Este relato es un final extendido y/o alternativo a mi fic REUNION DE ALUMNOS recién publicado en el Lado General. Si no has tenido la oportunidad de leerlo, no te preocupes, pues esta versión fue escrita de modo que puede sostenerse por sí sola, pero si decides leer todo lo que antecede, ¡mejor! Que lo disfrutes...
REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 10... O FINAL ALTERNATIVO
Sentada sobre el césped en la cima de una colina aledaña al Colegio Real San Pablo en los límites de Londres, Candice White-Ardlay se maravillaba ante el panorama de un sabatino atardecer de abril. La ciudad parecía sonreírle bajo un radiante sol primaveral, cuyo resplandor tan sólo era opacado por las llamas que hacían arder su corazón. A su lado, un no menos dichoso Terence Granchester observaba el rosado rostro de su adorada pecosa, bañado por la luz solar… todo un milagro, ya fuera o no voluntario, de quien en vida fuera su compañera en las tablas, Susana Marlowe.
Al igual que el matrimonio compuesto por Annie y Archie Cornwell, en adición a Patricia O’Brien, Neal y Eliza Lagan, e incluso William Albert Ardlay, Candy y Terry habían sido convocados a una reunión, luego de muchos años, en las instalaciones escolares, con el propósito de cumplir con un plan de trabajo sugerido a todos aquellos exalumnos que habían cursado estudios bajo la administración de la hermana Gray; esto, a raíz de unos serios señalamientos sobre la incapacidad de algunas de las hermanas que impartieran materias para entonces, descalificándolas como docentes, y haciendo de su estudiantado uno no apto para producir en sociedad. Fue así como ciudadanos ingleses, y de otras partes del mundo, se vieron presionados a participar de unos ejercicios que los dispensaría de futuras y posibles penalidades o atropellos… y en el caso de los alumnos de Estados Unidos, la Junta de Educación de dicha nación, en conjunto con las agencias educativas del Reino Unido, acordó dividir a éstos en distintos grupos, donde cada uno completaría una asignación, regidos por un programa personalizado para éstos, y diseñado por una persona contratada exclusivamente para ellos, siendo los Ardlay y los Lagan, junto a Terence Granchester y Patricia O’Brien, los últimos en ser citados a comparecer.
Como parte de la operación, cada participante había sido asignado como mentor de otro, al mismo tiempo que fungía como aprendiz, no necesariamente de aquél con quien había compartido, sino también de cualquier otro de los integrantes, en un proyecto que tan sólo consistía en obtener una especie de lección o aprendizaje moral, en una misión que comprometía a sus componentes a aprobar como una misma unidad, o de lo contrario fracasarían en su totalidad. Una vez finalizada la misma, firmarían una hoja de relevo, al tiempo que les era suministrada una carta revelando la identidad (hasta entonces desconocida) de su planificador, así como los motivos por el cual habían sido reunidos, siendo esta última parte de la jornada la más sorpresiva para todos.
A lo largo del día, Terry y Archie habían limado asperezas, mientras que la irreverencia de Neal ayudó a Annie a ser honesta consigo misma y con los demás, sobre todo cuando llegó el momento de expresarle a Albert su miedo a que éste último se enajenara tanto en su rol como cabecera de los Ardlay que olvidara disfrutar de la sencillez de la vida que tanto amaba. A su vez, el rubio amante de los animales brindó a Neal unos consejos acerca de cómo ser un mejor administrador del hotel que el moreno manejaba con suma tiranía, generando tal reacción en el muchacho que éste salió corriendo a buscar a una íntegra Patricia, a quien le ofreció un empleo, el cual ella aceptó luego de muchos titubeos, todo bajo la presencia de una Eliza que no tuvo otro remedio que reconocer que su hostilidad hacia Candy provenía de un viejo sentimiento de abandono, y no fue sino Patty quien le abrió los ojos a tal realidad. Finalmente, y como si se tratara de una broma pesada, Candy había abierto una correspondencia que sellaría para siempre su destino, en cuyas letras se revelaba que la persona oculta tras tantas maquinaciones en un solo día, y que además era mentora de Candy, no era otra que la fenecida Susana Marlowe, quien poco antes de su muerte había advenido en conocimiento del escándalo que rodeaba el colegio, buscando así la manera de expiarse por medio del operativo. En su misiva, Susana explicaba las razones por las cuales había aguardado porque se cumplieran alrededor de dos años luego de su muerte, antes que dieran inicio los trámites para el cumplimiento del programa, y luego pidió perdón a todos, especialmente a Terry y Candy, no sólo por haberlos obligado a estar juntos como parte del grupo, sino también por no haber tenido el valor de romper con el patrón de dependencia que le hacía arrastrar a Terry como si éste fuera su lazarillo. Luego de haber llorado sin consuelo, Candy se vio en una encrucijada: la de continuar con su vida tal y como la había llevado al auxilio (y al amparo) de sus seres queridos en el hogar de Pony, o emprender un nuevo e impredecible camino al lado del afamado actor… y ahora, con el sol dispuesto a tomar un descanso, ambos permanecían en silencio, en aquellos campos colegiales, luego de que ambos sostuvieran una amena charla para ponerse al día… después de tantos años, tenían muchas cosas que contarse el uno al otro. Entonces Candy retornó al presente, asegurándose que su afinidad con Terry no estuviera construida sólo sobre recuerdos. “¿Qué crees que estén haciendo los demás ahora?”, preguntó con curiosidad, “¡Si las cosas han pasado como me contaste, me he perdido un día muy divertido!”
