Me quedo en calma unos momentos después de llegar a casa. No suelo desvelarme demasiado, pero la reunión con mi tío y los miembros del Consejo me dejó con ánimos de salir a celebrar un rato.
Ese rato se extendió hasta las dos de la mañana y he llegado a casa después de las tres. ¿La razón? Vi a una chica de cabello rubio claro salir de su casa a toda prisa en busca de un médico para su madre. Yo estaba pasando en mi coche cuando ella salió y me pareció demasiado peligroso verla afuera.
Me detuve, y desde luego que ella reaccionó asustada. Pensó que quizá quería lastimarla o algo por el estilo, pero enseguida levanté mis manos y traté de tranquilizarla.
- Es demasiado tarde para que usted esté en la calle -le dije desde el coche.
- Necesito ir por un médico.. Mi madre... -y las lágrimas en sus ojos de color castaño se desbordaron.
- ¿Dónde vive el médico? Podría yo ir y pedirle que fuese a su casa... O inclusive llevar a su madre al hospital.
- El médico vive a cuatro calles, puedo ir sin problemas yo sola.
No entendí por qué no quería mi ayuda y quizá debería de haberme ido, pero la miré tan frágil...
Vestida con un abrigo color café claro, el cabello encantadoramente fuera de lugar. Sus manos eran pequeñas y blancas y sus ojos a pesar del cabello tan claro eran oscuros. Se destacaban en su cara, que estaba manifestando preocupación, pero luchaba por tener entereza, elevando su barbilla y controlando sus lágrimas.
Si hubiera una palabra para haber descrito lo que apareció en su mirada habría sido "determinación", pero era algo mucho más complejo. .
- Entonces permitame acompañarla. Dejaré mi coche e iremos caminando si así se siente más cómoda. ¿Le parece bien?
Ella parpadeó varias veces, como si no creyera mi ofrecimiento, pero miró a todos lados percibiendo hasta entonces los peligros a los que podía enfrentarse.
- Estoy perdiendo demasiado tiempo. Si quiere acompañarme es su elección.
Y comenzó a caminar sin esperarme. Yo salí del coche a toda prisa. Apenas si alcancé a tomar mi abrigo y tomé las llaves cuando la vi dar la vuelta en la esquina. Era veloz.
Caminé a paso rápido poniéndome el abrigo, hasta alcanzarla y la vi estremecerse un segundo cuando lo hice, pero después me miró brevemente, volviendo a acelerar el paso.
- ¿Qué es lo que tiene su madre? -pregunté yo.
- Lo ignoro. Hace dos días comenzó a quejarse de dolor de estómago y esta noche no ha podido dormir. Ahora tiene también temperatura y comenzó a delirar.
- ¿No sería mejor llevarla a un hospital?
La muchacha frunció sus labios y apretó los puños, pero al final habló.
- No tenemos dinero para llevarla a un sitio así. El Doctor Spencer era amigo de mi padre y nos ha ayudado en varias ocasiones.
Yo me extrañé. La casa donde había salido era una de las más bonitas de la calle. No era una mansión ni mucho menos, pero parecía la de alguien con un estado económico desahogado. ¿Sería una empleada?
Y miré sus manos pequeñas. Parecían ser las manos más delicadas que había visto jamás. Sus dedos delgados, de uñas recortadas no se parecían ni a los de Annie, que desde hace años no sabe lo que significa tomar una fregona.
- Me supongo entonces que su padre ya no está con ustedes.
- No -dijo sencillamente, como si haberlo mencionado hubiere sido un desliz de su parte.
- Y ¿no tiene hermanos que saliesen en lugar suyo? Es demasiado peligroso hacer estos trayectos sola.
Ella se detuvo y yo tras ella.
- No puedo charlar, ¿lo entiende? Pero si eso le hace quedarse callado le simplificare las cosas: Hace un año perdimos a mi padre, mi hermano murió en la estúpida guerra en Europa antes de que acabara, mi mamá no tenía idea de lo que era administrar el dinero y lo ha perdido todo esperando que yo encuentre un buen partido para casarme. No tenemos dinero, pero tengo un trabajo, así que he sabido defenderme sola y no necesito que nadie me proteja.
