Disfruta de esta belleza de Fic:
«LUNA DE MAYO.»
POR: MAGNOLIA MOON.
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Los gritos desesperados de una joven, acompañados de risas burlonas de varones: llamaron la atención del muchacho que terminaba su práctica de equitación. Cuando logró ubicar el origen del escándalo: se acercó caminando despacio, pero decidido.
—¿Qué hacen todos aquí?
—¡¡¡Gránchester!!!
—Pregunté algo: ¿qué hacen?
—Nada.
—¿Por qué hay una chica con ustedes?
—Es algo que no te importa Gránchester.
—Soy muy curioso, y si no me dicen: iré corriendo a llamar a las madres.
—Sólo...jugábamos.
—¿Con ella? ¿Y a qué jugaban?
—Terence ...
—¿A qué jugaban Neal?
—A nada particular...Sólo…
—Bonita, ¿no? —Sonrió con perversidad. Y viendo que no se atrevían a responderle, volvió a preguntar: —Dije, «bonita», ¿no?
—Sí.
—¿Qué querían hacer?
—Divertirnos un poco, nada más...
—Neal dice que, ella es una chica de establo; y le gusta «sonreírse» con todos. — Exclamó otro de los muchachos. Terence se descolocó un poco; así que volteó ligeramente, mirando a Candy con seriedad. Ella estaba temblorosa: apretaba los puños, y mordía su labio inferior, viendo al suelo. Terence se volvió al trío:
—Me parece, que ella no desea sonreír hoy. —Su voz irónica había cambiado, sonaba áspera y enronquecida...
—Se hace la difícil, ¡eso es todo! — espetó Neal para su mala suerte; pues, sin saber cómo: ahora estaba contra un árbol, siendo sujetado por el cuello.
—¡¿Qué iban a hacerle?! — Urgió Terry; tan cerca que, el joven Lagan: percibió ese aroma a tabaco y colonia fina, proveniente del enfurecido muchacho.
—¡Nada! —Terry apretó más su mano.
—¡Contéstame idiota!
—Besarla por turnos...—respondió con trabajos.
—Muy bien... Podrán hacerlo; pero solo después de ganarme a mí.
Tres puñetazos sonaron casi al mismo tiempo: y tres aturdidos chicos masajearon sus mandíbulas, mal sentados en el suelo.
—¡¿Quién va primero?! —Rugió el inglés. Las miradas confusas y aterradas: le dieron la victoria. —¡Largo de aquí! Y digan a todos: que he decidido que sólo yo voy a divertirme con ella.
— ¡Eres un estúpido Gránchester!... ¡No puedes hacer esto!
—¿No? ¿Y tú qué tal? ¿Vas a impedirlo? ¡Ven por ella entonces! ¡Quítamela, vamos! —Él chico ya la había cargado, y la sostenía firmemente con su brazo izquierdo; sin embargo, su puño derecho seguía expectante.
Candy, hubiera querido golpearle la espalda con ambos puños, para que la bajara; pero las fuerzas se le habían escapado del cuerpo. Así que su instinto: le dictó permanecer quieta, flexionada sobre su hombro. El magnético aroma varonil exudado de ese muchacho: le daba mucha tranquilidad, tanta, como para cerrar los ojos y descansar un poco. Pero escucharlo tan furioso, y sentir su fuerte brazo tenso rodeándole las piernas: le recordaba que el peligro seguía latente.
— Esa fue mi invitación...ahora sí, ¿quién va primero? —Insistió el inglés.
—¡Esto no se quedará así Gránchester! — Gritó Neal con aguda voz destemplada, apuntándole con el índice amenazante; pero echando a correr tras sus amigos, que ya iban muy adelantados colina abajo.
Terry dejó pasar unos cuantos segundos antes de hablar. Quería estar bien seguro: de que ellos no regresarían con refuerzos.
— ¿Te hicieron daño? ¿Te obligaron a venir? Podemos acusarles; puedo hacer que los castiguen, ¿estás herida? —Preguntó con brusquedad, tanta, que por poco ella no le entiende lo dicho; su acento tan británico, y el no poder verlo de frente: empeoraba la comprensión de sus palabras. Pero ella dedujo lo que debía responder:
— No tengo nada, estoy bien. Y yo vine sola hasta acá.
— ¿Por tu cuenta? —Ahora ya sonaba mucho más tranquilo.
—Sí.
— ¿Por qué estabas aquí? —Esa pregunta fue formulada con su timbre de voz habitual.
— No puedo decírtelo.
— ¡Me debes un favor!
— ¡¡¡No te debo nada!!!
