EL ESPIRITU DEL DRAGÓN
SEGUNDA PARTE
SEGUNDA PARTE
Entre gritos, Gezabel abrió desmesuradamente los ojos, solo para encontrarse entre los brazos de su rubio amigo que, sentado en el suelo, intentaba aquietarla sosteniéndola con toda su fuerza.
Al escucharla voz de Albert ella comenzó a tranquilizarse. Dejó de intentar escapar y su respiración entrecortada fue hallando sosiego.
Sus ojos recorrieron su alrededor.
Ya no estaba en aquel sótano negro, sino en la elegante e iluminada oficina de su amigo y doctor.
Se encontraba empapada en sudor hasta el cabello y Albert la aferraba a su pecho tratando de tranquilizarla.
- Qué… ¿Qué sucedió? – preguntó ella en un balbuceo.
- ¡No sé Gezabel, tú dinos!
- Muchacha, óyeme – dijo el hipnotista llamando su atención – estábamos intentado tener una sesión de hipnosis contigo, pero no respondías a ninguna de mis preguntas. Íbamos a hacerte despertar cuando de pronto te tiraste al piso y comenzaste a arrastrarte entre gritos… ¿¡Qué te pasó!?
Al revivir los hechos de hace unos momentos, Gezabel se puso a temblar de nuevo llevándose las manos al rostro.
- Ya es tarde…- murmuró de pronto – Albert; lo intentaste, pero ya no hay nada que hacer.
- ¿De qué hablas Geza?
- Ha despertado… ha despertado y tengo que irme de aquí ¡Tengo que alejarme!
Gezabel se levantó del suelo intentando salir corriendo, pero Albert la agarró de los brazos.
-¡Espera Gezabel! Dime de qué estás hablando ¿A qué te refieres con que ha despertado? ¿Quién? ¿Porqué debes irte y a dónde?
-¡Suéltame! ¡Suéltame Albert! – gemía ella intentando zafarse del fuerte agarre del alto rubio - ¡Tengo que irme! ¿No lo comprendes? Él ha despertado y si no me voy ¡Todos ustedes morirán!
-¡¡Pero de qué hablas muchacha!! – exclamó el hipnotista tratando de ayudar a contenerla.
- ¡El dragón! – exclamó ella con el rostro desencajado - ¡Ha despertado! Usted tuvo la culpa, me hizo bajar ahí ¡Me hizo bajar ahí y me ha visto! ¡¡Me ha visto!! Ahora nada podrá detenerlo ¡¡Ha despertado y ahora sí nada podrá detenerlo!! ¡Suéltame Albert! ¡¡Déjame ir!!
En su desesperación por zafarse, Gezabel terminó arañando la cara de su amigo rubio que ni así la soltó.
Al ver la sangre en el rostro de su colega, el hipnotista abrió la puerta del despacho haciendo una seña a unos enfermeros para que entren a tratar de contener a la chica, y estos ingresaron en la oficina arrojándose sobre ella y colocándola en el suelo para someterla y poder colocarle los arneses de seguridad.
- ¡¡No!!... Albert ¡Albert no dejes que me encierren! ¡Albert no dejes que me mantengan aquí! ¡¡ALBERT!! ¡Déjame ir! ¡Nadie estará a salvo! ¡¡Nadie va a estar a salvo!! ¡Escúchame!
- Tra… tranquila Geza, vas a estar bien… - balbuceó el rubio tratando de mantener la calma
- ¡No, nadie va a estar bien! – exclamó ella mientras los enfermeros se la llevaban - ¡Yo no voy a estar bien! ¡Tú no vas a estar bien! ¡¡No se va a ir!! ¡¡El dragón no se va a ir!! ¡¡El dragón no se va a ir!!
Los enfermeros se llevaron a Gezabel por el pasillo mientras ella seguía gritando y taladrando los oídos del médico que la había atendido.
Albert se dejó caer sobre su butaca mientras se limpiaba el rostro con el pañuelo.
-¿¡Qué demonios fue lo que sucedió!? – increpó de pronto a su colega.
- ¡Te juro que no lo sé! – respondió el otro quitándose los lentes y limpiándose el sudor con su pañuelo, tembloroso. – es la primera vez que me sucede algo como esto.
- ¿¡Pero qué fue lo que le hiciste!?
- ¡Nada! Tú estabas aquí viste todo lo que hice y lo que sucedió. No atendía mis preguntas y de pronto se puso como loca. ¡No comprendo qué sucedió! Era una sesión de hipnosis sencilla, nada podía salir mal.
-¡¡Pues salió mal!! – exclamó Albert levantándose y caminando como león enjaulado. – He tratado a esa chica durante un año ¡Un año! Y jamás había tenido un episodio esquizoide ¡Nunca! Estaba a punto de darla de alta porque para mí era una persona saludable.
-Bueno, pues ya ves que no lo era.
- Pero ¿¿Qué demonios sucedió??
- Lo único que puedo decirte es que esa chica tiene algo muy dentro de ella… No sé lo que es, pero es terrible.
- Es un dragón… - murmuró Albert sin pensarlo – Y lo hemos despertado.
- Vamos hombre… No me dirás que así te impresionaron los alaridos de la muchachita ¿O sí? ¿A estas alturas de tu carrera?
Albert miró a su colega sin decir palabra, y luego bajó la vista mirándose las manos.
El médico no terminaba de comprender lo que había sucedido; pero, aparte del terrible desasosiego de sentir que en realidad no habían llegado a ninguna parte cuando él estaba seguro de que habían avanzado; ahora también se le había instalado en el pecho una sensación terrible.
Algo así como un mal presentimiento.
Los enfermeros ingresaron a Gezabel por el pasillo del bloque W de máxima seguridad.
No la llevaron a la habitación que había usado durante todo ese año.
