VOLAR
Por Astrid Ortiz
(Eiffel)
CANDY CANDY es una historia original de Kyoko Mizuki, 1976.
FINAL STORY es una historia original de Kyoko Mizuki, 2010.
VOLAR, interpretada por Jenny Roca y Pedro Capó, 2015.
***
“¡Niños, a tomar el almuerzo!”
Candy sonrió al escuchar, desde lo alto del Padre Arbol, la cada vez más usual voz de Annie Cornwell rompiendo el silencio de los alrededores del hogar de Pony, cuyas paredes lucían inalterables ante el embate económico que había arropado al país en pleno 1929. Gracias a Annie, su esposo Archie, e incluso Albert(quien ahora estaba más atareado que nunca tratando de consolidar las finanzas de los Ardlay), la señorita Pony y la hermana María ahora contaban con una ayuda adicional en el manejo de los niños del albergue, de manera que Candy podía acudir una que otra vez al pueblo a asistir a los médicos en su rol de enfermera, aunque no quería abusar de la bondad de sus madres por derecho ausentándose demasiado tiempo de la casa... a diferencia de hoy, en que, a pesar de que todos los doctores con quienes solía reportarse le habían otorgado el día libre--algo que no había ocurrido en años--su mejor amiga había insistido, con una resolución nunca antes vista en ella desde que exteriorizara su amor por Archie, en ser ella, y no la rubia, quien permaneciera al cuidado de los pequeñines...
Hoy quiero sentir el viento
mientras se pierde el sufrimiento
creer para volar
creer para volar
Sobre la rama más familiar que habían conocido hasta entonces sus posaderas, la enfermera, ya entrada en su adultez, se dejó acariciar por el incesante viento. “Tengo más de treinta años, y mis rodillas aún responden para trepar árboles”, susurró entre risas, aprovechando este momento en que, como de costumbre, quedaba sola con sus pensamientos. Por más atareada que estuviera a consecuencia de sus cuidados para con los pacientes, así como de sus faenas en el aún silvestre suelo que rodeaba el hogar de Pony, siempre hallaba el espacio para contemplar la belleza rural de Illinois, despejando, casi desechando, toda idea negativa de su mente, mientras su sufrimiento se entremezclaba con el silbido del viento.
Tiempo atrás, había recibido aquella breve, pero significativa misiva que tanto había temido, y deseado, tener entre sus manos que parecían arder cada vez que tomaba en sus palmas el ya arrugado sobre, y si bien su corazón continuaba tan apaleado como en cierta neoyorkina noche de invierno, no hallaba el valor ni la fuerza para abandonar la seguridad de sus amigos en Pony; pero por razones desconocidas incluso para ella, el sol, en complicidad con la brisa juguetona del lugar, formaban un espectro de esperanza en la muchacha, y por primera vez en más de una década, comenzó a creer en la posibilidad de conciliar todo: su trabajo, sus amigos, sus valores... y el amor. Así las cosas, y sintiéndose tan traviesa como las ráfagas que jugaban con su rubio y mediano cabello, extendió los brazos a ambos lados de su costado, como si en el acto fuera capaz de abrir sus alas y volar al firmamento...
dejando atrás todo el pasado
de frente a un cielo iluminado
creer para volar
creer en
Casi podía ver a Stear piloteando su defectuoso aeroplano, abriéndose paso entre los cielos, rindiéndose ante las promesas del futuro, dejando atrás los embates de la guerra, las decepciones en la familia... y la risa de ella se tornó más fuerte. “Es como si estuvieras vivo, viejo amigo”, comentó con una sonrisa, “de seguro estás volando con otros ángeles”, y con esa tierna estampa en mente, aleteó los brazos al aire, sin saber que, al hacerlo, había perdido el balance sobre la rama del árbol, y cual molino de viento agitó los brazos con desesperación, agotando finalmente lo poco que le quedaba de equilibrio, y como toda ave desorientada, cayó estrellándose sobre el fértil y verdoso suelo...
