La noche se cerró. Pero en sus cuartos: dos jóvenes pasaban por insomnio; cada cual: presa de sus pensamientos.
— Candy, si hay algo que me interesara conocer de ti: es si tengo el camino libre para pedirte que seas mi... ¡Ah! ¡Soy un verdadero estúpido! Dejarme llevar por un tonto impulso. Ya debería saber: que si estamos internados: ¡todos somos una basura sin excepción!
—Terence... No sé cómo disculparme contigo... Tú has sido tan gentil conmigo que... ¡Soy una torpe! No sé por qué siempre me pone tan triste recordar el ayer. Sólo espero encontrar una manera de decirle: que es la única persona capaz, de hacerme sonreír de verdad. Es un muchacho muy diferente a los demás. Espero me sepa entender.
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A pesar de seguir tan enfadado: se levantó muy temprano, saliendo del edificio de varones antes que iniciara el movimiento de los ensayos. Terence había rodeado toda la escuela; sabía de sobra que las tardes eran para las clases delicadas: música, pintura, danza, tejido y bordados. Pero en esa semana en especial: las clases teóricas y aburridas, habían sido reemplazadas por completo, por ese único evento anual, que les daba a los alumnos: una pequeña alegría en su claustro.
Cuando logró ubicar a Candy: comenzó a escalar el árbol, acomodándose en la rama perfecta para contemplarla. Seguía muy serio en su exterior; pero la emoción interna de volver a verle era electrizante.
Adentro: la joven permanecía a cierta distancia de todas. Esa mañana tenían permiso de no usar uniforme; ella había elegido un fresco y muy caro vestido del color de las hortensias. La blancura de su piel, y el rubio dorado de sus cabellos destacaban como nunca; y en el árbol: un sonriente joven sentía que los ánimos de hablarle de sus intereses: de nuevo le inundaban el pensamiento.
— ¡Rayos! ¡Qué linda está! Pero la noto triste. Espero que no sea por ese estúpido recuerdo.
Nervioso de verla tan bonita, golpeó sus botas entre sí, haciendo que el árbol tirara algunas hojas. Una de las monjas volteó justo en su dirección, pero gracias al sol no pudo verlo, y está vez: él se propuso quedarse lo más quieto posible.
La maestra de baile, comenzó su clase.
—Muy bien estudiantes, hagan una fila: con un brazo de distancia entre ustedes. — Las chicas acataron la indicación, más emocionadas que de costumbre. — Las más altas hasta adelante, ¡vamos, vamos! no se retrasen, debemos lucir impecables en esta presentación. — Todas hicieron caso, empezando a reacomodarse de tal manera: que quedaran en una línea descendente, de las más altas a las más pequeñas. Candy, se desplazó únicamente dos lugares, dejando detrás suyo a Annie, y al final a Paty, que era la más baja del grupo; ella ni siquiera se movió de donde estaba. Sin embargo, a pesar de haber avanzado: Candy seguía con la vista al piso, con sus pies apuntando hacia adentro, sus manos tras la espalda, y su carita gacha: estrujaban el corazón del joven, que desde el árbol: trataba de llamar su atención con su sola mirada; pero ella no volteó para nada. Estaba muy dispersa por el incidente de la tarde anterior; pero buscaba concentrarse en los pasos aprendidos.
—Muy bien, ahora la de adelante: avanza hasta encontrarte con Patricia. — El círculo estaba formado. La maestra puso la música. — Empiecen: un dos tres, un dos tres, giro, deslizo, y flexiono. Correcto, ahora de regreso, perfecto. ¿Candice?
— ¿Sí maestra? — hasta entonces: ella alzó el rostro.
—Debo decirte, que noto cierta mejoría en tu desempeño; y es importante reconocértelo.
— Gracias maestra.
— Así debieran ser todas: cuando les hago saber sus errores. — Eliza, que no perdió detalle de lo pronunciado por la docente: hizo una mueca de fastidio rodando sus ojos, y exclamó:
—¡Mmm, como si fuera la gran cosa: un simple baile de salón! —Con tal de que Candy la oyera, corrió el riesgo de hacerse notar de más; cosa que sucedió:
—¿Señorita Lagan?
—¿Sí maestra? —Ella esperaba ser felicitada también, así que sonrió bonita con anticipación.