La enfermera que guardaba ese sector, se sacó una llave del bolsillo y abrió una pequeña caja que estaba empotrada en la pared. Ahí en un panel numérico digitó una clave y la gruesa puerta de vidrio templado y acero se abrió, dejando escapar un zumbido.
Los gritos de Gezabel animaron a los otros pacientes que, detrás de las gruesas puertas de sus habitaciones, comenzaron a gritar y hacer alboroto.
- ¡¡Déjenme ir!! ¡¡Déjenme ir!! – gritaba la joven desesperada - ¡No saben lo que están haciendo! No puedo quedarme aquí ¡Va a despertar! ¡¡Va a despertar y van a morir todos!!
Mientras la joven gritaba y se debatía, la enfermera lideraba el grupo y con una de sus llaves abrió la puerta de la celda W14-A
- ¡Con ese griterío no puede quedarse así nada más! – exclamó la enfermera- pínchala para que se calme, sino me va a alebrestar a todo el bloque.
Uno de los enfermeros sacó de un bolsillo una de las jeringas que siempre llevaban ya cargadas, “por si acaso”, y mientras los otros dos aseguraban las muñecas y los tobillos de Gezabel a la cama, él destapaba la jeringa con sus dientes y pinchaba con ella el muslo de la chica.
- ¡¡Nooooo!! – gimió ella - ¡No me duermas! Es peor ¡Todo será mucho peor! ¡No podré controlarlo!... por… por favor… no… no me… no me duer… no me duermas…
- Ya ya… - decía conciliador el enfermero que la había inyectado, mientras le acariciaba el cabello empapado – Tranquila muchachita, vas a estar bien. Ahora duérmete un ratito ¿sí?
- Bueno, ya se quedó tranquila. Por la mañana estará mejor. –dijo la mujer.
- Es raro de Gezabel, en todo el año que ha estado interna aquí nunca había pasado algo como esto – dijo el otro.
- Creo que tiene fiebre – dijo el chico que la inyectara – está bastante caliente.
- Psicosomático – dijo la enfermera, luego de un par de horas vendré a verla, si sigue afiebrada le daré un paracetamol.
Los enfermeros salieron de la habitación y dejaron a Gezabel que, aunque había sido sedada, no perdía completamente aún la conciencia.
Sus ojos luchaban por mantenerse abiertos mientras sus párpados se volvían más y más pesados y sus labios seguían murmurando cada vez más quedamente, que la dejaran salir y que todos iban a morir.
Cuando no pudo seguir luchando, sus párpados se cerraron definitivamente, y de pronto, se vio nuevamente en aquel sótano oscuro.
Pero esta vez sabía dónde estaba, y no necesitó tantear el aire ni arrastrar los pies con cuidado para saber hacia dónde se dirigía.
El vaho caliente del aliento del ser que moraba en ese sótano oscuro, lo llenaba todo a su alrededor.
Ella sentía como aquel aire la soplaba y sus cabellos se levantaban al mismo tiempo que se empapaban con el sudor que ese aliento hacía desprender de su piel.
Cuando estuvo en el sitio aparentemente preciso sus pasos se detuvieron y ella levantó la mirada del suelo escrutando la negrura que tenía frente a sí.
Aquellos dos enormes reptilianos, de un brillante verde jaspeado, se abrieron frente a ella y la miraron fijamente.
Su respiración se hacía cada vez más rápida. Quería salir corriendo, sentía que sus piernas en cualquier momento iban a arrancar en carrera, pero aunque tenía el corazón en la boca, no correría.
No esta vez.
Ya no.
Aquella mirada se elevó considerablemente sobre su cabeza y de pronto una llamarada se exhaló de la nada encendiendo unas antorchas colocadas muy alto al ras del techo iluminando la estancia.
El lugar era como una caja cuadrada y oscura.
No tenía puertas, no tenía ventanas. No había nada en su interior. Sólo él.
Gezabel miró a su alrededor y luego clavó la mirada al piso, no quería mirar al frente ahora que estaba todo iluminado.
Escuchó un ligerísimo gruñido, como un resoplido, y un golpe de aire caliente le dio en el rostro.
Luego un resoplido un poco más fuerte y el aire caliente que la golpeó ahora, bien habría podido chamuscarle el cabello si hubiera estado más cerca.
La cadena sonó arrastrándose, y de pronto un golpe resonó en el suelo.
Ella levantó su mirada poco a poco sabiendo ya lo que vería.
Gigantesco, con un cuerpo musculoso y cubierto de miles de escamas que parecían trozos de acero pulido por todo el cuerpo.
Las patas estilizadas y poderosas que terminaban en unas garras brillantes y filosas.
Las correosas alas plegadas al cuerpo y la cabeza que se erguía orgullosa, coronada por un par de cuernos, la miraba desde arriba como esperando algo de ella.
Estaba ahí, frente a ella. Aquel ser del que había intentado huir toda su vida desde que era niña, sin éxito.
El ser que habitaba en su interior y que deseaba ser libre para poder vagar y hacer a voluntad.
Para no tener que dormir nunca más.
Ahí, frente a ella, estaba por primera vez ante sus ojos el dragón cuyo espíritu vivía en su interior.
- ¿¡Qué quieres!? – exclamó ella en un murmullo que hizo eco en aquella caja hermética.
Por toda respuesta el animal movió una de sus patas, que estaba presa de la gruesa cadena que era en verdad enorme.
- No… -bal buceó ella – No, por favor… - el imponente animal soltó otro resoplido cubriendo a la joven de aire caliente.
- ¡No! – gritó ella.
El animal volvió a mover su pata, pero esta vez la levantó y la estrelló contra el piso haciendo temblar todo el recinto, mientras la miraba fijamente.
