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Segundo encuentro...
Me resistí. Juro que lo hice. Estuve toda la mañana pensando en la chica y preguntándome si su madre se encontraría bien, pero en cuanto lo hacía, me atiborraba de trabajo y comenzaba a pensar en números y cuentas que al poco rato carecían de sentido.
No olvidaba su sonrisa y desde luego no olvidaba esos increíbles ojos oscuros.
Me dediqué a perder el tiempo hasta después de la hora de la comida (no puedo decir que a trabajar, sería una real mentira), cuando lo decidí.
No iría a su casa, pero podía visitar al médico para conocer el estado de su madre. Lo peor que podía sucederme era que el médico me cerrara la puerta en las narices o que me dijera que no era asunto mío.
Antes de que diesen las cuatro de la tarde, ya estaba tocando a su puerta.
Desde luego, no abrió él. Abrió un tipo joven de unos 25 años, casi mi misma edad. Tenía pinta de estirado y aire de superioridad indescriptible. Me cayó mal enseguida.
- Buenas tardes -saludé todo lo cortés que pude (que no era mucho)-, buscaba al Doctor Spencer.
- ¿Paciente suyo?
Y qué le decía yo? No pretendía averiguar diciendo falsedades.
- No precisamente. Lo conocí apenas.
- Supongo que no sabe, entonces. Mi padre está en su consultorio, pero creo que no atiende a nadie hasta las 4:30 a menos que sea emergencia -y dudó-, aunque creo que hoy tenía pensado hacer unas consultas a domicilio.
- ¿Necesitaré pedirle cita? Sabe, no cuento con mucho tiempo. He salido de la oficina sólo para verlo.
- En dado caso que no esté no creo que tarde demasiado. Iba a visitar a una amiga de la familia que vive bastante cerca.
- ¿La madre de Fabiola? -me aventuré a preguntar. El tipo abrió con sorpresa los ojos y me miró un segundo antes de reaccionar.
- ¿Conoce a Lidia?
- No precisamente. Conozco a Fabiola.
La mirada del hombre cambió a una muy diferente. Vi como se iban endureciendo sus rasgos al mismo tiempo que se erguia lo suficiente para llegarme a la altura de las cejas.
- ¿Es usted el profesor de piano? Porque si es usted, dejeme decirle que si no la deja en paz, le voy a partir la cara -me amenazó con dureza.
¿Un profesor de piano también? No solamente el idiota de mi primo la estaba molestando?
- Ella es una muchacha decente -continuó el hombre-, somos amigos desde niños y sepa usted que no me limitaré a partirle la cara, le voy a denunciar y no sólo en el colegio, le arruinaré la patética carrera de música de la que pretende sentirse tan orgulloso, va a arrepentirse de siquiera haber...
Yo lo interrumpí alzando mis manos y hablando al mismo tiempo.
- Detengase hombre, que no soy quien usted piensa. Sé que Fabiola es una muchacha decente, no necesita decírmelo.
- Entonces, ¿quién es usted? ¿Por qué dice conocerla?
- Porque así ha sido. No somos amigos ni mucho menos, pero sé sobre su situación y que su madre anoche estaba bastante enferma. Quiero saber sobre su estado. No quiero agobiar visitando a Fabiola pues imagino que habrá pasado muy mala noche cuidando a su madre, preferí venir a preguntarle al médico.
El tipo me miró como si dudara un poco, pero se fue serenando. Parpadeó un par de veces antes de volver a hablar.
- Supongo que tiene razón. Yo no he ido tampoco a verla, acabo de llegar de la Universidad, estaba dando las últimas clases.
- ¿Entonces no sabe como sigue su madre?
- No estoy seguro. Mi padre dijo que anoche cuando llegó ya le había bajado un poco la fiebre y la tendría en observación pero que quizá se tratase de algo pasajero.
Yo asentí, agradeciendo la información. El recuerdo de la fiebre española me vino a la mente pero lo descarté. Tenía tiempo sin oír de ningún caso.
Lo que me dejaba intranquilo era el hecho de que un imbécil la molestara en su trabajo, porque, ¿dónde si no?
