Viene del capítulo 2
Evelyn manejaba su bicicleta pensando en todo en cuanto haría con Martha para sorprender a su madre al siguiente día, en su cumpleaños. La hora del desayuno era perfecta para que la familia hiciera un pequeño agasajo, estarían todos reunidos, todos a excepción de William. Le pediría al señor Tacker, el jardinero, que cortara las rosas más lindas y adornaría jarrones que luego colocaría en la mesa, y en el salón. Cruzó el puente a prisa, regresaba de la granja de los amables señores Glassman con el canasto de la bicicleta lleno de manzanas verdes y lustrosas que reflejaban la luz de sol que líquida y blanquecina caía sobre la ciudad. Ensimismada en sus pensamientos y sin darse cuenta casi llega a atropellar a un hombre joven que de espaldas a ella merodeaba en su calle. Lo atisbó justo a tiempo para frenar la bicicleta muy cerca. Él se dio media vuelta de inmediato y ella no perdió oportunidad de reprenderlo, aun siendo un desconocido.
—¡Estás en medio de la calle, deberías tener más cuidado! —reconvino al hombre mientras descendía de la bicicleta.
—En verdad lo siento, no te vi, es que busco una dirección, y me dijeron que es por aquí, pero de este lado las calles no están señaladas.
—Al otro lado del río —dijo ella despreocupada, pasando a un lado del hombre.
—Disculpa...
—Al otro lado del río, todo lo que hay que ver en Stratford está al otro lado del puente, el Memorial, la Shakespeare School, la casa de Anne Hathaway.
—No, no busco ninguno de esos lugares. Busco a una persona.
—Entonces no te puedo ayudar —Evelyn siguió caminando sosteniendo la bicicleta.
Él dio unos pasos para alcanzarla, llevaba una libreta en la mano y parecía tener allí anotada la dirección que buscaba, se la mostró, pero ella lo ignoró completamente.
—Eres de aquí, en serio, creo que puedes ayudarme —insistió el extraño —busco a un actor, a Terence Graham.
Evelyn abrió muchos los ojos, mirando al joven de arriba a abajo, seguramente se trataba de un actor que buscaba un puesto en la compañía, pensó. Era completamente habitual que llegaran actores desde las ciudades aledañas a buscar un puesto en la compañía.
—Debes ir al teatro, escuché que ahí hacen las audiciones, su hijo trabaja con él, creo que se llama... déjame pensar —hizo una pausa como si en verdad tratara de recordar —ah sí, Oliver, Oliver Graham —le dio la espalda y siguió su camino.
Pero él insistió, y siguió caminando tras ella.
—No soy actor...
—Entonces no puedo ayudarte, he escuchado que el señor Graham es muy reservado y no recibe visitas. Es un hombre muy gruñón, no le gustan los extraños. Al menos es lo que he escuchado.
—Soy periodista —aclaró entonces —mi nombre es Henry Dedlock y trabajo para el grupo Hearst Newspapers, solo quiero entrevistarlo.
—¿Eres de Nueva York? —preguntó Evelyn con curiosidad. Había detectado el acento después de dejarlo hablar unos minutos.
—Sí, algo así, cómo lo supiste.
—Por tu acento. Pero no puedo ayudarte. Ve al teatro, busca al hijo del señor Graham, ya te dije que se llama Oliver. Adiós. —y se fue sonriendo sabiendo perfectamente que el hombre no encontraría a Oliver ese día en el teatro, puesto que había ido a Birmingham con Mike, y que su padre estaba trabajando en casa.
Henry se quedó parado en medio de la calle, más que frustrado con una extraña sensación de gratitud, aquel era el rostro más hermoso que jamás había visto y los ojos más deslumbrantes en una chica. Luego de unos minutos observando como se alejaba y entraba a una de las casas, giró sobre sus talones y se fue.
Ella llegó hecha un vendaval a la casa, estacionó su bicicleta y fue en busca de una cesta para colocar las manzanas y llevarlas con el resto de las frutas a Martha. ¡Nana! Llamó mientras caminaba hacia la cocina, todos sus hermanos estaban sentados en el comedor tomando el té y merendando.
—Estoy aquí —dijo Martha dejándose ver.
—¡Traje manzanas, peras, y frambuesas! —dijo la agitada muchacha con el cesto en las manos.
—Se ven hermosas mi niña. Siéntate te serviré té, pero antes lávate las manos.
La muchacha obedeció y corrió hasta el baño de la planta baja, antes se asomó a la biblioteca y comprobó que su padre estaba allí escribiendo. Regresó a la mesa y tomó asiento al lado de Richard.
—¡Muero de hambre Nana! —exclamó tomando una tostada y untándole mantequilla. Dio unos mordiscos y luego les dijo a todos sus hermanos —si un hombre viene a buscar a Papá mándenlo al teatro. No le digan que está es su casa.
—Y quién vendría a buscar a Papá —preguntó Richard —¿actores? —agregó.
—Sí, bueno, y periodistas. Pero él está muy ocupado, no querrán que vengan a importunarlo, además no le gustan los extraños.
Y cuales soldados recibiendo una orden de su superior todos asintieron. Ella se levantó de la mesa y fue de nuevo hasta la cocina.
—Nana, ¿son suficientes manzanas? La señora Glassman dijo que podía ir por más si quisiera.
—Son suficientes, haré la tarta de inmediato, así podremos comerla en el desayuno. Haré mermelada con las frambuesas, si Mike tiene suerte conseguirá chocolate en Birmingham para hacer un pastel para el sábado, Will vendrá, telefoneó esta mañana.