La mirada de Gezabel se perdió en aquellos brillantes ojos de reptil y de pronto comprendió que era inútil continuar huyendo; que jamás iba a ser libre de él porque ella había nacido con él dentro de sí y él, existía desde hace mucho antes de que ella naciera.
Era un ser eterno y terrible, del que nadie podía escapar… No, nadie, ni ella ni nadie.
Había sido inútil haber intentado pedir ayuda, pues no había ayuda que sirviera contra él.
Ahora Gezabel llegaba a la conclusión de que lo único que podía hacer para ser libre de él, era liberarlo de ella.
El animal una vez más hizo sonar la cadena que lo aprisionaba dejando escapar otro resoplido.
La joven se encaminó hacia la pared opuesta de la enorme habitación, en la cual colgaba una gran llave oxidada y muy antigua.
Usando toda su fuerza la descolgó de aquella pared y la cargó con ambos brazos.
Cuando llegó hasta el dragón, no sin dificultad introdujo la llave en la cerradura de la argolla y se quedó quieta mirando hacia la nada.
El dragón gruñó emocionado instándola a que se diera prisa.
Ella levantó su mirada y se vio reflejada en aquellos enormes ojos verdes que la miraban con excitación, comprendiendo con cuánto fervor deseaba ser por fin libre.
¡Libre! De una vez por todas.
Lo comprendió porque ella también deseaba serlo, libre de él, para siempre.
Por primera vez en toda su vida, sintió empatía con ese ser monstruoso que habitaba en su interior. Por primera vez se sintió afín con él. Sintió que tenían al menos una cosa en común; y no pudo evitar sonreírle ligeramente.
Sin dejar de mirarse en aquellos ojos, Gezabel dio la vuelta a la llave y la enorme cerradura crackeó fuertemente al abrirse y dejar caer la pesada cadena al piso.
Gezabel despertó de pronto en la habitación W14-A del bloque de máxima seguridad del siquiátrico más prestigiado de Chicago; empapada en un sudor hirviente y sintiendo que se moría.
Sentía que se quemaba, que se abrasaba toda. Con un calor impresionante que era superior a estarse bañando con agua hirviendo.
Gezabel gritó de dolor incontenible mientras luchaba con las amarras que la mantenían atada a esa cama de hospital mientras sentía que era víctima de la combustión espontánea.
De pronto, de la fuerza de sus tirones, una de las amarras cedió haciéndole daño en una muñeca, pero ni siquiera porque comenzó a sangrar profusamente le importó esa herida como la sensación horrenda que tenía en todo su cuerpo.
Logró zafar uno de sus tobillos mientras de su garganta se escapaban los más terribles alaridos de dolor y agonía que se escucharon jamás dentro de aquel siquiátrico y que seguramente se volverían alguna espantosa y oscura leyenda de ahí en adelante.
Los demás pacientes gritaban al unísono con ella, mientras ella seguía luchando con las amarras.
De repente de las heridas de su mano derecha que manaba sangre en abundancia, dejó de manar sangre y comenzó a manar fuego.
Fuego vivo salía a raudales de las heridas de la joven que se las quedó mirando azorada pensando ahora sí comenzar a volverse loca de verdad.
La amarra de su mano izquierda cedió también de pronto y al elevarla se dio cuenta de que esta estaba prendida en llamas.
Gezabel se levantó de su cama mirándose horrorizada las manos que se combustionaban ante sus desorbitados ojos, pero sin que eso le causara daño en la piel, mientras ella gritaba de forma enajenada.
La enfermera corrió hacia la habitación y corrió la mirilla de la puerta para ver lo que le sucedía a la joven.
Acababa de recordar que su compañero le había dicho que tenía algo de fiebre, y ella había olvidado que había ofrecido volver en un par de horas a darle un paracetamol.
Ahora mismo se daba cuenta la horrorizada mujer, de que un paracetamol quizá no hubiera alcanzado.
La mujer se retiró de la mirilla gimiendo de pánico y pegó la espalda a la pared sin poder creer lo que estaba mirando.
Se movió sin saber siquiera cómo y activó la alarma de emergencia y la de incendio al mismo tiempo, pues no se decidió cuál activar primero.
Las sirenas comenzaron a sonar por todo el hospital.
El Dr. Albert Andrew se incorporó de la cama de su habitación privada, en la que se había acostado sin sueño y aun con la ropa del día, y pensó en Gezabel; mientras abría la puerta y salía corriendo hacia el sector de máxima seguridad.
La enfermera del bloque W, se acercó a la habitación con el extintor de fuego, dispuesta a abrirla cuando de pronto fue despedida por el pasillo en el mismo momento en que, de un poderoso empellón, la puerta de la misma se abría abollándose y separándose casi de su bisagra.
El ser que salió de aquella habitación, distaba mucho de la pequeña jovencita que habían encerrado aquella tarde presa de un frenesí incontrolable.
Una figura de considerable estatura y rodeada absolutamente de fuego se abrió paso por el bloque W, cundiendo en llamas todo lo que tocaba a su paso.
Los pacientes de las habitaciones gritaban desesperados al sentir el calor abrasante que de inmediato daba cuenta de todo el sector.
La puerta de máxima seguridad cayó derretida completamente ante su sola cercanía.
Ya por los pasillos, los que alcanzaron a verla antes de ser presas de las llamas, gritaban desaforados tratando de escapar.
Las alarmas de incendio comenzaron a activarse hasta en los sótanos de todo el hospital.
Cuando ella llegó a la planta baja del recinto, ya las otras cuatro plantas superiores, ardían completamente en llamas.
Ahí cerca de las habitaciones de los residentes; todos se quedaron impávidos observando a la enorme criatura envuelta en llamas que venía dejando un reguero de destrucción tras de sí.
