Holiiii!! ^^
Y bueno, aquí vengo yo a dejarle mi regalito a la linda Gezabelita jeje... jeje ^^
Espero que no te enoje que lo haya traído un día tarde... querida gezita jeje. Apenas pude terminarlo esta madrugada.
Pero a mi favor puedo decirte que te va a encantar!! =D
¡Por favor no me mates! =/
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SEGUNDA PARTE AQUI
Y bueno, aquí vengo yo a dejarle mi regalito a la linda Gezabelita jeje... jeje ^^
Espero que no te enoje que lo haya traído un día tarde... querida gezita jeje. Apenas pude terminarlo esta madrugada.
Pero a mi favor puedo decirte que te va a encantar!! =D
¡Por favor no me mates! =/
EL ESPÍRITU DEL DRAGÓN
PRIMERA PARTE
PRIMERA PARTE
-… Entonces; insiste usted en que el que causó todas esas desgracias fue un… jejeje… ¿un dragón?
El regordete agente de policía que no dejaba de mordisquear un sucio mondadientes, hacía la misma pregunta por enésima vez; una vez más no podía reprimir la risita ni la sorna en la voz al referirse a las declaraciones de la muchacha que tenía sentada frente a él en aquella salita.
Ella; era una jovencita más bien menuda; delgada y pequeña, con una melenita oscura que apenas le rozaba los hombros.
Estaba sentada frente a él ante aquella mesa de metal, encorvada, cabizbaja y con las manos entre las rodillas, en aquella pequeña sala de interrogatorios.
-Sí… ya se lo dije… - murmuró la muchacha con un hilito de voz sin atreverse a levantar la vista.
Ella ya sabía que no le iban a creer, lo supo desde el primer momento pero ¿Qué más podía hacer sino decir la verdad?
-¿Qué piensa doctor Andrew? - Desde el otro lado de la pared de espejo, el agente titular del caso observaba el interrogatorio, junto con el siquiatra que habían hecho venir.
El Dr. Albert Andrew, famoso siquiatra ¡Una eminencia en su profesión! Actual director del más prestigiado hospital siquiátrico de Chicago.
Había presenciado todo el interrogatorio que se había extendido durante horas y había sido a ratos molesto, repetitivo y exasperante; él lo había atendido minuciosamente y con la misma paciencia que la muchacha que estaba siendo interrogada, quien en ningún momento perdió la paciencia ni la compostura.
El médico no contestó, cruzado de brazos se limitó a observar fijamente a la menuda joven que seguía en la misma posición sin moverse.
-¿¡Por qué no dices la verdad, chica!? – exclamó el policía golpeando la mesa metálica con fuerza tratando de hacer salir de sus límites a la muchacha - ¿¡Porqué no dices que fuiste tú la causante de todos esos incendios!? Que fuiste tú quien prendió fuego a todas esas casas. ¡Que fuiste tú quien asesinó a toda esa gente inocente!
-¡No, no! – gimió la chica sacudiendo la cabeza sin levantar la vista - ¡Yo no fui ya se lo dije! ¡Yo no fui!
-¡Entonces si no fuiste tú, al menos sabes quién lo hizo! ¡Anda, di el nombre de tu jefe! ¿O será tu cómplice? ¡Dilo!
-¡Ya se lo dije! – exclamó la muchacha levantando la vista - ¡No fui yo, fue el dragón!
-¡¡Qué dragón ni qué nada, di la verdad!!
-¡Esa es la verdad! – exclamó ella clavando sus pupilas oscuras en las del rechoncho agente – El dragón existe, es un dragón asesino que ama el fuego. Adora ver al fuego alimentarse de todo lo que lo rodea. Y sobre todo, le encantan los alaridos de los estúpidos seres humanos al verse presas de él como si fueran pequeños animalitos indefensos al que una bestia, en todo superior, acecha sin lugar alguno a escapatoria.
-Bueno, entonces ¿dónde está el tal dragón? ¿eh? Di, donde está, dónde podemos ir a atraparlo.
-No necesitan atraparlo, yo lo he traído a ustedes… Por eso estoy aquí, por eso he venido por voluntad propia, trayéndoselos para que ustedes lo maten.
-¿Ah sí? – preguntó el gordo policía - ¿Y dónde está, a ver? ¿Dónde está que no lo veo?
-Está… - balbuceó ella – está, en mi. Está dentro de mí y necesito que lo saquen. Porque si no lo hacen, si no lo sacan, esto jamás parará. Los incendios seguirán sucediendo y serán cada vez peores. Si no lo sacan de dentro de mí, el mundo se volverá un cementerio humeante.
El policía se quedó mirando estupefacto a la chica; con el sucio mondadientes colgándole del labio.
De pronto el hombre volteó a mirar su reflejo en la pared espejada de la sala, y sonrió con sorna meneando ligeramente la cabeza.