Terry estalló en carcajadas. “¿Bromeas? Si no llegamos a tiempo, el Neal y la Patricia ya deben estar intercambiando votos matrimoniales…”
“¿Tanto así?”, insistió ella, intentando sin éxito contener la risa.
Él asintió con la cabeza. “Esos dos van a terminar más empatados que dos patatas apiñadas en el fondo de un saco, ¡y ni hablar de cómo la debe estar pasando nuestro amigo Albert!”, continuó riendo a todo volumen, y Candy dejó escapar un suspiro de emoción. ¡Cuánto había echado de menos su risa, así como su rebuscado, y un tanto incomprendido, sentido del humor! “Aún debemos esperar que se cumplan 24 horas de haber comenzado todo este desorden, y quién sabe si ya están planeando un convite en el hotel“, añadió él.
“¿Con alcohol o sin alcohol?”
“¿Quieres verme en la ruina, mujer?”
“Lo decía por Bert; a él también le gusta darse su traguito de vez en cuando.”
“Dices eso relamiéndote la boca, como si ya hubieras probado, ¿o es que sacas la lengua sólo por amor al arte?”
“Es que Bert se torna gracioso cuando toma… desvaría un poquito nada más- “
“Es lo mejor que puede pasarle en estos momentos: ¡alocarse!”, y ambos se desternillaron de risa con la imagen mental del siempre ecuánime William perdiendo la cordura por un par de copas. “¿Viste cómo todo puede seguir siendo divertido?”, comentó él, y continuaron riendo, terminando por alivianar la tensión del reencuentro… hasta que Terry cesó de reír de repente, y mientras Candy seguía entonando la melodía de sus carcajadas, la tomó de una mejilla, y antes que su pecosa se diera cuenta, impregnó sus labios sobre los de ella.
El movimiento había sido tan rápido que no tuvo tiempo de respirar, mucho menos de reaccionar. En una fracción de segundo, los labios de Candy ardían como la brasa, y a diferencia de su exagerada indignación infantil aquella primera vez, en esta ocasión el minúsculo lapso de Terry sobre su boca fue suficiente para descubrir, muy a su pesar, que no sólo le había agradado el primer beso durante el Festival de Mayo, sino que el mismo no podía tan siquiera ser comparado con el momento actual. “Ya no te parece divertido, ¿verdad?”, dijo él con voz ronca, sin apartar su cálido aliento del rostro de ella.
Ella alzó la mirada con valentía. “¿Quién ha dicho que esto no me divierte?”, preguntó con una sonrisa burlona, “¡Ahora es que esto se pone mejor!”, y con el remordimiento de haber dejado escapar tanto tiempo, lo agarró de la nuca con firmeza, y se arrojó a los labios que aguardaban por los suyos.
‘Esto sí es divertido’, pensó Candy con alegría, a medida que él respondía, muy gustosamente, al osado gesto de la rubia; y como si fuera una experta, se dejó llevar por sus sentimientos, así como por las electrizantes sensaciones… y en sólo unos instantes, su boca encontró el ritmo de la de él, desencadenando una serie de corrientes que se propagaban por todo su cuerpo. ¿Acaso él experimentaba las mismas marejadas? Habiendo despertado en ella un nuevo interés, abandonó la base del varonil cuello, y descansó las palmas de las manos sobre el amplio pecho, haciéndolo dar un brinco de exaltación. “¿Te he lastimado?”
Él la miró con incansable amor, al ver la ingenuidad con la que ella asimilaba tan grata y soñada intimidad. “A veces la emoción nos embarga sobremanera, Tarzán pecosa”, ronroneó, “y eso incluye a los actores.” Consciente del lugar donde estaban, se apartó lo suficiente para no prolongar aún más el contacto físico entre ellos, o de lo contrario… “¿Por qué te detuviste?”, demandó ella con desilusión.