Ante sus ojos, de entre las llamas se abrieron un par de enormes y correosas alas negras que comenzaron a batirse fuertemente creando un viento infernal que solo avivaba aun más las llamas que sin tregua iban devorándolo todo a su paso.
Cuando Albert alcanzó a verla, ella ya era un ser perfecto.
Aquellas llamas que la rodearon al principio, habían sido como un capullo. Como una crisálida, en la que se gestara esta mariposa infernal que ahora se mostraba completamente formada y absolutamente letal.
Con unas gigantescas alas negras, enormes garras en vez de manos y pies, y un esbelto cuerpo cubierto de brillantes escamas negras.
De su frente se desprendían un par de cuernos, y sus ojos antes pardos y tristes, eran los brillantes y verdes ojos de un reptil.
Cuando la tuvo frente un par de metros frente a sí, tuvo que levantar la cabeza para poder mirarla completa ¡Era absolutamente imponente! Temible, terriblemente hermosa.
Gezabel lo miró fijamente, justo cuando el colega hipnotista lo alcanzaba y se quedaba de piedra, pálido y sin habla, a su lado.
Gezabel miró a aquel hombre y abrió su boca soltando un poderoso gruñido, al mismo tiempo que una larga llamarada golpeaba al hombre y obligaba a Albert a levantar los brazos para protegerse cayendo hacia un costado.
Cuando el rubio se dio cuenta, su compañero era un montón de huesos carbonizados a su lado.
La maravillosa creatura que se había creado aquella noche, caminó hacia donde el rubio, tirado en el suelo, no atinaba ni a moverse.
Sus pasos resonaron en el mármol de aquel hospital, mientras las llamas los rodeaban y todo colapsaba a su alrededor.
- ¡Gezabel…! - balbuceó Albert – tú… ¡tú eres el dragón!
Ella se irguió orgullosa ante él mostrando la magnificencia de su nueva figura, su perfección cubierta de escamas y extendió las enormes alas negras batiéndolas lentamente, provocando que un huracán de fuego comenzara a formarse alrededor de ambos, encerrándolos.
Afuera de lo que quedaba del hospital, se congregaban ya varias patrullas de policía; de una de ellas descendió el agente que hace un año había llevado el caso de Gezabel la pirómana, y no podía dar crédito a lo que veía.
Este era, de lejos, el incendio más grande y catastrófico que había visto la ciudad de Chicago en décadas.
Cinco camiones de bomberos trataban infructuosamente de sofocar las gruesas paredes de altas llamaradas que parecían crecer y empujarles a ellos hacia afuera en lugar de ser al contrario.
Había que tratar de controlar el incendio, porque si se salía de las inmediaciones del hospital podía ser catastrófico para la ciudad.
De pronto un fuerte rugido llenó la oscuridad de la noche y el ruido de dos enormes alas cortando poderosamente el aire llamaron la atención de todos; al levantar la vista vieron aquella silueta negra aleteando fuertemente, como avivando el fuego que se mecía en largas lenguas que parecían querer alcanzar el espacio infinito.
Aquel ser de pesadilla lanzó otro rugido ensordecedor mientras una extensa llamarada se escapaba de su garganta.
Luego lograron ver aquella enorme silueta negra alejándose al vuelo y a toda velocidad de la dantesca escena.
-¿¿¡¡Qué demonios ha sido eso!!?? – preguntó uno de los bomberos, y todos los presentes que habían presenciado la aparición quedaron aterrorizados, llegando incluso algunos a persignarse y caer de rodillas.
Muchas horas después, ya bien entrada la mañana, el fuego había sido controlado casi en su totalidad. Del hospital no quedaban más escombros humeantes pero al menos el fuego no había logrado correr hacia el resto de la ciudad.
- ¿Entonces han muerto todos? ¿¡Absolutamente todos!?– preguntaba el agente a uno de los policías de uniforme.
- Pues hay muchísimos cuerpos señor, aun no se ha logrado levantar una estadística, pero a juzgar por la cantidad de gente aquí pidiendo información sobe sus parientes; al parecer todo el personal y los pacientes perecieron.
- ¡Dios mio! – exclamó el hombre llevándose una mano al rostro - ¡No puede ser, ni un sobre viviente!
- ¡No señor! – dijo el policía llamando la atención del agente – Me informan por radio que al parecer sí hay un sobreviviente. Venga conmigo.
Cuando llegaron a donde el hombre le conducía, el agente no podía creerlo.
- ¡¡Dr. Andrew!! – exclamó el investigador acercándose al hombre rubio que, completamente manchado de hollín, con los cabellos chamuscados y cubierto con una manta, parecía no atinar a creer lo que había sucedido aquella noche de pesadilla.
- ¡Agente! – dijo Albert entre confundido y complacido de verle.
- Dr. Andrew… usted es el único sobreviviente de esta tragedia ¿Cómo es eso posible? – Albert se encogió de hombros y meneó la cabeza como indicando que no sabía qué decir al respecto - ¿Qué fue lo que sucedió aquí? Fue… ¿Fue ella?
- Fue… - balbuceó el rubio – Fue un dragón.
El agente a su lado lo quedó mirando serio, el hombre rubio volteó a mirarlo.
-¿Qué, no me va a decir que estoy loco o algo así? – el hombre bajó la mirada para seguido volver a mirarlo. Albert comprendió - ¿¡Usted también la vio, no es así!?
Por toda respuesta, los ojos oscuros del hombre se elevaron hacia el cielo azul de media mañana; Albert hizo exactamente lo mismo. Ambos hombres escrutaron por largo rato la bóveda celeste.
Ciertamente, ninguno de los dos volvería a mirar el cielo sin ningún propósito de ahora en adelante.
Albert miró la hora en su reloj y se fijó en la fecha; aquella terrible fecha que quedaba marcada en la historia como una de las más terribles tragedias de la Ciudad de los Vientos.
