Dear Terry:
Nosotros en la tempestad
Capítulo 7
I parte
Nosotros en la tempestad
Capítulo 7
I parte
Londres, mayo de 1941.
El Londres que ella había conocido, la ciudad en la que creció no era la misma. Había ruina y destrucción por doquier, resultado de los bombardeos. Apreciaba la devastación desde el taxi que los llevaba desde Charing Cross hasta la residencia del Duque de Granchester en Kensington. El corazón le dio un salto cuando pasaron frente al teatro sede de la Royal Ballet Company. Fue inevitable que sus ojos se cristalizaran, Oliver que había experimentado la misma sensación meses antes, tomó su mano en señal de consuelo y apoyo. Todos los lugares que ella frecuentaba y adoraba lucían tan distintos, la City, Covent Garden, estaban llenos de escombros, algunos edificios partidos en dos como si de un pastel se tratase, amasijos de hierro retorcidos por el fuego de los incendios, hoyos profundos en las calzadas y calles. Filas interminables de amas de casa frente a los almacenes, y aun así había personas caminando de un lugar a otro, autos que iban y venían, tiendas, restaurantes que permanecían en pie y de puertas abiertas.
—¿Quieres ver a Hans ahora?
—No, quiero ver al abuelito primero, nos esperan para almorzar.
El auto continúo su recorrido hasta Chelsea, ella reconoció su barrio de inmediato. Le pidió a Oliver que se detuvieran unos minutos frente a la casa que había sido su hogar hasta antes de la guerra.
—No traje la llave —le aclaró Oliver —debí traerla —agregó.
—No importa solo quería saber si estaba en pie. —Pero se veía tan desolada que no pudo más que provocarle una profunda nostalgía.
El chofer siguió su camino hasta Kensington Park, finalmente llegaron a la mansión Granchester. La sonrisa de Evelyn era arrolladora, capaz de contagiar su alegría a cualquiera cuando se lo proponía y era en su abuelo en el que más ejercía poder. Richard muy desmejorado en su salud demostró una efusividad tal que sorprendió a su mayordomo y sirvientes casi hasta la emoción. Evelyn no tuvo reparos en abalanzarse a él apenas se encontraron en la biblioteca, a donde el duque reposaba leyendo documentos al momento en que los muchachos llegaron. Después de los saludos fueron acomodados en las habitaciones que habían preparado para ellos. Ella en la que una vez fue de Terry, y Oliver en una para huéspedes de la familia. Volvieron a unirse al duque al momento del almuerzo, lo hicieron en el comedor familiar, Evelyn no tardó en sentarse al lado él y este no tardó en indagar.
—Quiero que me cuentes con detalle todo sobre los muchachos, sobre tus padres Ev —le pidió el anciano conocedor de la elocuencia de su nieta mientras la tomaba de la mano.
Así que durante el almuerzo ella no paro de hablar. Dando apenas oportunidad para que Oliver describiera el itinerario que tenía previsto seguir para cumplir con todos los pedidos de su padre. Evelyn no dejó de prestarle especial atención a su abuelo. Aunque su imagen se mostraba más frágil, el anciano no abandonaba su costumbre de ir perfectamente vestido con traje de tres piezas, corte y bigote también bien recortados. Lo que revelaba una gran fortaleza de carácter y espíritu, y era en esas circunstancias, las más difíciles en las que más dignifica y ennoblece mostrar tal hidalguía, siempre erguido y en pleno uso de sus facultades. Y Evelyn no podía más que admirarlo por ello, y veía en él los rasgos que sin duda habían sido heredados por su padre. Cuando terminaron de comer, ella buscó apartase para conversar con Oliver a solas.
—Voy a quedarme con el abuelito toda la tarde ¿no te importa que no te acompañe?
—No, no te preocupes. Trataré de volver lo antes posible para acompañarlos.
—Muy bien gracias —y diciendo esto Evelyn se alzó de puntitas y se acercó a la mejilla de su hermano para dejarle un beso.
Regresó al lado de su abuelo, para preguntarle con entusiasmo en que invertirían la tarde ellos dos, puesto que estaba allí para hacerle compañía. Pero la inmediata intervención del mayordomo de la casa apagó sus impulsos recordando que Milord hacia una siesta por recomendaciones médicas después del almuerzo.
—Ya ves que ahora parece ser Tilney el señor de la casa cariño —se quejó Richard. —Pero que te parece que después me acompañes a dar un paseo por los jardines de Kensington —agregó guiñándole un ojo.
—Me parece una estupenda idea abuelito, toma tu siesta, yo estaré en la habitación leyendo y después saldremos a dar ese paseo.
