Hola, buenas horas, os traigo la continuación de "Amor Perdido". En esta ocasión, la canción de fondo que nos acompaña se titula, Return interpretado por Lee Seung Gi.
Espero lo disfrutéis y me envíen sus comentarios, críticas y tomatazos sobre ello. Muchísimas gracias a cada una por leerme.
AMOR PERDIDO
Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a la novelista Kyoko Mizuki, la mangaka Yumiko Igarashi y/o Toei Animación.
Esta historia es de mi autoría, producto de mi imaginación. El uso de los personajes y sus nombres pueden contener variaciones en sus caracteres y/o similitudes. Así como también partes del manga han sido tomadas para fines de la historia que ha sido escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
Esta historia es de mi autoría, producto de mi imaginación. El uso de los personajes y sus nombres pueden contener variaciones en sus caracteres y/o similitudes. Así como también partes del manga han sido tomadas para fines de la historia que ha sido escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente"— Khalil Gibran
Previamente: Amor Perdido Cap. 3.
Capítulo IV: " Reflexiones"«Tú, que te vales de tu apellido para conseguir favores y no sabes lo que es obtener algo por el fruto de tu trabajo… Tú y yo, somos diferentes. A mí no me importa el dinero Neal.»… « A mí no me importa el dinero Neal.»… « A mí no me importa el dinero Neal.»…
Llevaba horas en la cama dando vueltas una y otra vez. La suavidad de las finas sábanas, le fastidiaban, las sentía incómodas y demasiado irritantes. Apenas había pegado el ojo en toda la noche y eso lo tenía un poco cansado.
« ¿Qué es lo que le estaba pasando? ¿Por qué le importaba tanto?»
Había seguido y vivido la vida conforme le habían enseñado. Socializando y mirando a los demás por debajo del hombro, creyendo que él les hacía un favor al contar con su presencia. Y cuando no lograba lo que tanto quería, chantajeaba, pataleaba ante su madre quien siempre le daba todo a su capricho. Pues él era Neil Lagan, integrante de la familia más poderosa de América y todos debían estar a sus pies.
Siempre se había sentido tan cómodo con todo lo que su ausente padre les ofrecía sin pensar en cómo lo hiciese. Es por ello que jamás había visto la necesidad de aplicarse, sentir pasión por algo que le produjera satisfacción o que le hiciese cuestionar su propio estilo de vida.
Dos años habían pasado desde que había regresado de Londres un poco molesto porque la guerra había fastidiado su estancia y oportunidad de socializar con «crème et la crème» (*) de Europa.
«Londres…»
Evocando aquellos días en el Real San Pablo, Neal sintió una punzada de culpabilidad y vergüenza tardía al recordar cómo se había dejado llevar por los celos y envidia de su hermana hacia Candy, volviéndose cómplice de sus fechorías. Y vez tras vez les había demostrado que aunque su linaje no fuese de alcurnia, ella era mucho mejor que ellos.
Al principio él no la entendió. La había considerado una tonta y soñadora empedernida, una inocente y hasta boba chica que creía ciegamente en la bondad de los demás. Llegó a pensar que en el hogar de Ponny las chicas crecían así, ya que lo mismo había pasado con la tímida Annie.
Hasta que esa noche de otoño, pudiendo hacerse de la vista gorda, dejarlo solo y a la suerte con esos rufianes, ella arriesgó su integridad física por él, el idiota que la había humillado una y otra vez.
Esa acción fue un electroshock para su adormecido corazón. Desde ese día comenzó a ver las cosas de diferentes maneras. Despertaron sus sentidos masculinos y apartando de lado, el odio que sentía por ella, pudo notar que la pequeña crisálida había florecido como mariposa. Una hermosa, curvilínea y sexy mujer. Se lamentó haberla tratado tan mal en antaño. Al menos hubiera podido tener su amistad y no su odio.
Comenzó a seguirla desde el hospital hacia su departamento por instinto día a día, necesitaba ver esa cálida sonrisa aunque sea a lo lejos para calmar la ansiedad que le producía su ausencia. Necesitaba ver esa chispa encendida de sus preciosos ojos verdes y esa ira que en vez de amedrentarlo, lo animaba más.
Sin embargo, todo cambió el día que descubrió que ella vivía con un tipo apuesto y lo celoso que ello le ponía. ¡Celos él! ¡De una huérfana! Y por más que desease negarlo, reconoció que lo volvía loco, y hasta hambriento de degustar esos carnosos y suaves labios de la pequeña rubia.
Fue por ello que hubo puesto en práctica día a día, cada una de las tretas que siempre le resultaban con cada una de las chicas con las que solía salir. Ninguna le había funcionado con Candy. Frustrado y enfurruñado, recurrió a lo que solía realizar cuando las cosas no salían favorables para él. ¡Engaño y traición!
«Sí.- se dijo a sí mismo con pesar.- Ella tiene toda la razón en odiarme.»
Y mientras él se desvivía por conseguir la atención de Candy, las amigas de su hermana se derretían por él, enviándole sonrisas tontas y miradas absurdas mientras conversaban sobre cintas, vestidos y los mejores lugares para ir de compras.
« ¡Cómo si él tuviese una pizca de interés por una de ellas!»
Faltaba poco para el amanecer, el silencio de la noche le había ayudado a poner en orden sus pensamientos, así que rindiéndose y sabiendo que no podría dormir más, Neil hizo algo que casi nunca había hecho en su vida a menos que se lo exigiese su educación: leer.
Se dirigió a su mini biblioteca privada y eligió un libro al azar, mirando con sorpresa el libro escogido, Neil lanzó una risa de incredulidad al leer el enunciado del mismo: La Divina Comedia por Dante Alighieri.
¡Él no era un hombre inculto, no señor! No obstante, la ironía del destino si le resultaba graciosa.
Definitivamente, algo estaba pasando en su interior, se sentía como el infierno y no sabía qué hacer para redimirse por las faltas cometidas. Estaba por demás negar que las palabras de la pequeña rubia retumbaban en su mente constantemente.
Con el libro en mano, fue hacia el ventanal de su habitación y contempló absorto como los colores del cielo iban gradualmente cambiando de un intenso oscuro a un límpido celeste. Mientras pasaba el tiempo lento a su alrededor y se frotaba los ojos con la mano, una idea llegó a su mente.
