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Dear Terry
Nosotros en la tempestad
Capítulo 9
Nosotros en la tempestad
Capítulo 9
El ensayo de ese día había terminado y después de que Terry diera las últimas indicaciones se despidió de todos. Oliver conversó un poco más con Lawrence Otto que ya se había incorporado al proyecto, también con su pequeña compañía de actores, a los que llamaban Lord Chamberlain’s new men. Oliver se sentía realmente emocionado por estar trabajando con el actor que consideraba el mejor después de su padre, y un grupo de actores también muy reconocidos. En la conversación le pidió unos minutos demás a Lawrence y este aceptó amablemente trabajar en ese tiempo extra en una escena que aún no salía como deseaban. Desde una de las butacas Terry los observaba sin intervenir, permitiendo que el afamado actor condujera a Oliver, con sus indicaciones.
Aquella era una pequeña, pero muy talentosa tropa de artistas shakesperianos a quienes les atraía el proyecto de Terence Graham por purista en esencia poética y por innovador en la narrativa interpretativa. Habían sido llamados naturalmente por lo que significaba actuar en el Shakespeare Memorial, pero también por la creciente expectativa que se cernía sobre su director artístico. Existía, además, admiración mutua, tanto Lawrence como Terry se manifestaban admiración y un gran respeto, ambos compartían la pasión y el placer por el arte dramático como una forma de vida. Para Lawrence actuar y ser dirigido por un actor como Terry era un privilegio y viceversa; lo que imprimía calidez y camaradería al arduo trabajo, lo que al joven director le complacía mucho. Y estaba el hecho de que Oliver también había iniciado una relación amistosa y cordial con ellos, especialmente con el veterano actor. El muchacho no perdía ocasión de aprender con hambre de crecer en el oficio, lo que representaba para un padre el heraldo de los tiempos futuros de su vástago, a quien esculpía con dedicación y disciplina.
Cuando finalmente terminaron, Oliver bajó del escenario y caminó en dirección a él, y se sentó a su lado. El joven actor traía algo en mente desde hacía días, una inquietud que ocupaba gran parte de sus pensamientos, y que le arrancaba más de un suspiro, y que por supuesto estaba relacionado con Madelaine Flower.
—¿Podemos ir por una cerveza antes de ir a casa? —preguntó Oliver.
—Sabes que no bebo cerveza —contestó Terry en tono sarcástico.
—Sí, ya sé... me refiero a un trago, quieres ir por un trago, hay algo que quiero hablar contigo, pero no quiero hacerlo en la casa delante de todos.
—¿Una conversación hombre a hombre? ¿Tu invitas?
Oliver lo miró con gracia, claro que se trataba de una conversación de hombre a hombre, su padre era por lejos la figura masculina a quien más admiraba, y luego estaba también su abuelo, el duque de Granchester. Estaba muy seguro de que él y sólo él podría ayudarlo a salir de su predicamento.
—Está bien yo invito señor director — sonrió y luego agregó —necesito un consejo papá —dijo el muchacho poniéndose más serio.
Abandonaron el teatro un rato más tarde, y mientras caminaban a Rother Street, a un pub allí ubicado y que a ambos les agradaba, porque además servía buena comida, conversaban sobre el proyecto y Terry trataba de tranquilizar a su ansioso hijo, entendiendo que toda esta ansiedad que manifestaba se debía a la presión que ejercía sobre él el hecho de estar trabajando con un actor de la altura de Lawrence, y en ese sentido Terry no buscaba más que calmar sus nervios. Finalmente entraron al lugar y para alegría de los dos la mesa preferida estaba desocupada, y en un abrir y cerrar de ojo Oliver le daba un primer sorbo a su Guiness, mientras que su padre hacía lo propio con su whisky.
—Debes estar agotado hijo, has trabajado intensamente y además has ido y venido de Birmingham estos días muy seguido, lamentablemente no puedo darte ni un día de descanso, estamos trabajando a contra reloj, tenemos que sacar adelante la obra para la fecha pautada.
—No te preocupes estoy bien. Anoche no dormí lo suficiente, eso es todo. Me iré a la cama más temprano esta noche. Mañana estaré recuperado.