-Así que… dentro de ti ¿eh? – ella asintió – eso quiere decir que por medio de ti es que el tal dragón realiza sus “hazañas” ¿no? – ella negó con la cabeza.
-No, ya sé lo que usted está pensando. Que soy una loca con doble personalidad o algo así, que yo comienzo un incendio de proporciones épicas movida bajo el trance de alguna especie de esquizofrenia que habita dentro de mi mente y que me mueve a perpetrarlo. Pero le aseguro que no es así. Es mucho más complejo que eso… Por favor, he venido sola, por mi propia voluntad. He venido a hablar de los incendios, le he dado las características de cada uno de ellos ¡Me estoy entregando! Y si quiere me encarcela pero, por favor ¡Está liberándose y necesito ayuda! Hago lo que quieran pero sáquenlo de mí ¡Sáquenlo de mi! O sino todo esto no va a parar jamás…
La joven agachó una vez más la cabeza hundiéndola entre los hombros, sollozando.
El policía miró hacia el espejo una vez más y se llevó el dedo índice a la sien haciendo el típico gesto para después salir de la habitación dejando sola a la muchacha.
La muchacha está orate no había nada más que hacer.
-¿Dr. Andrew?- dijo el agente de traje al médico junto al cual observaban detrás del espejo.
- Bien, es un claro ejemplo de esquizofrenia. Obviamente ella piensa que dentro de sí habita un monstruo que se libera por sí mismo de vez en vez y lleva a cabo los incendios. Y de cierta manera, es verdad. Lo que habita dentro de su mente es literalmente un monstruo, que cuando toma el control la evade completamente de la realidad obligándola a hacer cosas horribles.
-Entonces efectivamente es culpable. Sí es ella la pirómana.
- No; ella es inocente.
- Pero, acaba de decir…
-Yo sé lo que acabo de decirle y por lo visto no me ha escuchado. No es ella la incendiaria, es su enfermedad.
-Pero, es ella la que realiza los incendios ¿O no? Son sus manos…
- Sí, sí; físicamente ella es quien lo hace todo, pero en esos momentos ella está incapacitada de voluntad. No lo hace porque desea hacerlo, ella no es una asesina que haya placer en lo que hace. Al contrario ¡Sólo mírela! Esto es un tormento para ella, y está pidiendo ayuda. Ella ya no desea que estas cosas sucedan. Quiere pararlo y por eso está aquí. Quiere detenerse, o mejor dicho quiere detener al monstruo que habita en ella… quiere detener al dragón.
- ¿Entonces? ¿Se la encarcela o no?
- Obviamente una cárcel no será lo mejor para ella. Cierto que no podemos dejarla libre, ella necesita un tratamiento muy largo y minucioso. No creo que pueda ser reinsertada a la sociedad durante mucho tiempo. Talvez años. Ni siquiera sé si será posible algún día. Es un caso muy complejo, pero interesante.
-¿Por fin? – preguntó exasperado el agente – Oiga yo lo hice venir porque obviamente la mujer está chalada, pero no retrase mi trabajo con palabrería elegante. ¿Se la lleva usted o me la llevo yo?
-¡Me la llevo yo! Obviamente… - resopló el médico – Si la dejo con ustedes, créame, podrían no amanecer vivos.
El médico dio media vuelta dejando al agente sin habla e ingresando a la sala donde estaba la chica.
La muchacha levantó la vista apenas, para mirar al alto y apuesto rubio de ojos azules, vestido con su impecable traje.
El hombre le dirigió una mirada amable y le sonrió suavemente; pero ella bajó la mirada de nuevo.
-Te llamas Gezabel ¿verdad? – preguntó suavemente el joven médico mientras ojeaba la carpeta de las declaraciones de la joven – Mi nombre es Albert, y estoy aquí para ayudarte. No debes tener miedo.
-Yo no tengo miedo… - respondió ella – solo quiero que me ayuden a detenerlo.
-Yo voy a ayudarte. – respondió él.
-¿Usted es el que va a sacar al dragón de mi interior?
-Sí, pero voy a necesitar que me ayudes ¿está bien?
-Yo haré lo que usted me diga, pero tiene que quitármelo.
La joven miró los ojos celestes del amable hombre frente a ella; le sonrió suavemente, pero de pronto deseó que en verdad este hombre pudiera ayudarla sin que saliera perjudicado, porque en realidad no estaba muy convencida de ello.
Efectivamente, se fue con él hacia el siquiátrico que él dirigía.
La joven se puso en las manos del galeno quien, con paciencia y amabilidad llevaba a cabo su tratamiento en la joven.
Avanzaban, o al menos eso le parecía a él; se hacían amigos. Nacía en ellos una bonita relación que iba más allá del médico y la paciente.
En los meses que Gezabel estuvo internada, hasta llegaron a tutearse, Se volvieron buenos amigos, y Albert se sentía orgulloso de, según él, ver como la joven avanzaba.
