ella misma quien guió una de las manos del hombre, hasta sus senos…
Si la cosa no pasó a mayores, fue porque los meseros descocharon ruidosamente las champañas ¡y gracias a D-s! porque ahí mismo y en cualquier momento… la fiesta bien podría haber terminado en desgracia.
En ese momento, Archie supo que debían casarse. Ya, en seguida.
Todavía no había sucedido daño alguno que reparar, pero ¿para qué buscar lo que no se les había perdido?
Si ya estaba visto que todo era ganar-ganar y la decisión complacía a ambos.
No solo porque su cuerpo ya no aguantaba guardarse una erección más, y porque ya no era un niñito para estarse “ajusticiando” por mano propia.
Tampoco porque ya fuera claro que Annie necesitaba rascar la misma comezón; sino porque, honestamente, él ya no podía vivir sin ella.
Se había dado cuenta en esos escasos segundos en que sintió perderla a causa de una imprudencia…
¿Cómo fue que todo terminó así?
Él mismo no lo sabe.
No sabe cómo hizo Annie, con su dulzura y su delicada sensualidad, para metersele poco a poco en la piel; pero ahí, teniéndola dormida, desnuda, entre sus brazos, Archie entendía que las cosas que tienen que ser, suceden de forma natural; como pasa la noche a ser día, sin que uno lo note siquiera, y sin que nadie haga nada para orillarlo.
Archie pegó el rostro al cuello de Annie, su aroma lo tenía loco y esperaba él, que así fuera toda la vida.
Horas antes, esperándola ante el altar, él había elevado los ojos al cielo, agradeciendo que ella no eligiera uno de esos vestidos de mangas largas y cuello alto con 50 botoncitos minúsculos.
Ya la veía llegar, con un precioso escote “palabra de honor”, que fue casi tan fácil de retirar como un calcetín.
Comenzó a besar su cuello y sus hombros mientras una de sus manos la volteaba hacia él, y la otra la recorría de los pechos hasta las nalgas.
Cuando su mano se perdió entre los muslos de la joven; con un suave gemido ella abrió lo ojos, y los brazos, y las piernas; recibiendo con una sonrisa a su hombre que apenas le susurró un “buenos días” en la oreja, mientras la penetraba firmemente; teniendo una vez más la feliz certeza, de que ninguna fantasía, se parecería jamás a la realidad.
(No saben lo difícil que es intentar escribir una historia, desde un celular )
Gracias por leer...
Ahora mismo estaba ahí, recostado admirando la belleza desnuda de su esposa acurrucada a su lado; arrobándose con la belleza de su faz, en la cual el maquillaje corrido no hace mella; al contrario, la vuelve aún más deseable a sus ojos, porque él sabe que fue el culpable de que se corriera así… hablamos del maquillaje, desde luego.
Ante tales pensamientos pícaros, no puede evitar sonreír, y también ante la naturalidad comi se fueron dando las cosas.
Tiene que haber sido después del colegio, sin duda alguna. Eso sí puede decirlo con certeza, pues recordaba vívidamente que, su último episodio masturbatorio a intramuros del San Pablo, tuvo todavía a un rostro pecoso y unos ojos verdes como protagonistas de la fantasía prohibida que animara a su miembro.
Y no; no es que él llevara un registro de las veces que se masturbara, pero la férrea educación a la que le habían sometido, lo orillaba a preferir una ducha fría antes que la pecaminosa autosatisfacción.
Pero, a veces, ni la ducha fría servía para aplacar sus ímpetus, y se dejaba caer en el vergonzoso acto, que no era otra cosa que un hecho normal en su naturaleza adolescente.
Aún así, su pudor persistía, y eran en verdad tan pocas las veces que se lo permitía, que tranquilamente habría podido llevar la cuenta.
Por eso sabía que, antes de salir del colegio, sus sentimientos y deseos aún los ocupaba Candy.
Y cuando en aras del deseo, se derramada sobre ella, o dentro de ella, en cada una de sus fantasías; después lo machacaba la vergüenza y la culpa ante el recuerdo de su primo, por permitirse tan sucios pensamientos con la chica que él había querido.
