¡Hola a todas! Hacía mucho tiempo que no pasaba por aquí, y como un pequeño aporte del Clan Alba Highlands Andrew, les comparto este pequeño Albertfic.
"CICATRIZ"
Sus dedos desesperados arrancaron sin miramientos el corbatín que adornaba su cuello y con movimientos temblorosos desabotonó su camisa. Dio respiraciones profundas tratando de llenar sus pulmones de aire, pero al no ser suficiente salió al balcón de su habitación.
Respirar el aire invernal resultó doloroso pero de alguna manera lo reconfortó. Fue como volver a sentirse vivo. Con ambas manos frotó su rostro tratando de aligerar el entumecimiento de la mandíbula después de pasar tantas horas forzando una sonrisa para no desairar a todos los que se acercaron a saludarlo. Creía que después de tanto tiempo y luego de tantas fiestas a las que asistir se acostumbraría, pero lo cierto es que cada vez era más difícil sostener la máscara. No era ningún tonto, sabía que todos los que se acercaban y lo adulaban era con la única intención de obtener algún tipo de favor o un acuerdo comercial. Pero también era consciente de que en cuanto les daba la espalda hablaban pestes de él; que si era demasiado joven, demasiado inmaduro, que si era indigno que portar el apellido Andrew. ¿Qué demonios sabían ellos de él? Y las mujeres, esa era otra pesadilla, desafortunadamente para ellas era lo suficientemente alto como para esquivar esos intentos de robar un beso de él. Estaba harto de los socios que intentaban emparejarlo con sus hijas.
Pero estando ahí, en la soledad de su balcón se sentía reconfortado, más aún con la belleza de la luna que alumbraba el paisaje invernal en que se había convertido su jardín. Se permitió un par de suspiros, y finalmente una sonrisa genuina afloró en su rostro. Y sin pensarlo mucho fijó su vista en su palma izquierda, aún con la tenue luz pudo ver con facilidad la cicatriz que se extendía de extremo a extremo. Después de tanto tiempo la culpa se había ido, pero sabía que jamás olvidaría esa noche. Cerró los ojos y no pudo evitar evocar esos recuerdos.
Recordó con claridad ese dolor en su pecho causado por la desesperación, su rabia por sentirse encerrado en esa “jaula de oro" como solía llamarla, extrañaba sus días de trotamundos, cuando despertarse con el alba no era una carga, cuando no era responsable más que de su propio sustento. Estaba hastiado de las mujeres que eran capaces de sobornar a los empleados para que les permitieran llegar hasta sus aposentos. Esa noche justo había tenido que lidiar con una joven que se atrevió incluso a esperarlo en su propia cama tratando de obtener sus favores. Se sintió tan traicionado, tan solo, sin tener a su alrededor a nadie en quien poder confiar, no pudo contenerse y despidió a esa chica a gritos, sin importarle que saliera a medio vestir y enseguida echó también a casi toda la servidumbre de la mansión, solo se quedó con el mayordomo que había servido a sus propios padres, a la vieja cocinera que lo conocía desde pequeño y al jardinero. Sin embargo eso no era suficiente para calmarlo. Buscó entonces en su armario sus viejas ropas de vagabundo, su mochila y se alistó para largarse de ahí, al diablo con su fortuna, sus títulos, sus empresas, ¡al diablo con todos! Estaba harto de todo y de todos. Cambió sus ropas y con mochila al hombro se decidió a partir y no volver jamás. Pero antes de llegar a la puerta de salida, sin saber por qué, volteó hacia el espejo, y su asombro lo congeló ¿quién era ese que lo veía desde el espejo? ¿Quién era ese cobarde que nuevamente intentaba escapar y esconderse Dios sabe dónde? ¿Quién era ése? ¿Quién era él? “¡Maldición! ¿Quién eres?, responde… por favor… responde”. Pero el reflejo no respondió ninguna de sus interrogantes y casi de un salto se lanzó contra el espejo y le plantó la palma con todas sus fuerzas, el cristal donde golpeó se hizo añicos. Poco le importó su mano ensangrentada.
Se sintió abrumadoramente solo, como jamás se había sentido antes. Sus sentidos se nublaron mientras de sumergía en el abismo de la desesperación. Tanto, que ni siquiera se percató de los frágiles pasos que avanzaban hacia él hasta que una mano rugosa se posó con suavidad en su hombro, instintivamente fijó su mirada en ella, no fue capaz de reprimir el reproche en sus ojos. Pero ella no se inmutó, con suavidad lo hizo levantarse y lo guió hasta una silla, sin decir nada ella rebuscó en los cajones bajos de un librero cercano y sacó de ahí varios frascos con soluciones y algunos apósitos, con sumo cuidado limpió y retiró los restos del espejo que aún estaban incrustados en su mano, la sangre seguía brotando y aún teniendo apósitos, no había vendas. Ante la mirada atónita del rubio la mujer rasgó con algo de trabajo su propio fondo y lo uso para vendar la herida. Había muchas interrogantes en su rostro y ella sabía lo que se estaba preguntando en ese momento.