Cuando llegó era una chica apocada y tímida, pero se había vuelto alegre, simpática, de conversación amena y descubría él que era una chica dulce, agradable y sumamente inteligente.
Pero al mismo tiempo, ella era un misterio.
No lograba él vislumbrar en ella visos de la supuesta esquizofrenia que la hacía presa.
Su mente era sumamente lúcida. El siquiatra revisaba sus notas y grabaciones una y otra vez cuando estaba solo, tratando de encontrar dónde se escondía el monstruo que la había obligado a llevar a cabo tantos incendios donde había muerto tanta gente.
Dónde estaba el mal; dónde se escondía la enfermedad de Gezabel… ¿Dónde se ocultaba el dragón?
En todo caso, el tratamiento funcionaba ¡La prueba era ella misma! Que se había vuelto una persona sociable y que no había vuelto a tener ningún episodio esquizoide, si es que alguna vez los hubo.
El dragón, no había vuelto a presentarse.
Donde quiera que estuviera, estaba controlado ¡Él lo tenía controlado! Y era lo único que importaba.
Pero Albert estaba sin saberlo en una equivocación.
Gezabel era simplemente tal como había sido siempre.
Si al inicio ella era tímida, era porque no conocía a la gente ni el lugar donde estaba.
Si antes no conversaba era porque estaba demasiado asustada de los hechos anteriores.
Si antes no se mostraba tal como era, es porque no había entrado en confianza.
El supuesto cambio de carácter no existía, y ciertamente no se debía al tratamiento que Albert se esmeraba a darle.
La chica estaba condenada por ser una pirómana asesina, obviamente desquiciada que necesitaba tratamiento, y lo estaba recibiendo.
Solo en eso se basaba Albert, en las pruebas, que a todas luces la señalaban como una mujer enferma y necesitada de ayuda.
Pero la verdad era que el Dr. Albert Andrew estaba tratando a una muchacha que, mentalmente, era completamente sana.
La ayuda que él le daba no era la que ella necesitaba. Ella lo sabía, sabía que Alberta pesar de lo buen médico que era, lo buenos amigos que habían logrado hacerse y todo lo que él se esmeraba, no le estaba dando la ayuda que ella necesitaba. Y ella lo sabía.
Ella sabía que cualquier día el dragón volvería, sediento ¡Hambriento!
A veces en su habitación, estando profundamente dormida, la despertaba el calor.
El calor sofocante del aliento del dragón cerca de ella, y el sonido de su respiración profunda.
Dormía ahora, a ratos se removía dentro de ella, y ella lo sentía.
Percibía su calor, a veces más caliente que otras, y lo sentía removerse entre sueños, a causa del hambre que cada día crecía más.
Ella solamente se incorporaba en su cama y escrutaba la oscuridad de su habitación, percibiendo las sombras que se elevaban en torno a ella.
Podía adivinar sus garras, sus cuernos, su hocico. Percibía sus alas correosas y poderosas.
Sí, él estaba ahí, con ella todo el tiempo.
Una mañana, luego de casi un año en que Gezabel se encontrara recluída en el siquiátrico, a Albert le parecía que no tenía mucho más que hacer. Si fuera por él la dejaba irse a casa ya mismo, pero la policía le pedía que la mantuviera bajo observaciones un poco más.
Ciertamente les encontraba razón, en especial luego de que, mientras más revisaba las notas y las grabaciones, más se convencía de que ella no estaba enferma; y sin embargo, se declaraba causante de alguna manera de todos los incendios.
Lo único que lo mantenía seguro de que algo no estaba bien con ella, era que seguía hablando del dragón como un ser real; asegurando que vive dentro de ella, que duerme por ahora pero que en algún momento despertará nuevamente. Al parecer había sido así toda su vida.
Para salir del misterio de una vez por todas, el Dr. Andrew pidió a un colega suyo que le colaborara.
Albert no era precisamente muy dado al recurso de la hipnosis, pero, habiéndolo intentado todo, era lo último que le quedaba por intentar.
Presentó a su paciente con el colega, le explicó qué era lo que iban a hacer y por un momento ella no se sintió segura; como si algo le dijera que no era eso lo que debía hacerse.
Pero se dejó convencer por su amigo Albert. Había estado en sus manos durante tanto tiempo, él nunca había permitido que nada la dañara de ninguna manera y ahora le prometía que sería igual.
Aceptó.
Ella se recostó en el diván, se quitó los zapatos; se colocó en una posición cómoda lo más relajada posible y miró los ojos celestes de Albert que le sonrieron infundiéndole confianza, antes de cerrar los ojos.
Escuchaba atentamente las palabras del colega de Albert.
Que si se encontraba dentro de un teatro vacío; que si frente a ella una pantalla blanca, y el resto del ritual continuó como ya es conocido.