— Pero si acabo de salvarte de esos tipos! ¡Cuánta ingratitud!
— ¡¡¡Dijiste que sólo tú te divertirás conmigo!!! ¡Qué! ¿Acaso vas a lanzarme colina abajo?
— ¿Eh?
— ¡¡¡Ellos ya se fueron y sigues aplastándome!!!
— ¡Oh! Lo siento.
Terry aflojó su brazo, y con delicadeza: usó ambas manos para tomarle por la cintura, depositándola caballerosamente en el piso. Ella por instinto: acomodó sus cintas del cabello, sacudió su falda, y buscó esponjar su crinolina dando varios golpecitos a sus costados. El gesto apenado del joven empezó a cambiar: a una pequeña sonrisa, que fue creciendo: hasta convertirse en una estruendosa carcajada, que hizo volar a varios pájaros. Cuando terminó de reír: una sonrisa bonita se estacionó en su bello rostro; y ella supo que podía hablar.
— Gracias Terry— dijo muy formal extendiendo su mano.
—Cómo, te vas, ¿así como así?
— Pero...
— ¿Y mi beso? — preguntó señalando su mejilla.
—¡¿Cómo te atreves?! — Ella ya no extendía su mano, pues la tenía junto a la otra cubriendo su boca.
—Ahora sí. Ya puedes irte muchachita.
— ¿Eh?
— Sólo quería confirmar lo que ya sabía.
A pesar de no recibir un beso, sonreía pleno; mirándola alejarse trastabillando por la vergüenza de: saberse vigilada por esos almendrados ojos verde azules, de largas y espesas pestañas.
—«He decidido ganarme ese beso. Y que me lo entregue con gusto».
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A la mañana siguiente:
—¿Tú de nuevo por aquí? Debiste avisarme que querías verme de nuevo; así habría traído dos almuerzos.
—Pero no he venido a verte a ti. Olvidé algo ayer.
—¿Justo «aquí»?
—Sí, esta es mi colina.
—Con que, «tu colina» ¿eh?
—Así es… Y aquí he decidido almorzar desde que la descubrí.
—Ya veo. ¿Y qué olvidaste?
—Guardar esta carta en mi caja fuerte. No te lo diría, pero debo hacerlo. Si pierdo algo: sabré que fuiste tú.
—¡Jajaja! Pierde cuidado, no soy una urraca que robe en nidos ajenos.
—En este hueco del encino escondo mis cosas más valiosas.
—¿Porqué? Tienes una alcoba con armario.
— Sospecho que alguien entra a husmear en mi cuarto; y he querido proteger la dirección de mi primera familia. No me perdonaría que alguien les mandara una carta horrorosa.
—¿Quién haría semejante vulgaridad?
—Eliza la hermana de Nael Lagan.
—Entonces, ¿sí son conocidos tuyos?
—Por desgracia sí.
—Habrán de ser compañeros de colegio en América, supongo.
—Nada de eso Terence yo... — ella suspiró ampliamente; no sabía si continuar hablando y hacerlo huir; o permanecer en silencio, y disfrutar otro poco de su gallardía.
Pero la curiosidad del joven: se le escapaba por esos ojos tan bonitos. Lo sabía, porque sus pupilas estaban dilatadas con toda su atención en ella, a pesar de la claridad del día. Ella extendió su mano antes de contarle.
— Me dio mucho gusto conocerte Terence. Debo decirte: que todo lo que se rumora de ti, son puras patrañas; eres una persona verdaderamente magnética, inteligente. Pero, sobre todo: un chico muy bueno y amable.
—¿Qué me dices? ¿Te vas así solamente? Creí que me contarías de ti.
— Efectivamente; pero cuando lo haga, seguro que ya no me verás igual que hasta ahora.
— No me considero una persona impresionable, pero has conseguido inquietarme. Ahora, seré yo quien te diga algo antes. — Extendió su mano para recibir el apretón ofrecido. — Me da más que igual cualquier cosa que me digas, te considero y seguiré considerando una chica interesante; a menos que...— ella se puso alerta.
—Que ¿qué?
— A menos que Neal dijera la verdad.
— Neal siempre miente.
— Entonces, será mejor sentarnos bajo ese árbol. El sol da muy fuerte, y no quisiera que nos pongamos: como dos amapolas uniformadas. — Imposible resistir esa invitación, y más con tan espléndida sonrisa.
