Daer Terry
Nosotros en la tempestad
Capítulo 8
Apenas pudieron percibir que la tarde comenzaba a caer, y que la noche pronto arroparía todo sobre ellos. Continuaban en un ritual de abrazos y besos, sin muchas palabras. Aun así, Evelyn vio a lo lejos como las luces de la casa se comenzaban a encender mientras el graznido de unos gansos que volaron sobre ellos la trajo de su ensoñación. Henry miró su reloj, y confirmó que las horas habían pasado.
—Se hace tarde, hay que entrar —dijo primero con dejo y luego un —¡Quédate a cenar! —con euforia.
—No amor no podría, me apenaría incomodar a tus padres. No crees que sería extraña mi presencia. Por qué no cenamos en el pueblo, me quedo en la hostería. ¿Puedes ir? Hay algo que quiero contarte.
Evelyn miró hacia la casa, y se miró a sí misma. No se había dado cuenta hasta ese momento, pero su atuendo era el vestido negro de puños y cuello blancos que solía llevar al College. No se sentía bonita con ese vestido que consideraba infantil. Sin embargo, lo que ella ignoraba es que incluso así resultaba hermosa a los ojos de Henry, ella era para él la más dulce y fresca flor de primavera. Estaba hechizado por su belleza, por su espontáneo carácter y por la dulzura que emanaba una vez derribadas las barreras autodefensivas que construía alrededor de su corazón.
—Quisiera cambiarme de ropa.
—Pero si estas hermosa.
—De cualquier modo, debemos entrar y decirles a mis padres que iremos al pueblo.
—Por supuesto, vamos —Henry se inclinó sobre la hierba, tomó su chaqueta y se la colocó de nuevo, le devolvió el libro de Cowper a Evelyn, y entrelazando su mano con la de ella se dispusieron a caminar en dirección a la casa.
Todos quedaron sorprendidos cuando la pareja entró al salón tomados de la mano. Terry estaba inclinado sobre la mesa ayudando a Anne con sus deberes, y el resto de los chicos también hacían sus tareas en el comedor, mientras Candy se disponía a calentar la cena que Martha dejaba lista para ellos. Anne a quien genuinamente le agradaba Henry, dejó lo que estaba haciendo un lado para acercarse a él y saludarlo. El resto sólo observó como Terry también se acercaba a ellos.
—Hola papá —fue lo primero que dijo Evelyn al entrar.
—Hola cariño... —contestó Terry de forma descuidada hasta que vio a la figura del periodista al lado de Evelyn, y además tomados de las manos.
—Señor Dedlock puedo suponer que no está aquí en su rol de periodista —Terry fue directo y sin rodeos caminando hacía ellos. Estaba muy sorprendido, realmente confundido.
—No señor Graham.
—Y yo no estoy en mi rol de actor. Soy el padre de Evelyn no soy el señor Graham en mi casa. Cuando se trata de mi familia soy el señor Granchester...
—Entiendo... Señor Granchester. Y no, no estoy aquí en mi rol de periodista. Me gusta su hija. Vine hasta aquí para ver a Evelyn.
—Y qué le hace suponer que estaré de acuerdo en que corteje a mi hija, apenas lo conocemos Dedlock, apenas ustedes se conocen.
—¡Papá! —se quejó Evelyn.
—Tiene usted razón señor Granchester, pero debo aclarar que mis intenciones con Evelyn son honorables. No estaría aquí si fuera de otra forma, debe creerme.
—Papá, Henry me ha invitado a cenar en la hostería —dejo Evelyn saber a su padre sin rodeos.
Terry miró a uno y a otro desconcertado, luego a Candy que le hizo una mueca y señales con los ojos, le rogaba con la mirada que no se opusiera. Henry se sentía absolutamente intimidado, las palabras se le quedaban atrapadas en la garganta.
—Tráigala de regreso a las nueve —dijo Terry cortante.
—Lo haré señor.
Henry se dejó caer en el sillón luego de que fuera invitado amablemente por Candy para tomar asiento. Terry había desaparecido por el pasillo en dirección a su estudio. Seguido por Oliver. El resto de los chicos sólo lo observaba mientras intentaban recoger sus libros y cuadernos para poner la mesa para la cena. Henry también podía observar que se cuchicheaban seguramente burlándose de él. Los minutos pasaban y Evelyn no aparecía. Vislumbró a Candy que regresaba por el pasillo, ella le sonrío, y apareció frente a él minutos después con una taza de té. Él aceptó con amabilidad y ella se sentó frente al sofá estirando con una mano su falda, mientras le sonreía. Fue la única sonrisa amable que recibió durante los casi cuarenta minutos que esperó a Evelyn.