Terry respiró profundo. “Muy sencillo: porque tengo planes futuros contigo, y no quiero estropear el inicio de algo serio sólo por precipitarnos a algo para lo cual no estás preparada- “
“Y yo opino lo contrario, se nos hace tarde”, objetó ella, acercándose a él con alarmante resolución, “es muy tarde, y el tiempo ya casi termina”, y lo besó nuevamente, siendo correspondida con inquietante afán… entonces él la apartó con brusquedad, pero ya era inevitable remover un excitante brillo de deseo en sus ojos. “Yo también quiero morir envuelto en tus brazos, Tarzán, pero apenas acabamos de- “
“Hace un rato me dijiste que sólo yo debía tomar mis propias decisiones… y ahora me estás negando el derecho de decidir”, declaró ella, lanzándose de nuevo a los brazos de su amado; y con una voluntad que ya flaqueaba, él volvió a devolver los sabrosos besos con amor, mientras murmuraba entre chasquidos: “Primero… debo… decirte… algo…”
Una vez más, ella le regaló la mejor de sus sonrisas. “Dímelo después, Terry… te amo”, y con sus murallas finalmente derribadas, él se dejó guiar por el amor que sólo con ella podía experimentar. Con manos grandes y firmes, acarició la delicada espalda, y los sonidos de deleite de ella no se hicieron esperar. “Siempre te he amado, Candy… desde la primera noche que me topé con tus pecas”, y para probar su punto, fue besando, una por una, las manchas que rodeaban la tez de su adorada traviesa, haciéndola tiritar de agitación… hasta que llegó el momento en que la ropa representó un impedimento para ambos, y sin pudor alguno él se arrancó la chaqueta, llevando enredada con ella la camisa, haciendo que varios botones salieran disparados al aire.
Con el cabello revuelto y el torso sudoroso y desnudo, Terry se mostraba ante Candy cual criatura salvaje. Él quedó inmóvil por unos instantes, otorgando a ella el espacio para dar marcha atrás a todo; pero lejos de repudiar la falta de vestiduras en él, Candy, en sus conocimientos de enfermera, tenía la certeza de que la anatomía de él sería algo digno de ver. Incapaz de reprimir más su curiosidad, corrió a los fornidos brazos, y procedió a desabotonar el pantalón con el mismo dominio con que desvestía a sus pacientes, a lo que él le agradeció en silencio, ya que la experiencia de su hermosa chica en materia de salud y hospitales le ahorraba tener que pasar por incómodos momentos de recato. Ahora desvestido por completo, Terry comenzó a respirar agitadamente, y casi de un tirón, despojó a Candy de su ligero vestido, y antes que él tuviera que maniobrar con las complicadas prendas interiores, ella rió con suave nerviosismo, y ocultando la cabeza para que él no viera el rubor en sus mejillas, terminó de deshacerse del resto de sus ropas, exponiendo sus formas tal y como Dios las trajera al mundo.
Petrificado por la impactante belleza femenina, Terry tragó saliva, y rogó al Creador por guardar la paciencia suficiente para hacerla disfrutar tanto como ya lo hacía él; pero Candy no pensaba igual, y una vez más, voló a los brazos del intrépido ser que había sido capaz de desafiar a su familia y viajar a otro continente con tal de que ella fuera feliz; mas no contó con la chispeante sensación de sus pechos siendo interceptados por los de él, y como un lanzamiento de fuegos artificiales, sus copas se alzaron con violencia, y lo que era peor, se encontró a sí misma frotando las mismas contra el casi imperceptible vello de su hombre. “Después no digas que no te lo advertí”, gruñó él, dándose finalmente por vencido… y con sus manos de pianista recorrió todos los pliegues del casi celestial cuerpo, allí de pie, en medio de la naturaleza londinense.
En medio de la oleada de gozo y placer que sólo de él podría recibir, Candy sintió una paz increíble… la serenidad de alguien que se encontraba haciendo lo correcto. Jamás había tenido la intención de ser una dama, mucho menos una señorita de sociedad, del mismo modo en que a él le tenía sin cuidado su linaje. Su ansia de retribuir tanto afecto fue creciendo en demasía, hasta que no aguantó más tanta timidez, y con sus dedos trazó los contornos de la bien formada pelvis, las alargadas piernas, la parte baja de su espalda… y mientras lo hacía, él lanzaba sofocados gemidos contra el hombro de la muchacha. ‘Si siente lo mismo que yo’, se dijo triunfante en su interior, ‘entonces debo estar haciéndolo bien’, y continuaron explorándose mutuamente, hasta que Candy ya no pudo ignorar más la abultada pasión que rozaba su propia femineidad, y sin darse cuenta, separó sus propias piernas con total naturalidad, terminando por enloquecer a Terry por completo. Con intencionada gentileza, pero pésima ejecución, la condujo a ella de vuelta al césped, casi cayendo tumbados en el acto. Allí, siguiendo los dictados de sus corazones, entrelazaron sus piernas, acercando aún más ambos cuerpos que ya estaban maduros y libres para amarse… y con la fuerza del amor que nunca había muerto, él la acostó con ternura, y entró a reclamar la ofrenda que ella misma se había propuesto otorgarle.
Una gran sacudida de dolor le hizo arquear su cuerpo hacia adelante, tensando los músculos en su interior. La invasión de Terry representaba la mayor consumación, el más grande acto de un amor que ahora estaba bien recompensado; pero la grandeza de Terry dentro de su cuerpo seguía abrumándola a tal grado en que una lágrima de frustración rodó por su mejilla, y Terry finalmente se detuvo. “Lo siento tanto, Candy…”, susurró, moviéndose con delicadeza para retirarse, “no quiero lastimarte más…”
“¡No!”, gritó ella, y esta vez, sus lágrimas eran de desolación. “No te alejes… ¡no quiero que volvamos a separarnos!”, y para evitar que él abandonara el ya inexistente portal de su virginidad, amarró ambas piernas alrededor de las caderas de él… y Terry comprendió que el viaje de ambos ya no tenía regreso. Las piernas de Candy alrededor de él eran como combustible para poner en marcha el motor de su pasión, y sin contenerse más tiempo, comenzó a danzar sobre el vientre de su pecosa, llevando un ritmo muy acompasado, y también involuntario.
