Silente y anónima me propuse a seguir la GF2017. ¿Funcionó quedarme quieta? ¡Imposible! Tanto bello aporte visto que, le dije a mi consciencia: – “Tenemos que ir” –. Por supuesto ella me respondió: – ¡Sí! –; y henos aquí, improvisadas, a la mitad de, y con todas las ganas del mundo. Pero antes de compartirles un poco de lo que ha venido siendo nuestra arma de defensa: la escritura, quiero agradecer profundamente a todas aquellas amigas que me han sorprendido con su no presencia, y que por ellas yo vine a ser parte de este magnífico evento, además ¡claro! de la aceptación de la moderación, la cual me permite continuar porque seguimos al pie de la letra las reglas establecidas. So, en memoria de mis inolvidables Galanas Encantadas, mis bellas Diosas, mis entrañables Traviesas, mis queridísimas Amazonas y demás terrytanas de corazón colorado, muy orgullosa de encabezar a mi precioso regimiento de “In my world, Terry Grandchester and you! y por el Terrycola más Terrycola de todos los tiempos, GRANDCHESTER’S FEMME FATALES, ¡que empiece el combate!
Para retomar las continuaciones Candy-Candy, aquí les traigo una nueva versión; mencionándoles que los nombres de algunos personajes y personajes en sí, no me pertenecen sino a sus debidos autores. Yo lo soy de esta idea inicial, la cual espero sea de su agrado.
La función de teatro de esa noche, ya llevaba un par de horas de haber finalizado. Y en la oficina de ese silencioso recinto, la persona quien la ocupaba, consiguientemente de haber realizado la contabilidad, finalmente cerraba dos gruesos libros de cuentas. Luego echaba su espalda hacia atrás para apoyarla en el respaldo del sillón, así como su cabeza; cerrando los ojos en el trayecto debido al estrés por haber manejado tanto número. Esos que Terruce Grandchester seguía produciendo desde su regreso a las tablas aunque en su rostro hubiera cero de expresión cuando de actuar no se trataba.
Por el sólo hecho de recordar, sí, su guapa cara pero marcadamente seria, el ocupante del sillón, con lenta profundidad, inhaló y exhaló. Posteriormente se llevó las manos al rostro para tallarse los párpados y despejarse así, la idea que no se dio oportunidad de formarse. Terruce Grandchester era demasiado solitario… Demasiado callado… Demasiado desgraciado. ¡Tanto! que daba lástima a pesar de lo ricamente talentoso que era. Y para hacerle engordar más la billetera, quien fungía como contador, se dispuso a ponerse de pie. Dos grandes fajos de billetes irían a manos del actor, siendo esa persona la encargada de llevárselos. Además ellos dos eran los únicos que ocupaban el teatro, sólo que uno saldría de la oficina mientras que el otro en su camerino estelar…
El dedo índice izquierdo golpeteaba una y otra vez el mismo lugar del libreto que descansaba en la mesa que yacía frente a su silla. El codo izquierdo estaba en el brazo del asiento, en lo que su grande mano cubría gran parte de su bello rostro. Ese que reflejaba concentración al no haber en su ser el más mínimo deseo de irse a casa a descansar. ¿Para qué? Una partecita en su mente lo hubo cuestionado; si allá había lo mismo que en su corazón: ¡NADA! sólo un hueco que le había dejado… el amor. Sentimiento que enterró el mismo día que ella partió. Susana también; y con su persona, las ganas de sonreír. Lo bueno que el escenario le ayudaba bastante, lo mismo que las tragedias de Shakespeare. Esa que debía ensayar no era la excepción. Y para el rol, Terruce Grandchester era el adecuado. Su tristeza lo había hecho merecedor de interpretar a Bruto, el cual debía confrontarse con el honor, el patriotismo, la amistad… y el suicidio.
Al llegar a esta parte del libreto, Terry se irguió en su lugar, enfocando su mirada en las líneas a decir.
– Casio, es verdad; y le quiero bien no obstante. Mas ¿por qué me detienes tanto tiempo? ¿qué me quieres decir? Si fuera cosa que con el bien común se relacione, por la honra y la muerte ante mis ojos. Y con igual impavidez la vista en ambas fijaré. Porque a los Dioses juro yo que es mi amor de la honra al hombre más grande que mi miedo de la muerte.