—Vendrá pronto —le dijo —cuénteme cómo ha estado.
—Muy bien señora y ustedes —preguntó nervioso sin saber que más decir.
—Muy bien gracias, pensé que su trabajo lo mantenía muy ocupado en Londres.
—Y es así, pero me tome unos días para venir a hablar con Evelyn antes de ir a Escocia...
—¿Irás a Escocia? —Evelyn finalmente apareció en el salón.
—Sí —apenas pudo balbucear impactado por la linda muchacha que había aparecido frente a sus ojos.
Evelyn estaba tan bonita como cuando la vio en Londres.
—Pensaba decírtelo durante la cena —le aclaró apenas se acercó a él.
—Bien, es mejor que se vayan para que puedan regresar antes del toque de queda... por favor señor Dedlock tome unas linternas, están al lado de la puerta. —La iluminaria publica se apagaba en Stratford como en toda Inglaterra a las diez de la noche.
—Candy se paró frente a Evelyn al tiempo que Henry hacia lo que le habían instruido.
—Mami de qué toque de queda hablas...
—Del que te ha impuesto tu padre —le dijo entre dientes y sólo audible para ella —por favor llega a tiempo o de lo contrario tendremos que soportar su mal humor. Ya sabes qué hacer si las sirenas suenan, no vuelvas a casa hasta que den aviso de que ya no hay peligro —Candy volvió a hablar en un tono normal.
—No se preocupe señora Granchester, la cuidare muy bien.
— Muchas gracias, señor Dedlock.
— Por favor llámeme Henry.
—Está bien, Henry. Cuídense por favor.
Candy los acompañó hasta la puerta, y los vio partir. Suspiró profundo y luego de aplacar las quejas del resto de sus hijos por el retraso en la cena fue en busca del león enjaulado que era su esposo en ese momento. Y tal como lo predijo en su mente lo encontró caminando de un lado a otro en el estudio interrogando a Oliver.
—¡Ay por Dios, en serio Terry!
—¡¡Lo acabamos de conocer!! Y pasaron toda la tarde a solas en el río. Estaban solos, en el río, Anne se lo dijo a Ollie.
—¿Y cuándo tú y yo estuvimos acompañados, en el San Pablo o en Escocia, porque en verdad no lo recuerdo? Siempre estuvimos solos, incluso fui sola a verte a Nueva York.
Terry no supo que contestar. Y ante tal argumento no tuvo respuestas, Candy lo había desarmado y no tenía que decir. Era cierto ellos se vieron durante meses a solas en el colegio, en la falsa Colina de Pony, y durante todo el verano en la Villa de los Granchester siempre a solas. Incluso en Nueva York. Terry se sentó en su sillón con rostro recio. Candy se acercó a él y con dulzura le tomó la mano, le sonrió, le pidió que fueran al comedor con el resto de sus hijos, se acercó a su rostro y le susurró, nuestra niña ha crecido. Le dio un beso en la mejilla e hizo el intento de que se levantara con ella. La cena se enfriaba y el resto de la tropa seguramente se sentiría ansiosa. Candy les rogó una vez más que dejaran el tema de Evelyn a un lado y fueran a cenar.
—Papá si quieres voy al pueblo después de cenar, deben estar en la hostería.
—¡Buena idea Ollie!
—¡De ningún modo harás eso Oliver Graham! Cenaras con tus hermanos, los llevaras a la cama y luego oiremos la radio juntos. Él la traerá a la hora acordada.
—Pero mamá, no sabemos que intenciones tiene con ella.
—Presiento que buenas. Además, se supone que te agrada, has dicho que es un buen hombre, que te cae muy bien, ahora cambiaste de opinión.
—No me imaginé que se fijaría en mi hermanita.
—Ya ella no es una niña. Ustedes dos se comportan como niños, especialmente tú Terry, ahora vamos a cenar que nos esperan.