Candy aún se reponía de su dolor cuando sintió la inflamada reacción de él al ser abrazado por las caderas, moviéndose con una seducción no antes vista por ella, caricias íntimas provenientes de los amantes al aparearse… y lejos de espantarse, ella se hinchó de orgullo al saberse suya. “Soy tu mujer”, susurró, a medida que los pliegues de su condición de mujer iban cediendo al decadente baile de su varón, “me gusta… esto… me gusta”, y finalmente su dolor dio paso a una mezcla de intenso calor, ardor, placer y… ¿humedad? Algo dentro de ella adquiría cierto grado de espesura, y la misma provenía nada más y nada menos que de su propio ser, pero sabía que podían llegar a más, que algo aún más fascinante y maravilloso les aguardaba… y poniendo en práctica las enseñanzas de su compañero y maestro, se impulsó hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, poco a poco… hasta que sus movimientos se acoplaron a los de él, llevando a ambos a un remolino de imparable éxtasis, y no necesitaban la opinión de un experto para saber que ambos alcanzarían la cima… juntos. Rindiéndose a los inexplicables misterios del amor, Candy contrajo sus posaderas, elevando su cuerpo al cielo… y justo cuando una gran descarga estaba por brotar de su intimidad, él lanzó un estruendoso grito, y liberó su propia manifestación líquida del amor que para ella había resguardado.
Los árboles que permeaban en los alrededores habían dejado de moverse, y los pájaros habían dado por culminado su repertorio de canciones. El cielo, una vez anaranjado, ahora se oscurecía con la llegada de la noche, y una prematura brisa, casi nocturna, anunciaba el fin del período vespertino, lo que permitió que la recién formada pareja de amantes recobrara, con sus cuerpos y almas firmemente abrazados, el pulso y la respiración; y no fue sino hasta varios minutos después que el estómago de Candy comenzó a protestar. “Acabo de sentirlo”, rió él, “¿acaso perteneces a ese grupo de mujeres a quienes hacer el amor les produce hambre?”
Ella lo miró con adorable enojo. “¿Y acaso tú no tienes apetito, luego de lo que acabamos de hacer?”, y ambos se besaron con pasión, aunque ya había llegado el momento en que debían vestirse y regresar con los suyos; en eso, recordó un importante detalle, por lo que alzó la cabeza en busca de las pupilas color zafiro, y sin separarse de su reconfortante pecho preguntó: “¿Qué era lo que querías decirme?”
Él la miró con seriedad. Quería explicarle mucho antes, pero ella no se lo había permitido… hubiera sido un pecado rechazar tanta dulzura. “Poco después de morir Susana, tuve un repentino deseo de hacer algo diferente con mi vida… además de estar contigo, claro está.”
Ella trazó círculos alrededor de los músculos empapados en sudor. “¿De qué se trata?”, preguntó con curiosidad.
Acariciando los rubios rizos con ternura, Terry indicó: “Desde hace algunos años, la industria del teatro en la zona de Stratford upon Avon ha ido en crecimiento… la ciudad de Shakespeare”, respiró profundo para continuar, “y desde entonces he querido contribuir a un mayor desarrollo de la dramaturgia en esa área, pero no quería hacerlo sin antes consultarlo contigo, porque tú sigues siendo lo mejor que me ha pasado, más que mi fama, más que el teatro… y fue por eso que te envié aquella carta.”
Con lágrimas de emoción, Candy escuchaba atenta al hombre al que nunca había dejado de amar, y quien estaba dispuesto, una vez más, a hacer a un lado sus metas personales, con tal de no apartarse de su lado. “Eres honorable… llevas la nobleza en tu sangre”, dijo con orgullo, plantando un sonoro beso en las comisuras de su actor favorito. “¿Crees que llegaré a cansarme de las patatas con pescado, o debería acompañarlas con un buen té inglés?”
Los ojos de Terry, que antes brillaban de saciedad, ahora resplandecían de emoción. “¿Quieres decir que estás dispuesta a quedarte conmigo?”, preguntó con ilusión.
Tomándolo de la barbilla, Candy le regaló su característico guiño de ojo. “¡Me ofendes, tonto! ¿Crees que en ese pueblo de Avon nadie enferma ni se lastima? ¡No existe tal cosa como un exceso de enfermeras!”
“Pero la señorita Pony y la hermana María…”
“Aunque me duela reconocerlo, no puedo resguardarme allí el resto de mi vida”, confesó Candy con pena, “pero nunca dejaré de procurarlas, ni a ninguno de mis amigos…”
“Más te vale”, bromeó él, con una amplia sonrisa de felicidad. “Te invito a cenar, amada mía… ¿qué te parece un flamante y distinguido salón comedor localizado a tan sólo unos pasos de aquí? Luego nos reuniremos con unos excéntricos personajes, y al final iremos a un hotel y haremos el amor hasta el amanecer…”
Con una sonrisa de complicidad, Candy depositó su confianza en el gran amor de su vida. “Sólo con una condición… que me concedas un autógrafo”, y entre risas, sueños, y muchos, muchos besos, ambos se encaminaron, con sus almas llenas de luz, rumbo a una nueva vida, esta vez en común… una historia definitiva.
