Muy buenas noches, primero, las que ya me conocen saben, mis historias son para mayores de 18 años, contenido adulto, explicito.
Segundo, este es un AU, soy antipecas, así que no esperen verla bien parada. Si no les agrada el punto 1 y 2, no lean XD
Tercero, y como dice el Titulo, esta historia no tiene nombre, la invitación es a leer, y la que se anime a ponerle un titulo, pues se lleva una firma, creación de mi hermosa parabatai Mimicat Cornwell, de regalo.
muestra:
Parte 1
Para Candy resultaba amargo morir, sobretodo porque no era ni el tiempo, ni en la forma en que se había imaginado. Todos los finales son dolorosos, pero ninguno tanto como el desamor, aquel de los amantes que la mantuvieron, que ella mantuvo, a los que deseo y a los que amó.
Los recuerdos se agolpaban desordenados en su entumecida cabeza, diversas imágenes de sí misma, en distintas etapas de su vida, se paseaban antes sus ojos. No podía evitar regocijarse de lo que alguna vez fue. Quién diría que aquella que creció siendo una huérfana, terminaría por encumbrarse en las altas esferas de la sociedad Norteamericana. Rubia natural e inteligente, dotada de un cuerpo pequeño pero generoso en atributos. La elegancia de sus gestos y una dulce perversidad en la mirada, la precedía. Los hombres solían asediarla y las mujeres, odiarla.
Neal... Su marido. No podía culparlo, ella lo orillo a actuar como lo hizo…
Creció en un pequeño y pobre orfanato, rodeada de chicos como ella, que lloriqueaban día y noche, pidiendo a Dios que les concediera la gracia de una familia, sobretodo Annie; ambas habían sido recogidas la misma noche, desde que tuvo conciencia y fue capaz de hablar, lloraba y rezaba todas las noches pidiendo lo mismo. Para hacer las cosas más difíciles aún, una de las mujeres que dirigía el orfanato les leía cuentos, de aquellos que hablaban de tierras lejanas, príncipes y finales felices; tanto Annie como Candy soñaban con la idea de convertirse en la próxima Cenicienta. No fue nada fácil ver como una familia rica se llevaba a la llorona, haciendo realidad sus ruegos. Pasaban los años y varios ofrecimientos llegaron, pero ella rogaba a las monjas, con lágrimas en los ojos, que no les alejara de ellas, las llamaba “madres” buscando conmoverlas. No era que quisiera quedarse, pero no podía conformarse con menos de lo que Annie había obtenido, ella también quería para sí un final de cuentos.
Siendo casi una adolecente, se dio su milagro, o al menos eso pensó. Tanto que había renegado de Dios por olvidarla a su suerte, y restregárselo con cada carta que recibían las hermanas de parte de una dichosa Annie. Cuando vio aquel lujoso carro estacionarse fuera del orfanato, su corazón dio un brinco, con la absoluta convicción de que ese era su momento, su destino estaba a punto de cumplirse. No se les estaba permitido estar presente en las conversaciones entre los adultos, y para colmo de males las religiosas le habían encargado la vigilancia de los niños. Como nunca odiaba a esos pequeños engendros.
- Candy!-
Nunca antes, la voz de la hermana María le había sonado tan melodiosa, se giró de inmediato mirando a su interlocutora.
- Necesito hablar contigo – sonrió la religiosa.
- Me quieren a mí, verdad?- dijo segura. El rostro de la hermana se desfiguró.
- No es algo que quiera discutir delante de los niños- le reclamó.
- Mil perdones hermana- mintió
- Ven, conmigo-
Candy le siguió con una sonrisa en los labios. Solo escucho las palabras, familia acaudalada, adopción, Leagans. Su mente estaba muy lejos del alcance de las mujeres que tenía en frente.
- Qué dices Candy?- pregunto la señorita Pony.
Despertando de su sueño, miro a ambas mujeres sonriendo.
- Acepto-
Confundidas, las hermanas se miraban, mientras Candy subía a toda velocidad las escaleras para armar su equipaje.
Si tan solo hubiera puesto atención a las palabras de la señorita Pony, pero ya nada había por hacer, había sido adoptada para transformarse en la “dama de compañía” de una niña rica de su misma edad. La familia en cuestión estaba constituida por padre, madre y dos jóvenes. La muchacha colorina, a ojos de Candy, era como su cabello, un fuego brillante y altanero, en cambio el chico que estaba a su lado, le recordaba la ratita que le gustaba atormentar en el hogar; pequeño, débil, temeroso; parecía sentirse incomodo bajo el escrutinio de Candy, haciendo que se escondiera detrás de las faldas de la madre. Resultaba que los señores Leagan estaban preocupados del rumbo que llevaban sus hijos, la indolencia de Eliza y lo introvertido de Neal, sentían que si tomaban a esta chica, y les mostraban sus circunstancias, sus hijos cambiarían. Pero nada surtía efecto en ellos, las bromas crueles que Eliza solía prodigarle a su hermano, ahora se las hacia sufrir a Candy, salvo una.
