Viene del capítulo 7 I parte
Dear Terry:
Nosotros en la tempestad
Capítulo 7
II parte
Esa noche Evelyn permanecía inusualmente callada, durante la sobremesa en casa de su abuelo. Algo absolutamente ajeno a su carácter vivaz y alegre. El hecho no pasó desapercibido para su tío Philip, quien se acercó a su lado en el sofá para indagar que ocurría con ella.
—Cariño te sucede algo.
—Ah... no tío Philip, es solo que estoy cansada, estuvimos de compras en Oxford Street y quede agotada, ya sabes estuvimos haciendo encargos, fuimos a la imprenta a buscar los libretos de papá. Oliver quiso ver libros, así que pasamos buena parte de ayer y hoy de aquí para allá —contestó sonriendo.
—¿Cómo están Terry y tu madre?
—Papá muy ocupado, cuando no está en el teatro trabajando, trabaja en casa escribiendo o revisando libretos, leyendo las obras que desea presentar. Y mamá también tiene mucho trabajo en la clínica, asiste partos, visita a enfermos en sus casas, hace curaciones, va de un lugar a otro en la ciudad, en las villas cercanas.
—Padre los hecha mucho de menos. Esta visita, aunque corta ha hecho muy feliz a tu abuelo —destacó el hombre mientras observaba a su padre hablando de forma tan jovial con Oliver.
—Te prometo que regresaremos antes de lo que crees y nos quedaremos más tiempo. Creo que ahora me iré a dormir, nos veremos mañana en el desayuno.
—Está bien, descansa cariño.
Evelyn se acercó a su abuelo para despedirse.
—Abuelito me iré a dormir...
— Cómo, cariño te marchas tan temprano.
—Estoy algo cansada —dijo esto mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla al anciano —te quiero abuelito —agregó después de darle, uno, dos y tres besos en la mejilla. Mientras el hombre enternecido le tomaba la mano para besar su dorso.
—Duerme bien —apenas musitó incapaz de corresponder la efusiva muestra de afecto de su nieta.
Aquellos muchachos siempre lo habían llenado de amor, nunca antes el duque de Granchester había recibido tantas muestras de afecto como las que le prodigaban sus nietos, y para más, los hijos de Terry, a quien le negó toda comprensión, todo cariño. Lo amaba, pero nunca llegó a demostrárselo, además cruelmente lo había privado también del amor de su madre. En ocasiones, tal como ocurrió esa noche se sentía tan conmovido por ser el depositario de un amor que él siempre negó. Sólo que con el tiempo él aprendió su lección de vida, y procuraba, de la forma en la que era capaz de corresponder al afecto que recibía, manifestarlo tal como lo experimentaba en su corazón, dejando la hidalguía a un lado, y comportándose simplemente como el abuelo consentidor que ellos merecían tener. Richard también se sentía muy agradecido con Candy, pero más con Terry por haberle dado la oportunidad de emendar todos los errores del pasado con sus nietos, por tenerlos en su vida, y tener la oportunidad de amarlos y ser amado por ellos. Aun cuando tenía más nietos, eran por esos muchachos por quienes sentía un cariño inefable.
Evelyn despertó a la mañana siguiente con los mismos pensamientos que se había llevado a la cama la noche anterior. No conseguía sosegarse. Pero no era Hans ni su indiferencia la causa de su agonía sino Henry. En el trayecto en tren apenas cruzó palabras con Oliver. Quien respetó en todo momento su silencio. Sólo se limitó a invitarla al coche restaurant para tomar té. Y ahí se atrevió a buscar una conversación.
—Llegaremos pronto.
—Sí, la verdad es que ya quiero llegar a casa.
—Me contarás que pasó con Hans.
—¡Y tú me contarás que pretendes con Madelaine si piensas tanto en unirte a la RAF! —contestó en tono áspero.
Ambos guardaron silencio de nuevo, mientras eran atendidos por el mesero.
—Perdona, ese comentario fue innecesario —se retractó Evelyn arrepentida de darle un mal trato a su hermano tan querido.
Pero cómo explicarle lo que pasaba en su corazón y en su mente si ni ella lo comprendía muy bien. De alguna forma le avergonzaba admitir que se sentía aliviada por el rechazo de Hans, que ya no le importaba, que de pronto ya él no ocupaba sus pensamientos más que como un reciente recuerdo, y que ahora todo en ella era diferente y desconcertante. Que Henry lo había sacudido todo en su vida.