Luego fue hasta la última hoja para leer:
– Adiós, Estrato. Descansa, César. Menos decidido pedí tu muerte que mi muerte pido –; y Terruce cerró el libro después enterarse que Bruto, su personaje, se arroja sobre su espada y muere, consiguiendo este hecho que él pujara y esbozara una tétrica sonrisa torcida; empero ésta desaparecería pronto al escuchar el llamado a la puerta.
– Está abierto – sonó su varonil voz habiendo puesto sus zafiros ojos en la persona que decía:
– Buenas noches, Señor Grandchester
– Buenas noches, Señorita Davis.
– Lamento importunarlo
– No, no lo hace
– Siendo así –, la mujer de piel morena, delgada, de baja estatura, cabellera castaña lacia y ojos negros ligeramente rasgados, se adentró para extenderle: – le hago entrega de este dinero.
Sin sorprenderse mucho, Terry lo aceptó.
– Gracias –; y el actor de inmediato lo metió en el cajón más próximo, viéndolo ella demostrar el poco interés en las ganancias.
– ¿Piensa quedarse más tiempo aquí? Es que… es hora de cerrar – la contadora le comentó. Y él…
– Lo intentaba pero… si tiene prisa por irse
– No mucha. Pudiera esperar a que usted termine y…
– No – dijo Terry moviéndose de su lugar para ir al perchero, coger su abrigo y encaminarse a la puerta, desde donde diría: – hasta mañana, Señorita Davis.
– Hasta mañana, Señor Grandchester – quien iniciaría su vereda consiguientemente de haber cerrado su camerino, aunque claro, la visita hubo salido primero; y detrás de ella, ella precisamente podía sentir su sigilosa presencia sorprendiéndole que al llegar a la oficina…
– ¿Quiere que la espere hasta que cierre?
– Eso ya dependerá de usted – ya que a ella su padre y su hermano mayor le aguardaban afuera.
– Entonces, espero que no tarde.
– Por supuesto que no – respondió la contadora sonriendo levemente. Él había sonreído para nada; sin embargo el hecho de mostrarse caballeroso y hablador, era señal de un gran avance.
Apurada a ingresar, la encargada financiera, así de apurada se vio al tomar los libros y llevarlos a la caja fuerte. Objeto enclavado en la pared que fue muy bien cerrado. Finalizada esta actividad, Amara Davis fue al perchero para coger su bolso y saco.
Sin colocarlos en sus respectivos lugares, ella salió de la oficina, mirando al guapo actor de espaldas; e yendo él de frente por el pasillo hacia la puerta de salida. Aunque esa, jamás se abría sino la que estaba del otro lado, teniendo Terry que girarse a la indicación de la contadora para que los dos atravesaran entre la plataforma escénica y la primera hilera de butacas.
En una de esas, el actor posó sus ojos. Se trataba de un periódico lo que hubo llamado su atención, teniendo éste a la vista una fotografía y el anuncio de un nombramiento.
Para los citadinos neoyorkinos no eran novedad las elecciones gubernamentales que recientemente se habían suscitado. Lo era el resultado. Que un residente de la ciudad de Chicago hubiera ganado la plaza de gobernador. Alguien que tenía la más escasa de las experiencias en las cuestiones políticas. Bueno, el dinero todo lo movía. Y eso ¡todos lo sabían! También él, Terry, quien se pasó de largo e ignoró el nombre del ganador y de quién posaba a su lado. Además Amara le había preguntado:
– ¿Cómo va con lo que será su nuevo papel?
– ¿Creerá si le digo que… mal?
– Es fuerte, ¿cierto?
– Lo es más el tema del… suicidio
– “Julio Cesar” le hubiera quedado mejor. Sus pocas apariciones en escena atraerían más al espectador.
– ¿Usted lo cree? – le hablaron con cierta ironía. Y por ende…
– No lo tome a mal, Señor Grandchester –, al cual miraron por un momento; – pero yo pienso numéricamente
– No me queda duda alguna, Señorita Davis – mujer que fue privilegiada con una leve sonrisa y quien tomaría ventaja para pedir:
– Amara, si no le molesta.