—¿Hay algo que quiera compartirnos a todas en la clase?
— No maestra, fue un simple comentario.
— Quiero que sepa: que me tomo mi trabajo muy en serio, y lamento señorita: que un «simple baile de salón», le resulte tan insignificante.
—¡No quise decir eso, me disculpo con usted! — La maestra optó por no responderle nada.
— De nuevo señoritas: repitamos el ejercicio— Ignorando a la joven pelirroja, continuó con su clase; pero Eliza: sintió que, por culpa de Candy, le habían llamado la atención. — Ahora: agregaremos un nuevo paso. Van a girar en su lugar, y se sentarán discretamente en el piso, procurando que el vuelo de su vestido: quede lo más elegante y prolijo posible. Voy a entregarles estos abanicos, que serán: el accesorio que llevarán en las manos para este baile. —Las entusiasmadas jóvenes: recibieron los preciosos abanicos franceses, olorosos a dulce ámbar avainillado. — Vamos a iniciar con la figura: avancen, avancen; un dos tres, un dos tres: paso de vals, paso de vals: medio giro, hasta quedar sentadas, y, ¡correcto! Levanten el rostro, abran el abanico, cubran su rostro, cierran abanico, se incorporan con un suave movimiento: y volvemos a girar.
En un principio: todas se equivocaron; chocando unas con otras, entre risillas divertidas, causando un pequeño caos. La maestra omitió llamarles la atención, pues estaba sonriendo, y las madres también; sabían que era una figura nueva, agregada audazmente a la coreografía: que apenas estaban dominando; pero el entusiasmo por el festival, le dio la inspiración: para agregar ese delicado encaje a su pieza.
—¿Señoritas? en esta primera práctica: era de esperarse que nos saliera mal. Repitamos omitiendo los errores. Pose: ¡Y! un dos tres, un dos tres, giro al piso, abanico abierto, al rostro, cierro abanico, y me levanto. ¡Perfecto, una vez más! —Eliza, arbitrariamente empujó a Annie, para quedarse justo detrás de Candy; cosa que la maestra así de concentrada: no notó, siguiendo con la clase. — Y giro, flexiono, al piso, abanico, cierro abanico, me incorporo…— y en ese momento: la señorita Lagan, machucó el vuelo del vestido de Candy, quién trastabilló estirando los brazos por instinto, empujando a la chica de adelante, provocando: una repentina carambola de crinolinas voladoras; arruinando el progreso de la pieza.
—¡Fue Candy! — Gritó Eliza. — Todas las chicas: estaban sobando sus rodillas, algunas rompieron a llorar; mientras que Candy seguía sentada en el suelo con cara de mucho agobio.
—¡¿Cómo es posible Señorita Ardlay?! ¿A qué se debe este boicot a sus compañeras?
— Lo siento tanto maestra, no pude levantarme a tiempo.
—¡Lo hizo a propósito maestra, yo la vi! —Chilló Eliza Lagan.
—¡Salga de la formación en este instante señorita Ardlay! ¡Al rincón! —
Y desde el árbol: alguien que no pudo evitar exclamar su indignación, gritó a toda voz:
— ¡Mentira! ¡Eliza pisó el vestido a la señorita Ardlay para que cayera! ¡Lo vi perfectamente! —Y dos monjas corrieron a la ventana: en dirección a la voz enardecida.
—¡Terence Granchester! ¿qué hace usted ahí?
—¡Estoy haciendo una denuncia! O qué, ¿no piensan hacer nada? ¡acaban de expulsar del baile a una alumna inocente! ¡Les digo que Eliza Lagan estaba fuera de su lugar, y pisó a propósito: el vestido de la señorita Ardlay impidiéndole levantarse!
—¡Mientes Terence! ¡eres un malvado que busca perjudicarme! —Gritó la exasperada pelirroja.
— ¡No es verdad! — Avanzó lo suficiente sobre la rama, como para balancear su cuerpo: y saltar cayendo adentro del salón. Ya estando ahí: comenzó a arremedar los movimientos ridículos de la furiosa joven. — Tú estabas acá, evidentemente tienes una estatura mayor que Candy. ¿Por qué te paraste detrás de ella?