—¿Acaso ya sirve el teléfono? Ayer se descompuso en la tarde.
—Sí mi niña.
—Más tarde llamaré al abuelito. Iré a mi habitación para leer y hacer mi tarea.
Evelyn se quedó dormida mientras leía y se rebanaba los sesos pensando en cómo comenzar su ensayo sobre Frankenstein y su autora Mary Shelly, ni siquiera hizo el esfuerzo por escribir algunas líneas, no sabía por dónde comenzar. Pensó antes de quedarse dormida que quizás si lo hablaba con su padre vendrían las ideas, como solía ocurrir cuando no hallaba la forma de abordar a un autor. No se exaltó ni siquiera por el bullicio y el correteo de sus hermanos entregada a ese breve sopor de la tarde. Sin embargo, la suave caricia de su madre en su rostro fue suficiente para despertarla unas horas más tarde.
—Cariño, estás bien —le preguntó Candy sentada a su lado.
—Sí, qué hora es —preguntó desconcertada.
—Ya es hora de cenar, vine a buscarte —le dijo su madre con una sonrisa.
— Voy enseguida.
Cuando llegó al comedor todos estaban ya a punto de comenzar, solo la esperaban. Mientras Oliver se explayaba contando sobre su viaje ese día a Birmingham, ella que se había sentado al lado de Terry le pidió en voz baja que la ayudara con su ensayo, él le sonrió y le acarició y apretó la barbilla con dos dedos.
—Claro cariño, lo haremos después de la cena.
Evelyn olvidó por completo mencionar el incidente con el periodista esa tarde, aunque en verdad no tenía intenciones de mencionarlo, porque le había dado la menor importancia.
A la mañana siguiente, en la intimidad de su habitación, Terry despertaba a Candy con besos en sus hombros y acariciando su espalda, no terminaba de despuntar el sol. Ella apenas respondía a las caricias. Era lo bastante temprano para que la casa permaneciera en silencio, todos aún dormían. Él sabía perfectamente que tenía el tiempo suficiente para su propósito.
—Ey despierta, tengo algo para ti. Feliz cumpleaños amor.
Candy finalmente se dio vuelta, Terry la miraba apoyado en un codo sobre la cama, con una pequeña caja envuelta en regalo. Ella le sonrió, y se incorporó para tomar el pequeño paquete. Soltó el pequeño listón rosa, y fue desenvolviendo con delicadeza. Por el peso creyó que era una joya, pero al descubrir de que se trataba no pudo ser más feliz. Un frasco de crema hidratante Elizabeth Arden. Terry sonrió al verla tan emocionada, Candy daba saltitos en la cama, cómo se podía ser tan feliz con algo tan simple, definitivamente ella era la misma jovencita revoltosa y sencilla de la que se había enamorado tantos años atrás. Su sencillez no era ni siquiera material, su sencillez era del alma, de espíritu, y a él le seguía pareciendo fascinante.
—¿Cómo supiste que la necesitaba?
—¡Pecas! No has hecho más que quejarte en las últimas noches porque se te había terminado.
Terry se acercó mucho más a ella, tratando de aplacar el alboroto que era su cabello. Ella mantenía una cabellera espesa y escarolada que dejaba libre por las noches. Él, después de casi treinta años, la seguía llamando pecas, o señora pecosa, o enfermera Tarzán, o cualquier combinación de estos motes, y ella sabía que no podría nunca ser distinto, porque a pesar de todo, ese hombre con el que compartía el lecho y amaba infinitamente seguía siendo el mismo impetuoso jovencito del colegio.
—Hay otros regalos para ti, pero te los darán los niños.
—No era necesario —repuso ella.
—Sí, lo es, te mereces todos los regalos del mundo —le susurró, comenzando a besar su cuello, acariciando con una mano los pechos desnudos bajo la seda de la bata de dormir.
Candy respondió a las caricias con un espontáneo gemido. El deseo la invadía dulcemente, y atrajo a su esposo a su cuerpo hasta que él estuvo encima de ella, desnudándose mutuamente. Terry, encendido de pasión repasó su cuerpo con los labios, posicionándose entre las níveas piernas, explorando el cuerpo que él conocía muy bien. Deseaba probarla como cientos de veces, pareciéndole siempre exquisita. La mera anticipación del goce que proseguiría a las caricias atrevidas de Terry provocaba en ella pequeños espasmos en su vientre, deseaba todo lo que sabía que él era capaz de entregar. Él continuaba besándola, ahora bebiendo de su dulce y tibio sexo, frotando con su lengua el clítoris con una habilidad pasmosa. Candy se arqueaba de placer, buscando más fricción, moviendo sus caderas con un ritmo placentero, entregada completamente al alborozo que nacía desde sus entrañas. Apretándolo con sus piernas, pidiéndole más y más. Un dulce estremecimiento también lo recorría a él, ella siempre le despertaba en su cuerpo fuego y dulzura. No espero más, ella estaba lista para recibirlo y él anhelaba llenarla toda, la penetró con fuerza ocupando cada espacio interior. Con embestidas repetidas y casi salvajes la hizo una vez más suya.
Las circunstancias no les habían permitido hacer el amor en semanas, y en ese momento no solo tenían sexo, volvían a hacer el amor de forma anhelante y desinhibida.
Rebosantes y felices descansaron uno al lado del otro por varios minutos, se recomponían de orgasmos intensos, furiosos. Ella miró su reloj. Hubiese deseado quedarse en esa cama por mucho más tiempo. Pero era momento de levantarse, así que se acercó una vez más a él para darle un beso en los labios, y abandonarlo para encaminarse a la ducha. Terry se quedó un rato solo mirando al techo de la habitación sintiéndose placenteramente relajado, como no se había sentido en semanas.