La cena transcurrió en medio de las preguntas indiscretas que hacían los niños sobre Evelyn y el periodista. En Terry se incrementaba el malestar, experimentaba celos paternales y algo infantiles. Pero celos al fin. La sola idea de que un hombre viniera a llevarse a su pequeña niña, lo llenaba de angustia. De pronto se oyó un timbrazo, y después otro, lo que lo obligó a salir de sus cavilaciones. Albert se movió de inmediato hasta el teléfono. La línea volvía a funcionar. Era un funcionamiento intermitente, después de varios días sin bombardeos parecía que todo volvía a una relativa normalidad.
—Hola abuelo —se escuchó al muchacho decir —sí estamos bien.
Terry se levantó de súbito al escuchar que se trataba de su padre, y se acercó hasta Albert, esperó unos segundos a que hablara con el Duque de Granchester y se despidiera de él
—Te extrañamos abuelo... adiós, mi papá hablara contigo. Se los diré —dijo antes de despedirse.
El muchacho entregó el auricular, para que Terry y el duque del otro lado de la línea sostuvieran una conversación que se alargó por varios minutos. Para ambos era un alivio escucharse, y compartir las noticias de que se encontraban bien. La salud del Duque de Granchester se había deteriorado en el último año, y eso lo mantenía menos activo y refugiado en la casa señorial del ducado en Londres. Un hecho que le reprochaba constantemente Terry, quien se sabía más tranquilo cuando su padre se trasladaba a Wiltshire, donde se suponía que viviría al menos mientras Inglaterra estuviese en guerra. Pero Richard era un hombre muy decidido y terco, y volvía a Londres sin importarle los bombardeos alemanes y su propio estado físico para mantenerse más cerca del centro del poder y colaborar con lo que fuera necesario dentro de sus posibilidades. Luego de despedirse con afecto Terry regresó a la mesa y transmitió a todos el cariño del abuelo.
Instalados en una mesa del restaurant, Henry y Evelyn no dejaban de mirarse y sonreír. Al ser atendidos por el mesero, él pidió una Guiness y la carta. Ella se limitó a pedir una soda. Se tomaban de las manos, no podían evitar el contacto físico y volvían a sonreír.
—Te ves hermosa —dijo él besando el dorso de la mano que sostenía.
—Es porque me vestí de señorita —respondió ella sonrojada.
—El día que te conocí también estabas muy hermosa.
—Claro con los pantalones y la boina de mi hermano —dijo mientras se cubría el rostro con la mano libre.
—Qué pasa si te digo que eso fue lo que llamó mi atención... en verdad lucías muy bonita. Nunca había visto a una mujer a la que le quedará tan bien la ropa de hombre.
—Por qué no me cuentas que harás en Escocia.
—Ordenemos primero —sugirió él.
Henry le hizo una seña al mesero y este se acercó, no había muchas opciones de cena, así que pidieron lo mismo para ambos. Él se dio cuenta en ese momento de lo hambriento que estaba, había salido desde Londres muy temprano en la mañana y apenas probado bocado en el tren. Así que se maravilló con el plato que pusieron frente a él, sin importar que fueran unos sencillos palitos de pescado con papas. Mientras Evelyn le conversaba sobre la escuela, y sobre lo que estaba leyendo en ese momento, sin olvidar que él debía finalmente contarle sobre su viaje.
—Ya me contarás.
—Sí. Debo ir a Inverness, me tomará unos meses estar allá.
—Qué harás...
—¿Recuerdas a las chicas que estaban conmigo en el restaurante en Londres?
—Sí.
—Una de ellas, Vera Atkinson me acompañara, es una fotógrafa extraordinaria, ha sido contratada por la agencia y ella irá conmigo a Escocia, tenemos una tarea muy difícil por delante. Evelyn no me iré con rodeos. Después de mi estadía en Escocia, iré a Francia, a la zona no ocupada.
Evelyn abrió muchos los ojos por la sorpresa, tragando grueso, sintiendo como su respiración se volvía irregular. Él percibió la perturbación en ella, y volvió a tomar su mano.
—No entiendo —musitó la muchacha.
—Ev mi amor. Es parte del trabajo, sé que la sola mención de Francia asusta, pero no escojo los lugares a los que debo ir, ellos, en Nueva York dan las órdenes... antes de venir a Inglaterra estuve en Marruecos, en Tánger, luego ellos me enviaron acá, y ahora me enviaran a Francia.