— Terry…
— Annie: responde sí o no. Eliza, ¿te empujó para quitarte? — Ella no quería contestar, pero con su dedo índice tímidamente asintió. — ¿Lo ve maestra? ¡Eliza pisó muy a propósito la crinolina de la señorita Ardlay!
— Muy bien señor Granchester. También me considero culpable, no me percaté ni ninguna de las maestras. Y ya que usted está tan atento: vamos a tomar este percance como lo que es: «un percance». Y para que no vuelva a ocurrir: usted permanecerá aquí «voluntariamente» ayudándonos a completar el ensayo.
—Pero, yo nunca dije que…
—No le reportaremos por espionaje señor Granchester. Muy bien señoritas: vamos, regresen a sus posiciones. El gentil señorito Granchester: nos ayudará a bailar correctamente, ¿están todas de acuerdo? — Jamás en la historia de la escuela, las chicas habían dicho que sí tan al parejo y con semejantes sonrisas. Ni tampoco habían aceptado una indicación a tal velocidad. En menos de un santiamén: ya estaban distribuidas esperando con ansiedad: que la música empezara. Sin embargo, Candy no se integró en la formación; y se fue a recargar en una esquina alejada del aula. Como el ensayo fluía tan libremente, y la maestra estaba radiante de orgullo: ignoró la falta de participación de esa chica americana. Terence bufaba de rabia en su interior; sin embargo, la cortesía y caballerosidad demostradas: decía todo lo contrario a las fascinadas estudiantes; fungiendo como: «el eje de giro» más bello de la historia. Cuando finalmente la clase terminó, todas pudieron retirarse a sus cuartos; seguramente corriendo directo a sus diarios personales para escribir: sobre esa tarde inolvidable, en la que por primera vez: pudieron contemplar de cerca, a la maravilla masculina, más bella que hubieran visto jamás.
Cuando el salón estuvo vacío casi por completo: salieron las monjas con la maestra; después de comisionar a Candy para que: guardara el fonógrafo, y cerrara las ventanas, como única amonestación: por no integrarse al ensayo.
La joven se dispuso a cumplir con su asignación; pero de nuevo: esa silueta en la ventana, le impidió cerrar.
—¿Qué te ocurre Candy?
—¿A qué te refieres?
— No me miraste ni una sola vez, me has estado ignorando, y hasta te saliste del grupo con tal de evitarme.
— No estoy evitándote.
— Ah, ¿no? ¿Y entonces porque sigues sin mirarme? —Por fin, los enormes ojos verdes, se dignaron a posarse en el rostro del apuesto muchacho; quien por poco se delata suspirando. Le parecía simplemente hermosa.
— ¿Candy?
— Dime Terence.
— ¿Estás enojada conmigo?
— No lo sé.
— ¡Pero si no hice nada!
— Es por ello que no lo sé.
— ¿Estás segura de no querer participar del baile?
— Sí.
— Pero ayer estabas muy preocupada por hacerlo bien.
— Lamento haberte hecho perder el tiempo, enseñándome ese paso tan difícil.
— Para mí no fue tiempo perdido.
— Ahora y gracias a ti: ya se lo saben todas; y a mí me sale peor que a ellas. De todos modos, en mi clase somos más mujeres: que los varones que aceptaron participar con nosotras. Así que he querido dejar mi espacio a otra compañera.
— Pero... ¿cómo qué más? ¡Va contra la norma! todos los grupos son iguales.
— Annie llegó de últimas, y, además: lo hace muy bien, al menos mejor que yo.
— ¡Tú mereces estar en el baile!
— ¿Y a ti qué más te da? Si no participas en la selección.
—Debo hacerlo.
— ¿«Debes»?
— Sí, quise que lo supieras. O serán menos varones, y más chicas.
— Mmm. De todas formas, sólo quieren a diez parejas de nuestra edad en la inauguración.
— Pero los demás pueden bailar libremente bajo el escenario, en la pista que están ensamblando.
— Pues muchas felicidades.
— ¿Porqué?
— No sé a quienes descartarán, pero estoy convencida de que a ti te elegirán antes que a nadie.
— Entonces, ¿no vas a participar?
— No.
— Correcto. —Bajó de un salto, jalando esa hoja que cerraba la ventana. — «¡Diantres! ¿Porque estará tan enojada? Todo lo que tuve que soportar, sólo para hablar con ella: y fue en vano.» —Se alejó encorvado, con las manos en los bolsillos; pateando piedrecitas a su paso.