« ¡Lo tenía! ¿Cómo es que no se le había ocurrido antes?- se dijo sonriendo para sí.- Solo debía encontrar la manera de llevar a cabo sus planes. »
Neal decidió que leería en el balcón un momento, pero primero haría que le trajesen el desayuno a la habitación. Con una mueca traviesa, él pensó que después de todo, no sería Neal Lagan si dejase por completo sus costumbres.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
Mientras tanto en Lakewood, un par de zafiros azules cuya intensidad y hermosura se asemejaba a la expansión celeste, había pasado la noche un poco inquieto por los acontecimientos pasados. Salir a cabalgar al amanecer era uno de los placeres que le traían serenidad a su ser así que eso, es lo que exactamente haría.
Después de lo dicho por George días atrás, él no podía quedarse tranquilo, ante la posible amenaza que suponía Neal para Candy.
« ¿Qué es lo que se traía su sobrino entre manos?»
Según el informe de su amigo y mano derecha, Neal se había mostrado atribulado y arrepentido ante Candy, como si lo sintiese de verdad. ¿Cómo sí ella fuese a creerse tal infamia?
No obstante, un pensamiento cruzó por su mente.
«Y si… No, no podía ser… a menos que… Neal estuviese realmente enamorado de su pequeña princesa.»
Las manos relajadas que cogían las riendas de su caballo, se apretaron con fuerza, con la sola idea de que Neal, osara acariciar a Candy.
Ya lo había intentado en el pasado, no dejaría que le hiciese daño alguno en el presente nuevamente.
Aunque por otro lado, lo entendía, él mismo había sido tocado por ese maravilloso ángel rubio quien lo había sacado de la noche más oscura de su vida. Ella era la misma vida, la luz de su alma. Ella tenía el don y la empatía de poder entender a los demás. Era inevitable no reír con su sonrisa, era imposible no sentir el amor y dedicación que le ponía a las cosas. Era irrevocable ser parte de su vida y no caer rendido a sus pies.
Faltaban pocos días para la presentación y él se sentía como un chiquillo de 16 años. No porque temiera mostrarse ante los demás, sino porque no sabía con exactitud cómo reaccionaría ella.
Después de todos esos meses, seguía añorándola como nunca, tanto que dolía. Si no fuese por la invaluable ayuda de George, estaba seguro que habría corrido a sus pies a suplicarle que lo perdonase por dejarla de esa manera y le habría dicho la verdad.
Los negocios andaban de maravilla y estaba mostrando la fuerza necesaria e implacable para ello, pero cuando se trataba de ella, él no podía simplemente pretender que no le hacía falta.
Sucediese lo que sucediese en la fiesta, Albert se prometió que hablaría con Candy, y le confesaría sus verdaderos sentimientos.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
En la ciudad de Chicago, el día había avanzado rápidamente y en los alrededores una fresca brisa acompañaba la ajetreada jornada de la Clínica Feliz que ya estaba llegando a su fin.
-¡Hasta mañana Dr. Martin!
-Hasta luego Candy.- respondía el doctor mientras sacaba de unos de los escaparates un vaso y así servirse un poco su acostumbrado whisky.- Eh… ¿saldrás hoy?
-¡Oh, sí!- respondió animada la joven enfermera.- Me reuniré con Lady Kinkaid.
- Hazlo hija, ya es momento que te distraigas un poco con cosas de mujeres.- dijo con aprobación el sagaz médico.
-Lo sé Dr. Martin. –Respondió Candy con un tono de voz tranquilo.-Sé que debería hacer otras cosas pero… no puedo dejar de pensar en Albert. Y si dejo de buscarlo, siento que pierdo tiempo muy valioso.
La mirada del médico se tornó comprensiva. Sabía del amor que Candy profesaba a Albert, pero jamás se había imagino la profundidad ni la magnitud de sus sentimientos, ahora imposibles de ocultar.
-Piensa que todo está bien con él, Candy.-le animó el doctor.- No te digo que pierdas las esperanzas, pero… si él apareciera en estos momentos, ¿Cómo te gustaría que te encuentre deprimida o feliz?
Candy sonrió de solo imaginar la actitud de su querido rubio ante su parco estado de ánimo.
-Oh, bueno yo… él siempre decía que le gustaba mi sonrisa…
- Entonces… Ahí tienes tu respuesta Candy.-respondió el Dr. Martin con una amable expresión.- No es fácil. Lo sé. Pero si desde antes él ha sabido encontrarte, debes estar segura, que sus caminos, volverán a cruzarse. Como si hubiese hilos invisibles que los unen, y que a través del tiempo se han ido entrelazando más y más haciéndolos más fuertes.
-Puede ser Dr. Martin.-contestó media dubitativa.-No lo había pensado desde esa perspectiva…
-¡Oh, vamos, Candy! No pierdas la fe muchacha. Estoy seguro que un día de éstos, Albert regresará a ti. Puede que haya dejado un familiar atrás, qué sé yo. -replicó el galeno con voz animosa cambiando a un gesto de seriedad al ver que el rostro de Candy tomaba un color pálido- Lo que quiero decir es que, es muy bueno que él haya recuperado la memoria ¿sabes? … A veces… Debemos recordar nuestro pasado para tomar las decisiones del futuro Candy. Así que… ¡vamos señorita enfermera!…. Alegre ese ánimo y proporcione mis saludos a Lady Kinkaid. ¿Sí?
Absorta por las palabras escuchadas, Candy asintió con el rostro y a modo de despedida le guiñó un ojo al risueño médico antes de salir.
« ¡Cuánta razón tiene el doctor Martin! - pensaba Candy.- Albert debe tener un pasado. Yo siempre asumí que era huérfano como yo, sin nadie más en el mundo. Pero y si… él… - sacudiendo la cabeza se dijo a sí misma.- No, no puede ser. Estoy segura que Albert no está casado. Aunque me pregunto ¿porque un chico tan guapo como él no tendría esposa?...»
Lo que más le agradaba a Candy era sentir la brisa fresca en su rostro al caminar. Los canales provenientes del lago Michigan, le daban una vista mágica a la ciudad quien con sus ruidos particulares, daban vida a la metrópoli que cada día crecía más y más con sus diseños vanguardistas y futuristas.
No fue difícil hallar la casa de modas. Grandes letras doradas “Edna & Lucy Couture” en estilo gótico que adornaban la entrada, destacaban a lo largo de la avenida.
El lugar tenía un estilo elegante y victoriano. Grandes lámparas pendían del techo con una iluminación de luz amarilla haciendo contraste con el color “aivory” de las paredes haciéndolo cálido y acogedor a la vista. Los muebles y accesorios de madera labrada color perla, tenían detalles dorados en contraste con la alfombra mullida de color beige. Los espejos se encontraban enmarcados y los divanes eran de un color jade claro haciendo que todo en su conjunto armonizara al lado de la cristalería y utensilios de cerámica blanca.