Al igual que el matrimonio compuesto por Annie y Archie Cornwell, en adición a Patricia O’Brien, Neal y Eliza Lagan, e incluso William Albert Ardlay, Candy y Terry habían sido convocados a una reunión, luego de muchos años, en las instalaciones escolares, con el propósito de cumplir con un plan de trabajo sugerido a todos aquellos exalumnos que habían cursado estudios bajo la administración de la hermana Gray; esto, a raíz de unos serios señalamientos sobre la incapacidad de algunas de las hermanas que impartieran materias para entonces, descalificándolas como docentes, y haciendo de su estudiantado uno no apto para producir en sociedad. Fue así como ciudadanos ingleses, y de otras partes del mundo, se vieron presionados a participar de unos ejercicios que los dispensaría de futuras y posibles penalidades o atropellos… y en el caso de los alumnos de Estados Unidos, la Junta de Educación de dicha nación, en conjunto con las agencias educativas del Reino Unido, acordó dividir a éstos en distintos grupos, donde cada uno completaría una asignación, regidos por un programa personalizado para éstos, y diseñado por una persona contratada exclusivamente para ellos, siendo los Ardlay y los Lagan, junto a Terence Granchester y Patricia O’Brien, los últimos en ser citados a comparecer.
Como parte de la operación, cada participante había sido asignado como mentor de otro, al mismo tiempo que fungía como aprendiz, no necesariamente de aquél con quien había compartido, sino también de cualquier otro de los integrantes, en un proyecto que tan sólo consistía en obtener una especie de lección o aprendizaje moral, en una misión que comprometía a sus componentes a aprobar como una misma unidad, o de lo contrario fracasarían en su totalidad. Una vez finalizada la misma, firmarían una hoja de relevo, al tiempo que les era suministrada una carta revelando la identidad (hasta entonces desconocida) de su planificador, así como los motivos por el cual habían sido reunidos, siendo esta última parte de la jornada la más sorpresiva para todos.
A lo largo del día, Terry y Archie habían limado asperezas, mientras que la irreverencia de Neal ayudó a Annie a ser honesta consigo misma y con los demás, sobre todo cuando llegó el momento de expresarle a Albert su miedo a que éste último se enajenara tanto en su rol como cabecera de los Ardlay que olvidara disfrutar de la sencillez de la vida que tanto amaba. A su vez, el rubio amante de los animales brindó a Neal unos consejos acerca de cómo ser un mejor administrador del hotel que el moreno manejaba con suma tiranía, generando tal reacción en el muchacho que éste salió corriendo a buscar a una íntegra Patricia, a quien le ofreció un empleo, el cual ella aceptó luego de muchos titubeos, todo bajo la presencia de una Eliza que no tuvo otro remedio que reconocer que su hostilidad hacia Candy provenía de un viejo sentimiento de abandono, y no fue sino Patty quien le abrió los ojos a tal realidad. Finalmente, y como si se tratara de una broma pesada, Candy había abierto una correspondencia que sellaría para siempre su destino, en cuyas letras se revelaba que la persona oculta tras tantas maquinaciones en un solo día, y que además era mentora de Candy, no era otra que la fenecida Susana Marlowe, quien poco antes de su muerte había advenido en conocimiento del escándalo que rodeaba el colegio, buscando así la manera de expiarse por medio del operativo. En su misiva, Susana explicaba las razones por las cuales había aguardado porque se cumplieran alrededor de dos años luego de su muerte, antes que dieran inicio los trámites para el cumplimiento del programa, y luego pidió perdón a todos, especialmente a Terry y Candy, no sólo por haberlos obligado a estar juntos como parte del grupo, sino también por no haber tenido el valor de romper con el patrón de dependencia que le hacía arrastrar a Terry como si éste fuera su lazarillo. Luego de haber llorado sin consuelo, Candy se vio en una encrucijada: la de continuar con su vida tal y como la había llevado al auxilio (y al amparo) de sus seres queridos en el hogar de Pony, o emprender un nuevo e impredecible camino al lado del afamado actor… y ahora, con el sol dispuesto a tomar un descanso, ambos permanecían en silencio, en aquellos campos colegiales, luego de que ambos sostuvieran una amena charla para ponerse al día… después de tantos años, tenían muchas cosas que contarse el uno al otro. Entonces Candy retornó al presente, asegurándose que su afinidad con Terry no estuviera construida sólo sobre recuerdos. “¿Qué crees que estén haciendo los demás ahora?”, preguntó con curiosidad, “¡Si las cosas han pasado como me contaste, me he perdido un día muy divertido!”
Terry estalló en carcajadas. “¿Bromeas? Si no llegamos a tiempo, el Neal y la Patricia ya deben estar intercambiando votos matrimoniales…”
“¿Tanto así?”, insistió ella, intentando sin éxito contener la risa.