- Cuando eras pequeño siempre terminabas con raspaduras y cortes por tus aventuras en los jardines, se hizo necesario tener siempre a la mano con que curar tus heridas. Después llegó un trío de revoltosos que reafirmó esa necesidad… cierto que ahora ya no están, pero la costumbre se quedó aunque me arrepiento de no haber puesto más atención en las vendas.
Luego de eso hubo un silencio incómodo, él no sabía qué decir, es cierto que su enojo había disminuido un poco, pero aún sentía esos deseos de salir corriendo y no mirar atrás. Ella, por su parte, tenía la mirada fija en la ventana, seguramente sus pensamientos iban mucho más allá de los cristales.
Después de un rato el nudo en su garganta finalmente le permitió preguntar
- ¿Estás aquí para detenerme?
- ¿mmm? ¿Por qué habría de hacer tal cosa?
- ¿No es lo que siempre has hecho?
Luego de un breve silencio ella respondió
- Tienes razón, lo hice, no puedo negarlo, pero ya no más… ya no más
Con una media risa sarcástica el rubio espetó
- ¡Oh! ¿De verdad? ¿Y qué ha cambiado ahora? Jamás te has detenido ante nada hasta lograr que asuma ser el líder del clan .
- Tu – Soltó ella con total suavidad, sin un solo rastros de enojo en su rostro ni en su voz, solo en sus ojos se podía adivinar una sombra de tristeza. – Tu hijo, tu eres el que ha cambiado.
- ¡Ja! ¿De verdad?
- Por mucho que quisiera negarlo, reconozco que ya no eres un niño, ya eres un hombre y yo no puedo interferir más en tu vida. Y ciertamente tampoco tengo ya la fuerza para oponerme a tus decisiones.
- ¡Vaya!, parece que finalmente me han liberado de la jaula. Supongo que debo de sentirme agradecido.
Ella bajó la mirada y luego lentamente se inclinó un poco hacia el frente.
- Perdón hijo, perdóname por todo el sufrimiento por el que has pasado, perdóname por obligarte a asumir una responsabilidad que sabía que no deseabas, pero principalmente, perdóname por no haber sabido ser una madre para ti. Lo cierto es que nunca supe lo que era ser madre, y un día de la noche a la mañana todo cambió para mí, al igual que cambió para ti. De verdad intenté hacer lo mejor que podía, sabía por lo que estabas pasando, tus pérdidas también fueron las mías, al principio creí que tenía claro lo que debía hacer, pero en algún momento me desvíe y entonces comencé a hacer lo que creía que era mejor para ti, para tu hermana, para todos y me olvidé de lo que ustedes realmente deseaban. Afortunadamente tuvieron la voluntad para no dejarse arrastrar totalmente por mis deseos. Cometí muchos errores, lo sé, y lo siento mucho.
- ¿Entonces soy libre de irme? – preguntó pero sus pensamientos se quedaron en la frase “nunca supe lo que era ser madre" y con ello su corazón se encogió un poco.
- Si eso es lo que realmente deseas, adelante, puedes ir a donde tu corazón te lleve.
- ¿De verdad no piensas detenerme? ¿Ya no te preocupan las empresas, el apellido, o el qué dirán?
- Tal parece que quisieras que lo haga, pero no hijo, ya no. Aunque ciertamente aún me preocupa la mayor parte de lo que mencionaste.
- Trabajaste muy duro para mantenerlas a flote mientras yo crecía y me preparaba para ello.
- Así es, trabajé muy duro, y no fue fácil, muchos estaban en desacuerdo por el hecho de que era mujer, por eso insistí hasta convencerlos de que solo sería hasta que el verdadero cabeza de familia pudiera tomar las riendas de todo.
- Y ahora todo se irá por la borda porque al final no fui capaz de eso, no es para mí, ese no soy yo. Aunque en estos momentos no tengo idea de quién soy verdaderamente.
- Entonces ve y encuéntrate.
- ¿Te quedarás a cargo de todo?
- No, ya no lo haré.