Aún así, no podía evitarlo; y los pocos minutos que duraba el placer, Archie sentía tocar el cielo, imaginando que tocaba sus pechos.
Pero le ocurrió un buen día, que el inminente orgasmo autoprovocado, se cortó de tajo; cuando evocando en su fantasía la humedad de la boca de Candy envolviendo su falo, bajó la mirada buscando los ojos verdes, en cambio unas dulces pupilas azules brillaron en su mente y una larga melena oscura acariciaba sus muslos, mientras sentía la ardiente lengua de Annie acariciar su glande, con destreza.
Archie despertó de su ensoñación como si lo hubieran cacheteado, teniendo que obligarse a reprimir un fuerte gemido, ya no de placer, al sentir como la eyaculación que ya venía, se retraía dolorosamente ante tamaña sorpresa.
Luego de ese epispdio, durante días Archie no pudo mirar a los ojos a la joven, sin recordar que, en su última fantasía, esos mismos ojos lo miraban desde en medio de sus muslos.
La próxima vez que se permitió la práctica, la llevó a cabo boca abajo sobre su cama, abrazando una almohada.
En su fantasía, y sin que se diera cuenta siquiera; una a una las pecas del cuerpo sobre el que embestía, fueron desapareciendo, dando paso a una piel inmaculada, sedosa y rosada.
Cuando abrió los ojos, vio el rostro de Annie, rubicundo y enrojecido, con los labios hinchados de deseo, suplicándole sonriente que la penetrara con más fuerza. Y lo hizo.
Esta vez no iba a permiti que la sorpresa le aguara el delicioso desenlace, y se entregó a la nueva protagonista de sus fantasías, mordiendo la almohada para ahogar el placentero grito que se escapaba de su pecho, al mismo tiempo que manchaba las sábanas con su simiente. Entendiendo que por fin podía dejar de sentir culpa con el recuerdo de su primo, pues ya no era Candy el objeto de sus deseos.
Desde entonces, lo poseyó cierta locura.
Si antes había sentido el aguijón de los celos por el desinterés de Candy; ahora sentía fuego en el pecho cuando imaginaba siquiera a Annie, sonriéndole a alguien más.
Tenía que verla, todos los días; sentirla cerca, aspirar su aroma que lo acompañaba hasta en sueños.
Pero al mismo tiempo, su presencia se volvía una tortura, pues cada roce de su mano, lo obligaba a cambiar de posición, buscando ocultar así alguna erección incipiente.
Pensaba en ella todo el día, buscaba su compañía para luego, sufrirla, sabiendo que no podía hacer nada más que tomar su mano. Anhelaba sus besos y se maldecía por obligarse a ser tan prudente y educado, pues tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para mantener su posición de caballero, y no mancillar de ninguna manera su condición de señorita; ya que en sus fantasias, sus manos no se conformaban con tomar las de ella, sino que se divertían apretando sus senos, y más de una vez estuvo a punto de hacerlo en medio de algún beso.
Se olvidó de la férrea educación y el temor al infierno, entregándose a las fantasías donde, en diversas situaciones -y posiciones- Annie era la absoluta ninfa que le rogaba, la poseyera como él quisiera.
Los cambios de la moda le dieron nuevas oportunidades de conocer el torneado de sus piernas, la blancura de su pecho, la perfección de su espalda a través de un escote.
La forma libre de au cintura que, ya sin el anticuado corsé, él podía acariciar cada vez que la guiaba en el baile.
Su aroma lo enajenaba y sus labios se volvieron su vicio.
Soñaba con ella, y despertaba en media madrugada, bañado en sudor y completamente erecto. Ya no sabía qué hacer consigo mismo.
Afortunadamente, Annie se sentía tan feliz por toda su atención, que jamás le negó un beso, ni llegó a sospechar lo que provocaba en él.
Alguna vez, buscando un balcón a media luz, alejado de la algarabía de un baile para podee besarla a su antojo, su boca siguió camino por el cuello hasta sus hombros desnudos, donde pareció volverse hambriento sin darae cuenta de las reacciones de la joven.