Escuchó pasos hacia su puerta, se puso el pantalón de su pijama, y encima la bata, justo a tiempo antes de que Evelyn tocara dos veces y preguntará si podía pasar. Él caminó a la puerta, antes cerró su bata cubriéndose el pecho y abrió con una sonrisa. La muchacha quería saber si su madre ya estaba despierta.
—Se da una ducha mi amor —le respondió él con dulzura.
—Bien, todos estamos casi listos, por favor retrásala un poco hasta que consiga que todos estemos en el comedor, tenemos una sorpresa para ella.
Terry asintió.
Cuando bajaron al comedor, sí que le tenían una linda sorpresa. Habían adornado la mesa con flores frescas, tal como Evelyn lo había ideado y puesto una linda vajilla, no la del desayuno, una de las que se usaba para ocasiones especiales. Martha se esforzó por preparar panecillos de manteca, huevos con jamón, que eran los preferidos de Candy, judías a la manera inglesa, té, café y la tarta de manzanas. Nada de ostentaciones, la simpleza lo hacía más adorable ante sus ojos. Candy experimentaba una felicidad sin reservas, sus niños colmándola de besos y abrazos, dándole cada uno un pequeño obsequio y una tarjeta hecha a mano, el amor de su esposo, la amistad y el afecto de sus empleados, que eran ya también su familia. La generosidad de estar vivos y unidos hizo de aquella una mañana perfecta para ella, solo podía resentir la ausencia de William, pero una fugaz llamada del chico no tardó en llegar para desearle felicidades y eso la colmó por completo de alegría.
Un día después, en el autobús de regreso desde Warwick, Evelyn se llevó una gran sorpresa. Henry Dedlock subió en la parada del castillo. El joven la vio, apenas comenzó a avanzar por el pasillo buscando a donde sentarse, ella trató de simular que no lo había visto, giró el rostro hacia la ventana, evitando cualquier contacto visual con él, volvía a girarse para hablar de cualquier cosa con Madelaine. Él, sin embargo, no dudó en acercarse a ella, y se sentó en un puesto justo delante del suyo.
—Hola, me recuerdas —preguntó Henry sin dejar de mirarla.
—Hola... Sí —respondió lacónica.
—Vine a conocer el castillo, y regreso a Stratford a ver si hoy tengo suerte y puedo ver al señor Graham. Sabes ese día el teatro estaba cerrado, es decir sus oficinas, el conserje me dijo que los señores Graham no estaban, que regresara luego, todo ha sido infructuoso.
—¿Quiere hablar con papá? —espetó Anne antes de que la mano de Evelyn le propinara un pellizco.
—Ayyyy —se quejó la niña.
—¿El señor Graham es tu padre? ¿El señor Terence Graham? —se apresuró a preguntar Henry.
Pero Anne, amenazada por la mirada recriminatoria de Evelyn, no se atrevió a contestar.
—Y supongo que el señor Oliver Graham es...
—Su hermano —intervino Madelaine.
Evelyn suspiró, frunciendo los labios de frustración. Ninguna de sus dos acompañantes se vio intimidada por su molestia, volviendo a evitar mirarlo.
—Sí, es nuestro padre —admitió de forma casi inentendible —aun así, no debe molestarlo en su casa, es verdad lo que le dije, no le gustan los extraños.
—Podrá encontrarlo esta tarde en el Memorial, es el director artístico del teatro. ¿Quiere ser actor de su compañía? — Madelaine volvió a intervenir.
—No, soy periodista, quiero hacerle una entrevista —aclaró él.
Evelyn no dejaba de verlo solo de soslayo, de forma casi indolente. Henry la hacía sentirse nerviosa, fuera de lugar, la interacción con él le resultaba difícil, era un hombre guapo, de ojos brillantes y movía la boca de manera que igualmente le desagradaba y le gustaba. No lo conocía y no lo soportaba.
—¿Crees que si voy al teatro pueda hablar con tu padre? —le preguntó directamente a ella.
Evelyn miró su reloj y dudó.
—No lo sé, en esta época solo va a ratos al teatro, no manejo los horarios de mi padre. Además, escribe y por eso pasa más tiempo en casa.
—Yo puedo acompañarte a ver a Oliver —se ofreció de forma voluntariosa Madelaine.
A Henry ella también le resultaba intimidante, altivez en un dulce rostro, muy cautivante. Hizo el resto del viaje en silencio, sacó un libro y se dedicó a leerlo. No volvió a girarse hasta divisar la entrada de Stratford. Evelyn no pronunció palabra alguna en el trayecto. Y se reprochaba su comportamiento, que tenía ese hombre que le irritaba tanto. Así que analizó que sería lo mejor para ella, y era sin duda que este hombre conociera finalmente a Oliver y este arreglara una cita con su padre y se largara del pueblo lo antes posible.
—Está bien, yo lo llevaré a hablar con mi hermano, él le concertará una cita con mi padre.
Henry sonrió aun sin darse vuelta. Esperó unos segundos antes de mirarla y darle las gracias. Pero ella no quería ese agradecimiento, lo que deseaba era no verlo nunca más.
—No me lo agradezca, debo ir al teatro de todas formas.
—También eres actriz —indagó él.
—No. Oliver es el único actor de todos mis hermanos.
Cuando bajaron del autobús, a él no le quedó más remedio que seguirla tan a prisa como ella caminaba. Ni las quejas de Anne la detuvieron. Apenas a unos metros estaba el imponente edificio. Ella lo condujo por la parte lateral de la entrada principal.