– No, claro que no. Sólo…
– ¿Caminará hasta casa? – ella lo cuestionó llegándose a una puerta. Y en lo que ella quitaba unos pasadores, escuchaba:
– Siempre lo he hecho aprovechando la cercana ubicación de mi departamento.
– Entiendo. Pero aún así… ¿quiere que lo llevemos? Mi papá maneja un taxi. Él y mi hermano me esperan.
– Menos mal. Sale demasiado tarde de aquí ¿no le parece? – Terry la miraba oyendo ya el bullicio de la ciudad.
– Es el único trabajo que pude conseguir. Además el Señor Hathaway es muy amigo de papá y...
– Ah qué bien
– ¿Entonces? – insistieron con la invitación.
– Muchísimas gracias por la atención, pero no.
– ¿Está usted seguro?
– Por supuesto – dijo Terry e inició su camino por una banqueta, habiendo deseado antes “buenas noches, Señorita Davis” – fémina que le empezó a doler el corazón de ver ¡tanta infelicidad! en ese hombre que a los demás daba placer con su magnifica actuación y elegante presencia.
Viéndola mirando su objetivo, a lado de Amara llegaron sus familiares; y uno de ellos le preguntaba:
– ¿Es él Terruce Grandchester? –, quien en ese momento se echaba su abrigo al hombro, agachaba la cabeza y parecía arrastrar sus pasos.
– Sí – se aseveró. También de un hermano:
– ¡Pues sí que es tipo el tipo!
– Pero demasiado desgraciado – opinó el papá que observaría – lo digo por los pasos que lleva.
– Se debe al cansancio – lo excusaron. Sin embargo…
– ¿De estar lidiando con la vida?
Resoplándose con vencimiento se confirmaría:
– Así parece. Aunque… a pesar de ser una persona muy reservada, hoy tuve suerte, porque después de tantas noches de convivir con él, es la primera vez que sostenemos una conversación.
Y en su interior, Amara Davis se prometía surgieran más hasta saber ¿qué le sucedía a Terruce Grandchester? O mejor dicho ¿qué tenía así al actor, que fuera de la actuación, no había razón para vivir?
Las respuestas eran muy bien conocidas y sencillas. El problema sería ¿cómo ayudarlo a salir de esa profunda depresión?... ¿haciéndolo olvidar?... ¿dándole motivos para hacerlo sonreír?... La tarea se miraba difícil, pero la mujer de piel morena haría lo que fuera con tal de conseguirlo. Terruce Grandchester era un hombre que valía la pena. Era un hombre que no debía vivir más engrilletado a la tristeza sino a la vida… al amor… a la felicidad. Esos que si un día tuvo, ¿por qué no hacerlos regresar a él?
. . .
Para retomar las continuaciones Candy-Candy, aquí les traigo una nueva versión; mencionándoles que los nombres de algunos personajes y personajes en sí, no me pertenecen sino a sus debidos autores. Yo lo soy de esta idea inicial, la cual espero sea de su agrado.
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by
CITLALLI QUETZALLI alias LADY GRAHAM
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CITLALLI QUETZALLI alias LADY GRAHAM
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La función de teatro de esa noche, ya llevaba un par de horas de haber finalizado. Y en la oficina de ese silencioso recinto, la persona quien la ocupaba, consiguientemente de haber realizado la contabilidad, finalmente cerraba dos gruesos libros de cuentas. Luego echaba su espalda hacia atrás para apoyarla en el respaldo del sillón, así como su cabeza; cerrando los ojos en el trayecto debido al estrés por haber manejado tanto número. Esos que Terruce Grandchester seguía produciendo desde su regreso a las tablas aunque en su rostro hubiera cero de expresión cuando de actuar no se trataba.