—Gracias hijo, es muy generoso de tu parte que te ocupes con Mike de los asuntos domésticos, además de ser mi asistente en el teatro. No sé cómo lo haces, pero lo haces todo muy bien, estoy muy orgulloso de ti Ollie y tú madre también lo está y mucho. Eres de mucha ayuda para nosotros, no sé qué haríamos sin ti.
Una punzada de pena aguijonó el corazón de Oliver con esta última declaración de su padre. Odiaba tener que ocultarle los planes de su alistamiento, pero tenía un acuerdo con William y no había llegado el momento oportuno para hablar con ellos sobre sus deseos.
—Papá es lo menos que puedo hacer por ustedes. Les debo mucho.
—Ollie ya lo hemos hablado. No nos debes nada, eres nuestro hijo muy querido, tu madre te adora, no hay nada de que sentirse agradecido, al contrario, yo me siento afortunado de tenerte como hijo. Eres mi muchacho y te lo diré cuantas veces sea necesario, no te siento menos hijo que a William, Evelyn o Albert, o que tus otros hermanos.
—Lo sé, lo siento...
—Ahora dime qué es eso que tienes que contarme, qué te tiene tan preocupado.
—Papá necesito tu ayuda —confesó antes de darle otro sorbo a la cerveza. —Amo a Madelaine Flower con todo mi corazón y no sé cómo declararme y pedirle que sea mi novia.
Terry soltó una sonora carcajada.
—Estás ante el hombre equivocado hijo —continúo riendo —soy la peor persona para dar consejos amorosos, estás frente a la persona menos indicada, porque no sé cómo hacerlo.
—¡Papá!
—Es que no sé qué debes hacer. Nunca le he declarado mi amor a una mujer, nunca cortejé a una dama. No en la forma tradicional, no como suelen hacerlo los hombres enamorados.
—Ay papá no juegues conmigo... Y a mamá cómo la conquistaste... ¿Nunca te le declaraste? Tuviste que pedirle al menos que fuera tu novia.
—No, nunca. Debes creerme —decía Terry llevándose la mano derecha al corazón —ni siquiera sé cómo es que llegó a enamorarse de mí. Oliver quiero, amo a tu madre desde que la conocí una noche en un barco cuando ambos veníamos a Londres, sé que conoces la historia de cómo nos conocimos. Pero créeme, nunca fui capaz de expresarlo, al menos no con palabras, no hasta que pasaron muchas cosas entre nosotros y yo ya no era un jovencito.
—Papá, en verdad necesito de tu ayuda, esto es serio. No puedo esperar más, siento que, si no me doy prisa, voy a perderla.
—Hijo si utilizaras mis métodos, si es que alguna vez tuve alguno, te aseguro que esa muchacha saldría corriendo en la primera oportunidad y desearía no volverte a ver jamás.
—Papá estoy desesperado, no estoy para tus chistes.
—Nunca había hablado tan en serio Ollie —Terry dejó de reírse y asumió una compostura más seria —te haré una pregunta a ver si así comienzas a comprenderme, cuántos apodos le tengo a tu madre.
—Muchos... Evelyn dice que son ridículos, por cierto.
—Ves. Se los he dicho siempre... Desde que la conocí la molesté por sus pecas. Sabes qué fue lo que más me impactó del rostro de tu madre, sus ojos y sus bellas pecas, son adorables, siempre me han gustado sus pecas, y en vez de decirle que me gustaban, la molesté desde el instante en que la conocí, siempre la hacía rabiar y enojarse por el tema de las pecas... La llamé Tarzán con pecas, mona pecas, señorita pecosa, y eso lo hice mientras me enamoraba de ella. Una tarde fuimos al zoológico en Londres, ambos nos habíamos escapado del colegio y no se me ocurrió otra cosa más que compararla con los chimpancés de una jaula. Me gustaba más que nadie en el mundo, adoraba su compañía, y yo era un solitario, pero su compañía, estar junto a ella era lo único que deseaba en la vida. Y nunca supe cómo decirle que no podía estar sin ella, que me agradaba estar junto a ella. Al igual que tú yo no sabía cómo declararme, porque además me negaba a mí mismo que estaba enamorado, que la quería. Me sentía confundido, y no tenía con quién hablarlo. Lamentablemente, no tuve una buena relación con tu abuelo, y en el colegio yo no me relacionaba con nadie más que con tu madre, sólo una vez hablé de ella con Mike, cuando me escapaba a los bares de East End, y también lo hice con Albert. Pero nunca confesé realmente lo que sentía. Siempre trataba de ocultarlo. Fueron los sucesos desgraciados del destino lo que me obligaron a entender y aceptar que lo que sentía por ella era amor, que la amaba irremediablemente.