« ¿Qué es lo que se traía su sobrino entre manos?»
Según el informe de su amigo y mano derecha, Neal se había mostrado atribulado y arrepentido ante Candy, como si lo sintiese de verdad. ¿Cómo sí ella fuese a creerse tal infamia?
No obstante, un pensamiento cruzó por su mente.
«Y si… No, no podía ser… a menos que… Neal estuviese realmente enamorado de su pequeña princesa.»
Las manos relajadas que cogían las riendas de su caballo, se apretaron con fuerza, con la sola idea de que Neal, osara acariciar a Candy.
Ya lo había intentado en el pasado, no dejaría que le hiciese daño alguno en el presente nuevamente.
Aunque por otro lado, lo entendía, él mismo había sido tocado por ese maravilloso ángel rubio quien lo había sacado de la noche más oscura de su vida. Ella era la misma vida, la luz de su alma. Ella tenía el don y la empatía de poder entender a los demás. Era inevitable no reír con su sonrisa, era imposible no sentir el amor y dedicación que le ponía a las cosas. Era irrevocable ser parte de su vida y no caer rendido a sus pies.
Faltaban pocos días para la presentación y él se sentía como un chiquillo de 16 años. No porque temiera mostrarse ante los demás, sino porque no sabía con exactitud cómo reaccionaría ella.
Después de todos esos meses, seguía añorándola como nunca, tanto que dolía. Si no fuese por la invaluable ayuda de George, estaba seguro que habría corrido a sus pies a suplicarle que lo perdonase por dejarla de esa manera y le habría dicho la verdad.
Los negocios andaban de maravilla y estaba mostrando la fuerza necesaria e implacable para ello, pero cuando se trataba de ella, él no podía simplemente pretender que no le hacía falta.
Sucediese lo que sucediese en la fiesta, Albert se prometió que hablaría con Candy, y le confesaría sus verdaderos sentimientos.
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En la ciudad de Chicago, el día había avanzado rápidamente y en los alrededores una fresca brisa acompañaba la ajetreada jornada de la Clínica Feliz que ya estaba llegando a su fin.
-¡Hasta mañana Dr. Martin!
-Hasta luego Candy.- respondía el doctor mientras sacaba de unos de los escaparates un vaso y así servirse un poco su acostumbrado whisky.- Eh… ¿saldrás hoy?
-¡Oh, sí!- respondió animada la joven enfermera.- Me reuniré con Lady Kinkaid.
- Hazlo hija, ya es momento que te distraigas un poco con cosas de mujeres.- dijo con aprobación el sagaz médico.
-Lo sé Dr. Martin. –Respondió Candy con un tono de voz tranquilo.-Sé que debería hacer otras cosas pero… no puedo dejar de pensar en Albert. Y si dejo de buscarlo, siento que pierdo tiempo muy valioso.
La mirada del médico se tornó comprensiva. Sabía del amor que Candy profesaba a Albert, pero jamás se había imagino la profundidad ni la magnitud de sus sentimientos, ahora imposibles de ocultar.
-Piensa que todo está bien con él, Candy.-le animó el doctor.- No te digo que pierdas las esperanzas, pero… si él apareciera en estos momentos, ¿Cómo te gustaría que te encuentre deprimida o feliz?
Candy sonrió de solo imaginar la actitud de su querido rubio ante su parco estado de ánimo.
-Oh, bueno yo… él siempre decía que le gustaba mi sonrisa…
- Entonces… Ahí tienes tu respuesta Candy.-respondió el Dr. Martin con una amable expresión.- No es fácil. Lo sé. Pero si desde antes él ha sabido encontrarte, debes estar segura, que sus caminos, volverán a cruzarse. Como si hubiese hilos invisibles que los unen, y que a través del tiempo se han ido entrelazando más y más haciéndolos más fuertes.
-Puede ser Dr. Martin.-contestó media dubitativa.-No lo había pensado desde esa perspectiva…
-¡Oh, vamos, Candy! No pierdas la fe muchacha. Estoy seguro que un día de éstos, Albert regresará a ti. Puede que haya dejado un familiar atrás, qué sé yo. -replicó el galeno con voz animosa cambiando a un gesto de seriedad al ver que el rostro de Candy tomaba un color pálido- Lo que quiero decir es que, es muy bueno que él haya recuperado la memoria ¿sabes? … A veces… Debemos recordar nuestro pasado para tomar las decisiones del futuro Candy. Así que… ¡vamos señorita enfermera!…. Alegre ese ánimo y proporcione mis saludos a Lady Kinkaid. ¿Sí?
Absorta por las palabras escuchadas, Candy asintió con el rostro y a modo de despedida le guiñó un ojo al risueño médico antes de salir.
« ¡Cuánta razón tiene el doctor Martin! - pensaba Candy.- Albert debe tener un pasado. Yo siempre asumí que era huérfano como yo, sin nadie más en el mundo. Pero y si… él… - sacudiendo la cabeza se dijo a sí misma.- No, no puede ser. Estoy segura que Albert no está casado. Aunque me pregunto ¿porque un chico tan guapo como él no tendría esposa?...»
Lo que más le agradaba a Candy era sentir la brisa fresca en su rostro al caminar. Los canales provenientes del lago Michigan, le daban una vista mágica a la ciudad quien con sus ruidos particulares, daban vida a la metrópoli que cada día crecía más y más con sus diseños vanguardistas y futuristas.
No fue difícil hallar la casa de modas. Grandes letras doradas “Edna & Lucy Couture” en estilo gótico que adornaban la entrada, destacaban a lo largo de la avenida.
El lugar tenía un estilo elegante y victoriano. Grandes lámparas pendían del techo con una iluminación de luz amarilla haciendo contraste con el color “aivory” de las paredes haciéndolo cálido y acogedor a la vista. Los muebles y accesorios de madera labrada color perla, tenían detalles dorados en contraste con la alfombra mullida de color beige. Los espejos se encontraban enmarcados y los divanes eran de un color jade claro haciendo que todo en su conjunto armonizara al lado de la cristalería y utensilios de cerámica blanca.
En el interior del local, Lucy y Edna acaloradas se desvivían por atender los constantes caprichos y cambios de humor de un cliente déspota.
- ¿A esto le llamáis última moda? ¡Pero si no se parece en nada a la seda egipcia que me regaló mi madre! ¡Sois unas incompetentes! ¡He pedido un vestido color rosa, no de color palo rosa!… ¿es que acaso no sabéis diferenciar los tonos a emplear?