- Y sobre el tipo que la molesta, es en el colegio donde ella trabaja? Creí que tenía poco tiempo laborando ahí..
- Para no ser su amigo, sabe demasiadas cosas de ella -dijo con desconfianza.
¿Qué podía decir? Ella me las dijo.
- Le aseguro que tengo las mejores intenciones.
- Sólo espero que usted no sea uno de los tipos que revolotean alrededor de ella para molestarla -y miró mi traje, a todas luces caro, y después fijó la vista en mi coche. Otra vez se comenzó a alterar-. ¡¿Así que es amigo de ese tipo?! Dígale a ese bastardo que no importa que mande a uno de sus amigos, la próxima vez que lo vea le voy a hacer un cambio permanente en la cara!
Y me cerró la puerta en las narices, dejándome estupefacto. ¿Qué cosa había hecho James en esta ocasión?
Debo reconocer que para cuando regresé a mi coche ya estaba furioso o quizá algo peor. No sólo porque me hubiera cerrado sin dejarme explicarme, ni porque mi pomposo primo estuviera haciendo una de las suyas (aunque sí me tenía bastante cabreado y no me iba a quedar sin hacer nada al respecto), o por el hecho de que hubiera un tipo molestandola en su trabajo. Estaba también furioso con ese tipo por sentirse con derecho a intervenir en la vida de ella.
Para cuando regresé a las oficinas ya mi humor había tomado tintes más peligrosos. También estaba furioso debido a mis reacciones. Es que, ¿¿¿qué me pasaba con ella si apenas la conocía??? No debería importarme en lo absoluto. Era sólo una chica!
Me di de golpes contra el volante del coche unas tres veces, reprimiendo el deseo irracional de partirle la cara a alguien, de preferencia a mi primo, pero debía tranquilizarme.
Quien me viese en ese momento no creería que una noche antes pasé del estatus de colaborador a socio del corporativo y que en cuatro meses me instalaría en las oficinas de Edimburgo, haciéndome cargo de los socios escoceses y presumiblemente también de los que se encontraran en el norte de Europa.
- Estoy fuera de perspectiva -me dije-. Es una chica que apenas conozco y no tiene por qué interesarme qué cosa sucede o no con su vida. Seguro que su..."amigo" le va a defender convenientemente...
Tan sólo decirlo hizo que me subiera la sangre a las orejas de la indignación. De imaginarlo me carcomió la idea.
Decidí ir a la consulta al día siguiente. Corría el riesgo que el tipejo hubiera prevenido a su padre, pero estaba más interesado en saber qué había pasado con la madre de Fabiola. Y lo hice.
En resumidas cuentas, la afección de la señora era pasajera. Seguramente había sido algún tipo de fiebre debido a algo que comió, pero ya estaba mejor.
En lugar de ir a visitarla, logré saber en qué lugar trabajaba (no pienso revelar la manera que lo hice porque me avergüenzo de llegar a esos alcances) y desde luego que en esa misma semana cierto maestro de piano fue despedido (con una indemnización bastante decente que a mi parecer no se merecía), pero el que me faltaba era mi primo.
James estaba de viaje con Neil como hace todos los años en estas fechas y mi tía Elroy aseguraba que Sarah estaba bastante contenta porque había conocido a una buena muchacha de sociedad que ella le había presentado y aparentemente le había gustado mucho.
No me dejaba tranquilo saberlo, pero por lo menos no tenía que soportarlo.
Y.... La verdad? Creí que con los días la muchacha se me olvidaría. Me repetí mil veces que hacía todo eso porque era joven y estaba pasando por situaciones desafortunadas y yo era un caballero finalmente, pero quince días después, me sorprendía en la oficina pensando en ella.
No pude soportarlo. Tenía que verla pero ni remotamente sería un admirador como todos los que parecían merodearla según las palabras del que supongo que es Benjamin.
Si yo llegaba a ella, tendría que ser de otro modo. El asunto era encontrarlo.
A estas alturas, sabiendo donde ella trabajaba, fui al café que se encontraba frente al colegio. No era que pensara verla, sino que me inspiraba ideando los escenarios donde la abordaría, lo que llegaría a decirle y oh sorpresa, ella estaba ahí.
