Buenos dias niñas del Hogar de Pony, paso a dejarles el último capítulo de este minific, miles de gracias por darle la oportunidad y por sus lindos comentarios.
¡Les mando un gran abrazo!
África de mi corazón.
Capítulo Cinco, final.
Madison Jones.
Habían pasado algunas semanas y los rumores de la guerra, se hacían cada vez más presentes, ese era el tema central en nuestras conversaciones a la hora de cenar.
—Hija sírvele más patatas a tu novio—. Demandó mi madre con una sonrisa cálida.
—Estoy bien así, gracias—. Él me hizo un gesto amable en agradecimiento.
Asentí, y me quedé viéndolo con disimulo, dos días atrás le había cortado el cabello, porque ya lo tenía demasiado largo, incluso él también me lo cortó a mí. Ninguno de los dos tenía práctica, pero no fue cosa del otro mundo experimentar, de echo había sido algo divertido, además como es natural el cabello crece rápido; así que no nos importó vernos un poco diferentes, él por supuesto lucía arrebatador, mucho más apuesto que antes. Yo moría de amor, estaba muy enamorada. Las demás muchachas del pueblo siempre me decían que me había sacado la lotería con él, y sabía que a mis espaldas le coqueteaban. Pero yo confiaba plenamente en su amor.
—¡Te hablan! — Gretel me dio un codazo, y miré a todos a la mesa, porque había perdido el hilo de la conversación.
—Ay mi querida hermana, cada día estás peor…— Spencer bromeó—Y todo por tu culpa—. Negó con la cabeza viendo a Bert. En casa me molestaban, decían que desde que éramos novios, vivía en las nubes; y no se equivocaban.
—Tu padre insiste en que debemos irnos de acá—. Mi madre dijo con un semblante triste.
Ellos sabían que no me gustaba hablar sobre la guerra, cada vez que se discutía el tema, no lográbamos ponernos de acuerdo y terminábamos peleando, incluso mi padre y Albert habían tenido ciertos roces.
—Ya les dije que yo no me iré de acá, y espero papá que ya te quites esa tonta idea de la cabeza, este es nuestro hogar, acá crecimos, no tenemos nada que ir a buscar al otro lado del océano—. Sostuve mi postura, yo no quería irme.
—Ustedes son los que no me comprenden, deberían de ponerse en mi lugar, soy el padre de esta familia y mi responsabilidad es protegerlos—. Espetó irritado— Acá estaremos más vulnerables, pero allá, del otro lado del océano como bien dices, quizás estemos a salvo, al menos tendremos un techo y el pan no nos hará falta—. Mi papá de nuevo trataba de convencernos, pero ninguno quería irse.
Albert no dijo nada, pero noté ese dejo de tristeza en sus ojos, algo estaba pasando con él, necesitaba que habláramos y preguntárselo. Así que agradecí la comida y llevé mis trastos para lavarlos, les dio igual, porque mis padres y hermanos seguían discutiendo.
Le hice una seña a mi novio para que me acompañara.
—¿Qué sucede cariño? — Preguntó al llegar.
—Eso mismo te pregunto—. Hablé con un tono de voz más bajo— Desde hace días te vienes comportando diferente, ¿qué sucede? ¿por qué no confías en mí? ¿por qué no me cuentas tus preocupaciones?
—Por favor Mady, no de nuevo…
—No Bert, no lo entiendes, no sabes la angustia que paso al saber que algo te atormenta, pero sabes que es lo peor…—Mi voz se quebró— Me haces sentir que no valgo para ti, como tanto dices.
—No digas eso mi amor, por favor no lo vuelvas a repetir—. Me abrazó con fuerza y sollocé en su amplio pecho, no podía dejar que mi familia me viera en ese estado porque pensarían muy mal de él—. Hablemos mañana, ¿Te parece? — Alzó mi mentón y depositó un beso en mi boca—. Acá no podemos hacerlo...
Asentí, y limpió mis lágrimas.
Nos dedicamos a lavar los trastos en silencio, escuchando la discusión de mis padres, que bueno que Bert estaba en ese momento a mi lado, porque empecé a hacerle bromas. Después de tanta práctica por fin había aprendido a lavar los trastos, incluso le dije que bien podría trabajar de eso, porque ya los dejaba impecables y relucientes. Él se carcajeó y me echó un poco de espuma en la punta de la nariz, y luego a escondidas, me atrajo a él para besarnos.
Al día siguiente, luego de salir de la veterinaria pasamos comprando algunas frutas para comer, tal y como solíamos hacerlo al ver caer el sol.
—Soy toda oídos— Le dije, acomodándome sobre el tronco de aquel árbol, teníamos esa plática pendiente y estaba resuelta en no dejarla pasar, no esta vez.
Mordió con ganas un mango y a mi se me hizo agua la boca de ver como lo degustaba—¿Quieres? —Preguntó con picardía.
No le respondí, sino que me acerqué más a su lado y nos besamos con ímpetu, con ardor, con pasión. La fruta rodó por nuestros pies, pero no por mucho tiempo, porque Poupée se la empezó a comer. Bert me atrajo más a su cuerpo y no sé cómo pero me puse en pie, junto a él. Y entonces sentí la corteza de un árbol contra mi espalda, me tenía aprisionada, y yo no podía sentirme mejor, sus manos subían y bajaban acariciando mi cuerpo… Por supuesto yo hacía lo mismo con él, su comportamiento de esa tarde era distinto, nunca había sido tan osado, siempre se comportó como un caballero.
Estaba obnubilada y rendida ante el hombre que me hacia sentir mujer, lo deseaba, sí, de eso no tenía duda y a él le pasaba lo mismo, porque podía sentir su vigor restregándose en mi vientre. Él besaba y mordisqueaba el lóbulo de mi oreja, bajaba y dejaba besos húmedos por mi cuello.
—Vámonos de aquí— Le susurré con voz febril al oído—. No estábamos lejos del cuarto de donde él vivía, no sería la primera vez que estaríamos solos en dicho lugar, pero lo que le proponía sí era un paso más a nuestra relación. Me sentía lista, lo amaba y lo anhelaba. Me tomó de las manos, nos iríamos, pero entonces… Se detuvo.
Su semblante cambió por completo—Perdóname mi amor…— Dijo con su voz débil, recostando su cabeza sobre mi hombro.
—No tengo por qué hacerlo— Con delicadeza lo aparté para verlo a los ojos, se me contrajo el corazón porque estaba al borde de las lágrimas, se le notaba muy mal. Intenté besarlo de nuevo, pero él no me correspondió.
—Mady por favor, no hagas esto más difícil…— Dijo con voz entre cortada al borde de las lágrimas, entonces comprendí que no estábamos en sintonía.
Deseaba estar con él, me había dejado llevar por la pasión, en cambio él por su parte, estaba teniendo una lucha interna, esa que no me había develado—. Habla de una buena vez, o hasta acá llega lo nuestro—. Solté con coraje.
Apretó los puños y los dejó caer a cada lado de sus brazos, su porte regio, elegante, como el de un príncipe de los libros que leía, se esfumó, lo vi derrotado. Mi corazón se partió en dos pedazos, cuando las lágrimas rodaron por sus mejillas, aquel color celeste de sus ojos que siempre transmitía paz y serenidad, dio paso a una mirada de solemne melancolía.
—Pronto me iré—. Dijo entonces.
Continuará...