Por el sólo hecho de recordar, sí, su guapa cara pero marcadamente seria, el ocupante del sillón, con lenta profundidad, inhaló y exhaló. Posteriormente se llevó las manos al rostro para tallarse los párpados y despejarse así, la idea que no se dio oportunidad de formarse. Terruce Grandchester era demasiado solitario… Demasiado callado… Demasiado desgraciado. ¡Tanto! que daba lástima a pesar de lo ricamente talentoso que era. Y para hacerle engordar más la billetera, quien fungía como contador, se dispuso a ponerse de pie. Dos grandes fajos de billetes irían a manos del actor, siendo esa persona la encargada de llevárselos. Además ellos dos eran los únicos que ocupaban el teatro, sólo que uno saldría de la oficina mientras que el otro en su camerino estelar…
El dedo índice izquierdo golpeteaba una y otra vez el mismo lugar del libreto que descansaba en la mesa que yacía frente a su silla. El codo izquierdo estaba en el brazo del asiento, en lo que su grande mano cubría gran parte de su bello rostro. Ese que reflejaba concentración al no haber en su ser el más mínimo deseo de irse a casa a descansar. ¿Para qué? Una partecita en su mente lo hubo cuestionado; si allá había lo mismo que en su corazón: ¡NADA! sólo un hueco que le había dejado… el amor. Sentimiento que enterró el mismo día que ella partió. Susana también; y con su persona, las ganas de sonreír. Lo bueno que el escenario le ayudaba bastante, lo mismo que las tragedias de Shakespeare. Esa que debía ensayar no era la excepción. Y para el rol, Terruce Grandchester era el adecuado. Su tristeza lo había hecho merecedor de interpretar a Bruto, el cual debía confrontarse con el honor, el patriotismo, la amistad… y el suicidio.
Al llegar a esta parte del libreto, Terry se irguió en su lugar, enfocando su mirada en las líneas a decir.
– Casio, es verdad; y le quiero bien no obstante. Mas ¿por qué me detienes tanto tiempo? ¿qué me quieres decir? Si fuera cosa que con el bien común se relacione, por la honra y la muerte ante mis ojos. Y con igual impavidez la vista en ambas fijaré. Porque a los Dioses juro yo que es mi amor de la honra al hombre más grande que mi miedo de la muerte.
Luego fue hasta la última hoja para leer:
– Adiós, Estrato. Descansa, César. Menos decidido pedí tu muerte que mi muerte pido –; y Terruce cerró el libro después enterarse que Bruto, su personaje, se arroja sobre su espada y muere, consiguiendo este hecho que él pujara y esbozara una tétrica sonrisa torcida; empero ésta desaparecería pronto al escuchar el llamado a la puerta.
– Está abierto – sonó su varonil voz habiendo puesto sus zafiros ojos en la persona que decía:
– Buenas noches, Señor Grandchester
– Buenas noches, Señorita Davis.
– Lamento importunarlo
– No, no lo hace
– Siendo así –, la mujer de piel morena, delgada, de baja estatura, cabellera castaña lacia y ojos negros ligeramente rasgados, se adentró para extenderle: – le hago entrega de este dinero.
Sin sorprenderse mucho, Terry lo aceptó.
– Gracias –; y el actor de inmediato lo metió en el cajón más próximo, viéndolo ella demostrar el poco interés en las ganancias.
– ¿Piensa quedarse más tiempo aquí? Es que… es hora de cerrar – la contadora le comentó. Y él…
– Lo intentaba pero… si tiene prisa por irse
– No mucha. Pudiera esperar a que usted termine y…
– No – dijo Terry moviéndose de su lugar para ir al perchero, coger su abrigo y encaminarse a la puerta, desde donde diría: – hasta mañana, Señorita Davis.
– Hasta mañana, Señor Grandchester – quien iniciaría su vereda consiguientemente de haber cerrado su camerino, aunque claro, la visita hubo salido primero; y detrás de ella, ella precisamente podía sentir su sigilosa presencia sorprendiéndole que al llegar a la oficina…
– ¿Quiere que la espere hasta que cierre?
– Eso ya dependerá de usted – ya que a ella su padre y su hermano mayor le aguardaban afuera.
– Entonces, espero que no tarde.
– Por supuesto que no – respondió la contadora sonriendo levemente. Él había sonreído para nada; sin embargo el hecho de mostrarse caballeroso y hablador, era señal de un gran avance.
Apurada a ingresar, la encargada financiera, así de apurada se vio al tomar los libros y llevarlos a la caja fuerte. Objeto enclavado en la pared que fue muy bien cerrado. Finalizada esta actividad, Amara Davis fue al perchero para coger su bolso y saco.
Sin colocarlos en sus respectivos lugares, ella salió de la oficina, mirando al guapo actor de espaldas; e yendo él de frente por el pasillo hacia la puerta de salida. Aunque esa, jamás se abría sino la que estaba del otro lado, teniendo Terry que girarse a la indicación de la contadora para que los dos atravesaran entre la plataforma escénica y la primera hilera de butacas.