—Pero qué harás en Inverness.
—Entrenarme.
—¿Entrenarte?
Henry odiaba lo que estaba a punto de hacer, pero no debía decir la verdad, ni siquiera a ella.
—Por eso vine, no podía hacer lo que estoy a punto de hacer sin antes haber venido a verte. No me podía ir con la duda de saber si sentías lo mismo que yo siento por ti. Voy a entrenarme para sobrevivir en la zona libre de Francia, es lo único que puedo decirte, y debo también pedirte que no puedes conversar de esto con nadie Ev, se supone que es confidencial, pero te mereces una explicación.
—Y cómo se supone que viajaras a Francia —preguntó ella realmente intrigada.
—Viajaremos primero a España. A Barcelona y desde allí en tren hasta Perpiñán, donde tomaremos otro tren hasta Lyon. Todos están interesados en saber cómo se vive en la Francia ocupada, y bajo el gobierno títere de Vichy. Y lo más importante, bebo entrevistarme con la naciente resistencia.
—Todo suena muy peligroso. Oliver dice que son los nazis los que realmente mandan en toda Francia, será muy arriesgado que sepan que eres británico, Inglaterra es el enemigo.
—No te preocupes, estaré bien. Sólo debo, ya sabes, no mencionar esa parte británica que llevo en mis venas. Mi francés con acento neoyorkino me ayudará a que no lo descubran... —Henry sonrió intentando de hacer de aquello un chistecito. Aunque en el fondo era el ardid que usaría, esconder sus lazos con Inglaterra, y presentarse como un periodista estadounidense recién llegado de España.
—Cuándo te iras a Escocia.
—En tres días. Pedí tres días para venir a verte.
—Y a Francia...
—Lo sabrás cuando llegue el momento, vendré a despedirme. Pero ahora tenemos tres días para estar juntos. Puedo verte mañana.
—Sí, sólo que, por la tarde, cuando regrese de Warwick.
—Me gustaría verte bailar.
Un hilo de dolor atravesó el corazón de Evelyn, era lo que más deseaba, bailar. Ella nunca había imaginado que estar cesante fuera tan penoso. Pero era una pena que llevaba muy guardada en su alma, por muy difícil que fuera para ella esta nueva vida lejos de las salas de la academia ella se había propuesto sobrellevarla, concentrarse en lo que consideraba verdaderamente importante, vivir y que la familia continuara unida.
—El día que me viste en Londres visité la academia. Me dio mucha pena que estuviese casi vacía, una de las profesoras me dijo que muchos alumnos también abandonaron Londres, y hay muy pocos nuevos estudiantes. Aun así, preparaban un espectáculo, un antiguo compañero subió a principal antes de lo esperado por la falta de bailarines —Evelyn no reveló que se trataba de su exnovio Hans. —Me duele haber dejado el ballet, pero no es algo que me molesta, es decir, no es algo que me haga sufrir.
—¿Y si tuvieras la oportunidad de volver?
—Para eso debo volver a Londres, o mejor ir a Nueva York con mi abuela, y eso no es posible, no por por ahora. Así que no pienso mucho en eso. No voy a separarme de mi familia en estos momentos, no dejaré a mis padres con mis hermanos, y menos cuando Oliver está pensando en enlistarse.
—Me lo dijo. Oliver me contó que piensa dejar el teatro para unirse a la RAF, de hecho, me confesó que hará una última temporada y se unirá a la aviación.
—Ves porque no puedo pensar en abandonar Stratford. Sé me parte el corazón imaginarlo lejos de nosotros... expuesto, corriendo tal peligro, y por otro lado mis padres estarán devastados cuando lo vean partir.
—Pero hace lo correcto...
—¿Tú lo crees en verdad?
—Sí cariño, todos debemos luchar de la forma en que podamos en contra de los nazis.
Henry no pudo sentir más que admiración por Evelyn, así como lo sentía por Oliver y toda la familia, que ciertamente apenas conocía pero que le había mostrado cuan unida era y cuanto se amaban. Nunca había conocido a hermanos que se cuidarán unos a otros de esa forma. Además, los tres mayores mostraban tal complicidad y profunda conexión. Algo de lo que él nunca pudo disfrutar siendo hijo único.
—Me gusta tu familia —le confesó sonriendo.
Evelyn soltó una risita.
—Se supone que te debo gustar yo, no mi familia.