Era 4 de abril.
******************************************************************Al escucharla voz de Albert ella comenzó a tranquilizarse. Dejó de intentar escapar y su respiración entrecortada fue hallando sosiego.
Sus ojos recorrieron su alrededor.
Ya no estaba en aquel sótano negro, sino en la elegante e iluminada oficina de su amigo y doctor.
Se encontraba empapada en sudor hasta el cabello y Albert la aferraba a su pecho tratando de tranquilizarla.
- Qué… ¿Qué sucedió? – preguntó ella en un balbuceo.
- ¡No sé Gezabel, tú dinos!
- Muchacha, óyeme – dijo el hipnotista llamando su atención – estábamos intentado tener una sesión de hipnosis contigo, pero no respondías a ninguna de mis preguntas. Íbamos a hacerte despertar cuando de pronto te tiraste al piso y comenzaste a arrastrarte entre gritos… ¿¡Qué te pasó!?
Al revivir los hechos de hace unos momentos, Gezabel se puso a temblar de nuevo llevándose las manos al rostro.
- Ya es tarde…- murmuró de pronto – Albert; lo intentaste, pero ya no hay nada que hacer.
- ¿De qué hablas Geza?
- Ha despertado… ha despertado y tengo que irme de aquí ¡Tengo que alejarme!
Gezabel se levantó del suelo intentando salir corriendo, pero Albert la agarró de los brazos.
-¡Espera Gezabel! Dime de qué estás hablando ¿A qué te refieres con que ha despertado? ¿Quién? ¿Porqué debes irte y a dónde?
-¡Suéltame! ¡Suéltame Albert! – gemía ella intentando zafarse del fuerte agarre del alto rubio - ¡Tengo que irme! ¿No lo comprendes? Él ha despertado y si no me voy ¡Todos ustedes morirán!
-¡¡Pero de qué hablas muchacha!! – exclamó el hipnotista tratando de ayudar a contenerla.
- ¡El dragón! – exclamó ella con el rostro desencajado - ¡Ha despertado! Usted tuvo la culpa, me hizo bajar ahí ¡Me hizo bajar ahí y me ha visto! ¡¡Me ha visto!! Ahora nada podrá detenerlo ¡¡Ha despertado y ahora sí nada podrá detenerlo!! ¡Suéltame Albert! ¡¡Déjame ir!!
En su desesperación por zafarse, Gezabel terminó arañando la cara de su amigo rubio que ni así la soltó.
Al ver la sangre en el rostro de su colega, el hipnotista abrió la puerta del despacho haciendo una seña a unos enfermeros para que entren a tratar de contener a la chica, y estos ingresaron en la oficina arrojándose sobre ella y colocándola en el suelo para someterla y poder colocarle los arneses de seguridad.
- ¡¡No!!... Albert ¡Albert no dejes que me encierren! ¡Albert no dejes que me mantengan aquí! ¡¡ALBERT!! ¡Déjame ir! ¡Nadie estará a salvo! ¡¡Nadie va a estar a salvo!! ¡Escúchame!
- Tra… tranquila Geza, vas a estar bien… - balbuceó el rubio tratando de mantener la calma
- ¡No, nadie va a estar bien! – exclamó ella mientras los enfermeros se la llevaban - ¡Yo no voy a estar bien! ¡Tú no vas a estar bien! ¡¡No se va a ir!! ¡¡El dragón no se va a ir!! ¡¡El dragón no se va a ir!!
Los enfermeros se llevaron a Gezabel por el pasillo mientras ella seguía gritando y taladrando los oídos del médico que la había atendido.
Albert se dejó caer sobre su butaca mientras se limpiaba el rostro con el pañuelo.
-¿¡Qué demonios fue lo que sucedió!? – increpó de pronto a su colega.
- ¡Te juro que no lo sé! – respondió el otro quitándose los lentes y limpiándose el sudor con su pañuelo, tembloroso. – es la primera vez que me sucede algo como esto.
- ¿¡Pero qué fue lo que le hiciste!?
- ¡Nada! Tú estabas aquí viste todo lo que hice y lo que sucedió. No atendía mis preguntas y de pronto se puso como loca. ¡No comprendo qué sucedió! Era una sesión de hipnosis sencilla, nada podía salir mal.
-¡¡Pues salió mal!! – exclamó Albert levantándose y caminando como león enjaulado. – He tratado a esa chica durante un año ¡Un año! Y jamás había tenido un episodio esquizoide ¡Nunca! Estaba a punto de darla de alta porque para mí era una persona saludable.
-Bueno, pues ya ves que no lo era.
- Pero ¿¿Qué demonios sucedió??
- Lo único que puedo decirte es que esa chica tiene algo muy dentro de ella… No sé lo que es, pero es terrible.
- Es un dragón… - murmuró Albert sin pensarlo – Y lo hemos despertado.
- Vamos hombre… No me dirás que así te impresionaron los alaridos de la muchachita ¿O sí? ¿A estas alturas de tu carrera?
Albert miró a su colega sin decir palabra, y luego bajó la vista mirándose las manos.
El médico no terminaba de comprender lo que había sucedido; pero, aparte del terrible desasosiego de sentir que en realidad no habían llegado a ninguna parte cuando él estaba seguro de que habían avanzado; ahora también se le había instalado en el pecho una sensación terrible.
Algo así como un mal presentimiento.
Los enfermeros ingresaron a Gezabel por el pasillo del bloque W de máxima seguridad.
No la llevaron a la habitación que había usado durante todo ese año.
La enfermera que guardaba ese sector, se sacó una llave del bolsillo y abrió una pequeña caja que estaba empotrada en la pared. Ahí en un panel numérico digitó una clave y la gruesa puerta de vidrio templado y acero se abrió, dejando escapar un zumbido.
