África de mi corazón.Capítulo Tres.
W. Albert Ardlay.
*Llegué a Inglaterra porque estaba supervisando la preparación de un nuevo proyecto empresarial, y durante mi estancia en el zoológico Blue River descubrí que por mucho que amaba a los animales, me era imposible verlos encerrados, por eso antes de caer en la tentación de dejarlos en libertad, escapé de Londres, junto a Poupée para aventurarme en la naturaleza. Siempre había disfrutado de los beneficios que me daba el apellido Ardlay, así que esta aventura quería hacerla como un reto personal, quería saber si era capaz de valerme por mi mismo. Corté todo contacto con todos, incluido Georges. Sin pensarlo mucho, decidí volver a mi querida África. Estuve ayudando en un ambulatorio (no para animales, sino para personas), donde había gente de todo el mundo. Entre ellos una enfermera americana como de veinte años, que se parecía a Candy. Claro, solo en el aspecto físico, porque su personalidad era muy distinta.
Mi estancia en Kenia era perfecta, no podía pedirle más a la vida. Realmente me sentía vivo, pleno, estaba convencido de que ese era el mundo para el cual había nacido. En esta ocasión la familia de Spencer me acogió como a un miembro más de su pequeño hogar y era muy agradable convivir con todos ellos.
De vez en cuando acompañaba a los señores Jones al zoológico local, para apoyarlos con el cuidado de algunos animales con ciertas discapacidades, y aunque al final de la jornada terminaba molido por el cansancio, no me importaba porque me apasionaba hacerlo.
La camaradería con Spencer me recordaba mucho a la que sostuve con Terry, era una hermandad sin intereses de por medio. Claro que con el paso del tiempo sí surgió un interés, un hermoso interés de cabellos ondulados y rubios, de mirada expresiva y color celeste. Spencer notó cuando su hermana empezó a gustarme, y bueno, terminé confesándoselo en una noche de tragos.
*Nunca me limité a divertirme por todo el mundo, y tuve algunos romances, pero supongo que ninguna de esas mujeres, estaba destinada para mí. En cambio, al lado de la señorita Jones, perdía hasta la noción del tiempo.
Madison eventualmente me recordaba el carácter aguerrido de la pequeña Candy, ambas eran poseedoras de un genuino carisma y compartían la necesidad de ayudar al prójimo. Y pensando en Candy, es que le escribí una carta, ya que partí de Londres sin despedirme porque según mis planes, volvería en un par de meses, pero en la realidad, ya no estaba seguro de cumplir esa promesa, Kenia estaba dentro de mi corazón y no tenía la intención de irme.
Y cuando pensaba que todo era perfecto, llegó la triste realidad a zarandearme sin piedad, hasta en África empezó a resonar el eco de la guerra. Debía volver a Londres, o en dado caso, irme a los Estados Unidos, pero *sabía bien que, una vez de vuelta en casa de los Ardlay, tendría que desempeñar mi papel como cabeza de familia y ya no iba a ser posible huir de mis responsabilidades. Me sentía egoísta en ese sentido.
«¿Qué sería de mis sobrinos? ¿De la tía abuela? ¿De Candy?» Estaba sentado sobre el tronco de un árbol caído, observando de lejos a una manada de elefantes, y Poupée dormía a mis pies sobre el pasto, cuando escuché pasos acercarse y luego esa dulce voz que tanto me gustaba—Hola Bert—. Dijo sonriente.
—Hola Mady—. Saludé a la señorita, contemplando su aspecto. Llevaba el cabello medio suelto y su vestimenta era distinta, se veía más femenina y un tanto delicada; solía cambiarse así los días domingos, porque iban a una pequeña iglesia. Se sentó a la par mía y depositó la Biblia a un costado.
—¿Por qué no llegaste? Estaba esperándote—. Se acomodó de lado, para verme mejor, yo la imité. Algunos domingos la acompañaba, pero ese día en particular no tuve el ánimo en ir.
Se supone que debía responder, pero no pude hacerlo porque mi mirada cayó en su boca, se había aplicado un suave labial y sus labios lucían como una apetecible fruta. Tragué en seco porque estaba muriendo en deseo por acariciarlos con los míos.