—¿Ella siempre es así? —le preguntó Henry a Anne antes de entrar.
—No, sólo creo que le caes mal —dijo con honestidad la niña.
—Saben que puedo escucharlos —reclamó Evelyn.
Henry sonrió y le guiñó un ojo a Anne, seguidamente se inclinó para estar a su altura y presentarse.
—Me llamo Henry Dedlock.
—Y yo Anne Rose Granchester y ella es Evelyn Granchester.
—Gracias Anne —Henry le sonrió y continuaron caminando.
Hecha una furia, Evelyn entró al área de ensayos y luego por un pasillo al área de oficinas. Le pidió a Henry que la esperara en el pasillo externo. De ningún modo lo dejaría entrar sin ser anunciado primero. Anne caminaba apresurada tratando de seguirle el paso. La puerta de la oficina de Terry estaba abierta, llegó hasta el umbral y saludó a todos. Anne continuó hasta acercarse primero a su padre y luego a Oliver para saludar con un beso. Estaban acompañados por Sir Archibald Flower.
—Buenas tardes, Sir Archibald, saludaron ambas.
A Terry le pareció extraña la inusual timidez de Evelyn y la invitó a seguir adelante. Observando además la molestia que se dibujaba en su rostro.
—Qué sucede cariño.
—Hay un periodista —exclamó Anne.
—Toma, esta es su tarjeta, es un periodista americano —explicó Evelyn con hastío.
—Y por qué no lo haces pasar —intervino Sir Archibald que no pudo estar más contento con la novedad.
—Iré a hablar con él papá —dijo entonces Oliver levantándose y saliendo de la oficina.
Henry se mostró más que amable con Oliver, quien indagó brevemente cuál era el interés del joven periodista. Elocuente le explicó que había recibido un encargo del New York Mirror para conocer sobre la vida del otrora actor de Broadway en Inglaterra. Y yo, al responsable de que se mantuviera vivo el festival Shakespeare, aclaró Dedlock. La festividad en honor al escritor fue celebrada en la ciudad, a pesar del acoso de los alemanes. Oliver se mostró más abierto y afable, le pidió a Henry que lo acompañara para conocer a Terry.
Cuando caminaban en dirección a la oficina, una melodía que provenía de uno de los salones comenzaba a invadir el lugar. Era sublime, y a medida que avanzaban llegaba con más fuerza. Era una melodía de Franz Liszt, él pudo reconocerlo, lo había escuchado muchas veces en casa de su madre.
Terry salió a su encuentro, con Anne tomada de su mano y Sir Archibald en su flanco. Ambos hombres se mostraron interesados en conocer al periodista americano como lo había descrito Evelyn minutos antes. Se estrecharon las manos con afabilidad, e hicieron las presentaciones de rigor.
—Es un placer conocerlos caballeros —dijo en tono respetuoso Henry.
—El gusto es mío —le correspondió Terry —él es Sir Archibald Flower, alcalde de Stratford y director del Comité del teatro —agregó Terry.
—Así que viene de un periódico americano —indagó Sir Archibald.
—Sí, señor, ahora estoy por encargo del New York Mirror, pero la historia será también publicada en Washington Times y el Chicago Herald.
—Entiendo —contestó Terry —podemos hacerlo mañana, en mi casa si le parece. Mi hijo Oliver le dará los detalles, ahora si me disculpa ya estaba de salida, fue un placer conocerlo señor Dedlock.
—Muchas gracias, señor Graham, Sir. —se despidió Henry haciendo un pequeño asentamiento con la cabeza y dirigiéndose a Sir Archibald que también se despidió.
A solas en el pasillo, Oliver no tardo en invitarlo hasta la oficina para conversar, y darle los detalles de la dirección y la hora. Todo eso se lo informaría a su padre cuando lo volviera a ver. Oliver lo invitó a seguirlo y Henry no tardó en aceptar. Solo que cuando pasaron frente al salón desde donde seguía saliendo la música, él no pudo evitar detenerse, contemplando lo que allí sucedía. La música salía desde un tocadiscos y Evelyn hacía piruettes en medio del lugar. Para Henry fue una visión casi onírica, la muchacha se alzaba sobre las zapatillas de punta, y movía los brazos con tal suavidad, como dibujando en el aire, y luego daba giros. Ahora llevaba el cabello recogido en un rollete, y su rostro, su cuello estaban desnudos. Era de una piel tan blanca, sus ojos y mejillas brillaban. La luz de la tarde entraba en raudales, la música, la ondulación de la falda, los sutiles movimientos, todo le pareció una ensoñación. Acaso era la misma chica irónica que había conocido y con la que apenas había cruzado palabra en el autobús.
—Perteneció al cuerpo de baile de la Royal —dijo tras él la voz de Oliver.
Henry se sintió avergonzado, al saberse descubierto.
—Oh disculpa, es que lo hace maravilloso.
—Tiene tiempo para una cerveza, venga, vayamos a la oficina y si tiene tiempo, iremos por esa cerveza al pub —le invitó Oliver.
—Eso me encantaría, no he conocido a muchas personas desde que llegué.
—Eres de Nueva York —le interrogó Oliver —yo nací en Estados Unidos —aclaró luego.
—Digamos que sí, me crie en Nueva York, pero también he vivido aquí en Inglaterra, fui a Exeter College, luego regrese a NY y ahora estoy aquí de nuevo por un tiempo. Soy parte americano, parte francés, y una parte británica, y te lo contaré con esa cerveza.