Él asintió con la cabeza. “Esos dos van a terminar más empatados que dos patatas apiñadas en el fondo de un saco, ¡y ni hablar de cómo la debe estar pasando nuestro amigo Albert!”, continuó riendo a todo volumen, y Candy dejó escapar un suspiro de emoción. ¡Cuánto había echado de menos su risa, así como su rebuscado, y un tanto incomprendido, sentido del humor! “Aún debemos esperar que se cumplan 24 horas de haber comenzado todo este desorden, y quién sabe si ya están planeando un convite en el hotel“, añadió él.
“¿Con alcohol o sin alcohol?”
“¿Quieres verme en la ruina, mujer?”
“Lo decía por Bert; a él también le gusta darse su traguito de vez en cuando.”
“Dices eso relamiéndote la boca, como si ya hubieras probado, ¿o es que sacas la lengua sólo por amor al arte?”
“Es que Bert se torna gracioso cuando toma… desvaría un poquito nada más- “
“Es lo mejor que puede pasarle en estos momentos: ¡alocarse!”, y ambos se desternillaron de risa con la imagen mental del siempre ecuánime William perdiendo la cordura por un par de copas. “¿Viste cómo todo puede seguir siendo divertido?”, comentó él, y continuaron riendo, terminando por alivianar la tensión del reencuentro… hasta que Terry cesó de reír de repente, y mientras Candy seguía entonando la melodía de sus carcajadas, la tomó de una mejilla, y antes que su pecosa se diera cuenta, impregnó sus labios sobre los de ella.
El movimiento había sido tan rápido que no tuvo tiempo de respirar, mucho menos de reaccionar. En una fracción de segundo, los labios de Candy ardían como la brasa, y a diferencia de su exagerada indignación infantil aquella primera vez, en esta ocasión el minúsculo lapso de Terry sobre su boca fue suficiente para descubrir, muy a su pesar, que no sólo le había agradado el primer beso durante el Festival de Mayo, sino que el mismo no podía tan siquiera ser comparado con el momento actual. “Ya no te parece divertido, ¿verdad?”, dijo él con voz ronca, sin apartar su cálido aliento del rostro de ella.
Ella alzó la mirada con valentía. “¿Quién ha dicho que esto no me divierte?”, preguntó con una sonrisa burlona, “¡Ahora es que esto se pone mejor!”, y con el remordimiento de haber dejado escapar tanto tiempo, lo agarró de la nuca con firmeza, y se arrojó a los labios que aguardaban por los suyos.
‘Esto sí es divertido’, pensó Candy con alegría, a medida que él respondía, muy gustosamente, al osado gesto de la rubia; y como si fuera una experta, se dejó llevar por sus sentimientos, así como por las electrizantes sensaciones… y en sólo unos instantes, su boca encontró el ritmo de la de él, desencadenando una serie de corrientes que se propagaban por todo su cuerpo. ¿Acaso él experimentaba las mismas marejadas? Habiendo despertado en ella un nuevo interés, abandonó la base del varonil cuello, y descansó las palmas de las manos sobre el amplio pecho, haciéndolo dar un brinco de exaltación. “¿Te he lastimado?”
Él la miró con incansable amor, al ver la ingenuidad con la que ella asimilaba tan grata y soñada intimidad. “A veces la emoción nos embarga sobremanera, Tarzán pecosa”, ronroneó, “y eso incluye a los actores.” Consciente del lugar donde estaban, se apartó lo suficiente para no prolongar aún más el contacto físico entre ellos, o de lo contrario… “¿Por qué te detuviste?”, demandó ella con desilusión.
Terry respiró profundo. “Muy sencillo: porque tengo planes futuros contigo, y no quiero estropear el inicio de algo serio sólo por precipitarnos a algo para lo cual no estás preparada- “
“Y yo opino lo contrario, se nos hace tarde”, objetó ella, acercándose a él con alarmante resolución, “es muy tarde, y el tiempo ya casi termina”, y lo besó nuevamente, siendo correspondida con inquietante afán… entonces él la apartó con brusquedad, pero ya era inevitable remover un excitante brillo de deseo en sus ojos. “Yo también quiero morir envuelto en tus brazos, Tarzán, pero apenas acabamos de- “
“Hace un rato me dijiste que sólo yo debía tomar mis propias decisiones… y ahora me estás negando el derecho de decidir”, declaró ella, lanzándose de nuevo a los brazos de su amado; y con una voluntad que ya flaqueaba, él volvió a devolver los sabrosos besos con amor, mientras murmuraba entre chasquidos: “Primero… debo… decirte… algo…”
Una vez más, ella le regaló la mejor de sus sonrisas. “Dímelo después, Terry… te amo”, y con sus murallas finalmente derribadas, él se dejó guiar por el amor que sólo con ella podía experimentar. Con manos grandes y firmes, acarició la delicada espalda, y los sonidos de deleite de ella no se hicieron esperar. “Siempre te he amado, Candy… desde la primera noche que me topé con tus pecas”, y para probar su punto, fue besando, una por una, las manchas que rodeaban la tez de su adorada traviesa, haciéndola tiritar de agitación… hasta que llegó el momento en que la ropa representó un impedimento para ambos, y sin pudor alguno él se arrancó la chaqueta, llevando enredada con ella la camisa, haciendo que varios botones salieran disparados al aire.