Me hice el desentendido como si no la hubiese visto, pero si de algo me di cuenta era que en su mirada hubo reconocimiento y sorpresa.
Fui a instalarme en una de las mesas donde podía mirarla sin problemas, preguntándome cómo acercarme sin sonar como un acosador.
Sentía que la sangre corría más a prisa de lo usual, notaba que el golpeteo del corazón en mi pecho estaba fuera de control, como si hubiera corrido una carrera. No me sudaban las manos de milagro. Necesitaba calmarme y comencé a respirar despacio y más profundamente.
Cuando el mesero se acercó y le pedí el café que pretendía tomar, simulé ver distraídamente a mi alrededor y me topé con su mirada.
La verdad que estaba preciosa, y a la luz del día pude notar detalles que la otra noche me habrían sido imposibles. Como el hecho que su piel blanca era de un tipo especial, no rosacea como la mayoría de las que yo conocía, seguro que lograba broncearse si duraba algo de tiempo en bajo el sol y no se pondría roja como chupeta de cereza, que era lo que ocurría con las personas que yo conocía.
Tenía un lunar en su sien derecha y otro muy coqueto cerca de su oreja, en la mejilla. El cabello era muy claro, pero no como el de nadie que yo conociera y contaba con un lunar de pelo más rubio de lo usual sobre su frente, al lado izquierdo. Seguramente cuando fuese mayor, ese mechon abundante de cabello se tornaría blanco primero que el resto.
Yo la miraba interesado, pero trataba de mostrarme menos entusiasta. Le sonreí, pero para entonces ya se había ruborizado, sin embargo me sonrió y sentí casi lo mismo que la vez anterior cuando me quedé como imbécil junto a mi coche, sólo que me repuse mucho antes.
Ella había agachado la mirada, parpadeaba un poco más de lo normal y seguro que la vi inspirar profundo antes de volver a verme.
Obviamente mi sonrisa se amplió y ella me miró como si hubiese quedado prendada, como me sentía yo para entonces.
Que alguien pudiera explicarme qué hacía yo sentado en un café a seis metros de la chica que tenía dos semanas quitándome el sueño, en lugar de acercarme y extenderle mi mano para saludarla, pero a pesar de eso me quedé sentado, sin dejar de verla y tomando mi café cuando el mesero lo trajo a mi mesa.
Ella también retomó el suyo, pero ahora la notaba más nerviosa. Parecía dudar en hacer algo, pero aunque estaba luchando por desviar la vista a cualquier otro lado, de repente volteaba y me miraba a mí. El rubor inmediatamente cubría sus mejillas.
La vi ponerse de pie y por poco me levanto como si fuese resorte, de no ser porque me miraba cuando lo hizo. Sentí la urgencia de mis pies de levantarme y accedí a ello cuando me di cuenta que se dirigía hacia donde yo estaba.
La miré seguramente manifestando algo de curiosidad, pero me forcé a quedarme callado hasta que prácticamente estuvo a medio metro de donde yo estaba.
- Buenos días -me dijo con voz menos segura que la que yo le conocía. Estaba nerviosa y me pareció adorable, pero me admiré de que a pesar de ello me extendiese su mano. No traía guantes y el contacto de su piel al estrecharla mientras obligaba a mi boca a responderle con otro "buenos días" me sorprendió, pero no lo suficiente como para que no elevara su mano hasta mis labios y besase su dorso suave y lentamente sin dejar de mirarla a los ojos.
La vi entreabrir los labios de la sorpresa y mi mirada se concentró en ellos. Plenos, llenos, rosados y apetecibles.
Nunca había sentido un deseo tan fuerte por probar su sabor, por el de nadie, pero si algo he tenido en mi vida es la habilidad de contenerme y actuar como el caballero que creo soy y desvié a como pude la mirada hacia sus ojos nuevamente.
Traté de actuar amablemente y con eso en miras, conversamos un rato. Me agradeció lo que había hecho al acompañarla, admitiendo que fue imprudente de su parte salir sola. Yo no recuerdo ni qué le respondí, lo único que recuerdo fue que cuando le di mi nombre y ella lo repitió, sentí que no había habido nadie que lo dijera y que hiciera saltar mi corazón con ello.