Y dicho esto, siguió caminando con paso decidido, mientras yo me quedaba como idiota, de pie en el mismo sitio. ¡Qué chica!
Me repuse como pude y seguí tras ella. Ahora me había intrigado otro par de cosas, pero estaba seguro de que me mandaría al diablo si le hacía más preguntas.
Me mantuve callado caminando las calles restantes, hasta que llegamos a la casa con número 42.
Ella tocó la campanilla y esperó. Yo la miraba, quería saber otras cosas, pero no había manera.
- Debo disculparme -le dije-. No pretendía molestarla.
Ella suspiró y me miró a la cara. Su expresión cambió y pareció que vi la culpa en su mirada.
- Disculpeme usted. Soy una impertinente.. No hay manera de justificarme, pero he estado tan abrumada las últimas semanas... No es sólo que mi madre haya enfermado... -y miró a la casa, tocando la campanilla de nuevo.
En ese momento, alguien desde el segundo piso (el médico, segun supe después), asomó la cabeza desde una de las ventanas.
- Qué diablos.... -y miró a la muchacha-. Fabiola.. ¿qué haces a esta hora? ¿Se encuentra mal tu madre? Espera, ya bajo.
Así que se llamaba Fabiola. No era un nombre común, pero al verla me di cuenta que ella tampoco lo era.
- Y ¿a qué se dedica? Quizá podría encontrar un trabajo mejor.
Ella me miró. Sus ojos eran grandes y eran tan cristalinos que cada emoción podía descubrirse en ellos.
- Soy maestra de canto. Doy clases en un colegio, pero acabo de empezar y todo el dinero se me ha ido pagando deudas.
- Intuyo que las pretensiones de su madre no le agradan.
- Claro que no, nunca me hizo falta acercarme a nadie por su dinero y ahora tampoco lo haré, pero es difícil que una mujer como mi madre, que siempre fue consentida en todo, se acostumbre a vivir modestamente.
- Imagino que así es -le dije, sinceramente-. Pero pensando en que una madre quiere lo mejor para sus hijos, me supongo que lo único que quiere es que usted sea feliz y no tenga carencias.
- Usted no entiende. Para mí el dinero no es tan importante. Cierto que si tuviese un poco más podría hacer más cosas, pero el dinero no me regresará a mi padre ni a mi hermano. No me hará olvidar los meses espantosos cuando no tuvimos noticias de él, ni tampoco me hará feliz. Lo único que podría hacer por mí, sería facilitarme el internar a mi madre en algún hospital en este momento, pero el Dr. Spencer es de los mejores y sé que le dará la mejor atención.
- ¿Y si ocupa medicamentos?
- Entonces veré de qué modo resolver ese problema.
En ese momento la puerta se abrió. El médico se había cambiado a toda prisa y traía un maletín en la mano.
- ¿Qué sucede? -preguntó desde el portal de su casa, casi en un grito.
- Mi madre ha tenido dolor de estómago desde hace dos días pero hoy ya no podía dormir y ahora trae fiebre y delira. Felicia se ha quedado con ella, poniéndole compresas.
El hombre me miró, pero no dijo nada. Frunció los labios y el ceño al mismo tiempo, levantó una mano en señal de que esperaramos y regresó a la casa. Yo me quedé atónito, ¿qué esperaba?
- Quizá le ha desagradado verme al lado suyo.
- Seguro que sí. Ha querido toda su vida que me fije en su hijo.
Yo la miré. Esa chica me impresionaba.
- Lo que supongo que no ha hecho.
- Desde luego que no! -me dijo con rapidez, casi escandalizada-. Benjamin es como un hermano...
Yo miré a la casa. Era un poco más elegante que de la que ella había salido. Tenía un jardín delantero muy espacioso y habían dos coches bastante modernos en su entrada.
- Y ¿a quien ha contemplado su madre? si es que no es una pregunta que la ofenda.
- Me han pretendido muchos, pero a todos he logrado disuadir. Al único que no logro espantar es a un pomposo niño rico que se pasea en un coche parecido al suyo. Por eso me he asustado cuando lo he visto.