“Comenzaré una cuenta regresiva y cuando llegue a uno estarás completamente dormida y solamente escucharás mi voz” dijo el hombre, y comenzó a contar “10…9…8” mientras Gezabel sentía que, la butaca del teatro donde se encontraba sentada se hundía poco a poco en el piso, mientras ella se hundía en el sopor.
“7… 6…5…” su butaca descendía suavemente como si fuera un ascensor que la llevaba casi imperceptiblemente hacia abajo.
“4…3…2…” la butaca entra en una especie de sótano absolutamente oscuro. Gezabel se aferra con fuerza a los reposabrazos de la butaca, porque al no ver nada teme caerse.
“…1” la butaca halla suelo firme. Sí, ella mismo puede sentir el suelo firme bajos sus propios pies los cuales afianza en el piso para saber que es real.
No escucha más la voz del colega de Albert, y abriendo mucho los ojos trata de mirar a todos lados pero no logra ver absolutamente nada.
-¿Albert? – llama primero suavemente, y luego con más fuerza; pero solo le responde el eco de su voz.
Se levanta de la butaca, y extiende los brazos tanteando en aire frente a ella en medio de la oscuridad.
Sus pies, en vez de dar pasos, se arrastran sobre el suelo, para no tropezar con nada, pero parece que esa habitación o lo que sea está completamente vacía.
-¡Albert! – vuelve a llamar ella - ¡Albert! – pero no obtiene respuesta.
El sitio está vacío no cabe duda, pero ella continúa avanzando con los brazos extendidos traando de hallar una pared la cual poder seguir hasta hallar una salida.
Pero la habitación donde estaña parecía ser en verdad gigantesca.
En aquella oscuridad absoluta no tenía sentido de orientación, no sabía si iba para detrás o para adelante, comenzaba a desesperarse, el corazón lo sentía desbocado, cuando de pronto sintió un ruido leve y se quedó muy quita agudizando el oído.
Parecía haber sido como un metal arrastrado en el suelo; luego se escuchó por segunda vez más claro.
Era como si alguien arrastrara algo por el suelo.
-¿¡Hola!? – llamó - ¡Hola! ¿Me escuchan? ¿Podrían encender una luz por favor? ¿Podría alguien abrir una puerta? ¡Hola!
Gezabel se encaminó más segura y más rápidamente hacia donde había escuchado el ruido ya sin tener cuidado de tropezar con algo, cuando de pronto justamente eso sucedió.
La joven dio un traspié con algo que sobresalía del suelo, cayendo completamente de bruces sobre el piso frío.
Sintiendo el dolor en su cuerpo, colocó las palmas de sus manos sobre el suelo y se incorporó lentamente quedando sobe sus manos y rodillas. ¿Con qué demonios se había tropezado?
Gateando, paseó las manos por el suelo hasta que dio con lo que aparentemente había sido la causa de su caída.
Era algo largo, frío y delgado, como una vara de hierro larga que se clavaba al suelo.
Siguió tanteándola y se topó con que la barra sostenía a su vez una especie de argolla.
Al tomarla entre sus manos la sintió tan gruesa y pesada que no pudo levantarla del suelo.
Siguió el contorno de la argolla, que era muy grande, y se topó con otra argolla que la cruzaba, y a esta la cruzaba otra, y a aquella otra más y así sucesivamente.
De pronto cayó en cuenta que lo que estaba tocando eran los eslabones de una cadena, tan gruesa y tan pesada que ella no podía levantarla del suelo aunque usara toda la fuerza de sus pequeñas manos.
De pronto escuchó aquel ruido de nuevo, como un metal que se arrastra, pero esta vez ahí frente a ella.
Llevó sus manos hacia los eslabones de la gran cadena y la sintió moverse una vez más entre sus manos.
Algo la jalaba.
Gezabel se quedó de una sola pieza.
A juzgar por su tacto, la cadena era enorme, y pesadísima. No podía levantarla del suelo ¿Qué podía ser tan fuerte como para poder tirar de ella…?
La joven comenzó a temblar toda… No, no puede ser.
Retiró sus manos lentamente y cayó sentada en el suelo. Casi no podía moverse del pánico que sintió de pronto y comenzó a arrastrarse como un gusano hacia atrás ayudada con sus manos.
De pronto sintió el sonido de nuevo un poco más largo.
Un vaho de aire caliente la envolvió un instante y de pronto, frente a ella, dos hendijas verdes se abrieron hasta volverse un par de enormes ojos de un brillante verde jaspeado con toques amarillos, que tenían en medio una raya oscura.
Ella cayó de bruces sobre su propio pecho, gimiendo y chillando, clamando el nombre de Albert a los gritos, mientras se arrastraba precariamente sobre sus codos, alejándose de esa terrible mirada que la acechaba.
De pronto el vaho de aire caliente a su alrededor se incrementó violentamente. Ella intentó incorporarse sin conseguirlo.