Los gritos iban en aumento y una sorprendida Candy, pensó que se encontraba en el lugar equivocado. Una señorita rubia guapa y refinada, llevando el cabello acomodado en un arreglado moño, con el rostro rojo de la cólera, se iba en reclamaciones a las dos damas que la estaban atendiendo.
Al sonar la campanilla de atención, la discusión acalorada cesó para dar pase a un silencio de asombro y creciente gesto despectivo de parte de la caprichosa joven que al evaluar a la joven enfermera de arriba abajo, se dio por satisfecha al hacerle notar que no estaba vestida para un lugar así.
- Srta. Devons…le aseguro que su pedido estará listo para el miércoles.- intervino Madame Lucy Gabrielle’s.
Tornando su mirada hacia Madame Lucy, Juliane Devons, irguió los hombros y con el rostro estirado, contestó:
-¡Más le vale que sea así! Sino pagarán muy caro por su incompetencia.
Candy no había sido notada por Lady Kinkaid, quien azorada, se hallaba tratando de encontrar una solución al inconveniente presentado.
Sin embargo, siguiendo la mirada de molestia de su cliente, se dio cuenta de la presencia de la rubia.
-Candy, cielo. ¡Viniste!- se apresuró la dama a atenderla.- Oh, perdona que no te haya visto antes. Ven por favor siéntate, mientras hago que te preparen una taza de té.
-No es necesario lady Kinkaid.- le tranquilizó Candy. -Veo que está ocupada. Creo que será mejor que regrese en otra ocasión.
Sin disimular su incredulidad, la joven Devons, torció el gesto en clara señal de fastidio, no permitiría que una joven de clase baja, le robara su momento de atención.
-Por supuesto que está ocupada.- espetó molesta Devons.- Soy su cliente más importante después de la señora Ardlay. –agitando una mano con impaciencia, continuó su diatriba.-Así que vete chiquilla estás importunando mi valioso espacio.
-Candy, es mi invitada señorita Devons.- Indicó Lady Kinkaid mirándola con severidad.- Y dado que soy la dueña del lugar, decido quien ingresa y quién no.
-Entonces será mejor que me retire.- refutó amenazante Devons.- No me puedo permitir compartir el mismo espacio con semejante desastre de...
Ese fue el colmo de la paciencia para Candy quien no se quedó callada.
-No necesito de lujosos vestidos para comportarme como una verdadera dama.-intervino molesta Candy.
Sin poder creer que semejante esperpento hubiese hablado, Devon puso una mano en su pecho y emitió un grito ahogado antes de proseguir, furiosa.
- ¿Qué has dicho? ¿Cómo te atreves a dirigirme la palabra? ¡Tú eres nada en la escala social, mocosa repugnante!
Madame Lucy, estaba harta de tremendo despliegue dramático de parte de Juliana Devons, así que mirando seriamente a lady Kinkaid, le dijo con acritud señalando con su dedo índice a la señorita.
-¡La sacas tú o lo hago yo Edna!
-¿Se refiere a mí, madame Lucy?- intervino asombrada Juliana.- Cree que una dama como usted tiene el poder de desalojar a alguien como ¿yo?
-¡Basta!- terció Lady Kinkaid con determinación.-Por muy rica que seas Juliane, muestra modales. Madame Lucy no ha hecho nada más que decir la verdad. Así que si no hay otra cosa que pueda hacer por ti…. Voy a avanzar con tu pedido para que esté a tiempo.
Viendo que nada iba a conseguir si seguía tratando con esa chusma, Juliana Devons, Duquesa del Alba, se limitó a dar indicaciones a su dama de compañía antes de proseguir con indignación.
- Ya ni sé porque me sorprende…. Podrá venir de sangre real lady Kinkaid, pero recuerde que aquí solo es una modista que trabaja para mi.- Visualizando el reloj que marcaba las diecisiete menos quince, Juliana supo que no podía seguir ni un minuto más en ese lugar.- …Bueno, ya se acerca la hora del té y la Sra. Ducaine me está esperando… Solo por eso me retiro, a mí nadie me puede sacar de donde yo no quiero.
- ¿A esto le llamáis última moda? ¡Pero si no se parece en nada a la seda egipcia que me regaló mi madre! ¡Sois unas incompetentes! ¡He pedido un vestido color rosa, no de color palo rosa!… ¿es que acaso no sabéis diferenciar los tonos a emplear?
Los gritos iban en aumento y una sorprendida Candy, pensó que se encontraba en el lugar equivocado. Una señorita rubia guapa y refinada, llevando el cabello acomodado en un arreglado moño, con el rostro rojo de la cólera, se iba en reclamaciones a las dos damas que la estaban atendiendo.
Al sonar la campanilla de atención, la discusión acalorada cesó para dar pase a un silencio de asombro y creciente gesto despectivo de parte de la caprichosa joven que al evaluar a la joven enfermera de arriba abajo, se dio por satisfecha al hacerle notar que no estaba vestida para un lugar así.
- Srta. Devons…le aseguro que su pedido estará listo para el miércoles.- intervino Madame Lucy Gabrielle’s.
Tornando su mirada hacia Madame Lucy, Juliane Devons, irguió los hombros y con el rostro estirado, contestó:
-¡Más le vale que sea así! Sino pagarán muy caro por su incompetencia.
Candy no había sido notada por Lady Kinkaid, quien azorada, se hallaba tratando de encontrar una solución al inconveniente presentado.
Sin embargo, siguiendo la mirada de molestia de su cliente, se dio cuenta de la presencia de la rubia.
-Candy, cielo. ¡Viniste!- se apresuró la dama a atenderla.- Oh, perdona que no te haya visto antes. Ven por favor siéntate, mientras hago que te preparen una taza de té.
-No es necesario lady Kinkaid.- le tranquilizó Candy. -Veo que está ocupada. Creo que será mejor que regrese en otra ocasión.
Sin disimular su incredulidad, la joven Devons, torció el gesto en clara señal de fastidio, no permitiría que una joven de clase baja, le robara su momento de atención.
-Por supuesto que está ocupada.- espetó molesta Devons.- Soy su cliente más importante después de la señora Ardlay. –agitando una mano con impaciencia, continuó su diatriba.-Así que vete chiquilla estás importunando mi valioso espacio.
-Candy, es mi invitada señorita Devons.- Indicó Lady Kinkaid mirándola con severidad.- Y dado que soy la dueña del lugar, decido quien ingresa y quién no.