Yo me quedé intrigado. Habían pocos autos como el mío en la ciudad. Muy pocos y eso le dije.
- Me extraña bastante. No he visto sino un par de coches.... -y en eso entendí. ¿Pomposo niño rico, había dicho? Ya sabía de quien se trataba-. Y ¿le ha dicho a ese.. tipo, que no la moleste?
Ella resopló. Me pareció curioso que lo hiciera puesto que se puso roja enseguida. Le había dado vergüenza hacerlo. Qué encantador...
- Le he dicho mas veces de las que puedo contar que no me interesa. Benjamin lo ha sacado de mi casa casi a patadas las dos ocasiones que mi madre le dejó entrar.
Algo me desagradó, pero no iba a admitirlo, y no precisamente el hecho de que la persona de quien yo sospechaba se pusiera impertinente en su casa. Aunque... eso tampoco me gustaba.
El médico volvió a salir pero aunado al botiquín traía otro paquete en la mano. Nos hizo señas para acercarnos y señaló su coche.
- Llegaremos más rápido así -dijo abriendo la portezuela del lado del pasajero, pero mirándome fijamente-. ¿El caballero es tu amigo?
Ella me miró una fracción de segundo y se encogió de hombros, pero miró al médico.
- ¿Va a portarse como mi padre, Dr. Spencer?
- John era mi amigo. Es natural que me preocupe por ti.
- No tiene nada de qué preocuparse -la oí decir.
Yo traté de sonreírle, pero el tipo gruñó . Quizá era el momento de presentarme pero hacerlo haría que hiciera más preguntas que no creí convenientes. Subimos a su coche y llegamos muy rápido a la casa de ella. El médico decía que se había tardado porque contaba con medicamento en caso de necesitarlo. Yo ignoraba obviamente que trabajaba a espaldas de su casa, en un consultorio que daba a la calle trasera y que contaba con su propia farmacia.
Inmediatamente que bajamos, ella se precipitó a la entrada para abrir la puerta y dejar al médico entrar, pero al hacerlo giró su cabeza y su cabello voló de una manera increíblemente sensual (sobre todo si tomaba en cuenta su cara lavada y su abrigo tan sobrio). Me brindó una sonrisa que al inicio fue titubeante, de agradecimiento, pero después se amplió y me quedé de piedra.
Estuve como un imbécil plantado junto a mi coche hasta que unas solitarias gotas me hicieron reaccionar mucho tiempo después de que ella desapareciera por la puerta. Iba a llover.. Seguro, pero.. ¿me importaba? En lo absoluto.
Estaba impresionado. La muchacha, Fabiola, era bonita, pero nunca una chica bonita me había impresionado de esa forma. No fueron ni treinta minutos los que pasee a su lado y había sentido más emociones que las que Annie alguna vez me hizo sentir.
El deseo de protegerla, el respeto por su determinación y valentía. La vergüenza (tengo que admitirlo) por ser entrometido, la admiración por saberla independiente y honorable a pesar de que tuviese la oportunidad de casarse con alguien de dinero para salir de la estrechez económica...
Debo admitir que el hecho de saber que el tal Benjamin se paseaba en su casa, sacando a indeseables, me hizo sentir algo muy parecido a los celos, pero no era posible si acababa de conocerla.
Y al final, cuando me sonrió.. (bueno, cuando giró y el cabello se agitó al lado de su cara), quedé hechizado. La sonrisa que me dio fue la que me sacudió. La guinda del pastel.. y me dejó aturdido, hipnotizado.
Y... Ahora, sentado en el sillón del recibidor, me pregunto si alguna vez volveré a verla, si terminaré por ser uno de esos indeseables que se espanta con las manos o si será mejor tratar de olvidarla.
Suspiro. No puedo evitarlo. Quizá es que llevo demasiado tiempo solo y que el hecho de ver a mi tío felizmente casado y a la espera del segundo de sus hijos, lo que me ha alterado un poco.
Él se casó hace dos años, cuando pensaba hacerlo yo con Annie...
Annie... (Y niego silenciosamente). Desafortunadamente nuestros planes no se hicieron realidad. Ojalá sea feliz. Ojalá yo también lo sea pronto.