Luego de que el duque se retirara para hacer su siesta, Evelyn excursionó por la amplia biblioteca buscando que leer para pasar el rato. Había traído un libro, pero en las inmensas estanterías de su abuelo siempre hallaba algún tesoro, así que se dedicó a buscar ese tesoro por varios minutos, y fue El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde lo que le resultó más atractivo, y se quedó allí acomodada en uno de los mullidos sillones leyendo la novela de R.L Stevenson, totalmente abstraída en la tarea por dos horas. Hasta que su abuelo volvió aparecer por el lugar en busca de su compañía para efectuar el paseo prometido.
Esa noche, la primera en Londres después de mucho tiempo, Evelyn se fue a la cama satisfecha de haber tenido una agradable velada con su hermano, su tío Philip, el hermano menor de su padre, y su abuelo. Sorprendiéndose a la mañana siguiente de haber dormido por más de nueve horas sin sobresaltos. Se sentía animada y feliz de estar en la ciudad. Dispuesta a llevar a cabo sus planes pasara lo que pasara, se puso en pie y dedicó un buen rato en su arreglo personal. A conciencia había empacado sus más bellos atuendos para lucir en esa corta estancia. Pasada media mañana ella finalmente se unió a su hermano que leía el periódico en el salón junto a su abuelo.
—Cariño, buenos días —exclamó efusivo Lord Granchester apenas la vio entrar.
—Buenos días abuelito.
—¿Cómo dormiste?
—Estupendamente, gracias.
Luego se acercó a su hermano y se sentó a su lado en el sofá.
—Te perdiste el desayuno.
—Sí, estaba muy cansada. ¿A qué hora nos vamos?
—De inmediato si es que estas lista.
—¿Antes puedo tomar un café?
—Sí, tenemos tiempo.
—Abuelo ¿puedo pedir que me sirvan un café?
—Por supuesto, toca la campanilla.
Una hora después, los hermanos salieron de la casa llevados por el chofer que había dispuesto el duque para ellos, y comenzaron con todos sus pendientes hasta cerca del mediodía cuando dispusieron ir finalmente a la compañía de ballet. Estacionaron muy cerca del teatro de la Royal, Oliver la acompañó hasta las escalinatas y allí le recordó.
—Estaré en Rules esperándote hasta las dos. Si no vienes a mi encuentro, nos veremos en casa. Pero si pasa algo —dijo mirando al cielo —Ev, si vienen a bombardearnos corre al metro, busca refugio allí. Cuando todo haya terminado nos veremos en casa del abuelo.
—Está bien haré lo que me digas, pierde cuidado.
Evelyn tenía sus propios propósitos, ir a ver a Hans. Verlo para dilucidar las dudas de su corazón. Descubrir si aún se querían. Nerviosa fue a su encuentro, por la hora el joven debía estar en las salas de ensayos. Una ola nostálgica la bañó entera al recorrer los pasillos de la compañía, trémula daba pasos lentos recorriendo el lugar que tanto adoraba, dejándose inundar por la música que salía de un piano. La guerra también había hecho estragos allí, nada lucía como antes, no había muchachos y muchachas esparcidos por los pasillos, ni tampoco el bullicio habitual. Aturdida por las emociones apenas fue capaz de reconocer la voz de madame Ribeyron tras ella, saludándola con afecto. Vuelves con nosotros le preguntó la mujer, ella fue incapaz de negar. Le dolía tener que decir que no.
—Por ahora no será posible madame.
—Oh Evelyn, te echamos mucho de menos, a ti y a las alumnas, que como tú se han marchado de Londres.
No permanecieron mucho rato más hablando. Se despidieron con cariño, y ella continúo explorando el lugar, y entrando a la sala en la que sospechó podría encontrarlo. En efecto él estaba allí ensayando con un pianista, muy pronto se cruzaron sus miradas, pero él siguió en su trabajo. A ella no le molestó y se quedó observándolo por largos minutos. Disfrutando de su despliegue elegante, sutil y adiestrado, al ritmo de las notas de Chopin. Cuando por fin hizo un descanso, fue por una toalla para secarse el sudor, y tomar unos sorbos de agua. Hans no mostró intenciones de acercarse a saludarla. Regresó al medio del salón, hizo una señal al pianista y empezó a danzar nuevamente. Evelyn comprendió inmediatamente lo que significaba su indiferencia. Claramente su presencia incomodaba a Hans y ella no retrasaría su aflicción por tenerla allí. No quiso llorar, no frente a él, se sentía humillada y ofendida. Pero podía controlarse, podía dominar sus sentimientos y salir de allí con la frente en alto e ir al encuentro de su hermano. Después de caminar unas cuantas cuadras se sintió finalmente aliviada. Se limpió las lágrimas que sí dejó caer cuando estuvo en la calle, lejos del teatro y examinando su corazón lo percibió liviano, el peso de Hans había sido liberado y ahora estaba segura. Estaba dolida, pero definitivamente ella tampoco lo amaba ya. Comprendió que todo con Hans había sido un amor adolescente y si bien la lastimaba su indiferencia, no había un dolor profundo por la despedida.