- Así que te gusta la huérfana, hermanito? Jajajajajajaja- este huía despavorido con el rostro color carmín
Los meses que le siguieron no parecían mejorar, por un lado Eliza no la dejaba en paz y por otro, podía sentir el silencioso y escalofriante acoso de Neal… Siempre fue así, incluso después de casados.
Ella se encontraba desesperada, en cualquier momento le echarían de la mansión, si Eliza abría la boca… Pero no podía culparle.
Mientras todos estaban ocupados viviendo su luto, Candy se escabullía descalza por los pasillos de la mansión en busca de su objetivo. Entró en silencio a la habitación, tratando de no emitir sonido alguno. Una pequeña lámpara iluminaba a duras penas el cuarto. La luz dibujaba de forma tenue su silueta, él se encontraba sobre la cama, tranquilo, absorto en el libro que tenía entre manos. Mientras le observaba, una extraña seguridad se apoderó de ella, caminó tranquilamente hasta llegar a la orilla de la cama, no fue hasta entonces que él notó su presencia, haciendo su libro a un lado. Sin mediar palabras, sin una sonrisa coqueta, solo con su mirada, cautivó al joven, que comenzaba a incorporarse para alcanzarla. Candy comenzó a desatar su abrigo, sin apartar su vista de la de Neal, dejándolo que callera por sus costados para mostrar su inmediata desnudez. Un ronco suspiro escapó de la garganta de él, tantas veces había fantaseado con ella, tantas veces la nombró mientras se masturbaba, que no pudo ni quiso contenerse, la agarró de su brazo para lanzarla a la cama. Candy pudo ver su hambre oscura danzando en los ojos, él tomó su mentón, mientras tanteaba sus labios con la lengua, un escalofrió la recorrió haciendo que abriera la boca. Neal sonrió como nunca antes lo había visto, era una sonrisa cínica, caliente. Tomó su boca con fuerza, sometiéndola, mientras la recorría con las manos con la misma vehemencia que la besaba. Agarró con fuerza las rodillas de la joven, para abrirlas de par en par, rápidamente bajó el pantalón de su pijama, hundiéndose con decisión en la entrepierna. Ambos gimieron al primer empuje, Candy se aferraba con fuerza de los cortos cabellos de la nuca de Neal, tiraba de ellos cuando necesitaba alejarlo de su boca para tomar aire, su cabeza era un remolino, y él no le daba tregua para reaccionar. Se miraban con intensidad mientras movían con ímpetu sus caderas, ella nunca llego a imaginar que semejante amante se escondía en tan susceptible joven. Con un fuerte grito, ambos llegaron al clímax.
- ¿¿!!Que significa esto!!?-
Tal y como esperaba Candy, la madre de Neal entró en la habitación.
continuara...
Segundo, este es un AU, soy antipecas, así que no esperen verla bien parada. Si no les agrada el punto 1 y 2, no lean XD
Tercero, y como dice el Titulo, esta historia no tiene nombre, la invitación es a leer, y la que se anime a ponerle un titulo, pues se lleva una firma, creación de mi hermosa parabatai Mimicat Cornwell, de regalo.
muestra:
Parte 1
Para Candy resultaba amargo morir, sobretodo porque no era ni el tiempo, ni en la forma en que se había imaginado. Todos los finales son dolorosos, pero ninguno tanto como el desamor, aquel de los amantes que la mantuvieron, que ella mantuvo, a los que deseo y a los que amó.
Los recuerdos se agolpaban desordenados en su entumecida cabeza, diversas imágenes de sí misma, en distintas etapas de su vida, se paseaban antes sus ojos. No podía evitar regocijarse de lo que alguna vez fue. Quién diría que aquella que creció siendo una huérfana, terminaría por encumbrarse en las altas esferas de la sociedad Norteamericana. Rubia natural e inteligente, dotada de un cuerpo pequeño pero generoso en atributos. La elegancia de sus gestos y una dulce perversidad en la mirada, la precedía. Los hombres solían asediarla y las mujeres, odiarla.
Neal... Su marido. No podía culparlo, ella lo orillo a actuar como lo hizo…
Creció en un pequeño y pobre orfanato, rodeada de chicos como ella, que lloriqueaban día y noche, pidiendo a Dios que les concediera la gracia de una familia, sobretodo Annie; ambas habían sido recogidas la misma noche, desde que tuvo conciencia y fue capaz de hablar, lloraba y rezaba todas las noches pidiendo lo mismo. Para hacer las cosas más difíciles aún, una de las mujeres que dirigía el orfanato les leía cuentos, de aquellos que hablaban de tierras lejanas, príncipes y finales felices; tanto Annie como Candy soñaban con la idea de convertirse en la próxima Cenicienta. No fue nada fácil ver como una familia rica se llevaba a la llorona, haciendo realidad sus ruegos. Pasaban los años y varios ofrecimientos llegaron, pero ella rogaba a las monjas, con lágrimas en los ojos, que no les alejara de ellas, las llamaba “madres” buscando conmoverlas. No era que quisiera quedarse, pero no podía conformarse con menos de lo que Annie había obtenido, ella también quería para sí un final de cuentos.