—Pero me gustan, son tan unidos, se quieren tanto, tienes unos padres que se aman. Ya te lo dije, soy hijo único, tuve una infancia solitaria, mis padres peleándose, luego el divorcio, yo yendo con mi madre de Londres a Lyon, luego regresamos, después a Nueva York, otra vez Londres, otra vez Nueva York.
—Y de dónde te sientes, si me lo preguntarás yo te diría que soy totalmente londinense, amo Londres, aunque me gustaría algún día, cuando terminé la guerra ir a Nueva York, pero también soñaba con ir a bailar en París, en Milán... pero la guerra arruinó todos mis planes.
—Me siento como todo un neoyorkino, nadie es cien por ciento de allá, así me siento, pero es sin duda la ciudad a donde siento que pertenezco. —Henry miró su reloj apenas terminó la frase. —Creo que pediré la cuenta, debemos irnos para llevarte a tiempo, no quiero empezar con el pie izquierdo con tu padre.
La luna proyectaba su luz sobre las aguas del río y sobre todo Stratford. No necesitaron usar las linternas para iluminar el camino de regreso a casa, todo estaba alumbrado por la luna. Regresaron más callados, las noticias recibidas por Evelyn eran mucho más de lo que ella esperaba, y se encontraba algo turbada. Él notó esa perturbación y se detuvo justo sobre el puente cuando estaban en su punto más alto. Henry se llevó la mano de Evelyn hasta sus labios, y la besó con adoración y repetidamente en la palma, mientras ella acariciaba su rostro.
—Lamento no haber traído buenas noticias —dijo recordando la noticia sobre su viaje a Francia.
—De qué hablas... es tu trabajo —contestó Evelyn inclinando el rostro sobre la otra mano de Henry.
—Te escribiré todos los días, y te llamaré tan seguidamente como pueda, tanto que vas a aburrirte...
Ella esbozo una sonrisa, y a él le pareció la imagen más sublime. Se acercó a ella para acariciar con las yemas de los dedos los labios entreabiertos, besándola luego con demanda y ternura, apretándola a él por la cintura, casi con frenesí. El ruido de un auto acercándose les recordó que estaban en el petril del puente y recobraron la compostura. Henry miró su reloj, tenían cinco minutos para llegar a la hora acordada. Sonrió como un niño cuando hace una travesura, y tomó a Evelyn por la mano.
—Tu padre va a matarme... apresurémonos.
Corrieron puente abajo, sin dejar de reír, luego tomaron aire y siguieron la marcha caminando tan lento como podían para extender el momento. Cuando llegaron a la casa y antes de que Evelyn abriera la reja, Henry la tomó por el rostro con sus dos manos, y volvió a besarla dulcemente, antes de decirse adiós, ella se recostó al hombro de él, lo abrazó con fuerza. No se dijeron nada durante esos segundos, sólo aspiraron el perfume natural que emanaban sus cuerpos, y disfrutaron de la calidez que irradiaban.
—Entremos —se escuchó finalmente la voz de Henry.
Evelyn abrió la reja y caminaron muy juntos por el jardín bordeando la casa hasta el patio trasero, y el otro jardín, el que daba al río. Las luces del salón estaban encendidas y se proyectaban tenues en la parte exterior, a donde ellos volvieron a abrazarse, con el rumor de la radio encendida que provenía desde el interior.
—Escuchamos la radio todas las noches —dijo ella, alargando los segundos junto a él.
—Te veo mañana. Te estaré esperando en los jardines del teatro.
Volvieron a unir sus bocas en un cálido y tímido beso, y ella entró sonriéndole.
Terry miró su reloj apenas la vio entrar, su rostro lucía más relajado. Candy se había encargado de suavizar sus aprehensiones. Evelyn se acercó a ellos sintiendo que sus pies flotaban, ni siquiera fue capaz de escuchar las palabras de sus padres, al igual que saludó se despidió y se fue escaleras arriba a su habitación. Candy no pudo evitar soltar una risita cuando la vio alejarse, la muchacha estaba totalmente fuera de sí, flotando en su propia ensoñación. Cuando llegó a su habitación se tiró en la cama mirando al techo, con las manos bajo su cuello, repasando uno a uno los sucesos de esa tarde. Se llevo los dedos a los labios recordando los deliciosos besos de Henry. Ni siquiera se percató de que su madre había entrado a la habitación para preguntarle cómo había estado todo con el joven periodista. Intercambiaron apenas unas palabras, seguía en las nubes. Necesitó de varios minutos para que el peso de la realidad cayera de nuevo sobre ella, y se levantó de súbito para cambiarse la ropa y prepararse para dormir, pero antes, le haría una visita a su hermano, y salió por el pasillo rumbo a la habitación de este.