volar
oh oh volar
hoy quiero sentir la libertad de poder volar
oh oh volar
siguiendo sin parar
dejando atrás toda la soledad
Lejos de quejarse de dolor, la chica se limitó a alisarse el vestido y dar consuelo a su lastimado posterior. No era que hubiera tratado de quitarse la vida, pero si de algo estaba segura, era de que por un breve lapso de tiempo, sintió que había tocado el cielo, como las aves cuando viajaban de un continente a otro, dejando atrás la soledad que de vez en cuando la embargaba, siempre que su traicionero corazón le jugaba la mala pasada de engañarla, haciéndole creer que no era sino un pájaro enjaulado, con sus alas entumecidas por no poder volar. “Suficiente de tanto análisis, Candice White”, se reprochó, “el mundo real nos llama”, y se aprestó a marchar de regreso al interior de la casa, cuando un enorme pájaro, esta vez de acero, atravesó el límpido cielo, obsequiando un concierto de metálico ruido a su paso.
Por primera vez desde que diera inicio a su extraña e inquietante introspección, Candy se estremeció. “No es posible”, masculló, incapaz de concebir que tantas casualidades fueran reales, “hace apenas unos segundos pensaba en Stear y en sus aviones”, y fue entonces cuando reparó en el diseño del artefacto, que ahora se aparcaba a escasos metros de ella... y reconociendo la avioneta de inmediato, se llevó un puño a la boca para evitar que escapara de ésta un grito de asombro y emoción... y como si fuera poco, el piloto, sin molestarse en apagar la máquina, bajó de la misma, y de inmediato se despojó del caso protector, revelando una corta y espesa cabellera del color del chocolate. “No puede ser”, repitió Candy, conteniendo el deseo de correr a abrazarlo y abofetearlo al mismo tiempo.
disfrutar entre colores
sin rumbo fijo direcciones
creer para volar
creer para volar
Cansado de esperar respuesta alguna de ella a la misiva que tanto trabajo le había costado escribir, Terry había volado a Escocia, donde poco a poco había logrado convencer a su padre de que lo enseñara a pilotear el avión que el fenecido Stear reparara con destreza y dedicación; y el duque, a modo de excusarse a sí mismo por su comportamiento de antaño, había aceptado, a regañadientes, instruir a su primogénito en el arte de burlar las nubes, haciendo que padre e hijo tuvieran un acercamiento como nunca antes habían sostenido en los pasados años. Así pues, el actor resolvió disfrutar de los colores del paisaje a medida que hallaba un poco de paz en cada vuelo, sin prisa alguna ni rumbo fijo, hasta que hoy tomó la decisión de entregarse al optimismo, y creyendo en que todo era posible luego de tantos pesares, voló hacia el hogar de Pony, en busca de las respuestas que tanto anhelaba obtener. “Quien te viera en este momento, Tarzán pecosa”, dijo, con voz más resonante que el motor del avión mismo, “pensaría que acabas de ver un fantasma”, y avanzando hacia el objeto de su afecto, la colocó de bruces en su hombro, y la condujo de regreso al aeroplano, dispuesto a compartir con ella el vuelo de su vida.
Incapaz de asimilar lo que estaba ocurriendo, Candy comenzó a dar patadas en el aire, aunque él era superior en fuerza y en tamaño. “Mocoso insolente”, protestó, tratando de ahogar en vano la adorable risotada británica, “¿adónde me llevas?”
“Yo también me alegro de verte”, fue la burlona respuesta del inglés, quien lucía espléndido en su indumentaria de piloto; y antes que ella tuviera la oportunidad de escapar, la colocó en el asiento posterior de la avioneta, procediendo a tomar su lugar frente a ella. “Así que no has respondido a mi carta. ¿Debo suponer que el suministro de plumas en Illinois es muy escaso?”
“¡No tenía por qué responderte nada!”, exclamó ella con fingido enfado. ¿Con qué derecho él irrumpía en el idílico paisaje, alterando la tranquilidad del lugar? Iba a impulsarse hacia adelante con el fin de saltar a toda prisa del avión, pero él fue más ágil en maniobra e interpretación de los impulsos de su enfermera predilecta, y despegó rápidamente hacia el cielo de furioso azul.
ver la vida diferente y confiar en lo que sientes
creer para volar
creer en
volar
Una vez alzado el vuelo, Candy volteó la cabeza en dirección al hogar de Pony, cuya azotea se alejaba de su campo visual, y el ambiente se tornó diferente. A diferencia del fallido intento en el aparato aéreo de Stear, estaba segura de que esta vez se trataba de un vuelo seguro y sin contratiempos. Olvidado su inicial recelo, preguntó con voz lo suficiente altisonante como para imponerse a las estridentes turbinas: “¿Dónde aprendiste a volar así?”