Los gritos de Gezabel animaron a los otros pacientes que, detrás de las gruesas puertas de sus habitaciones, comenzaron a gritar y hacer alboroto.
- ¡¡Déjenme ir!! ¡¡Déjenme ir!! – gritaba la joven desesperada - ¡No saben lo que están haciendo! No puedo quedarme aquí ¡Va a despertar! ¡¡Va a despertar y van a morir todos!!
Mientras la joven gritaba y se debatía, la enfermera lideraba el grupo y con una de sus llaves abrió la puerta de la celda W14-A
- ¡Con ese griterío no puede quedarse así nada más! – exclamó la enfermera- pínchala para que se calme, sino me va a alebrestar a todo el bloque.
Uno de los enfermeros sacó de un bolsillo una de las jeringas que siempre llevaban ya cargadas, “por si acaso”, y mientras los otros dos aseguraban las muñecas y los tobillos de Gezabel a la cama, él destapaba la jeringa con sus dientes y pinchaba con ella el muslo de la chica.
- ¡¡Nooooo!! – gimió ella - ¡No me duermas! Es peor ¡Todo será mucho peor! ¡No podré controlarlo!... por… por favor… no… no me… no me duer… no me duermas…
- Ya ya… - decía conciliador el enfermero que la había inyectado, mientras le acariciaba el cabello empapado – Tranquila muchachita, vas a estar bien. Ahora duérmete un ratito ¿sí?
- Bueno, ya se quedó tranquila. Por la mañana estará mejor. –dijo la mujer.
- Es raro de Gezabel, en todo el año que ha estado interna aquí nunca había pasado algo como esto – dijo el otro.
- Creo que tiene fiebre – dijo el chico que la inyectara – está bastante caliente.
- Psicosomático – dijo la enfermera, luego de un par de horas vendré a verla, si sigue afiebrada le daré un paracetamol.
Los enfermeros salieron de la habitación y dejaron a Gezabel que, aunque había sido sedada, no perdía completamente aún la conciencia.
Sus ojos luchaban por mantenerse abiertos mientras sus párpados se volvían más y más pesados y sus labios seguían murmurando cada vez más quedamente, que la dejaran salir y que todos iban a morir.
Cuando no pudo seguir luchando, sus párpados se cerraron definitivamente, y de pronto, se vio nuevamente en aquel sótano oscuro.
Pero esta vez sabía dónde estaba, y no necesitó tantear el aire ni arrastrar los pies con cuidado para saber hacia dónde se dirigía.
El vaho caliente del aliento del ser que moraba en ese sótano oscuro, lo llenaba todo a su alrededor.
Ella sentía como aquel aire la soplaba y sus cabellos se levantaban al mismo tiempo que se empapaban con el sudor que ese aliento hacía desprender de su piel.
Cuando estuvo en el sitio aparentemente preciso sus pasos se detuvieron y ella levantó la mirada del suelo escrutando la negrura que tenía frente a sí.
Aquellos dos enormes reptilianos, de un brillante verde jaspeado, se abrieron frente a ella y la miraron fijamente.
Su respiración se hacía cada vez más rápida. Quería salir corriendo, sentía que sus piernas en cualquier momento iban a arrancar en carrera, pero aunque tenía el corazón en la boca, no correría.
No esta vez.
Ya no.
Aquella mirada se elevó considerablemente sobre su cabeza y de pronto una llamarada se exhaló de la nada encendiendo unas antorchas colocadas muy alto al ras del techo iluminando la estancia.
El lugar era como una caja cuadrada y oscura.
No tenía puertas, no tenía ventanas. No había nada en su interior. Sólo él.
Gezabel miró a su alrededor y luego clavó la mirada al piso, no quería mirar al frente ahora que estaba todo iluminado.
Escuchó un ligerísimo gruñido, como un resoplido, y un golpe de aire caliente le dio en el rostro.
Luego un resoplido un poco más fuerte y el aire caliente que la golpeó ahora, bien habría podido chamuscarle el cabello si hubiera estado más cerca.
La cadena sonó arrastrándose, y de pronto un golpe resonó en el suelo.
Ella levantó su mirada poco a poco sabiendo ya lo que vería.
Gigantesco, con un cuerpo musculoso y cubierto de miles de escamas que parecían trozos de acero pulido por todo el cuerpo.
Las patas estilizadas y poderosas que terminaban en unas garras brillantes y filosas.
Las correosas alas plegadas al cuerpo y la cabeza que se erguía orgullosa, coronada por un par de cuernos, la miraba desde arriba como esperando algo de ella.
Estaba ahí, frente a ella. Aquel ser del que había intentado huir toda su vida desde que era niña, sin éxito.
El ser que habitaba en su interior y que deseaba ser libre para poder vagar y hacer a voluntad.
Para no tener que dormir nunca más.
Ahí, frente a ella, estaba por primera vez ante sus ojos el dragón cuyo espíritu vivía en su interior.
- ¿¡Qué quieres!? – exclamó ella en un murmullo que hizo eco en aquella caja hermética.
Por toda respuesta el animal movió una de sus patas, que estaba presa de la gruesa cadena que era en verdad enorme.
- No… -bal buceó ella – No, por favor… - el imponente animal soltó otro resoplido cubriendo a la joven de aire caliente.
- ¡No! – gritó ella.
El animal volvió a mover su pata, pero esta vez la levantó y la estrelló contra el piso haciendo temblar todo el recinto, mientras la miraba fijamente.
La mirada de Gezabel se perdió en aquellos brillantes ojos de reptil y de pronto comprendió que era inútil continuar huyendo; que jamás iba a ser libre de él porque ella había nacido con él dentro de sí y él, existía desde hace mucho antes de que ella naciera.
Era un ser eterno y terrible, del que nadie podía escapar… No, nadie, ni ella ni nadie.