- Pero entonces qué pasará con la empresa, la familia…
- Esa es tu decisión, no la mía. Puedes vender si quieres, puedes ceder el cargo, puedes quedarte y tratar de encontrar tu lugar, puedes hacer lo que tu quieras.
- ¡¿No entiendes que no se que hacer?! ¡Para ti es fácil decirlo!, todo recae en mis hombros y yo ya no quiero seguir, ya no puedo más. No me entiendes, nunca lo has hecho.
- Te equivocas hijo, te entiendo mejor que nadie, porque yo misma estuve en una situación similar.
- No te creo.
- Se que no lo haces, pero así fue. Tuve que elegir entre hacerme cargo de todo y ser tutora de ustedes o casarme nuevamente e intentar ser madre y ama de casa. Si elegía lo segundo otros de harían cargo de ustedes porque no permitirían que el futuro del clan quedara en manos ajenas a los Andrew.
- Entonces… fue por nosotros que tu no… que no… tuviste hijos… ni una familia.
- Ustedes eran mi familia, no podía ni quería dejarlos atrás.
- ¿Te arrepientes de habernos elegido?
- Ni por un segundo, fueron… eres como un hijo para mí. Jamás me arrepentí de mi elección.
- ¿Incluso ahora viendo el desastre que soy? ¿No estás decepcionada de mí? -
El enojo ahora había sido suplido por la culpa, ahora podía ver cuanto había sacrificado ella y él estaba siendo un ingrato, jamás se había detenido a tratar de entender el por qué de las acciones de su tía y tampoco pensó en todo el trabajo que la mujer tuvo que soportar, ¿cómo pudo ser tan ciego?
- Incluso ahora. Tu siempre serás mi orgullo, siempre serás mi querido hijo sin importar la decisión que tomes.
Albert no pudo contener más las emociones que se revolvían en su pecho y se arrojó al regazo de la anciana, llorando como cuando era niño. Ella acarició suavemente su cabello consolándolo, haciéndole sentir que no estaba solo.
- Solo una cosa más hijo, si me permites darte un último consejo.
- ¿Qué es?
- Deja de huir.
- Yo no estoy…
- Shh, déjame terminar. La decisión que tomes, estará bien, siempre y cuando sea porque realmente deseas hacerlo, porque tu corazón está en ello, no porque te de miedo enfrentarte al mundo. Tu mejor que nadie has podido ver lo cruel que puede ser, pero hasta ahora, has tratado de ir solo, y claro que da miedo enfrentarlo así, busca hijo, pide ayuda, busca en quien poder confiar, hasta un vagabundo necesita de apoyo y compañía. ¿No es verdad?
- Tía… yo
- No tienes que decidir ni hacer nada está misma noche, solo piensa bien todo y date tu tiempo.
La anciana le dio unos pequeños golpes en la espalda y se puso de pie. Avanzó un poco y antes de subir por las escaleras se detuvo un momento.
- Solo una cosa, si decides viajar, por favor mantenme al tanto de donde estás, podría volver a mi viejo hábito de coleccionar postales. Y también avisa a George, si desaparecieras nuevamente creo que no solo quedaría calvo, sino incluso perdería el bigote, ese pobre hombre.
Con esas palabras la mujer siguió su camino dejando al rubio aún más sorprendido ¿su tía acababa de hacer una broma? Esa había sido una noche de locura.
Con un profundo suspiro caminó hacia el espejo roto, el enojo se había ido, y ahí, frente al reflejo ahora distorsionado por la superficie dañada se sinceró consigo mismo.
- Dilo, habla de una vez, se sinceró contigo mismo. Di que tienes miedo de ser Albert pero mucho más de ser William, reconoce que tu verdadero temor es no estar a la altura de lo que fue tu padre y no poder cumplir con las expectativas que pensabas que la tía tenía de ti. Reconoce que no son los socios, las mujeres, las fiestas, la sociedad, no son ellos, es el miedo a fallarles a todos. Deja de huir… es hora de dejar de huir.
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Los pequeños copos que cayeron en su mano lo trajeron de vuelta al presente mientras acariciaba con un dedo la cicatriz, ese se había convertido en su ritual cuando en días como hoy, se sentía rebasado. Y como hoy volvía a centrarse y en encontrar su lugar y su voz.
No había sido fácil, pero con ayuda de George logró armar un fuerte y leal equipo de trabajo no solo en la oficina sino también para el resguardo de su hogar. Finalmente había entendido que no tenía que ser el empresario o el trotamundos, él era ambos. Y así, con determinación comenzó a hacerse de renombre no como un Andrew, no por el recuerdo de su padre, sino por él mismo, por William Albert.