Con el cabello revuelto y el torso sudoroso y desnudo, Terry se mostraba ante Candy cual criatura salvaje. Él quedó inmóvil por unos instantes, otorgando a ella el espacio para dar marcha atrás a todo; pero lejos de repudiar la falta de vestiduras en él, Candy, en sus conocimientos de enfermera, tenía la certeza de que la anatomía de él sería algo digno de ver. Incapaz de reprimir más su curiosidad, corrió a los fornidos brazos, y procedió a desabotonar el pantalón con el mismo dominio con que desvestía a sus pacientes, a lo que él le agradeció en silencio, ya que la experiencia de su hermosa chica en materia de salud y hospitales le ahorraba tener que pasar por incómodos momentos de recato. Ahora desvestido por completo, Terry comenzó a respirar agitadamente, y casi de un tirón, despojó a Candy de su ligero vestido, y antes que él tuviera que maniobrar con las complicadas prendas interiores, ella rió con suave nerviosismo, y ocultando la cabeza para que él no viera el rubor en sus mejillas, terminó de deshacerse del resto de sus ropas, exponiendo sus formas tal y como Dios las trajera al mundo.
Petrificado por la impactante belleza femenina, Terry tragó saliva, y rogó al Creador por guardar la paciencia suficiente para hacerla disfrutar tanto como ya lo hacía él; pero Candy no pensaba igual, y una vez más, voló a los brazos del intrépido ser que había sido capaz de desafiar a su familia y viajar a otro continente con tal de que ella fuera feliz; mas no contó con la chispeante sensación de sus pechos siendo interceptados por los de él, y como un lanzamiento de fuegos artificiales, sus copas se alzaron con violencia, y lo que era peor, se encontró a sí misma frotando las mismas contra el casi imperceptible vello de su hombre. “Después no digas que no te lo advertí”, gruñó él, dándose finalmente por vencido… y con sus manos de pianista recorrió todos los pliegues del casi celestial cuerpo, allí de pie, en medio de la naturaleza londinense.
En medio de la oleada de gozo y placer que sólo de él podría recibir, Candy sintió una paz increíble… la serenidad de alguien que se encontraba haciendo lo correcto. Jamás había tenido la intención de ser una dama, mucho menos una señorita de sociedad, del mismo modo en que a él le tenía sin cuidado su linaje. Su ansia de retribuir tanto afecto fue creciendo en demasía, hasta que no aguantó más tanta timidez, y con sus dedos trazó los contornos de la bien formada pelvis, las alargadas piernas, la parte baja de su espalda… y mientras lo hacía, él lanzaba sofocados gemidos contra el hombro de la muchacha. ‘Si siente lo mismo que yo’, se dijo triunfante en su interior, ‘entonces debo estar haciéndolo bien’, y continuaron explorándose mutuamente, hasta que Candy ya no pudo ignorar más la abultada pasión que rozaba su propia femineidad, y sin darse cuenta, separó sus propias piernas con total naturalidad, terminando por enloquecer a Terry por completo. Con intencionada gentileza, pero pésima ejecución, la condujo a ella de vuelta al césped, casi cayendo tumbados en el acto. Allí, siguiendo los dictados de sus corazones, entrelazaron sus piernas, acercando aún más ambos cuerpos que ya estaban maduros y libres para amarse… y con la fuerza del amor que nunca había muerto, él la acostó con ternura, y entró a reclamar la ofrenda que ella misma se había propuesto otorgarle.
Una gran sacudida de dolor le hizo arquear su cuerpo hacia adelante, tensando los músculos en su interior. La invasión de Terry representaba la mayor consumación, el más grande acto de un amor que ahora estaba bien recompensado; pero la grandeza de Terry dentro de su cuerpo seguía abrumándola a tal grado en que una lágrima de frustración rodó por su mejilla, y Terry finalmente se detuvo. “Lo siento tanto, Candy…”, susurró, moviéndose con delicadeza para retirarse, “no quiero lastimarte más…”
“¡No!”, gritó ella, y esta vez, sus lágrimas eran de desolación. “No te alejes… ¡no quiero que volvamos a separarnos!”, y para evitar que él abandonara el ya inexistente portal de su virginidad, amarró ambas piernas alrededor de las caderas de él… y Terry comprendió que el viaje de ambos ya no tenía regreso. Las piernas de Candy alrededor de él eran como combustible para poner en marcha el motor de su pasión, y sin contenerse más tiempo, comenzó a danzar sobre el vientre de su pecosa, llevando un ritmo muy acompasado, y también involuntario.