La caminata hasta el Rules para encontrarse con Oliver la ayudó a aliviar todas las tensiones. Aunque se sintió bastante perturbada por la destrucción a su alrededor, tuvo que sortear escombros sobre la calzada en varias ocasiones. El corazón se le encogió al ver a personas hurgando entre aquellos escombros, logrando identificar que algunos de los edificios destruidos habían sido residenciales. Por un momento pensó que no encontraría el Rules en pie. Pero estaba equivocada, el lugar estaba intacto. Sintió consuelo cuando halló entre los ocupantes de la barra a Oliver, se acercó a él por la espalda, y lo tocó en el hombro dos veces con su dedo índice. El muchacho sonrió aliviado al verla.
—Vamos a una mesa —le dijo ella sonriendo —muero de hambre.
—¿Viste a Hans?
—Sí, pero te lo contaré después. Ahora comamos, te acompañaré a hacer todas las diligencias que aún te faltan por hacer, yo además debo ir a Morly para comprar algunas cosas que me pidió mamá. Hagámoslo rápido, y regresemos a casa a la hora del té y podamos tomarlo con el abuelo.
Al día siguiente, el duque de Granchester invitó a sus nietos a almorzar al restaurante francés del Ritz. Evelyn caminó detrás del maître y siguiéndola su abuelo y su hermano concentrados en su propia conversación sobre el avance de los nazis en Europa. Despreocupada se quitó el sombrero y los guantes para tomar asiento, sus acompañantes lo hicieron frente a ella. La opulencia del lugar casi la confunde, allí dentro parecía no haber guerra. Alzó su mirada por el salón, estaba lleno, pero ningún rostro conocido, hasta que fijó su vista hacia una mesa donde dos hermosas mujeres fumaban y charlaban con un hombre al que creyó reconocer. Insegura volvió a verlo y él se giró cruzando su mirada con la suya. Dio un respingo, incrédula, volvió a verlo, él se levantaba y parecía caminar hacia ella. Lo imitó y caminó hasta él, se encontraron en medio del pasillo que formaban las mesas perfectamente alineadas.
—Hola Evelyn —Henry apenas musitó.
El solo admirar a la linda mujer frente a él lo llenó de una sensación de placer hasta ahora desconocida, estaba maravillado con aquella visión tan perfecta. Ella vestía una falda que dejaba delinear su cuerpo y una blusa de seda verde que resaltaba aún más el color de sus ojos, y su cuello blanco y cremoso adornado con un sutil collar de perlas. Cómo hipnotizado por la imagen de la mujer y no de la muchacha con pantalón y boina varonil que conocía dejó escurrir las palabras. Era preso de aquella mirada infantil en un cuerpo de joven mujer.
—¿Qué haces en Londres?
Ella lo pensó dos veces antes de contestar, no le diría la verdad, cómo podría decirle que estaba allí para ver a Hans en un interés por aclarar la vorágine en su corazón. La perturbación que él había provocado en su vida.
—Vine a visitar a mi abuelito... Estoy aquí con él —le aclaró mientras se giraba y miraba a su abuelo con soslayo y señalaba la mesa con sutileza —También está Ollie.
—¿Vienes con el duque de Granchester?’.. Ah claro —apretó el puente de la nariz al recordar —claro es tu abuelo, es el padre de tu padre... Eres una Granchester —Henry nervioso atropellaba las palabras.
—Sí, mi abuelito es el duque de Granchester.
—Perdona es que lo olvidé.
—Y tú —indagó Evelyn.
—Estoy aquí por trabajo... Es decir, ellas son Vera y Nancy son de la oficina —dijo señalando en dirección a la mesa —te ves hermosa —soltó sin poderse contener más y mirándola fijamente.
Pero Henry no pudo terminar la frase, Oliver había venido al encuentro de ambos.
—¡Eyy Dedlock que grata sorpresa amigo!
—Oliver el gusto es mío —ambos se estrecharon las manos con un fuerte apretón.
—¿Tú quieres acompañarnos? estamos con mi abuelo, pero seguro le agradará conocerte —dijo con amabilidad Oliver.
—No, estoy bien, vine acompañado, le decía a Evelyn que estoy con dos compañeras del trabajo. Pero, ustedes, díganme, cuánto tiempo estarán en Londres.
—Regresamos mañana a Stratford sólo vinimos a ver a nuestro abuelo y hacer encargos —contestó Oliver sin dudar. —Ev debemos volver con él —recordó dirigiéndose a su hermana.
—Sí, claro.
—Fue un placer verlos —respondió Henry despidiéndose de ellos, sin dejar de mirar a Evelyn a los ojos.
Todos regresaron a sus lugares, sin embargo, ni él ni ella pudieron evitar lanzarse miradas mientras permanecieron en el restaurante. Evelyn afectada por el encuentro apenas podía seguir la conversación de sus acompañantes.
Sigue en la II parte