En una de esas, el actor posó sus ojos. Se trataba de un periódico lo que hubo llamado su atención, teniendo éste a la vista una fotografía y el anuncio de un nombramiento.
Para los citadinos neoyorkinos no eran novedad las elecciones gubernamentales que recientemente se habían suscitado. Lo era el resultado. Que un residente de la ciudad de Chicago hubiera ganado la plaza de gobernador. Alguien que tenía la más escasa de las experiencias en las cuestiones políticas. Bueno, el dinero todo lo movía. Y eso ¡todos lo sabían! También él, Terry, quien se pasó de largo e ignoró el nombre del ganador y de quién posaba a su lado. Además Amara le había preguntado:
– ¿Cómo va con lo que será su nuevo papel?
– ¿Creerá si le digo que… mal?
– Es fuerte, ¿cierto?
– Lo es más el tema del… suicidio
– “Julio Cesar” le hubiera quedado mejor. Sus pocas apariciones en escena atraerían más al espectador.
– ¿Usted lo cree? – le hablaron con cierta ironía. Y por ende…
– No lo tome a mal, Señor Grandchester –, al cual miraron por un momento; – pero yo pienso numéricamente
– No me queda duda alguna, Señorita Davis – mujer que fue privilegiada con una leve sonrisa y quien tomaría ventaja para pedir:
– Amara, si no le molesta.
– No, claro que no. Sólo…
– ¿Caminará hasta casa? – ella lo cuestionó llegándose a una puerta. Y en lo que ella quitaba unos pasadores, escuchaba:
– Siempre lo he hecho aprovechando la cercana ubicación de mi departamento.
– Entiendo. Pero aún así… ¿quiere que lo llevemos? Mi papá maneja un taxi. Él y mi hermano me esperan.
– Menos mal. Sale demasiado tarde de aquí ¿no le parece? – Terry la miraba oyendo ya el bullicio de la ciudad.
– Es el único trabajo que pude conseguir. Además el Señor Hathaway es muy amigo de papá y...
– Ah qué bien
– ¿Entonces? – insistieron con la invitación.
– Muchísimas gracias por la atención, pero no.
– ¿Está usted seguro?
– Por supuesto – dijo Terry e inició su camino por una banqueta, habiendo deseado antes “buenas noches, Señorita Davis” – fémina que le empezó a doler el corazón de ver ¡tanta infelicidad! en ese hombre que a los demás daba placer con su magnifica actuación y elegante presencia.
Viéndola mirando su objetivo, a lado de Amara llegaron sus familiares; y uno de ellos le preguntaba:
– ¿Es él Terruce Grandchester? –, quien en ese momento se echaba su abrigo al hombro, agachaba la cabeza y parecía arrastrar sus pasos.
– Sí – se aseveró. También de un hermano:
– ¡Pues sí que es tipo el tipo!
– Pero demasiado desgraciado – opinó el papá que observaría – lo digo por los pasos que lleva.
– Se debe al cansancio – lo excusaron. Sin embargo…
– ¿De estar lidiando con la vida?
Resoplándose con vencimiento se confirmaría:
– Así parece. Aunque… a pesar de ser una persona muy reservada, hoy tuve suerte, porque después de tantas noches de convivir con él, es la primera vez que sostenemos una conversación.
Y en su interior, Amara Davis se prometía surgieran más hasta saber ¿qué le sucedía a Terruce Grandchester? O mejor dicho ¿qué tenía así al actor, que fuera de la actuación, no había razón para vivir?
Las respuestas eran muy bien conocidas y sencillas. El problema sería ¿cómo ayudarlo a salir de esa profunda depresión?... ¿haciéndolo olvidar?... ¿dándole motivos para hacerlo sonreír?... La tarea se miraba difícil, pero la mujer de piel morena haría lo que fuera con tal de conseguirlo. Terruce Grandchester era un hombre que valía la pena. Era un hombre que no debía vivir más engrilletado a la tristeza sino a la vida… al amor… a la felicidad. Esos que si un día tuvo, ¿por qué no hacerlos regresar a él?
Última edición por Citlalli Quetzalli el Lun Abr 17, 2017 10:19 am, editado 1 vez