Me pregunto si alguien como esa muchacha podría hacerme encontrar otra vez el amor.
Ese rato se extendió hasta las dos de la mañana y he llegado a casa después de las tres. ¿La razón? Vi a una chica de cabello rubio claro salir de su casa a toda prisa en busca de un médico para su madre. Yo estaba pasando en mi coche cuando ella salió y me pareció demasiado peligroso verla afuera.
Me detuve, y desde luego que ella reaccionó asustada. Pensó que quizá quería lastimarla o algo por el estilo, pero enseguida levanté mis manos y traté de tranquilizarla.
- Es demasiado tarde para que usted esté en la calle -le dije desde el coche.
- Necesito ir por un médico.. Mi madre... -y las lágrimas en sus ojos de color castaño se desbordaron.
- ¿Dónde vive el médico? Podría yo ir y pedirle que fuese a su casa... O inclusive llevar a su madre al hospital.
- El médico vive a cuatro calles, puedo ir sin problemas yo sola.
No entendí por qué no quería mi ayuda y quizá debería de haberme ido, pero la miré tan frágil...
Vestida con un abrigo color café claro, el cabello encantadoramente fuera de lugar. Sus manos eran pequeñas y blancas y sus ojos a pesar del cabello tan claro eran oscuros. Se destacaban en su cara, que estaba manifestando preocupación, pero luchaba por tener entereza, elevando su barbilla y controlando sus lágrimas.
Si hubiera una palabra para haber descrito lo que apareció en su mirada habría sido "determinación", pero era algo mucho más complejo. .
- Entonces permitame acompañarla. Dejaré mi coche e iremos caminando si así se siente más cómoda. ¿Le parece bien?
Ella parpadeó varias veces, como si no creyera mi ofrecimiento, pero miró a todos lados percibiendo hasta entonces los peligros a los que podía enfrentarse.
- Estoy perdiendo demasiado tiempo. Si quiere acompañarme es su elección.
Y comenzó a caminar sin esperarme. Yo salí del coche a toda prisa. Apenas si alcancé a tomar mi abrigo y tomé las llaves cuando la vi dar la vuelta en la esquina. Era veloz.
Caminé a paso rápido poniéndome el abrigo, hasta alcanzarla y la vi estremecerse un segundo cuando lo hice, pero después me miró brevemente, volviendo a acelerar el paso.
- ¿Qué es lo que tiene su madre? -pregunté yo.
- Lo ignoro. Hace dos días comenzó a quejarse de dolor de estómago y esta noche no ha podido dormir. Ahora tiene también temperatura y comenzó a delirar.
- ¿No sería mejor llevarla a un hospital?
La muchacha frunció sus labios y apretó los puños, pero al final habló.
- No tenemos dinero para llevarla a un sitio así. El Doctor Spencer era amigo de mi padre y nos ha ayudado en varias ocasiones.
Yo me extrañé. La casa donde había salido era una de las más bonitas de la calle. No era una mansión ni mucho menos, pero parecía la de alguien con un estado económico desahogado. ¿Sería una empleada?
Y miré sus manos pequeñas. Parecían ser las manos más delicadas que había visto jamás. Sus dedos delgados, de uñas recortadas no se parecían ni a los de Annie, que desde hace años no sabe lo que significa tomar una fregona.
- Me supongo entonces que su padre ya no está con ustedes.
- No -dijo sencillamente, como si haberlo mencionado hubiere sido un desliz de su parte.
- Y ¿no tiene hermanos que saliesen en lugar suyo? Es demasiado peligroso hacer estos trayectos sola.
Ella se detuvo y yo tras ella.
- No puedo charlar, ¿lo entiende? Pero si eso le hace quedarse callado le simplificare las cosas: Hace un año perdimos a mi padre, mi hermano murió en la estúpida guerra en Europa antes de que acabara, mi mamá no tenía idea de lo que era administrar el dinero y lo ha perdido todo esperando que yo encuentre un buen partido para casarme. No tenemos dinero, pero tengo un trabajo, así que he sabido defenderme sola y no necesito que nadie me proteja.