Quería levantarse, salir corriendo ¡Tenía que salir corriendo! ¡¡Ahora mismo!!
El aire seguía calentándose, la respiración se le hacía cada vez más pesada, de pronto percibió la iluminación a su espalda y el calor sofocante.
Gezabel se tiró al piso cubriéndose la cabeza con los brazos y dejando escapar un alarido aterrador en el mismo momento que la potente llamarada pasó por encima de ella que estaba tirada en el suelo.
El regordete agente de policía que no dejaba de mordisquear un sucio mondadientes, hacía la misma pregunta por enésima vez; una vez más no podía reprimir la risita ni la sorna en la voz al referirse a las declaraciones de la muchacha que tenía sentada frente a él en aquella salita.
Ella; era una jovencita más bien menuda; delgada y pequeña, con una melenita oscura que apenas le rozaba los hombros.
Estaba sentada frente a él ante aquella mesa de metal, encorvada, cabizbaja y con las manos entre las rodillas, en aquella pequeña sala de interrogatorios.
-Sí… ya se lo dije… - murmuró la muchacha con un hilito de voz sin atreverse a levantar la vista.
Ella ya sabía que no le iban a creer, lo supo desde el primer momento pero ¿Qué más podía hacer sino decir la verdad?
-¿Qué piensa doctor Andrew? - Desde el otro lado de la pared de espejo, el agente titular del caso observaba el interrogatorio, junto con el siquiatra que habían hecho venir.
El Dr. Albert Andrew, famoso siquiatra ¡Una eminencia en su profesión! Actual director del más prestigiado hospital siquiátrico de Chicago.
Había presenciado todo el interrogatorio que se había extendido durante horas y había sido a ratos molesto, repetitivo y exasperante; él lo había atendido minuciosamente y con la misma paciencia que la muchacha que estaba siendo interrogada, quien en ningún momento perdió la paciencia ni la compostura.
El médico no contestó, cruzado de brazos se limitó a observar fijamente a la menuda joven que seguía en la misma posición sin moverse.
-¿¡Por qué no dices la verdad, chica!? – exclamó el policía golpeando la mesa metálica con fuerza tratando de hacer salir de sus límites a la muchacha - ¿¡Porqué no dices que fuiste tú la causante de todos esos incendios!? Que fuiste tú quien prendió fuego a todas esas casas. ¡Que fuiste tú quien asesinó a toda esa gente inocente!
-¡No, no! – gimió la chica sacudiendo la cabeza sin levantar la vista - ¡Yo no fui ya se lo dije! ¡Yo no fui!
-¡Entonces si no fuiste tú, al menos sabes quién lo hizo! ¡Anda, di el nombre de tu jefe! ¿O será tu cómplice? ¡Dilo!
-¡Ya se lo dije! – exclamó la muchacha levantando la vista - ¡No fui yo, fue el dragón!
-¡¡Qué dragón ni qué nada, di la verdad!!
-¡Esa es la verdad! – exclamó ella clavando sus pupilas oscuras en las del rechoncho agente – El dragón existe, es un dragón asesino que ama el fuego. Adora ver al fuego alimentarse de todo lo que lo rodea. Y sobre todo, le encantan los alaridos de los estúpidos seres humanos al verse presas de él como si fueran pequeños animalitos indefensos al que una bestia, en todo superior, acecha sin lugar alguno a escapatoria.
-Bueno, entonces ¿dónde está el tal dragón? ¿eh? Di, donde está, dónde podemos ir a atraparlo.
-No necesitan atraparlo, yo lo he traído a ustedes… Por eso estoy aquí, por eso he venido por voluntad propia, trayéndoselos para que ustedes lo maten.
-¿Ah sí? – preguntó el gordo policía - ¿Y dónde está, a ver? ¿Dónde está que no lo veo?
-Está… - balbuceó ella – está, en mi. Está dentro de mí y necesito que lo saquen. Porque si no lo hacen, si no lo sacan, esto jamás parará. Los incendios seguirán sucediendo y serán cada vez peores. Si no lo sacan de dentro de mí, el mundo se volverá un cementerio humeante.
El policía se quedó mirando estupefacto a la chica; con el sucio mondadientes colgándole del labio.
De pronto el hombre volteó a mirar su reflejo en la pared espejada de la sala, y sonrió con sorna meneando ligeramente la cabeza.
-Así que… dentro de ti ¿eh? – ella asintió – eso quiere decir que por medio de ti es que el tal dragón realiza sus “hazañas” ¿no? – ella negó con la cabeza.