Candy aún se reponía de su dolor cuando sintió la inflamada reacción de él al ser abrazado por las caderas, moviéndose con una seducción no antes vista por ella, caricias íntimas provenientes de los amantes al aparearse… y lejos de espantarse, ella se hinchó de orgullo al saberse suya. “Soy tu mujer”, susurró, a medida que los pliegues de su condición de mujer iban cediendo al decadente baile de su varón, “me gusta… esto… me gusta”, y finalmente su dolor dio paso a una mezcla de intenso calor, ardor, placer y… ¿humedad? Algo dentro de ella adquiría cierto grado de espesura, y la misma provenía nada más y nada menos que de su propio ser, pero sabía que podían llegar a más, que algo aún más fascinante y maravilloso les aguardaba… y poniendo en práctica las enseñanzas de su compañero y maestro, se impulsó hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, poco a poco… hasta que sus movimientos se acoplaron a los de él, llevando a ambos a un remolino de imparable éxtasis, y no necesitaban la opinión de un experto para saber que ambos alcanzarían la cima… juntos. Rindiéndose a los inexplicables misterios del amor, Candy contrajo sus posaderas, elevando su cuerpo al cielo… y justo cuando una gran descarga estaba por brotar de su intimidad, él lanzó un estruendoso grito, y liberó su propia manifestación líquida del amor que para ella había resguardado.
Los árboles que permeaban en los alrededores habían dejado de moverse, y los pájaros habían dado por culminado su repertorio de canciones. El cielo, una vez anaranjado, ahora se oscurecía con la llegada de la noche, y una prematura brisa, casi nocturna, anunciaba el fin del período vespertino, lo que permitió que la recién formada pareja de amantes recobrara, con sus cuerpos y almas firmemente abrazados, el pulso y la respiración; y no fue sino hasta varios minutos después que el estómago de Candy comenzó a protestar. “Acabo de sentirlo”, rió él, “¿acaso perteneces a ese grupo de mujeres a quienes hacer el amor les produce hambre?”
Ella lo miró con adorable enojo. “¿Y acaso tú no tienes apetito, luego de lo que acabamos de hacer?”, y ambos se besaron con pasión, aunque ya había llegado el momento en que debían vestirse y regresar con los suyos; en eso, recordó un importante detalle, por lo que alzó la cabeza en busca de las pupilas color zafiro, y sin separarse de su reconfortante pecho preguntó: “¿Qué era lo que querías decirme?”
Él la miró con seriedad. Quería explicarle mucho antes, pero ella no se lo había permitido… hubiera sido un pecado rechazar tanta dulzura. “Poco después de morir Susana, tuve un repentino deseo de hacer algo diferente con mi vida… además de estar contigo, claro está.”
Ella trazó círculos alrededor de los músculos empapados en sudor. “¿De qué se trata?”, preguntó con curiosidad.
Acariciando los rubios rizos con ternura, Terry indicó: “Desde hace algunos años, la industria del teatro en la zona de Stratford upon Avon ha ido en crecimiento… la ciudad de Shakespeare”, respiró profundo para continuar, “y desde entonces he querido contribuir a un mayor desarrollo de la dramaturgia en esa área, pero no quería hacerlo sin antes consultarlo contigo, porque tú sigues siendo lo mejor que me ha pasado, más que mi fama, más que el teatro… y fue por eso que te envié aquella carta.”
Con lágrimas de emoción, Candy escuchaba atenta al hombre al que nunca había dejado de amar, y quien estaba dispuesto, una vez más, a hacer a un lado sus metas personales, con tal de no apartarse de su lado. “Eres honorable… llevas la nobleza en tu sangre”, dijo con orgullo, plantando un sonoro beso en las comisuras de su actor favorito. “¿Crees que llegaré a cansarme de las patatas con pescado, o debería acompañarlas con un buen té inglés?”
Los ojos de Terry, que antes brillaban de saciedad, ahora resplandecían de emoción. “¿Quieres decir que estás dispuesta a quedarte conmigo?”, preguntó con ilusión.
Tomándolo de la barbilla, Candy le regaló su característico guiño de ojo. “¡Me ofendes, tonto! ¿Crees que en ese pueblo de Avon nadie enferma ni se lastima? ¡No existe tal cosa como un exceso de enfermeras!”
“Pero la señorita Pony y la hermana María…”
“Aunque me duela reconocerlo, no puedo resguardarme allí el resto de mi vida”, confesó Candy con pena, “pero nunca dejaré de procurarlas, ni a ninguno de mis amigos…”
“Más te vale”, bromeó él, con una amplia sonrisa de felicidad. “Te invito a cenar, amada mía… ¿qué te parece un flamante y distinguido salón comedor localizado a tan sólo unos pasos de aquí? Luego nos reuniremos con unos excéntricos personajes, y al final iremos a un hotel y haremos el amor hasta el amanecer…”
Con una sonrisa de complicidad, Candy depositó su confianza en el gran amor de su vida. “Sólo con una condición… que me concedas un autógrafo”, y entre risas, sueños, y muchos, muchos besos, ambos se encaminaron, con sus almas llenas de luz, rumbo a una nueva vida, esta vez en común… una historia definitiva.
ahora sí...PRINCIPIO
gracias a quienes leyeron, y muy especialmente a aquéllos que nos han hecho echarle aún más ganas a nuestra participación, saludos
Última edición por Eiffel el Jue Mayo 02, 2024 1:41 pm, editado 2 veces