Nos reímos un poco de cosas sin importancia, hasta que se me ocurrió decir que seguramente su madre era tan encantadora como ella. Inmediatamente se sonrojó.
- A eso he querido llegar... El Doctor Spencer ha dicho que usted es mi amigo y yo no he tenido cara para negarlo delante de mi madre. En una semana cumple años y me ha pedido que lo lleve para conocerla -y tomó aire brucamente, haciendo que sus ojos se tornaran llorosos-. Yo ya no creía que volvería a verlo, pero la suerte ha hecho que no sea así.
¿Suerte? No precisamente, pero no me atreví a decirlo. Yo sentía que esa era mi oportunidad, la que estaba deseando. Internamente sentí mil cosas, pero no le reflejé sino una expresión un poco más que amable aunque no llegó al galanteo.
- ¿Desea que le acompañe a su cumpleaños?
Ella me miró y asintió, pero de nuevo estaba roja. Se estrujaba las manos, se contenía de morderse los labios...
- Y, ¿no le parecerá raro que no sepamos nada uno del otro?
Su semblante decayó cuando lo dije, así que procedí con lo que realmente planeaba.
- Eso habría que remediarlo, Fabiola. Tenemos una semana para conocernos, para descubrir un poco quienes somos y que tu madre pueda darse cuenta de que no soy un extraño para ti. ¿No te parece?
Lo que vi en su expresión y en su sonrisa no fue alivio, fue algo más. Casi estaba seguro de que decirle algo como eso la había emocionado, como si hubiese querido escuchar algo así. Yo sonreí en mi fuero interno. Había sido atrevido al tutearla, pero necesitaba asentar esa base entre nosotros. Necesitaba su confianza.
Y necesitaba descubrir si todo lo que estaba sintiendo hacia ella era justificado, aunque si no lo fuese, me tenía todas las fibras alteradas de cualquier modo y no estaba seguro de querer seguir luchando contra ello.
Una chica que me había cautivado... Una promesa de descubrir el por qué. [/size]
Segundo encuentro...
Me resistí. Juro que lo hice. Estuve toda la mañana pensando en la chica y preguntándome si su madre se encontraría bien, pero en cuanto lo hacía, me atiborraba de trabajo y comenzaba a pensar en números y cuentas que al poco rato carecían de sentido.
No olvidaba su sonrisa y desde luego no olvidaba esos increíbles ojos oscuros.
Me dediqué a perder el tiempo hasta después de la hora de la comida (no puedo decir que a trabajar, sería una real mentira), cuando lo decidí.
No iría a su casa, pero podía visitar al médico para conocer el estado de su madre. Lo peor que podía sucederme era que el médico me cerrara la puerta en las narices o que me dijera que no era asunto mío.
Antes de que diesen las cuatro de la tarde, ya estaba tocando a su puerta.
Desde luego, no abrió él. Abrió un tipo joven de unos 25 años, casi mi misma edad. Tenía pinta de estirado y aire de superioridad indescriptible. Me cayó mal enseguida.
- Buenas tardes -saludé todo lo cortés que pude (que no era mucho)-, buscaba al Doctor Spencer.
- ¿Paciente suyo?
Y qué le decía yo? No pretendía averiguar diciendo falsedades.
- No precisamente. Lo conocí apenas.
- Supongo que no sabe, entonces. Mi padre está en su consultorio, pero creo que no atiende a nadie hasta las 4:30 a menos que sea emergencia -y dudó-, aunque creo que hoy tenía pensado hacer unas consultas a domicilio.
- ¿Necesitaré pedirle cita? Sabe, no cuento con mucho tiempo. He salido de la oficina sólo para verlo.
- En dado caso que no esté no creo que tarde demasiado. Iba a visitar a una amiga de la familia que vive bastante cerca.
- ¿La madre de Fabiola? -me aventuré a preguntar. El tipo abrió con sorpresa los ojos y me miró un segundo antes de reaccionar.
- ¿Conoce a Lidia?
- No precisamente. Conozco a Fabiola.