Esa noche durante la cena también permaneció callada. Terry que la observaba la creyó cansada por el viaje y no la presionó para conversar más que lo necesario. Ella finalmente se disculpó aludiendo que le dolía la cabeza para poder retirarse de la mesa e ir hasta su habitación. Subió rauda y tras cerrar la puerta se abalanzó a la cama, luego se acomodó solo mirando el techo. En menos de lo que pensó Candy estuvo en el cuarto con una taza de té y una Aspirina. Internamente Evelyn se lamentó por haber mentido. Sólo quería estar sola. Amorosamente su madre le dio de tomar el té y la píldora. También trajo un pequeño paño frío para colocar en su frente.
—Debió ser la fatiga del viaje a Londres ¿te alivia un poco? —le preguntó refiriéndose al efecto que podía causar la toalla fría sobre sus sienes.
—Sí mami, gracias.
Evelyn titubeó, pero sin pensarlo más le preguntó a su madre, antes de esta se fuera de la habitación
—¿Mami cómo supiste que amabas a papá?
Candy sonrió y suspiró profundo. Aún a su edad, después de casi veinte años de matrimonio le costaba hablar de sus sentimientos, del pasado.
—Lo supe cuando él se marchó del colegio para cumplir su sueño de ser actor en Broadway. Lo comprendí en el instante en que vi su barco perderse en el amanecer. Se fue sin despedirnos, sólo dejó una nota para mí en su cuarto. Fue el sentimiento de pérdida el que me hizo comprender que lo amaba. Como yo era muy joven, no lo pude comprender antes, no fue hasta creerlo perdido que supe que lo quería más de lo que yo misma comprendía. Tu padre y yo éramos dos adolescentes cuando nos enamoramos. ¿Ev qué te ocurre, se trata de Hans, pudiste verlo?
—¿Cómo sabes que fui a ver a Hans? Acaso Ollie te lo contó.
—Creo que me lo dice tu tristeza.
—Lo de Hans sé terminó.
—Oh cariño lo lamento...
—No lo lamentes, está bien. En verdad todo está bien, no te preocupes. No estoy triste.
—Ev si quieres hablar... —insistió Candy.
—No ahora, en verdad estoy bien, creo que voy a dormir.
—Está bien te dejare sola.
Candy regresó al salón y Terry la miró de forma expectante, como esperando a que ella le contara que ocurría con la muchacha. Pero ella le hizo un gesto para que él comprendiera que lo hablarían después, a solas, quizás en la privacidad de su habitación.
La tarde siguiente Evelyn junto a Anne y Madelaine descendieron del autobús muy cerca del teatro. Se despidió de su amiga y tomó a Anne de la mano en dirección al Memorial, y cuando se disponía a atravesar los jardines escuchó que la llamaban a sus espaldas. Reconoció la voz, no necesitó darse vuelta para saber que era Henry. Se paralizó por unos segundos, todo su cuerpo temblaba, y sintió que no podría pronunciar palabra. Anne con naturalidad se soltó de su agarre y fue al encuentro del joven periodista para saludarle.
—¡Henry has vuelto!
—Hola Anne, sí he vuelto, qué tal la escuela.
—Agotador, estoy agotada.
Henry sonrió ampliamente. Luego caminó hasta Evelyn, atreviéndose a tocar su hombro para obligarla a mirarlo.
—Hola Evelyn ¿Podemos hablar? —preguntó él —te traje un libro, lo vi en una librería en Londres y pensé en ti.
—Debo ir a casa... y no necesito libros, tenemos una biblioteca muy basta —ella titubeó primero, pero después arreció la voz.
—¿Puedo acompañarlas?
—¡No! Hablemos aquí, no creo que tengas mucho qué decir.
—Te equivocas, tengo mucho que decir, y no creo que sea el lugar más adecuado.
—Entonces no se me ocurre otro lugar, además, insisto, no tenemos nada de qué hablar.
—Creo que sabes perfectamente que si tenemos muchas cosas que decir. Ev te lo pido —Henry usó su tono más dulce.
—Vamos a casa Anne —dijo la muchacha tomando a Anne bruscamente de la mano, llevándola casi a rastras tras ella.
Ambas avanzaron dejando a Henry parado en medio del lugar. Evelyn se detuvo de pronto, suspiró muy hondo apretando los ojos, y giró sobre sus talones, lo miró con hastío, él no se había movido ni un milímetro.