—¿Decías? — exclamó al darse cuenta: de que ella no emitía sonidos. La postura tan cómoda del joven, le indicaba que tomaría una siesta; y por eso optó guardar silencio. Él miraba el rostro de la chica de una manera muy particular…— Me gusta poner atención a lo que me interesa. Es por ello que cierro los ojos, para no embobarme con…con las flores tan bonitas que hay por aquí. Te escucho. — Dicho esto, volvió a acomodarse. Ella perdió unos segundos buscando las flores, pero el pasto tan verde como única vegetación: le hizo esbozar una sonrisa halagada. —
—Soy una chica de cuna humilde; crecí en el hogar de Pony, que es un refugio para niños sin familia.
Ella no escatimó en detalles, era mejor así de todas formas; de una vez, o por partes: la historia sería la misma. Una orfandad feliz, un sacrificio de amor a sus madres, al quitarles el peso de sus gastos; y yendo a parar al establo Lagan. Para después: recibir la abrupta adopción de los Ardlay como su nueva familia.
Terence, escuchó sin interrumpirla ni una sola vez; sus ojos permanecieron cerrados, más no inmóviles. Su boca cambió varias veces: esbozó sonrisas, apretó los dientes, mordió sus labios y se puso serio, y únicamente quiso detener el relato: cuando ella hizo una pausa para secar sus ojos, al estar hablando del portal de las rosas. El joven sentía: que sus cejas le temblaban, y estaban a punto de tocarse entre ellas; su mandíbula crujió, y, sin embargo, no dijo nada.
—Y cuando finalmente: él figuró en la narración, se decidió a entreabrir los ojos, para disfrutar de: los gestos de reclamo de la linda joven, echándole en cara su descortesía en el barco.
—Y henos aquí; así que como te darás cuenta, soy sólo una muchacha: un poco afortunada.
—¿Sólo un poco?
—Creo que no discuerdo del todo con los Lagan: en que no pertenezco a este estilo de vida.
— ¿Te lo parece?
—Mucho. Pero, ¿tú qué opinas?
—¿Qué puede opinar un hijo ilegítimo del más alto noble inglés, y una actriz americana que se jacta de soltería?
—Terry...
—Todos aquí: pretenden dar una apariencia casi angelical, pero deberías fijarte en la silueta con cuernos en sus sombras.
—¿Son malvados?
—Has de saber: que ningún estudiante de este sitio, venía de la felicidad familiar; así que nunca hubo buenas personas por aquí. Hasta ahora.
—¿«Hasta ahora»?
— Sí. Porque hasta ahora, ha llegado a este lado del averno: un ángel extraviado.
—¿Cómo puede ser? ¿De dónde vino?
—De un establo elegante.
Ella se sintió una mariposa brillante; pero no pudo contestarle nada, porque: la campana de las clases empezó a repicar; y, de todas formas: él ya estaba corriendo colina abajo.
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La clase inició muy puntual. La maestra estaba muy interesada en que las jovencitas aprendieran lo más posible en un solo día.
—Muy bien alumnas: en paso deslizado, debe ser suave. Sus pies: muy ligeros; nada de taconeos, ¡o quedarán muy mal! —Decía la maestra de arte. —¡Flexión: y giro, flexión: y giro!... Un, dos, tres… Un dos tres... ¡¡¡Candice!!! ¡No arrastres los pies!
—¡Pero no he taconeado maestra!
—¡No me contestes, y corrígelo!
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De regreso en su alcoba: Candy cerró sus cortinas, tapando cada pequeño huequecito que permitiera la vista desde afuera.
—«Debo practicar mucho; o de nuevo Eliza: va a burlarse de mí frente a todas. No quiero que me vayan a espiar, sé que las madres: tienen comisionadas, que meten espejos bajo las puertas para vigilarnos. Será mejor apagar la lámpara». —
Y dicho esto, se dispuso a practicar esa rutina de vals: que le había resultado tan difícil de entender. El baile de cuadrillas aprendido en el hogar de Pony: no tenía nada de elegante, pero sí mucho de divertido. Bailar girando, enganchando los brazos entre las personas en ronda: no se parecía para nada, a esa pintura tiesa como muñecos de cera, caravaneros y enmascarados.
—«¡Muy bien! Un dos tres: giro y flexiono, pequeña sonrisa, asentimiento… giro y flexiono, pequeña sonrisa, asentimiento; giro largo y … ¡Ouch! ¡¿qué es esto?! ¡Oh, es el escritorio!, ¡se me ha acabado la pista!, ¡qué dolor, pobre rodilla mía! Necesito más espacio, este cuarto no es tan grande como me lo parecía; yo creo que lo más conveniente es que: pueda explayarme en un sitio sin esquinas, ni alfombras resbalosas». — Y dicho esto: sacó una cuerda de abajo de su cama, saltando del balcón, para echar a correr, rumbo al bosque de la escuela.