—Entonces nunca se lo dijiste.
—Se lo dije después de una terrible separación, una noche en Chicago. Pero ya éramos más grandes, y habíamos pasado por mucho. No te andaré con rodeos hijo, eres un hombre. Esa noche concebimos a William. Y sabes la tengo vívida en mi mente como si no hubiesen pasado más de veinte años desde entonces. En ese momento, ella era una mujer prohibida, y yo estaba comprometido con una actriz que murió tiempo después. Era el hombre más miserable sobre la tierra Oliver, hasta que tú madre me dio la noticia de su embarazo, no estábamos juntos y viví una completa agonía sabiéndolos inalcanzables, a ella y a William, pero ya no me sentía un miserable, tenía a un hijo con ella, era motivo suficiente. Lo único que me mantenía en pie era saberme padre con la mujer que amaba.
—Papá debo confesarte que sabía parte de la historia, Will me lo contó la misma noche en que le revelaste toda la verdad sobre su nacimiento y porque no estuviste con ellos... Pero escucharlo de ti me conmueve. No termino de entender porque estabas con esa mujer si no la amabas, si sólo amabas a mamá.
—Porque ella me había salvado la vida en un accidente en el teatro donde trabajábamos, y a consecuencia de ello, ella perdió su pierna, y me vi obligado a quedarme a su lado para cuidarla. Tu madre y yo nos sacrificamos por ella. Éramos muy jóvenes Ollie, incluso más jóvenes que tú. Sé que puede sonar cobarde lo que voy a decirte, pero no fue hasta que ella murió que reuní el valor de ir a Chicago para recuperar a tu madre y a William. La suerte estuvo de nuestro lado y al decir verdad también tuvimos a Albert, que nos dio todo su apoyo para que ella abandonara a ese hombre con el que estuvo casada y viniera conmigo a Inglaterra, y ya sabes hemos estado juntos desde entonces, ella consiguió el divorcio y nos casamos. Nació Evelyn y cuando se embarazó de Albert fuimos al Hogar de Pony para adoptarte y luego fueron llegando el resto de tus hermanos y aquí estamos veinte años después.
Por mucho que tratara de explicarlo, Terry sentía que no había palabras para describir todo el dolor de esos años. La infinitud de su estado permanente de desesperación e incertidumbre. De cómo llegó a casi enloquecer cuando los creyó perdidos para siempre. El hastío que le producía estar al lado de Susana sin amarla.
—Y yo que creí que mi situación era complicada —confesó el muchacho.
—Creo que lo único que tienes que hacer es llenarte de valor y confesarle tus sentimientos. Entiendes, debes hacer lo que yo nunca hice. Hablarle con honestidad, decirle todo lo que sientes por ella, abrirle tu corazón.
Terry bebió el resto de whisky que restaba en su vaso y se quedó en silencio por unos segundos, calmando el vértigo que producían los recuerdos, mirando por el ventanal que tenían al lado de la mesa, de pronto un hombre le hacía señas y él apenas se dio cuenta, sonrió cuando por fin lo reconoció haciéndole también una seña con la mano para que entrara y se uniera a ellos. Era Mike.
—Ahí viene el hombre que puede ayudarte —le dijo sonriendo a Oliver mientas pedía otro whisky. —¡¿Ey que haces por aquí?! —le preguntó a su empleado mientras éste se sentaba al lado de Oliver.
—Vine a la tienda agropecuaria por alimentos para las gallinas y fertilizantes para el huerto. Por suerte encontré todo lo que buscaba.
—¿Gallinas? De qué gallinas hablas —preguntó el actor sorprendido.
—Tenemos gallinas señor Graham, conseguí tres gallinas y vamos a criarlas. Trataremos de conseguir tres más. Anne está feliz hasta les puso nombres y ni te cuento Michael, corre tras ellas por todo el patio.
Terry soltó una carcajada.
—¡Así que ahora criamos gallinas!
—Economía de guerra amigo, tenemos un gran terreno podríamos criar hasta cerdos...