—¿Vendrás o no? —le reconvino.
El trayecto a la casa se hizo casi eterno para Evelyn, su corazón parecía salirse por su garganta, permaneció en silencio por miedo a no saber que decir, y también por miedo a decir demasiado. Henry parecía tan tranquilo y sosegado que a ella le daba rabia. Cómo puede estar tan tranquilo, lo odio, pensaba en el más estridente de los silencios. Cuando llegaron a la verja de la casa se sintió más aturdida, por fin tendría que enfrentarlo. Las manos le hormigueaban, y estaban sudorosas.
Le pidió a Anne que entrara ella primero, antes le advirtió que nadie debía saber que Henry las había acompañado a la casa. Se inclinó sobre la pequeña para mirarla directo a los ojos.
—Di que me regresé al pueblo, que olvidé comprar algo, no sé papel, tinta, lo que sea. Escúchame bien Anne, por nada del mundo le digas a nana o a mamá, ni mucho menos a los chicos que estoy con Henry. Iré con él al río. Sólo conversaremos allí, después regresaré a la casa. Mañana te compraré una tableta de chocolate, y te dejaré usar uno de los labiales que compré en Londres, el que más te gusté.
—Siempre dices que son muy caras las tabletas de chocolate, me engañas.
—Tengo dinero ahorrado y te la comprare, lo prometo, ahora entra a la casa antes de que nos vean aquí hablando.
Apenas Anne se fue a la casa, ella se acercó a Henry e hizo que la siguiera. Ya habían estado en ese lugar el día de la celebración del cumpleaños de Candy. Caminaron sin decir nada hasta el sauce llorón, allí se dejaron envolver por la sombra confortable que ofrecía el árbol bajo el tupido follaje que caía sobre ellos como una cascada de hojas. El perfume de los narcisos, la lavanda y el romero que la brisa fresca esparcía por doquier era embriagador. Evelyn se sentó en la hierba, Henry permaneció unos minutos en pie, luego se quitó el saco y se sentó a su lado. Sacó de la cartera que traía colgado al hombro el libro del que le había hablado y lo extendió hacía ella. Evelyn lo miró con desdén.
—Lo vi y pensé en ti, me dijiste que te gustaba Cowper. Son sus versos —dijo haciendo una mueca de resignación con los labios.
Evelyn sólo se quedó mirando, sin atreverse a tomar el libro. Estuvo a punto de decirle que su padre tenía todos los libros de Cowper que no lo necesitaba ni lo quería. Pero le desconcertó que él le hubiese confesado que lo compró pensando en ella. Él pensaba en ella, había recordado que a ella le gustaba la poesía de William Cowper, estaba en sus pensamientos. Entonces lejos de ser desagradable y hacer un comentario irónico se fijó con más atención en el libro, era una edición moderna con la poesía completa, un bonito ejemplar. Finalmente lo tomó, y acarició la portada.
—Lo siento, no lo envolví, y de hecho venía leyéndolo en el tren. Tenías razón, son versos hermosos. También te traje una copia del artículo que escribí sobre tu padre, ya lo envié a Nueva York.
—Gracias. De qué quieres hablar —le dijo ella desafiante, con todas sus defensas en alto.
—De nosotros. De lo que siento por ti —respondió él sin un ápice de duda.
—No te entiendo, no hay un nosotros.
—Claro que me entiendes, eres la chica más inteligente y lista que he conocido, además de la más hermosa. No puedes hacerte la desentendida, no conmigo.
—Eso no te lo creo, te relacionas con mujeres de tu edad, mucho más hermosas, que se ven muy atractivas, más inteligentes, mucho más que yo. Yo soy una chica corriente no soy como ellas.
—En eso tienes razón, no eres como ellas. Y no eres una chica corriente. Aquí el corriente soy yo. Eres especial Evelyn. Es cierto, conozco a muchas mujeres, incluso de tu misma clase social, de la nobleza y ninguna de ellas es tan auténtica, tan especial como tú. Y sé que eres una Granchester la nieta de un duque, tu padre será duque, yo solo soy el hijo de un ejecutivo bancario, y de una profesora de piano, entendería que fuera muy poco para ti.
—No he sido criada como una chica de la aristocracia —le aclaró con vehemencia.
—Aun así, perteneces a ella.