La mirada del hombre cambió a una muy diferente. Vi como se iban endureciendo sus rasgos al mismo tiempo que se erguia lo suficiente para llegarme a la altura de las cejas.
- ¿Es usted el profesor de piano? Porque si es usted, dejeme decirle que si no la deja en paz, le voy a partir la cara -me amenazó con dureza.
¿Un profesor de piano también? No solamente el idiota de mi primo la estaba molestando?
- Ella es una muchacha decente -continuó el hombre-, somos amigos desde niños y sepa usted que no me limitaré a partirle la cara, le voy a denunciar y no sólo en el colegio, le arruinaré la patética carrera de música de la que pretende sentirse tan orgulloso, va a arrepentirse de siquiera haber...
Yo lo interrumpí alzando mis manos y hablando al mismo tiempo.
- Detengase hombre, que no soy quien usted piensa. Sé que Fabiola es una muchacha decente, no necesita decírmelo.
- Entonces, ¿quién es usted? ¿Por qué dice conocerla?
- Porque así ha sido. No somos amigos ni mucho menos, pero sé sobre su situación y que su madre anoche estaba bastante enferma. Quiero saber sobre su estado. No quiero agobiar visitando a Fabiola pues imagino que habrá pasado muy mala noche cuidando a su madre, preferí venir a preguntarle al médico.
El tipo me miró como si dudara un poco, pero se fue serenando. Parpadeó un par de veces antes de volver a hablar.
- Supongo que tiene razón. Yo no he ido tampoco a verla, acabo de llegar de la Universidad, estaba dando las últimas clases.
- ¿Entonces no sabe como sigue su madre?
- No estoy seguro. Mi padre dijo que anoche cuando llegó ya le había bajado un poco la fiebre y la tendría en observación pero que quizá se tratase de algo pasajero.
Yo asentí, agradeciendo la información. El recuerdo de la fiebre española me vino a la mente pero lo descarté. Tenía tiempo sin oír de ningún caso.
Lo que me dejaba intranquilo era el hecho de que un imbécil la molestara en su trabajo, porque, ¿dónde si no?
- Y sobre el tipo que la molesta, es en el colegio donde ella trabaja? Creí que tenía poco tiempo laborando ahí..
- Para no ser su amigo, sabe demasiadas cosas de ella -dijo con desconfianza.
¿Qué podía decir? Ella me las dijo.
- Le aseguro que tengo las mejores intenciones.
- Sólo espero que usted no sea uno de los tipos que revolotean alrededor de ella para molestarla -y miró mi traje, a todas luces caro, y después fijó la vista en mi coche. Otra vez se comenzó a alterar-. ¡¿Así que es amigo de ese tipo?! Dígale a ese bastardo que no importa que mande a uno de sus amigos, la próxima vez que lo vea le voy a hacer un cambio permanente en la cara!
Y me cerró la puerta en las narices, dejándome estupefacto. ¿Qué cosa había hecho James en esta ocasión?
Debo reconocer que para cuando regresé a mi coche ya estaba furioso o quizá algo peor. No sólo porque me hubiera cerrado sin dejarme explicarme, ni porque mi pomposo primo estuviera haciendo una de las suyas (aunque sí me tenía bastante cabreado y no me iba a quedar sin hacer nada al respecto), o por el hecho de que hubiera un tipo molestandola en su trabajo. Estaba también furioso con ese tipo por sentirse con derecho a intervenir en la vida de ella.
Para cuando regresé a las oficinas ya mi humor había tomado tintes más peligrosos. También estaba furioso debido a mis reacciones. Es que, ¿¿¿qué me pasaba con ella si apenas la conocía??? No debería importarme en lo absoluto. Era sólo una chica!
Me di de golpes contra el volante del coche unas tres veces, reprimiendo el deseo irracional de partirle la cara a alguien, de preferencia a mi primo, pero debía tranquilizarme.
Quien me viese en ese momento no creería que una noche antes pasé del estatus de colaborador a socio del corporativo y que en cuatro meses me instalaría en las oficinas de Edimburgo, haciéndome cargo de los socios escoceses y presumiblemente también de los que se encontraran en el norte de Europa.