Nosotros en la tempestad
Capítulo 3
Capítulo 3
Evelyn manejaba su bicicleta pensando en todo en cuanto haría con Martha para sorprender a su madre al siguiente día, en su cumpleaños. La hora del desayuno era perfecta para que la familia hiciera un pequeño agasajo, estarían todos reunidos, todos a excepción de William. Le pediría al señor Tacker, el jardinero, que cortara las rosas más lindas y adornaría jarrones que luego colocaría en la mesa, y en el salón. Cruzó el puente a prisa, regresaba de la granja de los amables señores Glassman con el canasto de la bicicleta lleno de manzanas verdes y lustrosas que reflejaban la luz de sol que líquida y blanquecina caía sobre la ciudad. Ensimismada en sus pensamientos y sin darse cuenta casi llega a atropellar a un hombre joven que de espaldas a ella merodeaba en su calle. Lo atisbó justo a tiempo para frenar la bicicleta muy cerca. Él se dio media vuelta de inmediato y ella no perdió oportunidad de reprenderlo, aun siendo un desconocido.
—¡Estás en medio de la calle, deberías tener más cuidado! —reconvino al hombre mientras descendía de la bicicleta.
—En verdad lo siento, no te vi, es que busco una dirección, y me dijeron que es por aquí, pero de este lado las calles no están señaladas.
—Al otro lado del río —dijo ella despreocupada, pasando a un lado del hombre.
—Disculpa...
—Al otro lado del río, todo lo que hay que ver en Stratford está al otro lado del puente, el Memorial, la Shakespeare School, la casa de Anne Hathaway.
—No, no busco ninguno de esos lugares. Busco a una persona.
—Entonces no te puedo ayudar —Evelyn siguió caminando sosteniendo la bicicleta.
Él dio unos pasos para alcanzarla, llevaba una libreta en la mano y parecía tener allí anotada la dirección que buscaba, se la mostró, pero ella lo ignoró completamente.
—Eres de aquí, en serio, creo que puedes ayudarme —insistió el extraño —busco a un actor, a Terence Graham.
Evelyn abrió muchos los ojos, mirando al joven de arriba a abajo, seguramente se trataba de un actor que buscaba un puesto en la compañía, pensó. Era completamente habitual que llegaran actores desde las ciudades aledañas a buscar un puesto en la compañía.
—Debes ir al teatro, escuché que ahí hacen las audiciones, su hijo trabaja con él, creo que se llama... déjame pensar —hizo una pausa como si en verdad tratara de recordar —ah sí, Oliver, Oliver Graham —le dio la espalda y siguió su camino.
Pero él insistió, y siguió caminando tras ella.
—No soy actor...
—Entonces no puedo ayudarte, he escuchado que el señor Graham es muy reservado y no recibe visitas. Es un hombre muy gruñón, no le gustan los extraños. Al menos es lo que he escuchado.
—Soy periodista —aclaró entonces —mi nombre es Henry Dedlock y trabajo para el grupo Hearst Newspapers, solo quiero entrevistarlo.
—¿Eres de Nueva York? —preguntó Evelyn con curiosidad. Había detectado el acento después de dejarlo hablar unos minutos.
—Sí, algo así, cómo lo supiste.
—Por tu acento. Pero no puedo ayudarte. Ve al teatro, busca al hijo del señor Graham, ya te dije que se llama Oliver. Adiós. —y se fue sonriendo sabiendo perfectamente que el hombre no encontraría a Oliver ese día en el teatro, puesto que había ido a Birmingham con Mike, y que su padre estaba trabajando en casa.
Henry se quedó parado en medio de la calle, más que frustrado con una extraña sensación de gratitud, aquel era el rostro más hermoso que jamás había visto y los ojos más deslumbrantes en una chica. Luego de unos minutos observando como se alejaba y entraba a una de las casas, giró sobre sus talones y se fue.
Ella llegó hecha un vendaval a la casa, estacionó su bicicleta y fue en busca de una cesta para colocar las manzanas y llevarlas con el resto de las frutas a Martha. ¡Nana! Llamó mientras caminaba hacia la cocina, todos sus hermanos estaban sentados en el comedor tomando el té y merendando.
—Estoy aquí —dijo Martha dejándose ver.
—¡Traje manzanas, peras, y frambuesas! —dijo la agitada muchacha con el cesto en las manos.
—Se ven hermosas mi niña. Siéntate te serviré té, pero antes lávate las manos.
La muchacha obedeció y corrió hasta el baño de la planta baja, antes se asomó a la biblioteca y comprobó que su padre estaba allí escribiendo. Regresó a la mesa y tomó asiento al lado de Richard.
—¡Muero de hambre Nana! —exclamó tomando una tostada y untándole mantequilla. Dio unos mordiscos y luego les dijo a todos sus hermanos —si un hombre viene a buscar a Papá mándenlo al teatro. No le digan que está es su casa.
—Y quién vendría a buscar a Papá —preguntó Richard —¿actores? —agregó.
—Sí, bueno, y periodistas. Pero él está muy ocupado, no querrán que vengan a importunarlo, además no le gustan los extraños.
Y cuales soldados recibiendo una orden de su superior todos asintieron. Ella se levantó de la mesa y fue de nuevo hasta la cocina.
—Nana, ¿son suficientes manzanas? La señora Glassman dijo que podía ir por más si quisiera.
—Son suficientes, haré la tarta de inmediato, así podremos comerla en el desayuno. Haré mermelada con las frambuesas, si Mike tiene suerte conseguirá chocolate en Birmingham para hacer un pastel para el sábado, Will vendrá, telefoneó esta mañana.
—¿Acaso ya sirve el teléfono? Ayer se descompuso en la tarde.