—¡Oh no amigo ni se te ocurra, no convertirás mi casa en una granja! —los tres hombres rieron sonoramente.
—Papá es una buena inversión, tendremos huevos además de los que podemos comprar con el racionamiento.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —les preguntó Mike —por cierto, el periodista está en la casa con Ev, van a prisa y en serio, no es así...
—Muy a prisa para mi gusto Mike, ni siquiera alcanzo a comprender en qué momento comenzaron a entenderse —contestó Terry mientras jugaba con el vaso ya vacío —estamos aquí hablando de amor y has llegado justo a tiempo para aconsejar a este jovencito sobre el arte de conquistar a una mujer. Arte del que carezco todo conocimiento.
—¿Acaso le estas pidiendo consejo a tu padre? —Mike río sonoramente —¿así piensa conquistar a Madelaine, pidiéndole consejos a tu padre? Invítame una cerveza y veremos qué podemos hacer por ti Ollie.
—Se lo acabo de decir amigo. Saben qué, cenemos aquí —les propuso Terry a ambos —le daré espacio a Evelyn y a su enamorado, estoy de muy buen humor para lidiar con eso hoy. Y ayudemos a este joven que agoniza a declararle su amor a su Julieta.
Terry, Mike y Oliver regresaron a casa poco después de que se apagaran las luces de la pequeña ciudad, caminaron a oscuras hasta el otro lado del río seguros de que la velada había sido tremendamente productiva para el joven actor, ya que pudieron planear toda una estrategia de conquista con el objetivo de que este por fin consiguiera el sí de la muchacha. Una vez en casa, entraron con sigilo, y se dirigieron directamente a las escaleras, padre e hijo sin hacer ruido se despidieron en el pasillo de las habitaciones, y cada uno se dirigió hasta la suya.
Candy salía de la tina, cuando oyó cerrarse la puerta de la habitación, intuyó que Terry había llegado.
—Estoy aquí —dijo desde el cuarto de baño, apresurándose a colocarse una afelpada bata y salir a su encuentro.
Terry caminó hacia ella y se acercó para besarla, un beso en los labios demandante y lleno de ardor. Cuando se separaron ella sonrió, Terry no dejaba de asombrarla con sus arranques pasionales, que ciertamente se habían distanciado por la rutina que imponía las circunstancias que los rodeaba. No sólo la guerra y los constantes ataques que se había cernido sobre ellos y que los mantenía en un estado de nerviosismo y alerta permanente. Estaba el hecho de que sus trabajos los mantenía muy ocupados, tenían una casa llena de jovencitos, adolescentes y niños, cada uno con sus exigencias naturales, quedando al final del día poco espacio sólo para ambos.
—¿Estuviste bebiendo? —le preguntó ella apenas saboreo el aliento alcohólico de su esposo.
—Sólo unos tragos con Mike y Oliver. Pero estoy muy lejos de estar ebrio así que no me sermonees. Y no te preocupes por Oliver, él está bien.
—No voy a sermonearte.
—¿Dedlock estuvo aquí? —preguntó Terry mientras se sentaba en la cama y comenzaba a desvestirse.
—Sí, él la esperó a que llegara de Warwick, las llevó a ella y a Anne a tomar el té y merendar en el pueblo, luego vinieron y estuvieron el resto de la tarde tocando el piano y jugueteando en la sala con todos los chicos, lo invité a cenar. Se fue poco antes de las nueve. Es muy agradable, amable e inteligente y Evelyn está totalmente enamorada... y él de ella, lo veo en sus ojos.
—¡Enamorada!
—Sí, enamorada.
—Sí recuerdas que es de Nueva York, en algún momento tendrá que volver, y ella terminará con el corazón roto...
—O ella se irá tras él. Es a eso a lo que le temes, no es cierto —atinó a decir Candy mirándolo con ojos cálidos.
Terry hizo silencio, porque sí, eso era a lo que justamente le temía con todo el peso de su corazón, a que ese hombre con todas sus virtudes y amor apartará a ese rayo de sol que en su vida era Evelyn. Así que exorcizó sus pensamientos y volvió a concentrarse en sus deseos de esa noche. Candy que seguía observándolo, se movía buscando su ropa de dormir y vestirse con ella. Él se levantó de la cama y fue hasta ella para rodearle la cintura.