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Ya a solas en el salón: Candy se permitió llorar un poco. —«Terry. »—No podía contener: ese cúmulo de emociones, y sentimientos encontrados: que se le habían removido al verle sonreír a todas sus compañeras por igual; tomándolas por la cintura con delicadeza, tocando sus manos, flexionándose ante ellas, haciéndolas girar, impulsándoles la espalda y denotando que: era un verdadero deleite, encontrarse como el único varón, entre tantas doncellas enamoradas.
Inclusive: las religiosas sonreían al joven sin ninguna discreción, la maestra también se integró al grupo, sustituyendo a: «esa jovencita testaruda» que, seguramente había desertado: por no tolerar aquel incidente con Eliza. —«Candice debe aprender a perdonar. La soberbia es un pecado muy serio.»— Pensaba la maestra, mientras ejecutaba sus mejores pasos, llegado su turno con el señorito inglés.
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A paso lento, llegó a su alcoba. Tenía tantas ganas de llorar: de tristeza, de nostalgia y de rabia también; pero había un sentimiento intruso, que estuvo estrujándole las costillas, desde que Terry entró al salón. Habría querido tomar a cada una de sus compañeras por el cabello, y lanzarlas por la ventana; incluidas a Annie y Patricia. Llevó sus manos a la boca, ¡era un pensamiento absolutamente perturbador! que no quería volver a permitirse; sin embargo, hubiera deseado que todas desaparecieran antes de tocarlo.
— No cabe duda de que he perdido la cabeza, esto tan raro que siento, no puede ser otra cosa que celos; y me hace sentir: profundamente decepcionada de mí. Me consideraba una chica diferente; sin embargo, me parece que en el poco tiempo que tengo en esta escuela, me he contagiado de las tonterías que piensan las señoritas de sociedad. Cómo quisiera regresar a mi hogar, tirarme en mi cama de paja, y que al llegar un nuevo día: mis únicos pendientes fueran: darle de comer a las gallinas, levar la masa para hornear el pan, sonreírle a la señorita Pony, darle un beso a la hermana María, y ayudar a los niños a ponerse los zapatos; para no estar sintiendo que me estallan las manos de impotencia, por no haber podido cargar a Terry, y llevarme lo lejos de aquí.
Así como él me defendió de Neal y sus tontos amigos; y es justamente por eso: que no quiero participar en el baile. Seguramente ellos estarán ahí, y al momento de la ronda: me tocaría bailar con ellos; y eso, ¡no lo puedo permitir de ninguna manera! He visto de primera mano: cómo reaccionan las maestras ante las equivocaciones de todos los demás; solo me regañan a mí, pues saben que yo no soy una descendiente verdadera de la familia Ardlay. Pero cuando alguien de familia comete un error: lo justifican, ¡como si fuera cualquier cosa! No quiero pasar por eso. No podría asegurar: que no buscarán vengarse, por el mal rato que les hizo pasar Terry por mi culpa. Prefiero quedarme aquí; estaré muy bien acompañada. —Se dijo sacando su emblema del príncipe de la colina, y haciendo sonar el cascabel: que le alegraba el día, aunque no quisiera. También: contempló la cruz de la señorita Pony, y luego se la puso en el pecho, pidiéndole que la serenara. —Al fin y al cabo, yo nunca perteneceré a este mundillo tan frívolo. Sé que en el fondo: todos estarán aliviados de no verme por ahí. Casi estoy agradecida con Eliza, por abrirme los ojos a la realidad.
Volvieron las lágrimas y con ellas un golpe de sueño que no quiso desaprovechar.
Pero por desgracia: en su mente se instaló la hermosa sonrisa: que Terry le dedicó a cada una de sus compañeras: y esto, la hizo permanecer de mal humor.
— «¡Es una tonta! ¡Siempre me ha tenido envidia! ¿Desde cuándo las gallinas pretenden volar como una alondra? ¡Jajaja!»
Las palabras dichas por Eliza, y su risa histérica al salir del salón: se instalaron en su cabeza también.
—«Es verdad... yo... nada tengo que hacer aquí. No soy igual, ni nunca lo seré.»