—¡Ollie! duermes —dio un golpecito suave.
La puerta se entornó de inmediato, para permitir que ella entrará a la habitación.
—No, pasa —respondió él.
Evelyn entró y se acomodó en la cama vacía de William, cruzó sus brazos y sus pies, y guardó silencio por unos segundos mientras observaba a Oliver hurgando en su armario.
—No me vas a preguntar cómo me fue con Henry.
—Cómo te fue con Henry —respondió él en tono cansino.
Evelyn sonrió y ladeo su cabeza.
—Bien...
—No se supone que no te importaba Henry Dedlock, me lo negaste a mí, cómo pudiste mentirme de forma tan descarada, y cómo es que ahora eres su novia.
—No te cuento todo lo que pasa por mi cabeza Oliver.
—Sí, está más que visto... ¿ya se besaron?
—¡Ollie!
—Sí Evelyn, yo también quiero saber —dijo la voz de Albert irrumpiendo en la habitación con un libro en la mano.
—Y tú que haces aquí, deberías estar durmiendo.
—Estudiamos a Hamlet en la escuela, vengo a que Ollie me la cuente...
Evelyn abrió los labios en señal de desconcierto, mirando a uno y a otro.
—Haces trampa...
—No, es sólo que no la entiendo, y me resulta aburrido, eso de tragedia, muerte... es lúgubre.
—¡Si sabes que tu padre ha sido uno de los mejores intérpretes de Hamlet, que lo dicen los periódicos, los críticos, que agotaba entradas en Londres! —expresó la muchacha.
—Shhh no grites que te puede escuchar —le reclamó Albert.
Oliver soltó una carcajada.
—No quiere que papá sepa que no le gusta Shakespeare, ni nada relacionado con el teatro. Es un secreto. Él quiere ser un hombre de negocios como los Ardlay, le aburre el teatro, la literatura, todo lo que tiene que ver con papá —el muchacho seguía riendo —pero no quiere que lo sepa, así que debes cerrar tu boca Evelyn Granchester.
Albert se hizo un espacio al lado de Evelyn, acomodándose también en la cama. Ella tomó el libro en sus manos y comenzó a hojearlo.
—Todavía espero que me cuentes si te besaste con el periodista —dijo Albert mientras le quitaba de nuevo el libro —es de papá trátalo con cuidado.
—No les contaré, forma parte de mi vida privada.
—Yo sigo sin entender nada —volvió a intervenir Oliver mientras se sentaba en su cama.
—No hay nada que entender, nos enamoramos es todo. Como les ocurre a las personas. Así como estas enamorado de Madelaine. Pero Henry tuvo el valor de venir desde Londres a decírmelo.
Oliver la miraba con una sonrisa incrédula y negaba con la cabeza, mientras se acomodaba en su cama, y le preguntaba a su hermano en qué habían quedado con el libro para continuar contándole la historia. Evelyn se arrellanó en la cama, acurrucada a Albert, para escuchar también, se sentía tan feliz que no quería dormir tan pronto, y disfrutaba de la compañía de sus hermanos.
Al otro lado del puente, en su habitación de hotel, Henry también se creía sumergido en una ensoñación. Había encontrado a la mujer perfecta para él, pero eran tiempos convulsos, que demandaban más de todos, y él no estaba ajeno a esas demandas, ni le podía resultar indiferente lo que ocurría a su alrededor, por tanto, se cuestionaba, recordando con ardor tanto los besos y esa hermosa tarde, como la responsabilidad de sus acciones caía con enorme peso sobre su espalda. Evelyn había llegado en el momento menos esperado, quizás podía ser inoportuna pero ¿Cuándo es inoportuno el amor?, no paraba de pensar. Él había tomado la decisión más importante de su vida el mismo día en que coincidió con ella en Londres en ese restaurant, apenas unas horas antes de verla por sólo instantes, los mismos instantes que cambiaron su vida.