Había sido inútil haber intentado pedir ayuda, pues no había ayuda que sirviera contra él.
Ahora Gezabel llegaba a la conclusión de que lo único que podía hacer para ser libre de él, era liberarlo de ella.
El animal una vez más hizo sonar la cadena que lo aprisionaba dejando escapar otro resoplido.
La joven se encaminó hacia la pared opuesta de la enorme habitación, en la cual colgaba una gran llave oxidada y muy antigua.
Usando toda su fuerza la descolgó de aquella pared y la cargó con ambos brazos.
Cuando llegó hasta el dragón, no sin dificultad introdujo la llave en la cerradura de la argolla y se quedó quieta mirando hacia la nada.
El dragón gruñó emocionado instándola a que se diera prisa.
Ella levantó su mirada y se vio reflejada en aquellos enormes ojos verdes que la miraban con excitación, comprendiendo con cuánto fervor deseaba ser por fin libre.
¡Libre! De una vez por todas.
Lo comprendió porque ella también deseaba serlo, libre de él, para siempre.
Por primera vez en toda su vida, sintió empatía con ese ser monstruoso que habitaba en su interior. Por primera vez se sintió afín con él. Sintió que tenían al menos una cosa en común; y no pudo evitar sonreírle ligeramente.
Sin dejar de mirarse en aquellos ojos, Gezabel dio la vuelta a la llave y la enorme cerradura crackeó fuertemente al abrirse y dejar caer la pesada cadena al piso.
Gezabel despertó de pronto en la habitación W14-A del bloque de máxima seguridad del siquiátrico más prestigiado de Chicago; empapada en un sudor hirviente y sintiendo que se moría.
Sentía que se quemaba, que se abrasaba toda. Con un calor impresionante que era superior a estarse bañando con agua hirviendo.
Gezabel gritó de dolor incontenible mientras luchaba con las amarras que la mantenían atada a esa cama de hospital mientras sentía que era víctima de la combustión espontánea.
De pronto, de la fuerza de sus tirones, una de las amarras cedió haciéndole daño en una muñeca, pero ni siquiera porque comenzó a sangrar profusamente le importó esa herida como la sensación horrenda que tenía en todo su cuerpo.
Logró zafar uno de sus tobillos mientras de su garganta se escapaban los más terribles alaridos de dolor y agonía que se escucharon jamás dentro de aquel siquiátrico y que seguramente se volverían alguna espantosa y oscura leyenda de ahí en adelante.
Los demás pacientes gritaban al unísono con ella, mientras ella seguía luchando con las amarras.
De repente de las heridas de su mano derecha que manaba sangre en abundancia, dejó de manar sangre y comenzó a manar fuego.
Fuego vivo salía a raudales de las heridas de la joven que se las quedó mirando azorada pensando ahora sí comenzar a volverse loca de verdad.
La amarra de su mano izquierda cedió también de pronto y al elevarla se dio cuenta de que esta estaba prendida en llamas.
Gezabel se levantó de su cama mirándose horrorizada las manos que se combustionaban ante sus desorbitados ojos, pero sin que eso le causara daño en la piel, mientras ella gritaba de forma enajenada.
La enfermera corrió hacia la habitación y corrió la mirilla de la puerta para ver lo que le sucedía a la joven.
Acababa de recordar que su compañero le había dicho que tenía algo de fiebre, y ella había olvidado que había ofrecido volver en un par de horas a darle un paracetamol.
Ahora mismo se daba cuenta la horrorizada mujer, de que un paracetamol quizá no hubiera alcanzado.
La mujer se retiró de la mirilla gimiendo de pánico y pegó la espalda a la pared sin poder creer lo que estaba mirando.
Se movió sin saber siquiera cómo y activó la alarma de emergencia y la de incendio al mismo tiempo, pues no se decidió cuál activar primero.
Las sirenas comenzaron a sonar por todo el hospital.
El Dr. Albert Andrew se incorporó de la cama de su habitación privada, en la que se había acostado sin sueño y aun con la ropa del día, y pensó en Gezabel; mientras abría la puerta y salía corriendo hacia el sector de máxima seguridad.
La enfermera del bloque W, se acercó a la habitación con el extintor de fuego, dispuesta a abrirla cuando de pronto fue despedida por el pasillo en el mismo momento en que, de un poderoso empellón, la puerta de la misma se abría abollándose y separándose casi de su bisagra.
El ser que salió de aquella habitación, distaba mucho de la pequeña jovencita que habían encerrado aquella tarde presa de un frenesí incontrolable.
Una figura de considerable estatura y rodeada absolutamente de fuego se abrió paso por el bloque W, cundiendo en llamas todo lo que tocaba a su paso.
Los pacientes de las habitaciones gritaban desesperados al sentir el calor abrasante que de inmediato daba cuenta de todo el sector.
La puerta de máxima seguridad cayó derretida completamente ante su sola cercanía.
Ya por los pasillos, los que alcanzaron a verla antes de ser presas de las llamas, gritaban desaforados tratando de escapar.
Las alarmas de incendio comenzaron a activarse hasta en los sótanos de todo el hospital.
Cuando ella llegó a la planta baja del recinto, ya las otras cuatro plantas superiores, ardían completamente en llamas.
Ahí cerca de las habitaciones de los residentes; todos se quedaron impávidos observando a la enorme criatura envuelta en llamas que venía dejando un reguero de destrucción tras de sí.
Ante sus ojos, de entre las llamas se abrieron un par de enormes y correosas alas negras que comenzaron a batirse fuertemente creando un viento infernal que solo avivaba aun más las llamas que sin tregua iban devorándolo todo a su paso.
Cuando Albert alcanzó a verla, ella ya era un ser perfecto.