-Entonces será mejor que me retire.- refutó amenazante Devons.- No me puedo permitir compartir el mismo espacio con semejante desastre de...
Ese fue el colmo de la paciencia para Candy quien no se quedó callada.
-No necesito de lujosos vestidos para comportarme como una verdadera dama.-intervino molesta Candy.
Sin poder creer que semejante esperpento hubiese hablado, Devon puso una mano en su pecho y emitió un grito ahogado antes de proseguir, furiosa.
- ¿Qué has dicho? ¿Cómo te atreves a dirigirme la palabra? ¡Tú eres nada en la escala social, mocosa repugnante!
Madame Lucy, estaba harta de tremendo despliegue dramático de parte de Juliana Devons, así que mirando seriamente a lady Kinkaid, le dijo con acritud señalando con su dedo índice a la señorita.
-¡La sacas tú o lo hago yo Edna!
-¿Se refiere a mí, madame Lucy?- intervino asombrada Juliana.- Cree que una dama como usted tiene el poder de desalojar a alguien como ¿yo?
-¡Basta!- terció Lady Kinkaid con determinación.-Por muy rica que seas Juliane, muestra modales. Madame Lucy no ha hecho nada más que decir la verdad. Así que si no hay otra cosa que pueda hacer por ti…. Voy a avanzar con tu pedido para que esté a tiempo.
Viendo que nada iba a conseguir si seguía tratando con esa chusma, Juliana Devons, Duquesa del Alba, se limitó a dar indicaciones a su dama de compañía antes de proseguir con indignación.
- Ya ni sé porque me sorprende…. Podrá venir de sangre real lady Kinkaid, pero recuerde que aquí solo es una modista que trabaja para mi.- Visualizando el reloj que marcaba las diecisiete menos quince, Juliana supo que no podía seguir ni un minuto más en ese lugar.- …Bueno, ya se acerca la hora del té y la Sra. Ducaine me está esperando… Solo por eso me retiro, a mí nadie me puede sacar de donde yo no quiero.
Juliana, comenzó su andar hacia la puerta, cuando vio ingresar a dos damas bien vestidas y ella pensó que sería bueno añadir su cuota de buen comportamiento. Con fingida preocupación, ensombreció su rostro y habló con claridad.
-¿Lady Kinkaid?
- Si, "su excelencia".-contestó la aludida.
- Debería tener más cuidado con las personas que ingresan a este lugar, digo, es solo mi humilde opinión, pero personas como nosotras, no alternamos con la clase inferior. Quien sabe que malas costumbres pueden traer. No es bueno para la reputación de su negocio. ¿No cree?
Las dos damas recién llegadas, miraron con recelo a Lady Kinkaid y detuvieron su mirada en la sencillez de la joven chica vestida de enfermera a su costado, por lo cual hicieron como que iban a mirar los vestidos desde afuera y salieron del lugar a prisa.
-Yo decidiré que es bueno o no para mi negocio muchas gracias señorita Devon - rebatió cortante lady Kinkaid.- Ahora si me hace el favor, necesito el espacio que está ocupando.
Dándose por satisfecha, con el abanico en una mano, y con la otra cogiendo el vuelo de su falda, con toda la elegancia que la caracterizaba Juliana Devons subió al carruaje que la llevaría a su destino.
*-*-*-*-*-*-*-*
Mientras tanto, no muy lejos de ahí, la ciudad se encontraba con un poco de agitación política esos días, muy aparte de la mentada guerra, un grupo femenino apoyado por caballeros culminaban el día con férreas protestas levantando pancartas en contra del gobierno liderado por el presidente Woodrow Wilson. (1)
Carteles grandes con los títulos « ¡Wilson está en contra de las mujeres!» «¡No voten contra Wilson, él está en contra del sufragio femenino!» se hacían notar repetidamente mientras vitoreaban con rigor y convicción.
Una joven pelirroja miraba con curiosidad a todo el gentío que se movía a los costados de su carruaje mientras marchaban. Ella no había tenido ninguna convicción política en su vida, sin embargo la idea de poder tener un poco más de libertad le resultaba atractiva.
Y a todo esto, hablando de libertad, se preguntaba preocupada que ¡rayos! le pasaba a su hermano. Él que siempre la acompañaba a sus salidas con sus amigas, extrañamente ese día se había negado y dicho que se quedaría en casa.
Frunciendo el ceño, se dijo a sí misma que no pararía hasta averiguar qué es lo que realmente estaba sucediendo.
Al llegar a la mansión, descendió del carruaje y pasó rápidamente hacia el lado de las escaleras, cuando la imagen de madame Elroy apareció frente a ella.
-¡Tía abuela, que gusto verla!- espetó agitada la pelirroja.
-Hola Elisa. ¿Qué modales son esos de ir corriendo por la casa?- espetó severa la anciana.
-Eh… bueno… ¡ay, pero no se moleste tía! Solo iba a ver a mi hermano. . -Le dijo mientras le contestaba zalameramente.- ¿Acaba de llegar?
- Sí, así es. He venido a hablar con tu madre para refinar detalles de la fiesta de presentación del Patriarca Ardlay.
Con los ojos incrédulos Elisa no puedo evitar comentar.
-¿Pero es que el viejo no se estaba muriendo?
-¡Elisa!- levantó la voz Elroy.- Te exijo que te refieras al tío abuelo, con respeto.
-Por supuesto, tía abuela. Como usted ordene.-dijo sumisamente para luego hablar rápidamente.- Pero no me puede soltar una noticia como aquella y esperar que no diga algo así. Después de todo hemos estado preocupados por la salud del tío abuelo.
Elroy Ardlay miró con desconfianza a su nieta política y enarcó una ceja a la vez que le decía.
-Espero que sea así Elisa. Ahora voy con tu madre. ¿Nos acompañas?
-Oh, bueno yo…. Os daré el alcance, primero deseo colocarme unas zapatillas más cómodas.
Elroy, no dijo nada más. Solo miró de reojo a Elisa y se dirigió con la espalda recta hacia el salón del té, donde con seguridad Sara Lagan la estaba esperando.
Elisa esperó que la imagen de su tía desapareciera por la puerta y se echó a la carrera por las escaleras hasta la habitación de su hermano.
Ingresando sin tocar a la habitación y lo que vio en el interior la dejó absorta: ¿su hermano estaba leyendo?
La lámpara de su velador se encontraba encendida y Neal Lagan se encontraba recostado sobre cojines con los pies cruzados y muy concentrado leyendo su libro cuando la alarmada voz de su hermana lo sobresaltó.
-¡Neal! ¡Neal!