-No, ya sé lo que usted está pensando. Que soy una loca con doble personalidad o algo así, que yo comienzo un incendio de proporciones épicas movida bajo el trance de alguna especie de esquizofrenia que habita dentro de mi mente y que me mueve a perpetrarlo. Pero le aseguro que no es así. Es mucho más complejo que eso… Por favor, he venido sola, por mi propia voluntad. He venido a hablar de los incendios, le he dado las características de cada uno de ellos ¡Me estoy entregando! Y si quiere me encarcela pero, por favor ¡Está liberándose y necesito ayuda! Hago lo que quieran pero sáquenlo de mí ¡Sáquenlo de mi! O sino todo esto no va a parar jamás…
La joven agachó una vez más la cabeza hundiéndola entre los hombros, sollozando.
El policía miró hacia el espejo una vez más y se llevó el dedo índice a la sien haciendo el típico gesto para después salir de la habitación dejando sola a la muchacha.
La muchacha está orate no había nada más que hacer.
-¿Dr. Andrew?- dijo el agente de traje al médico junto al cual observaban detrás del espejo.
- Bien, es un claro ejemplo de esquizofrenia. Obviamente ella piensa que dentro de sí habita un monstruo que se libera por sí mismo de vez en vez y lleva a cabo los incendios. Y de cierta manera, es verdad. Lo que habita dentro de su mente es literalmente un monstruo, que cuando toma el control la evade completamente de la realidad obligándola a hacer cosas horribles.
-Entonces efectivamente es culpable. Sí es ella la pirómana.
- No; ella es inocente.
- Pero, acaba de decir…
-Yo sé lo que acabo de decirle y por lo visto no me ha escuchado. No es ella la incendiaria, es su enfermedad.
-Pero, es ella la que realiza los incendios ¿O no? Son sus manos…
- Sí, sí; físicamente ella es quien lo hace todo, pero en esos momentos ella está incapacitada de voluntad. No lo hace porque desea hacerlo, ella no es una asesina que haya placer en lo que hace. Al contrario ¡Sólo mírela! Esto es un tormento para ella, y está pidiendo ayuda. Ella ya no desea que estas cosas sucedan. Quiere pararlo y por eso está aquí. Quiere detenerse, o mejor dicho quiere detener al monstruo que habita en ella… quiere detener al dragón.
- ¿Entonces? ¿Se la encarcela o no?
- Obviamente una cárcel no será lo mejor para ella. Cierto que no podemos dejarla libre, ella necesita un tratamiento muy largo y minucioso. No creo que pueda ser reinsertada a la sociedad durante mucho tiempo. Talvez años. Ni siquiera sé si será posible algún día. Es un caso muy complejo, pero interesante.
-¿Por fin? – preguntó exasperado el agente – Oiga yo lo hice venir porque obviamente la mujer está chalada, pero no retrase mi trabajo con palabrería elegante. ¿Se la lleva usted o me la llevo yo?
-¡Me la llevo yo! Obviamente… - resopló el médico – Si la dejo con ustedes, créame, podrían no amanecer vivos.
El médico dio media vuelta dejando al agente sin habla e ingresando a la sala donde estaba la chica.
La muchacha levantó la vista apenas, para mirar al alto y apuesto rubio de ojos azules, vestido con su impecable traje.
El hombre le dirigió una mirada amable y le sonrió suavemente; pero ella bajó la mirada de nuevo.
-Te llamas Gezabel ¿verdad? – preguntó suavemente el joven médico mientras ojeaba la carpeta de las declaraciones de la joven – Mi nombre es Albert, y estoy aquí para ayudarte. No debes tener miedo.
-Yo no tengo miedo… - respondió ella – solo quiero que me ayuden a detenerlo.
-Yo voy a ayudarte. – respondió él.
-¿Usted es el que va a sacar al dragón de mi interior?
-Sí, pero voy a necesitar que me ayudes ¿está bien?
-Yo haré lo que usted me diga, pero tiene que quitármelo.
La joven miró los ojos celestes del amable hombre frente a ella; le sonrió suavemente, pero de pronto deseó que en verdad este hombre pudiera ayudarla sin que saliera perjudicado, porque en realidad no estaba muy convencida de ello.
Efectivamente, se fue con él hacia el siquiátrico que él dirigía.
La joven se puso en las manos del galeno quien, con paciencia y amabilidad llevaba a cabo su tratamiento en la joven.
Avanzaban, o al menos eso le parecía a él; se hacían amigos. Nacía en ellos una bonita relación que iba más allá del médico y la paciente.
En los meses que Gezabel estuvo internada, hasta llegaron a tutearse, Se volvieron buenos amigos, y Albert se sentía orgulloso de, según él, ver como la joven avanzaba.
Cuando llegó era una chica apocada y tímida, pero se había vuelto alegre, simpática, de conversación amena y descubría él que era una chica dulce, agradable y sumamente inteligente.
Pero al mismo tiempo, ella era un misterio.
No lograba él vislumbrar en ella visos de la supuesta esquizofrenia que la hacía presa.
Su mente era sumamente lúcida. El siquiatra revisaba sus notas y grabaciones una y otra vez cuando estaba solo, tratando de encontrar dónde se escondía el monstruo que la había obligado a llevar a cabo tantos incendios donde había muerto tanta gente.