Llegó a la colina, los rayos del atardecer pintaban el horizonte de un cálido color naranja rosado. Como no tenía con quién bailar: sin ninguna vergüenza, hizo una caravana a ese matorral lleno de ranúnculos que estaba desprevenido, y no pudo aguantarse las ganas de jugar un poco consigo misma:
— ¿Me concede esta pieza por favor señor ranúnculo? ¡oh, qué gentil! Que le parezco: ¿la más bonita?¡Nadie me había halagado tanto con semejantes piropos! No lo tome tan a la ligera: usted me ha llamado la atención desde el primer momento en que le vi… ¿Bailamos?, ¿no? ¡Pero qué descortesía, mire que dejarme con la mano extendida! Pero está bien, si no quiere bailar conmigo: ¡pues yo bailaré sola! Puede mirarme, y aplaudir muy fuerte cuando termine—
Ella sacó sus zapatos de tarde, y se quitó las medias; exhaló contenta de volver a sentir la textura del pasto en sus pies descalzos. Se colocó justo al centro del verde espacio: y comenzó su baile, jugueteando al principio; pero después intentó ponerse seria, y repasar la lección correctamente:
—Un dos tres, deslizo, y giro… un dos tres, deslizo y giro…Un dos tres, deslizo y giro y: ¡ah, que me caigo! —Agitó sus brazos como pretendiendo volar, nada elegante pero efectivo; acomodó su peinado, aclaró su garganta, y se dispuso a retomar el proyecto, pero: una carcajada se escuchó sobresaltándola; en el acto se detuvo, volteando para todas partes: sin dar con la fuente estruendosa y descortés.
— Ya que el ranúnculo no quiso ofenderte: seré yo quien te explique el por qué no aceptó tu invitación.
—¿Terry? — preguntó aún sin encontrarlo. De un salto el muchacho bajó del árbol; quedando parado junto a ella, con una sonrisa deslumbrante.
—No sabía que las americanas: pudieran cambiar de color como un camaleón.
—¡Ay, Terry! —Murmuró sintiendo su rostro: abrazado de vergüenza.
— Ahora lo entiendo. El pobre señor ranúnculo: difícilmente hubiera podido seguirte el paso en tu coreografía; tomando en cuenta: que tienes dos pies izquierdos. ¡Jajaja!
— ¿Cómo te atreves a espiarme, y a burlarte de mí?
—No te estaba espiando; yo ya estaba en el árbol, cuando tú llegaste a montar tu espectáculo debajo de: «mi encino».
—No es un espectáculo Terry, tengo un examen que presentar; y ya sé muy bien que no tengo habilidades para el baile de salón. — Contestó bajando la mirada.
—¿Nunca habías bailado? —Preguntó mucho más serio, al notar: la verdadera y genuina angustia en el rostro de la hermosa joven.
— Sí que había bailado mucho desde pequeña. Pero en mi pueblo de crianza: no se acostumbra algo tan elegante como el baile de la aristocracia; solo jugábamos.
— Te ayudaré.
—¿Tú sabes bailar Terry?
— Tengo muchos años aquí. Y en este colegio: si enseñan a las chicas, también nos enseñan a nosotros; sería una vergüenza que ellas se esfuercen mucho, y nosotros las hagamos pasar un bochorno por inútiles. —Ella sonrió—Ven…Párate en mis pies...—Ordenó como si nada.
—Pero...
—Confía en mí.
—Cierra los ojos y siente. Abrázate de mí.
—Terry…
—Tranquila, soy muy profesional. —Manifestó con una cara muy seria y formal.
— ¿Y no te dolerán los pies?
— Un día me pisó Teodora, ¡y no me pasó nada! El pasto es suave.
— ¡¡¡Yo no peso tanto!!!
— Lo averiguaremos; vamos, ¡arriba! — La tomó de las manos: con suma delicadeza, para que ella se equilibrara; pero ella, no lograba apoyarse bien en esas botas de montar, resbalándose una y otra vez. — Ya sé lo que pasa. — Él miró hacia abajo, y esbozó una sonrisa muy especial. —Espera un momento; supongo que debe haber igualdad. — El joven se sentó en una piedra redonda: se despojó de su calzado doblando su pantalón, y alcanzándola de inmediato. — Ahora sí, estamos en las mismas condiciones. Sube.
Candy, perdió un momento embobada: contemplando los pies tan bonitos del divertido chico.