- Estoy fuera de perspectiva -me dije-. Es una chica que apenas conozco y no tiene por qué interesarme qué cosa sucede o no con su vida. Seguro que su..."amigo" le va a defender convenientemente...
Tan sólo decirlo hizo que me subiera la sangre a las orejas de la indignación. De imaginarlo me carcomió la idea.
Decidí ir a la consulta al día siguiente. Corría el riesgo que el tipejo hubiera prevenido a su padre, pero estaba más interesado en saber qué había pasado con la madre de Fabiola. Y lo hice.
En resumidas cuentas, la afección de la señora era pasajera. Seguramente había sido algún tipo de fiebre debido a algo que comió, pero ya estaba mejor.
En lugar de ir a visitarla, logré saber en qué lugar trabajaba (no pienso revelar la manera que lo hice porque me avergüenzo de llegar a esos alcances) y desde luego que en esa misma semana cierto maestro de piano fue despedido (con una indemnización bastante decente que a mi parecer no se merecía), pero el que me faltaba era mi primo.
James estaba de viaje con Neil como hace todos los años en estas fechas y mi tía Elroy aseguraba que Sarah estaba bastante contenta porque había conocido a una buena muchacha de sociedad que ella le había presentado y aparentemente le había gustado mucho.
No me dejaba tranquilo saberlo, pero por lo menos no tenía que soportarlo.
Y.... La verdad? Creí que con los días la muchacha se me olvidaría. Me repetí mil veces que hacía todo eso porque era joven y estaba pasando por situaciones desafortunadas y yo era un caballero finalmente, pero quince días después, me sorprendía en la oficina pensando en ella.
No pude soportarlo. Tenía que verla pero ni remotamente sería un admirador como todos los que parecían merodearla según las palabras del que supongo que es Benjamin.
Si yo llegaba a ella, tendría que ser de otro modo. El asunto era encontrarlo.
A estas alturas, sabiendo donde ella trabajaba, fui al café que se encontraba frente al colegio. No era que pensara verla, sino que me inspiraba ideando los escenarios donde la abordaría, lo que llegaría a decirle y oh sorpresa, ella estaba ahí.
Me hice el desentendido como si no la hubiese visto, pero si de algo me di cuenta era que en su mirada hubo reconocimiento y sorpresa.
Fui a instalarme en una de las mesas donde podía mirarla sin problemas, preguntándome cómo acercarme sin sonar como un acosador.
Sentía que la sangre corría más a prisa de lo usual, notaba que el golpeteo del corazón en mi pecho estaba fuera de control, como si hubiera corrido una carrera. No me sudaban las manos de milagro. Necesitaba calmarme y comencé a respirar despacio y más profundamente.
Cuando el mesero se acercó y le pedí el café que pretendía tomar, simulé ver distraídamente a mi alrededor y me topé con su mirada.
La verdad que estaba preciosa, y a la luz del día pude notar detalles que la otra noche me habrían sido imposibles. Como el hecho que su piel blanca era de un tipo especial, no rosacea como la mayoría de las que yo conocía, seguro que lograba broncearse si duraba algo de tiempo en bajo el sol y no se pondría roja como chupeta de cereza, que era lo que ocurría con las personas que yo conocía.
Tenía un lunar en su sien derecha y otro muy coqueto cerca de su oreja, en la mejilla. El cabello era muy claro, pero no como el de nadie que yo conociera y contaba con un lunar de pelo más rubio de lo usual sobre su frente, al lado izquierdo. Seguramente cuando fuese mayor, ese mechon abundante de cabello se tornaría blanco primero que el resto.
Yo la miraba interesado, pero trataba de mostrarme menos entusiasta. Le sonreí, pero para entonces ya se había ruborizado, sin embargo me sonrió y sentí casi lo mismo que la vez anterior cuando me quedé como imbécil junto a mi coche, sólo que me repuse mucho antes.
Ella había agachado la mirada, parpadeaba un poco más de lo normal y seguro que la vi inspirar profundo antes de volver a verme.
Obviamente mi sonrisa se amplió y ella me miró como si hubiese quedado prendada, como me sentía yo para entonces.