—No, ven, no hablaremos de eso ahora —le dijo Terry y la atrajó hacia él
Acercó su rostro al cuello de Candy y aspiró su aroma natural, de piel recién bañada. La piel aún húmeda, era una embriagadora fragancia.
—Hueles delicioso —le dijo con voz afectada y comenzó a besar el nacarado cuello. —Me pasé la noche recordando nuestros inicios, la época del San Pablo, cuando me enamoré como un loco de ti.
—Y qué más recordaste.
—Todo, cuando caminabas por el bosque y yo te espiaba desde las ramas de los árboles a donde me subía para que no me vieras, nuestros encuentros en la colina, nuestro paseo por el zoológico, la primera vez que te besé, nuestro verano en Escocia, nuestra noche en Chicago, cuando hicimos el amor por primera vez.
Terry cerró los ojos y continúo besando ahora más abajo del cuello, el nacimiento de los senos.
—Sabes qué —dijo volviéndola a mirar levantando su mentón con suavidad —iré a darme una ducha... No te vistas, espérame desnuda —le susurró seductoramente al oído.
Élla pudo sentir la tensión en la masculinidad de él en el abrazo en que la envolvió antes de ir al cuarto de baño y leer el deseo encendido a través de sus ojos ultramarinos.
—¿Los niños duermen? —preguntó Terry mientras sacaba su bata de seda del colgador.
Candy sólo asintió, y en gesto travieso fue hasta el tocador para soltar su cabello, peinarlo un poco y colocarse perfume detrás de las orejas y en las muñecas. Respiraba agitada. Caminó hasta la puerta y aseguró el picaporte. Había silencio en todo el segundo piso, efectivamente todos estaban en sus habitaciones, posiblemente el único despierto era Oliver que acababa de llegar con su padre.
Terry tardó apenas minutos en la ducha, a medio secar salió de la sala de baño, también sólo cubierto por la bata de seda y caminó hasta ella para abrazarla posesivamente. Se dieron un beso cálido, húmedo, lento, sus lenguas se saboreaban con avidez. Se separaron un instante, él la miraba a los ojos, no como el amante recurrente sino con un especial brillo, Terry se había transportado junto a los recuerdos evocados a esa primera noche en Chicago, veintitrés años atrás, cuando la hizo por primera vez suya, cuando Candy pasó de niña a mujer en sus ardientes brazos. Maravillado por la mirada transparente y sensual de ella volvió a besarla, mientras sus manos acariciaban los senos desnudos bajo el albornoz. Él no dejaba de apartarse por segundos de su boca para volverla a mirar, y volvían a besarse, besos que contenían toda la pasión y toda la ternura que uno despertaba en el otro. Terry la condujo hasta la cama, tendiéndola con suavidad y él sobre ella. Candy sujetó el rostro varonil de su esposo queriendo descubrir que ocurría con él esa noche.
—¿Qué te ocurre está noche?
—Que soy un nostálgico y he estado recordando el pasado... encontrando sólo una cosa de que lamentarme, de los años que perdimos.
—Mi amor... — Murmuro ella con toda su dulzura.
Una honda y ardiente sensación de placer lo recorrió al escuchar dos palabras que ya eran comunes para él, pero que esa noche tomaban ribetes distintos, una confirmación plena y cierta de que sí, él era el único amor de su Candy. Entonces, con el corazón henchido él acarició la suave piel de marfil de su esposa, todos los rincones que sólo él ha explorado. Que siente le pertenecen. Volcaba sobre el cuerpo de su mujer una volcánica pero paciente pasión. Quería hacerle el amor de forma lenta y suave como la vez primera, pero estaba poseído en un máximo paroxismo del deseo. Besó, acarició y chupó los senos con adoración. Embebió y frotó con malicia el clítoris, lamió y besó los labios vaginales perdido en el sabor dulce amargo de la miel derramada, y finalmente bajo los efectos embriagadores de la pasión se hundió en ella, lentamente. Un estremecimiento de placer absoluto recorrió el espinazo de Terry apenas su miembro viril tuvo contacto con el cálido y húmedo vientre de Candy. Quería hacerle el amor de forma arrebatadora.