Plenamente confiado en el aviso de sus propios latidos, Terry se dejó llevar por sus sentimientos y confesó: “Recurrí a las tácticas aéreas de un viejo y presumido duque de Inglaterra”, y ascendió aún más, desapareciendo entre las juguetonas nubes, antes de ir al grano y poner a prueba la voluntad de su pecosa: “Me ofrecieron una propuesta difícil de rechazar en Stratford, y pienso establecerme allá. ¿Qué dices, Candy... vienes conmigo, o ya tienes a alguien a quien insertarle jeringuillas?”
Contra su voluntad, Candy no tuvo otro remedio que reír ante el absurdo de la situación. Susana había fallecido, y aunque ya había transcurrido el tiempo suficiente para que Terry le guardara el luto correspondiente, aún no estaba preparada para darse una nueva oportunidad en el amor. ¿Qué tal si todo volviera a terminar mal como la primera vez?
oh oh volar
hoy quiero sentir la libertad de poder
volar
oh oh volar
siguiendo sin parar
dejando atrás toda la soledad
Ella estaba a punto de decirle que se largara por donde mismo había llegado, y que desapareciera de su vida para que no siguiera alterando el curso de su estable modo de vida, pero no pudo contener la poderosa sensación de estar volando alto, muy alto, elevándose con rumbo a la morada del Creador y de los ángeles, sintiéndose libre de ataduras, de deberes, de responsabilidades, como si su mundo en Chicago, el hogar de Pony, e incluso en Nueva York, no tuvieran más relevancia para ella, y ese vacío, esa soledad que solía embargarla aún cuando trataba de convencer a otros de lo contrario, se disolvía a medida que contemplaba la espalda del hombre que había recorrido millas y millas por vía áerea con el propósito de amarrarla a su alma, liberándola a su vez de los errores del pasado.
y creer (y creer)
y soñar (y soñar)
que la vida es una sola y el tiempo seguirá
queriendo sin parar
nunca mires atrás
solo tienes que confiar
tienes que creer para volar
Estaba tan sumida en su propia paz interior que no se había percatado que él la había halado con fuerza de un brazo, y antes que pudiera reaccionar, Candy caía al vacío, seguida por un impetuoso Terry, quien sin más preámbulo se lanzó tras ella, procurando alcanzarla en la caída. “¡Terry!”, gritó ella, incapaz de concebir tal disparate de parte del actor, quien no tenía escrúpulo alguno en permitir que el avión se estrellara en quién sabía dónde; no obstante, y tras escuchar una bella y estruendosa risa a sus espaldas, sintió que él la agarraba de la cintura, al tiempo que una amplia tela esférica se abría encima de ambos. “¿Trajiste... un... paracaídas?”, preguntó.
El sonrió con unos magnéticos ojos zafiro. “¿De veras creíste que un piloto como yo no estaría preparado? Ya es hora que empieces a creer un poco más, pecosa obstinada-“
“¡No soy obstinada!”, insistió ella, mientras ambos continuaban descendiendo lentamente.
La sonrisa de Terry se convirtió en una mirada de ternura. Tenerla frente a él era como un sueño del cual no estaba dispuesto a despertar jamás. “La vida es una sola, Tarzán pecosa”, dijo con seriedad, faltando pocos metros para tocar tierra, “ya no hay excusas por las cuales debamos mirar atrás...”, y sus palabras fueron el último aliciente para que Candy tomara una firme determinación: confiar... sólo así sería libre... completamente libre; y justo cuando ambos cayeron sobre el césped, ella lo recibió con brazos abiertos, y ambos sellaron su nuevo pacto de amor con un beso... y fue así como ambos aprendieron a volar, mientras que en el interior del hogar de Pony, Annie Cornwell sonreía para sus adentros. Luego de tantos años de inseguridades, al fin había hecho algo bueno por Candy, y con la libertad de quien obraba por el bienestar de los demás, sintió que sus alas se abrían en todo su esplendor... al fin estaba lista para volar.