Aparté la mirada, y la fijé hacia un punto inexistente en el atardecer, mis pensamientos recientes me habían dejado aturdido, quise escapar de la realidad contándole algo agradable…
—Sabes, en Londres tengo una amiga que se llama Candy y se parece un poco a ti… —su gesto no fue el esperado, así que le aclaré de inmediato— Se parecen en el sentido de que las dos son unas buenas samaritanas—. no dijo nada, esperaba a que continuara con el relato, y así lo hice— Ella estudia en el colegio Royal Saint Paul, como te dije es una niña con un gran corazón, pero también es muy escurridiza y un tanto problemática—me carcajeé al recordar cuando se escapó del cuarto de castigo, en el Festival de mayo—, también tengo un buen amigo, llamado Terry, y sabes que es lo más curioso, que él también es un chico rebelde y problemático. Y sí, ambos estudian en el mismo colegio, y la mejor parte de todo, es que son un par de adolescentes enamorados.
—Vaya, así que Candy y Terry… Suena bien—. Dijo más relajada, cuéntame más de los chicos rebeldes, dijo al momento que sacaba de su bolso unas frutillas secas y me compartió un poco.
—Pues ambos frecuentaban el Blue River supuestamente para visitarme, pero yo sabía que esa era la excusa que habían encontrado para escaparse del colegio, y tener citas en el zoológico.
Le conté cómo es que llevé mal herido a Terry al colegio, y un sinfín de anécdotas más, Mady se mostraba interesada con mis relatos, también reía y eso de alguna manera me hizo sentir bien. No obstante, el peso de la gran responsabilidad sobre mí volvió y con ello la nostalgia, platicamos sobre los rumores de la guerra, y las consecuencias que esta desataría, ella escuchaba atenta y pude descifrar algo de temor en su mirada.
Al quedarnos solos en el lugar, me atreví en abrazarla, y lo hice con todas las fuerzas de mi corazón, no soportaba verla vulnerable. El aroma de su sedoso cabello era muy agradable a mis sentidos, y sin soportar más, sucumbí a lo que mi alma pedía a gritos. Acuné su fino rostro entre mis manos y la besé. La besé con la ternura que me provocaba, sus labios inexpertos temblaban y sentía su pecho acelerado. Poco a poco mi boca fue pidiendo permiso para entrar en la suya, y fue como probé su sabor, ese elixir que tanto había anhelado. No quería separarme de ella, pero debíamos irnos. Cuando intenté ponerme de pie, me atrajo y fue ella quién me besó, al tiempo que acariciaba mi nuca con sus dedos. El tiempo se nos pasó degustando uno del otro.
Y fue ella quién finalmente terminó la sesión de los gloriosos besos, que como bien dije eran inexpertos, pero Mady era muy hábil en aprender y se dejaba guiar por mí. Por vez primera lamenté no tener dinero, me hubiese gustado invitarla a cenar, tener una cita normal, darle un obsequio, pero en ese entonces carecía de dinero, porque lo poco que estaba ganando me servía para pagar el lugar donde vivía y a la señora que lavaba mi ropa.
Decidí acompañarla hasta su casa, quise llevarla tomada de la mano, pero no me lo permitió, argumentando que los lugareños hablarían, y quizás no cosas agradables, así que la comprendí y no insistí. Ella irradiaba felicidad, y yo, no podía sentirme más que dichoso. Al llegar a su casa, la despedí y me devolvió a Poupée, sin embargo, antes de alejarme, el grito de la señora Jones, me detuvo.
—¡Albert hijo! ¡Quédate! Preparé **ugali y una amiga me regaló unas cosillas para que horneemos panecillos.
Sonreí, no podía negarme a tal invitación, además Mady se mostró emocionada con la idea.
—Anda Bert, no te hagas el rogado—. Gretel salió a mi encuentro, y jaló de mi brazo llevándome adentro, donde Spencer y el señor Jones, me esperaban en la sala de su casa.
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*Extracto Novela Candy Candy, La historia definitiva, de Keiko Nagita.
**Ugali: Es un plato que se extiende a lo largo del Este de África y es considerado un alimento básico de esta zona. Se elabora con harina de maíz y es una especie de gacha elaborada de ingredientes con gran contenido de almidón.
Continuará...
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