Siendo casi una adolecente, se dio su milagro, o al menos eso pensó. Tanto que había renegado de Dios por olvidarla a su suerte, y restregárselo con cada carta que recibían las hermanas de parte de una dichosa Annie. Cuando vio aquel lujoso carro estacionarse fuera del orfanato, su corazón dio un brinco, con la absoluta convicción de que ese era su momento, su destino estaba a punto de cumplirse. No se les estaba permitido estar presente en las conversaciones entre los adultos, y para colmo de males las religiosas le habían encargado la vigilancia de los niños. Como nunca odiaba a esos pequeños engendros.
- Candy!-
Nunca antes, la voz de la hermana María le había sonado tan melodiosa, se giró de inmediato mirando a su interlocutora.
- Necesito hablar contigo – sonrió la religiosa.
- Me quieren a mí, verdad?- dijo segura. El rostro de la hermana se desfiguró.
- No es algo que quiera discutir delante de los niños- le reclamó.
- Mil perdones hermana- mintió
- Ven, conmigo-
Candy le siguió con una sonrisa en los labios. Solo escucho las palabras, familia acaudalada, adopción, Leagans. Su mente estaba muy lejos del alcance de las mujeres que tenía en frente.
- Qué dices Candy?- pregunto la señorita Pony.
Despertando de su sueño, miro a ambas mujeres sonriendo.
- Acepto-
Confundidas, las hermanas se miraban, mientras Candy subía a toda velocidad las escaleras para armar su equipaje.
Si tan solo hubiera puesto atención a las palabras de la señorita Pony, pero ya nada había por hacer, había sido adoptada para transformarse en la “dama de compañía” de una niña rica de su misma edad. La familia en cuestión estaba constituida por padre, madre y dos jóvenes. La muchacha colorina, a ojos de Candy, era como su cabello, un fuego brillante y altanero, en cambio el chico que estaba a su lado, le recordaba la ratita que le gustaba atormentar en el hogar; pequeño, débil, temeroso; parecía sentirse incomodo bajo el escrutinio de Candy, haciendo que se escondiera detrás de las faldas de la madre. Resultaba que los señores Leagan estaban preocupados del rumbo que llevaban sus hijos, la indolencia de Eliza y lo introvertido de Neal, sentían que si tomaban a esta chica, y les mostraban sus circunstancias, sus hijos cambiarían. Pero nada surtía efecto en ellos, las bromas crueles que Eliza solía prodigarle a su hermano, ahora se las hacia sufrir a Candy, salvo una.
- Así que te gusta la huérfana, hermanito? Jajajajajajaja- este huía despavorido con el rostro color carmín
Los meses que le siguieron no parecían mejorar, por un lado Eliza no la dejaba en paz y por otro, podía sentir el silencioso y escalofriante acoso de Neal… Siempre fue así, incluso después de casados.
Ella se encontraba desesperada, en cualquier momento le echarían de la mansión, si Eliza abría la boca… Pero no podía culparle.
Mientras todos estaban ocupados viviendo su luto, Candy se escabullía descalza por los pasillos de la mansión en busca de su objetivo. Entró en silencio a la habitación, tratando de no emitir sonido alguno. Una pequeña lámpara iluminaba a duras penas el cuarto. La luz dibujaba de forma tenue su silueta, él se encontraba sobre la cama, tranquilo, absorto en el libro que tenía entre manos. Mientras le observaba, una extraña seguridad se apoderó de ella, caminó tranquilamente hasta llegar a la orilla de la cama, no fue hasta entonces que él notó su presencia, haciendo su libro a un lado. Sin mediar palabras, sin una sonrisa coqueta, solo con su mirada, cautivó al joven, que comenzaba a incorporarse para alcanzarla. Candy comenzó a desatar su abrigo, sin apartar su vista de la de Neal, dejándolo que callera por sus costados para mostrar su inmediata desnudez. Un ronco suspiro escapó de la garganta de él, tantas veces había fantaseado con ella, tantas veces la nombró mientras se masturbaba, que no pudo ni quiso contenerse, la agarró de su brazo para lanzarla a la cama. Candy pudo ver su hambre oscura danzando en los ojos, él tomó su mentón, mientras tanteaba sus labios con la lengua, un escalofrió la recorrió haciendo que abriera la boca. Neal sonrió como nunca antes lo había visto, era una sonrisa cínica, caliente. Tomó su boca con fuerza, sometiéndola, mientras la recorría con las manos con la misma vehemencia que la besaba. Agarró con fuerza las rodillas de la joven, para abrirlas de par en par, rápidamente bajó el pantalón de su pijama, hundiéndose con decisión en la entrepierna. Ambos gimieron al primer empuje, Candy se aferraba con fuerza de los cortos cabellos de la nuca de Neal, tiraba de ellos cuando necesitaba alejarlo de su boca para tomar aire, su cabeza era un remolino, y él no le daba tregua para reaccionar. Se miraban con intensidad mientras movían con ímpetu sus caderas, ella nunca llego a imaginar que semejante amante se escondía en tan susceptible joven. Con un fuerte grito, ambos llegaron al clímax.
- ¿¿!!Que significa esto!!?-
Tal y como esperaba Candy, la madre de Neal entró en la habitación.
continuara...