Polvo de estrellas.
Invariablemente, al través de la mirilla de su telescopio o a simple vista, el mocito gustaba de pasar horas contemplando el manto negro salpicado de cintiliantes lucecitas, esto por las noches.
En el día, se le podía observar sumergido en las páginas de robusto y añejos volúmenes científicos y tomando de vez, en vez notas.
A pesar que, por herencia genética poseía un físico atlético y bien, podría desempeñar cualquier actividad física que su incipiente miopía le permitiera, él prefería dedica la mayor parte de su tiempo libre, leyendo su tomos científicos.
Otro de sus pasatiempos favoritos era aplicar en su pequeño, pero bien equipado laboratorio, sus conocimientos recién adquiridos con la constante de que siempre resultaban fallidos.
Por su natural temperamento, donde predominaba su generosidad, el chico estaba decidido a encontrar la piedra “filosofal de la felicidad”, habrá de suponer, usted querido lector, que con tanto experimento fallido, el chico lleno de frustración hubiera abandonado ese imposible proyecto. Sin embargo, dueño de una extraordinaria tenacidad, no cejaba en su intento de alcanzar su objetivo, pese a los constantes fracasos que le redituaban sus locos inventos.
El joven aprendiz de genio, era poseedor de un espíritu tan transparente que no podía ocultar secretos, no hasta ese día en que la conoció a ella, su hermosa estrella fugaz. Ignoraba su origen, su nombre, la única certeza que tenía era que era hermosa. Fue un encuentro tan breve, como de quien observa una estrella fugaz cruzar el firmamento el tiempo suficiente como para pedir un deseo.
¡Sí, ella era su secreto!, el más íntimo que ni siquiera lo había compartido con su cómplice y confidente de correrías, su hermano. No, esta vez, no le resultaba tan fácil confiarle a Archie que se había enamorado de una desconocida rubiecita.
Uno de esos días, en que se encontraba sumergido en sus libros, encontró algo que llamo poderosamente su atención: Los cuerpos celestes, denominados estrellas están compuestos de gases, pero también de elementos pesados como el “carbono”…
El joven interrumpió de súbito su lectura y salió como “alma que lleva el diablo” y gritando alborozado -¡Albricias, albricias, somos polvo de estrellas!- Besaba y abrazaba efusivamente a quien encontraba a su paso. Quienes, asustados pensaron que al fin, el joven había perdido la razón de tanto leer.
No podían entender, que la felicidad del jovencito trigueño radicaba en que, los seres humanos y los cuerpos celestes compartimos un elemento el carbono.
-¡Stear, eres un ser estelar como tu pequeña fugaz!-El chiquillo, trataba de convencerse así mismo de tal certeza. Y convencido de eso, se pidió así mismo un deseo. -¡Quiero volver a verla a ella, mi dulce rubia ojos de esmeralda! y enseguida de su pecho expulso el más profundo suspiro, que seguramente, viajo más allá de las estrellas.