Dónde estaba el mal; dónde se escondía la enfermedad de Gezabel… ¿Dónde se ocultaba el dragón?
En todo caso, el tratamiento funcionaba ¡La prueba era ella misma! Que se había vuelto una persona sociable y que no había vuelto a tener ningún episodio esquizoide, si es que alguna vez los hubo.
El dragón, no había vuelto a presentarse.
Donde quiera que estuviera, estaba controlado ¡Él lo tenía controlado! Y era lo único que importaba.
Pero Albert estaba sin saberlo en una equivocación.
Gezabel era simplemente tal como había sido siempre.
Si al inicio ella era tímida, era porque no conocía a la gente ni el lugar donde estaba.
Si antes no conversaba era porque estaba demasiado asustada de los hechos anteriores.
Si antes no se mostraba tal como era, es porque no había entrado en confianza.
El supuesto cambio de carácter no existía, y ciertamente no se debía al tratamiento que Albert se esmeraba a darle.
La chica estaba condenada por ser una pirómana asesina, obviamente desquiciada que necesitaba tratamiento, y lo estaba recibiendo.
Solo en eso se basaba Albert, en las pruebas, que a todas luces la señalaban como una mujer enferma y necesitada de ayuda.
Pero la verdad era que el Dr. Albert Andrew estaba tratando a una muchacha que, mentalmente, era completamente sana.
La ayuda que él le daba no era la que ella necesitaba. Ella lo sabía, sabía que Alberta pesar de lo buen médico que era, lo buenos amigos que habían logrado hacerse y todo lo que él se esmeraba, no le estaba dando la ayuda que ella necesitaba. Y ella lo sabía.
Ella sabía que cualquier día el dragón volvería, sediento ¡Hambriento!
A veces en su habitación, estando profundamente dormida, la despertaba el calor.
El calor sofocante del aliento del dragón cerca de ella, y el sonido de su respiración profunda.
Dormía ahora, a ratos se removía dentro de ella, y ella lo sentía.
Percibía su calor, a veces más caliente que otras, y lo sentía removerse entre sueños, a causa del hambre que cada día crecía más.
Ella solamente se incorporaba en su cama y escrutaba la oscuridad de su habitación, percibiendo las sombras que se elevaban en torno a ella.
Podía adivinar sus garras, sus cuernos, su hocico. Percibía sus alas correosas y poderosas.
Sí, él estaba ahí, con ella todo el tiempo.
Una mañana, luego de casi un año en que Gezabel se encontrara recluída en el siquiátrico, a Albert le parecía que no tenía mucho más que hacer. Si fuera por él la dejaba irse a casa ya mismo, pero la policía le pedía que la mantuviera bajo observaciones un poco más.
Ciertamente les encontraba razón, en especial luego de que, mientras más revisaba las notas y las grabaciones, más se convencía de que ella no estaba enferma; y sin embargo, se declaraba causante de alguna manera de todos los incendios.
Lo único que lo mantenía seguro de que algo no estaba bien con ella, era que seguía hablando del dragón como un ser real; asegurando que vive dentro de ella, que duerme por ahora pero que en algún momento despertará nuevamente. Al parecer había sido así toda su vida.
Para salir del misterio de una vez por todas, el Dr. Andrew pidió a un colega suyo que le colaborara.
Albert no era precisamente muy dado al recurso de la hipnosis, pero, habiéndolo intentado todo, era lo último que le quedaba por intentar.
Presentó a su paciente con el colega, le explicó qué era lo que iban a hacer y por un momento ella no se sintió segura; como si algo le dijera que no era eso lo que debía hacerse.
Pero se dejó convencer por su amigo Albert. Había estado en sus manos durante tanto tiempo, él nunca había permitido que nada la dañara de ninguna manera y ahora le prometía que sería igual.
Aceptó.
Ella se recostó en el diván, se quitó los zapatos; se colocó en una posición cómoda lo más relajada posible y miró los ojos celestes de Albert que le sonrieron infundiéndole confianza, antes de cerrar los ojos.
Escuchaba atentamente las palabras del colega de Albert.
Que si se encontraba dentro de un teatro vacío; que si frente a ella una pantalla blanca, y el resto del ritual continuó como ya es conocido.
“Comenzaré una cuenta regresiva y cuando llegue a uno estarás completamente dormida y solamente escucharás mi voz” dijo el hombre, y comenzó a contar “10…9…8” mientras Gezabel sentía que, la butaca del teatro donde se encontraba sentada se hundía poco a poco en el piso, mientras ella se hundía en el sopor.
“7… 6…5…” su butaca descendía suavemente como si fuera un ascensor que la llevaba casi imperceptiblemente hacia abajo.