—Sí mi niña.
—Más tarde llamaré al abuelito. Iré a mi habitación para leer y hacer mi tarea.
Evelyn se quedó dormida mientras leía y se rebanaba los sesos pensando en cómo comenzar su ensayo sobre Frankenstein y su autora Mary Shelly, ni siquiera hizo el esfuerzo por escribir algunas líneas, no sabía por dónde comenzar. Pensó antes de quedarse dormida que quizás si lo hablaba con su padre vendrían las ideas, como solía ocurrir cuando no hallaba la forma de abordar a un autor. No se exaltó ni siquiera por el bullicio y el correteo de sus hermanos entregada a ese breve sopor de la tarde. Sin embargo, la suave caricia de su madre en su rostro fue suficiente para despertarla unas horas más tarde.
—Cariño, estás bien —le preguntó Candy sentada a su lado.
—Sí, qué hora es —preguntó desconcertada.
—Ya es hora de cenar, vine a buscarte —le dijo su madre con una sonrisa.
— Voy enseguida.
Cuando llegó al comedor todos estaban ya a punto de comenzar, solo la esperaban. Mientras Oliver se explayaba contando sobre su viaje ese día a Birmingham, ella que se había sentado al lado de Terry le pidió en voz baja que la ayudara con su ensayo, él le sonrió y le acarició y apretó la barbilla con dos dedos.
—Claro cariño, lo haremos después de la cena.
Evelyn olvidó por completo mencionar el incidente con el periodista esa tarde, aunque en verdad no tenía intenciones de mencionarlo, porque le había dado la menor importancia.
A la mañana siguiente, en la intimidad de su habitación, Terry despertaba a Candy con besos en sus hombros y acariciando su espalda, no terminaba de despuntar el sol. Ella apenas respondía a las caricias. Era lo bastante temprano para que la casa permaneciera en silencio, todos aún dormían. Él sabía perfectamente que tenía el tiempo suficiente para su propósito.
—Ey despierta, tengo algo para ti. Feliz cumpleaños amor.
Candy finalmente se dio vuelta, Terry la miraba apoyado en un codo sobre la cama, con una pequeña caja envuelta en regalo. Ella le sonrió, y se incorporó para tomar el pequeño paquete. Soltó el pequeño listón rosa, y fue desenvolviendo con delicadeza. Por el peso creyó que era una joya, pero al descubrir de que se trataba no pudo ser más feliz. Un frasco de crema hidratante Elizabeth Arden. Terry sonrió al verla tan emocionada, Candy daba saltitos en la cama, cómo se podía ser tan feliz con algo tan simple, definitivamente ella era la misma jovencita revoltosa y sencilla de la que se había enamorado tantos años atrás. Su sencillez no era ni siquiera material, su sencillez era del alma, de espíritu, y a él le seguía pareciendo fascinante.
—¿Cómo supiste que la necesitaba?
—¡Pecas! No has hecho más que quejarte en las últimas noches porque se te había terminado.
Terry se acercó mucho más a ella, tratando de aplacar el alboroto que era su cabello. Ella mantenía una cabellera espesa y escarolada que dejaba libre por las noches. Él, después de casi treinta años, la seguía llamando pecas, o señora pecosa, o enfermera Tarzán, o cualquier combinación de estos motes, y ella sabía que no podría nunca ser distinto, porque a pesar de todo, ese hombre con el que compartía el lecho y amaba infinitamente seguía siendo el mismo impetuoso jovencito del colegio.
—Hay otros regalos para ti, pero te los darán los niños.
—No era necesario —repuso ella.
—Sí, lo es, te mereces todos los regalos del mundo —le susurró, comenzando a besar su cuello, acariciando con una mano los pechos desnudos bajo la seda de la bata de dormir.
Candy respondió a las caricias con un espontáneo gemido. El deseo la invadía dulcemente, y atrajo a su esposo a su cuerpo hasta que él estuvo encima de ella, desnudándose mutuamente. Terry, encendido de pasión repasó su cuerpo con los labios, posicionándose entre las níveas piernas, explorando el cuerpo que él conocía muy bien. Deseaba probarla como cientos de veces, pareciéndole siempre exquisita. La mera anticipación del goce que proseguiría a las caricias atrevidas de Terry provocaba en ella pequeños espasmos en su vientre, deseaba todo lo que sabía que él era capaz de entregar. Él continuaba besándola, ahora bebiendo de su dulce y tibio sexo, frotando con su lengua el clítoris con una habilidad pasmosa. Candy se arqueaba de placer, buscando más fricción, moviendo sus caderas con un ritmo placentero, entregada completamente al alborozo que nacía desde sus entrañas. Apretándolo con sus piernas, pidiéndole más y más. Un dulce estremecimiento también lo recorría a él, ella siempre le despertaba en su cuerpo fuego y dulzura. No espero más, ella estaba lista para recibirlo y él anhelaba llenarla toda, la penetró con fuerza ocupando cada espacio interior. Con embestidas repetidas y casi salvajes la hizo una vez más suya.
Las circunstancias no les habían permitido hacer el amor en semanas, y en ese momento no solo tenían sexo, volvían a hacer el amor de forma anhelante y desinhibida.
Rebosantes y felices descansaron uno al lado del otro por varios minutos, se recomponían de orgasmos intensos, furiosos. Ella miró su reloj. Hubiese deseado quedarse en esa cama por mucho más tiempo. Pero era momento de levantarse, así que se acercó una vez más a él para darle un beso en los labios, y abandonarlo para encaminarse a la ducha. Terry se quedó un rato solo mirando al techo de la habitación sintiéndose placenteramente relajado, como no se había sentido en semanas.