Que alguien pudiera explicarme qué hacía yo sentado en un café a seis metros de la chica que tenía dos semanas quitándome el sueño, en lugar de acercarme y extenderle mi mano para saludarla, pero a pesar de eso me quedé sentado, sin dejar de verla y tomando mi café cuando el mesero lo trajo a mi mesa.
Ella también retomó el suyo, pero ahora la notaba más nerviosa. Parecía dudar en hacer algo, pero aunque estaba luchando por desviar la vista a cualquier otro lado, de repente volteaba y me miraba a mí. El rubor inmediatamente cubría sus mejillas.
La vi ponerse de pie y por poco me levanto como si fuese resorte, de no ser porque me miraba cuando lo hizo. Sentí la urgencia de mis pies de levantarme y accedí a ello cuando me di cuenta que se dirigía hacia donde yo estaba.
La miré seguramente manifestando algo de curiosidad, pero me forcé a quedarme callado hasta que prácticamente estuvo a medio metro de donde yo estaba.
- Buenos días -me dijo con voz menos segura que la que yo le conocía. Estaba nerviosa y me pareció adorable, pero me admiré de que a pesar de ello me extendiese su mano. No traía guantes y el contacto de su piel al estrecharla mientras obligaba a mi boca a responderle con otro "buenos días" me sorprendió, pero no lo suficiente como para que no elevara su mano hasta mis labios y besase su dorso suave y lentamente sin dejar de mirarla a los ojos.
La vi entreabrir los labios de la sorpresa y mi mirada se concentró en ellos. Plenos, llenos, rosados y apetecibles.
Nunca había sentido un deseo tan fuerte por probar su sabor, por el de nadie, pero si algo he tenido en mi vida es la habilidad de contenerme y actuar como el caballero que creo soy y desvié a como pude la mirada hacia sus ojos nuevamente.
Traté de actuar amablemente y con eso en miras, conversamos un rato. Me agradeció lo que había hecho al acompañarla, admitiendo que fue imprudente de su parte salir sola. Yo no recuerdo ni qué le respondí, lo único que recuerdo fue que cuando le di mi nombre y ella lo repitió, sentí que no había habido nadie que lo dijera y que hiciera saltar mi corazón con ello.
Nos reímos un poco de cosas sin importancia, hasta que se me ocurrió decir que seguramente su madre era tan encantadora como ella. Inmediatamente se sonrojó.
- A eso he querido llegar... El Doctor Spencer ha dicho que usted es mi amigo y yo no he tenido cara para negarlo delante de mi madre. En una semana cumple años y me ha pedido que lo lleve para conocerla -y tomó aire brucamente, haciendo que sus ojos se tornaran llorosos-. Yo ya no creía que volvería a verlo, pero la suerte ha hecho que no sea así.
¿Suerte? No precisamente, pero no me atreví a decirlo. Yo sentía que esa era mi oportunidad, la que estaba deseando. Internamente sentí mil cosas, pero no le reflejé sino una expresión un poco más que amable aunque no llegó al galanteo.
- ¿Desea que le acompañe a su cumpleaños?
Ella me miró y asintió, pero de nuevo estaba roja. Se estrujaba las manos, se contenía de morderse los labios...
- Y, ¿no le parecerá raro que no sepamos nada uno del otro?
Su semblante decayó cuando lo dije, así que procedí con lo que realmente planeaba.
- Eso habría que remediarlo, Fabiola. Tenemos una semana para conocernos, para descubrir un poco quienes somos y que tu madre pueda darse cuenta de que no soy un extraño para ti. ¿No te parece?
Lo que vi en su expresión y en su sonrisa no fue alivio, fue algo más. Casi estaba seguro de que decirle algo como eso la había emocionado, como si hubiese querido escuchar algo así. Yo sonreí en mi fuero interno. Había sido atrevido al tutearla, pero necesitaba asentar esa base entre nosotros. Necesitaba su confianza.
Y necesitaba descubrir si todo lo que estaba sintiendo hacia ella era justificado, aunque si no lo fuese, me tenía todas las fibras alteradas de cualquier modo y no estaba seguro de querer seguir luchando contra ello.
Una chica que me había cautivado... Una promesa de descubrir el por qué. [/size]