Buenos dias a todos los niños y niñas de este ciber espacio "El Hogar de Pony". Es para mi un privilegio el poder compartir con ustedes una vez más, en la Guerra Florida. Ahora vengo acompañada de nuevas amiguitas, "Las Musas de Graham".
Reitero mi felicitación a las fundadoras, administradoras y a todas las personas que han dejado su granito de arena este maravilloso Foro Rosa. ¡Feliz 25 Aniversario!
Y bueno, en esta ocasión, quiero compartir con ustedes un corto relato de amor y drama, nacido en la estancia de Albert en África.
Espero sea de su agrado, desde ya, gracias por el aprecio.
África de mi corazón.
Capítulo uno.
África 1915.
Madison Jones.
Somos originarios de Saint Paul, capital del estado estadounidense de Minnesota. ¿Qué hacemos en África? Bien, les contaré nuestra historia.
Cuando mis padres eran jóvenes, venían de parte de grupos religiosos a realizar misiones, en ese entonces ellos solo eran novios, se enamoraron de estas tierras, del clima, de su gente, sus costumbres y de los animales, por supuesto.
Al convivir con los lugareños, se dieron cuenta de la gran necesidad que había de gente capacitada y de buen corazón para cuidar de los animales, faltaban manos voluntarias para ayudar a los pocos que se dedicaban a la loable labor.
Con el paso de los años mis padres se casaron, en los Estados Unidos, por supuesto, y tuvieron tres hijos, Spencer que es el hermano mayor, yo, que soy la hija mediana y Gretel nuestra hermana menor.
Nos trajeron desde muy pequeños a vivir a una comunidad nativa en África y en la actualidad, ellos trabajan en un zoológico.
Por nuestra parte, Spencer y yo, trabajamos en una veterinaria que queda en el centro del pueblo. Gretel estudia en una escuela pública.
A mis diecinueve años de edad, creía tener una vida perfecta, hasta que lo conocí a él.
Y fue esa tarde, cuando Spencer acompañó al médico de planta, quién era nuestro jefe, a ayudar a mis padres con una infección que estaba presentando un rinoceronte en el zoológico. De manera que, Halif mi compañero de labores y yo, nos quedamos atendiendo la veterinaria.
La noche anterior, habíamos encontrado en una calle muy poco frecuentada, a un perro que tenía fracturadas sus patas traseras, ya estaba viejito y su estado era tan lamentable, que lloramos al verlo. Spenser se lo llevó abrazado a la veterinaria.
Así que esa mañana estaba bañándolo, debía prepararlo porque mi jefe le realizaría una cirugía. Estaba concentrada en mi tarea, que no me había percatado del hombre que estaba detrás de mí, observándome.
Salté del susto y mi paciente canino emitió un leve aullido, cuando solté inconscientemente sus patas —¡Perdóname! —Dije al perro acariciando sus orejas, y en seguida miré molesta al intruso.
Era un hombre extranjero, muy bien parecido, bueno, demasiado guapo en realidad, el hombre parecía irreal. Aun así, mis alarmas se encendieron, porque el tipo bien podría ser un bandido.
Halif había estado alimentando a unos chimpancés, en cuanto entró, saludó al hombre en cuestión; yo seguía observándolos con desconfianza.
—Mucho gusto, soy Albert—. Dijo regalándonos una amplia y genuina sonrisa. El tono de su voz, era tan amable que no correspondía al de su aspecto un tanto desalineado. Se quitó las gafas de sol, y descubrí una hermosa mirada, como el color del cielo, tan pacífica.
—Ella es Madison— Halif me presentó.
—Mucho gusto señor—. Dije un tanto desconfiada, pero de nuevo su sonrisa me hizo sentir extraña.
—Hola Madison—. Estrechó mi mano.
Empezó a contarnos que era americano, eso despertó mi curiosidad en querer saber más de él, y mientras hablaba, se fue acercando, hasta que subió una mochila o bolso, algo viejo de color beige y lo colocó sobre una mesa de madera. Lo Abrió y liberó a una mofeta —¡Válgame Dios! —, solté sorprendida al tiempo que me llevé ambas manos a la boca. Había cuidado muchas especies de animales, pero nunca a una mofeta.
—No te asustes, es indefenso y se llama Poupée—. Explicó tratando de calmarme—De casualidad me puedes regalar agua— Pidió, y de inmediato fui por un vaso.
Pero vaya sorpresa la que nos llevamos, cuando él se la bebió de golpe, y no le dio ni una gota a la pobre mofeta, porque según yo el agua era para el animalito y no para él. «¡Qué desconsiderado!» Pensé furiosa.
Pareció leer mis pensamientos, y nos aclaró de inmediato que a su mascota le había dado recientemente a beber de lo último que llevaba en su cantimplora, pero que si podía rellenarla me estaría más que agradecido.
Spencer y mi jefe, volvieron y lo observaron con detenimiento, de manera que, ante el escrutinio, él se presentó. Mi hermano lo abrazó palmeando su espalda dándole una grata bienvenida, al parecer no era tan desconocido, después de todo.
Yo me ocupé con otras cosas, mientras ellos sostenían una larga plática, que de vez en cuando lo acompañaban unas sonoras carcajadas.
En la noche, ya en la casa, Spencer nos contó que Albert sería nuestro compañero de trabajo, esto gracias a las excelentes referencias escritas con puño y letra, del director del Zoológico Blue River, de Londres Inglaterra.
Albert se incorporó y acopló de inmediato a nuestras actividades en la veterinaria. Se hizo muy amigo de mi hermano, por lo que los fines de semana ya era habitual verlo en casa con mi familia. Su presencia empezó a ser demasiado agradable para todos, en especial para mi madre, quien se mostraba muy entusiasmada con aprender a cocinar platillos distintos.
Yo también quería aprender a cocinar tan exquisito como él sabía hacerlo, pero la verdad era, que prefería ocupar mi tiempo libre en leer, estaba con “Agnes Grey” la novela de Anne Brontë, libro que pertenecía a una amiga mía misionera. Debía apresurarme por leerlo, antes de que ella y sus compañeros religiosos, partieran a otras comunidades cercanas.
Continuará...
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