-¿Que pasa Elisa?- le preguntó molesto.- Sabes que no me gusta ser interrumpido. Que te ha costado tocar la puerta y no entrar como un torbellino.
-Pero Neal…-le respondió Elisa, haciendo caso omiso al reclamo de su hermano.- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás bien hermanito?
-¡Pero claro que estoy bien Elisa! ¿Qué pregunta es esa?- respondió extrañado.
-¿No te has golpeado la cabeza y no lo recuerdas?-insistió la muchacha.
-¡Elisa!
-¡Está bien!… ¡está bien!…- le dijo su hermana tratando de calmarlo.- Es que tú no eres así Neal.
-¿Así como?- rebatió él.
- Así.- le dijo Elisa señalando el libro.- No eres de los que lees libros y menos desperdicias una oportunidad de salir para quedarte en tu habitación. ¿Es que no has salido en todo el día hermano?
- Bueno Elisa, salir con tus amigas no es de lo más “cool” que me podría pasar en la vida. Ellas me aburren.
-¡Neil!-exclamó con un puchero la chica.
-Es la verdad, Elisa. –Se defendió él con un gesto de fastidio.-Son tan frívolas y la verdad no me place estar de acompañante florero mientras ustedes ven cintas y hablan de cosas que francamente no le veo interés.
- ¿Y por qué no me has dicho antes?-le replicó Elisa a modo de reclamo.- Daisy me ha tenido torturando todo el día, preguntando por ti. Si no las querías ver le hubieras escrito.
-Pero claro que lo hice. Le envié con Gerard una nota.
-Aun así hay algo que no entiendo, Neil.- preguntó confundida.
-¿Qué no entiendes?
- Acepto que Daysi puede ser irritante, y aun así es el mejor partido para ti de mis amigas. Lo que no comprendo es, qué tiene que ver que no te agraden mis amigas con el hecho que te quedes encerrado en tu habitación leyendo cuando has podido salir con tus amigos.
-¿Lady Kinkaid?
- Si, "su excelencia".-contestó la aludida.
- Debería tener más cuidado con las personas que ingresan a este lugar, digo, es solo mi humilde opinión, pero personas como nosotras, no alternamos con la clase inferior. Quien sabe que malas costumbres pueden traer. No es bueno para la reputación de su negocio. ¿No cree?
Las dos damas recién llegadas, miraron con recelo a Lady Kinkaid y detuvieron su mirada en la sencillez de la joven chica vestida de enfermera a su costado, por lo cual hicieron como que iban a mirar los vestidos desde afuera y salieron del lugar a prisa.
-Yo decidiré que es bueno o no para mi negocio muchas gracias señorita Devon - rebatió cortante lady Kinkaid.- Ahora si me hace el favor, necesito el espacio que está ocupando.
Dándose por satisfecha, con el abanico en una mano, y con la otra cogiendo el vuelo de su falda, con toda la elegancia que la caracterizaba Juliana Devons subió al carruaje que la llevaría a su destino.
*-*-*-*-*-*-*-*
Mientras tanto, no muy lejos de ahí, la ciudad se encontraba con un poco de agitación política esos días, muy aparte de la mentada guerra, un grupo femenino apoyado por caballeros culminaban el día con férreas protestas levantando pancartas en contra del gobierno liderado por el presidente Woodrow Wilson. (1)
Carteles grandes con los títulos « ¡Wilson está en contra de las mujeres!» «¡No voten contra Wilson, él está en contra del sufragio femenino!» se hacían notar repetidamente mientras vitoreaban con rigor y convicción.
Una joven pelirroja miraba con curiosidad a todo el gentío que se movía a los costados de su carruaje mientras marchaban. Ella no había tenido ninguna convicción política en su vida, sin embargo la idea de poder tener un poco más de libertad le resultaba atractiva.
Y a todo esto, hablando de libertad, se preguntaba preocupada que ¡rayos! le pasaba a su hermano. Él que siempre la acompañaba a sus salidas con sus amigas, extrañamente ese día se había negado y dicho que se quedaría en casa.
Frunciendo el ceño, se dijo a sí misma que no pararía hasta averiguar qué es lo que realmente estaba sucediendo.
Al llegar a la mansión, descendió del carruaje y pasó rápidamente hacia el lado de las escaleras, cuando la imagen de madame Elroy apareció frente a ella.
-¡Tía abuela, que gusto verla!- espetó agitada la pelirroja.
-Hola Elisa. ¿Qué modales son esos de ir corriendo por la casa?- espetó severa la anciana.
-Eh… bueno… ¡ay, pero no se moleste tía! Solo iba a ver a mi hermano. . -Le dijo mientras le contestaba zalameramente.- ¿Acaba de llegar?
- Sí, así es. He venido a hablar con tu madre para refinar detalles de la fiesta de presentación del Patriarca Ardlay.
Con los ojos incrédulos Elisa no puedo evitar comentar.
-¿Pero es que el viejo no se estaba muriendo?
-¡Elisa!- levantó la voz Elroy.- Te exijo que te refieras al tío abuelo, con respeto.
-Por supuesto, tía abuela. Como usted ordene.-dijo sumisamente para luego hablar rápidamente.- Pero no me puede soltar una noticia como aquella y esperar que no diga algo así. Después de todo hemos estado preocupados por la salud del tío abuelo.
Elroy Ardlay miró con desconfianza a su nieta política y enarcó una ceja a la vez que le decía.
-Espero que sea así Elisa. Ahora voy con tu madre. ¿Nos acompañas?
-Oh, bueno yo…. Os daré el alcance, primero deseo colocarme unas zapatillas más cómodas.
Elroy, no dijo nada más. Solo miró de reojo a Elisa y se dirigió con la espalda recta hacia el salón del té, donde con seguridad Sara Lagan la estaba esperando.
Elisa esperó que la imagen de su tía desapareciera por la puerta y se echó a la carrera por las escaleras hasta la habitación de su hermano.
Ingresando sin tocar a la habitación y lo que vio en el interior la dejó absorta: ¿su hermano estaba leyendo?
La lámpara de su velador se encontraba encendida y Neal Lagan se encontraba recostado sobre cojines con los pies cruzados y muy concentrado leyendo su libro cuando la alarmada voz de su hermana lo sobresaltó.
-¡Neal! ¡Neal!
-¿Que pasa Elisa?- le preguntó molesto.- Sabes que no me gusta ser interrumpido. Que te ha costado tocar la puerta y no entrar como un torbellino.
-Pero Neal…-le respondió Elisa, haciendo caso omiso al reclamo de su hermano.- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás bien hermanito?
