Esa tarde lo habían pasado de lo lindo, Stear se había puesto en plan de un chiquillo despreocupado, ese domingo habían decidido no salir del Real Colegio San Pablo. Una reunión con los amigos de la tía abuela era todo menos divertida, hasta Neal había fingido un terrible dolor de panza para quedarse en la enfermería todo el día durmiendo de lo lindo.
Era tan fácil pasar el tiempo con él, le encantaba cuando sacaba su reserva de golosinas. Habian preparado un lugar genial en el balcón de su habitación, sacaron los colchones y tomaron el brunch acompañados de todos los mininos que deambulaban en el colegio cumpliendo con su labor de controlar a los roedores que osaran acercarse a los edificios principales. Uno a uno los felinos fueron cayendo rendidos ante la simpatía del chico de ojos oscuros, él los recibía y les ofrecía lo que tuviera a su alcance. Esa tarde soleada fué la mejor que Archie recordaba en compañia de su hermano. Durmiendo cobijados por el cielo azul, arrullados por el melodioso ronrroneo de sus peludos visitantes. El castaño escuchaba la suave respiración de su hermano junto a él, eso lo tranquilizaba pues siempre, siempre estarían el uno para el otro...
Archie abrió los ojos, estaba en un balcón que no era el del colegio, hacía frío y sentía que la ausencia lo partiría en dos, de pronto descubrió´un par de brillantes ojos oscuros que lo miraban desde la enredadera. Él instintivamente estiró la mano invitando al peludo visitante a acercarse a él. El minino se acercó con confianza y dió vueltas antes de caer dormido en el regazo de Archie. Él sólo pudo acariciar el brillante pelaje y al escuchar el musical ronrroneo cerró los ojos y con un nudo en la garganta buscó el sonido de la suave respiración de Stear junto a él para tranquilizar su dolorido corazón hasta que fueran dos nuevamente.