Escuchó pasos hacia su puerta, se puso el pantalón de su pijama, y encima la bata, justo a tiempo antes de que Evelyn tocara dos veces y preguntará si podía pasar. Él caminó a la puerta, antes cerró su bata cubriéndose el pecho y abrió con una sonrisa. La muchacha quería saber si su madre ya estaba despierta.
—Se da una ducha mi amor —le respondió él con dulzura.
—Bien, todos estamos casi listos, por favor retrásala un poco hasta que consiga que todos estemos en el comedor, tenemos una sorpresa para ella.
Terry asintió.
Cuando bajaron al comedor, sí que le tenían una linda sorpresa. Habían adornado la mesa con flores frescas, tal como Evelyn lo había ideado y puesto una linda vajilla, no la del desayuno, una de las que se usaba para ocasiones especiales. Martha se esforzó por preparar panecillos de manteca, huevos con jamón, que eran los preferidos de Candy, judías a la manera inglesa, té, café y la tarta de manzanas. Nada de ostentaciones, la simpleza lo hacía más adorable ante sus ojos. Candy experimentaba una felicidad sin reservas, sus niños colmándola de besos y abrazos, dándole cada uno un pequeño obsequio y una tarjeta hecha a mano, el amor de su esposo, la amistad y el afecto de sus empleados, que eran ya también su familia. La generosidad de estar vivos y unidos hizo de aquella una mañana perfecta para ella, solo podía resentir la ausencia de William, pero una fugaz llamada del chico no tardó en llegar para desearle felicidades y eso la colmó por completo de alegría.
Un día después, en el autobús de regreso desde Warwick, Evelyn se llevó una gran sorpresa. Henry Dedlock subió en la parada del castillo. El joven la vio, apenas comenzó a avanzar por el pasillo buscando a donde sentarse, ella trató de simular que no lo había visto, giró el rostro hacia la ventana, evitando cualquier contacto visual con él, volvía a girarse para hablar de cualquier cosa con Madelaine. Él, sin embargo, no dudó en acercarse a ella, y se sentó en un puesto justo delante del suyo.
—Hola, me recuerdas —preguntó Henry sin dejar de mirarla.
—Hola... Sí —respondió lacónica.
—Vine a conocer el castillo, y regreso a Stratford a ver si hoy tengo suerte y puedo ver al señor Graham. Sabes ese día el teatro estaba cerrado, es decir sus oficinas, el conserje me dijo que los señores Graham no estaban, que regresara luego, todo ha sido infructuoso.
—¿Quiere hablar con papá? —espetó Anne antes de que la mano de Evelyn le propinara un pellizco.
—Ayyyy —se quejó la niña.
—¿El señor Graham es tu padre? ¿El señor Terence Graham? —se apresuró a preguntar Henry.
Pero Anne, amenazada por la mirada recriminatoria de Evelyn, no se atrevió a contestar.
—Y supongo que el señor Oliver Graham es...
—Su hermano —intervino Madelaine.
Evelyn suspiró, frunciendo los labios de frustración. Ninguna de sus dos acompañantes se vio intimidada por su molestia, volviendo a evitar mirarlo.
—Sí, es nuestro padre —admitió de forma casi inentendible —aun así, no debe molestarlo en su casa, es verdad lo que le dije, no le gustan los extraños.
—Podrá encontrarlo esta tarde en el Memorial, es el director artístico del teatro. ¿Quiere ser actor de su compañía? — Madelaine volvió a intervenir.
—No, soy periodista, quiero hacerle una entrevista —aclaró él.
Evelyn no dejaba de verlo solo de soslayo, de forma casi indolente. Henry la hacía sentirse nerviosa, fuera de lugar, la interacción con él le resultaba difícil, era un hombre guapo, de ojos brillantes y movía la boca de manera que igualmente le desagradaba y le gustaba. No lo conocía y no lo soportaba.
—¿Crees que si voy al teatro pueda hablar con tu padre? —le preguntó directamente a ella.
Evelyn miró su reloj y dudó.
—No lo sé, en esta época solo va a ratos al teatro, no manejo los horarios de mi padre. Además, escribe y por eso pasa más tiempo en casa.
—Yo puedo acompañarte a ver a Oliver —se ofreció de forma voluntariosa Madelaine.
A Henry ella también le resultaba intimidante, altivez en un dulce rostro, muy cautivante. Hizo el resto del viaje en silencio, sacó un libro y se dedicó a leerlo. No volvió a girarse hasta divisar la entrada de Stratford. Evelyn no pronunció palabra alguna en el trayecto. Y se reprochaba su comportamiento, que tenía ese hombre que le irritaba tanto. Así que analizó que sería lo mejor para ella, y era sin duda que este hombre conociera finalmente a Oliver y este arreglara una cita con su padre y se largara del pueblo lo antes posible.
—Está bien, yo lo llevaré a hablar con mi hermano, él le concertará una cita con mi padre.
Henry sonrió aun sin darse vuelta. Esperó unos segundos antes de mirarla y darle las gracias. Pero ella no quería ese agradecimiento, lo que deseaba era no verlo nunca más.
—No me lo agradezca, debo ir al teatro de todas formas.
—También eres actriz —indagó él.
—No. Oliver es el único actor de todos mis hermanos.
Cuando bajaron del autobús, a él no le quedó más remedio que seguirla tan a prisa como ella caminaba. Ni las quejas de Anne la detuvieron. Apenas a unos metros estaba el imponente edificio. Ella lo condujo por la parte lateral de la entrada principal.