Y dicho esto, siguió caminando con paso decidido, mientras yo me quedaba como idiota, de pie en el mismo sitio. ¡Qué chica!
Me repuse como pude y seguí tras ella. Ahora me había intrigado otro par de cosas, pero estaba seguro de que me mandaría al diablo si le hacía más preguntas.
Me mantuve callado caminando las calles restantes, hasta que llegamos a la casa con número 42.
Ella tocó la campanilla y esperó. Yo la miraba, quería saber otras cosas, pero no había manera.
- Debo disculparme -le dije-. No pretendía molestarla.
Ella suspiró y me miró a la cara. Su expresión cambió y pareció que vi la culpa en su mirada.
- Disculpeme usted. Soy una impertinente.. No hay manera de justificarme, pero he estado tan abrumada las últimas semanas... No es sólo que mi madre haya enfermado... -y miró a la casa, tocando la campanilla de nuevo.
En ese momento, alguien desde el segundo piso (el médico, segun supe después), asomó la cabeza desde una de las ventanas.
- Qué diablos.... -y miró a la muchacha-. Fabiola.. ¿qué haces a esta hora? ¿Se encuentra mal tu madre? Espera, ya bajo.
Así que se llamaba Fabiola. No era un nombre común, pero al verla me di cuenta que ella tampoco lo era.
- Y ¿a qué se dedica? Quizá podría encontrar un trabajo mejor.
Ella me miró. Sus ojos eran grandes y eran tan cristalinos que cada emoción podía descubrirse en ellos.
- Soy maestra de canto. Doy clases en un colegio, pero acabo de empezar y todo el dinero se me ha ido pagando deudas.
- Intuyo que las pretensiones de su madre no le agradan.
- Claro que no, nunca me hizo falta acercarme a nadie por su dinero y ahora tampoco lo haré, pero es difícil que una mujer como mi madre, que siempre fue consentida en todo, se acostumbre a vivir modestamente.
- Imagino que así es -le dije, sinceramente-. Pero pensando en que una madre quiere lo mejor para sus hijos, me supongo que lo único que quiere es que usted sea feliz y no tenga carencias.
- Usted no entiende. Para mí el dinero no es tan importante. Cierto que si tuviese un poco más podría hacer más cosas, pero el dinero no me regresará a mi padre ni a mi hermano. No me hará olvidar los meses espantosos cuando no tuvimos noticias de él, ni tampoco me hará feliz. Lo único que podría hacer por mí, sería facilitarme el internar a mi madre en algún hospital en este momento, pero el Dr. Spencer es de los mejores y sé que le dará la mejor atención.
- ¿Y si ocupa medicamentos?
- Entonces veré de qué modo resolver ese problema.
En ese momento la puerta se abrió. El médico se había cambiado a toda prisa y traía un maletín en la mano.
- ¿Qué sucede? -preguntó desde el portal de su casa, casi en un grito.
- Mi madre ha tenido dolor de estómago desde hace dos días pero hoy ya no podía dormir y ahora trae fiebre y delira. Felicia se ha quedado con ella, poniéndole compresas.
El hombre me miró, pero no dijo nada. Frunció los labios y el ceño al mismo tiempo, levantó una mano en señal de que esperaramos y regresó a la casa. Yo me quedé atónito, ¿qué esperaba?
- Quizá le ha desagradado verme al lado suyo.
- Seguro que sí. Ha querido toda su vida que me fije en su hijo.
Yo la miré. Esa chica me impresionaba.
- Lo que supongo que no ha hecho.
- Desde luego que no! -me dijo con rapidez, casi escandalizada-. Benjamin es como un hermano...
Yo miré a la casa. Era un poco más elegante que de la que ella había salido. Tenía un jardín delantero muy espacioso y habían dos coches bastante modernos en su entrada.
- Y ¿a quien ha contemplado su madre? si es que no es una pregunta que la ofenda.
- Me han pretendido muchos, pero a todos he logrado disuadir. Al único que no logro espantar es a un pomposo niño rico que se pasea en un coche parecido al suyo. Por eso me he asustado cuando lo he visto.
Yo me quedé intrigado. Habían pocos autos como el mío en la ciudad. Muy pocos y eso le dije.
