Hola chicas hermosas, les dejo el siguiente capítulo.
Gracias por sus lindos comentarios, saluditos a: Lady Letty, Julissa Graham, Lady Ardlay, Carmín Castle, Eiffel (Tocaya, ya te reconocí, soy tu fan, gracias por el honor en leerme), Elipreciosa, Azul pequeña, Evelyn Rivera, Dulce Pony, Lucy Montano, Rosinarivas, Lilianarodas, María Marta, Ambar Graham, LizziVillers, Cici Grandchester, Pitu Granchester, Lady Lore, Florecita Graham.
África de mi corazón.
Capítulo Dos.
Madison Jones.
Descubrí que Albert empezó a gustarme, cuando nos acompañó a una actividad del pueblo.
Esa tarde iba recién afeitado, los mechones suaves de su cabello rubio caían sobre su perfil afilado, y por más que pasara sus dedos peinándolos hacia atrás, estos regresaban sobre su frente, dándole un aspecto muy jovial y atractivo.
Recuerdo claramente, que su atuendo era muy sencillo y su aroma era muy agradable, por boca de mi hermano me enteré que había traído una colección de lociones finas, que, dicho sea de paso, Spencer se quedó con algunas cuantas a cambio de enseñarle su táctica infalible para domar leones.
Sí, por más descabellado que suene, Spencer tenía algo que ninguno más en el pueblo: La habilidad de domar hasta el más salvaje de los leones. Lo embromábamos diciendo que había pagado a un brujo para que le diera tal don, cosa que obviamente no era cierto. Y él se creía el rey, hasta que llegó Albert.
Esa noche bailamos hasta que nos dolieron los pies, comimos de las delicias que la gente preparó, Albert como siempre, se portó gentil y amable, era muy agradable estar a su lado. Sin embargo, a pesar de esa energía positiva que irradiaba, a veces solía ser un tanto… Misterioso.
Teníamos en común admirar los atardeceres, y todos los dias lo hacíamos juntos...
—¿En qué piensas? — Le pregunté luego de que ya no respondió al último comentario de nuestra conversación.
—¿Eh? Ah, yo, en, en nada—. Respondió con su cálida sonrisa, sin embargo, yo sabía que mentía, me sentí mal porque no me confiara sus secretos. Era muy astuto para evadir las preguntas personales.—Sabes, me gustaría poder conocerte mejor—. Me atreví en decirle, viéndolo a los hermosos ojos que tanto me gustaban.
Se recostó sobre el pasto seco y cruzó las manos detrás de su cabeza, —Créeme que no hay nada emocionante que saber de mí, soy lo que hasta ahora conoces, un hombre que disfruta de la libertad y la naturaleza, amo a los animales, es más, *no veo diferencia alguna entre los animales y los seres humanos. Bueno, quizá los animales son criaturas más puras. Ellos no entienden de traiciones—. Y ahí estaba de nuevo, diciendo cosas que no entendía del todo, muchas veces pensé que solo era un charlatán, pero no, ya que sus actos hablaban por si solos—. Adivina cual es mi parte favorita de ver caer el sol—. Mencionó observando el cielo con matices entre anaranjado, violeta y rojizo.
—Déjame pensar…—Observé alrededor— ¡Ya sé! Te gusta el sonido de las aves volviendo a sus nidos—. Dije con seguridad.
—No—. Río y giro su cabeza para verme —, Por si no te has dado cuenta, me fascina ver como los rayos dorados acarician tu piel, tu cabello, tus ojos, la punta de tu nariz, tus labios, es como si fueras una aparición celestial.
Era la primera vez que él me decía cosas tan lindas, yo quise decirle lo mismo, porque también me gustaba ver sus cabellos dorados, pero aquello no sería propio. Además, cuando estaba por hablar, Gretel gritó nuestros nombres con gran emoción, llevando entre sus manos rodajas de piña, una de las frutas favoritas de Albert.
Él fue el primero en ponerse de pie y luego me ayudó a mí, una mirada bastó para decirnos mucho.
Desde esa tarde, sentí la necesidad de procurar más en mi aspecto físico, claro trataría de no ser muy obvia, sin embargo, en casa se dieron cuenta y la primera en notarlo fue mi mamá. Siempre mi mamá. Esa hermosa mujer que también era mi amiga y confidente. No fue necesario exponer mis sentimientos, porque ella ya los sabía.
Una noche me llamó a su habitación y tuvimos una larga plática…
—Cuida tu corazón, se sabia y sensata en tus actos—, Me aconsejó tomándome de ambas manos—no soportaría verte sufrir—. Dijo al borde de las lágrimas.
—Lo haré mami, te lo prometo—. Ella me dio un cálido beso en la frente.
Yo sabía que Albert era un buen hombre, y no me haría daño, estaba segura de eso.
Días después el sabio consejo de mi madre vino a mí, en una noche de tristeza y decepción.
Esa tarde, mi papá y Gretel, se habían encontrado con Bert en la estación del correo, mi hermana, al ser tan entrometida, logró leer el destinatario de la misiva que él iba a enviar.
—Decía claramente, para la señorita: Candy White Anda… No, Andy, ay no sé, pero era así más o menos—. Gretel me lo fue a contar en cuanto llegaron a casa.
—Quizás sea su mamá o hermana—. Respondí, sin dejar de leer un poemario, no quería que mi hermanita viera mi dolor.
—Puede ser—. Dijo restándole importancia— Talvez deberías de preguntarle— sugirió.
—No podría hacerlo, solo somos amigos, de echo es amigo de la familia, así que tiene el derecho de escribirle a quién él quiera, ¿no te parece?
—Claro, sí eso es lo que crees, ni modo—. Alzó sus hombros y salió de la habitación que compartíamos.
Al quedarme sola, las lágrimas llegaron sin ser invitadas. Por primera vez en la vida me había enamorado, y no estaba segura de ser correspondida. Pensé en esa mujer, la tal Candy, hasta su nombre sonaba tan dulce, la imaginé de lo más bella, una dama de alcurnia seguramente. ¿Y yo? ¿Quién era yo para él?, seguramente una compañera de trabajo o alguien con quien pasar el rato, nada más. El corazón me dolió al pensar en esto último.
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*Extracto Novela Candy Candy, La historia definitiva, de Keiko Nagita.
Continuará...