Aquellas llamas que la rodearon al principio, habían sido como un capullo. Como una crisálida, en la que se gestara esta mariposa infernal que ahora se mostraba completamente formada y absolutamente letal.
Con unas gigantescas alas negras, enormes garras en vez de manos y pies, y un esbelto cuerpo cubierto de brillantes escamas negras.
De su frente se desprendían un par de cuernos, y sus ojos antes pardos y tristes, eran los brillantes y verdes ojos de un reptil.
Cuando la tuvo frente un par de metros frente a sí, tuvo que levantar la cabeza para poder mirarla completa ¡Era absolutamente imponente! Temible, terriblemente hermosa.
Gezabel lo miró fijamente, justo cuando el colega hipnotista lo alcanzaba y se quedaba de piedra, pálido y sin habla, a su lado.
Gezabel miró a aquel hombre y abrió su boca soltando un poderoso gruñido, al mismo tiempo que una larga llamarada golpeaba al hombre y obligaba a Albert a levantar los brazos para protegerse cayendo hacia un costado.
Cuando el rubio se dio cuenta, su compañero era un montón de huesos carbonizados a su lado.
La maravillosa creatura que se había creado aquella noche, caminó hacia donde el rubio, tirado en el suelo, no atinaba ni a moverse.
Sus pasos resonaron en el mármol de aquel hospital, mientras las llamas los rodeaban y todo colapsaba a su alrededor.
- ¡Gezabel…! - balbuceó Albert – tú… ¡tú eres el dragón!
Ella se irguió orgullosa ante él mostrando la magnificencia de su nueva figura, su perfección cubierta de escamas y extendió las enormes alas negras batiéndolas lentamente, provocando que un huracán de fuego comenzara a formarse alrededor de ambos, encerrándolos.
Afuera de lo que quedaba del hospital, se congregaban ya varias patrullas de policía; de una de ellas descendió el agente que hace un año había llevado el caso de Gezabel la pirómana, y no podía dar crédito a lo que veía.
Este era, de lejos, el incendio más grande y catastrófico que había visto la ciudad de Chicago en décadas.
Cinco camiones de bomberos trataban infructuosamente de sofocar las gruesas paredes de altas llamaradas que parecían crecer y empujarles a ellos hacia afuera en lugar de ser al contrario.
Había que tratar de controlar el incendio, porque si se salía de las inmediaciones del hospital podía ser catastrófico para la ciudad.
De pronto un fuerte rugido llenó la oscuridad de la noche y el ruido de dos enormes alas cortando poderosamente el aire llamaron la atención de todos; al levantar la vista vieron aquella silueta negra aleteando fuertemente, como avivando el fuego que se mecía en largas lenguas que parecían querer alcanzar el espacio infinito.
Aquel ser de pesadilla lanzó otro rugido ensordecedor mientras una extensa llamarada se escapaba de su garganta.
Luego lograron ver aquella enorme silueta negra alejándose al vuelo y a toda velocidad de la dantesca escena.
-¿¿¡¡Qué demonios ha sido eso!!?? – preguntó uno de los bomberos, y todos los presentes que habían presenciado la aparición quedaron aterrorizados, llegando incluso algunos a persignarse y caer de rodillas.
Muchas horas después, ya bien entrada la mañana, el fuego había sido controlado casi en su totalidad. Del hospital no quedaban más escombros humeantes pero al menos el fuego no había logrado correr hacia el resto de la ciudad.
- ¿Entonces han muerto todos? ¿¡Absolutamente todos!?– preguntaba el agente a uno de los policías de uniforme.
- Pues hay muchísimos cuerpos señor, aun no se ha logrado levantar una estadística, pero a juzgar por la cantidad de gente aquí pidiendo información sobe sus parientes; al parecer todo el personal y los pacientes perecieron.
- ¡Dios mio! – exclamó el hombre llevándose una mano al rostro - ¡No puede ser, ni un sobre viviente!
- ¡No señor! – dijo el policía llamando la atención del agente – Me informan por radio que al parecer sí hay un sobreviviente. Venga conmigo.
Cuando llegaron a donde el hombre le conducía, el agente no podía creerlo.
- ¡¡Dr. Andrew!! – exclamó el investigador acercándose al hombre rubio que, completamente manchado de hollín, con los cabellos chamuscados y cubierto con una manta, parecía no atinar a creer lo que había sucedido aquella noche de pesadilla.
- ¡Agente! – dijo Albert entre confundido y complacido de verle.
- Dr. Andrew… usted es el único sobreviviente de esta tragedia ¿Cómo es eso posible? – Albert se encogió de hombros y meneó la cabeza como indicando que no sabía qué decir al respecto - ¿Qué fue lo que sucedió aquí? Fue… ¿Fue ella?
- Fue… - balbuceó el rubio – Fue un dragón.
El agente a su lado lo quedó mirando serio, el hombre rubio volteó a mirarlo.
-¿Qué, no me va a decir que estoy loco o algo así? – el hombre bajó la mirada para seguido volver a mirarlo. Albert comprendió - ¿¡Usted también la vio, no es así!?
Por toda respuesta, los ojos oscuros del hombre se elevaron hacia el cielo azul de media mañana; Albert hizo exactamente lo mismo. Ambos hombres escrutaron por largo rato la bóveda celeste.
Ciertamente, ninguno de los dos volvería a mirar el cielo sin ningún propósito de ahora en adelante.
Albert miró la hora en su reloj y se fijó en la fecha; aquella terrible fecha que quedaba marcada en la historia como una de las más terribles tragedias de la Ciudad de los Vientos.
Era 4 de abril.
Muchas gracias por leer ^^
Espero que les haya gustado.
Gezita, te trake tu regalo, así que espero de verdad que no me vayas a asesinar cruel y sangrientamente ¡Tenme consideración! No he dormido haciendo tu regalito.