- Me extraña bastante. No he visto sino un par de coches.... -y en eso entendí. ¿Pomposo niño rico, había dicho? Ya sabía de quien se trataba-. Y ¿le ha dicho a ese.. tipo, que no la moleste?
Ella resopló. Me pareció curioso que lo hiciera puesto que se puso roja enseguida. Le había dado vergüenza hacerlo. Qué encantador...
- Le he dicho mas veces de las que puedo contar que no me interesa. Benjamin lo ha sacado de mi casa casi a patadas las dos ocasiones que mi madre le dejó entrar.
Algo me desagradó, pero no iba a admitirlo, y no precisamente el hecho de que la persona de quien yo sospechaba se pusiera impertinente en su casa. Aunque... eso tampoco me gustaba.
El médico volvió a salir pero aunado al botiquín traía otro paquete en la mano. Nos hizo señas para acercarnos y señaló su coche.
- Llegaremos más rápido así -dijo abriendo la portezuela del lado del pasajero, pero mirándome fijamente-. ¿El caballero es tu amigo?
Ella me miró una fracción de segundo y se encogió de hombros, pero miró al médico.
- ¿Va a portarse como mi padre, Dr. Spencer?
- John era mi amigo. Es natural que me preocupe por ti.
- No tiene nada de qué preocuparse -la oí decir.
Yo traté de sonreírle, pero el tipo gruñó . Quizá era el momento de presentarme pero hacerlo haría que hiciera más preguntas que no creí convenientes. Subimos a su coche y llegamos muy rápido a la casa de ella. El médico decía que se había tardado porque contaba con medicamento en caso de necesitarlo. Yo ignoraba obviamente que trabajaba a espaldas de su casa, en un consultorio que daba a la calle trasera y que contaba con su propia farmacia.
Inmediatamente que bajamos, ella se precipitó a la entrada para abrir la puerta y dejar al médico entrar, pero al hacerlo giró su cabeza y su cabello voló de una manera increíblemente sensual (sobre todo si tomaba en cuenta su cara lavada y su abrigo tan sobrio). Me brindó una sonrisa que al inicio fue titubeante, de agradecimiento, pero después se amplió y me quedé de piedra.
Estuve como un imbécil plantado junto a mi coche hasta que unas solitarias gotas me hicieron reaccionar mucho tiempo después de que ella desapareciera por la puerta. Iba a llover.. Seguro, pero.. ¿me importaba? En lo absoluto.
Estaba impresionado. La muchacha, Fabiola, era bonita, pero nunca una chica bonita me había impresionado de esa forma. No fueron ni treinta minutos los que pasee a su lado y había sentido más emociones que las que Annie alguna vez me hizo sentir.
El deseo de protegerla, el respeto por su determinación y valentía. La vergüenza (tengo que admitirlo) por ser entrometido, la admiración por saberla independiente y honorable a pesar de que tuviese la oportunidad de casarse con alguien de dinero para salir de la estrechez económica...
Debo admitir que el hecho de saber que el tal Benjamin se paseaba en su casa, sacando a indeseables, me hizo sentir algo muy parecido a los celos, pero no era posible si acababa de conocerla.
Y al final, cuando me sonrió.. (bueno, cuando giró y el cabello se agitó al lado de su cara), quedé hechizado. La sonrisa que me dio fue la que me sacudió. La guinda del pastel.. y me dejó aturdido, hipnotizado.
Y... Ahora, sentado en el sillón del recibidor, me pregunto si alguna vez volveré a verla, si terminaré por ser uno de esos indeseables que se espanta con las manos o si será mejor tratar de olvidarla.
Suspiro. No puedo evitarlo. Quizá es que llevo demasiado tiempo solo y que el hecho de ver a mi tío felizmente casado y a la espera del segundo de sus hijos, lo que me ha alterado un poco.
Él se casó hace dos años, cuando pensaba hacerlo yo con Annie...
Annie... (Y niego silenciosamente). Desafortunadamente nuestros planes no se hicieron realidad. Ojalá sea feliz. Ojalá yo también lo sea pronto.
Me pregunto si alguien como esa muchacha podría hacerme encontrar otra vez el amor.