“4…3…2…” la butaca entra en una especie de sótano absolutamente oscuro. Gezabel se aferra con fuerza a los reposabrazos de la butaca, porque al no ver nada teme caerse.
“…1” la butaca halla suelo firme. Sí, ella mismo puede sentir el suelo firme bajos sus propios pies los cuales afianza en el piso para saber que es real.
No escucha más la voz del colega de Albert, y abriendo mucho los ojos trata de mirar a todos lados pero no logra ver absolutamente nada.
-¿Albert? – llama primero suavemente, y luego con más fuerza; pero solo le responde el eco de su voz.
Se levanta de la butaca, y extiende los brazos tanteando en aire frente a ella en medio de la oscuridad.
Sus pies, en vez de dar pasos, se arrastran sobre el suelo, para no tropezar con nada, pero parece que esa habitación o lo que sea está completamente vacía.
-¡Albert! – vuelve a llamar ella - ¡Albert! – pero no obtiene respuesta.
El sitio está vacío no cabe duda, pero ella continúa avanzando con los brazos extendidos traando de hallar una pared la cual poder seguir hasta hallar una salida.
Pero la habitación donde estaña parecía ser en verdad gigantesca.
En aquella oscuridad absoluta no tenía sentido de orientación, no sabía si iba para detrás o para adelante, comenzaba a desesperarse, el corazón lo sentía desbocado, cuando de pronto sintió un ruido leve y se quedó muy quita agudizando el oído.
Parecía haber sido como un metal arrastrado en el suelo; luego se escuchó por segunda vez más claro.
Era como si alguien arrastrara algo por el suelo.
-¿¡Hola!? – llamó - ¡Hola! ¿Me escuchan? ¿Podrían encender una luz por favor? ¿Podría alguien abrir una puerta? ¡Hola!
Gezabel se encaminó más segura y más rápidamente hacia donde había escuchado el ruido ya sin tener cuidado de tropezar con algo, cuando de pronto justamente eso sucedió.
La joven dio un traspié con algo que sobresalía del suelo, cayendo completamente de bruces sobre el piso frío.
Sintiendo el dolor en su cuerpo, colocó las palmas de sus manos sobre el suelo y se incorporó lentamente quedando sobe sus manos y rodillas. ¿Con qué demonios se había tropezado?
Gateando, paseó las manos por el suelo hasta que dio con lo que aparentemente había sido la causa de su caída.
Era algo largo, frío y delgado, como una vara de hierro larga que se clavaba al suelo.
Siguió tanteándola y se topó con que la barra sostenía a su vez una especie de argolla.
Al tomarla entre sus manos la sintió tan gruesa y pesada que no pudo levantarla del suelo.
Siguió el contorno de la argolla, que era muy grande, y se topó con otra argolla que la cruzaba, y a esta la cruzaba otra, y a aquella otra más y así sucesivamente.
De pronto cayó en cuenta que lo que estaba tocando eran los eslabones de una cadena, tan gruesa y tan pesada que ella no podía levantarla del suelo aunque usara toda la fuerza de sus pequeñas manos.
De pronto escuchó aquel ruido de nuevo, como un metal que se arrastra, pero esta vez ahí frente a ella.
Llevó sus manos hacia los eslabones de la gran cadena y la sintió moverse una vez más entre sus manos.
Algo la jalaba.
Gezabel se quedó de una sola pieza.
A juzgar por su tacto, la cadena era enorme, y pesadísima. No podía levantarla del suelo ¿Qué podía ser tan fuerte como para poder tirar de ella…?
La joven comenzó a temblar toda… No, no puede ser.
Retiró sus manos lentamente y cayó sentada en el suelo. Casi no podía moverse del pánico que sintió de pronto y comenzó a arrastrarse como un gusano hacia atrás ayudada con sus manos.
De pronto sintió el sonido de nuevo un poco más largo.
Un vaho de aire caliente la envolvió un instante y de pronto, frente a ella, dos hendijas verdes se abrieron hasta volverse un par de enormes ojos de un brillante verde jaspeado con toques amarillos, que tenían en medio una raya oscura.
Ella cayó de bruces sobre su propio pecho, gimiendo y chillando, clamando el nombre de Albert a los gritos, mientras se arrastraba precariamente sobre sus codos, alejándose de esa terrible mirada que la acechaba.
De pronto el vaho de aire caliente a su alrededor se incrementó violentamente. Ella intentó incorporarse sin conseguirlo.
Quería levantarse, salir corriendo ¡Tenía que salir corriendo! ¡¡Ahora mismo!!
El aire seguía calentándose, la respiración se le hacía cada vez más pesada, de pronto percibió la iluminación a su espalda y el calor sofocante.
Gezabel se tiró al piso cubriéndose la cabeza con los brazos y dejando escapar un alarido aterrador en el mismo momento que la potente llamarada pasó por encima de ella que estaba tirada en el suelo.
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SEGUNDA PARTE AQUI