Evelyn desvió la mirada hacia el río. Henry totalmente desarmado se acercó más a ella y se atrevió a tocar su barbilla y hacerla girar el rostro para que lo viera a los ojos, por unos segundos el siguió acariciando el mentón, deseaba besar sus labios, pero reprimió su impulso, no quería ahuyentarla, y temió que si continuaba en su avance ella lo detendría rechazándolo. Ella se estremeció con el leve contacto, pensó que él no tardaría en besarla y ella se debatía entre seguir el deseo de su corazón y aceptar aquel íntimo contacto o impedir que ocurriera.
—Evelyn, yo no he hecho más que pensar en ti desde que te conocí y quiero saber si tú también has pensado en mí —continuó diciendo él.
—Yo... Yo no sé qué decir.
—Dime lo que sientes.
Evelyn guardó silencio incapaz de derrumbar el muro protector que había erigido para que él no percibiera su ansiedad. Le costaba respirar, y su corazón latía muy fuerte.
—Por favor, Evelyn, debes saber que si he venido hasta aquí ha sido solo con el interés de verte y saber si soy correspondido. Si no sientes nada por mí, si tu deseo es que me aleje, lo haré. Me iré por donde mismo vine, y no tendrás que verme nunca más.
Entonces un miedo la invadió de pronto, él se iría y podía hacerlo por qué no, Henry no era un niño, no estaría jugando con ella, sin duda cumpliría su palabra, supo que se vería inmersa en el más absoluto de los infortunios si por su orgullo no se sinceraba con él, y aceptaba de una vez por todas que estaba tan enamorada de él, como él parecía estarlo de ella.
—Sí —masculló finalmente.
—¿Sí? ¿sientes lo mismo que yo, acaso es eso?
—Sí.
—Entonces no estaba equivocado —dijo Henry al fin sintiendo que les entraba aire a sus pulmones.
—Ah no seas arrogante —Evelyn se puso en pie de un tirón, caminando hacia el río dándole la espalda. Él también se levantó siguiéndola.
—No me malinterpretes, es solo que no me fue indiferente la forma en la que me mirabas en Londres cuando nos encontramos en ese restaurant. Nada que provenga de ti me es indiferente.
El colocó una de sus manos sobre el hombro de ella y sintió que la mano le ardía con el sólo contacto de su piel bajo la tela de la blusa. Él se atrevió a más y bajo esa misma mano acariciando el brazo para tomar la mano de ella, Evelyn la sujetó con lentitud y pronto se vieron entrelazadas. Se giró en silencio y él pudo contemplar de nuevo su rostro, bañado por la luz de la tarde, los labios ligeramente entreabiertos como invitando a besarlos. Henry ya sin temor al rechazo la atrajó a él, paso su mano libre por la cintura de ella y se acercó más, tanto que podía embeber el dulce aliento de la joven. En indefensión absoluta Evelyn sintió un suave roce, cálido y húmedo, cerró los ojos entrando en un estado casi hipnótico y se entregó al más dulce de los besos. El cuerpo de Henry tembló cuando sintió las manos de Evelyn apoderarse de su cuello y estrechar el contacto de las bocas. Ahora su lengua acariciaba la de ella que también temblaba. Poco a poco se separaron en una contemplación mutua, y volvieron a besarse, pero este beso fue más intenso, y más largo, luego ella volvió acomodarse en el pecho de Henry, abrumada por las manifestaciones mutuas de amor. Ella solo quería estar pegada a él, y él solo quería acariciar con suavidad su espalda teniéndola así, en aquel entrañable abrazo.
—Te quiero Evelyn. Por favor debes creerme.
—Te creo, porque yo también te quiero.
En los brazos amorosos de Henry, Evelyn comprendió que lo que sentía por él era amor real y de una profundidad desconocida, pero a la que no temía. Era tan confortable estar así, apoyando su rostro sobre el hombro de él, percibiendo las dulces caricias de sus manos sobre su cabello, el calor que emanaba, su aroma. Todo era embriagador y la envolvía en una sensación tan nueva y voluptuosa que parecía un sueño. No quería separarse de él, deseaba permanecer así abandonada a sus brazos para siempre.
Volvieron a mirarse y Henry tomó delicadamente el rostro de Evelyn entre sus manos, para besarla tiernamente al principio, hasta volverse más demandante. Lejos de asustarse, ella se entregó por completo a aquella demanda, descubriendo las nuevas sensaciones que producía en sí esta forma de ser besada, besada con adoración.