—¿Qué te pasa? — La diferencia de tamaños era notoria. Ella por instinto: apuñó sus dedos, reduciendo aún más el tamaño de sus pequeños pies, por lo que Terry no pudo reprimir la carcajada. — ¿Cómo puedes estar tan pequeñita? — Ella lo miró con ojos sonrientes, pero el rubor en sus mejillas: no le permitía decir ninguna palabra. —Me gustan mucho. —Declaró señalando con su índice los piecitos de ella, pero volteando para otra parte. — Sube ya. — Pidió moviendo sus propios pies. Candy acató la indicación. Ambos cerraron los ojos al cálido y agradable contacto; pero optaron por guardarse cada cual: cualquier clase de comentario.
A falta de música: él mismo fue la orquesta. Primero: guturó alguna melodía muy suave; que sólo ella pudo escuchar, estando tan pegada a su pecho. El joven la había rodeado con sus brazos. Y al compás de su propio murmullo: danzaba lentamente, casi sólo para sí mismo; pues no quiso abrir los ojos. El aroma atalcado de durazno, proveniente de la muchacha: le causaba cierta ternura, fusionada con angustia y emoción. Y en su mente: surgió la idea de que ella pudiera darse cuenta. No quería que le preguntara nada al respecto, sin antes responderse a sí mismo: ¿por qué estaba tan contento?
Después de varios ensayos: Terry quedó conforme. Sin decir nada, se dejó caer en el pasto, y extendió los brazos. Ella se sentó a su lado discretamente, pero muy de cerca. Transcurridos un par de minutos: el joven habló:
—No sé cuál será el resultado de tu examen de baile; pero te juro que te enseñé lo poco que sé.
—Yo creo que deberá ser al menos aceptable. De cualquier forma, si no resulta bien: ya no me importaría.
—Me agrada escuchar eso.
—Sinceramente Terry: ¿tú crees que aprendí algo?
—Considero que al menos para bailar conmigo: tú eres perfecta.
—Con eso me basta.
—Iré a verte de cualquier forma.
—Pero, es que se trata de una clase de puras mujeres.
—¿No te han explicado?
—¿Qué cosa?
—En el edificio de hombres: también hay esos ensayos.
—Entonces...
—Seleccionarán a los mejores: para abrir el baile en la inauguración del festival de mayo.
—¡Oh!
— ¿No lo sabías?
—No, aunque ahora entiendo: por qué todas están tan emocionadas.
—Cuando llegue el festival de mayo: todos buscarán lucirse lo mejor que puedan, y pavonearse con sus mejores galas.
—¿Tú participas del ensayo también?
—No, yo no.
—Entonces, ¿cómo lo sabes?
—No se habla de otra cosa en los pasillos. No me queda más que, soportar esas ridiculeces.
—¿Te lo parecen? ¡oh, qué pena!
—¿Porqué?
— Bueno, porque si tanto te desagradan, y te has tomado la molestia de enseñarme a bailar: supongo que estarás más que harto de todo esto.
—Puede ser, pero no podía permitir: que dieras una función deplorable; es todo.
—¡Muchas gracias caballero! Has de saber que en este giro: siempre me equivoco.
—No pasa nada, es que lo hacías sola. Te debe sujetar tu ...pareja.
—¡Oh!
—¿Lo ves? Así— extendió su mano rodeando su cintura; aunque a ella ese gesto no pareció incomodarle.
—Pero las demás: pueden hacerlo solas.
—Porque tienen más experiencia; de verdad, ¿nunca antes has bailado con una pareja?
—En realidad sí, pero fue hace mucho tiempo.
—Ya veo. —Él se puso serio; la carita de nostalgia de la chica: parecía contarle algo incómodo. —Supongo que fue un mal maestro. —Ella, lo miró con un gesto de indignación. —Qué, ¿dije algo malo?
—No, es sólo que, mejor no preguntes Terry ... olvidemos eso, ¿sí? — Trató de sonar más serena.
—¿Te molesta recordar Candy? —Esa pregunta: sonaba cargada de reclamo.
—No me molesta; todo lo contrario, pero me duele mucho Terry.
—Mmm… En ese caso, creo que te bastará con lo que aprendiste hoy; en lo que repites «eso» de hace mucho tiempo.
—¡Ya no es posible Terence! ¡Te pedí que no me preguntaras! — Gritó adolorida; volteándose a recoger sus zapatos y medias; arrancando a correr descalza, sin despedirse.
Él no hizo nada por detenerla, aunque lo deseaba; sin embargo, las lágrimas que ella dejó escapar: lo mantuvieron quieto.
—«Esperaba un beso antes del anochecer, no una bofetada indirecta». — Tomó sus botas, y sin ponérselas: corrió al edificio de varones hecho una furia, sin saber muy bien el porqué: estaba tan celoso.
Continuará...