—Me encanta que seas mi dueña —le susurró al oído mientras entraba y salía de su cuerpo con un ritmo acelerado, logrando estremecerla con sus palabras, tanto como lo hacían sus profundas embestidas.
Terry hizo una pausa en sus movimientos adentro y afuera de ella, porque sabe que está a punto de estallar, y quiere retrasar el momento, con habilidad le da vuelta a Candy, y la penetra nuevamente, tomándola por las caderas para lograr el ritmo que su enceguecido deseo le ordena, llenándola toda. En un último gesto de desbordante pasión, vuelven a girar sobre sus cuerpos, y ella ahora lo domina en posición Andrómaca, tomando el control, permitiéndose el máximo goce, frotando su clítoris sobre el pubis masculino, disfrutando de la profundidad que alcanzaba en ella el pene de Terry, hasta que ambos logran liberarse en un delicioso y arrollador orgasmo, abrazados Candy se tiende sobre él y no le permite moverse por instantes gloriosos, disfrutando del contacto de la piel sudorosa y los intensos espasmos. Satisfecha y rebosante, Candy comenzó a llenarlo de besos, en el rostro y el cuello. Las manos de Terry se deslizaron con suavidad por su espalda, enredando sus dedos en el cabello, y atrayéndola para acurrucarla sobre su cuerpo. Se disfrutan en silencio, sobran las palabras luego de una entrega total, que se prolonga por unos segundos más.
Luego de esos minutos de silencio, con suavidad, Terry levantó la barbilla de Candy, se acercó a ella y la besó en los labios, para decirle.
—También lamento no decirte con más frecuencia que te amo, a ti y a tus pecas. Que siempre ha sido así.
—Yo también te amo —contestó ella recostada al pecho de él—y sé que me amas, me lo demuestras de muchas maneras.
—Aun así, es necesario decirlo, debería decírtelo todos los días —y volvió a besarla, la miró unos segundos y le sonrió, dijo de pronto —iré por un trago, no te duermas, espérame.
Terry la apartó con suavidad y se levantó, asió el pantalón de su pijama, se colocó la bata de seda, y antes de salir de la habitación, se inclinó en la cama para besarla de nuevo, con su dedo índice apuntándola volvió a pedirle que no se durmiera. Tenía mucho que contarle. Caminó en penumbras por la casa que estaba bajo un aparente silencio. Entró a su estudio y allí se entretuvo unos minutos mirando al cielo a través de la ventana, era una noche clara de primavera, suspiró y rogó que siguiera siendo una noche tranquila. Recordó que había ido allí por un whisky, se lo sirvió y de regreso percibió algunas risas que se escapaban de una de las habitaciones, las escuchó mientras subía las escaleras, ya en el pasillo reconoció las voces, provenían desde la última habitación, la de Oliver, y fue hasta allí. La puerta estaba entornada así que no tuvo que tocar. Evelyn y Albert estaban recostados en la cama de William, y Oliver en la suya, no paraban de reír.
—A ver, yo también quiero reírme —dijo con voz grave apenas entró para tomarlos por sorpresa —qué hacen despiertos, ya vieron qué hora es —luego miró el libro que Albert tenía en las manos y se acercó para quitárselo —este libro es mío, es uno muy viejo, lo traje desde Estados Unidos, lo usé cuando hice a Hamlet, en realidad iba con él a todas partes.
—Sí, es tuyo, lo leo para la escuela —contestó el muchacho.
Terry sonrió, otra vez lo invadieron los recuerdos.
—Viene todas las noches a comentarlo con Ollie —intervino Evelyn, cuidando de no revelar el secreto de su hermano.
—Bien, ahora solo conversen por quince minutos más y a dormir los tres. Mañana tenemos mucho trabajo Oliver, debes descansar —y ustedes tienen escuela —dijo dirigiéndose a Albert y Evelyn.
Se acercó a cada muchacho para despedirse con un beso. Evelyn lo sujetó por el cuello, y tan zalamera como era le dio repetidos besos en la mejilla.
—Duerme bien papito —le dijo.
—Tú también mona pecosa.
Cuando finalmente llegó a su alcoba Candy ya estaba completamente dormida. Se enterneció con la visión de su mujer y la cubrió con las sábanas, y como aún no tenía sueño se sentó en el sillón para leer y disfrutar su trago, deseando que aquella fuera una noche tranquila y en paz para su familia.