-¡Pero claro que estoy bien Elisa! ¿Qué pregunta es esa?- respondió extrañado.
-¿No te has golpeado la cabeza y no lo recuerdas?-insistió la muchacha.
-¡Elisa!
-¡Está bien!… ¡está bien!…- le dijo su hermana tratando de calmarlo.- Es que tú no eres así Neal.
-¿Así como?- rebatió él.
- Así.- le dijo Elisa señalando el libro.- No eres de los que lees libros y menos desperdicias una oportunidad de salir para quedarte en tu habitación. ¿Es que no has salido en todo el día hermano?
- Bueno Elisa, salir con tus amigas no es de lo más “cool” que me podría pasar en la vida. Ellas me aburren.
-¡Neil!-exclamó con un puchero la chica.
-Es la verdad, Elisa. –Se defendió él con un gesto de fastidio.-Son tan frívolas y la verdad no me place estar de acompañante florero mientras ustedes ven cintas y hablan de cosas que francamente no le veo interés.
- ¿Y por qué no me has dicho antes?-le replicó Elisa a modo de reclamo.- Daisy me ha tenido torturando todo el día, preguntando por ti. Si no las querías ver le hubieras escrito.
-Pero claro que lo hice. Le envié con Gerard una nota.
-Aun así hay algo que no entiendo, Neil.- preguntó confundida.
-¿Qué no entiendes?
- Acepto que Daysi puede ser irritante, y aun así es el mejor partido para ti de mis amigas. Lo que no comprendo es, qué tiene que ver que no te agraden mis amigas con el hecho que te quedes encerrado en tu habitación leyendo cuando has podido salir con tus amigos.
- Oh, ya veo. O sea que tú hermano no puede leer un momento…
-No, no digo eso, pero tú no eres así Neal. ¿Qué es lo que pasa?
-No pasa nada Elisa. Pero ya que lo mencionas, te comento que he decidido estudiar leyes.
Elisa casi se desmaya al escuchar la noticia.
-¿Has dicho estudiar? ¿Por qué Neal? Si la época de colegio ya pasó… No necesitamos estudiar ni mucho menos trabajar.
-Te equivocas hermanita. Y te lo voy a demostrar, pero primero debo hacer algo antes de irme a la universidad.
- Esto no puede ser correcto. ¿Es un sueño verdad?- respondió con los ojos yendo de un lado para otro.- Dime que no es cierto, Neil.
-No, no digo eso, pero tú no eres así Neal. ¿Qué es lo que pasa?
-No pasa nada Elisa. Pero ya que lo mencionas, te comento que he decidido estudiar leyes.
Elisa casi se desmaya al escuchar la noticia.
-¿Has dicho estudiar? ¿Por qué Neal? Si la época de colegio ya pasó… No necesitamos estudiar ni mucho menos trabajar.
-Te equivocas hermanita. Y te lo voy a demostrar, pero primero debo hacer algo antes de irme a la universidad.
- Esto no puede ser correcto. ¿Es un sueño verdad?- respondió con los ojos yendo de un lado para otro.- Dime que no es cierto, Neil.
-No es un sueño Elisa. Te juro por lo más sagrado que cada palabra es cierta.
- Si piensas que de esa manera puedes llegar a ser el patriarca de los Alrdlay o algo parecido, sigue soñando Neal.-espetó Elisa maliciosamente.
-Para trabajar con el tío abuelo está papá.-le reclamó Neil.- ¿Qué tontería es esa?
- Si piensas que de esa manera puedes llegar a ser el patriarca de los Alrdlay o algo parecido, sigue soñando Neal.-espetó Elisa maliciosamente.
-Para trabajar con el tío abuelo está papá.-le reclamó Neil.- ¿Qué tontería es esa?
-Ninguna. La tía abuela acaba de comentarme que el fin de semana, el tío abuelo hará su presentación oficial ante el clan. Al parecer el viejo tiene para rato y ya se ha recuperado.
-¿Es cierto todo eso que me estás diciendo Elisa?
-Muy cierto, Neal. Por eso no entiendo tu fijación por estudiar o ser algo que no eres.
-Estoy seguro que no lo entenderías hermanita, pero a todo esto, ¿la tía abuela está aquí?
-Sí, por supuesto. Está con mamá ultimando detalles. Ya sabes que lo importante que somos para la familia Ardlay.-le respondió pensativa.- Pero espera un momento… ¿Qué quieres decir con que no entendería Neal?
- Debo ir inmediatamente a hablar con la tía, entonces.- dijo Neal tomando un abrigo y disponiéndose a salir.
-¡Neal, espera! ¿Qué es lo que no entendería?
Pero ya el joven muchacho había ido escaleras abajo en busca de la anciana.
A Elisa se le figuró todo inaudito. Ciertamente Neal estaba actuando muy raro.
-Muy cierto, Neal. Por eso no entiendo tu fijación por estudiar o ser algo que no eres.
-Estoy seguro que no lo entenderías hermanita, pero a todo esto, ¿la tía abuela está aquí?
-Sí, por supuesto. Está con mamá ultimando detalles. Ya sabes que lo importante que somos para la familia Ardlay.-le respondió pensativa.- Pero espera un momento… ¿Qué quieres decir con que no entendería Neal?
- Debo ir inmediatamente a hablar con la tía, entonces.- dijo Neal tomando un abrigo y disponiéndose a salir.
-¡Neal, espera! ¿Qué es lo que no entendería?
Pero ya el joven muchacho había ido escaleras abajo en busca de la anciana.
A Elisa se le figuró todo inaudito. Ciertamente Neal estaba actuando muy raro.
Con un suspiro de frustración, comenzó a pasear por la habitación de su hermano tratando de encontrar una pista o algo que le indicase la verdad de las cosas. Sin embargo no halló nada más que el libro que estaba abierto y reposando en la cama.
Por el momento dejaría las cosas como estaban, había sido un día muy ajetreado y tal vez estuviese exagerando la situación. Se daría un baño relajante. Sí, eso haría. Luego se uniría a su madre y la tía después en el salón.
En la habitación del té, Neal se encontraba nervioso e inquieto. No había podido abordar el tipo de conversación que quería con la tía abuela Elroy. Veinte minutos habían transcurrido y lo que menos necesitaba era que le preguntasen sobre el color del mantel que caía a juego con la servilleta. Resoplando por lo bajo, respiró profundamente antes de hablar con claridad.
-Tía abuela ¿tiene unos minutos por favor?- pidió con una sonrisa.- Deseo hablar con usted.