Ella, que también tenía sangre en las venas, la cual estaba aprendiendo a correr con fuerza ante las acciones de Archie; en lugar de llamar a la decencia, lo apretaba más a su cuerpo, entregándose a las nuevas sensaciones que él le despertaba; siendo inevitable que sintiera la erección que ella le provocaba.
Fue ella quien cayó en cuenta de lo que sucedía, y al sentir aquel ser despierto y duro golpeando en su vientre, se retiró, con las mejillas encendidas y el pecho agitado dándole la espalda.
Archie bien habría podido morirse en ese momento, el pobre hombre tartamudeaba deshaciéndose en disculpas mientras sentía que su corazón, tremendamente acelerado, se detendría en cualquier momento.
De espaldas a él, todavía resollando por la agitación, Annie no le contestaba. No atendía a sus súplicas. Ni siquiera quería mirarlo.
¡Idiota! ¿Y ahora qué iba a hacer?
Ella se había vuelto la diosa de sus fantasías, la dueña de su pensamiento.
¡Es que ahora se daba cuenta de que estaba viviendo por y para ella! ¿¡Cómo tan idiota de echarlo a perder todo así!?
Quizá era mejor marcharse. Sí, irse a su casa y… no sé ¡pegarse un tiro será, por imbécil!
Pero justo en ese instante, Annie se arrojó violentamente a sus brazos, invadiendo la boca de Archie con su lengua, en un beso más desesperado que apasionado.
Él solo atinó a apretarla fuertemente a su cuerpo ya sin esconder lo que sucedía dentro de sus pantalones.
La chalina de seda con la que ella protegía su escote, rodó por el suelo; y fue ella misma quien guió una de las manos del hombre, hasta sus senos…
Si la cosa no pasó a mayores, fue porque los meseros descocharon ruidosamente las champañas ¡y gracias a D-s! porque ahí mismo y en cualquier momento… la fiesta bien podría haber terminado en desgracia.
En ese momento, Archie supo que debían casarse. Ya, en seguida.
Todavía no había sucedido daño alguno que reparar, pero ¿para qué buscar lo que no se les había perdido?
Si ya estaba visto que todo era ganar-ganar y la decisión complacía a ambos.
No solo porque su cuerpo ya no aguantaba guardarse una erección más, y porque ya no era un niñito para estarse “ajusticiando” por mano propia.
Tampoco porque ya fuera claro que Annie necesitaba rascar la misma comezón; sino porque, honestamente, él ya no podía vivir sin ella.
Se había dado cuenta en esos escasos segundos en que sintió perderla a causa de una imprudencia…
¿Cómo fue que todo terminó así?
Él mismo no lo sabe.
No sabe cómo hizo Annie, con su dulzura y su delicada sensualidad, para metersele poco a poco en la piel; pero ahí, teniéndola dormida, desnuda, entre sus brazos, Archie entendía que las cosas que tienen que ser, suceden de forma natural; como pasa la noche a ser día, sin que uno lo note siquiera, y sin que nadie haga nada para orillarlo.
Archie pegó el rostro al cuello de Annie, su aroma lo tenía loco y esperaba él, que así fuera toda la vida.
Horas antes, esperándola ante el altar, él había elevado los ojos al cielo, agradeciendo que ella no eligiera uno de esos vestidos de mangas largas y cuello alto con 50 botoncitos minúsculos.
Ya la veía llegar, con un precioso escote “palabra de honor”, que fue casi tan fácil de retirar como un calcetín.
Comenzó a besar su cuello y sus hombros mientras una de sus manos la volteaba hacia él, y la otra la recorría de los pechos hasta las nalgas.
Cuando su mano se perdió entre los muslos de la joven; con un suave gemido ella abrió lo ojos, y los brazos, y las piernas; recibiendo con una sonrisa a su hombre que apenas le susurró un “buenos días” en la oreja, mientras la penetraba firmemente; teniendo una vez más la feliz certeza, de que ninguna fantasía, se parecería jamás a la realidad.
(No saben lo difícil que es intentar escribir una historia, desde un celular )
Gracias por leer...