—¿Ella siempre es así? —le preguntó Henry a Anne antes de entrar.
—No, sólo creo que le caes mal —dijo con honestidad la niña.
—Saben que puedo escucharlos —reclamó Evelyn.
Henry sonrió y le guiñó un ojo a Anne, seguidamente se inclinó para estar a su altura y presentarse.
—Me llamo Henry Dedlock.
—Y yo Anne Rose Granchester y ella es Evelyn Granchester.
—Gracias Anne —Henry le sonrió y continuaron caminando.
Hecha una furia, Evelyn entró al área de ensayos y luego por un pasillo al área de oficinas. Le pidió a Henry que la esperara en el pasillo externo. De ningún modo lo dejaría entrar sin ser anunciado primero. Anne caminaba apresurada tratando de seguirle el paso. La puerta de la oficina de Terry estaba abierta, llegó hasta el umbral y saludó a todos. Anne continuó hasta acercarse primero a su padre y luego a Oliver para saludar con un beso. Estaban acompañados por Sir Archibald Flower.
—Buenas tardes, Sir Archibald, saludaron ambas.
A Terry le pareció extraña la inusual timidez de Evelyn y la invitó a seguir adelante. Observando además la molestia que se dibujaba en su rostro.
—Qué sucede cariño.
—Hay un periodista —exclamó Anne.
—Toma, esta es su tarjeta, es un periodista americano —explicó Evelyn con hastío.
—Y por qué no lo haces pasar —intervino Sir Archibald que no pudo estar más contento con la novedad.
—Iré a hablar con él papá —dijo entonces Oliver levantándose y saliendo de la oficina.
Henry se mostró más que amable con Oliver, quien indagó brevemente cuál era el interés del joven periodista. Elocuente le explicó que había recibido un encargo del New York Mirror para conocer sobre la vida del otrora actor de Broadway en Inglaterra. Y yo, al responsable de que se mantuviera vivo el festival Shakespeare, aclaró Dedlock. La festividad en honor al escritor fue celebrada en la ciudad, a pesar del acoso de los alemanes. Oliver se mostró más abierto y afable, le pidió a Henry que lo acompañara para conocer a Terry.
Cuando caminaban en dirección a la oficina, una melodía que provenía de uno de los salones comenzaba a invadir el lugar. Era sublime, y a medida que avanzaban llegaba con más fuerza. Era una melodía de Franz Liszt, él pudo reconocerlo, lo había escuchado muchas veces en casa de su madre.
Terry salió a su encuentro, con Anne tomada de su mano y Sir Archibald en su flanco. Ambos hombres se mostraron interesados en conocer al periodista americano como lo había descrito Evelyn minutos antes. Se estrecharon las manos con afabilidad, e hicieron las presentaciones de rigor.
—Es un placer conocerlos caballeros —dijo en tono respetuoso Henry.
—El gusto es mío —le correspondió Terry —él es Sir Archibald Flower, alcalde de Stratford y director del Comité del teatro —agregó Terry.
—Así que viene de un periódico americano —indagó Sir Archibald.
—Sí, señor, ahora estoy por encargo del New York Mirror, pero la historia será también publicada en Washington Times y el Chicago Herald.
—Entiendo —contestó Terry —podemos hacerlo mañana, en mi casa si le parece. Mi hijo Oliver le dará los detalles, ahora si me disculpa ya estaba de salida, fue un placer conocerlo señor Dedlock.
—Muchas gracias, señor Graham, Sir. —se despidió Henry haciendo un pequeño asentamiento con la cabeza y dirigiéndose a Sir Archibald que también se despidió.
A solas en el pasillo, Oliver no tardo en invitarlo hasta la oficina para conversar, y darle los detalles de la dirección y la hora. Todo eso se lo informaría a su padre cuando lo volviera a ver. Oliver lo invitó a seguirlo y Henry no tardó en aceptar. Solo que cuando pasaron frente al salón desde donde seguía saliendo la música, él no pudo evitar detenerse, contemplando lo que allí sucedía. La música salía desde un tocadiscos y Evelyn hacía piruettes en medio del lugar. Para Henry fue una visión casi onírica, la muchacha se alzaba sobre las zapatillas de punta, y movía los brazos con tal suavidad, como dibujando en el aire, y luego daba giros. Ahora llevaba el cabello recogido en un rollete, y su rostro, su cuello estaban desnudos. Era de una piel tan blanca, sus ojos y mejillas brillaban. La luz de la tarde entraba en raudales, la música, la ondulación de la falda, los sutiles movimientos, todo le pareció una ensoñación. Acaso era la misma chica irónica que había conocido y con la que apenas había cruzado palabra en el autobús.
—Perteneció al cuerpo de baile de la Royal —dijo tras él la voz de Oliver.
Henry se sintió avergonzado, al saberse descubierto.
—Oh disculpa, es que lo hace maravilloso.
—Tiene tiempo para una cerveza, venga, vayamos a la oficina y si tiene tiempo, iremos por esa cerveza al pub —le invitó Oliver.
—Eso me encantaría, no he conocido a muchas personas desde que llegué.
—Eres de Nueva York —le interrogó Oliver —yo nací en Estados Unidos —aclaró luego.
—Digamos que sí, me crie en Nueva York, pero también he vivido aquí en Inglaterra, fui a Exeter College, luego regrese a NY y ahora estoy aquí de nuevo por un tiempo. Soy parte americano, parte francés, y una parte británica, y te lo contaré con esa cerveza.
Última edición por LizziVillers el Jue Abr 06, 2023 11:50 am, editado 1 vez