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Terence, aguardó buena parte de la tarde en la colina; pero «ella» no llegó. Cometió el atrevimiento de hurgar en la «caja fuerte» del encino; y leer las cartas de la señorita Pony. Secó sus ojos con la manga al atestiguar tanto amor. Pero la frase que se quedó en su mente: fue escrita por la mano de un pequeño niño; que le puso en letras chuecas: «Querida Candy, sé que viajas a la tierra de los palacios; espero que encuentres a un príncipe que te quiera mucho, porque para nosotros: tú eres nuestra hermana princesa. Sé muy feliz, o iremos todos a por ti, para traerte de regreso al hogar, y para siempre.»
Terence: la buscó por todas partes, pero no la encontró afuera. Tembloroso de su atrevimiento: se enfiló a buscarle en su cuarto. Pero encontró la ventana cerrada. Permaneció mucho tiempo hasta que la noche cayó; esperaba verla salir un momento y pedirle conversar, pero, la princesa: nunca abrió su pequeño castillo.
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A las 10 del nuevo día: los estudiantes emocionados, vestían ropas muy lindas; pues sería la selección de las parejas para el baile de esa noche. Ni bien terminaron de almorzar: corrieron a acicalarse para encontrarse en el punto de reunión.
Incluso Terry: merodeaba por los corredores; agudizando la vista, en pos: de encontrar ese cabello maravilloso, que le hacía jurar: que el sol había decidido alojarse en los rizos de esa joven de ojos esmeralda. Pero de ella, no había un solo rastro. Ni él mismo: podía creer lo que estaba a punto de hacer; sin embargo, su curiosidad no era soportable por más tiempo. Y en cuanto las tuvo cerca, decidió preguntarles.
— Buenos días señoritas. — Les saludó, esbozando una bella sonrisa.
—¿Terry? ¡Hola, buenos días!
—Señorita O’Brien, señorita Brighton: ¿Sería posible que me dieran una información? — Paty sonrió ligeramente, y Annie asintió. Sin necesidad de palabras, Patricia le dijo:
— Si buscas a Candy, debo decirte que ella ha decidido no participar en el festival. Le insistimos mucho durante la noche, pero dijo: que no quiere encontrarse con los amigos de Nael, y mucho menos con él; porque sabe que Eliza: seguramente buscará desquitarse del percance en la clase de ayer. Quiso evitarse contrariedades, y prefirió permanecer en su cuarto: a repasar las clases que tiene atrasadas.
—¿Estás segura Patricia?
— Lo siento Terry, pero es la verdad. —Annie también asintió. — ¿Te puedo preguntar algo Terence?
—Dime Paty. — La cara del chico: no podía ocultar su tristeza y desilusión.
—¿Tú tenías intenciones de participar este año? — Él no contestó con palabras, pero alzó sus hombros, y esbozó una pequeña sonrisa tímida.
— A veces Candy, puede ser muy cabeza dura. —Terence y Patricia: voltearon a ver a Annie; no podían creer lo que acababa de decir, y aunque ella ahora cubría su boca: ya lo había soltado.
Una monja sonó una campana de mano, para que todos le prestaran atención:
—A todos los estudiantes: favor de presentarse en el centro de la pista. Y recuerden: ser respetuosos entre ustedes; no debemos faltar a las normas de cortesía: de esta santa institución. A la menor provocación, ya saben que habrá consecuencias: que impactarán directamente en sus tarjetas de comportamiento. — Todos contestaron a coro una afirmación; y comenzó el tan añorado baile de selección.
Poco a poco, se fueron descartando a los más torpes. Los primeros: Alistair y Patricia, quienes, al estar bajo los rayos del sol, no pudieron evitar que sus gafas se empañaran; causando algunos percances. Annie y Archibald los miraron acongojados, pero acordaron en su nombre: permanecer en la contienda, siendo los terceros seleccionados para quedarse.
Terence: seguía en la fila de participantes; pues dentro de sí, imploraba que Candy brotara de alguna de las esquinas, para integrarse al ejercicio; pero no sucedió. Había tramado una última travesura: para desquitarse, en caso de que la joven no se presentara. Llegado el turno de Eliza para bailar con él: la recibió con una de sus sonrisas más espléndidas. La joven, contuvo el aliento para no desmayarse de ilusión; recibió la mano, y también el pisotón, que la hizo brincar hasta casi caer de la tarima.
