Hola chicas hermosas, espero que estén disfrutando de su fin de semana. Antes que nada, quería hacer una pequeña aclaratoria, pues verán, cuando empecé a escribir este relato, tenia en mente crear un amor para el bello Albert, sin embargo, creo que muchas de ustedes han asumido de que se trata de la enfermera que conoció en el campamento, pero en verdad lamento decepcionarlas, ya que Madison, no es la enfermera.
No sé mucho sobre Albert, les soy sincera. Pero creo que en la Historia Definitiva, él hace mención de dicha enfermera en la carta que le envía a Candy al Royal Saint Paul y en una carta posterior, le cuenta, que su última estadía en Kenia, había sido en una veterinaria. Y como vosotras recordareis, ese fue el punto de partida de este mini fic. De manera que, sí, Albert conoció primero a la enfermera, según la novela, y según en éste, mi mundo alterno, luego conoció a Mady. Muchas gracias por su atención, ahora sí les dejo la actualización.¡Saludos! LEE AQUÍ EL CAPÍTULO 3África de mi corazón.
Capítulo Cuatro. W. Albert Ardlay.
Halim nos había invitado para ir a Narok, su pueblo natal, ahí su familia tenía sembradíos de cebada y trigo, de manera que ofreció regalarnos del producto, Spencer y yo, aceptamos gustosos la invitación.
El viaje fue de lo más divertido, Halim al ser el más joven de los tres, era quién se llevaba la peor parte de las bromas. En esos días, me obligué a olvidar de todo lo que me estaba agobiando, sabía que gracias a Georges los negocios estarían estables y que él cuidaría de mis seres queridos.
Vaya sorpresa la que nos llevamos al encontrar un león por la zona, a Spencer no le asustaba, pero a Halim sí, y yo, era el punto de equilibrio. El hermano de mi amada, puso a prueba las clases que me había dado, y yo por supuesto que no me acobardé. Me fui acercando con pasos sigilosos hasta el felino, no puedo mentir, empecé a sentirme algo nervioso, tenía como un mal presentimiento. Me detuve hasta quedar frente al melenudo león, me senté en cuclillas y alcé mi mano con lentitud, pero entonces, el felino rugió y se giró para atacar violentamente, la vida se me fue cuando vi a Poupée mordiéndole la cola.
Spencer empezó a llamar al zorrillo, pero este se negaba a obedecer, vi correr espantado a Halim, salvaguardándose trepando un árbol. Poupée con fiereza mordía la cola del león, así que tuve que intervenir o ahí no solo moriría el animalito, nuestra propia vida estaba en riesgo. Logré zafar a la mofeta, pero el león, clavó sus colmillos en uno de mis tobillos, el agarre fue doloroso, gracias a que Spencer metió una gruesa estaca abriendo su afilada mandíbula, este me soltó, llevando únicamente entre sus dientes trozos de la tela de mi pantalón. Solté el aire contenido, cuando el enorme animal se perdió entre la fauna.
—¡¡¡Pero que mierda??? — Spencer maldijo cuando Poupée, soltó sobre ambos el gas almizclado, empezamos a toser.
—Viejo, ¡tienes suerte de estar vivo! — Halif se incorporó y me palmeó la espalda, por supuesto traía la nariz tapada—. Esa bestia estuvo a punto de comerte hermano—. Sentenció, observando mi tobillo el cual sangraba.
—¡No soporto esta mierda! — Spencer se volvió a quejar.
—Por acá cerca hay un estanque, pasen a bañarse, y luego vamos a casa—. Indicó Halif guiándonos.
La familia de Halif, se portó de lo más amable y me aplicaron compresas de hojas medicinales machacadas, me dijeron que eran para desinfectar y desinflamar la herida, esa noche me dio un poco de fiebre y el dolor no menguaba.
Debíamos volver al día siguiente, y así lo hicimos, claro que en mi condición, demoramos un poco más. Cuando regresamos al pueblo, los muchachos me llevaron casi cargado hasta el cuarto donde estaba viviendo, Spencer me limpió la herida y aplicó más de las hierbas medicinales. Me quedé dormido pronto, porque me sentía demasiado agotado.
Abrí los ojos con pesar, no supe cuanto había dormido, pero me olvidé de todo al ver a mi querida Mady cuidando de mí.
—Mi amor, ¿cómo te sientes?— Corrió a mi lado, para ayudar a sentarme.
—He estado mejor—. Le sonreí débilmente.
—Siempre le he dicho a Spencer que eso de usar a los leones de juguete es muy peligroso—. Reprochó, liberando de mi frente unos mechones de cabello.
—No fue su culpa—. Traté de defender a mi pobre amigo.
—Lo sé—. Dijo con expresión seria—. Tengo a Poupée castigada—. Seguía furiosa, su ceño fruncido la delataba.
—No lo hagas mi amor, solo intentó defenderme—. Dije con voz conciliadora, porque eso había sucedido. No soportaría saberla encerrada o pasando hambre.
—La soltaré, solo si repites lo que me has dicho…— Dijo con voz melosa.
Sonreí, porque pensé que no había prestado atención en como me dirigí a ella—Esta bien, dije que eres “mi amor”.
Ella se acercó más, y me plantó un beso, un beso muy demandante. No resistí las ansias de recorrer con mis manos su espalda y la estreché más a mí cuerpo. La intensidad de ese beso me estaba desquiciando… Algo abochornada se apartó, el rubor que cubría sus mejillas me fascinaba.
Mady era mi novia, había pedido permiso a sus padres, y no me sorprendió que la señora Jones haya aplaudido cuando le expresé mis sentimientos.
Pasé dos días más en reposo, lo único bueno de eso, era que mi linda novia me llevaba comida y me hacía compañía. Reí a carcajadas cuando me contó que al principio se había sentido celosa de la pequeña Candy, quise confesarle que era mi hija adoptiva, pero aún no me atrevía en revelar mi verdadera identidad.
Me pareció tan divertida su primera escena de celos, y esta se dio al momento de preguntarme sobre la pulsera artesanal que llevaba en mi mano izquierda, de echo era la única que llevaba; y no le mentí, confesé que había sido un obsequio de una enfermera del campamento donde estuve de paso, antes de llegar al pueblo donde me encontraba. Como resultado a mi sinceridad, esa tarde no me dejó el postre que su madre me había enviado. Estaba fascinado con sus celos.
Cuando me reincorporé a la veterinaria, me sorprendí al encontrar a Poupée siendo tratada con mucho cariño, los ojos se me aguadaron; porque a pesar del altercado, mis compañeros sabían que al fin y al cabo era un simple animalito, que solo quiso defenderme.
La señora Jones ya no permitía que me fuera a comer a otro lado, me trataba como a un hijo más, así que, para compensar la amabilidad, ayudaba con tareas en la casa, el señor Jones fue muy paciente conmigo y me enseñó muchas cosas. En verdad, sentía que ese era el hogar que por tantos años estuve anhelando tener.
Madison dejó de lado los libros y algunas costuras, y de pronto la vi entusiasmada en querer aprender a cocinar, tal y como lo hacía su madre. Mi intuición me decía, que ella al igual que yo, empezaba a soñar con un futuro juntos.
Continuará...