-Por supuesto hijo, dime – respondió Elroy.
- A solas tía.- musito Neal, mirando significativamente a su madre.
Sara Lagan frunció el ceño y lo miro extrañada por tal petición.
-Iré a ver que la cena esté dispuesta.- espetó incómoda Sarah levantándose y con la mirada llena de preguntas.
Un silencio acompañó a ambos personajes. Para Neal no le resultaba fácil. Sabía que se armaría un escándalo, sin embargo debía ser firme en su decisión.
-Bien hijo. Ya estamos solos como pediste.- Le habló suavemente la anciana.-¿Qué es lo que quieres decirme?
-Tía abuela…-comenzó diciendo Neal inhalando profundamente para luego soltar rápidamente.- Deseo su permiso para casarme con Candy.
CONTINUARÁ…
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
(*) crème et la crème.- Expresión derivada del francés que significa " crema y nata" usado en un sentido figurado para nominar a la sociedad élite aristocrática de la época.
(1) Thomas Woodrow Wilson.- Fue el vigésimo octavo presidente de Estados Unidos. En 1913, el día de la toma de posesión del presidente Woodrow Wilson, Paul organizó una marcha de ocho mil participantes, incluyendo a por lo menos una afroamericana. Eran tiempos en los que la discriminación racial era cruel y radical en Estados Unidos.
En la segunda toma de posesión de Wilson en 1917, Paul lidereó otra marcha alrededor de la Casa Blanca.
Durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres dejaban sus trabajos en las fábricas para respaldar la guerra y a los soldados estadounidenses, realizando labores para éstos. Las mujeres tomaron un papel más activo que en cualquiera de las guerras anteriores.
El 18 de septiembre de 1918, el presidente dijo en un discurso: "Hemos tenido la asociación de las mujeres en esta guerra. ¿Deberíamos admitirlas a ellas sólo en una asociación de sufrimiento y sacrificio y no en una asociación de derecho?"
Menos de un año después, la Cámara de Representantes, con una votación de 304 a favor y 90 en contra, aprobó una propuesta de enmienda a la Constitución:
"El derecho de los ciudadanos estadounidenses no deberá ser negado o limitado por (el gobierno de) Estados Unidos ni por ningún estado por consideración de sexo. El Congreso debería tener el poder, mediante una apropiada legislación, de imponer las disposiciones de este artículo".
El 4 de junio de 1919, el Senado tambien aprobó la enmienda por 56 votos a 25 y la envió a los estados.
Illinois, Wisconsin y Michigan fueron los primeros estados en aprobar la ley. Georgia y Alabama la rechazaron rápidamente. Las fuerzas anti-sufragio, que incluían tanto a hombres como a mujeres estaban bien organizadas y la aprobación de la enmienda no resultó fácil.
No fue hasta el 26 de agosto de 1920 la Enmienda número 19 a la Constitución de Estados Unidos fue convertida en ley y las mujeres pudieron votar ese otoño, inclusive en la elección presidencial.
En la habitación del té, Neal se encontraba nervioso e inquieto. No había podido abordar el tipo de conversación que quería con la tía abuela Elroy. Veinte minutos habían transcurrido y lo que menos necesitaba era que le preguntasen sobre el color del mantel que caía a juego con la servilleta. Resoplando por lo bajo, respiró profundamente antes de hablar con claridad.
-Tía abuela ¿tiene unos minutos por favor?- pidió con una sonrisa.- Deseo hablar con usted.
-Por supuesto hijo, dime – respondió Elroy.
- A solas tía.- musito Neal, mirando significativamente a su madre.
Sara Lagan frunció el ceño y lo miro extrañada por tal petición.
-Iré a ver que la cena esté dispuesta.- espetó incómoda Sarah levantándose y con la mirada llena de preguntas.
Un silencio acompañó a ambos personajes. Para Neal no le resultaba fácil. Sabía que se armaría un escándalo, sin embargo debía ser firme en su decisión.
-Bien hijo. Ya estamos solos como pediste.- Le habló suavemente la anciana.-¿Qué es lo que quieres decirme?
-Tía abuela…-comenzó diciendo Neal inhalando profundamente para luego soltar rápidamente.- Deseo su permiso para casarme con Candy.
CONTINUARÁ…
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(*) crème et la crème.- Expresión derivada del francés que significa " crema y nata" usado en un sentido figurado para nominar a la sociedad élite aristocrática de la época.
(1) Thomas Woodrow Wilson.- Fue el vigésimo octavo presidente de Estados Unidos. En 1913, el día de la toma de posesión del presidente Woodrow Wilson, Paul organizó una marcha de ocho mil participantes, incluyendo a por lo menos una afroamericana. Eran tiempos en los que la discriminación racial era cruel y radical en Estados Unidos.
En la segunda toma de posesión de Wilson en 1917, Paul lidereó otra marcha alrededor de la Casa Blanca.
Durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres dejaban sus trabajos en las fábricas para respaldar la guerra y a los soldados estadounidenses, realizando labores para éstos. Las mujeres tomaron un papel más activo que en cualquiera de las guerras anteriores.
El 18 de septiembre de 1918, el presidente dijo en un discurso: "Hemos tenido la asociación de las mujeres en esta guerra. ¿Deberíamos admitirlas a ellas sólo en una asociación de sufrimiento y sacrificio y no en una asociación de derecho?"
Menos de un año después, la Cámara de Representantes, con una votación de 304 a favor y 90 en contra, aprobó una propuesta de enmienda a la Constitución:
"El derecho de los ciudadanos estadounidenses no deberá ser negado o limitado por (el gobierno de) Estados Unidos ni por ningún estado por consideración de sexo. El Congreso debería tener el poder, mediante una apropiada legislación, de imponer las disposiciones de este artículo".
El 4 de junio de 1919, el Senado tambien aprobó la enmienda por 56 votos a 25 y la envió a los estados.
Illinois, Wisconsin y Michigan fueron los primeros estados en aprobar la ley. Georgia y Alabama la rechazaron rápidamente. Las fuerzas anti-sufragio, que incluían tanto a hombres como a mujeres estaban bien organizadas y la aprobación de la enmienda no resultó fácil.
No fue hasta el 26 de agosto de 1920 la Enmienda número 19 a la Constitución de Estados Unidos fue convertida en ley y las mujeres pudieron votar ese otoño, inclusive en la elección presidencial.
Amor Perdido Cap.4.
CLAVE: CEAA2015
Última edición por LizvetArdray el Mar Abr 28, 2015 11:15 am, editado 2 veces