—¡Señorita Lagan! — Gritó la monja después de sendo alarido escuchado. —¿Qué ha sucedido?
—¡Terry me ha pisado muy a propósito!
—¿Es eso verdad señorito Granchester?
— Lo lamento. Definitivamente no era mi intención, pero la señorita: tiene los pies tan grandes que, sin querer ha ocurrido.
—Entiendo, debe fijarse abajo con discreción señorito; no debe ocurrir de nuevo. —Él parecía querer ampliar la información del incidente, pues con sus manos abría un espacio considerable. — ¡No diga más, no diga más! ¿Señorita Lagan? Pase a la carpa de asistencia por favor, vamos a atenderla.
—¡No es necesario, no tengo nada!
—¡Me retiro!
—¡Pero Terence! usted baila perfectamente bien. ¿Quién le ha dicho que está fuera del conjunto?
— ¡Yo mismo! Estoy muy apenado, y me considero un verdadero pelafustán. No quiero que esto se repita. Tenía toda la intención de bailar con ella; pero ya ve, nos es imposible: calzando iguales. — Y todos los jóvenes que pretendían sacarla a bailar, se dividieron buscando otra compañera. — Con permiso. — Dijo saltando tarima abajo.
Con el majestuoso Terry fuera: muchos de los estudiantes esbozaron una sonrisa; poniendo más ahínco en sus pasos, a sabiendas de que al menos, el lugar más peligroso: estaba vacante.
──❀•❀──
En su cuarto, la única estudiante escribiendo era Candy.
—«Quisiera entregarte esto, pero no lo haré; creo que me derretiría, antes de saber lo que piensas. Pero tampoco: puedo dejarlo en mi interior, porque me quita el sueño. TG: te has convertido en una idea constante en mi cabeza. Sé que te enfadaste conmigo, por haber llorado al recordar: lo que nunca más será; y que el tiempo va diluyendo. Pero ahora estamos a mano; ya sé lo que sentiste, y no es nada grato. De cualquier forma: no te debo explicaciones, pues no te conocía. Ni tú debieras preocuparte: si a mí me enfadan tus galanterías a otras; pues no son de mi incumbencia.
Pero desgraciadamente: ocupas tanto de mí, que dudo poder sacar buenas notas en mis clases. Por un breve tiempo, me sentí igual que las chicas de esta escuela; pero al mirarte con ellas desde la distancia: supe que soy muy diferente. Cada persona, pertenece a un lugar desde que llega al mundo; y aunque insista en cambiar, tarde o temprano, volverá a su sitio original. Y yo, debo volver a ser la de siempre.
Aunque, estoy orgullosa de tener un dato de ti, que seguramente ninguna otra chica conoce, más supongo que lo sospechan. Pero puedo asegurar que: eres bello de la cabeza a los pies.
Me pregunto si, ¿tendrás algún defecto? ¡Me da lo mismo! Pues, estas letras sueltas y difusas, son solo para ignorar, el hecho contundente de que: estás allá abajo, sonriente y caballeroso; bailando con todas… ¡Y es cosa que no me importa! »—Estrujó la hoja, tirándola al piso. Y como tenía absoluta libertad, para ir a donde le diera la gana: bajó por la cuerda, muy dispuesta a repudiar el dichoso Festival, pasando el resto del día: en la segunda colina de Pony.
—«Ellas son iguales a ti después de todo; y el ser la única y afamada, hija del hogar de Pony en este sitio: me vuelve absolutamente diferente y especial, ¡hum!»—
──❀•❀──
Terence, se armó de valor: saltando al temido balcón; le había sido más tardado de lo que pensaba: escaparse del grupo de baile, pero lo consiguió a posta de la señorita Lagan, a quien sus pies: nunca más le darían confianza.
—¿Candy? ¿Estás ahí? —Preguntó tocando en su ventana. — ¿Estás dormida? ¿Puedo pasar? — Como no obtuvo respuesta, empujó un poco: y la ventana se abrió fácilmente. —¡No hay nadie! —Iba a girarse para buscarla en otra parte, pero un papel arrugado llamó su atención; lleno de curiosidad: lo extendió, leyéndolo dos veces. Momentos después: corrió a la colina esbozando una sonrisa perfecta.
Continuará...